libro a entregar en investidura versión definitiva
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Discursos pronunciados en el Acto de Investidura
de la profesora
Dña. Adela Cortina Orts
como
Doctora Honoris Causa por la Universidad de Murcia
Murcia
29 de enero de 2016
Universidad de Murcia
Servicio de Publicaciones, 2016
Depósito Legal: MU – 36 – 2016
Imprime: Servicio de Publicaciones
7
ÍNDICE
Emilio Martínez Navarro, Laudatio in honorem
de la doctora Adela Cortina Orts ...................................................... 9
Adela Cortina Orts
Ética para una universidad cosmopolita,
discurso de Investidura
como Doctora Honoris Causa ..................................................... 21
9
Emilio Martínez Navarro
Laudatio in Honorem de la doctora
Adela Cortina Orts
11
Excelentísimo y Magnífico Sr. Rector de la Universidad de Murcia,
Excelentísima Doctora Adela Cortina,
Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades,
Distinguidos miembros de la comunidad universitaria,
Señoras y Señores,
En la sesión ordinaria del Claustro celebrada el 16 de diciembre de
2014 se aprobó la propuesta de la Facultad de Filosofía de conceder el
Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Murcia a la Catedrática
de Universidad y Académica de Número de la Real Academia de Cien‐
cias Morales y Políticas Dña. Adela Cortina Orts, en reconocimiento a sus
excepcionales contribuciones a la filosofía, el ensayo y el compromiso cí‐
vico y social, que la han convertido en una figura de referencia interna‐
cional en el terreno de la Ética.
Con el apoyo unánime del Departamento de Filosofía y de la Facul‐
tad de Filosofía, y como representante del Área de Filosofía Moral e im‐
pulsor de la propuesta, me ha correspondido a mí el honor de realizar la
laudatio que muestre las cualidades que la hacen merecedora de la más
alta distinción de nuestra universidad, lo que me dispongo a hacer ante
ustedes con enorme gratitud y satisfacción.
12
La Dra. Adela Cortina Orts es Catedrática de Filosofía Moral y Polí‐
tica en la Universidad de Valencia desde 1987. Desde 2008 también es
miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas,
siendo la primera mujer que ha ingresado en esta Academia desde su
fundación en 1857.
Se doctoró en Filosofía en 1976 en la Universidad de Valencia, con Premio Extraordinario. A lo largo de su carrera ha obtenido las más im‐portantes becas alemanas (Deutscher Akademischer Austauschdienst 1977‐78
y Alexander von Humboldt‐Stiftung 1987‐88), con las que amplió estudios en las Universidades de Múnich y de Fráncfort. En esta última universi‐
dad trabajó con los renombrados profesores Karl‐Otto Apel y Jürgen Habermas, creadores de la Ética Discursiva, una influyente corriente del
pensamiento ético y político contemporáneo que la profesora Cortina in‐
trodujo de manera brillante en nuestro país y en toda el área iberoameri‐
cana. Los principios de esta corriente ética están teniendo un notable re‐
conocimiento en el contexto de las Éticas Aplicadas. Ha sido profesora visitante en universidades tan prestigiosas como las de Lovaina, Ámsterdam, Notre Dame y Cambridge.
Además de su actividad docente en la Facultad de Filosofía y Cien‐
cias de la Educación de la Universidad de Valencia, la Dra. Cortina es In‐
vestigadora Principal del Grupo “Éticas Aplicadas y Democracia”, grupo
que viene obteniendo ininterrumpidamente financiación para sus proyec‐
tos de investigación, mediante convocatorias competitivas, desde 1994, y
que ha sido reconocido como Grupo de Excelencia por la Generalidad Va‐lenciana. Este grupo de investigación interuniversitario que ella lidera eficazmente ha llevado a cabo ocho proyectos de investigación nacionales y
uno internacional con fondos europeos. Forman parte de dicho grupo in‐
vestigadores de la Universidad de Valencia como Jesús Conill, Agustín Domingo y Juan Carlos Siurana; de la Universidad Jaume I de Castellón
como Domingo García‐Marzá y Elsa González; de la Universidad Politéc‐
nica de Valencia como José Félix Lozano, y de la Universidad de Murcia
como Emilio Martínez.
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Pero lo esencial de su grupo de investigación es que ha logrado ela‐
borar una propuesta filosófica rigurosa y fértil, de la que hablaremos un
poco más adelante, que funciona como marco de referencia al que se han
ido sumando académicos de diversos países, como es el caso de Gustavo
Pereira y Helena Modzelewski en Uruguay, de Paulina Morales y Mauricio
Correa en Chile, de Guillermo Hoyos (recientemente fallecido) en Colom‐
bia, de Elías Michelén en República Dominicana, de Francisco Merino en
Perú, y de otras muchas personas en México, Argentina, Brasil, Italia, Ale‐
mania, etc.
También es destacable que ha dirigido más de cuarenta tesis docto‐
rales y otros muchos trabajos académicos, y que actualmente es directora
del Programa de Doctorado Interuniversitario sobre “Ética y Democra‐
cia”, programa con Mención hacia la Excelencia.
Ha recibido diversas distinciones académicas: nueve Doctorados
Honoris Causa (el que hoy recibe es el décimo), tres medallas de distintas
universidades, incluida la Medalla de Plata de la Universidad de Murcia,
y diversos premios. Entre ellos, el Premio “Ernest Lluch” en 2003, el Pre‐
mio Internacional de Ensayo “Jovellanos” en 2007, por su obra “Ética de la
razón cordial”, el Premio Internazionale per la Filosofia Karl‐Otto Apel, otor‐
gado por el Centro Filosofico Internationale Karl‐Otto Apel (Italia) y el
Premio Nacional de Ensayo de 2014 por su obra ¿Para qué sirve realmente
la ética? El jurado que otorgó este premio señaló que esta obra de la profe‐
sora Cortina «acierta en aplicar el rigor de la filosofía a los interrogantes
de la vida actual».
En reiteradas ocasiones ha formado parte del Jurado de los Premios
Príncipe de Asturias de “Comunicación y Humanidades” y de “Ciencias
Sociales”.
Ha participado en más de trescientos congresos, jornadas y cursos,
tanto en España como en América Latina y Europa. Ha publicado más de
doscientos cincuenta artículos, tanto en volúmenes colectivos como en
revistas especializadas. Es también miembro del comité científico de di‐
versas revistas nacionales e internacionales, incluyendo a Daimon, Revista
Internacional de Filosofía, de la Universidad de Murcia.
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Ha participado en diversas instituciones consultivas, como la Co‐
misión Nacional de Reproducción Humana Asistida, el Consejo Asesor
del Ministerio de Sanidad y Consumo, el Panel de Expertos del Programa
ACADEMIA de ANECA, el Patronato de Intermón‐Oxfam, la Federación
de Asociaciones de la Prensa Española, el Consejo Social de Inditex, el
Comité Asesor de Ética en la Investigación Científica y Tecnológica de la
FECYT (Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología) y el Comité
para la Elaboración del Código Ético de la Función Judicial.
Es directora de la Fundación para la Ética de los Negocios y las Or‐
ganizaciones (ÉTNOR), creada en 1994, fundación de referencia nacional
e internacional que, desde la perspectiva de la ética cívica, tiene como mi‐
sión la promoción, formación e investigación sobre los valores éticos que
rigen y deben orientar la actividad de las organizaciones, tanto empresa‐
riales como solidarias, y tanto públicas como privadas.
La profesora Adela Cortina ha publicado más de cuarenta libros,
algunos de los cuales han sido traducidos a distintos idiomas.
Desde la publicación de Razón comunicativa y responsabilidad so‐
lidaria en 1985, de Ética mínima en 1986, de Ética aplicada y Democra‐
cia radical en 1993, de Alianza y Contrato en 2001 y de Ética de la razón
cordial en 2007, por citar sólo unos pocos de sus libros más significativos,
ha mostrado los fundamentos y aplicaciones de una filosofía moral y polí‐
tica que asume la pluralidad ideológica de las sociedades modernas y que
nos permite, a los miembros de estas sociedades abiertas y pluralistas,
construir nuestras vidas juntos a partir de un patrimonio ético comparti‐
do que es preciso explicitar, reforzar y aplicar de un modo ponderado en
los diversos ámbitos de la vida política, social y económica.
La doctora Cortina es una filósofa que, como habrán podido obser‐
var, mantiene una honda raigambre académica, pero al mismo tiempo ha
querido y ha sabido llegar a un público mucho más amplio, con afán de
aportar, desde la filosofía como pensamiento riguroso, su grano de arena
para la construcción de una sociedad más justa en un mundo más inclu‐
yente y humanizador. Para comprender mejor en qué consiste la aporta‐
ción de la profesora Cortina, permítanme una breve digresión.
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Uno de sus maestros, el profesor José Luis Aranguren, distinguió
entre la moral pensada, que sería lo mismo que Ética Filosófica, Filosofía
Moral o Ética Académica, y moral vivida, que equivale a la moral cotidia‐
na, la ética que permea realmente nuestras relaciones familiares, sociales,
económicas y políticas, con relativa independencia de lo que los filósofos
anden cavilando y debatiendo en cada momento. Pues bien, la Dra. Cor‐
tina, a mi juicio, ha realizado y sigue realizando importantes aportaciones
en esos dos niveles del saber ético.
Por un lado, en lo que se refiere a la Filosofía Académica, la profe‐
sora Cortina ha desarrollado una propuesta original, valiosa y perdura‐
ble, ampliamente reconocida por expertos internacionales en su área de
investigación. Dicha propuesta filosófica lleva el rótulo de «Ética de la
Razón Cordial», de la que más adelante diré algo más.
Por otro lado, y esto es lo que trato de subrayar ahora, nuestra filó‐
sofa ha logrado ejercer un enorme impacto en la moral vivida haciendo llegar su mensaje ético a sectores sociales ajenos al ámbito filosófico, co‐
mo el de los empresarios, el de los médicos, el de los profesionales de la
enseñanza y el de la ciudadanía en general. ¿Cómo ha logrado tal cosa?
En primer lugar, comprometiéndose en la creación y mantenimiento de espacios de estudio y de diálogo en los que participen, en pie de igual‐dad, los académicos y las personas ajenas a la academia. Su participación
en la citada Fundación ÉTNOR, en el Máster de Bioética de la Universidad Complutense, dirigido por el profesor Diego Gracia, y en la Asociación de Bioética Fundamental y Clínica, son sólo unas pocas muestras, entre otras muchas, de este tipo de compromiso cívico en el que la propuesta de una
«Ética de la Razón Cordial» ha calado en colectivos ajenos a la academia.
En segundo lugar, la profesora Cortina ha logrado también llegar a la ciudadanía en general, sobre todo a través de sus contribuciones en pren‐
sa, radio y televisión. En este punto son destacables sus columnas en el ABC Cultural y en el diario El País, así como artículos de opinión en revis‐
tas de gran tirada como Vida Nueva, Claves de la Razón Práctica, La Maleta
de Portbou, Temas para el Debate y otras muchas. Para hacerse una idea del
impacto mediático que ha logrado, en una época como la nuestra, en la que si no estás en la red parece que no existes, merece la pena apuntar que la entrada “Adela Cortina” registra en el buscador más de 130.000 entradas (124.000 documentos web y más de 6.000 vídeos).
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Hay al menos tres razones que, a mi juicio, explican el amplio im‐
pacto que está teniendo la obra de la profesora Cortina en la opinión pú‐
blica. En primer lugar, el vigor y la profundidad de su propuesta filosófi‐
ca, que hunde sus raíces en acreditadas tradiciones y va más allá de ellas.
Pero también, en segundo lugar, que se ha ganado la confianza de las
gentes con su honestidad académica, su integridad ética personal y su
compromiso en el trabajo por un mundo más justo y solidario. Se trata de
una persona que, como diría Ortega, está alta de moral, porque ha sabido
forjarse un carácter que trasmite credibilidad, coherencia, lealtad y buen
humor. Una aportación que no es menor en un mundo falto de referentes.
En tercer lugar, se ha ganado a la opinión pública por la claridad
diáfana de su discurso. Si atendemos al dicho orteguiano de que «la clari‐
dad es la cortesía del filósofo», encontramos que otra clave fundamental
para explicar que el mensaje de Adela Cortina haya conseguido llegar a
millones de personas, es su escritura ágil, ordenada, limpia y directa. En
su estilo de discurso se nota que ella tiene muy presente a la persona del
interlocutor, a quien pretende, ante todo, prestar un servicio. Ella apren‐
dió de Aristóteles que la función de la ética no consiste tanto en saber
cómo ser mejores personas, sino más bien en poner en práctica este saber.
Y por ello se ha esforzado en dejar lo más claro posible de qué modo hay
que llegar a dicha puesta en práctica. Diré ahora alguna cosa sobre la
propuesta filosófica de la profesora Cortina con la esperanza de no sim‐
plificar en exceso y tampoco excederme del tiempo que tengo asignado.
En sus primeras obras, Adela Cortina mantiene que la ética filosófi‐
ca tiene que hacer frente a tres tareas principales:
1. En primer lugar, aclarar en qué consiste eso que llamamos «la moral», ese saber que orienta nuestra conducta como seres humanos desde que aprendemos a hablar hasta que morimos.
2. En segundo lugar, fundamentar la moralidad, es decir, apor‐
tar buenos argumentos para averiguar si la moral tiene senti‐
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do o no lo tiene; señalar las razones por las que creemos que
tenemos una responsabilidad moral y dar cuenta de la con‐
sistencia o inconsistencia de tales razones.
3. En tercer lugar, aplicar lo que se haya podido ganar en las
dos tareas anteriores a la orientación de la conducta personal
y colectiva en los diversos ámbitos de la vida humana: la
economía y empresa, las profesiones, el consumo, la política,
el trato a los animales, etc.
En las tres tareas mencionadas ha desarrollado Adela Cortina rele‐
vantes aportaciones. Por ejemplo, en cuanto a la tarea de aclaración, po‐
demos destacar libros como La moral del camaleón (1991), La ética de la so‐
ciedad civil (1994), Ética civil y religión (1995), Ética (1996, en colaboración
con quien les habla) y varios libros de texto para Filosofía de 1º de Bachi‐
llerato y para Ética de 4º de ESO publicados desde 1996.
En cuanto a la tarea de fundamentación, yo destacaría las obras ya
mencionadas al principio de esta intervención (particularmente Ética mí‐
nima, de 1986, y su complemento en Ética de la razón cordial, de 2007), pero
también algunas otras, como Las fronteras de la persona (2009) y Neuroéti‐ca y
neuropolítica (2011). En esta tarea de fundamentación de la moralidad se
puede destacar que la propuesta de Adela Cortina de una «Ética de la
razón cordial» hunde sus raíces sobre todo en Kant y en la Ética del Dis‐
curso de Apel y Habermas, pero añade elementos originales que subra‐yan que la moralidad no se sostiene únicamente sobre una racionalidad
dialógica procedimental, sino también sobre elementos emocionales y culturales que los seres humanos hemos ido generando históricamente
como respuesta inteligente ante los retos de la supervivencia, de la convi‐
vencia y de la búsqueda de sentido. Quizá una modificación cortiniana del famoso imperativo categórico kantiano, podría sonar entonces como
lo siguiente: “Actúa de tal manera que la norma de tus actos pudiera ser
aceptada tras un diálogo en condiciones de igualdad real, en el que se tu‐
vieran muy presentes los sentimientos que nos permiten reconocernos mutuamente como personas, es decir, como seres sociables muy vulnera‐
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bles, que ya estamos ligados por lazos de solidaridad y de amistad cívica
como base de nuestras obligaciones mutuas”.
Por último, en cuanto a la tarea de aplicación, hay que mencionar
obras como Ética aplicada y democracia radical (1993), Ética de la empresa
(1994), El quehacer ético: guía para la educación moral (1995), Ética y legisla‐
ción en enfermería (1996), Ciudadanos del mundo: hacia una teoría de la ciuda‐
danía (1997), Hasta un pueblo de demonios: ética pública y sociedad (1998), Diez
palabras clave en ética de las profesiones (2000) Por una ética del consumo: la
soberanía del consumidor en un mundo global (2002), Las fronteras de la perso‐
na: valor de los animales, dignidad de los humanos (2009) y Neuroética y neuro‐
política: sugerencias para la educación moral (2011), entre otras muchas. En
este apartado abundan las obras colectivas en las que la Dra. Cortina ha
oficiado como editora, porque la tarea de aplicación de la ética, como ella
misma defiende, ha de llevarse a cabo en equipo, practicando la difícil
pero necesaria interdisciplinariedad. En este ámbito del saber ético, como
ya hemos comentado anteriormente al hablar del impacto de su obra en‐
tre los empresarios, los médicos, los profesionales, los educadores y los
ciudadanos en general, la aportación de la Dra. Cortina está siendo de
gran calado. Su propuesta en este campo se podría resumir diciendo que
en cada una de las actividades humanas hay que construir dialógicamen‐
te una ética específica sobre la base de dos momentos fundamentales: el
momento kantiano, que se refiere al respeto debido a toda persona, a
quien siempre hay que tratar como interlocutor válido, y por lo tanto no
debe ser instrumentalizada, y el momento aristotélico, que se refiere a te‐
ner en cuenta los bienes internos que emergen dialógicamente como me‐
tas propias y distintivas de cada actividad. Para desarrollar este esquema,
la profesora Cortina propone un método filosófico especial: la hermenéu‐
tica crítica; un método que compromete a la colaboración estrecha entre
profesionales, usuarios y asesoría de expertos en diversos saberes, con
objeto de hacer frente a los problemas reales con las mejores orientaciones
éticas que sea posible ofrecer. De ahí la necesidad de elaborar códigos éti‐
cos y de poner en marcha comités de ética.
Para ir finalizando esta intervención, permítanme resaltar una face‐
ta de la trayectoria profesional de la Dra. Cortina que para la Facultad y el
Departamento de Filosofía, a quienes represento en este acto, tiene una
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particular importancia. Se trata de su relevante aportación a la defensa de
la Filosofía y las Humanidades en España. Desde las primeras reformas
educativas de la democracia española, en los años 80, hasta la aprobación
de la LOMCE, la doctora Cortina ha participado activamente en todo tipo
de actividades destinadas a promocionar la presencia de la Filosofía en el
Bachillerato y en la Enseñanza Secundaria Obligatoria, defendiendo en to‐
do momento que la Filosofía aporta conocimientos, habilidades y actitudes
que son imprescindibles para la formación de los jóvenes como personas, y
como futuros ciudadanos y profesionales. Ha apoyado desde su fundación
las actividades de la Red Española de Filosofía y ha contribuido eficazmente a
articular el área de Filosofía Moral participando muy activamente, desde su
fundación en los años ochenta, en la Asociación Española de Ética y Filosofía
Política. Por otra parte, en sus artículos de opinión en el diario El País, y en
otros muchos medios de comunicación, ha puesto la filosofía al servicio del
debate público sobre importantes cuestiones de interés nacional e interna‐
cional, colaborando de manera relevante a prestigiar el discurso filosófico y
la figura del filósofo comprometido con los problemas de su tiempo.
Por último, en cuanto a la vinculación de la profesora Cortina con la
Universidad de Murcia y con la Región de Murcia, hay que remontarse a la
década de los setenta para recordar sus inicios en la carrera docente como
catedrática de Filosofía de Institutos de Enseñanza Media, con un primer
destino en el Instituto de Secundaria Jiménez de la Espada de Cartagena, en
el curso académico 1978‐1979. En aquel año en Cartagena, justo cuando ini‐
ciaba su andadura nuestra Constitución democrática, mostró su hondo
compromiso público con los valores de dicha Constitución organizando
seminarios, coloquios y conferencias en torno a dichos valores.
En el curso 1979‐1980 pasó a ocupar la cátedra de Filosofía del Insti‐
tuto “Marqués de los Vélez” de El Palmar, trasladando su domicilio a la
ciudad de Murcia. En dicho curso académico 1979‐1980 fue contratada en la
Universidad de Murcia como profesora asociada en el entonces Departa‐
mento de Ética y Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras (Campus de
la Merced), e impartió la asignatura optativa “Fundamentación Metafísica
de la Ética”, dentro de lo que en aquel entonces era la naciente especialidad
de Filosofía en la Licenciatura de Filosofía y Letras. En ese mismo curso
académico obtuvo una plaza como profesora universitaria adjunta numera‐
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ria en unas oposiciones convocadas por el Ministerio de Educación y Cien‐
cia en Madrid, y desde ahí se integró en la Universidad de Valencia, donde
posteriormente obtuvo la cátedra que actualmente ocupa.
Desde aquel curso de 1979‐1980 en el que la Dra. Cortina fue profeso‐
ra asociada en la Universidad de Murcia, ha mantenido un contacto per‐
manente y un apoyo decidido a los estudios superiores de Filosofía en
nuestra Universidad. Este apoyo tuvo un hito importante cuando participó
de manera generosa y altruista en el rodaje de un spot publicitario de los
estudios de Filosofía de la Universidad de Murcia, que se emitió en TV
Murciana durante varios cursos académicos, en la etapa del rector D. José
Ballesta (1998‐2006). Esta colaboración desinteresada motivó la concesión
de la Medalla de Plata de la Universidad de Murcia, que le hizo entrega el
mencionado rector D. José Ballesta el 14 de octubre de 1999, fecha en la que
la profesora Cortina acudió a Murcia para pronunciar la lección inaugural
del curso 1999‐2000 en nuestra Facultad de Filosofía. Además de acudir a
nuestra Facultad en aquella ocasión, la profesora Cortina ha colaborado en
otras muchas ocasiones con motivo de tribunales de tesis doctorales, semi‐
narios, conferencias y demás actividades académicas, en las que siempre se
ha distinguido por su competencia académica, su trato amigable y cercano
y su incansable compromiso ético y cívico. Este compromiso es el que le ha
impulsado a aceptar la propuesta de colaborar como asesora externa en la
elaboración del código ético de la Universidad de Murcia.
Por todo lo expuesto, a la vista de los muy numerosos y muy rele‐
vantes méritos que reúne la profesora Adela Cortina, nos congratulamos de
que la Universidad de Murcia, que un día fue su casa, le abra definitiva‐
mente las puertas para que forme parte de nuestra comunidad universitaria
como Doctora Honoris Causa. Es una distinción que sé que ella acepta
con enorme cariño e ilusión y que a nosotros, a nuestra institución cente‐
naria que acaba de culminar hace pocos días los actos de celebración de
los primeros cien años, también nos honra al recibir en nuestro Claustro a
una filósofa de excepcional mérito académico, cívico y ético.
Muchas gracias.
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Adela Cortina Orts
ÉTICA PARA UNA UNIVERSIDAD
COSMOPOLITA
Palabras pronunciadas por la profesora
Dra. Dña. Adela Cortina Orts
con motivo de su investidura como
Doctora Honoris Causa por la
Universidad de Murcia
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Magfco. y Excmo. Sr. Rector de la Universidad de Murcia
Autoridades académicas y civiles
Claustro de Profesores de la Universidad de Murcia
Señoras y señores, amigas y amigos todos
No puedo empezar esta intervención sino agradeciendo muy since‐
ramente al Sr. Rector de la Universidad de Murcia y al Claustro de Profe‐
sores de esta universidad la generosidad que han mostrado al concederme
un título tan valioso como el Doctorado Honoris Causa. Sin duda es un gran
honor y una alegría pasar a formar parte oficialmente de una universidad
tan reconocida y apreciada, como es la de Murcia, una universidad que es
ya centenaria. Vaya, pues, por delante mi más cordial agradecimiento. Y
también muy especialmente a la Facultad de Filosofía, a su decano, Anto‐
nio Campillo, catedrático de Filosofía, y al Departamento de Filosofía, diri‐
gido por Francisco Calvo, Titular de Lógica y Filosofía de la Ciencia, en el
momento en que se elevó la propuesta. Así como al profesor Emilio Martí‐
nez, que fue su promotor, y que ha pronunciado una laudatio tan atinada
en los contenidos filosóficos como excesiva en los elogios personales. Claro
que en estos casos las alabanzas son más expresivas de la generosidad de
quien las pronuncia que de los méritos de quien las recibe.
Como es sabido, el profesor Emilio Martínez, acreditado ya como
catedrático desde hace algún tiempo, es un referente en el área de Filoso‐
fía Moral y Política por sus excelentes trabajos tanto en el nivel de la fun‐
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damentación como en el de la aplicación al desarrollo de los pueblos, a la
bioética, la educación o a las cuestiones de justicia social. Y, ciertamente,
no sólo en España, sino también en una buena parte de Iberoamérica.
Contar con él como padrino en este acto es, pues, un verdadero regalo.
Pero si es verdad que siempre es un honor pasar a formar parte del
cuerpo de doctores de una universidad prestigiosa, no lo es menos que en
este caso tiene una especial significación por el estrecho vínculo que me
une a la Universidad de Murcia y a esta Región de Murcia desde hace ya
casi cuatro décadas. Como bien ha recordado Emilio Martínez, en el curso
1978/79 Jesús Conill y yo llegamos a Cartagena para tomar posesión de nuestras cátedras en los correspondientes institutos de bachillerato. Ve‐níamos de estudiar en Múnich con becas del DAAD y allí habíamos en‐
trado en contacto con las corrientes filosóficas más boyantes del momen‐
to: con las nuevas versiones del pensamiento especulativo hegeliano, con
el Racionalismo Crítico y sobre todo con la Pragmática Trascendental y Universal y con la ética del discurso, creadas por Karl‐Otto Apel y Jürgen
Habermas.
Como he recordado en algunas ocasiones, a las raíces filosóficas
hispanas con que contábamos –Ortega, Zubiri, Aranguren‐ se unieron las
germánicas de Apel y Habermas, que venían a poner en diálogo la pro‐
puesta de Kant. El traslado a Murcia el curso siguiente nos permitió en‐
trar por vez primera en su universidad y compartir el bagaje que llevá‐
bamos en nuestra mochila académica.
Y en este punto voy a permitirme un breve inciso. Al acabar las
oposiciones de Enseñanza Media tuvimos que optar entre las plazas de
Cartagena y La Unión y las plazas de otras dos ciudades del Norte de Es‐
paña, y elegimos la tierra murciana. Evidentemente, nunca podemos sa‐
ber si una elección ha sido la mejor posible, lo que sí podemos preguntar‐
nos es si volveríamos a hacerla después de lo vivido. Y aquí la respuesta
sería rotundamente afirmativa.
Desde aquellos finales de los años setenta la vinculación con Mur‐
cia forma parte irrenunciable de mi vida y yo diría que de mi identidad.
Que, ciertamente, no es un baúl cerrado bajo siete llaves, en el que nada
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entra y del que nada sale, sino todo lo contrario. La propia identidad se
va haciendo a lo largo de la historia, se va construyendo y negociando
con los que George H. Mead llamó “los otros significativos”, acogiendo
desde la libertad lo que se considera más valioso. Y en Murcia he encon‐
trado demasiadas personas y cosas valiosas como para renunciar a ellas.
Por eso es una verdadera alegría pasar a formar parte oficialmente del
claustro de su universidad. Una universidad que configura el proyecto
Mare Nostrum, dentro del Programa Campus de Excelencia, junto con la
Universidad Politécnica de Cartagena, con la que tengo también, como es
sabido, una estrecha y cálida vinculación.
Y regresando al hilo del relato, fue en la Facultad de Filosofía, to‐
davía situada en el Campus de la Merced, en el famoso “patius”, donde
tuvimos la oportunidad de ir conociendo a un buen número de colegas
que son desde entonces amigos. Tal vez la prudencia aconseje no men‐
cionarlos por no dejar ningún nombre en el tintero, pero tampoco está de
más ser imprudente de vez en cuando y recordar en este caso a Juan Car‐
los León, Patricio Peñalver, Francisco Jarauta o Ángel Prior, y, por su‐
puesto, al desgraciadamente fallecido Eduardo Bello. A todos ellos se
sumaron más tarde José Lorite Mena, Jorge Novella o Eugenio Moya.
Afortunadamente, el círculo de la amistad se fue ampliando con los
nombres de alumnos que son hoy excelentes profesionales de la filosofía
y óptimas personas. Begoña Domené, Emilio Martínez o Juan Manuel
Sánchez forman parte de ese elenco. Pero a ellos se fueron uniendo ami‐
gos de los amigos, entre los que cuentan ya sin ningún género de dudas
Carmen Pagán, Juan Antonio Nicolás o Norberto Smilg. A lo largo de es‐
tos años hemos ido componiendo un grupo de trabajo y de experiencias
conjuntas, en el que colaboramos activamente murcianos y valencianos,
entre los que no puedo dejar de mencionar a Domingo García‐Marzá y
Amparo Muñoz, demostrando una vez más que la vida compartida se
hace desde las afinidades más que desde unas presuntas identidades polí‐
ticas cerradas.
Cuando llegamos a la Región de Murcia, España vivía un tiempo
ilusionante de cambio, nuestra sociedad deseaba democratizarse y abrirse
al mundo. Eran los tiempos inquietos y apasionantes de esa transición
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ética y política, preñados de interrogantes y de incertidumbres, pero tam‐
bién de esperanzas. Se conjugaban en ellos día a día al menos dos de las
célebres preguntas kantianas: ¿qué podemos esperar? y ¿qué debemos
hacer, si es que queremos dar cuerpo de realidad a nuestra esperanza?
La pregunta por lo que debemos hacer si queremos tener razones
fundadas para la esperanza incluía, claro está, a las personas, pero tam‐
bién y sobre todo a las instituciones, fueran políticas o civiles, porque to‐
das tenían y tienen que cumplir tareas indispensables en la configuración
de una sociedad justa. Una de esas instituciones, referencia ineludible de
la sociedad en el mundo moderno, es sin lugar a dudas la Universidad. Y
de ella quisiera hablar en esta lectio, precisamente porque llevarla adelan‐
te con bien es nuestra responsabilidad, como profesionales y como
miembros de una institución que debería ser a la vez una comunidad
abierta al mundo. En esta intervención me propongo diseñar muy breve‐
mente los rasgos que, a mi juicio, deberían configurar una universidad
situada a la altura de nuestro tiempo: una universidad cosmopolita.
¿Cómo sería esa universidad?
En su excelente conferencia “Política como Vocación”, ante un con‐
junto de estudiantes de Ciencia Política, se preguntaba Max Weber “qué
clase de persona hay que ser para tener derecho a poner la mano en la
rueda de la Historia”. Y añadía que con esta cuestión entramos ya en el
terreno de la ética, pues es a ella a la que le corresponde determinarlo. El
político –creía Weber‐ tiene una incidencia especial en el curso de las co‐
sas y en la vida de las personas, por eso debe asumir una ética de la res‐
ponsabilidad, convencido de que su tarea merece la pena. Tenía razón
Weber, pero, yendo con él y más allá, deberíamos extender la pregunta a
cuantos profesionales e instituciones ejercen un poder sobre las vidas de
las personas y de las sociedades. En nuestro caso, qué clase de ética han
de asumir las personas e instituciones que sustentan una actividad tan
influyente en la sociedad como la universitaria.
Intentar responder a esta pregunta es hoy no sólo importante, sino
también urgente. Existe un amplio consenso en reconocer que la institu‐
ción universitaria necesita reformas, pero precisamente para diseñarlas
con tino es imprescindible averiguar qué metas persigue la actividad uni‐
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versitaria, metas que le dan sentido y legitimidad social, y qué valores
debe encarnar la institución para alcanzar sus fines.
De recoger esos valores y explicitar las prácticas concretas en que
deberían cristalizar se ocupa el Código Ético de la Universidad de Murcia,
que están elaborando cuidadosamente los profesores Emilio Martínez,
José Félix Lozano, de la Universidad Politécnica de Valencia, e Ignacio
Segado, de la Universidad Politécnica de Cartagena, y en el que han cola‐
borado también Enrique Paniagua, Longinos Marín y Eva Mª Rubio. En
esta lectio desearía diseñar el marco en el que la publicación de ese código
cobra, a mi juicio, todo su sentido, y que no es sino el de la ética de la acti‐
vidad universitaria, que se hace cargo de las preguntas: Universidad, ¿para
qué?, ¿cuáles son sus metas?, ¿qué êthos, qué carácter debe asumir una
institución que, junto con otras, “tiene derecho a poner la mano en la rue‐
da de la historia”?
No está de más recordar que en nuestro tiempo surgen una gran
cantidad de entidades no universitarias que producen, transmiten, apli‐
can el saber, y expiden certificaciones que pueden ser más útiles para en‐
contrar un puesto de trabajo que un título universitario. Es, pues, de pri‐
mera necesidad intentar averiguar cuál es la especificidad de la actividad
universitaria, qué bienes ofrece a la sociedad, por qué es irreemplazable.
A mi juicio, el hilo conductor para llevar a cabo esa indagación po‐
dría ser el rótulo que da nombre a nuestra institución: “universitas”. Como
bien decía un excelente profesor mío, Fernando Cubells, las cuestiones de
palabras son solemnes cuestiones de cosas, degradar los términos es de‐
gradar también lo significado por ellos. No podemos, en nuestro caso, re‐
nunciar a la aspiración a una “universitas” bien entendida y asumida.
Como sabemos, en el mundo medieval en que la universidad nace,
la universitas se refiere a una totalidad de cosas o personas que componen
un conjunto. En nuestro caso, la universitas magistrorum atque scholarium,
la corporación de maestros y estudiantes se constituye con la meta de
formar profesionales para atender a las necesidades de la época; en aquel
tiempo, juristas, teólogos y médicos. Para llevar a cabo su tarea la corpo‐
ración, de igual modo que los restantes gremios, cuenta con sus privile‐
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gios, en este caso con su peculiar autonomía frente al poder político y re‐
ligioso. ¿Qué podemos aprender de esta universitas que nace en los siglos
XII y XIII, en ciudades como Salerno, Bolonia, París, Oxford o Salamanca,
para incorporarlo a nuestro momento debidamente actualizado?
En primer lugar, que una meta ineludible de la universidad consis‐
te en formar profesionales, y –añadiríamos hoy‐ no sólo técnicos, tanto en
Humanidades, en Ciencias Sociales y en “Naturalidades” (por decirlo con
Ortega), como también en las ingenierías, en arquitectura o en las tecno‐
logías de la información. El buen profesional conoce y aprecia los fines,
los valores y las excelencias de su actividad profesional. Y con ello pre‐
viene frente a la tecnologización de la vida, frente al triunfo de lo que los
miembros de la Escuela de Fráncfort llamaron “la razón instrumental”,
que sólo entiende de medios, y nada sabe de fines.
Pero quien nada sabe de fines es incapaz de apreciar el valor de las
personas que, por decirlo con la radical afirmación kantiana, tienen dig‐
nidad, y no un simple precio. Precisamente porque son fines en sí mismas
y no medios para otras cosas, porque valen por sí mismas, y por eso ins‐
trumentalizarlas es inmoral, por contrario a la razón. Quien sólo entiende
de medios, quien se maneja en los estrechos parámetros de la racionali‐
dad mesológica, somete todas las cosas al cálculo y la medida, al precio
de las mercancías y a la insufrible conversión de la calidad en cantidad.
Recordando a Antonio Machado, “todo necio confunde valor y pre‐
cio”, ignora la diferencia entre el valor y el precio. Y no sabe que las pro‐
fesiones y las actividades sociales todas cobran su sentido y grandeza
cuando están al servicio de la dignidad de las personas, y cuando apues‐
tan por cuidar de la naturaleza, como han recordado los movimientos
ecologistas, y recientemente el Papa Francisco en su encíclica Laudato sí’.
Pero también debemos aprender de la universitas medieval que la
institución debe ser “studium generale”, estudio general abierto a cuales‐
quiera gentes. Sin embargo, en el siglo XXI la universidad debe renunciar
al carácter corporativo y gremial de los orígenes, debe entender su auto‐
nomía, no como privilegio, sino como responsabilidad. Precisamente
porque nuestra institución es un bien común.
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Ciertamente, la forma de gobierno de la universidad, la selección
del profesorado y sus responsabilidades, los deberes de los estudiantes y
las tareas del personal de administración y servicios han de ajustarse a las
metas que convierten a la institución universitaria en un bien común. No
sólo en un bien público, que algunas personas producen y todas se bene‐
fician de él, sino también en un bien común, porque es la sociedad en su
conjunto quien lo genera y es a esa sociedad a la que tiene que servir.
Por eso la autonomía de la universidad consiste –a mi juicio‐ en exi‐
gir que la gestión de la docencia y la investigación no dependan del poder
político ni del económico, para poder servir a la sociedad a la que se deben.
Pero a la vez en la disposición a publicar cuanto acontece en su seno, a res‐
ponder ante la sociedad de sus actuaciones y a someterse a las auditorías
que sean necesarias para dar cuenta de su gestión, como recuerda la Magna
Charta Universitatum, firmada por un buen número de rectores europeos,
con ocasión del 900 aniversario de la Universidad de Bolonia.
La universidad nace de la sociedad y debe vivir para ella. Por eso
los valores de responsabilidad y diálogo deben formar parte de su ADN,
como recoge el Código de Ética de la Universidad de Murcia.
Una segunda acepción del término “universitas” es la que cobró en
la Universidad Libre de Berlín, en 1809, siguiendo el modelo diseñado
por Humboldt. La “universitas” es ahora universitas scientiarum, totalidad
de los saberes, entre los que existe una unidad, gracias al papel unificador
que desempeña la filosofía.
Las tareas de la actividad universitaria serían entonces: el entrena‐
miento en la búsqueda de la verdad (y yo añadiría: de la justicia), gene‐
rando hábitos de investigación [¿cómo sería posible ser un buen universi‐
tario sin la pasión por investigar, por descubrir?]; la transmisión del saber
a las generaciones más jóvenes, que hoy se amplía a las generaciones de
adultos, deseosos de saber justamente cuando la vida les deja el ocio in‐
dispensable para hacerlo; y la deliberación abierta y crítica, en la comuni‐
dad de los que aspiran a lo verdadero y a lo justo.
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Todo ello va generando ese êthos universitario, que consiste en la
búsqueda desprevenida de la verdad y la justicia en la discusión de una
comunidad alérgica al dogmatismo, situada en las antípodas de la indoc‐
trinación y de los sesgos ideológicos cerrados, consciente de que la uni‐
versidad es plural, como lo es la sociedad, y de que ningún grupo está
autorizado para imponer sus propuestas como si fueran las únicas. El
pluralismo es, como bien señalaba Rawls, un hecho y a la vez un bien
precioso a proteger.
Pero para lograrlo es necesario contar con una auténtica comunidad
universitaria, que no se deja reducir a las tecnologías de la información ni
a los cursos on line, sino que se sirve de ellos para generar una comunica‐
ción más fluida, aprovechando el poder de los nuevos medios, en esa co‐
munidad de maestros y discípulos, que ocupan ahora el espacio de las
“ciberaulas”.
Nunca fue tan fácil entrar en contacto con colegas y estudiantes de
todos los lugares del mundo. Pero “contactar” no es lo mismo que “co‐
municarse”, ni mucho menos es lo mismo que “dialogar”. Construir una
universitas que traspase los muros de las aulas locales y siga siendo una
auténtica universidad exige no dejarse persuadir por mensajes unilatera‐
les, por eslóganes más o menos impactantes, no caer en las manos del en‐
carnizamiento informativo que puede llevar a la parálisis, sino optar por
una nueva forma de comunidad de diálogo y deliberación, capaz de dis‐
cernir y de generar un verdadero conocimiento.
Qué duda cabe de que cualquier reforma universitaria deseable de‐
bería emprender la tarea titánica de establecer los requisitos instituciona‐
les indispensables para que sea posible esa comunidad dialogante, po‐
niendo barreras a las luchas intestinas, al afán de poder, a esos enemigos
internos que pueden ser más peligrosos que los externos. Las dificultades
para crear comunidades auténticas no proceden tanto del número excesi‐
vo de sus miembros o de su extensión espacial, como de los malos hábitos
que es preciso mudar.
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Y cualquier reforma universitaria pensable debería acabar con la la‐
cra de la burocratización, que está suponiendo un insoportable despilfa‐
rro de energía, una malversación del tiempo y de las capacidades que de‐
berían dedicarse a la investigación y la docencia. Si aplicáramos el cálculo
coste‐beneficio al empleo del tiempo del profesorado en burocracia el re‐
sultado sería demoledor para las metas de la universidad. No digamos ya
si se hiciera el cálculo del coste de oportunidad.
Sin duda hoy en día sería necesario unir una nueva meta a las que
hemos venido señalando, y es la aplicación del conocimiento al entorno
productivo, amén de la inserción laboral de sus egresados. En una econo‐
mía basada en el conocimiento, la innovación es un factor de creación de
riqueza que la Universidad debe esforzarse por aportar, buscando para
ello la articulación entre el sector público y el privado, la innovación gene‐
radora de riqueza económica, pero también capaz de ofrecer soluciones y
nuevas ideas en el ámbito social. Las Ciencias Naturales, las Sociales y las
Humanidades deben trabajar aquí codo a codo. En este punto la universi‐
dad humboldtiana contaba con un bagaje que hoy se ha perdido: la convic‐
ción de que late una unidad del saber bajo la diversidad de los conocimien‐
tos. La actual fragmentación de los saberes destruye cualquier idea de uni‐
dad entre ellos, cuando lo cierto es que la razón humana sigue siendo la
misma, aunque ejerza sus funciones a través de diferentes usos.
Y esto sucede justamente cuando se hace más patente que nunca
que es imposible responder a los problemas sociales sin contar con la co‐
operación de saberes diversos. Cualquier cuestión científica, cualquier
problema social necesitan la colaboración de científicos y humanistas. La
realidad es empecinadamente interdisciplinar, y, sin embargo, las univer‐
sidades fragmentan sus campus y dificultan el trabajo conjunto. Como se
ha dicho en alguna ocasión: la realidad tiene problemas y las universida‐
des, departamentos. Ésta experiencia del trabajo conjunto es la que veni‐
mos viviendo desde hace casi 25 años en la Fundación ÉTNOR, para la
ética de los negocios y las organizaciones.
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No está de más recordar en este punto que el papel de las Humani‐
dades, trabajando con las ciencias, sigue siendo indispensable. Y en su
seno, la Filosofía, tan necesaria ya desde los estudios no‐universitarios,
como ha defendido con sobradas razones la Red Española de Filosofía,
liderada desde su nacimiento por Antonio Campillo.
A mi juicio, una universidad proactiva debería recuperar hoy en
día la unidad del saber a través del trabajo interdisciplinar y también a
través del vínculo ético que une a las distintas esferas. Es la reflexión so‐
bre las metas, los valores, los principios, las virtudes y los medios ade‐
cuados de cada actividad la que proporciona de nuevo el hilo conductor
para mantener la unidad del saber y para resolver los problemas que des‐
bordan las posibilidades de cada ámbito epistemológico, abandonado a
su suerte. Sería, pues, conveniente que cada una de las carreras universi‐
tarias contara con una materia dedicada a tomar conciencia en voz alta de
la ética de la actividad correspondiente.
Y ya, por ir dando fin a esta intervención, tomaremos de nuevo el
rótulo “universitas” que hemos utilizado como hilo conductor para re‐
flexionar sobre la ética de la actividad universitaria, y le daremos un nue‐
vo significado, apropiado para el horizonte global en el que vivimos y
somos y para la necesaria internacionalización que ese horizonte reclama.
Con el vocablo “universitas” nos referiríamos ahora a una nueva totalidad,
a la totalidad de la humanidad, que es el referente ineludible en un mundo
globalizado, y al conjunto del saber que es preciso integrar desde el vínculo
ético que une internamente a sus distintas formas. Un vínculo que se si‐
túa necesariamente en el nivel postconvencional de la conciencia moral,
en aquel que tiene por justo lo que conviene no sólo a un individuo, ni
siquiera a un solo grupo o a la mayoría, sino al derecho de la humanidad.
Podríamos, pues, resumir cuanto hemos venido diciendo propo‐
niendo para el siglo XXI una Universidad cosmopolita, que dé el paso
desde la estructura burocrática a la organización ágil, puesta al servicio
de sus metas, una comunidad de investigación y docencia, dispuesta a la
deliberación y reacia al dogmatismo sectario, celosa de una autonomía
ejercida con responsabilidad, atenta al modelo productivo de la sociedad,
pero que no se limita a ser una expendeduría de títulos para el mercado,
porque la cultura tiene por meta empoderar a las personas, vale por sí
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misma y no sólo para otras cosas. Una universidad capaz de reconstruir
la unidad del saber humano y de formar a la vez profesionales y ciudadanos
con sentido de la justicia y sentido de la compasión, desde lo que me he
permitido llamar una razón cordial.
“Conocemos la verdad no sólo por la razón, sino también por el co‐
razón” es el célebre “Pensamiento” de Pascal. Pero lo bien cierto –diría
yo‐ es que conocemos la justicia no sólo por la argumentación, sino tam‐
bién por el corazón.
A mi juicio, una universidad del siglo XXI se ve instada a formar
ciudadanos de su tiempo, de su lugar concreto, y abiertos al mundo. Sen‐
sibles a los grandes desafíos, entre los que hoy contarían el sufrimiento
inefable de quienes buscan refugio en esta Europa, que ya en el siglo
XVIII reconoció el deber que todos los países tienen de ofrecer hospitali‐
dad a los que llegan a sus tierras, el drama de la pobreza extrema, el
hambre y la indefensión de los vulnerables, los millones de muertes pre‐
maturas y de enfermedades sin atención. Si la universidad quiere perse‐
guir sus metas en nuestro tiempo, tendrá que educar, pues, ciudadanos
compasivos, capaces de asumir la perspectiva de los que sufren, pero so‐
bre todo de comprometerse con ellos.
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