las treinta mejores películas sobre el sentido
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Las treinta mejores películas sobre el sentido Publicado por Cristian Campos
http://www.jotdown.es/2014/03/las-treinta-mejores-peliculas-sobre-el-sentido/
Una escena de La gran belleza. Imagen: Wanda Visión.
Es probable que si han pagado ustedes la entrada para ver La gran belleza en un cine
pertenezcan a uno de estos dos grupos: el de los que roncaban a pierna suelta y con toda
la potencia de la que eran capaces sus pulmones o el de los que se pasaron las dos horas
y media de la película con la piel de gallina. Y es que si una película ha marcado
durante los últimos años la frontera entre seres humanos y mostrencos con la
sensibilidad de un cactus cholla esa es La gran belleza. Por supuesto, no tengo ningún
argumento racional para defender tal afirmación: estas cosas se pillan o no se pillan y no
tiene mucho sentido intentar convencer a nadie de lo contrario. Mi consejo, eso sí, es
mantenerse alejado de todo aquel que diga haberse aburrido como una ostra durante el
pase de la película. Es mala gente, no tengan ni la más mínima duda. Empezará
hirviendo a su gato por placer, continuará leyéndose un libro de Paulo Coelho y
acabará riéndose a mandíbula batiente mientras suena el Alinade Arvo Pärt.
Lo interesante de La gran belleza es precisamente lo que NO es. No es una película
religiosa. No es una película cristiana. No es una película metafísica. Y no es una
película filosófica. Es todo eso al mismo tiempo. La gran belleza es, en definitiva, una
película sobre el sentido. No sobre el sentido de la vida. Sobre el sentido. Que no es
exactamente lo mismo.
Así que la siguiente no es una lista de películas estrictamente religiosas, cristianas,
metafísicas o filosóficas, aunque todas ellas lo sean en cierta medida. Es una lista de
películas sobre el sentido. Y por eso han quedado fuera de la selección elecciones
obvias como La pasión de Juana de Arco (Carl Dreyer), Diario de un cura
rural(Robert Bresson), El evangelio según San Mateo (Pier Paolo
Pasolini), Matrix (Andy y Lana Wachowski), El séptimo sello (Ingmar Bergman)
o Pi (Darren Aronofsky), entre muchas otras. No cabían todas y la lista la hago yo.
30. Olvídate de mí (Michel Gondry, 2004).
Resulta raro leer en las críticas de cine el término «romántico» acompañado del
sustantivo «comedia». Tanto hemos banalizado el amor, quizá el sentimiento más
trágico, desesperado y absoluto jamás inventado por el hombre moderno, que ya no
somos capaces de soportar su visión si no es acompañado de unos cuantos chistes de
mariquitas, putas y cojos. Pero el amor contemporáneo, ese amor torpe, infantiloide y
egoísta nada tiene que ver con el amor de los siglos XVII, XVIII y XIX. Que era un
amor tiránico y atormentado pero aun así inocente y esperanzador. ¿Lo pillan? ¡Es la
definición exacta de la fe! Pero no desesperen. Aunque parezca mentira, se han cantado
canciones de amor que no avergüenzan el alma. Por ejemplo Ne me quitte pas,
de Jacques Brel, que a fin de cuentas es la historia de un calzonazos. Así que hacerse,
se puede. En el terreno cinematográfico, ni Cuando Harry encontró a Sally,
ni Casablanca, ni Annie Hall. La película romántica por excelencia es Olvídate de mí.
Inevitabilidad, arrebato, rutina, despecho, memoria y vuelta a empezar. En el punto
exacto en el que lo dejaste e, idealmente, con la misma persona: amor verdadero.
29. Fresas salvajes (Ingmar Bergman, 1957).
Veinteañeros, ni os molestéis: nadie que no haya cumplido como mínimo los cuarenta
va a entender ni siquiera los títulos de crédito de esta película. Que, a fin de cuentas,
habla del tiempo perdido durante la juventud y de la amargura que comporta esa pérdida
una vez llegada la vejez. Paradójicamente, es una película optimista. Pero eso tampoco
se entiende antes de llegar a los cuarenta (los adolescentes suelen confundir el
optimismo con las expectativas).
28. Sacrificio (Andrei Tarkovski, 1986).
Otras dos películas de Tarkovski podrían aparecer en esta lista (Stalker y Solaris) pero
la escogida es Sacrificio por su bizarra mezcla de surrealismo y misticismo. En realidad,
el título español malinterpreta el mensaje de la película. Porque lo que Alexander, el
protagonista de Sacrificio, lleva a cabo para evitar el exterminio de la humanidad no es
un sacrificio sino una ofrenda. Que por algo es el título original de la película en sueco
(Offret). Aunque puestos a enmendar la plana, lo de Alexander no es tanto una ofrenda
como una renuncia. A su familia, su casa y su vida. Acérquense con cautela porque si
alguna vez se ha filmado una película densa e impenetrable hasta decir basta esa es sin
duda alguna Sacrificio.
27. Up (Pete Docter, 2009).
Rondaba yo hace una semana por la FNAC de Barcelona cuando un grupo de chavales
que debían rondar los quince o dieciséis años se acercó vacilón a la sección de cine de
autor. El primero de ellos leyó el rótulo en voz alta, se lo pensó un segundo y dijo:
«Esto es…». Las opciones en mi cabeza para el final de la frase, teniendo en cuenta la
edad del zagal y el hecho de que hubiera varias chicas en el grupo, eran varias: «…un
puto coñazo», «…una puta mierda», «…un puto horror». Pero el chaval remató
«…cine». Y añadió: «Esto es cine y el resto son películas». Por poco le doy un abrazo.
El caso es que los primeros quince minutos de Up son cine y el resto solo una
(excelente) película. Que ya es mucho. Porque ese cuarto de hora inicial que cuenta la
historia de amor del sobrio Carl y de la aventurera Ellie, la pérdida de su hijo, la muerte
de ella y la posterior decisión de él, a sus setenta y ocho años y decenas de corbatas más
tarde, de arrancar por primera vez en su vida los pies del suelo y echar a volar son los
más conmovedores que un servidor ha visto en mucho tiempo. Harían bien en
ver Up con ojos de adulto porque la lección que encierra merece la pena.
26. Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera (Kim Ki-duk, 2003).
Solo un hotentote con la sensibilidad de un canto rodado podría confundir esta preciosa
fábula budista sobre la culpa, la redención y el eterno ciclo de la vida con un curso de
autoayuda para adictos a las espiritualidades orientales. Pero de todo tiene que haber en
la viña del señor: uvas, pámpanos y agraz.
25. Shutter Island (Martin Scorsese, 2010).
Scorsese, perro viejo, plantea en Shutter Island el reverso oscuro de la cuestión
neurálgica de Matrix. Dada la posibilidad de elección, ¿quién no optaría por el
mentiroso consuelo de la locura frente a una realidad atroz?
24. Una historia verdadera (David Lynch, 1999).
Bienvenidos a la película más malinterpretada de los últimos veinte años. «La menos
lynchiana de todas las películas de David Lynch», decían muchos. Pues no: la más
lynchiana y cruel de todas ellas. ¿Es Una historia verdadera una tierna fábula
protagonizada por un abuelo entrañable que, tras avistar el final de sus días, decide
recorrer centenares de kilómetros a bordo de una segadora para reconciliarse con su
hermano? Pues no. Una historia verdadera es el retrato de un hombre malvado
atormentado por la culpa, un alcohólico violento que destrozó a su familia y provocó su
desbandada, que causó el incendio en el que uno de sus nietos fue abrasado (una
constante en el cine de Lynch) y que más tarde logró que los servicios sociales
arrebataran de las manos de su hija al resto de sus nietos. Un hombre que niega su
pasado y que explica su historia, convenientemente mutilada de detalles claros,
concretos e inculpatorios, a todos aquellos desconocidos con los que se encuentra. Y de
ahí la ironía del título.
23. La carretera (John Hillcoat, 2009).
La carretera tiene varios niveles de lectura pero el que me interesa por lo que respecta a
este artículo es el siguiente: aun en un mundo atroz abandonado a su suerte por dios es
posible encontrar minúsculos destellos de bondad. Quién les iba a decir que fuera
posible hacer una lectura medianamente optimista de ese pozo de cenizas físicas y
morales que es La carretera, ¿cierto?
22. Conan el bárbaro (John Milius, 1982).
A estas alturas de la vida a nadie le va a pillar por sorpresa conocer que Conan el
bárbaro bebe del código ético samurái (el bushido) y del concepto
del Übermensch nietzschiano. Solo diré, para que se entienda de dónde vienen los tiros,
que el personaje interpretado por John Goodman en El Gran Lebowski es una parodia,
bastante fiel a la realidad por cierto, de John Milius, guionista de Harry el
Sucio y Apocalypse Now y director de Amanecer Rojo, probablemente la película más
filosóficamente derechista de la historia del cine. Pero por si acaso alguien ha vivido en
la inopia durante los últimos treinta años, ahí va la noticia bomba: Conan el
bárbaro bebe del código ético samurái (el bushido) y del concepto
del Übermensch nietzschiano. Obviamente, ni el bushido ni
elÜbermensch de Nietzsche tienen excesivo sentido para el hombre occidental del siglo
XXI, pero si anda usted buscando el sentido de la vida en espacios intelectuales,
digamos, peculiares, Conan el bárbaro es su película.
21. El topo (Alejandro Jodorowsky, 1970).
Andarle buscando el sentido a una película abiertamente surrealista es en cierta manera
como aprender a nadar por YouTube: una subversión del concepto original. Pero
puestos a divagar, digamos que El topo es la historia de un Jesucristo pagano a la
búsqueda del sentido de su vida. El mejunje de cristianismo, filosofía oriental y otros
desvaríos macarrónicos es de órdago. Pero, más de cuarenta años después de su
rodaje, El topo sigue siendo considerada una de las grandes películas de culto de la
historia del cine, así que algo debe de tener el agua cuando la bendicen.
20. Umshini Wam (Harmony Korine, 2011).
Difícil saber si el corto Umshini Wam, que por cierto es el nombre de una canción de
protesta zulú, es una tomadura de pelo o algo bastante más complejo. Pongamos una
historia de amor bizarro a cargo de una pareja de dementes (Ninja y Yolandi de Die
Antwoord) abandonados por Dios a su suerte y cuya filosofía vital se resume en «si
eres lo suficientemente vieja como para tener la regla y procrear eres lo suficientemente
vieja como para reventarle los dientes al prójimo con un ladrillo mientras duerme». Si
acaso, échenle un ojo y decidan ustedes mismos.
19. Picnic en Hanging Rock (Peter Weir, 1979).
En realidad la muy atmosférica Picnic en Hanging Rock no es tanto una película sobre
el sentido sino sobre el misterio. Su peculiaridad es que ese misterio, como suele ocurrir
en la vida real, queda sin resolver al final de la película. Lo cual, por cierto, provocó
cabreos sin precedentes entre la audiencia de la época y dio pie a su aura de película de
culto. Si buscan mensaje en Picnic encontrarán algo muy parecido a esto: no hay
sentido, solo misterio.
18. Waking Life (Richard Linklater, 2001).
La pretenciosa, en el buen sentido de la palabra, Waking Life es el equivalente de El
mundo de Sofía para la generación de los nacidos durante la década de los ochenta.
Aunque, en realidad, la película de Linklater está más bien a medio camino de la
filosofía y el psicoanálisis. A disfrutar en una sesión doble de cine de animación con
pretensiones metafísicas junto a la también muy onírica Paprika, de Satoshi Kon.
17. El club de la lucha (David Fincher, 1999).
La versión nihilista de La gran belleza. ¿O es que pensaban que El club de la
lucha habla de otra cosa que no sea del sentido? Eso sí: el de La gran belleza es el
camino de la cruz (la esperanza) y el de El club de la lucha el de la espada (el
nihilismo). Lo que por cierto emparenta esta película con la siguiente de la lista…
16. La misión (Roland Joffé, 1986).
El mensaje de La misión está resumido en ese plano final en el que un grupo de niños
indígenas que han sobrevivido a la masacre de su pueblo carga un instrumento musical
en una canoa. Dicho de otra manera: algo queda. Pero por el camino hasta ese final
Joffé ha reflexionado sobre la culpa y la redención a través de la historia de dos
personajes basados en el misionario peruano Antonio Ruiz de Montoya (1585-1652) y
que optan por dos caminos distintos, el de la violencia y el de la fe, para la consecución
del mismo fin. Y es que ya lo dijo el historiador Gonzalo Fernández de Oviedo: la
pólvora contra los infieles es incienso para el Señor.
15. Rompiendo las olas (Lars von Trier, 1996).
Ninguna de las ideas legadas por el cristianismo supera en belleza a la del sacrificio por
amor. Que, por cierto, y por aclarar dudas, nada tiene que ver con el martirio, la
abnegación y la tortura (ideas heredadas de ese tenebrismo católico al que tanto y tan
eficazmente aportamos los españoles en su momento). Por resumir:Rompiendo las
olas es a los melodramas de Douglas Sirk, la filosofía de Søren Kierkegaard y la
filmografía deDreyer lo que Mark Millar a Los 4 Fantásticos de Stan Lee y Jack
Kirby: un más rápido, más alto y más fuerte a cargo del alumno aventajado de la clase.
14. Blade Runner (Ridley Scott, 1982).
No es Blade Runner el primer nombre que viene a la cabeza cuando se piensa en
películas religiosas. Pero los simbolismos abundan. Especialmente en el personaje de
Roy Batty, ese ángel caído que tras rebelarse contra sus creadores osa cometer el crimen
supremo: el deicidio. Su búsqueda de la fecha de su muerte (el conocimiento prohibido)
no es más que una metáfora de la rebelión del hombre contra la arbitrariedad de Dios.
Al final de su huida, y tras adquirir consciencia de la imposibilidad de escapar del
destino programado para él, Batty muestra la compasión de la que carecen sus
perseguidores humanos. Blade Runner, en definitiva, se pregunta qué es lo que nos hace
humanos. Y se responde: la empatía… y la memoria.
13. De latir mi corazón se ha parado (Jacques Audiard, 2005).
Si se fijan con atención en las películas de esta lista encontrarán un rasgo común a todas
ellas. Es la dualidad. El bien y el mal, el escepticismo y la fe, lo atroz y lo sublime, la
violencia y la mansedumbre, la naturaleza y la civilización… En De latir mi corazón se
ha parado esa dualidad se encarna en las manos del protagonista, que tan pronto sirven
para tocar el piano con exquisita sensibilidad como para partirle el alma a un moroso.
En palabras de Lupe de la Vallina, que es quien me sugirió este título para la lista, De
latir mi corazón se ha parado es «aconfesional y muy sutil, además de una gran
película. Trata de la búsqueda del sentido a través de la belleza». No encontrarán mejor
definición.
12. La vida de Brian (Terry Jones, 1979).
Incluir La vida de Brian en esta lista es el equivalente de ponerse a tocar la zambomba
en medio de un concierto de Le Mystère des Voix Bulgares. Pero no incluirla sería
hacerse trampas al solitario. A fin de cuentas, ¿hay algo más nihilista que el humor?
11. Dersu Uzala (Akira Kurosawa, 1975).
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El Dersu Uzala real era un cazador de la tribu china hezhen que profesaba el animismo
y que se relacionaba con la naturaleza de su entorno en un hipotético plano de igualdad.
Y, de hecho, en la película de Kurosawa puede verse a Dersu llamar «personas» a las
plantas, los animales e incluso al fuego, al que ordena callar cuando crepita con fuerza.
Quizá la principal diferencia de la película con el libro del explorador ruso Vladimir
Arseniev de 1923 en el que se basa es que Kurosawa pone el acento en el contraste
entre civilización y naturaleza hasta el punto de que hace responsable a la primera, en
forma de un rifle de mira telescópica, de la muerte de Dersu. Y es que de buenas
intenciones está el infierno empedrado. La metáfora es poderosa, pero van a tener que
ver la película para entender el mensaje completo.
10. American Beauty (Sam Mendes, 1999).
Si resumo la película en una sola frase me va a salir un preocupante ramalazo a escritor
de libros de autoayuda, pero ahí va y que sea lo que dios quiera: afortunado aquel que
ha desistido de perseguir sus sueños porque ha sido capaz de encontrar la belleza en
todo lo que le rodea. Hala, ya lo he dicho.
9. Hasta el fin del mundo (Wim Wenders, 1991).
Supongo que la elección obvia para esta lista habría sido El cielo sobre Berlín, pero el
mensaje de Hasta el fin del mundo, una película criminalmente infravalorada desde el
mismo día de su estreno, me convence mucho más: a ese futuro en el que la sobredosis
de estímulos visuales se ha convertido en la norma estamos llegando mucho más rápido
de lo que nuestra endeble naturaleza humana puede asimilar.
8. Adiós muchachos (Louis Malle, 1987).
Aquí no digo nada excesivamente original, pero Adiós muchachos es la película que
debería analizarse en todas las escuelas de cine para incrustar en la mollera de los
estudiantes la diferencia entre ñoñez y sensibilidad. Como la mayoría de las películas de
esta lista, Adiós muchachos habla de un mundo en el que los viejos valores, en este caso
los de la fidelidad o la solidaridad, aún no habían muerto. Es decir de un mundo que
jamás ha existido. Pero como bien explica Albert de Paco en este (imprescindible)
artículo, lo que importa no es tanto el hecho de que ese utópico mundo con valores
haya existido o no en algún momento de nuestro pasado, sino el horizonte moral que
suponían esos valores. Y eso sí es algo sobre lo que merece la pena reflexionar.
7. Arizona Dream (Emir Kusturica, 1993).
Me voy a limitar a traducir unas declaraciones de Emir Kusturica sobre su película
porque lo explican todo mucho mejor de lo que podría hacerlo yo: «Está película trata
de un hombre joven que deambula por el infierno existente entre dos mujeres de vida
trágica. Quizá esta película es mi visión de la civilización occidental. Surge de la
filosofía que he desarrollado después de treinta y cinco años viviendo en este planeta.
Yo creo que los seres humanos pertenecen a la naturaleza, no a la civilización. Veo a los
seres humanos como peces que cruzan una gran ciudad. El pez no entiende nada de la
gran ciudad, simplemente flota a su través».
6. Gattaca (Andrew Niccol, 1997).
En una lista como esta habría sido obligatorio incluir alguna película
arquetípicamente uplifting, una de esas palabras sin traducción sencilla al español (sería
una mezcla de edificante, optimista, inspirador y estimulante). Por cierto:
que uplifting no tenga traducción directa ya dice mucho de nuestra filosofía vital, ¿no es
cierto? En cualquier caso, la película uplifting por excelencia es Qué bello es vivir. Pero
incluirla aquí habría sido comodón. Una manera como otra cualquiera de remolonear en
esa zona de confort por la que suelen moverse los periodistas perezosos. Así que en su
lugar he escogido Gattaca, el Qué bello es vivir de la década de los noventa. ¿Su tema?
La batalla contra el determinismo biológico. ¿Y qué tiene eso de uplifting? Pues muy
fácil: la idea de que esa batalla puede (y debe) ser ganada.
5. El día de la marmota (Harold Ramis, 1993).
La versión amable, que no diluida, de las películas de Tarkovski, Bergman y Dreyer.
¿Exagerado? Ni de lejos. Mencionen otra película que incluya las ideas de que 1) a vivir
se aprende, la de que 2) ni el hedonismo ni el nihilismo ni el cinismo justifican nuestra
existencia, y la de que 3) solo mediante la renuncia a la batalla contra nuestras
circunstancias se puede avanzar por el camino del conocimiento. De uno mismo y de los
demás. Y de ahí a la empatía, la sabiduría ¡e incluso la felicidad! Si alguna vez desean
recomendarle a alguien una película humanista en el sentido más profundo del término,
escojan El día de la marmota.
4. 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968).
«Moralmente pretenciosa e intelectualmente oscura». Así definió el historiador
estadounidense Arthur M. Schlesinger Jr. 2001: Una odisea del espacio tras su
estreno. Se le olvidó lo de provocadora: difícil pensar en otra película en la que se
defienda tan explícitamente la idea de que el motor del progreso y la vía de acceso a
estados evolutivos superiores no es otro que la inteligencia… aplicada a la violencia.
3. La gran belleza (Paolo Sorrentino, 2013).
«Fauna humana grotesca». «Seres perdidos en sus propias mentiras y vidas
impostadas». «Excentricidad superficial». «Frívola existencia». Esto se ha escrito en los
medios de este país sobre La gran belleza. Pues sí y no, caballeros: grotescos y perdidos
y ridículos y superficiales… pero también bellos. Y fascinantes y entrañables. Pero
sobre todo humanos. Que de eso va La gran belleza. Lo que, por cierto, emparenta de
un modo bizarro a Sorrentino con Eric Rohmer e incluso con Sofia Coppola.
Directores para los que la superficialidad más banal e intrascendente es una de las dos
caras de la moneda de la belleza. La otra es, por supuesto, la búsqueda de Dios. Que
ambas caras, la del sentido y la de la cháchara, son no solo compatibles sino también
complementarias es la lección de Jep Gambardella. A fin de cuentas, ¿qué sería de la
trascendencia sin la intranscendencia? Y si no se entiende esto es que no se ha
entendido La gran belleza. Lástima: igual no estaban ustedes destinados a la
sensibilidad.
2. La palabra (Carl Theodor Dreyer, 1955).
Incluida en la lista de las cuarenta y cinco mejores películas de la historia del cine
según el Vaticano (en la lista también figura, agárrense que vienen curvas, 2001: Una
odisea del espacio), la confrontación entre fe formal, fe verdadera y razón científica de
la que habla La palabra puede parecer caduca a los ojos del espectador moderno, ese
cuyas preocupaciones cotidianas andan tan lejos de las ideas de Søren
Kierkegaard como de los agujeros negros de la galaxia Andrómeda. Se estarán
perdiendo ustedes una de las grandes películas metafísicas de la historia del cine si caen
en ese error.
1. El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011).
Inabarcable y oceánica, ninguna otra película ha reflexionado de una forma más
exquisita sobre la verdadera naturaleza de ese dios cristiano dual encarnado en una
madre tierna, compasiva y de extraterrenal belleza, pero también en un padre
autoritario, feroz e inclemente, aunque justo en su aparente arbitrariedad. Y quizá esa
reflexión, la de El árbol de la vida, sea más estética que filosófica, pero si han leído esta
lista con atención ya habrán advertido que la belleza es uno de los posibles caminos
hacia la divinidad, si no el principal. Mención aparte para esos sublimes quince minutos
en los que Malick muestra la creación del universo (y de la vida) a los sones
del Lacrimosa de Zbigniew Preisner y mientras una voz le pregunta al vacío «¿qué
somos para ti?». Y, por supuesto, para la escena del dinosaurio agonizante: el
nacimiento de la piedad, la compasión y la moralidad. De la capacidad de elección entre
el bien y el mal. El momento en el que un ser vivo se proyecta más allá de los confines
de sus instintos primarios y muestra, por primera vez en la historia del universo, amor
por un semejante. La huella de dios.
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