la saga del sagu de slattery - flann o-brien
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7/17/2019 La Saga Del Sagu de Slattery - Flann O-brien
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Annotation
«Esta es la novela póstuma de Flann O’Brienpero sus páginas están tan vivas que escalificativo, “póstumo”, parece fuera de lugaaplicado a un texto que no es en absoluto zombi que, inconcluso, tiene todo el encanto de lapromesas felices. Hay mucho en ella que la acercal Swift de Los viajes de Gulliver y de Un
humilde propuesta, con la crítica de costumbreel cientifismo bizarro y la filantropí
descacharrada. Esta es una sátira de los EstadoUnidos al tiempo que de Irlanda e, incluso, ravés de la protagonista e ideóloga de un
peregrina revolución alimentaria, una caricatura das formas puntillosamente moralistas de
protestantismo, que no es solo escocés de nacióncomo ella, sino que, trasplantado como los mismoorangistas, llega al Ulster en que nació nuestrescritor (en Strabane, condado de Tyrone).»
Así presenta el traductor, Antonio River
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Taravillo, en su prólogo, esta divertidísima noveldel genial Flann O’Brien sobre las patatas, epetróleo y las relaciones entre Irlanda y EstadoUnidos.
La saga del sagúde Slattery
o Desde bajo tierra a la copade los árboles
Flann O'Brien
Traducción y prólogo de Antonio RiverTaravillo
Nørdicalibros 2013
© 1973 by Evelyn O'Nolan
© De la traducción y prólogo: Antoni
RiveroTaravillo
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© De esta edición: Nørdica Libros, S.L.Fuerte de Navidad 11,1 o BCP: 28044 Madrid
Tlf: (+34) 91 509 25 35info@nordicalibros.comwww.nordicalibros.com
Primera edición en Nørdica Libros: enero d2013
ISBN: 978-84-15717-21-8Depósito Legal: M-627-2013 IBIC: FA
Cualquier forma de reproducción, distribucióncomunicación pública o transformación de estobra solo puede ser realizada con la autorizacióde sus titulares, salvo excepción prevista por l
ey. Diríjase a CEDRO (Centro Español dDerechos Reprográficos, www.cedro.org) snecesita fotocopiar o escanear algún fragmento desta obra.
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PRÓLOGO DELTRADUCTOR
Patatas y Petróleo
Esta es la novela póstuma de Flann O'Brien
pero sus páginas están tan vivas que escalificativo, «póstumo», parece fuera de lugaaplicado a un texto que no es en absoluto zombi que, inconcluso, tiene todo el encanto de lapromesas felices.
Hay mucho en ella que la acerca al Swift de Lo
viajes de Gulliver y de Una humilde propuesta
con la crítica de costumbres, el cientifismo bizarr
la filantropía descacharrada. Esta es una sátirde los Estados Unidos al tiempo que de Irlanda encluso, a través de la protagonista e ideóloga d
una peregrina revolución alimentaria, uncaricatura de las formas puntillosament
moralistas del protestantismo, que no es sol
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escocés de nación, como ella, sino querasplantado como los mismos orangistas, llega a
Ulster en que nació nuestro escritor (en Strabanecondado de Tyrone).
Como es moneda corriente en él, los apellidode sus personajes son distorsiones de palabras quos ridiculizan, como ese Hoolihan, que remite a l
palabra hooligan, «gamberro». En cuanto a l
mansión donde la acción se desarrollprincipalmente, su nombre no puede ser justamentmás gamberro: Poguemahone (Póg mo thóin
ignifica en irlandés «Bésame el culo», como bieupieron al elegir su nombre los miembros de
grupo de folk-punk The Pogues, inicialmentlamado, también, Pogue Mahone. El inveteraduego del autor con las palabras también est
presente en el equívoco del que en el capítul
egundo hace protagonista a un tendedero: englés, clothes-horse o horse, lo mismo qucaballo.
El carácter de los irlandeses comparte con el dos españoles más de un rasgo. En la idea de
doctor Baggeley de montar un casino para atrae
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uristas en su viejo castillo normando, he queridver una concomitancia con el «Americanos, oecibimos con alegría» de Bienvenido M
arshall. En su correspondencia y notas, O'Brie
dejó pistas de por dónde seguiría la novela. Las heído: la evolución de algún protagonista e
previsible, con paralelismos entre Tim y epresidente John F. Kennedy (asesinad
precisamente en Texas, el Estado que tamportante resulta ser en la novela), pero mejodejarlo aquí, y que quede todo ello a lmaginación del discreto lector.
Efectivamente, no pocas veces acusado d
misoginia y como para llevar la contraria Marilyn Monroe en su presidencial Happ
birthday to you, Flann O'Brien se embarcó en L
aga del sagú un año después de la muerte d
Kennedy, en 1964, el año en que publicó Crónicde Dalkey. Según cuenta su amigo y biógrafAnthony Cronin, O'Brien estuvo obsesionado coos irlandeses de EEUU desde la visita de JFK a Isla Esmeralda en junio de 1963. Creyó que s
novela sería un éxito en aquel país donde habí
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previsto que transcurrirían dos tercios de lacción, y que incluso —escribió a un importanteditor de Nueva York, tan fanfarrona comhumorísticamente— sería convertida en películ
«muy probablemente por mi colega John Hustonque ahora vive por estos pagos».
Pero la salud del autor se deterioró y el cáncempidió que finalizara la novela. Se publicó
donde él la había dejado, tras su muerte. Hasthace poco, solo se podía leer en un volumen quecoge una miscelánea de obras suyas, ecientemente ha sido adaptada al teatro. Los siet
capítulos que nos han llegado son tan potentes qu
no cuesta trabajo creer que, de haberla terminadoa saga del sagú sería una de sus más divertida
novelas.
ANTONIO RIVERO TARAVILLO
Spandau, verano de 2012, esperando a qualgan al escenario The Pogues en un concierto du gira Thir(s)ty Years of Pogue Mahone.
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1
—¡Un maldito escocés, caray!
Tim Hartigan profirió las palabras mientrafinalizaba la carta medio inclinado en su silla parmirar a Corny, que alzó su cabeza de lado parecía poner los ojos en blanco.
Tim era inteligente de un modo tímico, muy suyoTal vez no fue inteligente haberse metido la carten el bolsillo de atrás cinco días antes y habersolvidado de ella, pero eso era porque él no estabacostumbrado a recibir cartas, y en cualquier cas
e dirigía a dar de comer a los cerdos cuandUlick Slattery, el cartero, se la entregó. Esmañana una extraña iluminación le hizo pensar eella y fue inteligente, cuando la sacó al desayunaexaminar primero muy cuidadosamente el sello el matasellos. Sí, decía Houston, Texas, EE.UUTambién estuvo bien cuando abrió el sobre mirade inmediato el final, para verificar que era d
ed Hoolihan.
De manera abstracta, antes de leerla habí
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apoyado la carta en la elegante jarrita de peltrque contenía la leche y de la rejilla de platmaciza con una filigrana de oro de veintidóquilates (artículo que era considerado florentino
omó una tostada seca, la untó con mantequillgenerosamente y metió un trozo entre sus firmemolares sin nervios. Levantó su taza de té negruzc masticó con resonantes bocados. Su anodin
vida, temió de repente, estaba a punto de seperturbada. ¿Sabría cómo tratar con este extraño?Tim Hartigan, que quedó huérfano de su madr
viuda a los dos años, había sido adoptado cuandenía cuatro por el magnánimo Ned Hoolihan, cuy
prima, la hermana M. Petronilla, era madrabadesa en el Hospicio Dominico del SagradRefugio en Cahirfarren. Hoolihan se habíencaprichado con el crío, y eso era todo. Era u
hombre rico, y se llevó a su nueva presa con sequipaje a su mansión, Poguemahone Hall. Yiendo como era de costumbres sencillas no habí
enviado a Tim a un colegio de pago, sino a lescuela nacional más cercana, con un ama d
laves de la mansión encargada de atender la
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demás necesidades del chico.Antes de volver a Tim y a aquella mañana, e
conveniente añadir aquí algo más acerca de NeHoolihan. Su dinero había sido en su mayor part
heredado de resultas de una fortuna que su padrhabía amasado con inventos de automoción y dmotores de gasolina. Realmente, era una leyendfamiliar que el ingeniero Constantine Hooliha
había sido timado de forma descarada por HenrFord I, pero que, mediante su invento de unprimitiva computadora alimentada con una dieta dminucias del mercado de valores, el despabiladngeniero de Bohoola, en el condado de Mayo
había conseguido obtener una cantidad de dinerncluso mayor que aquella de la que había sid
desposeído. Su hijo único Ned no siguió sejemplo de idear cosas nuevas, máquina
artilugios, modos nuevos de paliar mecánicamenta suerte de la humanidad: él era serio, estudiosoe interesó muy pronto por el campo, la opulentmprovisación de Dios, y el gran misterio de l
agricultura.
Obtuvo su doctorado en la Universidad d
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Dublín con una tesis (nunca publicada) titulada L
estratificación del humus alcalino, al parecer uistema de proporcionar fertilizante natura
mediante el cultivo deliberado de campos d
malas hierbas para la producción de estiércol ensilaje, un proyecto de labranza en el cuacrecimientos dispersos de trigo, puerros o naboconstituirían una nociva intrusión.
Cuando compró Poguemahone Hall, un edificide origen tardonormando con bastante buena tierraen el oeste, su papel pasó a ser el de hidalgabrador y experimentador con cultivos d
cereales y tubérculos, ayudado por su hijastr
pues así lo llamaba), Tim Hartigan. Pero despuéde que Ned Hoolihan se convirtiera en uconsumado y científico vendedor de semillas, lopequeños labradores y campesinos que l
odeaban le resultaron una panda intratable. Eugar de sembrar «La Maravilla del Terremoto»una simiente de patata de Hoolihan de infinitvigor y sofisticación, disponible para elloprácticamente por casi nada, persistieron e
cultivar cepas degeneradas que daban escasa
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cosechas, las cuales eran víctimas crónicas doña, añublo tardío, cáncer de rizoctania espantos fusoria (o caspa negra). Al apacible e intelectua
agrónomo casi le hicieron perder los estribos en e
acto. Pero después de algunos años dplanificación y prédica tuberosas sin muchesultado, su paciencia se agotó finalmente ante eechazo de aquellos a su milagrosamente saludabl
abundante semilla de trigo «El Capricho deManiático», por la cual había recibido unmención y una prima económica del Gobierno dos Estados Unidos. Los campesinos sencillament
preferían semillas que obtenían por sus propio
medios y consideraban que los brotes de tizón dabo negro y roya (o añublo hediondo) era
decisiones pintorescas de Dios Todopoderoso.Ned Hoolihan puso sus asuntos en ven
comercial, nombró a Tim Hartigan sadministrador a cambio de un salario decente, emigró a Texas. Allí adquirió siete mil acres dierra regular, aró y fertilizó la mayor parte de est la sembró con «El Capricho del Maniático». S
extendió el rumor (aunque nunca fue confirmado e
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carta a Tim) de que se había casado alrededor desas fechas. Cuando la incipiente cosechdespuntaba tan lindamente, varias erupcionenegras desfiguraron las tierras de labrantío. A
pesar de lo asquerosa que parecía esta mácula, aexaminarse más de cerca resultó ser petróleo. Y eabrador Hoolihan se había convertido en alguie
enormemente rico.
Y ahora Tim Hartigan estaba escrutando la cartaSi era lacónica, se trataba del laconismo propidel cariño.
QUERIDO TIM:
Para cuando recibas esta carta seguramentendrás una visita, Crawford MacPherson, un
persona muy amiga mía. Retira todas las sábanapuestas para guardar del polvo, los hornilloprotectores y los matarratas de mis habitaciones haz que Crawford pueda usar cómodamente mcasa. Si recibieras órdenes, obedécelas como sprocedieran de mí.
Estos pozos de petróleo míos, alabado sea Dio
dan tanto dinero que he perdido la cuenta. Ahor
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mismo se alzan trescientas cincuenta torres dperforación, y he creado la Corporación dPetróleos Hoolihan (P. H.). Naturalmente lopolíticos están interviniendo, pero creo que lo
engo calados. Dales recuerdos a SarsfielSlattery, al médico y a los otros vecinos. Remitadjunto algún dinero extra.
NED HOOLIHAN
Vaya, vaya. Tim se arrellanó y llenó la pippensativamente. ¿Gastará kilt este maldito escocéocará tal vez la gaita y exigirá su propio tipo d
whiskey? Pero eso era de pegote, paparrucha d
os musicales, como los americanos diciendo quun irlandés solo toma patatas cocidas y haciéndollevar la pipa en la cinta del sombrero. Mu
probablemente este escocés era otro trotamundomuy bien situado, en busca de una agachadiza o uurogallo o alguna otra cosa... salmón quizás.
¿Y Sarsfield Slattery? Tim tendría que mostrarlesa carta a Sarsfield, un amigo que ocupabextrañamente una posición muy similar a la suya e
el vecino castillo de Sarawad, donde el ric
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propietario, el Honorable Doctor EustacBaggeley, tenía su residencia habitual. Cierto seríañadir, sin embargo, que el doctor estaba fuera menudo, en el sentido de que tenía la costumbre d
omar extraños medicamentos que él mismo secetaba. Se había hablado de la morfina, de l
heroína y de la mezcalina, pero Sarsfield creía quas inyecciones eran una mezcla de las tres, junt
con algo más. Como Ned Hoolihan, el doctoambién era un pionero a su manera. Y, tambiécomo Ned Hoolihan, había adoptado a Sarsfieldotro huérfano, este nacido en Chicago, cuandasistía a un congreso médico en esa ciudad acerc
de la extracción mediante el ganado de una drogóxica e hipnótica a partir de heno importado d
México.Después de que Tim hubiese recogido las cosa
del desayuno y lavado los platos, subió lopeldaños de piedra acompañado por Corny, paracondicionar de nuevo los aposentos del Jefevestir con ropa limpia la gran cama con dosebarrer los suelos, limpiar el polvo de la elegant
alita, encender los fuegos y tirar de la cadena e
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el retrete. En el baño colocó muy atentamentalgunos útiles de afeitar que había dejado atrá
ed, e incluso puso una caña de pescar y unescopeta descargada apoyadas en un rincón de l
alita. Órdenes eran órdenes, y CrawforMacPherson no solo sería bienvenido, sino que sharía que se sintiese que era auténticamentbienvenido. Ya era hora, se dijo Tim, de qu
hiciese un poco de trabajo verdadero para variapues era un joven concienzudo. Y pedir consejo Sarsfield tendría que esperar un poquito.
La mañana pasó rápidamente y ya eran alrededode las dos aquel día de principios de otoño cuand
Tim se sentó a dar cuenta de su amontonada cenconsistente en col, tocino, salchicha pulverizada anas patatas cocidas de la variedad «L
Maravilla del Terremoto» (con Judas el Oscuro d
Thomas Hardy apoyado en la jarrita de lecheCorny comió ruidosamente un enorme hueso damón que originalmente tuvo pizcas de carne. Tieflexionó mientras acababa su colación sobre e
hecho de que algunas personas consideraran
Hardy un escritor más bien reprimido
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deprimente, a quien le interesaban más logemidos que la ligereza de corazón. Buenociertamente era prolijo, pero los problemas quafrontaba eran serios, eran cuestiones humana
profundas y difíciles, y el gran novelista dWessex les había traído sabiduría, consueloluminación, una reconciliación con el gra
designio de Dios. Y había repoblado el camp
nglés. El volumen en cuestión era propiedad deeñor Hoolihan.Un chirriante ruido metálico se oyó en el patio y
mirando a través del espeso cristal distorsionadode la estrecha ventana, Tim vio la parte delanter
de un gran automóvil. Sabía un montón sobrcoches, y había conducido y cuidado un Lancicuando Ned Hoolihan residía allí.
—Bah —murmuró—. Un Packard. Hace año
que ya no están en el mercado. Basta conducir uPackard para proclamar que eres un viejo.Pero allí se quedó, inmóvil. ¿Sería este e
escocés? ¿O tal vez un vendedor ambulante destiércol? Corny gruñó débilmente. Quien quier
que fuese, llamaría a la puerta, sin importar qu
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esta fuera la de servicio. Incluso si fuera Judas eOscuro, llamaría a la puerta.
Pero nadie llamó.La puerta se abatió ruidosamente hacia adentro
enmarcada en el umbral apareció una ancianvestida con informes y deshilachadas ropas dana, ojillos enrojecidos y con una cara granulos pardusca que a Tim le pareció la pasta de u
pastel de manzana. La voz que emitió erdiscordante y embadurnada con ese retumbantcolor que no procede más que de Escocia.
—Me llamo Crawford MacPherson —dijo coudeza y con arrastradas erres—. ¿He de supone
que es usted Tom Hartigan?—Tim.—¿Tom?—¡Tim!
—Se llame como se llame, dígale a ese cachorrde chucho que deje de enseñarme los dientes.—Me llamo Tim Hartigan. El perro se llam
Corny, señora, y ambos somos inofensivos.Ella avanzó unos cuantos pasos.
—No se atreva a llamarme señora. Pued
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lamarme MacPherson. Tenga modales y ofrézcamuna silla. ¿No respeta usted a las mujeres o es questá borracho?
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Tal vez fuera consecuencia de la alacridad y ebuen humor de Tim Hartigan, pero el caso es quCrawford MacPherson relajó sus formas hasta ugrado que, si bien aún terribles, no eran yferoces. De su bolsón sacó una petaca plana d
plata y vertió de ella un líquido amarillento en uvaso vacío que había sobre la mesa de Tim. Cornhizo como que dormía vigilante y Tim, ocupado elenar la pipa, había tomado asiento en una sill
cerca de la ventana. MacPherson miraba alrededoo que en tiempos había sido una cocinextraordinaria, haciendo muecas mientras probabu bebida.
—¿Cómo van las cosas por aquí? —pregunt
finalmente.—Bueno, señora... MacPherson, quiero decir.
no van mal. Ya está casi todo dispuesto para lcosecha, tenemos tres becerras (dos de ella
echeras), diez bueyes, cincuenta y cinco oveja
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un caballo de silla, tres tractoreaproximadamente veinticinco toneladas de turba eña, unos cuantos buenos labriegos, y hay unienda a eso de una milla para los comestibles, lo
periódicos, el tabaco y ese tipo de cosas... Y haun teléfono aquí, pero normalmente no funciona.
—¿Y eso le parece a usted muy satisfactorio?—Bueno... Supongo que las cosas podrían se
peores. El propietario, el señor Hoolihan, no se hquejado.—Oh, ¿de verdad? No me diga.Aquí Crawford MacPherson pareció fruncir e
ceño tétricamente en dirección al suelo.
—Sí, creo que es la verdad —le contestó Timansamente—, pero solo recibo carta de él darde en tarde.MacPherson soltó su vaso estrepitosamente.
—Deje que le diga algo sobre el señor EdwarHoolihan, Hartigan —dijo ella con severidad—Soy su mujer.
—¡Dios santo! —exclamó Tim, ruborizándose.—Sí —continuó ella—, y ni se le ocurr
lamarme señora Hoolihan. Ni la ley civil ni l
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canónica de la Iglesia presbiteriana me obligan aidículo de recibir un tratamiento como ese.
Tim cambió de postura, incómodo, en la sillahecho un lío.
—Caramba, bueno... Ya... —comenzó.—He venido aquí para llevar a cabo un plan qu
he trazado y que, no obstante, tiene la completaprobación de mi marido. Naturalmente, no ha
ímite a la cantidad de dinero que puedo gastar. Eeñor Hoolihan cree que no hay nada que se puedhacer con los campesinos de este condenado paíBueno, eso ya lo veremos. ¡Ya lo veremos!
Tim Hartigan podía avistar nubes tempestuosa
en su futuro; algunos truenos. Incluso rayos, quizá—El señor Hoolihan —dijo despacio— tuv
problemas con ellos hace unos años. Le parecierodemasiado conservadores. Les ofreció bueno
consejos y ayuda material para el ejercicio de lagricultura, pero, caray, no quisieron aceptarloYa ve, están empantanados, MacPherson.
—Ah —dijo ella tomando otro sorbo del vas—, ¿empantanados? Sí, no tenían tiempo para «L
Maravilla del Terremoto», según parece. Pue
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óigame bien. Puede que estén empantanados, pero que me ha traído aquí es asegurarme de que e
en su propio fango donde se empantanan. ¿Mentiende? En su propio fango.
—Sí. Es improbable que quieran hacer otrcosa.
Crawford MacPherson se levantó, dio unazancadas hasta la cocina, en la que ardía l
umbre, y se puso de espaldas a estaamenazadoramente de pie con sus zapatones.—Lo que quieran o no no es lo importante
Hartigan. No lo fue, en el pasado, cuando unerrible hambruna de la patata barrió el país com
i fuera el juicio de Dios, hacia 1846.—Vaya —se atrevió a decir Tim—, eso fue e
os lóbregos días oscuros de antaño, antes de quuviéramos la buena suerte de disponer de «L
Maravilla del Terremoto».MacPherson agitó iracundamente su dedo índice—La gente de este país —tronó— se alimenta d
patatas, que son ochenta por ciento agua y veintpor ciento almidón. La patata es el cultivo de lo
gandules; y cuando falla, la gente perece po
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millones. Se están muriendo de hambre... y tratade comer ortigas... y paja... y trozos de palo, y auasí la diñan. Pero algo más terrible que esucedió el siglo pasado...
—Cielos —gritó Tim—, ¿qué calamidad peoque esa pudo ocurrir?
—La que ocurrió. No murieron todos. Más de umillón de esos pícaros irlandeses que se morían d
hambre escaparon a mi país de adopción, loEstados Unidos.—Gracias a Dios —susurró Tim con devoción.—Sí, puede dar las gracias a su Dios. Estuviero
a punto de arruinar América. Crecieron y s
multiplicaron e infestaron todo el continenteempapándolo de crimen, alcoholismo, licor ilegahecho de maíz, atracos a bancos, asesinatoprostitución, sífilis, el dominio de las turba
políticas poco limpias y el catolicismo romano.—Bueno, alabado sea Dios —dijo con voentrecortada Tim, atónito ante lo violento y súbitde este arrebato.
—Adulterio, bailes salaces, chantajes, menude
de drogas, proxenetismo, organización d
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burdeles, ayuntamiento con negros y la absolucióde todos sus crímenes por los curas católicos...
Tim frunció el ceño.—Bueno, muchos otros extranjeros emigraron
os Estados Unidos —dijo—. Alemanes, italianoudíos... hasta esos holandeses con pantalone
bombachos.—Los del continente europeo son príncipe
comparados con los sucios irlandeses.—¡Oiga! —gritó Tim.Estaba enfadado, pero su sentimiento d
consternación y de hallarse incapaz de encontrauna respuesta más devastadora era aún mayo
¿Cómo podía tratar con esta arpía? ¿Es que nestaba en sus cabales?
Ella volvió inesperadamente a la silla junto a lmesa y cayó dejando oír un paf. Apuró lo qu
quedaba en el vaso.—Sin embargo —dijo—, no espero que ustecomprenda estas cosas ni alcance a conocer sgravedad. Nunca ha puesto el pie en los EstadoUnidos.
Tim se puso muy colorado y dio un golpe en e
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brazo del sillón.—Tampoco san Patricio, señora.
Ella abrió su bolso, sacó cigarrillonorteamericanos y encendió uno.
—Le haré un resumen —dijo— del asunto taespecial que me trae aquí. El plan tardará bastanten llevarse a cabo, y espero contar con scooperación y ayuda. El objetivo es proteger a lo
Estados Unidos de la amenaza irlandesa. El plaerá muy costoso, pero tengo tanto dinerproveniente del petróleo de Texas a mi disposicióque no temo dificultades por ese lado. El primepaso que daré será comprar y tomar posesió
nominalmente de toda la tierra agrícola de IrlandaTim alzó las cejas, con aspecto desabrido.
—Ese sería el camino directo a muchadesgracias en este país —dijo—. Aquell
hambruna se debió en parte a los alquileredesorbitados y a los terratenientes que nhabitaban sus tierras. El pueblo formó unorganización conocida como la Liga de la TierraUn hombre contra el que actuaron fue el capitá
Boycott. De ahí es de donde procede la palabr
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boicot.Pero MacPherson, como si no comprendiera, l
dio una calada al cigarrillo, pensativa.—No crea ni siquiera por un instante, Hartiga
—dijo con su voz dura—, que tengo intención denredarme en la política irlandesa. Si tuvieralgún deseo en ese sentido, no habría tenido quabandonar América para darle rienda suelta
Compraré la tierra y luego se la devolveré a loarrendatarios a cambio de un alquiler simbólicoUn alquiler de quizá un chelín al año.
—¿Un chelín al año por acre?—No, un chelín al año por cada propiedad si
mportar el tamaño.—Jesús, María y José —susurró asombrado Ti
—, eso haría de usted la viva encarnación de lgenerosidad, un ángel del Paraíso disfrazado.
MacPherson esbozó una sonrisa triste.—Será con una única condición, que habrá qucumplir a rajatabla. No se les permitirá cultivapatatas.
—¿Pero de qué se va a alimentar la pobre gente
—De lo que siempre se ha alimentado. D
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fécula.Tim metió para adentro los carrillos tomand
aire de una forma veloz e inaudible. ¡Sin duda srataba del extraño fantasma de una mujer! ¿Dónd
hallaría cosa igual en todo lo largo y ancho de estmundo?
—Hay una cosa que todavía produce más féculque la patata —prosiguió MacPherson—. Y es e
agú.—¿Qué? ¿El sagú?.
—Sí, el sagú. ¿Sabe usted lo que es el sagúHartigan?
Tim frunció el ceño, mientras rebuscaba en s
mente desordenada.—Ejem... el sagú... es un tipo de pudin, lleno d
bolitas chicas... como la tapioca. Supongo que eun cereal, como el arroz. ¿Y estará sometid
ambién a sus propias enfermedades, como lapapas...?De nuevo asomó la sonrisa glacial d
MacPherson.—El sagú —dijo con una minuciosa especie d
cortesía— no es como la tapioca, no es un grano,
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permanecerá libre de toda enfermedad si se vigilu crecimiento. El sagú viene de un árbol, y estarda en madurar entre quince y veinte años ante
de que pueda dar su copioso, nutritivo y magnífic
egalo.Tim se miró fijamente las botas. La proposició
en sí misma era extraordinaria, la complicaciódel tiempo increíble.
—Ya veo —dijo con ironía.—El plan es grande —concedió razonablementMacPherson—; pero, en esencia, es razonable encillo.—En cualquier caso —se permitió decir Tim—
creo que debería hablar de esto con el Gobierno.—Vaya, es usted listo —dijo MacPherson, cas
gratamente—. Ya me he ocupado a fondo de esoEl embajador americano en este país ha recibid
us instrucciones. En breve informará al Gobiernde aquí de que quedará prohibida la inmigracióde ciudadanos irlandeses a los Estados Unidohasta que sea totalmente ilegal el cultivo de patataen este país.
Tim sospechó que podía detectar una lev
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difusión de transpiración en torno a su frenteEstaba contrariado por la velocidad de loacontecimientos que vendrían, a no ser que lmujer estuviese tratando de hacerse la graciosa.
—Bueno —dijo finalmente—, suponga quconsigue toda esta tierra como dice, y logra que sdeclare un crimen la siembra de patatas...
—Entonces —interrumpió MacPherson—, nunc
volverá a haber una hambruna de la patata, y nunchabrá otra invasión de los Estados Unidos poparte de los supersticiosos y ladrones irlandeses.
—Sí, ya lo sé. Pero dijo que un árbol de sagarda hasta veinte años en llegar a ser útil. Po
amor de Dios, ¿de qué se va a alimentar la gentdurante todo ese tiempo?
De nuevo esa sonrisa, pequeña pero helada.—De sagú —dijo.
Tim Hartigan gruñó.—Sé que soy estúpido, pero no comprendo.—Naturalmente, preví la cuestión de esa lagun
, por supuesto, he tomado las medidacorrespondientes. A partir de dentro de och
meses, más o menos, mi flota de nuevos buque
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aljibe de sagú hará el trayecto entre puertorlandeses y Borneo. Existen ilimitadas reserva
de sagú por todas las Indias Occidentales: eSumatra, Java, Malaca, Siam, y hasta e
Sudamérica la palma real vale mucho para el sagúPronto verá silos de sagú por todo el país.
Tim asintió con la cabeza, pero con el ceñfruncido.
—¿Y qué pasaría si a la gente no le gusta eagú, como a mí?MacPherson dejó escapar una risa muy grave
nada armónica.—Si prefieren morirse de hambre, allá ellos.
—Bueno, ¿y cómo va a organizar usted estplantación de sagú?
—Los árboles de sagú crecen en cualquier parte dos cargueros llenos de brotes llegarán mu
pronto. Una simple ley de su Parlamento quexpropie a los pequeños labradores y campesinoe puede aprobar rápidamente, con la garantía d
que no habrá desahucios, o al menos muy pocoUsted es joven, Hartigan. Probablemente viva par
ver su país natal cubierto de tupidos bosques d
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agú, una estupenda vista y en sí misma ungarantía de salud, libertad y limpieza social parAmérica.
Se levantó como dando a entender que habí
acabado.—Bueno, debo instalarme aquí —dijo—
Hartigan, ¿lo mete usted?Tim palideció. Ya había visto desde su estrech
ventana que un estrecho furgón para el transportde caballos estaba amarrado a la parte trasera dePackard, y se había interrogado acerca de él. Seríun poni, se dijo.
—¿En el establo, se refiere? —preguntó.
—No, aquí. Siempre me gusta que esté cerca defuego.
Tim se levantó en silencio y salió. Parecía nhaber límite a los excesos de esta mujer. Esa noch
o al día siguiente tendría que enviar un telegrama ed Hoolihan para que le confirmara esorabalenguas y acontecimientos, y le dijera qu
esta mujer era en realidad su esposa. No podídejarse ridiculizar, ni permitir que la casa fuer
destruida por una loca.
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Rápidamente fue retirada una barra de hierrvertical con pestillo en la parte de atrás del furgó, al tiempo que las portezuelas se abrían, los ojo
de Tim hallaron un conjunto de altos palo
edondos y suaves aparentemente unidos de algúmodo.
—Por todos los santos, si es un tendedero —efunfuñó.
Se santiguó, tiró del aparato, medio se lo echó ahombro y fue tambaleándose hasta la casa. En lcocina lo plegó de manera que quedara de pie.
—Lo ha hecho estupendamente —dijMacPherson con un tono de genuina aprobación.
—He de decirle —le comentó Tim al tiempo que desmoronaba en su silla— que recibí una cart
del señor Hoolihan notificándome su inminentvisita y pidiéndome que preparara los aposento
de arriba para que usted los ocupe. Así lo hice. Scama está hecha y la lumbre está encendida en salcoba. ¿Le gustan las salchichas para desayunar?
—Por supuesto que no. Mi desayuno habituaconsiste en gachas de avena seguidas de sagú
nata, con pan moreno y mantequilla natural.
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Tim trató de asentir amablemente.—Bien —sonrió—, el lugar en el que estamos e
en realidad la cocina, y más o menos donde vivo. Ahora este tendedero... ¿Quiere que se lo sub
a su propia chimenea?Los ojos de MacPherson vagaron pensativos po
el suelo.—Mmm... No estoy segura. Déjelo aquí est
noche. Tráigame la maleta del coche y luegenséñeme mi... mi piso. Le daré un saco de sagú.Tim Hartigan hizo como se le ordenaba. L
mujer con la que ahora tenía que cargar no hizo emenor comentario sobre las opulentas habitacione
de Ned Hoolihan, sino que se dirigió directamental retrete, dándole a entender a Tim que había sidnformada sobre dónde estaba este y todo l
demás. Tim se rascó la cabeza y bajó dand
raspiés por las escaleras, agarrando un saco dagú.—Tengo que ponerme en contacto con Sarsfiel
an pronto como sea posible —se dijusurrándose a sí mismo—. Si no, estoy bie
odido.
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—Vaya, te acompaño en el sentimiento, Tim.
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3
Sarsfield Slattery estaba de pie con el trasercolocado de manera prominente en dirección a ugran fuego de leña, con los pies en una alfombrillde delgadas cuerdas marrones, tejida por émismo. Era Slattery de estructura más bie
pequeña, delgado, con una rubia pelambrera; suasgos angulosos y espabilados los iluminaba
unos ojos estrechos de color azul marino, y speculiar forma de hablar con acento y entonació
espasmódicos eran prueba permanente de quhabía nacido en la parte norteña de Irlanda, cuanden realidad se trataba de una especie de disfrazpues había nacido en Chicago. Tenía un aire, lgustara o no, de una agudeza y circunspecció
nefables. Los extraños sabían que tenían que semuy cautelosos con Sarsfield.
Era mediodía del lluvioso día siguiente. TiHartigan estaba tristemente repantigado en un
butaca de mimbre, después de haber contado
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Sarsfield con detalle la llegada de CrawforMacPherson la víspera, y lo que esta había dichoEl relato hizo que las cosas parecieran muchísimpeores de lo que habían sido y, efectivamente, u
camión había llegado esa mañana con sacos paquetes para la señora, sin que fuera posible veel contenido.
—Las mujeres —añadió Sarsfield— pueden se
unas sabandijas de tomo y lomo.Tim acababa de encender la pipa y parecípensativo.
—No soy un miedica y lo sabes, Sarsfield —dijo—, pero no me gusta nada la idea de estar co
ella en esa casa. Sabe Dios lo que esa mujepodría revolver y hacer.
—Puedes cerrar con llave la cocina de noche¿no?
—¿De noche? ¿Y no podría ella tener ideas raradurante el día?—¿Qué clase de ideas raras?—¿No podría bajar las escaleras en cueros?—Ah, no diría yo que es de esa clase.
—O escribir y decirle a Ned que subí con s
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bandeja de la cena en pelota viva.—Ned no se tragaría eso —dijo Sarsfield
mientras se tiraba de la oreja. Hizo una pausa.—Te voy a decir la verdad, creo que Ned debí
de tener una borrachera como un piano cuando scasó con esa, y luego la largó de los EstadoUnidos tan pronto como pudo librarse de ellaLástima que tú cargues con el muerto.
—Vaya —contestó Tim sombríamente—. ¿Y que parece todo esto del sagú?—Paparruchas.
—También es lo que me parece a mí. Perescúchame, Sarsfield, si se vuelve un poc
majareta (un poco más de lo que ya está), ¿en quituación quedo yo? No tengo testigos. Ahora, si e
vez de eso ella accediera a vivir aquí...
La mirada con la que respondió Sarsfield fu
punzante.—Por Dios, ¿no tiene derecho una mujer casada vivir en casa de su marido?
Tim se ruborizó un poco.—Supongo que sí. No tengo pruebas de que se
u mujer.
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—¿No tiene anillo? Lo que me saca de quicio eu osada idea de deshacerte de ella trayéndola
esta casa. ¿Acaso no tenemos aquí bastanteproblemas? Si no tienes consideración por m
ería necio por tu parte pasar por alto a mi dueño eñor, el Honorable Doctor Eustace Baggeley.
—Oh, ya sé que tendría que consultar con edoctor, Tim. A propósito, ¿cómo está?
—Más contento que nunca, lo que quiere decque está peor. Ahora se toma su dosis dos veces adía. Habla de convertir este castillo en un hotel dujo, y hasta de instalar un casino aquí. Ya sabe
dedicarse al turismo. Cree que los americanos so
gente muy atractiva porque, como él mismo, todoparecen tener un montón de dinero. Aunque nquiere decir que lo gasten, la verdad.
Tim frunció el entrecejo, aferrándose a un
quimérica esperanza.—No me digas. A lo mejor podría interesarle leñora MacPherson. ¿Por qué no? Es la mujer d
uno de sus mejores amigos, y ella misma dice questá totalmente podrida de dinero.
—Afortunadamente son muy buenos amigos —
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dijo sarcásticamente Sarsfield—. Esa es una buenazón por la que el doctor debería mantenerse bieejos de la mujer.
—Oh, no sé. El doctor no está mucho por la
mujeres, si es a eso a lo que te refieres. ¿Qudiablos es todo ese martilleo, Sarsfield?
Ruidos penetrantes, en parte amortiguados pero bastante fuertes, se oían en las entraña
uperiores del castillo.—¿Ah, eso? Es Billy Colum, el Manitas. Edoctor le dio órdenes de que levantara unarmazón de madera alrededor de las paredes de lgran sala del descansillo y la cubrier
completamente con paneles de teca. Ya casi hacabado la faena, y echado a perder la sala. Creque se trata del primer paso del proyecto del hote casino.
—Dios mío, Sarsfield.—Sí. El doctor se destruirá a sí mismmetiéndose todo eso en el brazo. Y creo que le da Billy Colum un buen pinchazo de vez en cuando
—¿Podría ver al doctor? Creo que deberí
nformarle sobre la mujer de Ned. Puedes esta
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eguro de que ella lo tiene que conocer, SarsfieldMás vale que le marque al doctor sus cartas.
—Lo que tú digas, Tim. Hasta donde yo sé, estarriba, en la biblioteca. Ya sabes el camino. Hala
ve.Tim no sabía el camino, pero se detuvo en e
alón para observar a Billy mientras realizaba sextraordinaria labor. Un hueco de unos cuatro pie
de ancho permanecía, en una espaciosa y largestancia, sin el pálido revestimiento de maderbrillante ya colocado desde el suelo hasta el techoconstruido sobre una pesada armazón de paneleque quedaba como a un pie de distancia de la
decoradas paredes originales.—Vaya maravilla de construcción intrincada
Billy —dijo Tim.Billy Colum, un hombrecillo de ojos extraviado
arrugado como una pasa, miró en torno como fuera la primera vez que viera su obra.—¿Sabes, Tim —dijo con una voz grave y bast
—, que creo que el pobre doctor está un pocchalado, finalmente? Además de su hola-cómo
estás, me dijo que tuviera los ojos abiertos ant
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cualquier joya que pudiera haber en el castilloDice que se pueden encontrar en cualquier sitio.
—¿Joyas?—Joyas. Joyas grandes.
—¿Alguna vez te proporciona algún tipo dratamiento médico?
—Claro que sí. Mi reumatismo. Me pone aquí eel brazo una cosa para el dolor. ¿Sabes? Es u
buen médico, a pesar de todo. ¿Cómo podríevantar el brazo para usar un martillo si no fuerpor él?
Tim sonrió al tiempo que continuaba su marcha.—Un casino será una gran mejora en esta part
del mundo —comentó.
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La biblioteca del castillo de Sarawad ostentabu nombre de manera sombría pero correcta. Unnoble, alargada habitación de elevados techoposeía altas ventanas que parecían extrañamentestrechas, a mano derecha, con otra solitaria en e
extremo, y que se correspondían con la puerta. Dodas colgaban cortinas de un rojo oscuro, y e
esos tres lados los lomos oscuros de los libros salzaban balda sobre balda desde el suelo hasta e
echo. En mitad de la cuarta pared había unchimenea de mármol negro veteado de verde, comorillos de latón en el hogar, y una conflagracióde carbón de vapor y leños ardiendo en la parrillaHabía junto al fuego algunas sillas y otro pequeñ
mobiliario y, algo retirada en la mitad superior da estancia, una mesa de escritorio ancha y baja
Entre esta y el fuego había un sillón de cuero en ecual estaba elegantemente arrellanado e
Honorable Doctor Eustace Baggeley. El doctor er
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bastante robusto, con abundante pelo negrapelmazado y una raya que partía de la mitad de lancha frente. Sus rasgos carnosos bien rasuradoeran rudos y afables, y en general su aire era el d
ese tipo de juventud que advierte a la personperspicaz de que quien la ostenta no puede ser taoven como parece. Al levantarse para saludar
Tim Hartigan, su vestimenta parecía ser cara
puntillosa.—Oh, muchacho —dijo su voz grave y cultivadmientras se levantaba con la mano extendida—pase, pase y siéntese. Vaya, Tim, ¿qué tal todo?
Tim sonrió, le estrechó la mano y se sentó.
—Pues la verdad es que estoy muy bien, doctoo se me ocurre nada de lo que pueda quejarme.—Eso es. Todo a pedir de boca, como decíamo
cuando yo era joven. ¿Y cómo está el seño
Cornelius?—Oh, estupendamente, doctor. Aún en guerrencarnizada con todas las ratas del pueblo.
—Magnífico.—Vine a ver a Sarsfield, doctor, y se me ocurri
ubir aquí y charlar sobre algunas cosas...
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—Me encanta que haya venido, muchacho. Ydígame, ¿ha vuelto a padecer ese castigfibrosítico en la región de la ingle?
—La verdad es que no. Hace meses que no d
eñal.—Me alegro. Si da problemas de nuevo
hágamelo saber de inmediato. Tengo aquí, reciélegada de Alemania, una nueva embrocación qu
e administra subcutáneamente.Tim extendió la mano en señal de amablechazo.—Gracias a Dios no necesito nada, doctor.—Una afirmación demasiado temeraria —dijo e
Honorable Doctor Baggeley, levantándose y yenda un aparador en el tenebroso hueco del rincóopuesto.
—Si su salud está bien, no puede estarlo tant
que un vaso de Kilbeggan de Locke no le añadnuevo lustre.Mientras le ofrecía el vaso con una lev
everencia, se excusó por no serle posible a échoquer les yerres, ya que sus riñones le había
aconsejado abstenerse durante un tiempo. Luego l
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pasó una jarrita de agua y volvió a sentarseonriente. Tim recordó haber oído que el alcohol os narcóticos fuertes eran a menudncompatibles. Le dio un buen sorbo al fuert
destilado ambarino y empezó a llenar la pipa.—Doctor Baggeley —dijo—, quería contarl
que he recibido visita.—¿Visita dice, muchacho?
—Sí, una muy extraña. Una mujer escocesa.El doctor le dio una palmada en la rodilla.—Vaya, vaya. Conque de Escocia, ¿eh? Y un
mujer... ¡Viva Escocia!Tim apisonó expertamente la cazoleta de la pipa
—Eso no es todo, doctor. Ahora vive conmigoen Poguemahone Hall.
—¡Pero muchacho! Vaya, vaya, vaya... ¿Vive cousted?
Se levantó y caminó encantado hasta lalfombrilla que había ante el fuego del hogar.—¿Viviendo con usted en pecado mortal, en l
oprobiosa esclavitud de la carne?Tim solo pudo dirigirle una débil sonrisa.
—No, doctor, yo no he dicho tal cosa, pero es
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no es todo.—¿No me dirá, querido amigo, que se trata d
una distinguida pianista, o de alguien que hvenido a encontrar la Cruz Verdadera en e
Pantano de Allen?—No. ¡Dice que es la mujer de Ned Hoolihan!Cogido por sorpresa en mitad de su chanza, e
doctor fue tambaleándose a su asiento, se dej
caer en él y, sin pestañear, le presentó a Tim unmirada de asombro. Sus ojos permanecían muabiertos e inmóviles.
—¿Ned... casado... con una palurda escocesaSantísimo Cristo, la Virgen y todos los santos de
cielo! ¿No me toma el pelo, muchacho?—Creo que no, doctor. No tengo pruebas, per
eso es lo que ella ha dicho. Y creo que dice lverdad. Se llama Crawford MacPherson, y así e
como quiere que se la llame, no señora dHoolihan.El doctor agachó la cabeza, acunándola en s
mano derecha.—Muchacho, eso es de lo más preocupante, per
mantengamos la calma. Llamaría por teléfono
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ed mañana mismo si supiéramos dóndencontrarlo: el maldito idiota siempre estmontado en aviones por encima de ese territoripetrolero de la sucia Texas. Como sabe, muchacho
e advertí que no fuera allí.—Sí, me acuerdo. Fue una tontería, pero ganó u
montón de dinero. —¿Dinero? Bah. Cuando estaba aquí ya tení
más del que podía gastar, ¿y de qué le sirve edinero a un hombre que se casa con una fulanescocesa de las que limpian pescado eAberdeen?
Tim vaciló un poco.
—Me da igual ella, doctor, pero creo que no ede ese tipo. Quiero decir que no es una señorapero en cualquier caso no pertenece a la clase bajrabajadora. Se trajo un caballo.
—¿Un caballo, Tim? ¡Por todos los santos! ¿Poqué habría alguien de traer un caballo a Irlandadonde se encuentran brutos hasta en el últimincón del país?
—Es un caballo de madera, una cosa plegable
un tendedero, quiero decir. Me hizo colocar es
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cosa delante de mi propio fuego.Meditabundo, el doctor Baggeley se acarició co
el dedo el mentón.—Ya veo —farfulló—. Sí, eso podría (y sol
digo podría) significar una cosa. Lo que llamamodiuresis.
—¿Qué es eso, doctor?—Una incontinencia patológica. Mojar la cama
oda la pesca.Tim estaba consternado.—¡Dios mío! Y el pobre Ned, mi amigo, e
pobre Ned. ¿Quiere usted decir, doctor, que esmujer va a... secar cosas en mi fuego en vez d
hacerlo arriba, en el suyo?Tragó salvajemente su siguiente copa. Entr
anto, el doctor Baggeley se había levantado parnuevamente pasearse preocupado y pensativo. S
detuvo.—¿Sabe usted, querido amigo, si ha traíddinero? Eso constituiría una prueba de que es dverdad mujer de Ned Hoolihan. Después de todo
ed es muchas veces multimillonario, aunque se
en dólares.
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Tim se terminó la bebida y puso el vaso en unmesa auxiliar con un sonido seco tan concluyenteque el doctor lo rellenó distraídamente dnmediato de la botella que ahora estaba en l
episa de la chimenea.—Escuche, doctor Baggeley —dijo Ti
osegadamente—, si me hace el favor de sentarsde nuevo en su sillón, le contaré cuanto sé de
dinero de Crawford MacPherson y sus planes.—Sí, muchacho.Se sentó obedientemente, calmándose,
encendió un cigarrillo.—Según ella, tiene una cantidad de diner
limitada, millones y millones, todo el cual puedgastarlo con la aprobación del señor Hoolihan, sesposo. Parece que pueda hacer con él lo ququiera, pero tiene un plan, un plan para cambia
oda la faz de Irlanda.—¡Dios mío! ¿Y eso por qué?—Porque odia a los irlandeses.—Bueno, muchacho, eso es cierto de mucha otr
gente, pero hay poco que puedan hacer al respecto
¿Qué razón en particular tiene ella para odiar a lo
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rlandeses?—Porque tras la Gran Hambruna de la que hac
muchos, muchos años, cuando se malogró lcosecha de patata, América fue invadida po
millón y medio de irlandeses, emigrantes muertode hambre si prefiere, pero que salieron adelantee establecieron allí, y crecieron y s
multiplicaron.
El doctor Baggeley asintió con la cabezaadmirando el don de exponer concisamente quhabía demostrado tener Tim.
—Por supuesto que no es solo esta influencia lque fastidia a Crawford MacPherson. Es lo que lo
rlandeses llevaron con ellos y sembraron eAmérica, cosas que le parecen terribles y sucias.
—¿Qué tipo de cosas, muchacho? ¿Quiere decbailar acompañados del violín... «Los rastrillos d
malvas», «Los tresnales de cebada» y «Ojea lhembra de reyezuelo»?—No, no, doctor. Dijo que llevaron la
borracheras, y pensiones llenas de mujerepintadas... y la sífilis... y la religión católica.
El doctor chasqueó la lengua.
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—Palabra de honor, muchacho, que no podríestar de acuerdo con que los irlandeses fueropioneros en esas cosas. ¿Y la Iglesia católicaCielos, ¿no pertenecemos usted y yo a ella? ¿Y
ecuerda usted al presidente Kennedy?—Sí. Pero Crawford MacPherson no.—Aquí tenemos a los Caballeros de Columbano
ecuerde. Convertir a los forasteros es lo suyo,
creo que obtienen una indulgencia por cada almacuarenta años y cuarenta cuarentenas, o algo por eestilo.
Tim meneó la cabeza.—Crawford MacPherson tiene un plan, docto
Un asombroso plan a largo plazo. Quierasegurarse de que nunca volverá a haber una GraHambruna en Irlanda debido a que se malogre lcosecha de patata. Y lo cierto es que eso podrí
uceder por culpa del modo escandaloso en que lgente de aquí hizo una mueca de desprecio a «LMaravilla del Terremoto».
—Cuánta razón tiene, muchacho. Más de una vehe tratado de convencer a Billy Colum y su
amigos para que hicieran licor clandestino de
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Terremoto. ¡Con eso sí que cogería uno una trompcomo un piano!
—Pero —prosiguió Tim—, dice que cualquiepatata es en su mayor parte fécula. Quiere que aqu
a la patata la sustituya el sagú, que hastproporciona más fécula y es mucho más resistentEl sagú crece en árboles. Quiere que haya bosquede árboles de sagú por toda Irlanda. Quier
comprar todas las tierras de labranza y que el sagea obligatorio.Un paulatino asombro y placer fueron cubriend
el vasto semblante del Honorable Doctor EustacBaggeley. Casi saltó de su sillón y se puso de pi
obre la esterilla de la chimenea, inclinado haciTim.
—¿Sagú? ¿Sagú? Ah, hijo mío de mi alma, mdevuelve usted a Sumatra, a mis días en e
Ejército. ¡Sagú, por san Kevin de Glendaloughbendito sea! La misma palabra sagú significa panmuchacho.
—A mí no me gusta, doctor.—Ah, debe de confundirlo con la tapioca. Est
e obtiene calentando la raíz de la mandioc
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amarga, un arbusto tropical de la familia de laeuforbias. La fécula se produce, sin duda, pero niene nada que ver con el sagú. A la tapiocambién se la llama yuca.
—¿Qué me dice, doctor?—Así es, muchacho. En determinadas partes d
Sudamérica, la carne y la yuca son casi la únicdieta de los nativos. Y se las arreglan con ella
pero el sagú les haría unos hombres.La cara de Tim se nubló como con admiración.—¿Cree, doctor, que se podrían cultivar lo
árboles del sagú aquí?—Por supuesto, muchacho. ¿Por qué no? ¿N
enemos la corriente del Golfo? ¡Cielos, estoentusiasmado!
—¿Entusiasmado?—Estoy encantado. Tal vez sea porque so
médico militar, ¿pero sabía que los indígenas deBrasil descubrieron que al asar los tubérculos da mandioca se descomponía el ácido cianídric
de la savia blanca y lechosa?—No, ¿pero es por eso por lo que está uste
entusiasmado?
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—Bueno, no exactamente, pero el arbusto duca crece rápidamente en cualquier sitio, y acab
con las malas hierbas. Sin embargo, lo que yprefiero es el sagú.
Tim dio una chupada a su pipa. Le resultaba mábien difícil que el doctor precisara, y ahora leñora Crawford MacPherson había caíd
momentáneamente en el olvido. El doctor se habí
rasladado hacia una bandeja abarrotada dmedicinas que había en su escritorio eleccionaba jovialmente entre lo que contenía.—Muchacho —dijo—, espero volver a ver, per
en Irlanda, los dorados palacios de Siam, lo
orreones y cúpulas de Malaca, y las aceracubiertas de horneados pasteles de sagú... ah, ealvaje y bruñido encanto de Oriente.
Había encontrado simultáneamente una ampoll
una jeringuilla hipodérmica.—Pero Crawford MacPherson —alegó Tim—dice que pasarán años antes de que esos árbolecrezcan.
El doctor se había puesto a sí mismo un
nyección junto a la nalga izquierda, atravesand
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con la aguja la tela del pantalón. Luego se sintiatisfecho.—Una palma de sagú de la cepa adecuada, Tim
querido —dijo—, puede madurar en quince años.
—Bueno —replicó Tim—, dice que va mportar sagú a este país en buques aljibe, par
dar de comer a la gente en tanto crecen loárboles, ¡y así desacostumbrarla de las patatas!
El doctor sonrió, pero su rostro estabigeramente ausente, caviloso.—Debo conocer de inmediato a esta interesant
valiente mujer, Tim. Ha de hallarse ahora ePoguemahone Hall, supongo. Pero antes de qu
vaya es fundamental que usted mismo se instruyobre esta gran novedad, algo que cambiará d
forma radical la historia de Irlanda posteriormente todo el marco social de la Europ
Occidental. ¿Ha oído hablar de Marco Polo?Otro extranjero, pensó Tim. ¿No era bastante dmomento tener que arreglárselas con esescocesa?
—Creo que no, señor —dijo con frialdad.
—Bueno, hay libros aquí. A ver...
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Se levantó y caminó con paso firme hacia laecargadas estanterías, mientras buscaba con l
vista y tocaba los lomos de los volúmenes codedo indagador. Bajó dos y se detuvo, en busca d
un tercero.—El caso es que —dijo, todavía dándole l
espalda— aunque un árbol tarde en crecer quincaños o más, solo se dispone de aproximadament
diez días para talarlo. Hay que hacerlo cuandabre en flor, de no ser así se pierde el sagú. Vodo a alimentar las flores. ¿Comprende
muchacho?Había regresado a su asiento, poniendo tre
ibros sobre el escritorio y examinando uno dellos.
—Bueno, si así son las cosas, doctor —dijTim, expansivo—, los árboles deberían espaciars
por lo que se refiere al momento de plantarlos, dotro modo habría decenas de miles de árboles qunecesitarían ser talados casi en el mismo día... ¿dónde se conseguiría la mano de obra en esacircunstancias?
El doctor sonrió, concediéndole su aprobación.
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—Pero qué alerta está usted —dijo—Espléndido! Creo que la buena mujer de Neendrá en usted a un capacitado lugarteniente. S
ahora estoy marcando ciertos pasajes en esto
ibros con tiras de papel. Quiero que se tome uespiro y lea esos pasajes: aquí, quiero decir, hoy
Y lea también cualesquiera otras partes que lnteresen. En esta tarea puede contar de form
limitada con el producto de la Destilería dKilbeggan, de Locke.Se levantó al tiempo que lo hacía Tim
orprendido.—Pero —preguntó— ¿qué hay de mi nueva jef
en Poguemahone Hall?El doctor le dio unas palmaditas en el hombro.—No tiene por qué preocuparse por eso lo má
mínimo, muchacho, pues ahora mismo voy a verla
Le explicaré que le he pedido a usted quemprenda una investigación que le resultará mugrata. Así que siéntese y relájese, y tómese otrcopa. Cuando baje comprobaré que Billy Coluavanza en la colocación de esos tablones en e
alón. Y le diré a Sarsfield que no le moleste
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usted aquí y que solamente le suba una bandejpasadas unas horas.
Tim Hartigan sonrió. Sabía que este hombrpodía ser totalmente inaguantable, pero que tení
el corazón en su sitio.—Bueno, gracias, doctor —dijo—. Es usted mu
amable. Haré como dice. Pero me gustaría quadvirtiera de una cosa a Sarsfield Slattery.
—¿De qué se trata?—Nada de sagú.—¿Cómo? Bueno, ejem, nada de sagú.Haciendo un ademán con la mano, el doctor s
fue; llevaba un bolso muy pequeño.
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5
Tras tomar en sus manos el primer libro, TiHartigan regresó a su asiento y le echó un vistazoLetra de muy buen tamaño, observaprobatoriamente. Abriéndolo finalmente por eeparador, lo puso bocabajo y atendi
meticulosamente a su vaso, sirviéndose ugeneroso cuarto del medicamento de Lockeañadiéndole un poco de agua para potenciar eabor y luego echándoselo con gratitud gaznat
abajo. No era de sorprender, reflexionó, que en loviejos tiempos los monjes fueran grandes eruditopues tuvieron el ingenio de hacer en el mismo sitien que moraban la medicina que daba a la mentmadurez y aplomo, saciando la sed corporal a
iempo que aguzaban la sed de sabiduría con esvino de los toneles de los viñedos dconocimiento humano de Dios. Miró con simpatía biblioteca a su alrededor, después llevó su libr
los recipientes al gran escritorio y se retrep
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leno de agradecimiento en el sillón particular deHonorable Doctor Eustace Baggeley. Entoncecomenzó su lectura.
El depósito de cosmografía dietética dSleator , pág.627:
La verdadera palma de sagú prospera e
emplazamientos bajos y pantanosos, y crec
hasta una altura máxima de treinta pies. Madur
ara ofrecer fécula entre los quince y los veint
años. Todo el interior del tallo estará par
entonces obstruido con una sustancia medula
encerrada en una cáscara dura (la única maderdel tallo). En esta fase, se observará que el árbo
echará unas florecientes espigas terminales,
después de tres años estas maduran y s
convierten en frutos y semillas. Si se deja qu
continúe el proceso, toda la fécula se consumiráel tallo se hará una cáscara hueca, y la plant
habrá muerto en ese supremo esfuerzo. Per
nmediatamente aparecen las espigas en flor, e
allo se corta, troceado en porciones que van d
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os cuatro a los seis pies de largo, y son llevada
a la fábrica.
Allí se parten longitudinalmente, y se saca s
écula medular. Esta se arroja al agua y se lav
hasta que todo el material fibroso y otrampurezas quedan flotando en la superficie
espués de permanecer así un tiempo, la fécul
e asienta en el fondo de la artesa, y se lav
ucesivamente y se decanta el agua. Entonces seca y constituye lo que se llama «harina d
agú».
Para prepararla para las tiendas, la harina s
vuelve a humedecer y se introduce en sacos, e
os cuales se puede agitar y golpear bien cuandcuelga del tejado de la estancia.
Después se restriega sobre cedazos de diferent
malla hasta que se separa en «sagú perla», «sag
ranulado» etc., cuando se seca al aire libre obre hornos.
El refinado del sagú hasta los grados qu
demanda el mercado europeo lo realiza
mayormente los chinos de Singapur...
Alrededor de 1913, la importación media anua
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en el Reino Unido de sagú, harina de sagú
cernido de sagú fue de unas 29.000 toneladas.
* * *
El libro de Marco Polo el Veneciano (2 vols.del coronel Sir Henry Yule, vol. II, pág. 300:
La gente no tiene trigo, pero sí arroz que tom
con leche y carne. También tienen vino dárboles como de los que os hablé. Y os referir
otra gran maravilla. Poseen una especie d
árboles que producen harina, una excelente flo
que se come. Estos árboles son muy altos ruesos, pero tienen una corteza muy fina,
dentro de esta se hallan repletos de harina. Y o
digo que Micer Marco Polo, que fue testigo d
odo esto, contó cómo él y sus acompañante
robaron esta harina hecha pan, y les pareciexcelente.
Ibíd., págs. 304-305:
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Una interesante información sobre el árbol d
agú, de la cual también Rodorico ofrece u
relato; Ramusio sin embargo es aquí má
completo y más exacto: «Al quitar la primer
corteza, que no es muy gruesa, se llega a lmadera del árbol, que forma un grosor tod
alrededor de unos tres dedos, pero dentro de est
hay una médula de harina, como la del Carvolo
os árboles son tan grandes que hacen falta dohombres para medirlos en palmos. Meten est
harina en tinas de agua, y la sacuden con u
alo, y entonces el salvado y otras impureza
ascienden a la superficie, mientras que la harin
ura se hunde en el fondo. Entonces se tira eagua, y se coge la harina ya limpia que queda
e hace con ella una pasta en tiras y otra
ormas. Micer Marco Polo las tomó a menudo
e trajo algunas a Venecia. Parece pan de cebad sabe muy parecido. La madera de este árbol e
como el hierro, pues si se arroja al agua se v
directamente al fondo. Se puede partir en líne
recta de un extremo a otro como si fuera un
caña. Cuando se ha retirado la harina
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ermanece la madera, como ya se dijo, con u
rosor de tres pulgadas. Con esta la gente hac
anzas cortas, no largas, porque son tan pesada
que nadie puede llevarlas o blandirías si so
argas. Un extremo se afila y se chamusca en euego y, cuando se ha preparado así, atraviesa
cualquier armadura, y mucho mejor de lo que l
hace el hierro.»
* * *
El archipiélago malayo en 1896, de A. EWilliams:
Cuando hay que hacer sagú, se selecciona u
árbol adulto justo antes de que vaya a florecer
s cortado por una altura cercana al suelo, la
hojas y peciolos se quitan y se arranca un
ancha tira de corteza de la parte superior deronco. Esto pone al descubierto la materi
medulosa, que es de un color mohoso cerca de l
base del árbol, pero más arriba de un blanc
nmaculado, de una dureza como la de un
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manzana seca, pero con fibras leñosas que l
atraviesan separadas alrededor de un cuarto d
ulgada. Se corta la médula o se deshace hast
que se convierte en un polvo grueso, por medi
de una herramienta construida para estropósito...
Se vierte agua sobre la masa de la médula, l
cual se amasa y se aprieta contra el tamiz hast
que la fécula se disuelve por completo y pasa u través, momento en que los desperdicio
ibrosos se tiran, y un nuevo cubo lleno l
reemplaza. El agua cargada con el sagú pasa
una artesa, con una depresión en el centro, dond
e deposita el sedimento, y el agua sobrantcorre por una salida llana. Cuando la artesa est
casi llena, con la masa de fécula, que tiene u
ono levemente rojizo, se hacen cilindros de una
reinta libras de peso, y se los cubrcuidadosamente de hojas de sagú, y en est
estado se vende como sagú en bruto. Hervido co
agua, este forma una masa espesa y pegajosa
con un sabor más bien astringente, y se com
acompañado de sal, limas y guindillas. El pan d
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agú se hace en grandes cantidades, y se cuec
haciendo pasteles con él en un pequeño horno d
barro de seis a ocho pulgadas de ancho, y l
mismo de largo, que contiene seis u ocho rendija
enfrentadas, de unos tres cuartos de pulgada dancho cada una. El sagú crudo se parte, se sec
al sol, se pulveriza y finalmente se cierne. E
horno se calienta sobre una lumbre débil d
brasas, y se llena levemente con polvo de sagúntonces se cubren las aberturas con un troz
iso de corteza de sagú, y en aproximadament
cinco minutos los pasteles están lo bastant
cocidos. Los pasteles calientes están muy rico
con mantequilla, y cuando se hacen con eañadido de un poco de azúcar y coco rallado, so
deliciosos. Son blandos, y algo parecidos
asteles de harina de maíz, pero poseen un liger
abor característico que se pierde en el sagrefinado que usamos en nuestro país. Cuando n
e desea usarlos de inmediato, se secan al so
durante varios días, y se atan en manojos d
veinte. Entonces se conservan años; están mu
duros, y muy ásperos y secos.
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Tim cerró el libro, acabó lo que le quedaba dbebida y rellenó el vaso pensativamente. Frunciel ceño un poco mientras llenaba la pipa. ¿Cóm
podía seriamente la gente intentar vivir del sagú¿Es realmente un alimento básico, como el pahecho de harina de trigo entre nosotros? ¿Y a esgente de Oriente le parecería muy raro que lo
rlandeses depositaran tanta confianza en lapatatas, incluso si las patatas fueran (y seguro quno lo eran) «La Maravilla del Terremoto»? Segúodos los relatos, el Jardín del Edén no er
pantanoso y era bastante seguro que ningún alt
árbol de sagú resguardaba del calor del somientras Adán y Eva escarbaban el suelo sipecado para obtener las primeras patatas demundo. Encendió la pipa y entornó los ojodejándose llevar por el ensueño.
La puerta se abrió hacia el interior con un ruid Sarsfield Slattery se precipitó dentro, alerta
algo amenazadoramente.—Tim, ¿ha estado aquí Billy Colum?
—No. Aquí no ha estado nadie. ¿Por qué?
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—Le traía una taza de té y una rebanada de pamoreno. El doctor me dijo que estuviera pendientde él. ¡Se ha ido!
— ¿Ido? Cielos, estaba aquí leyendo alguna
cosas sobre el sagú para complacer al doctor ybueno... pensando... y bebiendo. Creía que Billeguía trabajando ahí abajo.
—Bueno, ha desaparecido de la faz de la tierra
El doctor está en tu casa. Lo mejor será que lelefonee.Tim asintió con la cabeza, sin esperanza.—Supongo que es lo más prudente —se mostr
de acuerdo.
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En Poguemahone Hall, Tim decidió abandonar Sarsfield y subir solo a las habitaciones privadade Crawford MacPherson. Habiendo pasado tavelozmente de la sencillez a la complejidad svida, ahora empezó a temer una confusión si
ímites y resolvió por lo que a él tocaba ser máque cuidadoso. ¿Qué cosas inauditas no podíaesultar de la colisión del doctor atiborrado d
medicinas y una extranjera que no estaba en su
cabales? ¿Qué cosas incomparables podíauceder en la casa de Ned Hoolihan mientras spropietario estaba arriba en un avión, trazando emapa de su imperio petrolífero de Texas marcando el lugar de un pozo de extracción? Ti
lamó a la puerta y entró.El Honorable Doctor Eustace Baggeley estab
elegantemente tumbado en el ancho sofá, con unamplia sonrisa y un brillo en los ojos. Crawfor
MacPherson se hallaba en el sillón al lado de
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fuego: no enojada, no afable, sino aparentementde un aceptable humor neutro.
—Bien, Tim, ¿qué ocurre? —preguntó la mujer.—Está usted pálido, muchacho —sonrió e
doctor.Tim se permitió tomar asiento, pues su ingestió
de la bebida de Locke había, de algún mododisipado su natural reserva.
—Pensé que debía poner en su conocimientodoctor, que ese Billy Colum suyo ha desaparecidoSarsfield Slattery lo echó de menos y después dbuscarlo y de gritar su nombre, creímos qudebíamos venir aquí y hacérselo saber d
nmediato.MacPherson posó en la mesa el vaso que tení
en la mano.—¿Qué es esto, doctor? ¿Gente que desaparece
¿Cadáveres de inocentes quitados rápidamente den medio? Pensaba yo que la cosa estaba tranquilen este país.
El doctor agitó alegremente una mano.—Mi querida Crawford, nada en este mundo est
iempre tranquilo. Billy es un hombre la mar d
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aro, lleno de caprichos y que carga con la crudel reumatismo. Probablemente reaparezca dentrde pocos días. Puede que haya ido a Killoochter ver a su anciana madre. ¿Dejó algún mensaje
Tim?—Nada, señor. Simplemente desapareció.MacPherson se puso en pie.
—Parece que he tenido la desgracia d
ropezarme con algún tipo de criminalidad en scastillo, doctor. Algo que huele a secuestroagrícolas, a fenianismo o a algo así. ¿Dónde esta policía? Puedo llamar al embajador american
en Dublín, si hay algún teléfono que funcione e
este distrito impío.El doctor también se levantó, con el buen humo
ntacto.—Nada de eso, señora mía. Billy e
completamente inofensivo, y un carpintero dprimera. Me estaba revistiendo con paneles dmadera un salón. Mire, en este país no tenemohorarios de oficina. Nunca se sabe. Podría habeecordado de repente que tenía que mandar un
carta, y para eso hay que caminar durante do
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millas y media.La mujer bufó.
—No tengo la menor duda —dijo, con voevera— de que sus malditas patatas causa
debilidad en la cabeza lo mismo que en los huesoEn cualquier caso, es un trabajador suyo, doctoDeberíamos ir e investigar.
—Pero mi querida Crawford...
—¡Ahora mismo!En un tiempo sorprendentemente breve tomaroos abrigos y sombreros, y todo el grupo, incluid
Sarsfield Slattery, se metió en el añejo Bentley dedoctor. Nada podía perturbar el aire triunfal d
este y, cuando el coche arrancaba, advirtió a snueva pasajera sobre qué podía esperar de ladescuidadas carreteras rurales de Irlanda, aunquel trayecto fuera de menos de una milla.
—No soy una absoluta principiante, doctor —contestó ella—. Desembarqué del trasatlánticcerca de Cork y conduje mi propio Packard hastaquí, y las montañas de Kangchenjunga no podríaer peores. ¿Por qué no tiene aquí la gent
elegantes ponis y cabriolés en vez de eso
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carricoches tirados por burros?—Los ponis —contestó el doctor— no sirve
para las faenas agrícolas en los campos pequeñoAquí lo que necesitamos son animales para tod
uso, y carros que puedan transportar patatas abono lo mismo que gente. Cuando estaba en eEjército, en las afueras de Singapur, arábamos covacas. ¿Ha tomado usted alguna vez mantequilla d
ak, Crawford?El doctor se rió.—Claro que no, pero aunque es deliciosa, com
el queso de sagú, no es tan nutritiva como lmantequilla de vaca.
— ¿Nutritiva? Esa es la bobada que dicen lomédicos en todo el mundo: ¡nutritiva! ¿Sonutritivas las patatas? La utilidad de la comida emantener viva a la gente, y en su propio país. La
patatas apenas son conocidas en los EstadoUnidos. Sorprende lo fácilmente que los irlandeseque llegan allí se olvidan de sus papas nativas.
—Eso me recuerda —se interpuso Sarsfield—que Billy Colum se marchó sin comer.
El doctor había ido conduciendo su viejo
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garboso coche y ahora se aproximaba a sespléndida entrada almenada, siemprhospitalariamente abierta, con las verjas haciadentro de par en par permanentement
emparedadas entre piedras y helechos.—Henos aquí en Sarawad, Crawford. La palabr
Sarawad es gaélica y significa «antes de que pasmucho tiempo». Un nombre delicioso, convendrá
Equivale a esperanza y mejores tiempos en eporvenir.Mirando en derredor, la mujer dijo:
—Aquí toda la gente dice un montón dobscenidades y tonterías. Parte de la culpa pued
que sea del clima, pero no toda. Espero que tengalgo de beber en casa, doctor.
El doctor se había apeado y se dirigía a lapuertas.
—Henos aquí, señora. El castillo de Sarawadhogar de los sin par productos alimenticios y lverdadera, arrebolada Hipocrene.
Crawford MacPherson no malgastó su tiempo nadmiración en la hermosa y antigua puerta ni en la
armas de caza y cabezas de animales que atestaba
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os muros; parecía dirigir el grupo, como si fuera dueña del castillo, subiendo las escaleras hasta sala que había sido escenario de los esfuerzo
de Billy. Las paredes artificiales de teca
nmaculadas y completas, relucían bajo la lunocturna al tiempo que una silla, un serrucho y epulcro desorden que deja tras de sí un buecarpintero se hallaban en mitad del suelo.
—Estaba aquí acabando el trabajo cuando baj—dijo el doctor dando golpecitos en un trozo dpared—. Le eché una mano y él parecía ser el diempre.—¿Estaba sobrio? —preguntó MacPherson.
—Tan sobrio como el día que nació, porquBilly jamás tocaba bebida embriagadora alguna
o es que la bebida fuera contra sus reglas, ni lamías tampoco, pero le sentaba fatal a s
eumatismo. Es que tenía reumatismo congénito, epobre. Soportaba como un mártir esa dolencianunca se quejaba ni permitía que lo deprimiera.
—Ofrecía todos sus dolores a Dios —dijo Tipíamente.
MacPherson miró furiosamente la habitación
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uego una cara tras otra.—¿Cómo puede ser carpintero un lisiado? —
nterrogó.—Oh, el doctor en persona lo cuida —contest
Sarsfield—. Se maneja de lujo, mujer.—¡No se atreva a llamarme mujer!—El caso, Crawford —medió el doctor—, e
que lo que le aqueja verdaderamente no es l
anticuada inflamación de los músculos y del tejidde las articulaciones, sino una afeccióverruculosa de los tendones que lo deja baldado con el ánimo por los suelos, pero un dardo mío lvuelve a poner en condiciones, lo mismo que se d
cuerda a un despertador. Puede estar segura de qucuido a mis empleados.
—Ya. Sus músculos están bien, pero loendones están siempre destrozados. Supongo qu
esa situación lo agravaría. ¿Y es dado desaparecer de esta forma?—La verdad es que no, Crawford —contest
afablemente el doctor—. Pero él dispone cómorganiza su tiempo cuando hace un trabajo, y l
hace a su modo, ¿sabe? Aquí somos como un
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familia feliz. Billy Colum tenía algo de artista. Ne le pueden meter prisas a alguien así; no s
quiere que haga un trabajo con estilo, como edebido.
—Y dígame, doctor, ¿esas inyecciones le danáuseas o lo trastornan de algún modo?
—No, qué va. A veces le hacen cantar, le ayudaa salir de sí mismo. También le ayudan a dorm
bien por la noche, pues tiene un poco de insomnio—¿Pero come bien?—Dios mío —interrumpió Tim—, ¿comer? L
mayoría de los días está tan hambriento que scomería a un fraile de los Hermanos Cristiano
Cuando Billy se sienta, hay zafarrancho dcombate. Dele un perol de estofado irlandéspatatas, cebolla, y toda la carne que sea, y se lzampará llenándose el gaznate como un poseso.
MacPherson lo miró ferozmente.—¿Quiere decirme, joven, que es adicto a lglotonería? Doctor, ¿podríamos, solos usted y yovisitar sus habitaciones?
—Será un placer, Crawford.
Tim y Sarsfield se miraron el uno al otr
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astimosamente mientras partían sus superioreEsta mujer no hacía distingos entre personas clases. Era tan imperiosa y autoritaria con edoctor como con ellos, y aparentemente creía qu
el dinero de su marido había demolido todas labarreras.
—La tipa esta —dijo pensativamente Sarsfiel— me está poniendo de los nervios.
—No me digas, pobre —replicó Tim secament—. Es la primera vez que está aquí, y puede que lúltima. Pero yo tengo que vivir con ella, día noche, y puede que se quede en Poguemahondurante años; durante años, tío. ¿Te gustarí
cambiarte por mí?—Antes me iría a los Estados Unidos, com
Hoolihan. Pero Billy... Sé que a veces el doctor lda un pico con su propia aguja. Algo terrible va
pasar. No oí a Billy abandonar la casa, en realidano lo eché de menos hasta que fui a llamarlo para comida.
—¿Por qué todo este lío? —preguntó Tim coono malhumorado—. Acabó su trabajo y tal ve
decidiera largarse a tomar una copa. ¿Oíste a
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doctor decir que Billy es abstemio total? Esa sque es buena.
—Escucha, Tim —dijo Sarsfield de formapasionada—, sabes muy bien que a Billy no se l
ocurre ese tipo de ideas. Cuando está cansado drabajar y hambriento, la única idea que tiene en l
cabeza es atacar ferozmente la comida. Lo sabede sobra.
Tim no prestó mucha atención, pues estabexaminando y pasando revista a los paneles dmadera; un trabajo bien hecho, había de reconoce muy habilidoso.
—Esperemos —dijo finalmente— que Billy n
aparezca ahogado en un agujero en la ciénaga.—¿La señora te deja fumar? —pregunt
Sarsfield.—¿Qué? —dijo Tim con voz áspera—. ¿Fuma
o? Fumaré mi pipa cada vez que quiera y dondquiera.Sarsfield encendió un cigarrillo y le di
agradecido una chupada, sin dejarse intimidar poas voces que regresaban.
—Puesto que tiene usted el instrumento, querid
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—dijo el doctor al entrar—, podría darles unpasada a los pechos de esos dos chicos. Fumacomo carreteros, algo de lo que yo personalmentme mantengo alejado. ¿Alguna noticia, chicos?
—Nada —dijo Tim al tiempo que observaba quMacPherson blandía un estetoscopio.
—Dios santo —susurró Sarsfield, estupefacto.—Enséñeme, doctor —dijo bruscament
MacPherson—, dónde acabó la tarea edesaparecido.—Claro —contestó el doctor—. Me detuve par
hablar con él y le eché una manita, de aficionadousto aquí, mire.
Ella asintió con la cabeza y, con los auriculareen su sitio, comenzó a pasar la campana deestetoscopio sobre esa sección en particular de lpared, inclinándose para cubrir las parte
nferiores. De repente se volvió a erguir y cambide opinión.—Usted —dijo abruptamente a Tim Hartigan—
coja un escoplo o algo y rompa los paneles eesta juntura!
Frunciendo el ceño, Tim se agachó sobre la
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herramientas. Aún jovial, pero un pocpreocupado, el doctor intervino:
—Pero, querida, eso ya es trabajo terminadoQuiero decir que sería una pena romperlo.
Tim entregó cuidadosamente un escoplo y umartillo a Sarsfield.
—Pues sí, doctor. También sería una pena quuno de sus trabajadores perdiera la vida.
Tras un gesto de conformidad de su empleadoSarsfield introdujo el borde del escoplo en ununtura apenas perceptible y empezó a martilleaoscamente hasta que los ruidos del destrozerminaron con un hueco desigual cavado en lo
paneles. MacPherson miró dentro.—Rápido, muchacho —gritó ella—, part
algunos más hacia el suelo y sáquelo. ¡Está ahboca arriba!
Siguió la confusión de la faena y de las vocehasta que Tim se halló tras los paneles arrastrandal comatoso Billy para ponerlo en pie manipulándolo hacia la luz de la abertura y eescate final.
—Vaya, Dios santo —dijo el docto
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boquiabierto—, ¿cómo demonios pudo encerrarsél mismo en la pared? Las puntillitas estáclavadas de afuera adentro. Diantre, esto es ecolmo. ¿Cómo te encuentras, Billy?
MacPherson, con las manos en las enormecaderas, tenía una expresión torva.
—Doctor, ¿le ayudó usted en este trabajo? ¿Lpuso una inyección para sus tendones?
Billy estaba sentado desconsoladamente en euelo, solo parcialmente consciente.—Está volviendo en sí —gritó Sarsfield.
—Claro que le ayudé un poco —dijagradablemente el doctor—. Esa aflicció
verruculosa podía hacer que un trabajo delicadcomo este saliera mal.
—Más vale que lleve a la cama a este hombr—dijo MacPherson a Sarsfield—, y despué
engamos un receso en su biblioteca, doctor.—Será un placer, querida —contestó el doctoa recuperado por completo su buen humor—
Siempre hace falta que alguien cuide todo eiempo a esos hombrecillos tan descuidados.
Sin decidirse al principio, Tim siguió a sus jefe
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a la biblioteca, contento de haber apartado anteus libros y utensilios para beber. MacPherson sentó junto al fuego; poniendo el estetoscopiobre el escritorio, sacó la botella de Locke y tre
—sí, tres— vasos. MacPherson bebió agradecidaaparentemente juzgando que la situación era upequeño triunfo para ella.
—Querido doctor —dijo—, discúlpeme s
mostré modales algo bruscos en este pequeñmisterio. Pero me turba el sufrimiento humano. Eses la razón por la que creo que el dinero del qudispongo debe aplicarse a la mejora de lacondiciones del hombre en general.
—¿Mediante la ingesta de sagú, querida?—Ese es un modo, el modo fundamental par
rlanda. Pero no es en modo alguno cuestióexclusiva del estómago, de dieta, ni siquiera de
nsólito cambio del panorama nacional. Con vastaplantaciones de pinos de sagú por todo el paíhabrá, por ejemplo, una nueva vida salvaje erlanda...El doctor dio una palmada.
—Qué encantador, muchacha. Créame que m
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emociona. En mis tiempos del Ejército —eealidad, durante todos mis días juveniles—, l
caza era una preocupación mía que casi llegó hacer que relegara a un segundo lugar mi trabajo
unca disfruté disparando a la gente, simportarme un pimiento si eran negros o culíes.pero los tigres! ¡Ah, los tigres!
MacPherson consiguió mostrar el fantasma d
una sonrisa.—Ya, pues yo en mis días juveniles —dijo ell—, cuando investigaba el sagú en las partes máalvajes de Sumatra y la península malaya, tuv
que estar alerta ante algunas fieras enormes com
el elefante asiático, el bisonte y el rinoceronte, varias clases de oso...
—¿Qué me dice? ¡Cáspita!—Pero estos grandes mamíferos apena
hallarían su sustento en Irlanda, incluso si se lepermitiera matar y comerse a la gente. Loanimales salvajes más pequeños, sin embargopueden ser más mortíferos. La rata del sagú enativa de todo territorio en que crece el pino. E
apir, el sambhur y el siamang, un extraño tipo d
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imio antropoide, seguramente surgirán aquTambién el macaco cangrejero prosperará eConnemara. No estoy segura de que vengan el tigrasiático y la pantera negra, pues son animale
depredadores muy distintos, pero puedeesperarse muchos felinos más pequeños de lungla y jabalíes. Serían incontables las especie
de aves foráneas que se posarían en los pinos d
agú...—Ah, querida... la perdiz azul, el faisán argos a cerceta del algodón, los vi en las casas d
comidas de Hong Kong.—Sí, doctor, pero algo que no se debe ignora
on los enjambres de nuevos insectos, monodomésticos y serpientes cuadrúpedas y, por todoos santos, el jaleo que armen será algo nuevo par
este país, particularmente de noche.
Hubo un breve silencio de reflexión.—¿Está segura, mi querida Crawford, de questa... esta turbación de hemisferios, por así decimerece la pena por el mero interés de cambiar lpatata por sagú en este país?
MacPherson posó elegantemente su vaso vacío.
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—Por supuesto. ¿No viven millones de personaen esas condiciones en Oriente? ¿Qué sucedería odos decidieran emigrar a América?—Mmm. Sería un mal asunto. ¿Otra copa?
—Gracias.—¿Tim?—Gracias, doctor.—Tengo que volver a casa, doctor, muy pronto
Tengo cartas que escribir y notas que apuntar. Hido un gusto conocerle.El doctor sonrió sinceramente.—Ah, mi querida Crawford, para mí ha sido u
placer y un honor supremos dar la bienvenida
estos pobres lugares a la esposa de mi queridamigo Edward Hoolihan. Le pediré a SarsfielSlattery que la lleve a casa en mi coche.
—Muchas gracias. Volveremos a vernos dentr
de pocos días. Quiero hablarle de otro derivadmuy importante. Me refiero a los muebles de sagúY así, un encuentro tan extraño en su
consecuencias llegó a su final aquella noche.
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7
Al llegar a Poguemahone Hall, Tim Hartigan sdespidió de la nueva dueña, recogió en el salóuna carta aérea dirigida a él mismo y se dirigió u aposento en la cocina. Estaba cansado, ntestinalmente un poco irritado por el whiske
gastado. Se fue a la cama, volvió a encender lpipa y abrió la carta.
Querido Tim:
Las cosas se están poniendo muy difíciles aquUn nuevo pozo petrolífero se pavonea con su torrcada tres días y no creo que consiga alcanzar máde quince horas de verdadero sueño a la semanaotalmente solo y en perfecta paz, paz que fue sol
posible reservando la planta entera del Hotel BluWater Gulf en Corpus Christi con una brigada dmis polis privados para mantener alejada a eschusma de la prensa y la tele y bloquear todos loasaltos telefónicos. No es que me falten ayuda
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ofrecimientos de auxilio. Esos ofrecimientos soan continuos y persistentes y caen sobre mí desd
cualquier sitio en un diluvio que en este momentengo los nervios de punta. Un cura jesuita, e
padre Michael Peter Conors, se las compuso parer invitado a desayunar conmigo so pretexto d
obtener una suscripción para un nuevo convento das Hermanitas de la Inmaculada Eucaristía e
Dallas (por supuesto, para la vieja Iglesia sigiendo un primo, como ya lo era cuando era uimple labrador en Poguemahone), y cuando sacó una especie de libro iluminado para que l
firmara y así fuera recordado en diez mil misa
que se ofrecerán por los benefactores en la capilldel convento durante veinticinco años a partir da fecha inaugural, una cajita de postas derescientos cincuenta y siete de Smith and Wesso
cayó sobre su maldito plato de beicon. Laeconocí, así como la caja, porque yo tambiéengo uno de esos pistolones. Apreté un timbrecreto que tenía donde el pie, bajo la mesa,
cuando dos polis se lanzaron sobre el jesuita este
o cachearon, resultó ser primo del congresist
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oshua Hedge, un amigo de verdad que tengo eWashington, creo. Este soplagaitas no planeabdispararme, por supuesto; solamente quería ucheque, no importa a qué cabrón fuera pagadero
para tener unos billetes con los que jugar y tal vepagarse unas vacaciones en Europa. Le dcincuenta pavos en billetes, pero le advertí quendría unas palabras sobre él con Hedge. Me d
a impresión de que aquí en Texas todo el mundva armado hasta los dientes y que cualquiehombre que acostumbre llevar pasta en el bolsilliene a un callado guardaespaldas tan cerca de é
como sus calzoncillos; no va al baño sin que u
pistolero se quede haciendo guardia ante la puertao necesito decirte que yo llevo un anticuado Co
45 y que sé cómo usarlo—, me dio clases y medihora de práctica cada día el sheriff de Fort Worth
un originario del condado de Clare llamadO’Grady. Llevo también un par de bolas de hierbabombitas unas mil veces peores que el gaacrimógeno, pero que ni tienen efecto en eanzador (mi menda) que se toma todas la
mañanas una pastilla de hierbamicina. No m
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escribas aquí, a Corpus Christi, pues mi cuartegeneral está aún en Houston. Me he mudado de lmansión de Old México y ahora tengo siete pisoen el Houston Statler, y por favor toma nota de es
dirección. George Shagge, el acerero de Laredoquiere que compre el maldito hotel entero y mnstale en él, pero no sé, creo que esperaré u
poco. Algunos de mis amiguetes de Arizona ha
ugerido que este estado se asienta sobre un lechde uranio, y tal vez Texas no sea mi última moradaPero me gusta esto. Este territorio es tan grande, an abultado, con tesoros bajo tierra, que u
hombre siente que lo descuida solo con estar en u
único sitio. El petróleo significa cientos de millade oleoductos de gran calibre, algunos van a mefinería de Houston y otros a las nuevas refinería
que estoy montando en Galvestone y Sabine,
ambién a Pensacola, en Alabama (no podemorasladar el petróleo a las costas del oeste y deeste si no es por buque aljibe). Aquí loferrocarriles están en manos de mangantes. Hadquirido una empresa que hace prospecciones e
Tulsa (Oklahoma), pues, córcholis, tengo opcione
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obre 1.858 millas cuadradas de nuevo territoriaquí, en Texas, donde los resultados de las pruebahan sido más que buenos. El número total de pozode perforación H. P. en funcionamiento en est
momento es 731. Dos tipos de aquí que conozco shan presentado a gobernador en el vecino estadde Nuevo México: Cactus Mike Broadfeet y HarrPoland. Y yo estoy calladamente apoyando a lo
dos porque así es como son las cosas aquí. Todeste estado rebosa de rufianes y políticos, ¿cuándo hubo diferencias entre ambas clases dgente? Estoy tan ocupado como el más cabrónpero no soy idiota: le sigo el juego a Kennedy
eré otro valiente católico estadounidense tapronto como obtenga la ciudadanía. Cactus Mikdice que estoy perfectamente bien, y que estestado de más de siete millones de almas tien
derecho a un cardenal y que si es elegido para epuesto de gobernador en Nuevo México tiene epropósito de instalar a algunos sobornadores usar dinero (mío, presumo) en Roma. Dios santoi quiere servir a la Cruz de ese modo, por qué no
dado que sirve o servía a la cruz ardiente con la
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opas del Ku Klux Klan, y ahora con unaelecciones a la vuelta de la esquina no hay escasede esos pistoleros en camisones de dormir qumeten el temor a Jesús entre los putos negro
Podrías creer que llevo suficiente tiempo en loEE.UU. como para tener algunos amigos por aquí por allá, pero sinceramente, Tim, estoy solo que tcagas y tengo que luchar como un descosido par
mantenerme lejos de los pelotilleros. Algunos dmis colegas, como se llaman ellos mismos, puedque estén bien en el fondo, pero carezco demecanismo mental necesario para distinguir cuálede ellos son sablistas o matones. Todos tienen u
profundo, sincero y no disimulado interés por edinero, MI dinero diría, y no puedo decirte qumayormente lo quieren para mantener en asilos prostitutas desgraciadas, enseñar el alfabeto
isiados ciegos, fundar nuevas órdenes religiosade monjas negras y mulatas y asegurarse sin génerde dudas de que los demócratas no perderán jamáeste estado. Cactus Mike Broadfeet tiene unnsignia que certifica que ha donado veinticuatr
pintas a Nuestra Señora de la Orilla del Lago d
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Sangre de San Antonio, pero puede que el botóquiera decir que se hinca veinticuatro pintas dicor de maíz a la semana, pues jurarías por Dio
que le arde la cara. Como creo que sabes, el únic
modo de moverse por este territorio, que es tagrande como Alemania, es por el aire. Yo tengdos aparatos, un reactor y un avión courbopropulsor, pero me pongo nervioso como u
cachorrillo allí arriba, aunque a todos loaviadores y polis les he hecho jurar por la Biblide Douai que jugarán limpio. Cuatro de mis chicohan sido tiroteados durante los últimos diez mese una muchacha que tengo de mecanógrafa result
an espantosamente atacada que en el hospital dueva York en el que ahora está se dice que nunc
volverá a andar o a ponerse en pie. Aquí logánsters no tienen el más mínimo respeto por e
exo débil. Con una elección estatal a la vuelta da esquina, los que van por ahí de noche son ahormuchísimos, y Harry Poland ha soltado en la tela gracia de que Cactus Mike Broadfeet sería e
hombre ideal para ser gobernador de Oklahom
alvo porque tiene gingivitis, su amor por e
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Partido Demócrata es falso, esconde una casa denocinio en la sacristía de su Primera Iglesi
Americana de los Presbiterianos de Plymouth iene poca esperanza de vida (lo último es alg
que Poland ha calificado al fiscal como unamenaza de asesinato). De algún modo, creo quCactus Mike se librará de esto porque es uauténtico tejano de las praderas, es propietario d
una gran cadena de fábricas de camisas que va a largo de toda la Costa Oeste y se ha corrido la vode que Harry Poland es un judío de Lituaniaaunque lleve una sagrada medalla de oro que ldio el cardenal Spellman y nunca pruebe la carn
el viernes. Tiene tiendas de fregonas de algodón eAustin, Amarillo y El Paso, pero los chicos diceque su verdadera vocación es el negocio de ladrogas y que estuvo ligado a esa rama de la mafia
Cosa Nostra. Naturalmente, toma «nieve» por ebien de su salud, y ese es más o menos el color du cara, ya que no de su alma. ¿Sabes? Estoy l
bastante loco como para competir por el cargo dgobernador en uno de estos estados, solo que aú
no poseo la ciudadanía. Lo que SÍ me gustaría d
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odas todas es que vinieses aquí y me echaras unmano en esto de llevar este fenomenal lío depetróleo, pero está claro que no puedes con todese trabajo que tienes entre manos allí, e
Poguemahone. Pero por Dios que necesito a uverdadero irlandés aquí. De todas formas, lacosas serán más fáciles en el futuro, cuando pongen marcha una verdadera organización: esa es l
gran y auténtica palabra de negociosORGANIZACIÓN. Señor, tenemos aquí líquido dobra para engrasar las ruedas. Solo nos falta tene
esas ruedas y organizarías para que giren.Bueno, Tim, he dejado para el final la gra
pregunta que no dejo de tener presente en estoiempos en el fondo de mi mente distraída: ¿Cóm
está Crawford, mi querida esposa? Estoy segurde que quedasteis conmocionados, e incluso ta
vez enfadados conmigo, por el modo abrupto en eque la descargué en vosotros sin avisar como edebido, pero, Tim, se puede decir que esa chicme salvó la vida cuando este súbitdescubrimiento del petróleo me trastornó y m
hizo lanzarme directo a la botella. En tres mese
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me hallaba en medio de una marea de bourbon, niquiera el más que decente destilado whiskey quenemos allí, dando órdenes en los campos d
petróleo, firmando opciones y cheques
contratando y despidiendo sin una idea clara de lque estaba haciendo. Dios misericordioso socupó de que Crawford estuviera en alguna partde mi oficina y la inspiró para que viniera a m
ado, guiara mi mano enferma, me salvara de mmismo y pusiera a mi disposición los mejoremédicos que se pueden hallar en todos los EE.UU un especialista de primera: el Dr. Feodo
Unterholtz de Austria. Nunca me quitó los ojos d
encima ni dejó que nadie me echara a perder, y unnoche incluso tuvo el temple de echar de casa Cactus Mike. Un ángel disfrazado si quieres, peren cualquier caso un ángel. Y no retrocedió cuand
hizo falta que se sacrificara ella personalmenteComo seguramente sabrás ya, es una estrictpresbiteriana, pero supo que yo nunca estaríverdaderamente a salvo, a salvo para siempre, menos que se casara conmigo. Bien puede
maginar la horrible lucha que se dio en su interio
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pues por supuesto sabía que yo era un católicrlandés y conocía la visión que nosotros tenemo
del sacramento del matrimonio. ¿Ves el obstáculcon que se hallaba? Creo que fue a ver al cardena
Spellman o al cardenal Cushing o a algún otro dforma secreta, pero una cosa te digo: cuando tuvque hacer frente a la terrible elección, Crawforno vaciló. ¡Nada de eso! Recibió instrucción de u
padre de aquí, aprendió las oraciones como uncolegiala de Castlebar y fue recibida en la Iglesia mis espaldas. Otra alma para Dios, Tim, ¿no somaravillosos los caminos de la Providencia? Yomaba tegretol y morfina y benzedrina y no sé qu
demonios más, pero una noche casi me caigo de lcama cuando ella me dijo que estaba todarreglado. Me convirtió en un hombre nuevo, pesar de estar enfermo. Ofrecí una novena d
agradecimiento a Nuestro Señor y Su SantísimMadre, y me importan un comino las befas que locínicos puedan hacer de todo el petróleo y edinero que poseo, no hubo ningún problema econseguir que el cardenal Cushing accediera
ofrecernos una Solemne Misa Nupcial Pontifici
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con coro gregoriano para la boda. Organicé unespecie de espectáculo doble al celebrar la misaa ceremonia nupcial y el convite en el Housto
Statler retransmitido en directo por circuit
directo de televisión al New York Hilton, donduvo lugar un segundo convite simultáneo, con eenador Hovis Oster y su esposa Bella eepresentación de mi mujer y de mí mismo, y cre
que puedes fiarte de mí si te digo que lo pasaroestupendamente todos (o los aproximadament7.500 invitados). Nuestra luna de miel en Miamfue muy corta, por supuesto, y muy cautelosa, lverdad, yo tomando Antabus, no sé si sabrás par
qué sirve esa medicina; santísimo Dios, es oler ucorcho y el pobre bebedor reformado se vdirectamente a tomar por culo.
Supongo que te preguntarás qué pienso acerca d
a idea genial de Crawford de poner fin pariempre al consumo de patatas en Irlanda. Buenoesta América es un gran país en el que más allá delimitado horizonte no hay más que otro horizont
que sigue haciendo señas, pero aún recuerdo co
mucho cariño la tierra que me vio nacer, mas he d
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decir que la manera lamentable en que locampesinos nativos trataron mi «Maravilla deTerremoto» aún sigue crispándome amargamenteSi los irlandeses no reconocen una sólida y buen
patata libre de bichos cuando les ofrecen unaentonces es que no merecen ninguna, eso es lo quo creo, y que se han hecho totalmente acreedore
a la decisión de que el sagú se convierta en e
fundamento nacional. La pobre Crawford trató dhacer que me interesara por el sagú, pero nada deso ha estado nunca en consonancia conmigoaunque quién sabe lo que pensaría con la edad quengo si hubiera tomado sagú desde la cuna, com
a nueva generación de irlandeses seguramentomará. Mi propia convicción y mi dinerespaldan totalmente el plan de Crawford porque
uno, el negocio sumamente delicado y complicad
de manejar los pozos de petróleo, los técnicogeológicos y mineros, los picatostes bancarios financieros, por no hablar de los políticoestatales o federales, no es una ocupación decentpara una joven casada y como Dios manda; y do
mi querida esposa halla la felicidad en l
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ealización de anhelos filantrópicos lejos de casaPara mí es un gran placer y motivo de consuelque haya decidido ver el gran mundo a partir de lesolución, Dios lo quiera, de mejorarlo, y a
hacerlo ayudarme a librarme de forma honorablde la carga de la gran riqueza que ha fluido hastmí, y que sigue fluyendo, en una marea econstante aumento, de suelo tejano. No hay en est
mundo mezquino muchas personas dedicadas a lodemás, y Crawford Hoolihan es una de ellas. Marlanda puede saludarla, con la bendita sant
Brígida y la reina Maeve y todas las otras mujerede nuestro pasado, sin olvidar a Gráinne
Agradezco humildemente a Dios que ella esté lejodel barullo y hedor de las paraderas del petrólede Texas, pues nadie puede pretender que lgasolina sea una cosa bonita. Y escucha, Tim: no t
engañes si parece de momento que le importas ubledo y te toma por el pito del sereno. Yo le dejas cosas claras, y le dije de forma categórica qu
por lo que a mí respecta tú eras el más decente capaz joven irlandés que viste y calza. Le dije qu
eras una especie de hijo para mí, aunque n
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abundé en ese punto. Crawford no va por ahabriendo su corazón a todo el mundo, pero es luficientemente astuta como para no equivocars
con un hombre como tú, ni tan siquiera con nuestr
común amigo Sarsfield Slattery. Ah, ¿cómo estSarsfield? Hay un detalle que me gustaría quapreciaras con especial cuidado. Crawford tienolo en su dedo meñique toda la caridad, humilda
sencillez de un san Francisco de Asís o una santTeresa de Ávila, pero hay una cosa sobre la quaún tiene algo que aprender: me refiero al TACTOQue Dios nos ampare, pero su actitud directa métodos honrados podrían ofender a algunos d
os patanes sensibles que aún abundan en la verd agradable tierra de Irlanda. Tiene, si quiere
algo de santa Juana de Arco. ¡Ayúdala y guíalallí, Tim! Nunca te canses de decirle que lo
rlandeses son despaciosos (tú y yo sabemos quon sencillamente unos perezosos redomados), que es mucho más fácil dirigirlos con suavidaque empujarlos. Apenas necesito decirte que poseuna gran cantidad de los contactos adecuados e
as altas esferas, y que el senador Hovis Oster y y
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a presentamos a la anciana señora Scheisemachemadre del embajador americano en DublínCharlie Bendix Scheisemacher. Puedo decirteentre nosotros, que Charlie es un accionista, y n
pequeño, de mi empresa H. P. Petroleum, y que lpuedo manejar a mi antojo. Comprobarás quCrawford se mueve rápidamente una vez que soriente, y si te ha dicho que ya ha organizado qu
el sagú viaje en buques aljibe a Irlanda como unmedida provisional, es perfectamente ciertporque lo ha organizado todo a través de mi propiempresa subsidiaria naviera. Te lo advierto, va despertar a Irlanda, ¡ya era hora!
Escríbeme, Tim, y cuéntame lo que pasa y cómvan las cosas. ¿Qué impresión ha causadCrawford en mi tierra nativa? ¿A cuántas personaha conocido allí? ¿Qué piensa de ella Sarsfiel
Slattery? Y mi viejo contrincante Baggeley, ¿cóme comporta? ¿Y ha tenido ya noticias de mesposa? Espero que no se conozcan, porque lacostumbres sobre la salud del doctor hacen que ne pueda confiar en él. El chequecito extra adjunto
del que no hace falta que hables a Crawford, e
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para ti. Escribe, escribe, ESCRIBE, Tim, cuéntame todas las noticias.
Tuyo, Ned.
(Aquí se interrumpe el original.)
Esta edición de La saga del sagú de Slattery
compuesta en tipos A Garamond 13/18 sobre papeoffset Natural de Vilaseca de 90 grs, se acabó dmprimir en Salamanca el día 12 de enero d
2013, aniversario de la muerte de James Joyce.
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