la relación entre el habitar-ethos y la ética
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La relación entre elhabitar-ethos y la ética.Antropología educativa.
La relación entre el habitar-ethos y la ética.1Antropología educativa
The relationship between live-ethos and ethics.
Educational anthropology.
2Saúl Ernesto García SerranoUniversitaria de Investigación y Desarrollo (UDI) - Bucaramanga, Colombia.
.
Artículo recibido en octubre de 2015; artículo aceptado en noviembre de 2015.
Citación del artículo: García, S. (2015). La relación entre el habitar-ethos y la ética. Antropología
educativa. I+D Revista de Investigaciones, 6(2), 6-18.
Resumen
Llevar a cabo un proyecto de vida, dejar huella
en la humanidad y transitar el camino hacia la
madurez y la búsqueda de la felicidad, dependen
de la forma como cada persona habita en su
propio ser y lo orienta.
El tema del presente artículo nos lleva a
reflexionar y relacionar los vocablos habitar y
ética, términos íntimamente relacionados en los
orígenes del vocablo ethos, comprendido en
cuanto forma de residir, morar, costumbres
habituales, corazón e interioridad, carácter.
La forma de habitar es una revelación cargada
de fuerza y la formación en la universidad
contribuye, mediante una antropología
1Artículo de reflexión y orientación teórica con enfoque cualitativo, resultado de una reflexión constante de la labor docente en procesos de formación en la educación superior, Fecha de inicio: agosto 4, 2015, fecha de finalización: 5 de noviembre del 2015.
2Licenciado en Filosofía y Ciencias Religiosas, Universidad Santo Tomás. Especialista en Docencia Universitaria, Universidad Santo Tomás. Especialista en Orientación y educación sexual, Universidad Manuela Beltrán. Magíster en Bioética, Pontificia Universidad Lateranense-Roma. Magíster en Ciencias del Matrimonio y la Familia, Pontificia Universidad Lateranense-Roma. Candidato a PhD. en Curriculum, Profesorado, Instituciones educativas, Universidad de Granada-España. Docente-investigador del grupo: FIELDS de la universitaria de Investigación y Desarrollo (UDI) Bucaramanga (Colombia). Calle 9 No. 23 – 55. PBX: 6352525. Correo electrónico: saulerga@hotmail.com.
educativa, a generar un modo de existir que
provoque. Por eso ¿qué estilo de vida se forma en
las instituciones educativas? ¿la vida privada es
también vida pública? ¿es posible educar para
formar la interioridad?
Palabras clave: ethos, persona, formación
universi tar ia , humanismo, educación,
antropología educativa.
Abstract
Carrying out a life and a trace in humanity,
make the road to maturity and the pursuit of
happiness; it depends on how each person lives in
their own self and guides.
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The subject of this article leads us to think and
relate the words: ethics and live; terms closely
related to the origins of the word ethos,
understood as a form of live, common customs,
heart and interiority, nature.
The way of living is a revelation full of
strength, and training in the university
contributes through an educational anthropology
to create a way of living that causes reflexing,
that is the reason that motivates the question:
What lifestyle are shared in educational
institutions?, The private life it is also pubic life
?, is it possible to form the inner educate ?
Keywords: ethos, person, university
education, humanism, education, educational
anthropology.
Introducción
La educación superior genera un espacio de
convivencia para formar personas, ciudadanos y
profesionales mediante la relación del corpus
docente, políticas de bienestar y la comunidad de
estudiantes.
Aprender a saber habitar consigo mismo y con
los demás es una competencia para la vida
(García, 2015), pues implica suscitar en las
instituciones espacios para generar preguntas y
respuestas centradas en el movimiento centrípeto
de mirar, revisar la manera como se vive,
convirtiéndose esta acción en una gran ayuda
complementaria al tema de la educación ética
porque se favorece, en medio del 'acelere' de la
vida, el aprender a contemplar, el saber tomar
distancia del mundo instintivo, así como la
aspiración y la asimilación de valores como la
autenticidad y la coherencia entre vida privada y
vida pública.
Por tanto, un aspecto que me parece
conveniente y necesario fortalecer en la
universidad durante el tiempo en que los
estudiantes asimilan sus procesos formativos, es
generar la pedagogía de la introspección, la
meditación, actitudes ya sugeridas por Francesc
Torralba (2010) en su propuesta de favorecer el
cultivo de la inteligencia espiritual.
La formación universitaria debe entonces
contribuir, de acuerdo con el citado autor a: “La
práctica asidua de la soledad, el gusto por el
silencio, la contemplación, el ejercicio de
filosofar, lo espiritual en el arte, el diálogo
socrático, la experiencia de la fragilidad, el
deleite musical, la práctica de la meditación y el
ejercicio de la solidaridad”, de modo que por
medio de políticas pedagógicas y de bienestar,
así como de la interacción del corpus de la
comunidad académica y de los estudiantes, se
provoque el reto de la pregunta permanente:
¿depende de cómo se orienta la existencia, dan
más ganas de vivir?, ¿es posible educar para abrir
nuestra 'casa', de modo que no avergüence el
darla a conocer?, ¿hay lugares de nuestro hábitat
que merecen ocultarse pues la luz de la verdad no
logra aclararlos?, ¿es verdad el apotegma latino:
“Corruptio optimi pessima” (la corrupción de lo
mejor resulta peor)? (Corchuelo, 2014).
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Ethos, ética: habitar en sí
“No se conoce a un ser humano hasta que no
se penetra en su vida espiritual, hasta que no nos
da permiso para acceder a este territorio”
(Francesc Torralba).
Siguiendo un análisis realizado por la filósofa
mexicana Paulina Rivero, la palabra griega ethos
ha tenido su comprensión en momentos
históricos de la cultura griega, análisis que
convergen hacia un punto común.
El primero, de influjo en la época homérica, es
relacionar dicha voz como guarida de refugio
(referido a animales) o hábitat humano. Por esta
línea, De Finance (1989), ve el vocablo y su
significación con casa relacionada como la
morada o residencia habitual o permanente de
una persona.
Igual connotación le van a dar al término,
desde un punto de vista ontológico, Martin
Heidegger (1975)– quien relacionó hábito con
habitar: “morada del ser o estilo humano de
habitar”–, y Vidal Marciano (1999) y Livio
Melina (1996), quienes opinan lo mismo. El
ethos es inicialmente la forma como la persona,
en su “manera habitual de obrar”, coincide con su
“modo de vivir” (Gallego, 1999).
El segundo momento es la comprensión del
término en la época poshomérica, cuando es
entendido como costumbre o hábito, es decir
ethos-ética se entiende como el “modo de
comportarse, costumbre” (Sgreccia, 1999),
sentido que también defiende el español José
Ferrater Mora (1964), quien sostiene que la ética
se ha definido con frecuencia como la doctrina de
las costumbres.
Por su parte, el diccionario del griego bíblico
también define el vocablo ethos como “usanza,
práctica habitual, costumbres ancestrales,
prescripción cultual con la ley” (Hubner, 1996);
pero el ethos como vemos en su segunda
comprensión, no se relaciona solo con
costumbres sino también con hábitos (Melina,
1996).
El tercer momento se sitúa en la época
aristotélica, cuando ethos, según Paulina Rivero,
se relaciona con carácter ético y moral: De
hecho, podemos decir que el carácter moral se
adquiere, sin darse cuenta a veces, por medio de
las costumbres, y el carácter ético se conquista
con muchos esfuerzos, por medio de las
costumbres.
Relacionar la ética con el “carácter o
disposición, o manera de ser” lo afirma el
Ministerio de Educación de Colombia (1998); y
es que el carácter es, en ultimas, el estilo de vida
que la persona le da a su existencia generado por
actos particulares y concretos. Por eso el carácter,
dirá Sennett, “se centra en particular en el aspecto
duradero, «a largo plazo», de nuestra experiencia
emocional” (2011). El estilo de vida, la manera
de ser o el carácter “se adquiere con los hábitos
los cuales” son “el resultado de la repetición de
los actos” (Peláez, 1994).
Llegados a esta parte final del origen del
término, observo, por un lado, que hay relación
en los tres momentos de la interpretación del
vocablo ethos, siendo el primero la base; y por
otro, que el termino ethos nos remite a darle
fuerza a la ética como la vida del carácter en una
persona, y nos recuerda la famosa sentencia de
Heráclito Ethos Antropos Daimon: “el carácter
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de un hombre es su destino”. Es decir del carácter
(ethos) como se habita, se mueve por medio de
costumbres y hábitos se forja el destino de la
persona, destino que se prepara en cada hoy y se
profetiza frente al futuro (Jaspers, 1969).
Ethos, ética: interioridad-exterioridad
“Educar la mente sin educar el corazón, no es
educar en absoluto” (Aristóteles)
Relacionar el ethos con la interioridad de cada
persona es valorar la antropología como
movimiento reflexivo hacia adentro de sí, es
hablar del “hombre interior” con sus vivencias y
deseos, aspecto que fue comentado por Juan
Pablo II (1995) bajo el influjo de Max Seller y la
tradición bíblica para referirse a una experiencia
profundamente íntima que vive la persona en
relación con recrear permanentemente la
interioridad a imagen del ethos de la primera
creación, es decir, permanecer en los valores y
principios de la razón natural y de la alianza con
Dios.
En griego difícilmente se encuentra la voz
ethos, la cual se equipara a la palabra corazón, y
por eso la narraciones bíblicas se centran en el
cambio de corazón del pueblo, ajustar el corazón
a la alianza; cambio que es tarea humana y
divina, y compleja, pues deshabituar el corazón
no es fácil: “Porque de lo que rebosa
(abundancia) el corazón habla la boca” (Mateo
12:34 La Biblia de Jerusalem; “Engañoso es el
corazón más que todas las cosas, y perverso;
¿quién lo conocerá? (Jeremías, 17:9 La Biblia de
Jerusalem).
El ethos como modo de habitar nos remite a la
interioridad humana (Giovanni Paolo II, 1995),
al corazón habituado, a la forma como un sujeto o
colectivo mora en su ser, o la manera como habita
en lo más óntico por medio de costumbres y
estilos de vida instaurados por hábitos que
moldean y forman el carácter. Bien afirma el
teólogo Ancille: “Raras veces quiere reflejar el
concepto de costumbre de un pueblo; significa
más bien el conjunto de disposiciones
espirituales y emotivas de un hombre” (1984).
En la interioridad de cada persona, entonces,
habita un mundo de valores que ella va
jerarquizando y estructurando para hacerlo
habitual; y por esta vía el ethos sujeto a desarrollo
se construye con los valores morales que hacen
vivir a la persona en el bien moral.
Cuando se ordena el habitar sobre un
fundamento de valores sólidos, la existencia
toma más sentido.
La vida de cada persona es movimiento de
interioridad habituada, pero es además
interioridad exteriorizada que repercute en su
vida social, en las actividades, es decir, en las
relaciones de una persona con sus semejantes,
con la economía, la medicina, la política, el
tiempo libre, el trabajo, y el planeta, “nuestra casa
común” (Francisco, 2015); por lo tanto, si el
ethos ordenado en valores no toca la vida, las
decisiones de la persona o de un grupo humano,
seguiremos viendo que “La política sin ética
genera corrupción y opresión, que la economía
sin ética genera injusticia y desarrollo para unas
minorías privilegiadas, que la investigación sin
ética genera graves amenazas frente a la dignidad
de la persona” (Peláez, 1994) y el futuro del
ecosistema.
He aquí la importancia de saber educar para
cuidar primero “ el hombre interior”, la manera
como se habita en la 'casa' de cada persona, pues
si no cambia la 'casa' (guarida) así como 'la
interioridad moral acostumbrada a ciertos
hábitos', difícilmente cambiarán las estructuras
de la gran 'casa civil'.
Por ejemplo, para adecuar la convivencia
ciudadana a la ética de los siete aprendizajes
básicos para la convivencia civil (Toro, 1992):
aprender a no agredir al otro, aprender a
comunicarse, aprender a interactuar, aprender a
decidir en grupo, aprender a cuidarse, aprender a
cuidar el entorno, aprender a valorar el saber
cultural, primero hay que formar y moldear el
habitar de cada ciudadano, esto es, que cada
ciudadano haga una opción fundamental en su
ethos en la zona moral de las decisiones éticas.
Bien diría sobre este aspecto Battista Montini:
“Las mejores estructuras, los sistemas más
idealizados, se convierten pronto en inhumanos
si las inclinaciones inhumanas del hombre no son
saneadas, si no hay una conversión de corazón y
de mente por parte de quienes viven en esas
estructuras o las rigen” (Pablo VI, 1975).
Ethos, ética: habitar con otros
“La fuerza moral no ha crecido junto al
desarrollo de la ciencia, sino que al contrario ha
disminuido” (Josepth Ratzinger).
El ethos es una construcción personal y social
que se edifica y se fundamenta. Para los griegos
de la época aristotélica se fundaba en la vida
virtuosa, y la vida ética era un proyecto político,
es decir preocupación por el cuidado de sí,
habituarse a vivir la virtud para vivir en la polis y
así cuidar la ciudad (Men, 1998). Con el tiempo,
el ideal de la polis griega da un giro para centrarse
hoy en las libertades individuales y la “vida ética
es un proyecto individual, basado en la justicia, y
en la autonomía del sujeto que ha logrado la
mayoría de edad” (García, 2008).
Sin embargo, la construcción del ethos como
forma de vivir tanto individual como social, es
dinámica, sujeta a variables, y pueden existir
diferentes formas de morar según las personas y
sociedades y situaciones; afirmación que no
puede interpretarse como patrocinar la trampa
del relativismo o subjetivismo ético que tiende a
propagarse en ambientes, pues la experiencia del
bien, de la verdad, de la justicia, de los valores
morales, no se puede minimizar frente a la
difusión de acoger hoy el sano pluralismo, el cual
nos advierte que en el ethos de la aldea global
(McLuhan, Powers, 1995), los ciudadanos deben
aprender a vivir en una sociedad que acoge
extraños morales (Engelhart, 1993), con un
politeísmo ético (D'Agostino, 1998), axiológico
(Vidal, 1999) o valorativo, y en donde se
propone que la verdad se descubre por consenso y
acuerdos. Bien afirma Adela Cortina: “El
consenso no es solo el lugar de la verdad, sino
también el lugar de lo moralmente correcto”
(1995).
Se vienen entonces proponiendo entre otras
alternativas para fundamentar el ethos de la
convivencia moderna en la polis, la vivencia de
los derechos humanos o la ética de mínimos
(Cortina, 1986), o de máximos (García, 2014), o
de principios como el de la responsabilidad:
“Obra de tal manera que no pongas en peligro las
condiciones de la continuidad indefinida de la
humanidad en la Tierra” (Jonas, 1995), el aporte
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de la bioética (Tettamanzi, 2000), la difusión de
la justicia social (Rawls, 1997), o la propuesta de
la conversión ecológica del papa Francisco
(2015), o las grandes contribuciones de Delors
(1996) y Morin (1999). Sin embargo, con toda
esta riqueza de propuestas para saber habitar con
otros, estoy convencido de que siempre hay un
ethos común que la razón y la conciencia
comprenden, y trasciende a todas las personas, a
todos los pueblos, y es el de habituarse a convivir
en principios, valores, en un orden moral,
respetando los derechos humanos, que se
fundamentan en la sacra dignidad de cada
persona (Pontificio Consiglio per la familia,
1999) y en la ley natural presente en todos las
culturas: “Haz bien y evita el mal” (Santo
Tomás).
El aporte de la toma de conciencia de un
estado social de derecho, la contribución que
hacen las religiones, la educación ética desde la
filosofía y la llamada hoy “educación ciudadana”
son estrategias educativas en favor de la
construcción de un ethos común donde es posible
coexistir pacíficamente con los próximos
cercanos y próximos lejanos (Gunthor,1998).
Ethos, ética: reflexionar con otros el arte de
vivir
“La fuerza moral no ha crecido junto al
desarrollo de la ciencia, sino que al contrario ha
disminuido” (Joseph Ratzinger).
El ethos es una construcción personal y social
que se edifica y se fundamenta. Para los griegos
de la época aristotélica se fundaba en la vida
virtuosa, y la vida ética era un proyecto político,
es decir preocupación por el cuidado de sí,
habituarse a vivir la virtud para vivir en la polis y
así cuidar la ciudad (Men, 1998). Con el tiempo,
el ideal de la polis griega da un giro para centrarse
hoy en las libertades individuales y la “vida ética
es un proyecto individual, basado en la justicia, y
en la autonomía del sujeto que ha logrado la
mayoría de edad” (García, 2008).
Sin embargo, la construcción del ethos como
forma de vivir tanto individual como social, es
dinámica, sujeta a variables, y pueden existir
diferentes formas de morar según las personas y
sociedades y situaciones; afirmación que no
puede interpretarse como patrocinar la trampa
del relativismo o subjetivismo ético que tiende a
propagarse en ambientes, pues la experiencia del
bien, de la verdad, de la justicia, de los valores
morales, no se puede minimizar frente a la
difusión de acoger hoy el sano pluralismo, el cual
nos advierte que en el ethos de la aldea global
(McLuhan, Powers, 1995), los ciudadanos deben
aprender a vivir en una sociedad que acoge
extraños morales (Engelhart, 1993), con un
politeísmo ético (D'Agostino, 1998), axiológico
(Vidal, 1999) o valorativo, y en donde se
propone que la verdad se descubre por consenso y
acuerdos. Bien afirma Adela Cortina: “El
consenso no es solo el lugar de la verdad, sino
también el lugar de lo moralmente correcto”
(1995).
Se vienen entonces proponiendo entre otras
alternativas para fundamentar el ethos de la
convivencia moderna en la polis, la vivencia de
los derechos humanos o la ética de mínimos
(Cortina, 1986), o de máximos (García, 2014), o
de principios como el de la responsabilidad:
“Obra de tal manera que no pongas en peligro las
condiciones de la continuidad indefinida de la
humanidad en la Tierra” (Jonas, 1995), el aporte
de la bioética (Tettamanzi, 2000), la difusión de
la justicia social (Rawls, 1997), o la propuesta de
la conversión ecológica del papa Francisco
(2015), o las grandes contribuciones de Delors
(1996) y Morin (1999). Sin embargo, con toda
esta riqueza de propuestas para saber habitar con
otros, estoy convencido de que siempre hay un
ethos común que la razón y la conciencia
comprenden, y trasciende a todas las personas, a
todos los pueblos, y es el de habituarse a convivir
en principios, valores, en un orden moral,
respetando los derechos humanos, que se
fundamentan en la sacra dignidad de cada
persona (Pontificio Consiglio per la familia,
1999) y en la ley natural presente en todos las
culturas: “Haz bien y evita el mal” (Santo
Tomás).
El aporte de la toma de conciencia de un
estado social de derecho, la contribución que
hacen las religiones, la educación ética desde la
filosofía y la llamada hoy “educación ciudadana”
son estrategias educativas en favor de la
construcción de un ethos común donde es posible
coexistir pacíficamente con los próximos
cercanos y próximos lejanos (Gunthor,1998).
Ethos, ética: reflexionar con otros el arte de
vivir
“Se puede de muchos modos, pero hay modos
que no dejan vivir” (Fernando Savater)
La ética, fuera de expresar una connotación
ontológica-antropológica en la persona, es una
reflexión centrada en la acción humana,
entendida como aquellas acciones que
perfeccionan a la persona en el bien moral y no
en las acciones que la persona hace por lo menos
cuando aplica una técnica o un arte (De Finance,
1989). Así, la ética está relacionada con el arte de
vivir, pero vivir la vida virtuosa, amar la vida
buena, no cualquier otra vida. Edgar Morín dirá:
“La reforma de la vida es, en primer lugar, la
conquista de un arte de vivir” (2011).
En este contexto Fernando Savater ve la ética
como el 'arte de vivir', del buen vivir precisando
que “Se puede vivir de muchos modos, pero hay
modos que no dejan vivir” (1991), lo cual quiere
decir que hay saberes imprescindibles, como por
ejemplo, saber que ciertas cosas nos convienen y
otras no. No nos convienen tampoco ciertos
alimentos, ni ciertos comportamientos si
queremos seguir viviendo (Savater, 1991).
Por lo tanto, no basta ordenar la vida, el ethos
de cualquier forma, esto es, “no basta cualquier
estilo de vida, ni cualquier forma de actuar”
(Vico, 1999); el arte de vivir consiste en que la
persona ordene y oriente su habitar de modo que
pueda vivir las realidades de su existencia
personal (vida privada) y su existencia social
(vida pública) buscando el bien propio y el bien
común.
El arte de vivir es el estilo de vida que debe ser
dirigido hacia “aquello que le conviene a la
persona, pues en un estilo de vida, la persona se
puede perder, puede ganar, humanizarse,
deshumanizarse” (Vico, 1999). Con la ética la
persona ordena su vida de forma digna; por eso,
hay que saber formular nuestra el orden de vida
buena (Chalmeta, 1996).
De lo anterior surgen discusiones éticas que
parecieran no tener fin en cuanto legitimar o
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deslegitimar costumbres o modos de pensar y
vivir, pues pareciera ser algo que resulta
complejo, pero no podemos desconocer que por
la filosofía el ethos adquiere connotaciones de
juicio de valor en las personas y en la sociedad,
como por ejemplo, al utilizarse como adjetivo
para saber “si una acción, una cualidad, una
virtud o un modo de ser son o no éticos” (Ferrater,
1964).
En este punto es preciso comentar, desde lo
filosófico, que durante décadas la 'ética' era una
voz minoritaria en contraposición de la voz
'moral' y ambas palabras se usaban en un sentido
unívoco; pero desde hace varias décadas la
palabra 'ética' fue tomando un matiz secular,
laical, filosófico de independencia y autonomía,
en contraposición de la influencia religiosa en la
cultura de la ética revelada (o teología moral),
llegándose a que hoy el vocablo ética tiene más
relevancia y acogida en las culturas donde se
desea ordenar y ajustar la convivencia, no por
medio de la ética revelada cristiana (o moral
cristiana), sino por medio de las éticas civiles,
esto es, aquellas que se fundamentan en las
democracias y los derechos humanos.
Por último, la palabra ética y su evolución
como ciencia reflexiva se han relacionado con los
sistemas éticos que han nacido en el caminar de la
historia de la humanidad y de la filosofía: éticas
de la razón, éticas del deber, éticas altruistas,
éticas religiosas, éticas de la libertad, éticas
cósmicas, éticas de la felicidad (De Finance,
1989); ética y bioética (García, 2008), etc.
Ethos, ética y el arrebato
“Abrir mi casa es permitir que entre la
divinidad. El filósofo le dice a sus discípulos
cuando lo miran desde la puerta de su casa:
entrad, los dioses también viven aquí. Entrar en
mi casa, es entrar en mi existencia, en mi templo y
ved en ella lo divino. Quien entra a mi casa le
participo mi horizonte, el futuro” (Stanislaw
Grigyiel).
El encuentro entre personas es un intercambio
de un mundo de valores habituales que revela
cómo habita cada uno, cómo vive en su casa,
haciendo llamativa muchas veces en dicho
encuentro, la pregunta que le hicieron los
discípulos al maestro: “¿Maestro, dónde vives?, a
lo que él respondió: ¡Venid y os enseñare! Y los
discípulos se quedaron todo el día con el
maestro” (Juan 1:39 La Biblia de Jerusalem).
Hay formas de vivir o habitar que apetece
entrar, conocer, contemplar y otras de las que es
preferible distanciarse por su mediocridad
(Ingenieros, 2000), o el peligro que ofrecen por
“sus ídolos” (García, 2015); otras son solo
´fachadas´. Por eso, un cometido de la educación
es dejar en los “formandos” la responsabilidad
social con lo personal, civil y profesional
(García, 2015) para suscitar ante los demás el
“arrebato”, es decir, la provocación y
admiración por la manera como se vive en su
casa-ethos. Pienso en el rol de los padres, de los
cónyuges, del educador, del jefe, del gobernante.
Habitar solo de fachada es apariencia, no es
autenticidad, y esta vivencia cuando se conoce no
provoca el arrebato, sino el desencanto. “Ser una
simple apariencia es muy triste sobre todo
cuando nos encontrarnos de cara a la verdad de
nuestra vida, que tarde o temprano nos pasa la
factura” (García, 2014).
En la educación, suscitar en el discípulo el
“arrebato” hacia una forma mejor de habitar,
solo es posible si primero el maestro ha sido
arrebatado para habitar su casa con lo bello
(pulcrum), lo bueno (bonum) y lo verdadero
(verum) (Corchuelo, 2014).
Los valores religiosos ayudaran bastante a
este componente, así como aquellos que vienen
de la ética; pero destaco que ya en Heráclito el
ethos incluye el habitar en la divinidad, pues el
habitar humano también es espacio para lo divino
y para dejarse arrebatar por lo Absoluto.
El polaco Grygiel traduce así la expresión de
Heráclito: “Casa para el hombre es la divinidad”-
ethos antropo daimon (2002); y en la teología
cristiana el habitar de la divinidad en lo humano
se condensa en la expresión del judío Pablo de
Tarso: “Es Cristo quien vive en mí” (Gálatas 2: 20
La Biblia de Jerusalem)
Reflexión Final
Hay una gran demanda de estudiantes que
ingresan al mundo de lo superior, estamos en la
sociedad del conocimiento, la gran época de la
sociedad de la inclusión. En pregrado los jóvenes
(habitan cinco años), hacen especializaciones (un
año), maestrías (dos años) y doctorados (cuatro
años), y ¿cómo sale edificado su carácter, su
corazón, su hombre interior en la forma de
habitar?
La palabra 'habitar' nos ha remitido a la ética
(ethos), que desde un punto de vista etimológico
expresa la costumbre, la permanencia moral, (la
manera como la persona mora, habita); el estilo
usual de vivir, la interioridad humana o el
corazón humano habituado a un centro de valor.
Hablar del habitar en su dimensión de
interioridad es tocar lo profundo de lo humano: lo
que le gusta oír, seguir, frecuentar; cómo vive,
piensa, el sentido que tiene del bien moral y de la
verdad.
El termino ethos refleja entonces una carga
antropológica y ética, pues es “una realidad
interior y personal” (Ancille.1984), la forma
como una persona o grupo se acostumbra a vivir
por medio de sus hábitos para templar el carácter,
pues los hábitos, según Paulina Rivero, se deben
“elegir correctamente, en ellos radica esa forma
de ser adquirida, esa segunda naturaleza que
Aristóteles llama carácter”.
Hablar de ética es provocar la pregunta que
hace filosofía sobre los estilos de vida, y la
universidad contribuye eficazmente cuando en el
habitar del estudiante o del docente se logra
generar el “apostar a otro estilo de vida”
(Francisco, 2015); por eso, presentar formas
deseables en el arte de vivir es un cometido y un
reto, para provocar, además, en el educando, la
tarea ética de salvar su morada, su alma, porque
su carácter (ethos) es su destino.
Recuerdo aquí las estrategias dadas por
Torralba para cultivar en la universidad la
inteligencia espiritual y con ella la vida del ethos:
introspección, contemplación, la música, el
diálogo y el salir hacia el otro; la educación
liberal de la que habló Newman (Gutiérrez,
2013), y desde mi experiencia la propuesta de la
vida virtuosa (García, 2014), y aprender a formar
el hombre interior mediante el gobierno de sus
deseos y pensamientos –es decir con la vigilancia
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del corazón (Spidlík, 1999)– e indignándose
cuando el habitar se convierta en guarida de
mediocridad, es decir acostumbrarse al mundo de
lo inferior.
Por tanto, la educación debe siempre
favorecer espacios en la persona, en el alumno, en
el profesional para la pregunta y la reflexión:
¿qué habita en 'mi casa'?, y así puedan darse
cuenta de la magnitud de la respuesta: ¡la verdad
o el ídolo! (García, 2015). He aquí la importancia
de tener grandes maestros que teniendo una 'casa'
bien ordenada-habituada, provocan el arrebato
del discipulado por la verdad, mientras el
discípulo aprende junto a él. Una existencia
centrada en los trascendentales, cuando se
encuentra con los otros hace provocar la
pregunta: ¿“Maestro, dónde vives? Y el maestro
puede responder: “Ven y verás”.
Formar desde la universidad es educar a saber
vivir en lo privado y lo público, es permitir que el
otro conozca mi casa, mi existencia, y vea en ella
el mundo de mis valores morales y culturales, los
principios, la vida virtuosa, y en términos de
Grygiel, la divinidad; pero si no está la verdad, lo
divino en mi casa, 'estará', en términos
teológicos, la mentira: Beelzebul (Mateo 12:24
La Biblia de Jerusalem), y entonces se hará
necesario usar la 'mascara' (prosopón) para vivir
en apariencia con otros y consigo mismo.
La formación superior es vital en la
construcción de un ethos ciudadano, y la
universidad debe formar, en su 'vientre' o en su
morada, ciudadanos capaces de construir el
anhelo de una sociedad basada en principios de
justicia social (Osorio, 2010), ciudadanos que
logran indignarse (Hessel, 2010) por una vida
que los tienta con la mediocridad y son capaces
de asumir costumbres y hábitos de liderazgo para
combatir el ethos del subdesarrollo con la
disciplina; ciudadanos que salen de la
universidad con un alto concepto de la dignidad
humana; ciudadanos que son capaces de vivir y
defender los valores de la autenticidad, la
libertad, la solidaridad, la responsabilidad, el
respeto por la diferencia. En definitiva,
ciudadanos apasionados por cuidar su morada, su
carácter, para no dejarlo “corroer” en lo
transitorio y acelerado de la vida.
Hay que difundir la competencia para la vida
de la educación del carácter mediante el
gobierno de la casa, del corazón, del hombre
interior, pues si no se educa la forma de habitar, el
hombre de los deseos, de los buenos y malos; se
prepara cada vez una civilización presa de los
deseos sin gobierno y quien pierde es el hombre
público con su declive (Sennett, 2011).
Antropológicamente, la persona está
destinada a lo superior, lo magno, por lo tanto hay
que crear hábitos para habitar en la verdad o si no
la persona, metafóricamente, está muerta, porque
muere lentamente quien se trasforma en esclavo
del mal hábito, repitiendo todos los días los
mismos trayectos; muere lentamente quien no
cambia de ruta.
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