la langosta literaria recomienda efectos secundarios de rosa beltrÁn - primer capítulo
Post on 25-Jun-2015
227 Views
Preview:
DESCRIPTION
TRANSCRIPT
9
Está la típica escena, en medio del salón atestado,
cuando termina el espectáculo y la gente aplaude y
luego se acerca a la mesa de los bocadillos a brindar
con un vino por lo general bastante malo. Y la otra, la
que más temo de este oficio. Que ocurrió hace unos
días, dos para ser exacto. Un poco antes de abrir la
sesión de preguntas, una mujer, muy molesta, se le-
vantó y dijo: Mañana, en este lugar, piensan reunirse
el presidente de su país y quienes pactan con el nar-
cotráfico. Antes, se reunió con la guerrilla de Co-
lombia. Si usted tuviera que estar ahí, sentado donde
está, ¿qué les diría? Tras un primer momento de
duda, el autor hizo ademán de tomar el micrófono,
pero la mujer siguió: En mi familia han secuestrado
Efectos secundarios 128pp.indd 9 08/09/11 02:24 p.m.
10
a siete miembros, contando a mis padres, un her-
mano, un tío. Y usted, ¿ha vivido un secuestro? Dí-
game, ¿lo ha vivido? Siguió así por mucho tiempo,
explicando su caso y preguntando, sin preguntar en
realidad, qué solución podría haber a un problema
de ese tipo hasta que, en un descuido, el autor, que
había estado muy inquieto, estrujando el micrófono
y mostrando distintos modos de atender, logró arre-
batarle la palabra e insertó el siguiente clavo en la
tabla de salvación: el diálogo. ¿El diálogo? La mujer
se escandalizó, varias la secundaron. ¿Cómo el diá-
logo? Qué fácil es decir esto cuando no se ha vivido
un secuestro en carne propia. Tenía unos cincuenta
años, era muy delgada, transparente casi, la esposa de
un industrial colombiano refugiada en México. Ha-
bía venido a oír hablar a un escritor. Eso dijo. A vi-
vir un momento en esa vida paralela para tener un
poco de vida, oyendo a otro, pero la que hablaba era
ella. No conocía a una persona que no hubiera sido
secuestrada. Ninguna. Y no parecía haber solución.
Te toman por sorpresa, piden un rescate impagable,
amenazan a tu familia, te torturan, la familia ente-
ra se enferma. Es el síndrome del secuestro. A veces
se da el caso de que el secuestrado empieza a darle
la razón al secuestrador. La familia no sólo tiene que
Efectos secundarios 128pp.indd 10 08/09/11 02:24 p.m.
11
vivir con la idea de haber perdido a un pariente que
conoce hasta el mínimo detalle de uno y se ha pasa-
do al bando contrario, sino con la peor aún de ver-
se obligada a sufrir por la integridad y la salud de su
familiar, lo que es ya vivir el síndrome del síndrome.
¿Y qué hablar de cómo tenía ahora que hablar? De-
cía esto mirando hacia todas partes, como si temiera
encontrar al enemigo en cualquiera de los asisten-
tes que la oían. Tenemos desconfianza. ¿Cómo sabes
que el hijo de tu mejor amiga no está metido en el
narcotráfico? Y aquí señaló a la mujer de boca car-
nosa y cabello planchado que estaba junto a ella. Yo
ya no puedo hablar con ella ni ella conmigo. Hace-
mos como que hablamos porque somos mejores ami-
gas y hemos decidido no dejar de serlo. Decía todo
esto a una velocidad pasmosa, pero lo más extraño
era que había dejado de dirigirse al autor y ahora cla-
vaba sus ojos en mí. ¿Y usted? ¿Qué opina usted de
esto? Pero yo no opinaba nada. Yo sólo había ido a
presentar el libro.
Y no es que no tuviera nada que decir sobre este
tema en particular. Podría hablar de secuestros por
días. Hoy no se escribe de otra cosa. Están en los
periódicos, en las noticias de la radio, en los libros.
La violencia permea cada línea de lo que se publica
Efectos secundarios 128pp.indd 11 08/09/11 02:24 p.m.
12
y que tengo que presentar. En cierta forma, yo soy
la parte secuestrada de las presentaciones. No parti-
cipo en el espectáculo, me limito a hablar de lo que
nadie quiere oír: libros. De vez en cuando, interca-
lo algún verso por ahí, una cita. Siempre temo haber
cometido una indiscreción. Así que en cierta forma
podría decirse que en tema de plagios tengo un pa-
pel bastante activo. Pero los autores tienen el papel
principal. Ellos han secuestrado la literatura.
Es cierto que también podría plantear las cosas
al revés. Decir que la literatura es la que me ha se-
cuestrado de mí mismo. Ser un animal literario es
estar hecho de poco más que una pasión y un con-
junto de citas. Ser apenas lo que he leído, lo que leo,
es casi una forma de no ser. Muy poco en realidad,
si vamos a llamar a eso un punto de partida.
Para definirme a través de mi profesión, como
hacen algunos, tendría que empezar por saber si esto
es una profesión. Un trabajo es algo por lo que se
recibe una remuneración y a mí no siempre me pa-
gan con dinero. Más bien casi nunca. Por lo regu-
lar me dan el libro del autor que debo presentar, eso
sí, y me lo dan con tiempo. Una semana, al menos.
Yo firmo de recibido al mensajero, abro el paquete
y me lanzo a una carrera exhaustiva. Corro como el
Efectos secundarios 128pp.indd 12 08/09/11 02:24 p.m.
13
conejo de Alicia. Nunca me detengo. Simplemente
me echo a leer y, en vez de mirar el reloj y decir ¡es
muy tarde!, lo que hago es ver el número de páginas
restantes y pensar más o menos lo mismo. Los libros
que debo presentar rara vez me despiertan algún in-
terés. En ocasiones, me cuesta trabajo fijar los ojos en
lo escrito. Asirme de alguna frase, un pequeño brote
en medio del vacío que me ayude a no despeñarme.
No tan de prisa, al menos. Claro que encontrar esa
pequeña yema, ese minúsculo germen de interés, es
un deseo que expreso sin la menor oportunidad de
que se cumpla y tampoco es que me importe. Tengo
mis trucos. Como en cualquier oficio, en el mío me
las he ingeniado para desarrollar ciertas estrategias de
supervivencia. Faulkner tenía las suyas. Kafka tam-
bién, sólo que las de Kafka no funcionaban porque,
aunque a nadie le importara que no hubiera ido a
trabajar, él sentía todo el tiempo la mirada de su jefe
encima. Desarrollarlas no me impide cumplir con las
normas básicas de urbanidad, con una ética. Hago lo
que tengo que hacer, sólo que lo hago a mi modo.
Una vez abierto el libro, echo los ojos a correr por
su cuenta y los dejo libres, como adolescentes que se
estrenan a la vida. Un principio mínimo de indepen-
dencia para ellos y para mí, dado que vivimos juntos.
Efectos secundarios 128pp.indd 13 08/09/11 02:24 p.m.
14
Ellos en lo suyo, yo en lo mío, como debe ser, cada
uno sin interferir en la vida del otro. Al menos yo lo
intento. Leo entre líneas. Ellos, en cambio, no siem-
pre actúan así. A veces, quizá con más frecuencia de
la que yo querría, los ojos llaman mi atención. Me
avisan de lo que han “descubierto”. Porque ésa es la
palabra que usan. Algo intrascendente, por lo regu-
lar, muy trillado. Una estrella apagada millones de
años luz atrás. Pero como no puedo sentirme, ni me
siento, superior a mis ojos, me limito a fingir aten-
ción y les sonrío. Ellos se sienten satisfechos de ha-
berme mostrado algo, contentos de sus correrías. Así
que ambos podemos seguir con nuestro trabajo, sa-
cando cada cual lo mejor que puede.
No importa que el libro sea bueno o malo; el re-
sultado, en la presentación, siempre es el mismo. El
autor queda como un dios. Escucha lo que esperaba
oír y se reconoce en cada frase, aunque las palabras
que cito no sean suyas. No es necesario que así sea.
El público también queda satisfecho. ¡Qué presenta-
ción! ¡Qué interesante lectura! ¡Y pensar que Fula-
no —aquí entra el nombre del autor— nos dijo que
se trataba de otra cosa! Esto es lo que oigo todo el
tiempo. Que nadie hubiera podido elegir a un me-
jor presentador. A veces me pregunto por qué pongo
Efectos secundarios 128pp.indd 14 08/09/11 02:24 p.m.
15
tanto empeño en algo tan efímero como una lectura.
Y me engaño al responderme: porque soy un profe-
sional. Pero cómo podría ser profesional de una pro-
fesión que no existe. Sé que estas explicaciones son
sólo modos oblicuos de convencerme de algo abs-
truso. De sentir que soy eso; algo, al menos.
Pero algo como qué. Eso es lo que ignoro. Ten-
go un primo loco —él se llama a sí mismo bipolar—
que hace unos días, en una reunión de familia, se
sintió en la necesidad de aclararnos: Yo, antes que el
bipolar, soy un ser humano. Me asombró su seguri-
dad en saberse dueño de esta certeza. Cómo podría
yo decir que antes que leer soy alguien, si leer es lo
único que me hace fiel a mí mismo. Lo único que
he sido y soy es esta loca pasión por leer. Leo. Es raro
decirlo así, haber encontrado una forma tan pom-
posa y categórica de decir algo tan simple con un
lugar común: leo, luego existo. No estoy pretendien-
do ostentarme en la personificación de la actividad
que realizo, ni decir que mi ocupación me define.
Ya he dicho que ni siquiera se trata de una verdade-
ra ocupación. No es fácil tampoco asumir que soy
las palabras de alguien más. Pero es un hecho irrefu-
table. Soy esas citas. Durante la lectura me convier-
to en los personajes de la historia y así me siento un
Efectos secundarios 128pp.indd 15 08/09/11 02:24 p.m.
16
poco mejor. Puedo sobrevivir a la hecatombe. No
sólo porque ellos tienen una historia más apasionante
que la mía, sino porque, pase lo que pase, sobrevivi-
rán. Así mueran mil muertes atroces, revivirán cada
vez que un lector comience el libro. Y eso es me-
jor que lo que nos ocurre a cualquiera de nosotros,
amenazados de morir una sola vez y para siempre.
En un país que se hace experto en la recolección
de cadáveres, yo reúno palabras. Oculto con esmero
frases perfectas como joyas, frases que tomaron años,
a veces siglos en gestarse. En ocasiones las pongo unas
junto a otras, las veo actuar de conformidad y vol-
verse ávidas, audaces. Veo partir versos como tigres
o acobardadas líneas de corazón de pollo como las
de Lear ante la certeza de la caída. Leo al punto de
haberme convertido en esta enciclopedia ambulante
que soy y que yo mismo guardo hasta el momento
en que alguien pueda necesitarme. Que es cada dos
por tres. Basta con que un escritor sea anunciado en
los periódicos como “la revelación del año”, “el atleta
del desconcierto”, “el virtuoso del no future” o de “la
gran novela del milenio” para accionar el mecanis-
mo. Es entonces cuando ese cuenco de agua muerta
acude a mí con su voz melosa, no la suya —nunca es
la suya—, sino la de algún editor, y me llena los oí-
Efectos secundarios 128pp.indd 16 08/09/11 02:24 p.m.
17
dos de frases rebosantes en elogios y me invita a ha-
cer la presentación de su libro más reciente. No el úl-
timo, aclara siempre con falsa socarronería, sino el
más reciente, je, je. Y yo acepto, por supuesto, aun a
sabiendas de que será un trabajo inútil. Incluso digo:
Encantado. Porque tengo la necesidad de embelle-
cer la salida de un libro, cualquier libro, hoy que los
libros son apenas un objeto de falsa ostentación, un
portento que no existe salvo en las presentaciones,
hoy que son un cadáver que brilla con la fugacidad
silenciosa y melancólica de un cometa. Uso las pala-
bras de otros, por supuesto. Y trato de darle a cada
presentación un carácter, una firma. No la mía, sino
la de la escritura. Para ella es que busco entre los pa-
peles sueltos la cita que caerá como una gota de plo-
mo en medio del vacío. Voy a la presentación de un
libro como a una boda donde se han dado cita los
novios, los concurrentes, el cura, las f lores y demás
parafernalia: todo lo necesario salvo Dios, que no fue
invitado a la ceremonia. A veces está, pese a noso-
tros. A veces aparece. El otro día, por ejemplo, ocu-
rrió algo inusitado. La gente hablaba entre sí, inter-
cambiando opiniones, como suele hacer, al tiempo
que yo hacía la apología del libro Sube a la montaña,
Jonathan, un libro de autoayuda que ha vendido más
Efectos secundarios 128pp.indd 17 08/09/11 02:24 p.m.
18
ejemplares que La montaña mágica, de Thomas Mann.
Pero, de pronto, se empezó a oír un goteo. Era un
sonido persistente que parecía decirme: Predica. Otra
gota de agua y otra vez: Predica. He aquí lo que ocu-
rre con esta profesión. Que uno oye otras voces, me-
tidas en cualquier voz, tal como me ocurrió con la
voz del agua. A uno le habla el mundo de otra ma-
nera. Supe de inmediato que era una provocación.
Quise reiniciar, Este libro es…, pero el agua elevó la
intensidad. Aumenté el volumen y ella se volvió un
bramido, un estruendo, fue cubriéndolo todo, impi-
diendo a la gente oírse, oírme, oír nada más que su
voz, la voz del agua hablando a gritos, y a medida
que crecía su vehemencia, quienes hasta hacía poco
conversaban tuvieron que desistir y abandonarse a
aquel ruido. Ellos escuchando, el agua perorando,
hablando a todo pulmón de la poesía, y yo absorto,
escuchando la belleza de su efecto persuasivo en me-
dio del desastre.
Efectos secundarios 128pp.indd 18 08/09/11 02:24 p.m.
19
A veces, al día siguiente de la presentación llamo a
alguna editorial para pedir, a cambio de los bodrios
que me mandan, algún otro libro. Nunca libros di-
fíciles de obtener. Ni siquiera libros caros. Simple-
mente obras que estaba deseando leer y que por mi
condición no he podido comprar. Por lo regular me
dicen que no lo tienen, me hablan de la dificultad de
conseguirlo o me dejan esperando en la línea. En ta-
les ocasiones me limito a pedir disculpas, agradezco
y, aun sin esperanza, espero. Los libros me han en-
señado el placer y la voluptuosidad de vivir sin ellos,
para ellos, pensando ávidamente en ellos en un país
de varias generaciones sin lectores. En un país sin li-
brerías donde los libros están condenados a cumplir
Efectos secundarios 128pp.indd 19 08/09/11 02:24 p.m.
20
su propia penitencia, a hacer su camino de Santiago
particular, por el que han de pasar mil penalidades
antes de llegar a las manos lectoras. En esos momen-
tos pienso en por qué deseo tanto leer el libro ausen-
te y en cómo será. Paso horas y horas imaginando el
timbre particular de su voz, su ritmo, y devoro con
los ojos de la especulación cada palabra oculta y cada
línea que no conozco. Hago esto hasta que me doy
cuenta del interés mezquino que hay en mi supues-
ta pureza de tener el libro. Creo tener derecho a él
porque espero una remuneración. No me hago ilu-
siones respecto de los pagos con dinero o con via-
jes, como ocurre a veces, cuando debo presentar a
un autor que se encuentra en otra ciudad, en otro
país incluso. Pero el pago con libros tiene, en cam-
bio, un carácter de obligatoriedad que yo mismo no
me explico. Adquiere un valor perentorio. Es un acto
de elemental justicia y, tal como yo lo veo, algo que
incide de modo muy directo en mi dignidad. Por
eso llamo una y otra vez a los editores, les insisto en
que necesito el libro y lo que obtengo a cambio son
largas y negativas en forma de explicaciones sinies-
tras. Que el libro se edita en una casa filial en otro
país y debe pedirse toda la edición, porque la filial
no acepta pedidos por un ejemplar solo. O el libro
Efectos secundarios 128pp.indd 20 08/09/11 02:24 p.m.
21
sí existe pero la edición se halla secuestrada en una
bodega por razones de extrañas leyes de sindicatos o
impuestos. O queda un solo ejemplar y es precisa-
mente el que usarán para una futura edición, cuan-
do la autoricen. Cualquiera podría pensar que estoy
haciendo literatura. Que tomo de pretexto los libros
para hacer una ficción. Porque el aire de ceremonia
desquiciada que tiene el asunto se presta para usarlo
como tema en una novela, pero no es así. Lo estoy
viviendo. Es mi caso. Estoy sometido a rituales ex-
traños, el primero de todos, quizá, vivir para enten-
der el mundo sólo a partir de la lectura.
Pero hay otros más. Esta profesión, que no es tal,
me ha vuelto acreedor de un remanente de ganancias
paradójicas. Pudiera decirse de ganancias “reverti-
das”. Como nada tengo, todo lo ahorro. Y con las
negativas continuas de pagos en dinero o en libros,
el total del ahorro que obtengo es inmenso. Ade-
más de largas, acumulo expectativas. El consumo es
parte de la vida moderna y causa principal del trá-
fico de estupefacientes, y aunque yo paso la mayor
parte de mi tiempo leyendo, no estoy exento de esa
realidad histórica. Deseo. No tengo con qué. Sue-
ño que acumulo, y a veces esos sueños se convierten
en delirios de riqueza. Y del delirio al hecho no hay
Efectos secundarios 128pp.indd 21 08/09/11 02:24 p.m.
22
más que un paso. Basta con observar la historia. He-
mos llenado el vacío, sembrado de concreto el cam-
po, cubierto los caminos, el aire; nuestro afán barro-
co llega al punto de haber rellenado de chatarra el
espacio… Tal vez fue por este principio que un día
yo mismo empecé a acumular. Lo curioso está en
que no fue el pago de lo que me debían lo que hizo
de mí un gastador, sino al revés. Me hice millonario
por la falta de pago mismo. Fue ése el motivador de
la necesidad y, por tanto, del gasto. El Primer Mo-
tor Móvil. De no carecer casi de cualquier cosa y
vivir esperando un pago, no habría comenzado con
esa obsesión de comprarme todo. Que fue motiva-
da, hasta cierto punto, por una lectura de Sócrates.
Recordé que este filósofo griego, al ver los pro-
ductos de los vendedores en las calles, volvía a su casa
feliz, pensando: ¡Tantas cosas que no necesito! A par-
tir de entonces empecé a ver lo que me rodeaba con
sus ojos. Igual que él, empecé a acercarme mucho a
las cosas. Sólo que yo me fijaba en el precio. El ges-
to encerraba la posibilidad de la adquisición y su im-
posibilidad misma. No podía costearlas, pero podía
calcular el gasto que implicaban, sumarlo a otros ob-
jetos y pensar: ¡La de dinero que no me he gastado!
Es importante aclarar que, aunque en apariencia se
Efectos secundarios 128pp.indd 22 08/09/11 02:24 p.m.
23
trataba de una simple transposición de la idea de Só-
crates, mi consideración tenía una variante esencial.
Yo sí necesitaba las cosas. Mi ahorro era un ahorro
distinto del suyo. En el caso de Sócrates, las cosas
eran la confirmación de una ausencia. No las necesi-
taba y, por tanto, no las tenía. En el mío, en cambio,
estaban ahí como una posibilidad, como un anhelo
latente. Todo era cuestión de verlas para accionar el
mecanismo. Primero venía el deseo; luego la cons-
tatación del precio; finalmente, con la imposibilidad
de comprar, el ahorro. De este modo fui reunien-
do objetos, muchos objetos, y ahorrándomelos cada
vez. Experimentaba la sensación de euforia que surge
de la capacidad de comprarse algo por capricho y la
más elegante aún de renunciar a eso mismo, sensa-
ción del todo nueva para mí, pero que tenía sus in-
convenientes. Como rico en ciernes, empecé a desear
más. Cosas caras, finas. Y más que finas: costosas.
Me volví un esnob. Empezaba a buscar entre los
objetos los más onerosos, los más inútiles, todo con
la finalidad de multiplicar mi ahorro. Que empecé
a hacer en dólares. Dejé de comprar en tiendas y
almacenes del país, pues no proveían un ahorro sig-
nificativo, y procedí a hacer mis compras por catá-
logo. Veía un barco de gran calado, pongamos por
Efectos secundarios 128pp.indd 23 08/09/11 02:24 p.m.
24
caso, un portaaviones de la marina estadounidense,
calculaba el precio y me lo ahorraba. Veía casas de
gente como yo, o sea millonarios, añadía su valor
catastral, el precio de la zona por sobre el inmueble,
calculaba los impuestos mensuales, los anuales, el
mantenimiento, el costo de la servidumbre, echaba
un ojo a las casas de junto, las compraba y las demo-
lía, volvía a calcular el precio del bien añadiendo su
nueva plusvalía, ahorraba. Mi ánimo mejoraba día
tras día. Y a la vez desmejoraba. Veía que, así como
los ricos y famosos se compran las cosas para ostentar
ante los demás, yo había empezado a ahorrármelas
con el mismo fin. Ostentaba sólo frente a mí, pero
el propósito era idéntico. Lo que hacía era lucirme,
siendo el millonario que era, gracias al ahorro, sin
dejar de ser pobre. Había adquirido los vicios de mi
nuevo estatus sin ninguna de sus virtudes. Era como
si mi bonanza no hubiera conseguido más que con-
vertirme en un infeliz, en la persona necesitada y
lastimosa que nunca había sido. Y encima, mi nue-
va condición empezó a afectar mi trabajo. Leía con
el fin de poseer cada objeto, empezando por la taza
y la cucharilla con que Charles Bovary creía po-
seer a Emma; degustaba la magdalena de Proust con
la sola intención de tener su pasado. Al leer Guerra
Efectos secundarios 128pp.indd 24 08/09/11 02:24 p.m.
25
y paz yo era Napoleón y Kutúzov, pues necesitaba
con urgencia la ambición de uno y el desinterés del
otro al mismo tiempo. Tenía una habitación pro-
pia y necesitaba carecer de ella, porque, de no ser
así, ¿cómo podría leer lo que leía? Un trabajo tiene
el grandísimo problema de que uno se convierte en
eso, el trabajo. Que en mi caso, como he dicho, no
es propiamente un trabajo. Lo que lo hace más difícil
de ejercer, puesto que no tengo ninguna obligación
exterior de hacerlo. Es toda interior, la necesidad.
Interior y apremiante. Fue ella, en realidad, la que
me impidió seguir “ahorrando” en semejantes lu-
jos. Ella, quien cambió mi interés y lo encaminó a
la obtención de objetos más simples. Un germen de
vida, una f lor. Simples y complejos, ya que son difí-
ciles de asir, pese a las palabras. O más bien: por ellas
mismas. Porque están hechas de palabras. “Rosa, oh
pura contradicción, alegría de ser el sueño de nadie
bajo tantos párpados.”
La rosa de Rilke no es la rosa, pero es mía. Sal-
vo que, mientras la nombro, deja de serlo.
Efectos secundarios 128pp.indd 25 08/09/11 02:24 p.m.
top related