la eucaristia (martos)
Post on 19-Jan-2016
63 Views
Preview:
DESCRIPTION
TRANSCRIPT
LA EUCARISTIA
Síntesis y traducción del capítulo 6 del libro “Puertas a lo Sagrado” de Joseph
Martos (por Miguel Torres)
Persisten hasta la actualidad muchas diferencias entre los cristianos acerca de las palabras
de Jesús pronunciadas en la ultima cena: “Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre”. Mientras para
católicos y ortodoxos, el pan y el vino consagrados son realmente cuerpo y sangre del Señor,
para la mayoría de los protestantes, el pan y el vino son solo “símbolos” de su presencia. Para
justificar su posición ambos usan e interpretan los mismos textos de la Escritura. Sin embargo
es imposible determinar, solo en base a estos textos, el sentido de las palabras de Jesús.
Es un hecho que un siglo después de la muerte de Jesús estas palabras eran tomadas
literalmente, al grado de catalogar como “herejes” a quienes afirmaran lo contrario. Esta
comprensión perduró hasta la edad Media y fué a comienzos de la edad Moderna que muchos
calificaron como supersticiones varias de las creencias que soportaban la doctrina tradicional.
La palabra “Eucaristía” se refiere más que al cuerpo y la sangre de Cristo. Tal vocablo
procede del griego y significa “Acción de Gracias”. En la Iglesia Primitiva designaba no solo al
pan y al vino consagrados sino a todo el ritual del culto, toda la acción sacramental.
1.- PARALELOS Y PRECEDENTES
Hay un sinnúmero de similitudes entre la eucaristía y las creencias y rituales de otras
religiones.
1.1. PRESCENCIA REAL.- La experiencia de una realidad trascendente no es exclusiva del
Cristianismo. Muchas personas se encuentran frecuentemente en presencia de una realidad
más allá de lo humano. Esta presencia puede ser tranquilizante o amenazadora, personal o
impersonal. La mayoría de las religiones localizan en el tiempo y el espacio tales
experiencias. Puede ser durante ciertos tiempos del año, durante ciertos momentos del día
(la mañana, la tarde, la noche), ante ciertos lugares sagrados (montañas, templos, ermitas,
santuarios) o ante ciertos objetos (estatuas, pinturas, objetos) que, dichas experiencias se
vuelven más intensas. Todos ellos adquieren un carácter sacramental, abriendo la puerta a
la experiencia de lo trascendente que, de otro modo, estaría ausente. Con frecuencia hay
tiempos, lugares y objetos que son sacramentos permanentes para aquellos que creen en
su poder revelador. El cielo, el sol y la luna son, en muchas culturas, símbolos perennes de
lo divino. Para el Cristianismo moderno, desde esta perspectiva, la cruz es un símbolo
perenne de Cristo y la Biblia, Palabra de Dios. Pero hay ocasiones en que los tiempos,
espacios, objetos y personas deben ser “consagrados”, hechos sagrados, antes que la
trascendencia se manifieste en ellos. Por ello consagramos monumentos y templos, incluso
objetos sagrados, para que ya no tengan uso profano. Con la bendición o “consagración”,
las realidades temporales se convierten en realidades sagradas, a través de las cuales lo
sagrado puede hacerse visible para los que tienen fe.
1.2. SACRIFICIOS.- En las religiones primitivas (y en algunas actuales con orígenes remotos)
los sacrificios rituales dramatizaban el sentido de dependencia de la vida humana con
relación a lo trascendente. El sacrificio expresa la fragilidad, inseguridad y contingencia de la
vida humana frente a fuerzas ajenas a su control. Los sacrificios pueden expresar a veces el
deseo de controlar fuerzas sobrenaturales, influir en los dioses pero, sobre todo, expresan
el deseo de reparar o mantener una relación apropiada, conforme a la voluntad de los
dioses. Los sacrificios pueden ser algo formal y mecánico que solo expresan una creencia o
pueden adquirir valor sacramental afectando conductas o actitudes de los participantes. En
el mundo antiguo, los sacrificios rituales tuvieron varios sentidos: ofrecimiento de dones,
dones compartidos y ofrendas por la redención del pecado.
1.2.1 OFRECIMIENTO DE DONES.- Tiene que ver con la conciencia de dependencia por los
dones poseídos y disfrutados. El don, dado completamente a dios puede ser un acto de
gratitud por lo recibido o un gesto de plegaria. La ofrenda manifiesta la necesidad del
creyente de mantenerse unido con una realidad trascendente para vivir o para vivir
rectamente.
1.2.2 OFRENDA COMPARTIDA.- El sacrificio puede afirmar el lazo comunal entre Dios y
aquellos que participaron en el sacrificio ritual. El comer la ofrenda expresa el deseo de
asimilar las cualidades simbólicas de lo que es consumido.
1.2.3 OFRENDA POR EL PECADO.- Manifiesta la conciencia de desunión y desobediencia a la
realidad trascendente. Los pecados y las culpas de los participantes son transferida al
animal que, sacrificado, las erradicará. Se trata de pagar una deuda o calmar el enojo de la
divinidad.
Los tres tipos de sacrificio fueron práctica común en Israel. Moisés ordenó ofrecer en
sacrificio las primicias de los frutos en gratitud por la cosecha y la tierra. En las ofrendas
compartidas les fue ordenado quemar la grasa y los órganos vitales de la ofrenda y comer el
resto. En los sacrificios por el perdón de los pecados, el sacerdote transfería al animal las
culpas del pueblo imponiendo sus manos sobre él. Eventualmente los sacrificios servían
también como ritual para solemnizar un juramento.
1.3 COMIDAS.- Algunos sacrificios eran parte también de una comida ritual. Como evento
sagrado no solo envolvían los sentidos sino también la memoria, la imaginación, la sensación de
satisfacción y una interacción social: una función sacramental que reforzaba los lazos y el
sentido de unidad tanto de presentes como ausentes. Muchas otras tribus antiguas hacían lo
mismo. En Israel, la más importante festividad de este tipo era la Pascua, rito que rememoraba
la liberación de Egipto. Esta fiesta, que se celebraba cada primavera, y en tiempos de Jesús
comenzaba con una plegaria de alabanza y gratitud, continuaba comiendo hierbas amargas, la
lectura del evento, la cena del cordero, más oraciones de alabanza y gratitud y, finalmente, un
salmo de acción de gracias sobre la última copa de vino. La cena de Pascua fue,
fundamentalmente, una cena ritual, una memoria del paso de la esclavitud a la libertad.
Comían hierbas amargas para recordar su sufrimiento, se reclinaban para recordar que eran
gente libre, releían su historia para hacer su actualizar su pasado. En un complejo simbolismo se
encontraban con el Dios de sus antepasados. Cruzaban la puerta de lo sagrado. Pero la cena
pascual no era la única comida ritual judía. El día anterior al sábado ya otras fiestas religiosas
compartían también una comida. Comenzaban con una plegaria de agradecimiento. Comían
bocadillos. Luego lavaban sus manos y, después de una Acción de gracias más formal el líder
partía el pan y lo distribuía. Una vez más, lavaban sus manos. Bendecían el vino y lo consumían
juntos, cantaban un salmo y se iban. Generalmente esto grupos hacían labores comunes de
devoción y caridad.
2.- DE LA ÚLTIMA CENA A LA LITURGIA
La tarde anterior a su muerte Jesús realizo un ritual lavando los pies de sus discípulos como
ejemplo de servicio. Dijo que era su cuerpo el que les daba y la copa de vino, la copa de una
nueva alianza. Este fue el comienzo de la liturgia eucarística.
2.1.- LOS COMIENZOS
Jesús se apareció a sus discípulos algunas veces después de su muerte. Cuando dejó de
aparecerse, siguieron sintiendo su presencia durante su reunión el primer día de la semana. Esa
reunión era una cena que evocaba al Señor (la Cena del Señor) y a los eventos que siguieron a
aquella ultima cena junto a él. Aunque como judíos los primeros seguidores de Jesús asistían a
las sinagogas y al templo, su pequeña comunidad empezó a ser referencia más aun cuando las
diferencias con el mundo judío se ensancharon. El record escrito más antiguo de esta cena
ritual se encuentra en la Carta a los Corintios (hacia el año 57) (I Cor 10-12) en el regaño que
hace Pablo por las desviaciones –posible influencia de los gentiles incorporados a la Iglesia- que
los cristianos han hecho de este rito. Les recuerda que la copa que comparten debe ser la
comunión en la sangre de Cristo y el pan que parten, la comunión en el cuerpo del Señor. Lo
que hacen, la forma en que lo hacen, dice “no es la cena del Señor”. La Cena del Señor, les
recuerda, no solo celebra la resurrección del Señor sino también su muerte (11, 23-26). Los
invita a reflexionar en lo que hacen de manera que, al compartir el pan y el vino, reconozcan el
cuerpo que los une. Sin embargo el texto de Pablo es corto y ambiguo. De la última cena
rememora las palabras de Jesús y la instrucción de hacerlo en su memoria. Su ambigüedad
reside en la forma en que usa la palabra “cuerpo”: unas veces se refiere al pan, otras a la
comunidad. Por ello los estudiosos no coinciden en afirmar si Pablo consideraba que Jesús
estaba presente en el pan con la misma fuerza que creía que estaba presente en la comunidad.
Los signos (pan y vino) son sin duda realidades sacramentales en cuanto que, al compartirlas en
memoria de Jesús, evocan para los creyentes la presencia del Resucitado.
Al igual que Lucas, Pablo pone en boca de Jesús las palabras: “Esta es la copa de la Nueva
Alianza en mi sangre”, pero no identifica el vino con su propia sangre. Mateo y Marcos, por su
parte, ponen en boca de Jesús la expresión “Este es mi cuerpo; esta es mi sangre” aun cuando
los estudiosos protestantes cuestionan tal expresión al decir que en arameo la forma correcta
diría “Este, mi cuerpo; esta, mi sangre”.
Los cristianos de habla griega ya identificaban por entonces el pan y el vino con el cuerpo y la
sangre de Jesús pero esto es imposible de probar entre los seguidores de Jesús de origen judío
por su repulsa legal y cultural a cualquier contacto con sangre, fluido repulsivo y legalmente
inaceptable para ser tocado, mucho menos consumido.
En el cuarto evangelio se encuentra algo muy diferente de lo encontrado en Pablo o los
sinópticos. Juan no menciona las palabras de Jesús sobre el pan y el vino pero la comprensión
de estas se encuentra en el capítulo 6 en el llamado “Discurso del Pan de Vida”. Para cuando
este evangelio fue escrito ya muchos cristianos identificaban el pan y el vino con el cuerpo y la
sangre de Cristo.
Algunos estudiosos protestantes discuten esto al decir que las palabras de Jesús deben ser
tomadas simbólicamente (Yo soy el agua viva, yo soy la luz del mundo, yo soy el pan de vida).
Los especialistas católicos prefieren asegurar que el contenido no es simbólico y lo enmarcan
en la lucha contra el gnosticismo propio de la época en que este evangelio fue escrito el cual
afirmaba que el cuerpo de Jesús parecía humano, pero no lo era. (Es verdad que el evangelio de
Juan fue escrito en medio de la controversia gnóstica y manifiesta un fuerte énfasis en la
humanidad y divinidad de Jesús.)
Para el fin del primer siglo, los cristianos identificaban ya la presencia de Jesús directamente
en el pan y el vino durante la cena ritual del Día del Señor. Los cristianos de origen judío
recurrían a sus propias imágenes (el maná, por ejemplo) para explicar el significado del pan (o
el agua que manaba de la roca (Ex 17,1-7) para hablar del vino. La Cena del Señor era para ellos
anticipo del banquete que Dios ofrecería al pueblo escogido según las profecías de Isaías (Is. 25,
55). Sin embargo, el significado más permanente de la Cena del Señor tenía relación con la
noción de sacrificio. Muy temprano, aquellos que consideraban a Jesús el Mesías, comenzaron
a comprender su pasión y su muerte como un sacrificio, una ofrenda de sí mismo a Dios. Fue así
como la Cena de Señor que conmemoraba la muerte y la resurrección de Jesús, tomó poco a
poco la forma de una cena sacrificial. Los evangelios sinópticos hablan del vino como “la sangre
derramada por otros”. Mateo habla del sacrificio por el perdón de los pecados y Pablo de una
“Nueva Alianza” sellada en sangre. Un sacrificio que sella una Nueva Alianza. Luego, la conexión
entre la Cena del Señor y la cena pascual sugiere similitudes entre el sacrificio de Cristo y el del
cordero pascual. La Carta a los Hebreos desarrolla la idea del carácter sacrificial de Jesús quien
es, a la vez, víctima y sacerdote. Un sacerdocio para siempre, un sacrificio para siempre. Poco a
poco se abandonó el concepto de una cena común y esta acción sacramental, con carácter
sacrificial, se convirtió en tema predominante de la teología cristiana.
2.2 DESARROLLO TEMPRANO
El carácter de cena común que precedía a la celebración cristiana del primer día de la
semana desapareció, quizás en parte por los excesos denunciados por Pablo, quizás porque el
tamaño de las comunidades lo hacía impráctico. Lo que quedó fue un elemento simbólico al
que llamaron “Eucaristía” los autores del S II, quizás por las oraciones de acción de gracias que
precedían a la fracción del pan, herencia de las cenas rituales judías. Hacia el año 150 DC, si
había alguna cena, esta era compartida después de la cena ritual y hacia el año 200 DC era
realmente infrecuente.
Otra herencia de las comunidades judeo-cristianas fue la oración matutina del sábado.
Adoptada después por los cristianos no judíos se componía de un saludo inicial (El Señor este
con ustedes, por ejemplo), la lectura de las escrituras, un sermón, plegarias de petición y una
despedida formal. Para el S II esta celebración fue trasladada al domingo, día de la resurrección.
En unas ocasiones, esta celebración fue procedida por la eucaristía: en otras, esta última se
separó para celebrarse por la tarde. Fue en el S. II que se desarrolló el ritual eucarístico.
Comenzaba por la apertura del líder, la presentación de las ofrendas de pan y vino y los dones
de los presentes para los más pobres de la comunidad, oraciones de alabanza y gratitud a Dios
por los dones, la fracción y la comunión con el pan y la despedida. Usualmente se insertaban las
palabras de Jesús pronunciadas durante la Última Cena entre las oraciones de acción de gracias.
Sin embargo algunas formas de plegaria no incluían el relato ni las palabras de la institución.
Hacia el año 112 DC, Plinio “el Joven” reportaba al emperador acerca de las costumbres
cristianas. San Ignacio de Antioquia escribía a sus comunidades acerca del domingo como día
indicado para la celebración de la Eucaristía y al presbítero como el ministro indicado para
presidirla. A mediados del S II, San Justino describía las dos formas de celebración eucarística
encontradas en Roma. En una de ellas hablaba de como el pan consagrado era enviado a
enfermos y ausentes, como se leían ya a los profetas y a los apóstoles y como se hacía colecta
para los necesitados. La más completa descripción de una liturgia eucarística fue escrita por
Hipólito de Roma hacia el año 215 DC en su “Tradición Apostólica”. Allí hablaba del ritual para
la consagración de un obispo y la iniciación de los catecúmenos seguidos de la Eucaristía. Allí
también enfatiza que las oraciones litúrgicas podían ser modificadas por el obispo que presidia
“a lo mejor de sus habilidades”. La tercera parte de su escrito se refería a la cena común, la cual
no tenía carácter de culto. Para mediados del S III, Cipriano de Cartago hablaba de los cristianos
reunidos en pequeños grupos por las tardes para la Eucaristía, a veces conectándola a una cena
formal.
Durante 3 siglos la Eucaristía evolucionó de una cena a una cena ritual con plegarias judías
de gratitud y aunque se desarrolló de distintas maneras en las diversas regiones del Imperio
Romano preservó una estructura básica: ofrecimiento de dones de pan y vino, plegaria de
gratitud sobre las ofrendas, partición del pan y recepción del pan y el vino por los presentes. Las
celebraciones eran presididas por el líder de la comunidad y las plegarias eran siempre dirigidas
al Padre en agradecimiento por sus dones y en especial por la redención traída por Jesucristo.
Era una experiencia sacramental comunitaria ofrecida en presencia de Cristo quien se hacía
visible en la plegaria de la comunidad. Había conciencia de que esta acción sacramental
rememoraba y repetía lo que Jesús había hecho en la Ultima Cena. Durante este periodo tuvo
un carácter fuertemente sacrificial, en parte porque los sacrificios rituales eran una forma
común de culto en el mundo antiguo y en parte como respuesta a la acusación de ateísmo hacia
los cristianos por parte del Imperio por no ofrecer sacrificios. Irineo, hacia el año 200 habló de
los cristianos como un pueblo sacerdotal que ofrecía a Dios el sacrificio divino de una nueva
alianza. Tertuliano describía la eucaristía en términos de sacrificio y ofrenda alrededor del altar.
Más tarde, Cipriano de Cartago afirmaba que ambos, líder y comunidad, ofrecían el sacrificio,
pero que Cristo era el real sumo sacerdote. Otros autores sostenían que, al ofrecer el pan y el
vino, los cristianos se unían al sacrificio de Cristo y participaban de su sacrificio redentor. Cristo
era a la vez víctima y sacerdote. Al orar, los cristianos oraban “en” Cristo. Ignacio de Antioquía
afirma “la eucaristía es la carne y sangre de nuestro Salvador”. Justino afirma que el pan
eucarístico, a través de la plegaria, se convierte en carne y sangre del mismo Jesús de la
encarnación” (Apología I, 66) Contra los gnósticos Irineo afirma que “el pan de la tierra al recibir
la invocación de Dios tiene una realidad terrena y celestial”. Para los primeros padres de la
Iglesia la eucaristía era a la vez expresión y fuente de unidad cristiana. La acción ritual simboliza
la unión de los cristianos con Cristo en su pasión, muerte y resurrección. El compartir el pan –
cuerpo de Cristo- les ayudaba a entender su unidad en un solo Espíritu. Compartir la copa
expresaba su disposición a compartir la copa del martirio y los hacia conscientes de su
participación en el sacrificio de Cristo. La acción ritual expresaba y fortalecía lo que ellos sentían
y creían: la unidad con los otros en la presencia viva de Cristo.
2.3 DESARROLLO POSTERIOR
Entre los S. IV y VI, la eucaristía evoluciono de simple ritual a una liturgia ceremonial
ricamente elaborada. Constantino autorizó la reunión pública de los cristianos en el año 313.
Los emperadores que le siguieron vieron en el cristianismo un factor de unidad y el emperador
Teodosio la proclamó finalmente “religión oficial del Imperio Romano”. Consecuencia de este
hecho la eucaristía se convirtió a la vez en una función de estado y en un ritual religioso. Pero
las influencias no fueron solo exteriores. En el S IV, un sacerdote del norte de África, Arrio,
popularizó la idea de que Jesús no era realmente divino aun viniendo de Dios. Jesús, decía
Arrio, era superior, la encarnación de la Palabra De Dios, más que un ser humano, pero no Dios
como el Padre. Para resolver tal controversia Constantino convocó al Concilio de Nicea en el
año 325, el cual concluyo que Cristo es “UNO” con el Padre y el Espíritu Santo y Arrio fue
condenado como hereje. Sin embargo, las ideas de Arrio continuaron siendo difundidas y
aceptadas. Como consecuencia de esta controversia la plegaria eucarística cambio de
destinatario: del Padre al Hijo, miembro también de la Trinidad. La acción ritual comenzó a
llamarse “ofrenda” y “liturgia”. Si durante el periodo de clandestinidad del cristianismo se
desarrollaron distintas formas de culto eucarístico, estas siguieron preservándose al salir a la
luz.
Dos líneas cultuales se dibujaron entonces: la de Oriente (con Jerusalén, Constantinopla,
Antioquia y Alejandría) y la de Occidente (con Roma y Galia, cuya influencia llegó a Italia y al
norte de África). Sin embargo, las partes básicas no sufrieron variaciones: Ofrendas, Plegaria
sobre ellas (incluyendo la forma de la institución) y distribución del pan y vino consagrados.
Cualquier cambio fue solo una añadidura a esta estructura básica. Desde muy temprana edad
las lecturas y el sermón se convirtieron en preparación para la liturgia eucarística. Los
catecúmenos eran admitidos a esta primera parte del rito y despedidos después del sermón.
Muchos de las modificaciones sobrevivieron en las liturgias de Oriente y Occidente. Fueron en
ocasiones tantas las plegarias adicionales que en algunos ritos alargaron el culto hasta 4 horas.
Algunos de esos cambios se debieron a situaciones políticas, desarrollos teológicos o
simplemente preferencias episcopales o culturales.
Al crecer el número de cristianos, el Imperio Romano autorizó el uso de basílicas aun cuando
la estructura de estas permitía más bien observar que participar en el culto. Las basílicas fueron
expresión de la riqueza del imperio por sus adornos, decoraciones y objetos de culto.
Constantino otorgó a los obispos el poder de actuar como jueces pues la mayoría de ellos eran
personas cultivadas y respetadas por el pueblo. Con su ascenso vino un cambio en su
vestimenta. La mitra, el anillo y los zapatos comenzaron a dar muestras de su rango. Jesús
mismo en las pinturas de la época comenzó a ser representado con las vestimentas y la corona
propias de un emperador (el Pantocrátor). El clero comenzó a vestirse distinto al pueblo para
expresar su rango y lo conservó aun después de la caída de Roma. A la liturgia entraron los
honores ceremoniales propios de los jueces: incienso, antorchas, genuflexiones, reverencias. La
liturgia de domingo se volvió más elaborada al ser decretado este día, por Constantino, como
día obligatorio de descanso. Se añadieron nuevas fiestas litúrgicas: la celebración del
nacimiento de Cristo sustituyo a la fiesta pagana del sol invicto, lo mismo que en Oriente
reemplazó la fiesta del nacimiento del Dios Sol, Osiris, el 6 de Enero. A las fiestas ya especiales
de Pascua y Pentecostés se añadieron otras del señor (su Ascensión o su Bautismo), los santos
apóstoles, la edificación de iglesias y la ordenación de obispos.
Hacia finales del S IV la mayoría de las basílicas romanas celebraban la eucaristía
diariamente. Las plegarias comenzaron a incluir referencias al Antiguo Testamento, la vida de
Cristo o la historia de la Iglesia. La procesión del pan y el vino comenzó también a incluir otros
dones: aceite, cera, vestidos para el clero y apoyo para los pobres. Fue también hacia el S IV
que comenzó a integrarse la oración del Padre Nuestro durante el Rito de Comunión.
Consecuencia de la controversia arriana la Iglesia ordenó que las oraciones dirigidas al Padre, se
dirigieran también a Cristo o la Trinidad. Algunas iglesias del rito oriental iniciaban la
celebración con un pequeño acto penitencial que luego desarrollo en una letanía de alabanza
que finalizaba invocando a Cristo (Kyrie Eleison, Christe Eleison). En el S V, el rito Occidental
introdujo estas letanías dejando la respuesta final en solo tres invocaciones. En la medida que
se identificó el pan y el vino con Cristo, muchos cristianos dejaron de comulgar por considerarse
indignos o por temor. La liturgia se celebraba en el idioma del pueblo. En ese contexto, en latín
para los habitantes del Imperio Romano y en otras lenguas para las iglesias de Oriente. Con ello
cambiaron los nombres con que se designó al culto. Una forma popular fue “missa” por la
ceremonia de despedida (missarum solemnia). Fue en este periodo que las oraciones e
instrucciones rituales comenzaron a ponerse por escrito. Las liturgias episcopales, largas y
complejas, fueron un cambio radical de la expresión espontanea de culto. Tanto las oraciones
como los rituales fueron cada vez más programados. El Sacramentario Gregoriano instituido
hacia el año 600 DC describe una liturgia papal: el domingo por la mañana el papa viajaba a
caballo hasta la basílica acompañado de un séquito de clérigos que le asistían. Desmontaba y se
revestía en las puertas entrando luego en procesión mientras se entonaba un salmo. Recibía un
beso de paz y se postraba ante el altar. Al levantarse, un coro de monjes entonaba “Kyrie
Eleison” seguido de un “Gloria”. Acto seguido, el papa pronunciaba la oración inicial. Luego un
subdiácono leía la Epístola y el coro respondía con una plegaria cantada. Acompañado de
antorchas e incienso, un diacono proclamaba el Evangelio. Luego del sermón –si lo había- se
extendía un mantel sobre el altar. El Papa recibía entonces las ofrendas de los nobles. Sus
asistentes hacían lo mismo con las ofrendas del pueblo. Luego se lavaba el Papa las manos y se
reunía en el altar con otros clérigos para la solemne plegaria eucarística. Esta concluía con una
doxología (alabanza) mientras el archidiácono alzaba el cáliz. Después del Padre Nuestro daba
el papa un beso de paz a sus asistentes quienes hacían lo mismo hacia los demás. Fraccionaba
luego el pan, el cual se distribuía por rangos: primero los clérigos, luego los nobles y finalmente
la gente común. La comunión se recibía de pie, el pan se entregaba en la mano y del cáliz se
bebía mediante una especie de popote mientras se entonaba un salmo. Luego se hacia una
oración de acción de gracias, se despedía a la congregación y se concluía con la procesión de
salida.
De esta breve descripción podemos intuir que la liturgia se había convertido hacia el S VI en
una actividad exclusivamente clerical, centrada en el Papa o el obispo, sus sacerdotes, diáconos
y los monjes que dirigían el canto. Aun así, los laicos respondían a las plegarias, cantaban ciertas
partes de los cantos, presentaban sus ofrendas y recibían la comunión. El diseño de las
basílicas, la cantidad de asistentes a los actos de culto, la pompa ceremonial y la fastuosidad de
las procesiones daban más la impresión para el participante de estar asistiendo a un
espectáculo divino que a una cena ceremonial. Las solemnes ceremonias de los Padres de la
Iglesia sustituyeron el servicio de acción de gracias de las pequeñas comunidades en torno a
una mesa común. Hacia el S IV se comenzó a dar un sentido alegórico a varias partes de la
liturgia eucarística. Teodoro de Mopsuestia identificaba la procesión de dones hacia el altar con
la conducción de Jesús hacia su martirio, el ofrecimiento del pan con la imagen de Jesús en la
cruz, el pan consagrado sobre el altar con la puesta de Jesús en el sepulcro, la invocación al
Espíritu Santo (Epiclesis) con la conversión del cuerpo de Jesús en un cuerpo incorruptible, etc.
La liturgia eucarística se interpretaba como la representación sacramental de la Pasión, Muerte
y Resurrección del Señor y al mismo tiempo como una liturgia eterna donde el Hijo se ofrecía al
Padre. San Juan Crisóstomo afirmaba que durante la plegaria eucarística el altar y su entorno se
llenaban de presencias celestes quienes de esta manera honraban al misterio que se hacía
presente. Las celebraciones litúrgicas, más allá de las diferencias emanadas de su entorno
cultural o regional, seguían conteniendo un profundo carácter sacramental: tenían el poder de
despertar en sus participantes un sentido de lo sagrado y una experiencia de presencia divina. A
ello contribuían el esplendor de la ceremonia, las elaboradas vestimentas de los clérigos, la
solemnidad de las plegarias, la resonancia de la música, el aroma del incienso y la presencia de
una congregación con una fe común. La liturgia podía hacer presente el tiempo sagrado de la
Pasión, Muerte y resurrección de Cristo, el espacio sagrado del cielo palpablemente real y del
sentido de la sumisión a Dios como auto sacrificio una experiencia de vida. Fue en este contexto
de experiencia litúrgica que los Padres de la Iglesia desarrollaron su teología sobre la liturgia
exhortando a creyentes y catecúmenos a sumergirse de tal manera en la experiencia del culto
litúrgico que fueran consientes de las realidades espirituales que la liturgia representa y revela.
Hacia el S IV las realidades espirituales que más atención recibieron de los Padres de la
Iglesia fueron la Divina Presencia y el Santo Sacrificio. El sentido de la presencia hacía relación a
Cristo como Dios Todopoderoso y el sentido del sacrificio cambió de ser aquel en el que Jesús
se ofrecía al Padre a ser el que el Espíritu Santo hacia presente al revivir el sacrificio del
Calvario. ¿Pero en que momentos de la liturgia Cristo se convertía experiencialmente presente?
Los Primeros padres indicaban que era durante todo el servicio eucarístico. Así, cuando el
servicio de oración comenzó a preceder la propiamente llamada plegaria eucarística, la
presencia más palpable comenzó con las ofrendas y terminó con el servicio de comunión. El
concepto de “Presencia Mística de Cristo” corresponde a una etapa posterior. Generalmente la
plegaria eucarística contenía un relato de la Ultima Cena y una invocación al Espíritu Santo para
santificar los elementos de pan y vino. En Occidente la presencia de Cristo fue visualizada en las
palabras de la institución; en Oriente, en la invocación al Espíritu Santo (Epíclesis). Para
Occidente las palabras de la Institución tienen el poder de transformar los elementos. Así lo
suponían Ambrosio, Justino y Agustín de Hipona. En Oriente, Juan Crisóstomo y Gregorio de
Niza compartieron tal creencia. Cirilo de Jerusalén atribuyó el milagro a la invocación del
Espíritu Santo. Con otros Padres de la Iglesia Orientales dio un carácter narrativo a las palabras
de la institución.
Tanto en Oriente como en Occidente (aunque en distintos momentos) la presencia de Cristo
fue entendida en un sentido metafísico, causa de unidad para quienes lo compartían. La
experiencia litúrgica de los Padres de la Iglesia incluía no solo la unión con Cristo sino también
la unión con quienes participaban en el culto eucarístico. La reacción contra el Arrianismo llevo
a los Padres a hablar de la presencia real de Dios en la eucaristía. Agustín invitaba a los
creyentes a “recibir a quien han adorado”. La oración sobre los elementos en Oriente fue
sustituida por un profundo silencio y reverencia. Juan Crisóstomo hablo del altar como “la mesa
del santo temor”. Este énfasis en la divina presencia llevo a muchos a dejar de recibir la
comunión. San Ambrosio vio necesario exhortar al pueblo a comulgar frecuentemente y a no
caer en el hábito de hacerlo –como los griegos- anualmente. A este abandono de la comunión
contribuyó también el énfasis en la eucaristía como “sacrificio” donde no era necesaria una
comida ritual. El Obispo ofrecía el sacrificio en nombre de la comunidad y en este sentido el
comulgar no era imprescindible. La victima sacrificial era la Segunda persona de la Trinidad. Un
sacrificio sin dudad aceptable, con comunión o sin ella.
La experiencia litúrgica de la presencia de Cristo en la eucaristía era distinta en Oriente y
Occidente así como era distinta la interpretación teológica de dicha experiencia. Los Padres de
Occidente interpretaron las palabras “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre” como Palabra de
Dios y les atribuyeron el poder creativo de la Palabra de Dios. Hacia el S IV esta doctrina era
comúnmente aceptada. Tanto Ambrosio como Agustín lo sostuvieron en sus escritos. Juan
Crisóstomo y Gregorio de Niza, y los Padres Orientales, sostuvieron la misma doctrina, pero
Cirilo de Jerusalén atribuyó al poder del Espíritu Santo la transformación de los elementos. Juan
de Damasco atribuye tal efectividad a las palabras de la institución hasta el momento en que el
Espíritu Santo es invocado. Hacia el S XV el carácter de ofrenda sacrificial de la eucaristía torno
a ofrenda expiatoria por los pecados. Los roles de Cristo como sacerdote y victima fueron poco
a poco tomando nueva forma. El obispo y sus acciones litúrgicas emularon el sacerdocio de
Cristo y el pan y el vino con la víctima. Otra diferencia básica fue la percepción de Cristo como
la presencia del resucitado en las primeras comunidades mientras que hacia el S. V esa
presencia rememoraba al Dios-Hombre cuyo sacrificio fue causa de salvación. La Liturgia abría
la puerta al tiempo y espacio sagrados de la crucifixión y era, según los Padre de la Iglesia, una
representación simbólica del sacrificio del Calvario. Al participar en la liturgia el creyente
participaba en el evento sagrado uniéndose a dios en la redención del pecado. San Agustín
consideraba el sacrificio visible como sacramento del sacramento invisible. La población en
general no tenía esta apreciación de la liturgia. La conversión en masa de los pueblos germanos
(S. VI), el bautismo de infantes y el cristianismo convertido en religión oficial significó que las
celebraciones litúrgicas se vieran atendidas por muchos que no tenían la convicción para
hacerlo y que participaban más en un acto oficial y público que personal y deliberado.
2.4 MISA Y EUCARISTIA EN LA EDAD MEDIA
El estilo de la liturgia no cambio mucho después del S VI. La cultura del imperio Romano-
Bizantino permaneció relativamente estable a través de la edad Media aun cuando su tamaño
se vio considerablemente reducido ante la expansión del Islam en los S VII y VIII. Las Iglesias de
Oriente continúan usando las liturgias establecidas por los Padres de la Iglesia Oriental hasta el
día de hoy. En Occidente estas liturgias evolucionaron hasta el S XVII cuando Roma impuso
uniformidad litúrgica y los Reformistas desarrollaron formas de culto no tradicional en las
Iglesias Protestantes. En la liturgia de Occidente el cambio más significativo fue el desarrollo de
las misas privadas. En la Iglesia Primitiva la eucaristía fue primordialmente una experiencia
comunitaria; luego para cada congregación se estableció el servicio del domingo. Más tarde en
cada basílica la liturgia era presidida por el obispo y para quienes no podían asistir se tenían
celebraciones presididas por presbíteros. Durante el periodo patrístico se dió inicio a la
celebración diaria de la misa en memoria de los eventos de la vida de Cristo, los mártires o
santos. Fue en este periodo que comenzó la misa además de tener carácter sacrificial, a
ofrecerse por razones especiales y luego personales. En estas últimas, los beneficiarios de la
intención ofrecían los dones. Este tipo de misas de petición y conmemorativas comenzaron a
llamarse votivas (del latín, prometidas). Para el S VI estas misas superan en número a las
liturgias dominicales pero aún tienen carácter comunitario. Las misas privadas, o sin
congregación, comenzaron en los monasterios y en las tierras de misión. Originalmente los
monasterios eran sitios para laicos atendidos por sacerdotes, hacia el S. VI, estos laicos, previa
consagración como presbíteros comenzaron a ser enviados al norte de Europa como
misioneros. La concentración de ministros ordenados en los monasterios dio origen a misas
privadas y esta práctica fue llevada a tierras de misión. Fue así que la misa baja comenzó a
celebrarse en Europa dejando la misa con congregación o misa alta para los domingos.
El segundo gran cambio en la liturgia occidental se debió precisamente a una falta de
cambio. Mientras los misioneros de la Iglesia Oriental tradujeron la Biblia y los textos y ritos
litúrgicos para sus comunidades, los occidentales siguieron celebrando en latín –una lengua
incomprensible para los recién convertidos- lo que convirtió a la misa en una especie de
actuación religiosa, más para mirar y escuchar, que para participar. Esto ocurrió incluso en
Italia donde la comunidad tenía una idea de lo que se celebraba pero no entendía la lengua
pues bajo el influjo germánico el lenguaje también había cambiado y no era más el latín. Esta
uniformidad en el lenguaje en Occidente no supuso uniformidad en los ritos. Los libros
litúrgicos de Roma contenían las normas y rubricas para los obispos únicamente por lo que los
presbíteros debían improvisar usando el modelo episcopal. Fuera de Roma, los obispos eran
libres de componer sus propias liturgias de manera que antes de iniciar la Edad Media, España,
Francia e Inglaterra tenían estilos litúrgicos distintos de los de Roma. La Liturgia Romana había
sido simplificada con las reformas del Papa Gregorio, no así la española, celtica y gálica, las
cuales eran frecuentemente saturadas con largas secuencias de oraciones que conmemoraban
sus propios santos, pedían ayuda por sus propias necesidades y expresaban sus propias ideas
acerca del sacrificio eucarístico.
Hacia el S. VII esto comenzó a cambiar. Roma mandó misioneros a Inglaterra con su propio
sacramentario el cual suplantó al sacramentario celta hacia finales del S VII. Hacia el año 754,
Pipino, rey de los Francos y padre de Carlomagno trato de hacer obligatorio en su reino el rito
romano, acción que completaría su hijo. Este fue el fin de la liturgia gálica. Lo mismo ocurrió en
España. La única iglesia que conservo su rito fue la Milán con su rito heredado por San
Ambrosio aun en contra de los edictos papales. Pero las antiguas liturgias europeas tuvieron
también su propia influencia sobre la liturgia romana. Los galos introdujeron sus oraciones y
ceremonias en el sacramentario gregoriano. Los obispos franceses que se vieron obligados a
usarlo hicieron también sus propias modificaciones. La liturgia gálica, por ejemplo, tenía un
fuerte sabor anti-Arriano y enfatizaba la presencia del Cristo divino en sus liturgias. Fue en este
periodo y consecuencia de la liturgia gálica que se introdujo un rito penitencial dentro de los
ritos iniciales y ciertas partes referentes a la indignidad fueron añadidos en otras partes de la
misa. Los sacerdotes hacían varias veces el signo de la cruz sobre los dones y hacían genuflexión
ante ellos una vez consagrados. En Roma, la plegaria eucarística, a la cual comenzó a llamarse
Canon, tuvo una forma regulada y comenzó a musitarse para proteger y honrar el misterio. Los
laicos fueron desalentados de recibir la comunión al insistirse en su indignidad y posible
condenación. Los que se atrevían a comulgar lo hacían de rodillas y sin tocar ellos mismos los
vasos sagrados. En algunos lugares se insertó la proclamación del Credo de Nicea entre la
lectura del Evangelio y el comienzo del canon (Plegaria eucarística). Entraron también otras
costumbres gálicas: el sacerdote comenzó a pronunciar por si solo y con los brazos extendidos
lo que antes eran oraciones de la comunidad y el celebrante. La visión de la misa como
sacrificio comenzó a hacer el sermón irrelevante y frecuentemente omitido. De hacerse, no
hacía por lo común referencia a las lecturas bíblicas que el pueblo tampoco había entendido
pues habían sido proclamadas en latín. Como no se comulgaba, el pan fue sustituido por una
forma redonda de pan sin levadura a la que se llamó hostia (palabra latina para victima
sacrificial). La misa ahora era más comúnmente celebrada por un presbítero que por un obispo
y sin participación de laicos. A falta de otros ministros, el presbítero comenzó a asumir todas las
funciones litúrgicas y a recitar todas las partes que correspondían al pueblo y que el ayudante
no podía recitar. En las misas privadas no solía haber procesión de ofrendas pero el presbítero
se encargaba de colectar la ofrenda de la intención. En algunas fiestas especiales en las que una
mayor solemnidad era requerida, la misa episcopal fue simplificada para ser presidida por un
presbítero. La liturgia romana experimentó varios cambios de los obispos franceses y se
convirtió en una nueva liturgia incluso para el Papa. Era una liturgia de sacrificio y suplica más
que de comunión y acción de gracias, ofrecida por un sacerdote solamente y hecha para el
pueblo más que con el pueblo, en latín y más en silencio. Este cambio fue perpetuado durante
la Edad Media. Hacia el S VI los altares ya se habían colocado contra la pared y en las catedrales
e iglesias mayores contenían reliquias de santos. El sacerdote comenzó pues a celebrar de
espaldas al pueblo. El ofrecía el sacrificio mientras la comunidad atestiguaba a una distancia
cada vez mayor cuando los monjes comenzaron a ocupar los primeros sitios. Se instalaron a
veces una especie de columnas y una barrera para que los que comulgaban pudieran
arrodillarse. Las Escrituras no se leyeron más al pueblo. El sacerdote las leía en el altar y movía
el libro del lado de los Apóstoles al lado del evangelio. El rol del laicado cambió. Ahora su
participación paso a ser de inspiración pasiva y adoración. Durante las misas en memoria de
Cristo crucificado se ponía un crucifijo sobre el altar. En la memoria de los santos la parte
cercana al altar se llenaba con estatuas e imágenes. La construcción de nuevas y espaciosas
catedrales separo aún más al pueblo del celebrante. Se construyeron altares menores donde se
celebraban misas votivas que pequeños grupos podían atender. Los ventanales de las
catedrales góticas se llenaron de vitrales inspiradores incluso para los incultos. Los pulpitos se
construyen cerca del centro de la nave lo cual hizo más posible escuchar el sermón pero separo
visiblemente a este del resto de la misa. Hacia el S. XVII la misa era ya completamente un rito
clerical con barreras físicas y de lenguaje. La liturgia, en vez de revelar los misterios cristianos se
convirtió en un misterio que requería explicación y allí el más grande misterio era explicar de
qué manera el pan y el vino se convertían en el cuerpo y la sangre de Cristo.
2.5 LOS CAMBIOS EN LA TEOLOGIA
Los Padres de Oriente acostumbraban explicar los ritos de la liturgia de una manera alegórica
dando a cada acción litúrgica un sentido simbólico. Este recurso fue usado para explicar a
quienes solo contemplaban el rito. Algunos encontraban en la misa una simbolización de la vida
de Cristo pero prevalecía el concepto que la misa representaba solo la muerte redentora de
Cristo. Hacia el año 831, Pascasio Radberd, un abad del monasterio de Corbie dio un paso más
al afirmar que por el poder de la consagración el cuerpo y la sangre humanas de Jesús estaban
presentes en el altar. Dos siglos después, Berenger de Tours desafío esta interpretación al
afirmar que la presencia era espiritual puesto que las palabras de la consagración no cambiaban
la apariencia física de las ofrendas. Se apoyó en la definición de San Agustín acerca del
sacramento (signo de una realidad sagrada). Berenger no negó la presencia de Cristo en la
eucaristía, ni que las palabras consagratorias transformaran el pan y el vino pero negó la
presencia física de Cristo. El hablo de una realidad espiritual percibida por los ojos de la fe y
recibida espiritualmente en la comunión. Para sus contemporáneos, negar la presencia física
significaba negar la presencia real así que un Concilio de Obispos lo obligo a firmar un
juramento afirmado que el pan y el vino consagrados no eran solo un sacramento sino la
presencia real de Cristo. La controversia de Berenguer tuvo como resultado el desarrollo de dos
ideas teológicas. Teóricamente llevo al desarrollo del concepto de realidad sacramental
(sacramentum et res) la cual consideraba al pan y vino eucarísticos tanto realidad como
sacramento. En la práctica incremento un sentido de realismo. Se comenzó a hacer genuflexión
frente al vino guardado cerca del altar y las reservas eucarísticas comenzaron a guardarse en
un tabernáculo con una lámpara encendida. En contra de Berenger se sostuvo que Cristo estaba
presente en cada fragmento de pan y el vino –por temor a derramarlo- dejo de recibirse. Aun
más cristianos se abstuvieron de comulgar y se enfocaron en la adoración. Se ordenó a los
sacerdotes levantar la hostia y el cáliz consagrados sobe sus cabezas después de la
consagración y se tocó una campana para invitar a suspender los rezos privados e invita a la
adoración. Gradualmente esta elevación se convirtió para el laicado en el punto más alto de la
liturgia. Se originaron también origen a una serie de supersticiones y creencias nuevas acerca
de la eucaristía. Comenzaron a circular historias de sacerdotes con hostias sangrantes en sus
manos como una respuesta milagrosa ante sus dudas acerca de la presencia real de Cristo.
Otros sostenían que mirando la hostia consagrada fijamente se curaban enfermedades o se
conseguía buena suerte. Era común que algunos creyentes fueran presurosos de iglesia en
iglesia para presenciar la elevación. Durante el XII y XIII, con el renacer de la vida intelectual, los
teólogos consideraran estas exageraciones acerca de la presencia física de Cristo como
innecesarias e insostenibles.
2.6 LA ESCOLASTICA
Los teólogos escolásticos se interesaron más en el sacramento que en la acción litúrgica. El
asunto a resolver no era como debía ser el culto sino en que momento de la misa tenía lugar el
sacrificio y de qué manera se convertían el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo.
El interés primario para los escolásticos estaba en el sacramento, termino con el cual se
referían no a la acción litúrgica sino al pan y al vino consagrados. No había cuestiones que
resolver acerca de la naturaleza de la misa la cual era aceptada por todos como una
representación y continuación del sacrificio de Cristo en el Calvario. Las preguntas a resolver
eran dos: cuando era el momento del sacrificio y de que manera el pan y el vino se convertían
en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. A la primera pregunta no hubo una respuesta unánime. La
mayoría estaba de acuerdo con Pedro Lombardo en que durante la misa ocurría “el memorial y
representación del verdadero sacrificio y la santa inmolación” Pero, ¿En qué momento de la
misa? Algunos teólogos afirmaban que durante la consagración por separado del pan y del vino,
aunque ocurría de una manera “incruenta”, es decir, no sangrienta. Otros aseguraban que esto
ocurría durante la fracción del pan o en el momento de la comunión. A la segunda pregunta si
hubo, al menos temporalmente, una respuesta unánime en el concepto “transubstanciación”,
concepto de la filosofía aristotélica. Pronto, cualquier interpretación fuera de esta se consideró
herética. Según los teólogos escolásticos, el cambio se efectuaba por el poder de Dios, aunque
no era de su interés explicar cómo este cambio ocurría. Se presentaron 3 temas:
a) La sustancia de Cristo se añadía a los elementos materiales durante las palabras de la
consagración. A esto se le llamo “consubstanciación” pues hablaba de ambas realidades
presentes en el sacramento.
b) Otros hablaban de “substitución”. Una realidad sustituía a la otra, era reemplazada. Hacia
1250 ambas posiciones fueron consideradas heréticas, filosóficamente implausibles y
teológicamente inadecuadas.
c) El tercer concepto fue “transubstanciación”, primero usado por Hildebrando de Tours a
principios del S XIII y luego ampliamente usado en la Universidad de Paris. El Cuarto Concilio
Lateranense uso el término “transubstanciación” aunque no hubo un soporte oficial a esta
doctrina. Central a este concepto fue la idea de que la realidad de los elementos (pan y vino)
cambiaban mientras los accidentes (color, olor, textura, apariencia) permanecían inmutables.
Según la filosofía Aristotélica substancia es algo que puede existir por sí mismo.
Accidentes son características o propiedades que no existen por si mismos sino en razón de
otra realidad. Así el pan y el vino conservaban sus características después de la consagración
pero se convertían en una nueva realidad que abría las puertas a la experiencia de la presencia
divina.
El concepto filosófico de “transubstanciación” pareció ser el más satisfactorio de todos
aunque la realidad que tomaba forma era metafísica. Hacia la mitad del S XIII algunos
escolásticos comenzaron a considerar el concepto más que solo una teoría satisfactoria. Tan
convencidos estaban de su exactitud que comenzaron a condenar las otras explicaciones como
erróneas, teológicamente falsas y heréticas. Tomas de Aquino fue uno de ellos. Su sofisticación
filosófica para presentar esta teoría fue ampliamente aceptada por los teólogos siglos después.
A diferencia de otros sacramentos se enfocó en el objeto sagrado (pan y vino) y no en la
totalidad de la acción litúrgica, o al menos se concentró en la consagración y recepción de los
elementos eucarísticos. La materia del sacramento dijo, son el pan y el vino. La forma, las
palabras consagratorias. Uso también los términos “sacramentum tantum”, “sacramentum et
res” y “res tantum”. Según este análisis la apariencia del pan y del vino era solo un sacramento,
un signo sagrado de una realidad espiritual. Los elementos consagrados eran a la vez realidad y
sacramento (eran la realidad que significaban). Cuando la hostia y el vino eran consumidos, el
sacramento desaparecía y permanecía solo la realidad de la presencia de Cristo. Así, para Santo
Tomas, el propósito de Dios al dar la eucaristía no era convertir el pan y el vino en objeto de
adoración sino dar a los cristianos un alimento espiritual. La realidad del sacramento era una
gracia: unirse a Cristo mismo. Esta unión significa también unión con la iglesia, cuerpo místico
de Cristo. Santo Tomas reconocía que los cristianos pueden unirse y experimentar el amor de
Dios sin la eucaristía, y al mismo tiempo recibir la eucaristía sin experimentar la unión con Dios
pues este encuentro requiere apertura a la gracia y disposición interior.
La eucaristía es considerada un sacramento de redención al perdonar el pecado y
reducir la inclinación al mal. Pero es es además un sacrificio, por lo cual puede ofrecerse por el
beneficio espiritual de vivos y muertos. Sin embargo, su efectividad es proporcional a la
disposición de aquellos por quienes es ofrecida. Recibir la comunión o ser beneficiario de una
intención no significa nada sin la cooperación con la gracia de Dios.
Según Tomas de Aquino, el sacerdote recibe, por la imposición de manos, el poder de
consagrar los elementos. Sin embargo, su poder no depende de su dignidad personal. Por eso
es válida aun cuando sea prohibida la consagración realizada por un sacerdote hereje, cismático
o pecador, y es válida la comunión recibida aun por aquellos que lo saben aun cuando actúen
contrariamente a la ley de la iglesia. (La consagración de los elementos es efectuada ex opere
operato, en virtud de la acción efectuada por un sacerdote válidamente ordenado). La
presencia real de Cristo, según Santo Tomas, bajo las apariencias de pan y de vino, es metafísica
y solo puede ser percibida por una mente iluminada por la fe (Fe en la palabra de Dios y fe en el
poder de Dios sobre la realidad) y un corazón abierto a la gracia.
La Escolástica cayó en declive después del S XIII. Su descuido en la relevancia de la
experiencia religiosa y su incrementado soporte en textos y lógica condujo al legalismo y al
nominalismo a fines del S XIII.
Juan Duns Escotto estuvo de acuerdo en que la misa era un sacrificio, más aun una
repetición del sacrificio del Calvario, un acto de culto de la iglesia ofrendada a Dios por el
sacerdote y donde la participación del pueblo aunque deseable, no era vista como necesaria. La
misa comenzó a ser considerada efectiva en sí misma, productora de gracia y capaz de
perdonar los pecados independientemente de la devoción y actitud interior de los
participantes. A los cristianos se les pidió cultivar sentimientos de devoción, los cuales fueron
vistos más como una adición que como una participación de lo que ocurría en el altar.
A partir de Escoto, los teólogos comenzaron a considerar el término
“transubstanciación” usado en el IV Concilio Lateranense como una aprobación de tal doctrina,
de tal manera que quien discordó con ella fue considerado hereje. Hubo muy pocos cambios en
la Teología de La Eucaristía durante los siglos XIV y XV. La mayoría de los tratados en este
periodo se referían a rúbricas. Poco a poco la devoción popular se volcó en la adoración de la
hostia consagrada y no en la comunión, por lo cual debió ordenarse que esta debería ser
recibida al menos una vez al año (IV Concilio Lateranense). En el S XIII se estableció, primero en
Francia y luego en toda la iglesia, la fiesta y procesión del Corpus Christi. Surgieron historias
sobre hostias sangrantes y apariciones de Cristo, además de supersticiones acerca de la
habilidad de la contemplación de la hostia consagrada para sanar enfermedades. En el S XVI la
gente corría presurosa, de iglesia en iglesia, para contemplar la elevación como amuleto de
buena suerte.
La misa se convirtió en una actividad meramente clerical cuyos beneficios espirituales
eran producidos ajenos a la devoción. Aparecieron las misas privadas y las iglesias con múltiples
altares donde se celebraba la misa al mismo tiempo, misas principalmente votivas, es decir,
ofrecidas por intenciones especiales mediante previa donación. Los sacerdotes celebraban
hasta 8 misas al día, una tras otra y rápidamente. Hacia el S XV era común la ordenación de
“sacerdotes del altar” cuyo único oficio era celebrar la misa. A veces hasta 100 de esto
sacerdotes eran asignados a un solo templo. Hacia el fin de la Edad Media, la misa pasó de ser
un acto de alabanza pública a una forma de oración clerical. De ser una celebración semanal
(tiempos patrísticos) se convirtió en una celebración repetida muchas veces al día. Las lecturas
no se leían públicamente y el pan consagrado no se consumía. Esta fue la misa que los
reformadores conocieron y a la cual muchos de ellos se opusieron.
3. LA CENA DEL SEÑOR EN LOS TIEMPOS MODERNOS
Los primeros reformadores se enfrentaron a un dilema: las misas privadas no les
parecían conformes a la Biblia y sin embargo Jesús había dicho “Hagan esto en memoria mía”.
¿Qué era entonces lo que Jesús quería decir? Para empeorar las cosas no tenían acceso a
ningún documento que les diera una idea de la celebración eucarística de la iglesia primitiva.
Querían, eso sí, una misa sin interferencia de Roma –otorgada por la excomunión- pero no
sabían cómo debía ser reformada. Comenzaron de hecho a realizar varios cambios: Lutero
tradujo del latín al alemán la misa e insistió en que la comunión debía ser recibida por los
fieles. Calvino y otros dividieron la misa en 2 partes: un servicio de Escritura seguido de un
sermón y distribución de la comunión. Aunque en gran número rechazaron conectar la misa
con el sacrificio de Cristo, no dudaron en darle a este último un valor propio en la historia de la
redención humana. La mayoría de los protestantes estuvo de acuerdo en que el pueblo debía
comulgar semanalmente, cuando no a diario. La liturgia del domingo se convirtió en un servicio
de oración no eucarístico y el servicio de comunión pasa a ser una celebración mensual o anual.
No rechazaron pues la eucaristía (la cual consideraron instituida por Jesucristo) sino la forma de
la misa romana a la cual reemplazaron con otras formas de culto. Rechazan también las
prácticas supersticiosas relativas a la hostia consagrada y eliminaron la costumbre de
conservarla. La misma palabra misa fue sustituida con nombres tales como la “cena del Señor”
o la “mesa del Señor” que les parecieron más apropiadas si su asamblea iba a comulgar. La
única excepción fue la iglesia de Inglaterra quien no se consideró a si misma protestante sino
católica en todo excepto en la obediencia la Papa. Luego ellos también adoptarían también
otras formas de culto.
4. REVISIONES PROTESTANTES
Además de los Anglicanos, Lutero tuvo la actitud más “católica” hacia la misa de la cual
solo intentaba corregir abusos. Se refería en especial a las “misas vendidas” al pueblo para su
beneficio espiritual o con el propósito de sacar algunas almas del purgatorio. Algunas de estas
misas eran pagadas a veces antes de la muerte del solicitante. Dicha práctica indicaba que la
gente podía comprar su “salvación”. Esta idea le pareció escandalosa y la más grande de las
abominaciones. Para él, bajo esta práctica, subyacía el concepto de que la misa era un
sacrificio, lo cual rechazó. Todo lo que podía ofrecerse a Dios durante la eucaristía eran
“oraciones” pues Cristo se entregó de una vez y para siempre. El pan y el vino consagrados
debían ofrecerse a la gente, no a Dios, pues Jesús dijo “Tomad y comed”. En su concepto, el
sacrificio que podía hacerse era del pueblo a Dios. De hecho consideraba, en su interpretación
dela Escritura, a todo el pueblo como sacerdote, considerando así al sacerdocio jerárquico
como innecesario.
¿Qué era entonces la misa? Lutero desarrollo una Teología de la Gracia y la Fe sobre los textos
del NT relativos a la Eucaristía. La salvación, consideró, es un regalo de Dios, pero debe
aceptarse para que haga una diferencia real en la vida de la gente. En la comunión vió Lutero
simbolizada esta interacción entre fe y vida. Gracia que perdona y libera por el único sacrificio
de Cristo, fe que acepta y experimenta el perdón de Dios. Ahora bien, no consideró la presencia
de Cristo en los elementos consagrados materia de fe solamente sino presencia real en virtud
de las palabras consagratorias.
Fue durante este periodo que la edición normativa del Misal Romano fué autorizada por
Pio V y se convirtió en mandatorio con excepción de liturgias que probaran tener al menos 200
años de antigüedad. Dicho Misal incluía tanto las oraciones como las instrucciones para
pronunciarlas, el número de misas que un sacerdote estaba autorizado a decir o las veces que
se debía hacer la señal de la cruz sobre el pan y el vino. En 1588, Sixto V estableció la
Congregación de los Ritos para asegurar uniformidad litúrgica. Después la misa católica no
sufrió cambios por más de 400 años. Al principio, muchos obispos resistieron las nuevas
restricciones a su autoridad. Por ejemplo, en Francia la litúrgica gálica se celebraba en 1770 en
más de la mitad de las diócesis al menos ocasionalmente. Con la imprenta el Misal Romano
pudo ser accesible hasta para los países más pobres. La liturgia aprobada fue básicamente la de
la Edad Media, excluyente del laico porque Roma no conoció otro estilo durante 900 años. La
inhabilidad del laico para participar activamente fue suplida por devociones. Se renovó el
interés en la música y la arquitectura como un medio para llevar al pueblo al sentido de lo
sagrado. El canto medieval se convirtió en polifonía durante el Renacimiento y en trabajos
orquestales elaborados en el periodo Barroco. La gente iba a “oír misa”. Pinturas elaboradas y
esculturas diseñadas para cultivar fueron recursos para elevar al pueblo mientras la misa era
celebrada. La liturgia y la piedad popular estaban completamente divorciadas. La traducción del
Latín a las lenguas vernáculas fue prohibido (más como una reacción a los Reformadores), por
tanto los libros usados contenían representaciones populares del sacramento o sugerencias
sobre como recibir el beneficio espiritual de la celebración. Otros libros contenían oraciones
diversas y el rezo del rosario fue propio de quien no tenía los libros o no sabía leer. Si había
himnarios, los himnos no tenían relación con el momento de la celebración y eran
interrumpidos durante la elevación del pan y del vino. Para los laicos esta misa fue un espacio
para su devoción privada con excepción del momento en que el sacramento era adorado. Para
los laicos tampoco había conexión entre comunión y liturgia. La comunión era con frecuencia
distribuida antes o después de la misa. La norma básica era comulgar una vez al año y practicar
la comunión espiritual.
La Teología Eucarística se desarrolló durante el S XIX. Trento tuvo la última palabra. La
teología buscaba solo “clarificar” lo que ya había sido definido. La teología eucarística moderna
fue dogmática (defendía los dogmas de Trento contra las que consideraba herejías
protestantes) y metafísica (pues explicaba cosas que no podían ser vistas pero debían ser
creídas como reales). No sería justo, sin embargo, decir que esta era una fe ciega o que se
sostenía en dogmas definidos o especulaciones metafísicas, pues estos eran simples
explicaciones de aquello que los católicos experimentaban como una profunda experiencia
religiosa de encuentro con Dios.
En el catolicismo moderno la eucaristía como sacramento tuvo un sentido más amplio
puesto que abría la puerta a la experiencia del tiempo sagrado y el sentido de lo sagrado al
rememorar el sacrificio de Cristo. Esta experiencia fue más personal que comunitaria. En el S
XIX este acercamiento individualista a la eucaristía comenzó a ser objeto de crítica por los
estudiosos que comenzaban a descubrir la liturgia previa a la Edad Media e insistían en una
participación más activa de los fieles. La Teología Escolástica sobre la eucaristía comenzó a ver
su fin cuando comenzó a visualizarse el fin de la misa en latín.
5. LITURGIA Y EUCARISTIA EN EL S XX
A pesar de que la iglesia católica continua reconociendo las doctrinas del Concilio de
Trento como suyas, en general, silenciosamente, las va dejando de lado. La mayoría de los
teólogos no hablan más de la misa como sacrificio, pocos catequistas y predicadores insisten
en la devoción al Santísimo Sacramento y virtualmente ninguna congregación atiende
regularmente a la misa en latín, defendida y explicada por Trento. El término
“transubstanciación” ha entrado en desuso. La Europa del S XIX experimento un renovado
interés en la arquitectura y el arte góticos. Los viejos manuscritos que hablan del periodo
pre medieval comienzan a ser investigados. Allí se descubre que la liturgia anterior al medioevo
era en muchos sentidos diferente a la celebración eucarística oficializada en Trento. Los monjes
comenzaron por renovar sus liturgias reincorporando el canto gregoriano en estos pero
buscando también formas más antiguas de música en la iglesia. En 1880 vieron la luz los
primeros misales con algunas plegarias. En 1897 la prohibición de traducir el Misal Romano fue
revocada permitiendo a los fieles, después de casi 1000 años seguir lo que el sacerdote decía en
el altar. Los mojes benedictinos fueron precursores de estos cambios a al animar a los fieles a
usar misales en lugar de sus libros de devociones o su rosario. En 1903, el Papa Pio X aprueba
una mayor participación de los fieles en el uso del “chant” y la recepción frecuente de la
comunión y autoriza a que los niños mayores de 7 años reciban la comunión. La recepción de
esta primera comunión se convierte en un sacramento “no-oficial” de la niñez asociado a la
misa.
Durante las dos guerras mundiales continúa la investigación litúrgica en Alemania,
Austria, Bélgica y Francia principalmente. En 1947, Pio XII intenta mediante una encíclica
mediar entre los oponentes y favorecedores de una reforma litúrgica.
Lo que los investigadores descubrieron fue que la misa no fue siempre celebrada en
latín, que no siempre tuvo la forma establecida en Trento, que ha habido una variedad regional
en el modo de celebrarla desde el principio, que el estilo de la Misa Romana tiene varias
fuentes, que ha sufrido un proceso de evolución, que los obispos han tenido más libertad en
hacer sus plegarias y que la participación de los fieles fue una constante antes de la Edad
media.
En 1950 ocurrieron algunas reformas modestas: se dio permiso de celebrar por la tarde
del sábado en algunas diócesis, la liturgia de la Semana Santa fue revisada y el ayuno
eucarístico se redujo a1 hora.
En 1959 el Papa Juan XXIII anuncia su intención de convocar a un Concilio Ecuménico,
siendo la liturgia el primer aspecto de la vida de la Iglesia a revisar. Tal renovación superó
incluso las expectativas de los estudiosos de la época siendo el culmen de un proceso de
renovación. Fue tal la serie de cambios implementados en los 60’s y 70’s que no faltaron las
protestas de los católicos más tradicionales. Primero se tradujeron algunas partes de la misa a
las lenguas vernáculas, luego la misa completa y finalmente la liturgia misma se simplificó y se
flexibilizó. La actual forma de la misa es más bíblica y eucarística al enfatizar la lectura de las
Escrituras y la comunión (sobre la consagración y la adoración). Puede ser celebrada por uno o
más sacerdotes y permite a los laicos desempeñar ministerios en ella. La mayoría de las
oraciones son audibles, piden la respuesta de los fieles o se unen a ellos. Difícilmente la Misa
católica pudo ser más completa y participativa. De ser un servicio observado a distancia paso a
ser un acto de culto que invita a la participación, de ser un ritual silencioso paso a ser un ritual
con momentos de silencio, de “sacrificio de la misa’ se convierte en “liturgia eucarística’. El
sacerdote celebra de cara al pueblo actuando como líder. Su homilía se convierte en parte
imprescindible en la Liturgia de la Palabra, ahora tiene varias plegarias como alternativa, los
laicos se involucran cada vez más en su preparación a veces a través de equipos que preparan
ministros, adornan y decoran el espacio físico del culto y selecciona la música apropiada, la
liturgia envuelve a un número cada vez mayor de participantes: ministros de hospitalidad,
proclamadores, monaguillos, sacristanes, ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión,
personas que presentan las ofrendas, etc. La misa permite ahora ser adaptada a necesidades y
ocasiones especiales.
Los ímpetus por este cambio litúrgico pueden encontrarse en los afanes reformadores
previos al Concilio Vaticano II
6.- CAMBIOS EN LA LITURGIA EUCARISTICA
La teología eucarística de hoy es mucho más una teología de la liturgia misma que
acerca de los elementos consagrados. En 1955 el teólogo protestante F. J. Leenhardt propuso
que la consagración pudiera ser explicada como “transfinalización” (comienza como pan y
termina como una realidad diferente) Esto sería posible gracias al poder de Dios el cual es el
autor último de la creación. Los protestantes consideraron que su teoría explicaba un cambio
metafísico en los elementos con el cual no podían estar de acuerdo. Para los católicos,
Leenhard no explicaba como tal cambio era posible. Entre los teólogos católicos ganó
aceptación la teoría de la “transignificación” la cual indicaba que el “significado es un elemento
constitutivo de la realidad en la experiencia humana” es decir, que las acciones simbólicas
pueden expresar y encarnar cosas que no pueden ser directamente vistas. En esta teoría
desarrollaron su teología sacramental Schillebeeckx, Ranher y Cooke. “Los sacramentos son
acciones simbólicas y rituales de gestos y palabras que encarnan y revelan realidades humanas
y divinas” sostenía esta teoría. Estos teólogos no dudan en reconocer que algunas de estas
acciones simbólicas no fueron creadas por Jesús (algunas ya existían) pero él les dio un nuevo
significado (transignificación). En el caso concreto de la última cena, Jesús hizo de un ritual
judío una memoria de su muerte y resurrección. Así, el pan y el vino consagrados durante la
misa significan una nueva realidad para quienes tienen fe en Jesús puesto que se convierten en
su cuerpo y su sangre. Para aquellos sin fe, siguen siendo lo mismo. La jerarquía católica, no
obstante, ha tenido problemas para aceptar completamente esta teoría que sugiere que el
cambio eucarístico se da en la mente y no en los elementos. Otros líderes la han tolerado ¿La
razón? Los cambios en la teología eucarística, los descubrimientos en el modo de celebrar y la
teología eucarística previos al medioevo. Por 12 siglos la Iglesia celebro la eucaristía sin
considerar siquiera el término de “transubstanciación”.
En los últimos 40 años, la teología católica ha tratado de re-descubrir la eucaristía desde
la perspectiva patrística y escrituristica abandonando gradualmente la insistencia en la
transubstanciación y la misa como “sacrificio” en favor de otras interpretaciones igualmente
católicas pero menos escolásticas.
La dirección general de tales cambios puede ser visto en la Constitución sobre la Sagrada
Liturgia del Concilio Vaticano II en 1963. Allí se habla de la eucaristía más desde una perspectiva
de la Escritura que de la tradición escolástica. La presencia de Cristo pasa a ser real presencia
más allá de los elementos consagrados en la palabra proclamada, la asamblea congregada y el
presidente o celebrante. La eucaristía pasa a ser comprendida como un sacramento de unidad
de todos los cristianos, memorial de la última cena, signo de participación en el Misterio
Pascual, acto de acción de gracias de la comunidad congregada y anticipo del Reino. Desde esta
perspectiva se elaboran oraciones y ritos olvidados, mientras se suprimen otros. A fines de los
60’s y principios de los 70’s se da la más profunda revisión y renovación de la misa católica. A la
luz de las enseñanzas del Concilio Vaticano II la teología eucarística se enfoca más en la liturgia
eucarística que en el cambio de los elementos.
Desde esta visión teológica la eucaristía es la acción orante de la comunidad cristiana
reunida como cuerpo de Cristo en memoria de su mente y resurrección en cuyo misterio
participa por la acción y el poder del Espíritu Santo para alabanza del Padre. La comunidad que
celebra continúa experimentando el misterio pascual en su vida. En este sentido la eucaristía es
memorial. Es sacrificial en cuanto que, junto a Jesús se rinde a la voluntad del Padre dando su
vida por otros. Es signo del Reino pues anticipa el amor y el cuidado que une a la comunidad
como familia de Dios. El acercamiento a la eucaristía del Catecismo de la Iglesia católica tiene
bases escriturísticas, patrísticas, espirituales y litúrgicas. En este sentido continua la línea del
CV II. Se refiere a la liturgia en los términos del CV II como “fuente y culmen de la vida cristiana”
y usa 100 párrafos numerados para hablar de ella. La eucaristía hoy no es una puerta simple a
lo sagrado y a la realidad del misterio. A lo largo de la historia la eucaristía ha abierto a los
cristianos la realidad de la presencia divina., la variedad y la estructura del leccionario ha
permitido comprender desde la perspectiva judeo-cristiana las realidades humanas y divinas, el
bien y el mal, la vida y la muerte. A lo largo de la historia, a veces en forma clara, a veces no
tanto, la liturgia eucarística ha revelado la faceta rica y compleja del misterio cristiano de una
forma constante y repetida.
top related