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102 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO

Releí Las tribulaciones del estudiante Törless(1906) de Robert Musil y no me decep-cionó, y si lo hice fue gracias a una nuevaedición (traducida por Claudia Cabrera eimpresa en México por Sexto Piso en 2007)que se vende en paquete junto con Unio-nes, Tres mujeres y Obras póstumas publi-cadas en vida. Conservar una antigua edi-ción (como la que yo tengo del Törless, lade Carlos Barral de 1970 en cuya portadaaparece un fotograma de la película de Vol - ker Schlöndorff ) intimida y más aún si fuemancillada por las admiraciones enfáti-cas del lector adolescente, al estilo de ¡SÍ!,¡NO!, ¡ESENCIAL!, ¡REPUGNANTE! Debo de cir,in clusive, que volví a señalar, con mayorpru dencia y aseo pero no menor candor,pá rra fos que me han vuelto a resultar me -morables de esta primera novela de Musil(1880-1942), que tanto éxito tuvo y queforma parte del aluvión de novelas deaprendizaje o Bildungsromane aparecidasentre 1898 y 1914: las de Conrad, Thomas

y Heinrich Mann, Walser, Rilke, Hesse,Joyce y Kafka.

Las tribulaciones del estudiante Törlesses, también, una novela de colegio y tie -ne su nudo dramático en las sevicias sexua -les a las cuales un trío de camaradas some-te a Basini, el muchacho débil que, trasco meter un robo, se convierte en víctimadel chantaje. Törless, al mismo tiempo pro -tagonista y conciencia de la novela, es am -biguo ante “el prodigioso mecanismo delmundo” que le permite, en apariencia, sercómplice o víctima, juez o justiciero.

Sería instructivo comparar el Törless conLas penas del joven Werther (1774) y reco-rrer la distancia que va de un libro a otro,de una forma rudimentaria del melodra-ma novelesco, la de Goethe, al realismoanalítico de Musil. El de Werther es el mun -do como debería ser mientras que el deMusil es el mundo tal cual es y ambos ex -presan una manera romántica y alemanaque puede identificarse como la poesía del

sentimiento: el arte de las afinidades elec-tivas, la manera en que un ser (un artistaen la acepción vaporosa del término) se for -ma mostrando lo que en él es prematuro,mórbido, delicuescente.

Haciéndome esas reflexiones, que mellevaban a comparar mis antiguos subra-yados con los recién hechos, me sentí obli-gado, con cierta violencia, a recurrir a la crí -tica y no a cualquiera, sino a la de MarcelReich-Ranicki, autor de un ensayo demo-ledor contra Musil en Siete precursores. Es -critores del siglo XX (2003). Tras consultar alcrítico alemán la perspectiva cambió y nonecesariamente para bien. Me olvidé delTörless por un buen rato y examiné la rui -na que para Reich-Ranicki es la obra ente-ra de Musil, resultado de la incapacidad deun escritor para reconocer los límites de sutalento y proceder en consecuencia.

Ejemplifica el crítico con el escándaloMusil de 1968: los redactores de Pardon,una revista satírica, enviaron un original de

La epopeya de la clausuraLas tribulaciones del relector de MusilChristopher Domínguez Michael

Robert Musil

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 103

TRIBULACIONES DEL RELECTOR DE MUSIL

ocho páginas mecanografiadas a treinta ydos editoriales suizas y austriacas y a variosescritores y profesores, un par de ellos altasautoridades en germanística moderna. Lasmandaron haciéndolas pasar por obra iné-dita de un aficionado ganoso de probar for -tuna en las editoriales y ante la crítica. Pe -ro lo que enviaron, ya se sospechará, eranescenas centrales de El hombre sin atribu-tos, la inmensa, inabordable e inconclusanovela de Musil. Los provocadores, que só -lo cambiaron los nombres propios de lospersonajes musilianos, recibieron treinta yseis respuestas. En ninguna de éstas (ni si -quiera en la de los lectores de la editorialRowohlt que había publicado originalmen -te El hombre sin atributos en 1931) reco-nocieron a Musil como autor. Más aún: to - dos rechazaron el falso original por pedestre.

Reich-Ranicki concluye, tras fungir co -mo abogado del diablo contra su propia cau -sa, que no puede haber prueba empírica másdevastadora de que Musil ha sido un falsoclásico, un autor inflado y escasamente leí -

do. Propuso como remedio, dado que en -cuentra oasis en ese desierto, hacer una edi -ción abreviada de El hombre sin atributos,de quinientas páginas, que rescatara lo esen -cial y suprimiese los infinitos agregados yfrag mentos con que Musil, por su falta deautocrítica, extravió su novelón. Como erade esperarse, los escritores alemanes recha-zaron la propuesta del crítico, tomándola co - mo una ultrajante invitación a atentar con traun monumento histórico. Tras la mentar quede Musil sólo se pueda hablar arrodillado yque sea un autor preservado artificialmentede la crítica literaria, Reich-Ranicki sacó susmelancólicas conclusiones sobre El hombresin atributos: “Los es tudiosos de Musil quie -ren hacernos creer que fracasó, en efecto, pe -ro en el nivel más elevado, y que su derrotafue una victoria, un verdadero triunfo; queprecisamente ese fiasco da prueba de la gran -deza y la mo dernidad de su obra”.

Antes de preguntarme cómo reanuda-ría mi relectura del Törless tras el varapalode Reich-Ranicki, pensé lo furioso que se

hubiera puesto Juan García Ponce, el obse -sivo valedor de Musil entre nosotros, de ha -ber leído ese ensayo. Y busqué lo que diceReich-Ranicki de la primera novela de Musily encontré la diferencia que hace entre elGymnasium prusiano, el internado austria -co y el seminario suabo y su observación decómo la reconquistada fama de Las tribu-laciones del estudiante Törless responde a unequívoco, de cómo los jóvenes del 68, quehabían visto la película de Schlöndorff, seapropiaron de ese internado y lo convir-tieron en una metáfora de la escuela auto-ritaria y burguesa contra la que se rebela-ban. Musil mismo se enorgulleció, con todajusticia, a finales de los años treinta, de ha -ber retratado antes que nadie la baja cama-radería juvenil de la que emanó el nazismo.Y volví al único subrayado que aparecía enmis dos lecturas del Törless, separadas portres décadas, y encontré casi una greguería:“Por la noche, Törless no podía conciliarel sueño. Los cuartos de hora se deslizabancomo enfermeras frente a su lecho...”.

Robert Musil en una caricatura de Tullio Pericoli

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