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Historia
Severo Ochoa en Mallorca* José María Rodríguez Tejerina
Cuando mi admirado amigo y querido presidente el doctor Félix Pons me invitó a pronunciar una charla con mot ivo de la fiesta de nuestra Patrona, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, pensé hacerla sobre algún Colegiado de Honor de los varios que, a lo largo de su historia, ha nombrado este Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Baleares. Caí enseguida en la cuenta de que Severo Ochoa de Albornoz lo es; precisamente por estas fechas, se cumplen los veinte años de su nombramiento.
Luarca y Málaga
En efecto, hace ahora cuatro lustros que don Severo estuvo en Mallorca. Permaneció entre nosotros desde el 2 de junio, lunes, hasta el 7, sábado, del m ismo mes de 1969. Llegó al aeropuerto de Son Sant Joan de Palma a las 11 de la noche. Venía acompañado de su esposa. Fueron a recibirlo, Javier Garau Armet, José M.a del Valle Fité, Juan Caldentey, Santiago For-teza Forteza... Era la segunda vez que Ochoa venía a la Isla Dorada. — Estuve aquí el año 23. Con una expedic ión de Odón de Buen— Nos dijo — Vis i tamos el Laboratorio Oceonográf ico.
¿Existe todavía? — Sí, donde entonces, en Porto Pi. Cerca del Hotel Victoria en el que se alojan Carmen y usted. — Otros compañeros siguieron viaje a Monaco. Yo , me quedé en Mallorca.
* Conferencia pronunciada en el Colegio de Médicos de Baleares el dia 23 de junio de 1989.
En 1923 Ochoa empezaba a estudiar la carrera de Medicina en Madr id. Tenía apenas 18 años. Había nacido el 23 de sept iembre de 1905 en Luarca un pintoresco puebleci l lo de pescadores de Asturias. Vino al mundo en una casona de estilo colonial que había hecho construir su padre cuando volv ió, muy rico, de Ultramar. La casa, que aún se conserva, está en el Villar de Arr iba, en un alcor. El padre mur ió muy joven. Severo tenía sólo siete años. Eran seis hermanos, tres niñas y tres niños. La madre, a poco de morir su esposo, enfermó. Los médicos le aconsejaron pasara los inviernos lejos de la humedad sombría de Asturias. Y se trasladó toda la familia a Málaga. Pero todos los veranos volvían a Luarca, y Severo correteaba con los chicos del pueblo por la playa y por los muelles donde estaban atracados los barcos de pesca con sus cascos, rojos y azules. «Mi patria es mi infancia», decía Rilke. En Severo Ochoa se observa, desde muy niño, una ambivalencia espir i tual. Una dual idad de hijo del Sur, acostumbrado a la luz del Mar Mediterráneo, y un carácter asturiano melancól ico, como el cielo brumoso que cubre el Océano Atlántico. Cualidades matizadas por la angustia de una temprana or fandad.
Madrid
Llega a Madrid, para estudiar Medicina, en 1922. La capital de España es un pueblo grande, castizo, con rumores de verbena y olor a churros. Parecido al descrito en sus primeras novelas por Pío Baroja. Se aloja Severo en sucesivas casas de huéspedes; en una de la calle del Barco, en otra de la de Infantas. Estudia el tercer curso de la carrera y ya es ayudante de clases prácticas de Fisiología. Comienza a dar lecciones particulares a varios estudiantes de Medicina. Ochoa explicaba muy bien, con gran sencillez. Ha sido siempre un gran pedagogo; desde su más temprana juventud . Las disertaciones del catedrático, Negrín, en la Facultad eran muy confusas. Severo procuraba aclarar
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los modernos secretos de la Bioquímica a sus condiscípulos; Vega Díaz y otros muchachos asturianos. Enseñar, suele afirmarse, es aprender. El prestigio de Ochoa ante sus compañeros era grande y derivaba, no sólo de sus dotes pedagógicas, sino de su aureola de alguien, «que ya hacía investigación». Y es que Severo, había estado en Glasgow, durante el verano de 1925, con el fisiólogo Noel Patón, estudiando el metabolismo de las bases guanidínicas y de la creatina en relación con las paratiroides. Patón quedó asombrado de la inteligencia del muchacho asturiano, y así se lo escribió a don Juan Negrín. Ochoa, estudiante todavía, descubrió asimismo, en 1927, un efecto, desconocido hasta entonces, que producía la inyección de preparados guanidínicos sobre las células melanóforas de la rana. Bernardo Alberto Houssay, el maestro de
la Fisiología argentina, que también llegaría a ser Premio Nobel, vino por aquellas calendas a Madrid, a dar una conferencia. Severo Ochoa se «sintió deslumhrado por la categoría humana del sabio». Habló con él y sus consejos pesaron mucho para que cristalizara, definitivamente, su vocación de investigador.
Severo estudiaba las asignaturas de la Licenciatura de Medicina con verdadero interés. No iba nunca a una sala de billar ni fue jamás al fútbol o a los toros. Pero no era un joven mojigato. Le gustaba divertirse. Bailaba muy bien. Tenía mucho éxito con las mujeres. «Era un mozo alto, espigado, pernilargo, de pelo corto, liso, peinado hacia atrás, con la mirada fija, siempre, en algo. Tenía cara infantil, de niño bueno, barba poco poblada, voz se-miaguda». Durante los fines de semana, y en vacaciones, se iba con algún amigo, Vega Díaz, Grande Covián, de excursión, en su automóvil, a Soria, Burgos, Santo Domingo de Silos, Colindres. También le gustaba mucho la música, incluso la moderna y el «jazz». Y montar a caballo, nadar. Mas, casi todo su tiempo lo dedicaba a estudiar o hacer experimentos en el laboratorio de Fisiología de la Fa
cultad de Medicina de San Carlos. Ochoa se pasaba la mayor parte de las noches en claro, leyendo libros y apuntes de clase.
Don Odón de Buen y del Cos
Aquél joven estudiante es el que va a llegar, al filo de sus 18 años, en 1923, a Mallorca, con una expedición de alumnos de Biología organizada por el celebérrimo profesor De Buen. Don Odón de Buen y del Cos, por un raro designio histórico, será quien traiga a Mallorca a nuestros dos únicos Premios Nobel de Medicina y Fisiología; Santiago Ramón y Cajal y Severo Ochoa de Albornoz. Don Santiago recibió el Premio Nobel en 1906. El Colegio Médico Farmacéutico de Palma le nombró Socio de Honor y organizó una velada, en el Teatro Principal, el 3 de marzo de 1907, para testimoniar el entusiasmo que sentía Mallorca por el sabio aragonés. Se leyeron «trabajos de verdadero interés» y un poema de Rubén Darío alabando los quehaceres del popular histólogo. Pero don Santiago no visitaría Mallorca hasta enero de 1910. Llegó acompañado de su gran amigo el senador del Reino don Odón de Buen. Que era director del Labo-ratio Oceonográfico de Baleares por aquellas fechas. Cajal quería estudiar las neuronas, las «mariposas del alma», de la retina de los cefalópodos de la bahía de Palma. El 24 de enero el Colegio Médico Farmacéutico proclamó a don Santiago, Presidente de Honor. El presidente del Colegio, don Bernardo Riera, pronunció un discurso protocolario al que contestó, «con loable humildad», el Maestro, quien parecía muy cansado. Dio las gracias a la clase médica mallorquína y manifestó, una vez más, su amor a la patria y su vocación científica. A continuación se sirvió un «lunch» en la planta baja del Colegio, servido por el restaurante Orient.
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La Residencia de Estudiantes
Hacia la mitad de su carrera, durante el curso 1927-28, Ochoa ingresa en la Residencia de Estudiantes de Madr id . Severo acababa de perder a su madre. Como no había habitación disponible ocupó, durante cerca de dos años, la misma de Rafael Méndez, un prometedor estudiante de Farmacología, discípulo de don Teófilo Hernando, con el que entabló estrecha amistad. También se hizo muy amigo de Grande Covián, asturiano como él. Severo Ochoa pronto se sint ió fascinado por las obras de Cajal; Reglas y consejos sobre investigación y Recuerdos de mi vida. Y por la de Claudio Bernard, t i tulada, Introducción al estudio de la Medicina Experimental.
Seguía pensando en su encuentro con Houssay y rememoraba su estancia en Glasgow, con Patón. Soñaba con irse a Alemania, a trabajar con Meyerhof. En colaboración con Hernández Guerra, publica un opúsculo, Elementos de Bioquímica, cuya primera edición aparece en nov iembre de 1932. Ochoa se sintió integrado enseguida en el espíritu juveni l , tolerante, creador, de la Residencia. Hacía ya 12 años que había fal lecido don Francisco Giner de los Ríos, «la figura más notable del siglo XIX». Pero perduraba su mensaje, p lasmado en los versos de D. Antonio Machado:
Hacedme un duelo de labores y esperanzas Sed buenos y no mas, sed lo que he sido entre vosotros; alma.
Alberto Jiménez Fraud era el director de la nueva Residencia, que estaba por los A l tos del H ipódromo, en la calle del Pinar n.° 2 1 , cerca del Canalillo, en una suave colina, poblada de chopos, sembrada de césped, que dominaba el f inal del Paseo de la Castellana. Un Madr id posible e imposible. Allá, en el fondo, la Sierra del Guadarrama. «Los azules montes del ancho Guadarrama», de Giner. Tenía don Alberto, a quien recuerda Ochoa con emocionado afecto, algo de
mister ioso. Parecía flotar, sin hacer ruido, por los pabellones de la Residencia. Nunca levantaba la voz, ni corría. Lo hacía todo sin esfuerzo aparente. — Recuerdo a don Alberto Jiménez Fraud, tranquilo, gobernándolo todo como quien no hace nada. Dirá, años después, Gabriel Celaya. Severo Ochoa pasaba los días en los laboratorios de la Residencia, que estaban dir ig idos por Madinaveitia, Calandre, La-fora, Del Río Hortega. El de Fisiología contaba con unos pequeños departamentos dedicados a los investigadores, una biblioteca y un s impát ico r incón donde, después de comer, se reunían algunos residentes a degustar un café, preparado al uso de la Gran Canaria, por el malogrado Hernández Guerra. A veces asistía a la pequeña tertul ia, don Juan Negrín, s iempre extraordinar iamente ocupado. En ocasiones solemnes se invitaba a tomar aquel café «perfecto», a personajes de paso por la Residencia; Unamuno, Frobenius, Le Corbusier, Max Jacob, Blas Cabrera. Bajo el «torrencial d inamismo» de don Juan Negrín, se fo rmó un entusiasta equipo de jóvenes investigadores; Severo Ochoa, García Valdecasas, Grande Covián. El tema de sus pr imeros trabajos, que les señaló el propio Negrín, fue el de, «Estado de las variaciones de la creatina muscular».
Residentes famosísimos por aquél t iempo fueron, Federico García Lorca, Rafael Aí berti, Luis Buñuel, Moreno Villa. Y, visitantes habituales, Juan Ramón Jiménez, Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Xavier Zubiri, Pío Baroja, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Pedro Salinas, Manuel de Falla... Entre los ciento cincuenta residentes, de todas las regiones españolas y aun extranjeros, había un grupo de estudiantes mal lorquines; José Feliu, Martín Pou, Javier y Antonio de la Rosa, Ramón Rotger, Luis Alemany, Antonio Morey Bauza; Javier Garau Armet.
Cuando se reunían hablaban siempre en mal lorquín.
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Carmen García Covián
Al f in , en 1929, Severo Ochoa termina la l icenciatura y se doctora, con premio extraordinario. Y logra realizar su sueño dorado. Le concede una pensión la Junta de Ampl iac ión de Estudios y se traslada, primero a Berlín y luego a Heidelberg, al Kaiser Wilhelm Institut. A estudiar con Orto Meyerhof, el premio Nobel de 1922. Ochoa impresiona v ivamente al profesor alemán quien llega a nombrarle Privat-dozent. Vuelve a España rebosante de entusiasmo. En el laboratorio de Fisiología de la Junta de Ampl iac ión de Estudios que dirige también Negrín, y en colaboración con Grande Covián, inicia un trabajo sobre «La dinámica energética del músculo en la insuficiencia suprarrenal exper imental». Estudio que será la base de su tesis doctoral . En 1931 se casa con Carmen García Covián, una bella muchacha asturiana como él, de familia acomodada, muy amiga de la suya. Habían coincid ido varios veranos en Luarca. Salieron juntos, comprobaron que tenían aficiones comunes, gustos similares. Se casaron en la basílica de Co-vadonga. Carmen Covián fue el único, apasionado amor de Severo durante toda su vida. Con ella marcha otra vez a Inglaterra. A Plymouth, a laborar con Harold W. Dudley en un trabajo sobre las enzimas. Viven en una modesta casa de huéspedes. Carmen acompaña cada día a Severo al laboratorio del Inst i tuto de Biología Marina, que está junto al mar. A media mañana dejan los exper imentos y corren, los dos, a la playa. A nadar. Fue una de las temporadas más felices de sus vidas. Trabajaron juntos durante ocho inolvidables meses. — Aprendí unas cuantas técnicas y pude ayudar a Severo.— Dice Carmen. Fruto de aquellos estudios sobre «Los músculos de los invertebrados y su contenido en coenzimas», fue un trabajo publ icado en una revista, f i rmado por Severo Ochoa y Carmen Covián. — Sí, lo hicimos Carmen y yo, bajo la di
rección del profesor Dudley— Conf i rma, orgul loso, don Severo. — Acabábamos de casarnos— Añade, coqueta, Carmen, con su voz suave, que aún conserva un dulce acento asturiano.— A pesar de que mi marido ha trabajado siempre tantís imo, hemos procurado pasarlo muy bien, aprovechar todas las oportuni dades. — Lo que hice de allí en adelante — confiesa Ochoa— no hubiera sido posible sin la comprensión, el al iento constante, los acertados consejos de mi mujer, que supo hacer suyos mis anhelos y aspiraciones. A l cabo de unos meses el matr imonio retorna a España. Severo es nombrado Ayudante de Fisiología y Bioquímica de la Facul tad de Medicina. Y, en 1933, Profesor Auxil iar. Trabaja también en otro laborator io que Negrín acaba de instalar en la Ciudad Universitaria.
Unas oposiciones a cátedra
Y sobreviene ahora el momento crucial de la existencia de Severo Ochoa de Albornoz. Se presenta a las oposiciones a una cátedra de Fisiología de la Universidad de Santiago de Compostela. Y es derrotado, «material y moralmente», como refiere Vega Díaz, test igo de excepción del lance. Ochoa, aunque muy joven, no había cumpl ido los treinta años, concurría a las oposiciones con un «curr iculum vitae» impresionante. Con una vida, tras de sí, corta, pero saturada de trabajos científ icos, realizados en España y en el extranjero. Con el t í tulo de Privat-dozent o torgado por el Premio Nobel Meyerhof. Ante un tr ibunal idóneo, que tenía por presidente a su maestro Negrín y en el que f iguraba un miembro de su Escuela, Hernández Guerra, colaborador de Severo, catedrático desde hacía muy poco t iempo. Ochoa estaba seguro de obtener la cátedra. En la trinca no atacó a nadie. Tampoco fueron crit icadas sus publ icaciones. Sus ejercicios de oposición resultaron tan
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bril lantes como sencil los. Cuando Severo Ochoa vio entrar en el aula a los miembros del tr ibunal para proceder a la votación y observó el gesto «raro, entre hosco y apesadumbrado de su maestro», y el esquivo del hasta hacía unos meses compañero suyo, comprendió que iba a ser derrotado. Como así fue. Pasados los naturales momentos de desesperación, lo pr imero que hizo Ochoa fue abrazar al que había conseguido la cátedra. Luego de unos días, superado el doloroso estupor, resolvió seguir trabajando y juró no opositar nunca más a cátedra. Se reaf irmó, además, en su decisión de marcharse a estudiar al extranjero. Don Carlos Jiménez Díaz, cordial, abrió las puertas de su Insti tuto a Severo Ochoa. Le nombró Jefe de la Sección de Fisiología del Insti tuto de Investigaciones Médicas. Severo, resentido con su maestro Ne-grín, no volv ió a cruzar la palabra con él. Se entregó de lleno a sus nuevos experimentos. Con tal frenesí que casi no se enteró de que había estallado la Guerra Civi l . Siguió trabajando, imperturbable, en un edif icio de la Ciudad Universitaria. Un día, al f in , se da cuenta de que aquello ya no es un pabellón universitario, sino una Escuela de Instrucción del Ejército Republ icano. Y decide irse inmediatamente a otro país. Nada le importa lo que puedan opinar los demás. Ni siquiera le int imida el tener que pasar por el t rance, v io lento, de entrevistarse con su ant iguo maestro, el profesor Negrín, a la sazón ministro de Hacienda, que puede facilitarle un pasaporte para el extranjero. Juan Negrín López se emociona. Se justif ica por lo sucedido en las oposiciones, el año anterior. Le abraza.
— Sí, Severo, su sitio está en otro lugar. La guerra no es para usted, que debe salvarse de ella. ¿Dónde quiere usted ir? — A Heidelberg, a Alemania, con Meyer-hof. Alemania es una potencia enemiga, que ayuda a los nacionales. Es una petición osada. Mas Negrín no duda un momento. Entrega a Carmen y Severo sendos pasaportes para Alemania.
Y en el primer año de la Guerra Civil, el año del asedio del Alcázar de Toledo, de la entrada de las tropas de Franco en Oviedo y Gijón, de la tenaz resistencia de Madr id, Severo Ochoa de Albornoz y su esposa, Carmen García Covián, abandonan España.
Severo Ochoa y Javier Garau
Javier Garau Armet tuvo, durante largos años, soterrado, el pruri to de poder revin-dicar, públ icamente, algún día, la excelen-cía de los métodos pedagógicos seguidos en la Residencia de Estudiantes de Madr id. Y de proclamar, a los cuatro vientos, su amistad con hombres tan célebres como Federico García Lorca, Salvador Dalí, Gerardo Diego, Rafael Méndez; Severo Ochoa. Pero los años de la posguerra no eran propicios a la defensa de los valores espirituales de la Residencia y de sus famosos huéspedes. En 1969, sin embargo, el panorama político de nuestro país comienza a cambiar. El ministro de Educación y Ciencia, José Luis Villar Palasí redacta una Ley de Reforma de la Enseñanza acorde con los nuevos t iempos y en cuya elaboración participa Ochoa. Javier Garau, presidente por entonces de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Palma de Mallorca, considera oportuno el momen to y propone, en sesión extraordinaria, a la Junta de Gobierno de la Corporación, nombrar Académico de Honor de la misma a don Severo Ochoa de Albornoz. La propuesta es aprobada por unanimidad. Y, el 3 de junio de aquél mismo año, t iene lugar la solemne sesión de ingreso en la Academia palmesana, de nuestro úl t imo Premio Nobel de Medicina y Fisiología. Presidió el acto Javier Garau Armet, acompañado de autoridades provinciales y locales, representantes de organizaciones sanitarias, la casi totalidad de Académicos Numerarios, algunos Corresponsales, un nutr ido públ ico. Los académicos vestían
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Severo Ochoa en la Real Academia de Medicina de Palma de Mallorca, el día de su investidura como Académico de Honor.
de frac. Ochoa portaba un traje oscuro. Santiago Forteza Forteza, Secretario General Perpetuo, leyó el acta del nombramiento y, a continuación, penetró en el Salón de Ac tos el recipendiario, acompañado por los Académicos Numerarios más ant iguos; Jaime Escalas Real y Francisco Medina Martí; y de los más modernos,
Bartolomé Mestre Mestre y Gonzalo Agüitó Mercader. Los asistentes, puestos en pie, t r ibutaron una larga ovación a Severo Ochoa. En el discurso de bienvenida, Garau no hizo demasiadas referencias a la Residencia de Estudiantes de Madr id . Habló, en cambio , extensamente, de la vocación
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científica de Ochoa y resumió su vida y su obra. Severo Ochoa y Carmen Covián —di jo— luego de estar en Heidelberg cerca de un año, escapan de nuevo ante la proximidad de la Guerra Mundial y vuelven a Inglaterra, a Plymouth, donde reviven su feliz estancia anterior. Y, después, a Oxford. Allí trabaja nuestro fu turo Premio Nobel con sir Rudolph A. Peters, sobre el metabolismo cerebral. En agosto de 1940 la Segunda Guerra Mundia l está en su apogeo. La batalla de Inglaterra adquiere caracteres apocalípt icos. No cesan los bombardeos aéreos. Y Severo, «hombre dist into», «homo theo-reticus» de la t ipología de Sprangel, deja una serie de trabajos por realizar y se va, en barco, con su esposa a los EE.UU. de Amér ica, a encontarse con el matr imonio Con, Gertrude (Gertyl) y Cari Ferdinand, dos bioquímicos que, aunque nacidos en Praga, se hicieron subditos americanos en 1928 y trabajan en la Facultad de la Washington University Medical School; en San Luis. El matr imonio Ochoa se hace ínt imo amigo de los Cori. Los Cori, en 1947, alcanzarán el Premio Nobel, junto con Houssay, el sabio argent ino que tan honda huella dejara en Severo Ochoa cuando su visita a Madr id . Dos años permanece la pareja Ochoa en San Luis. Hasta que se trasladan, ya def in i t ivamente, a Nueva York. Severo es nombrado agregado a la New York University Center. Y en Nueva York permanecerán muchos años. En aquella Universidad alcanzará el doctor Ochoa nuevos puestos; en 1944 es ya Profesor Auxil iar de Farmacología y Bioquímica. En 1946 fue promov ido a Profesor y Director del Departamento de Farmacología. En 1952 ocupa el mismo cargo en el Departamento de Bioquímica. Se hace subdito norteamericano.
Su trayectoria científica está jalonada por la concesión de numerosos premios; medalla Bewberg, premio Mayer, premio Borden. En 1959, en f in , el Premio Nobel de Medicina y Fisiología, que compar te con un ant iguo discípulo suyo, muy joven,
Arthur Kornberg, «por sus descubrimientos del mecanismo de la síntesis biológica de los ácidos r ibonucleicos y desoxirri-bonucléícos». Al final de su discurso se refirió Javier Ga-rau a la próxima reforma de la Universidad, que tal vez, mit igara la vieja tristeza, trocada ya en melancolía, de sentir que, también nosotros, podemos hacer Ciencia. Como los demás pueblos. Y citó aquellos versos, tan «implacables», al decir de Laín Entralgo, de Antonio Machado:
¡Ay de la melancolía que llorando se consuela!
Severo Ochoa contestó a Javier emocio-nadamente. Le recordó su estancia común en la Residencia de Estudiantes de Madr id, «un Centro inspirador, de disciplina de la intel igencia, de cult ivo de la estética, de las Artes, de las Ciencias». «De la que se podía haber hablado mucho más». Recordó a su director, don Alberto Jiménez Fraud, «alma de aquella Inst i tución». Comentó, seguidamente la llamada «fuga de cerebros», que no existía ya en España, «curada hacía veinte años de sus heridas». Se puede hablar, únicamente, de «una acción pasiva», de «indiferencia». Pero estos defectos «se solucionarán con la intel igente reorganización de la enseñanza universitaria en curso». A cont inuación el Presidente entregó el títu lo de Académico de Honor a don Severo Ochoa de Albornoz y le impuso la medalla de la Corporación entre grandes aplausos de la concurrencia.
Colegiado de Honor
El siguiente día, 4 de junio, Ochoa fue nombrado Colegiado de Honor de este Colegio Oficial de Médicos de Baleares. Era entonces su presidente José M.a del Valle Fité, quien presentó al sabio investigador asturiano. Don Severo, en esta ocasión, pronunció una lección magistral acerca de, «Acción viral de algunos ácidos nucleicos», que fue seguida con mucha atención por los nu-
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merosos médicos asistentes al acto. Del Valle entregó a Ochoa una placa conmemorat iva. Luego se celebró una cena-homenaje de compañerismo, en honor del Premio Nobel «y su dist inguida esposa», en el restaurante La Caleta. El 5 de junio de 1969, en dos automóvi les, un reducido grupo de amigos, Javier Garau y su hija Amelia, Juan Eugenio Bra-zis, Miguel Llobera, mi esposa y yo, acompañamos al matr imonio Ochoa al Hotel Formentor.
Don Severo, la tez cetrina, el pelo blanco, como una aureola, alrededor de su alargada cabeza, la nariz prominente, la frente ampl ia, el labio inferior grueso y caído, los ojos tristes, viste chaqueta azul, camisa roja desabrochada, pantalones caqui. Calza mocasines de color. Fuma, fuma sin cesar piti l los rubios emboqui l lados. Después de comer, escribe, en el l ibro de oro del Hotel: «Recuerdo de una deliciosa visita a Formentor, entre viejos y nuevos amigos, todos queridos. Severo Ochoa. 5 de junio de 1969». En los jardines, rebosantes de f lores, nos encontramos con una pareja de enamorados. Ella, muy joven, muy bonita, va vestida a la moda «hippie». Cuál no será nuestra sorpresa al verla abrazada, de repente , al cuello de Ochoa. ¡Cómo reían los dos, con qué alegría! — Es Alix, la hija de Ramón Castroviejo. — Nos explica don Severo— Acaba de casarse. Somos grandes amigos de su familia. Estamos siempre juntos en Nueva York. Nosotros no tenemos hijos. El 6 de junio, la clase médica, ofreció al Premio Nobel una excursión, en ferrocarril, a Sóller. El convoy salió de Palma a las 4 y media de la tarde. Luego, seguimos viaje al Puerto en un tranvía con jardinera. Tras una merienda, iniciada con una «coca amb verdura», en el Hotel Marisol, vo lv imos en el mismo tren especial, fo rmado por tres vagones y una locomotora Diesel acabada de estrenar. Efectuamos numerosas paradas en el trayecto de regreso. Para que el ilustre matr imonio contemplara el paisaje y pudiera el Profesor hacer muchas fotografías.
Retornamos, pues, muy lentamente a Ciu-tat. Queríamos prolongar, el mayor t iempo posible, aquél encuentro excepcional. Al día siguiente, a la caída de la tarde, Carmen y Severo part ieron, en avión, rumbo a Madr id , Benidorm, Berna, Nueva York. Y se rompió el hechizo de unas horas irrepetibles.
Veinte años después
En el transcurso de estos veinte años, ¡cuántas cosas han sucedido! Tal vez la más importante de todas ellas sea la de haber aprendido los españoles la lección de la tolerancia. Muchos de los colegas que vivieron aquellos momentos con Ochoa en Mallorca, ya no están entre nosotros. Recordemos, devo tamente , los nombres de tres de ellos: Javier Garau, José M.a del Valle, Juan Caldentey... En 1986 falleció Carmen Covián. Y don Severo se encontró anciano y solo. Quedaron atrás sus afanes de investigador, la ilusionada búsqueda de la bioquímica molecular en las más recónditas urdimbres del cuerpo humano. La muerte creó, súbitamente , un vacío en torno a su vida. Con Carmen desaparecía la compañera de tantos años de asendereada singladura científ ica. Perdían, de pronto, todo su valor los trabajos realizados; los premios, las medallas, los honores. Algunas esposas de matr imonios sin hijos son, a un t iempo, madres, amantes, hijas; compañeras. Como si con su dedicación al mar ido quisieran hacerse perdonar su esteri l idad.
Cuando murió Zenobia Camprubí, Juan Ramón Jiménez pidió, «una pildora, un revólver, algo para suicidarse». Al profesor Ochoa le visitan, continuamente, sus antiguos discípulos y los viejos amigos. Procuran distraerle con sus charlas y le ofrecen repetidos test imonios de admiración y cariño. Voces fraternas le invitan, as imismo, con insistencia, a que se refugie en los consuelos de la rel igión. Mas, Severo Ochoa de Albornoz, agnós-
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t ico y melancól ico, se siente huérfano de nuevo. Igual que en Luarca. Y en Málaga. Y en Madr id , cuando ingresó en la Residencia de Estudiantes de la Colina de los Chopos, con su traje negro de luto, recién muerta su madre.
En los días de tormenta el cielo dibuja sobre el océano At lánt ico nubes extrañas, parecidas a las espirales del ácido r ibonucleico. Como grandes interrogantes al mister io de la existencia humana.
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