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8/11/2019 Historia Desgarrada Karem

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Maestría en Historia y MemoriaSeminario de Historia y Memoria

Por: Karem Pérez

La H istor ia desgarrada.

Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales

Enzo Traverso

El autor se propone elaborar una tipología de los intelectuales ante Auschwitz, estudiar el primer intento en que Auschwitz aparece como preocupación y como problema ético, frente allugar marginal que ocupa en la cultura y en el debate intelectual la reflexión sobre el genocidio judío. Clasifica a los intelectuales, en cuatro grupos, teniendo en cuenta su compromiso políticoy su postura intelectual: los colaboracionistas; los supervivientes; los cegados en el contexto dela guerra y, los "alertadores de incendio”, este último grupo, lo toma de una caracterización que propusiera Benjamin. Para Traverzo, no se trata de grupos claramente definidos y separadosunos de otros sino de “constelaciones intelectuales” cuyas fronteras son porosas.

En el primer grupo, Traverzo hace referencia a los oportunistas, a aquellos intelectuales que seadaptaron al régimen nazi con un sentimiento trágico del deber. La adhesión de los intelectualesde este grupo al régimen, se debe a una fascinación estética ejercida por el nazismo. Este primergrupo, que el autor denomina “musas enroladas”, se va a caracterizar por   la aprobación y elsilencio cómplice. Robert Antelme, Jean Améry y Primo Levi harían parte del segundo grupo, elde los sobrevivientes, escritores-testigos que narran en relatos autobiográficos su experiencia enlos campos de concentración, experiencia singular, parcial, limitada y por la tanto subjetiva. Nose trata de un grupo homogéneo sino de un medio intelectual, sin redes de sociabilidadcompartida, delimitado por fronteras literarias. El tercer grupo que caracteriza el autor, estáformado por intelectuales europeos y americanos que permanecen ciegos ante el genocidio, sedestacan tres elementos que contribuyen a esta ceguera ante el genocidio: primero, la persistencia social y cultural del antisemitismo; segundo, el contexto de guerra donde hay un

alto número de víctimas tanto militares como civiles y, tercero, la relación de la conciencia conel poder de la imagen. El último grupo, exiliados y “alertadores de incendio”, está constituido  por aquellos intelectuales que como Hannah Arendt, Theodor Adorno y Herbert Marcuse entreotros, intentan pensar Auschwitz. Se trata de una misma generación de intelectuales paraquienes el exilio representa un trauma enorme y que se van a caracterizar por elanticonformismo y la inquietud existencial.

En el segundo capítulo el autor se remonta a una sensibilidad cultural común (stimmung), queimpregnaba ampliamente la cultura alemana de principios de siglo y algunos de cuyos rasgosson perceptibles en la obra de Weber. Porque aunque Max Weber no podía prever la segundaGuerra Mundial ni la destrucción de los judíos de Europa, sus reflexiones casi apocalípticassentaron un primer hito para intentar pensar Auschwitz. Fue el primero en advertir las amenazas

inherentes a un proceso de modernización que, para él, habría la posibilidad de una nuevaalianza entre racionalidad y barbarie. Analizaba la modernidad como el triunfo ineluctable deuna <<racionalidad con finalidad>> productiva y utilitaria, basada en la abstracción, lacuantificación y el espíritu de cálculo, destinada a sustituir a la <<racionalidad con valor>> y aimponerse como la única norma reguladora de la sociedad, librándose gradualmente de todocondicionamiento ético. Esta racionalidad solo podía conducir a un desencanto del mundo, eincluso a una sociedad asfixiada por una máquina burocrática, una dominación mundial de la nofraternidad.

La mirada catastrófica de Weber parecía anunciar la del Angelus Novus de Walter Benjamín,quien hace referencia constante a la obra Paul Klee para referirse a la catástrofe, esta figurasimbólica bajo la cual situó su destino individual, se convierte a finales de los años treinta en eltestigo horrorizado e impotente de la marcha de la humanidad hacia una catástrofe de proporciones gigantescas, para Benjamín representa el hundimiento de un orden social y de una

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civilización. Advierte que lo que equivocadamente consideramos un avance en línea recta de lahumanidad hacia el progreso, sólo era en realidad una marcha triunfal de los vencedores hacia elnazismo y la destrucción, pues durante la guerra, cuando los ejércitos hitlerianos ya parecíandominar una gran parte de Europa, la visión de la historia como catástrofe dejaba de ser unaconcepción para convertirse en una mera descripción de la realidad. La filosofía de Benjamínencuentra su coherencia en su intento de pensar la catástrofe, una catástrofe definitiva eirreparable que culmina el curso de la historia al tiempo que hace brotar todas las potencialidades destructoras inscritas en la modernidad.

Por su parte, Kafka lo que sitúa en el centro de sus escritos (la colonia penitenciaria) es laeliminación del hombre en un mundo transformado en universo opresor e incomprensible. Laracionalización y la dominación burocrática descritas por Alfred Weber adquieren en Kafka laforma de un caos indescifrable donde la ley se ha perdido o, aun peor, se ha trasmutado en elcódigo secreto de un orden infernal encarnado por figuras siempre sucias, grotescas y triviales(Klamm, el funcionario del Castillo) o por ejecutores desprovistos de vida propia y reducidos asu función (los dos guardianes del tribunal que aparecen al principio del proceso). Desde este punto de vista, la interpretación de la obra literaria Kafkiana bajo el registro de <<realismo

 profético>> resulta perfectamente apropiada: por una parte, la máquina burocrática que invadeel universo de sus novelas anuncia con decenios de antelación varios rasgos de la policracianazi; por otra parte, la incompatibilidad de Joseph K, con el mundo administrado por leyes deltribunal prefigura la condición de los judíos en la Europa sometida a la dominación hitleriana.

El autor se refiere a la Primera Guerra Mundial, como la experiencia histórica común, que daorigen a las intuiciones de Weber, Benjamín y Kafka, guerra que marco el hundimiento delmundo burgués liberal erigido en el curso del siglo XIX, que abrió una nueva guerra de losTreinta años y dio una primera idea de las masacres tecnológicas de nuestra era. Así la GranGuerra marca la violenta irrupción de la modernidad en la realidad y la mente humana. Para lagran mayoría de europeos, los años 1914-1918 representarán el primer encuentro – o más bien elimpacto brutal- con la violencia del mundo moderno, donde la muerte pierde su carácter

individual y se convierte en una masacre organizada que acecha cada día la vida en lastrincheras: es anónima, una mera <<muerte sin cualidad>>.

Así aunque Auschwitz no podía preverse, algunas de sus premisas podían detectarse medianteanálisis o instituciones aisladas. En el caso Max Weber sentó los hitos para pensar losregímenes totalitarios del siglo XX indicando los peligros de una racionalidad del mundo que setrasforma en dominación burocrática y en una era de esclavitud; Franz Kafka represento elabismo que se abre en el mundo moderno entre la humanidad y esa aplastante <<máquina burocrática>> cuyas primeras víctimas serian los más débiles, esos que serian exterminados<<sin haber hecho nada malo>>; Walter Benjamín subrayo el carácter destructor de unatecnología sometida a un proyecto imperialista de dominación del hombre y la naturaleza.

El tercer capítulo hace referencia a los aportes de Hanna Arendt quien se refiere a la instalaciónde un régimen institucional estatal durante el siglo XIX, en donde los derechos y los deberesquedaban supeditados a una ciudadanía estado-nacional específica e hizo sucumbir, en términosde derechos, a quienes se adscribían a identidades supranacionales, como es el caso de los judíos. Esta situación emergió con más fuerza durante el nazismo, pero tiene su origen duranteel siglo XIX, por lo cual se puede entender “que el genocidio de judíos no era más que laculminación de su progresiva exclusión de la humanidad, fomentada por una civilizaciónincapaz de concebir hombres sin nación, ni naciones sin Estado” (Traverso, 2001; 80). Bajo estarealidad se posicionó y reflexionó Hanna Arendt, como una mujer bajo la condición de apátridaen el mundo modero, como una “individuo sin Estado”, superando así las dos posiciones hastaese momento dominantes: la asimilación y el sionismo, se propuso la restitución de susderechos políticos, negados por la lógica estado-céntrica impuesta desde el S. XIX. “Dicho deotro modo el judaísmo debía encontrar su lugar en el seno de una comunidad humanareconciliada en sus diferencias”.

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 Para Arendt Auschwitz fue un acontecimiento sin precedentes, pero intento comprenderlo“racionalmente”, lo considero sin desconocer su historicidad, sin separarlo nunca de sucontexto, el de un siglo de imperialismo [por su carácter racial] en el que se constituyerongradualmente las condiciones para el acontecimiento, utilizo la categoría de “fábricas demuerte”: alianza infernal entre el “cientificismo”  para dotar de significado al proceso, que nonecesita exclusivamente de declarados antisemitas, sino dado su carácter industrial, burocráticoy administrativo, operaban en él funcionarios perfectamente “normales”, siempre dispuestos aejecutar órdenes, sin discutirlas jamás, unos perfectos funcionarios. Esta operación burocráticade la fábrica de muerte, Arendt la denominó “monstruosa maquina de masacre administrativa”. Arendt capta cuatro características del exterminio judío: 1) su carácter industrial, 2) sucomplejidad burocrática; 3) la “normalidad” de sus ejecutores; 4) su finalidad de aniquilar através del pueblo judío las individualidades de los hombres (la “dominación total”).

En cuanto a los campos de concentración la autora se refiere como constitutivos al totalitarismo,al que define mediante tres puntos: 1) “anulación del individuo como sujeto de derecho”(proceso alimentado por el antisemitismo moderno y el imperialismo de lógica racial); 2)

“asesinar en el hombre la persona moral” (en el universo concentracionario, la dignidad humanahabía sido aniquilada; tanto los verdugos como las victimas la habían perdido; se vació desentido la noción de solidaridad y la capacidad de pensar y juzgar fueron destruidas); 3) el“asesinato de la individualidad” (a la disolución del individuo en la masa le correspondía, en elinterior del universo concentracionario, la deshumanización y finalmente la eliminación de laindividualidad). Así los totalitarismos fueron una forma de poder típica del Siglo XX,desconocida hasta entonces desde Platón a Montesquieu, que no representaban una variante deldespotismo, dado que su fundamente no fue el temor , sino el terror .

Al cerrar el capítulo se expone su máximo aporte donde el crimen nazi lo entiende como banaldado la naturaleza de sus ejecutantes y su mecanismo burocrático-industrial. No es que elgenocidio sea banal para Arent, sino el proceso y los sujetos que actuaron en el genocidio son

 banales, parecen solo ser guidados por una maquina industrial, pero de la muerte. Podríamosdecir que así como la producción industrial despoja del trabajador de su creatividad y conviertesus operaciones laborales en banalidad cotidiana y repetitiva, los ejecutantes del holocausto judío no operaron convencidos, ni creativamente, sino solo banalmente.

En el cuarto capítulo, Traverso da espacio a las reflexiones de Günther Anders enmarcadas en lafilosofía Heideggeriana, desarrolla tesis como la acosmía del hombre, la vergüenza prometeica,la obsolescencia del hombre y la inocencia del mal. Su   primera tesis define “la modalidad de pertenencia del hombre al mundo y el descubrimiento de los límites intrínsecos de su libertad”;y de donde deriva un sentimiento esencial, de <<vergüenza de origen>>, al que se añade “la búsqueda de un espíritu de fuga como el corolario inevitable de esta condición existencial dealienación”.  En su segunda tesis se refiere a la humillación del hombre ante la perfección y el

 poder de sus creaciones técnicas; como <<la vergüenza prometeica>>,  para Anders  el sigloXX se sitúa bajo el signo de la catástrofe, su pensamiento es síntoma de una “utopía al revés”,donde la brecha entre imaginación y producción se hace mucho más profunda, es la inversióndialéctica de la infranqueable fe en el progreso que dominó el siglo XIX. <<la obsolescencia

del hombre>>, es como concibe el genocidio judío como “un <<modelo>>, el primer intento dedestrucción sistemática de un pueblo con los medios de la técnica moderna, antes de que el proceso de exterminio afectase a toda la humanidad”; donde “las fábricas de muerte implicabanla deshumanización tanto de los verdugos como de las víctimas, transformadas en apéndices deun único aparato burocrático industrial” y en tanto <<matar>> es un verbo inadecuado, “pueslas cámaras de Auschwitz y Treblinka funcionaban como máquinas productoras de muerte,cuyas víctimas constituían la materia prima”. 

Lo interesante en el pensamiento de Anders es que concibe al genocidio y a las bombasatómicas como demostraciones de la obsolescencia humana, como casos específicos pero no

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 procesos cerrados, ni irrepetibles, en tanto no son una recaída a la barbarie sino que son elresultado de la civilización tecnológica, y es inherente a la esencia misma de la técnica laaniquilación futura. Por último, postula <<la inocencia del mal>> la culpa moral y losremordimientos del piloto por la función simbólica a la que fue obligado sin serconsciente, mostraban a Anders que “seguía siendo” o “volvía” a ser humano y en tanto éltambién era una víctima de Hiroshima. Así la última tesis del filósofo es la más esperanzadora, pues si bien en sus reflexiones el camino al progreso aparece como la vía hacia laautodestrucción humana, es con el caso de Eatherly que se concibe un mínimo rayo de luz.

En cuanto al quinto capitulo, Traverso da lugar a los aportes de Adorno quien señala "lanovedad y la especificidad de la solución final", enmarcada en la critica a la civilizaciónindustrial formulada por la escuela de Frankfurt, esta critica está atravesada según Traverso, porla posición del marxismo de la época, reduciendo la interpretación y explicación del fascismo asu aspecto económico. Así Traverso expone los aportes de Adorno desde una mirada cuidadosay critica, ve en su ruptura con la idea de progreso y con la visión lineal de la historia, más queuna "decadencia" una "hipertrofia" de la razón instrumental; en cuanto a la teoría delantisemitismo, critica su vaguedad y abstracción, ya que no capta la raíz del genocidio, que

tendría como eje "la atribución a los judíos del estatuto de individuos que no pertenecen algénero humano". En este sentido, Traverso dirá que ambos teórico de la escuela de Frankfurtdeberían haber tomado no solo el capitalismo de Estado, sino que además, la personalidadautoritaria y la racionalidad instrumental del sistema de poder nazi, su ideología y la historia delantisemitismo.

Sin embargo, Traverso recata la noción de "ticket mentality", que Adorno definiría como lanegación, en una sociedad totalitaria, de la alteridad, en este caso, la sociedad hitleriana se basaría en una completa anulación de la población judía, ya que según Traverso, "la dominaciónsobre la naturaleza es incompatible con todo lo que parece diferente, "fuera de norma" ycontrario a las costumbres". De esta manera, el antisemitismo permitía alienar a la sociedad enuna masa compacta fuera de toda contradicción. Traverso destaca que esta característica seria la

culminación de la sociedad burguesa liberal, donde los marginales no tendrían cabida dentro dela cultura burguesa puritana, contrario al principio de igualdad de la revolución francesa. En estesentido, Adorno revela la visión elitista del totalitarismo en contra de toda forma de cultura popular. Concluye el capitulo con la "dialéctica negativa" que para Traverso es el mayor legadode la escuela de Frankfurt. Así, Auschwitz plantearía "un nuevo imperativo categórico" en elsentido ético que estos temas plantean, y que versa sobre la imposibilidad que estas situacionesvuelvan a ocurrir.

En el sexto capítulo, Traverso se refiere a Celan y al debate sobre las diferentes posturas enreferencia a las experiencias de los sobrevivientes del holocausto que demuestran la“indecibilidad” o “incomunicabilidad” del exterminio judío. Exalta la poesía de Celán como unesfuerzo por captar con las palabras el sufrimiento que el holocausto causó en las víctimas,

escribir en Alemán, en la lengua de sus verdugos con la peculiar característica de combinar laslenguas que le dan origen al mismo, ya que pertenecía a una pequeña región que hablaba alemán pero donde la mayoría de la población hablaba rumano, practicaba el judaísmo que se expresabaen Yiddish y las experiencias culturales eran fuertemente eslavas (rusas y ucranianas);Czernovitz. Esto para el autor, demuestra cómo para el poeta el alemán es una lengua del exilio,el único lugar desde el cual puede escribir y el único valor que no se perdió o quizá rescatódespués del nazismo. Traverso muestra como a través de la poesía este autor que escribedespués de Auswiztch, da cuenta de la verdad, el duelo y la memoria. Sin embargo, se rehúsa aclasificar la poesía de Celan como poesía judía, esto sería reducir su obra y su condición de judío, al arraigo en una tradición, una religión o una cultura, que veía más cercana al hecho deque este autor vivió en carne propia el desgarro de la historia, el judaísmo de Celan lo inscribeen la elección de la lengua del exilio.

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Aunado el séptimo capítulo se refiere al grupo de supervivientes, aquellos que vivieron laexperiencia del universo concentracionario y que, tras ser liberados, partieron de su vivencia para hacer una reflexión profunda sobre la condición del hombre. Resalta en este grupo deintelectuales al italiano Primo Levi y al austriaco Jean Ámery, casos emblemáticos que permitenacercarse a las trayectorias de los supervivientes antes y después de Auschwitz. Sus testimoniostrascendieron la descripción de lo vivido para convertirse en una reflexión sobre la humanidad yla civilización, esta característica los hizo pertenecer a una categoría particular de la literaturadenominada ontológica, su propuesta, se vuelve emblemática logran integrar la historia y lamemoria, trascienden el recuerdo como única fuente de reflexión y la enriquecen con lainvestigación histórica sobre el exterminio, hay un desplazamiento en la perspectiva que se vereflejada en la narración, de la imperiosa necesidad de explicar lo que pasó, se transita hacía unamirada retrospectiva que ofrece lucidez. Sin embargo, para ellos, Auschwitz seguíarepresentando un enigma, su carácter singular e irreductible hacia que hubiese unaimposibilidad de comprender, consideraban que las interpretaciones existentes no lograban penetrar el misterio y nada decían al testigo ocular. Frente a esto Levy planteaba que “quizá laocurrido no pueda ser comprendido e incluso no deba ser comprendido en la medida en quecomprender es casi justificar” (2001: 190) por su parte Ámery consideraba que la representación

mediante el relato o la figuración siempre tenía límites.En relación a la responsabilidad histórica con el pasado, que le cabe a los alemanes, Ámery másradical planteaba que Alemania debía reconocer la complicidad entera de la sociedad, mientrasque Levy, no criminalizó a Alemania y más bien hizo énfasis en los intentos de ocultamiento delrégimen. Traverso encuentra en Ámery y Levy una reflexión sobre el límite extremo de laexperiencia humana, en donde se muestra a un Ámery desesperanzado por lo que implicaAuschwitz como pérdida de humanidad y de desconexión con el mundo, por su lado, Levy tieneuna mirada más espiritual y esperanzadora, cree que en los campos cabe lugar para el bien y no pierde la esperanza en el hombre.

Finalmente, el octavo capítulo se refiere a dos ensayos que circularon entre 1945 y 1946, los que

generaron un amplio debate, tanto en Estados Unidos como en Francia. Se trata de los artículosde Dwight McDonald y Jean-Paul Sartre, el primero publica su ensayo en la revista Politics, conel título “La responsabilidad de los pueblos” y el segundo presenta en  Les Temps Modernes, suobra denominada “Reflexiones sobre la cuestión judía”. Ambos enfrentan en su quehacerreflexivo el tema del antisemitismo, las persecuciones y el genocidio que caracterizó su historia presente. Por un lado, MacDonald considera las atrocidades de la guerra como “la grancuestión moral de nuestra época” (RP, p. 10), mientras que Sartre denuncia el silencio y laindiferencia de los supervivientes de los campos de exterminio nazi.

MacDonald, considera que lo ocurrido no fue producto de una guerra como cualquier otra, sinoque hubo “algo nuevo”, percibiendo una singularidad en el exterminio de los judíos, pero a partir de una comparabilidad   con otros crímenes. El autor “atribuía los crímenes nazis al

régimen de Hitler y no a la nación alemana”, considerando inoperante el concepto hegeliano de“responsabilidad colectiva”. Por otra parte, su pensamiento se iría modificando luego deAuschwitz y la bomba atómica de Hiroshima, considerando que “los crímenes contra lahumanidad durante la segunda guerra mundial, no fueron un accidente de la historia, sino unauténtico producto de la civilización occidental”, ante lo cual el autor adoptaría una postura más bien anarcopacifista. Diferente es la problemática en el seno de las Reflexiones sobre la cuestión

 judía de Sartre, quien se centra en una “cuestión judía” de larga data, la cual acaba de conocersu trágico epílogo. Para Sartre el exterminio no ocupa lo central en su análisis, y sus reflexionescríticas no van por el genocidio, sino más bien en la Francia antes de Vichy, la del caso Dreyfus,y la Tercera República. Predomina en su análisis una ceguera ante el hecho  del exterminio,incluso cuando se refiere a los orígenes del judaísmo, Sartre sostiene que es producto delantisemitismo y en ese sentido, el judío es una creación del antisemitismo. La definición de “un pueblo sin historia” cruza todo el ensayo de Sartre, considerando que la comunidad judía no se puede definir ni como nacional, ni internacional, ni religiosa, ni étnica, ni política: es una

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comunidad casi histórica. Traverso afirma que MacDonald y Sartre reaccionan de maneracompletamente diferente frente al exterminio judío, el primero como “alertador de incendio” yel segundo como “intelectual cegado”. Pese a ello, ambos comparten un distanciamiento, siendorealmente ajenos a la cultura e historia judía. Aunque la crítica hacia Sartre es mucho másaguda, considerando que su ceguera se debe en gran parte a su contexto político-cultural como asu carrera individual, en cambio, a MacDonald el autor le destaca su clarividencia y lucidezcomo algo excepcional.

Traverso concluye, afirmando que Auschwitz no puede considerarse la consecuencia ineludible,natural y necesaria de la modernidad, pues la erupción de violencia que allí tuvo lugar noconstituye la condición normal del mundo moderno. No obstante, el proceso de exterminioimplicaba la modernidad y seria simplemente inconcebible sin la tecnología y la racionalidadinstrumental de la misma. Forma industrializada de la barbarie, el genocidio judío representauna manifestación patológica de la modernidad más que su negación.

Red contextual En coherencia a su formación en la Escuela del Autonomismo Marxista Italiano, Traverso exalta

en su revisión sobre la postura de los intelectuales frente a Auschwitz, la crítica al burocratismo, la denuncia sobre todo a los partidos comunistas tradicionales y el autoritarismo.Dentro de sus reflexiones sobre el holocausto llama la atención el eje trasversal que le otorga ala capacidad destructiva de la modernidad, asociado con lo catastrófico y el fin de la historia.

Su elección por el enfoque del tipo “vida cotidiana” o “ Alltagsgeschiche”, le permite criticar laausencia de análisis sobre la personalidad autoritaria y la racionalidad instrumental del sistemade poder nazi, su ideología y la historia del antisemitismo. Teniendo como legado elsituacionismo el movimiento autónomo del que hace parte problematiza la vida diaria, lasexperiencias y mentalidades subjetivas en las raíces mismas de la sociedad, la necesidad deanalizar el holocausto no solo como un fenómeno, sino también como una experiencia social para poder comprender mejor la conducta de la gente común bajo el nazismo. 

Su esfuerzo por comprender el holocausto para moralizar la historia, lo arroja a dicotomizar elevento y a sus actores en vencidos/vencedores y a los intelectuales desde mi opinión eninsensibles/perceptivos y pierde de vista las relaciones de poder y las tenciones latentes delcampo intelectual, la legitimidad de cada escritor dentro de la academia, la demanda social encada época, con la cual el escritor quiéralo o no debe contar.

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Maestría en Historia y MemoriaSeminario de Historia y memoria

Por: Karem Pérez

Informe Memoria e Identidad. Una reflexión desde la Italia postfascista

Alessandro Portelli

El texto de Portelli expone la Segunda Guerra Mundial como el acontecimiento que determino a la Italia

democrática y a la identidad nacional, a su vez demuestra la diversidad de memorias que puede generar

un mismo evento, en este caso el 8 de septiembre, visto como un símbolo de disolución, o un punto de

reunión donde diversas subjetividades se unifican en nombre de la dignidad, el orgullo y la libertad. El

hecho de que esta interpretación este inserta en la estructura institucional del país, genera un

malentendido  – si no directamente una ficción, que consiste en que el pueblo italiano en su totalidad

estuvo involucrado en este acto de renacimiento y nueva fundación. Esta ficción resultó útil tanto para la

mayoría conservadora y católica como para la oposición de izquierda: para la primera, a la hora de

encubrir sus concesiones al fascismo; para la segunda, para legitimarse como componente necesario de la

nueva democracia italiana que la izquierda había ayudado a establecer.

Así el autor establece tres formas de memoria  – las de centro, izquierda y derecha- y tres fases: la guerra

fría, los gobiernos de centro-izquierda desde los sesenta hasta principios de los noventa, y la denominada

“Segunda República” desde mitad de los noventa hasta la actualidad , para demostrar las diversas

memorias y desmemorias que coexistieron, y fueron mudando en las diferentes fases de la historia de

 posguerra.

A la izquierda le interesaba definir a la Resistencia como un movimiento unificado de todo el pueblo

italiano más que como una época de conflicto y división, y restar importancia a sus aspectos militares. La

imagen del partisano moribundo reemplazó a la del partisano combatiente en monumentos, pinturas y en

la imaginación en general. Irónicamente, la Resistencia se convirtió en una guerra recordada y celebrada

en sus derrotas más que en sus triunfos: los partisanos mueren, nunca matan. De esta manera, la memoria

nacional logró delegar toda la violencia al enemigo (los alemanes; para la izquierda, también los fascistas)

y presentir una imagen virtuosa y pacificada, no violenta y respetable, de los comienzos nacionales.

Así mismo, la memoria de derecha se presentó bajo dos caras complementarias: por un lado, con la

memoria de los derrotados; por otro, como memoria implícita de las instituciones y, en consecuencia

después del acceso al poder de la derecha en los noventa, como memoria de los vencedores.

Con la formación de las coaliciones de centro-izquierda a principios de los sesenta, el choque frontal de la

guerra fría fue reemplazado por una estrategia general de legitimación recíproca, que culminó en la

estrategia de “compromiso histórico” del Partido Comunista y el así llamado consociativismo, la

negociación bipartidaria y la difusión del sistema de prebendas posterior a los setenta. En este contexto, el

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antifascismo reemplazó al anticomunismo como narrativa oficial. Se implementaron varias disposiciones

constitucionales, con la izquierda como fuerza propulsora de estos cambios.

Como segundo caso sobre la memoria nacional Portelli se refiere a las fosas Ardeantinas, como un

monumento permanente al crimen nazi, a la complicidad fascista y al precio que pago la ciudad de Roma por su liberación. Sobre este hecho, se refiere específicamente a la narrativa sobre la cual los partisanos

son culpables porque “no se entregaron”, sobre la creencia en la relación automática entre el ataque

 partisano y la represalia alemana: la así llamada ley de “diez italianos por un alemán”. El rasgo

subyacente en las contra- narrativas es la sensación de que los partisanos fueron una minoría descarriada

dentro de una población que se consideraba neutral, sin interés en involucrarse en una guerra entre los

aliados y los alemanes; un pueblo que, si bien no simpatizaba con los alemanes, tampoco sentía la

necesidad de reaccionar ante su presencia. Para el autor culpar a los partisanos que “no se entregaron” es

una manera de cerrar el caso y negarse a escuchar: una cancelación de la memoria.

Concluye afirmando que la simple mención de Via Rasella y las Fosas Ardeatinas hace añicos toda la

ilusoria sensación de bienestar. El relato fundacional de la Italia de posguerra, nacido del conflicto y la

lucha, todavía es imposible de narrar. Y Via Rasella, una calle larga y angosta detrás del monte Quirinale,

sigue dividiendo el centro de Roma como una herida sin cicatrizar.

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