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La Familia Cristiana: Escuela de oración, Taller de humanidad.
Pablo Guerrero Rodríguez S.J.
“Tiene un particular significado en el despertar religioso infantil la iniciación en la experiencia de oración. Hablar a Dios, o con Dios, es ponerse ante Él sabiéndolo presente aunque invisible en nuestra vida, es empezar a identificarlo como Alguien con quien es posible entablar una relación personal. Pedir su ayuda o darle gracias en las distintas situaciones es reconocerlo cercano y comprometido con nosotros sus hijos. Es muy importante orar junto a los niños con sencillez hablando con Dios desde las situaciones y necesidades de la vida de cada día. También debemos facilitarles el aprendizaje de algunas fórmulas de oración que podemos compartir en familia y que facilitan, por otra parte, la participación en la oración comunitaria de la Iglesia”1.
La familia es un agente primordial de transmisión de la fe. Tal y como leemos en el
capítulo 6º de Evangelii Nuntiandi, “la familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio
donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia” [EN 71]. El tema que me
han propuesto -la familia como escuela de oración- se caracteriza, a mi juicio, por dos
elementos, su importancia y su dificultad. Importancia ya que constituye un vector básico
de la transmisión de la fe; dificultad puesto que no se trata sólo de adquirir unas
destrezas, unos conocimientos y unos hábitos, sino que se trata de acercar a los niños a
una experiencia; experiencia que abarca, o debería abarcar, a la persona entera.
Detrás de las palabras de esta charla, está lo aprendido, compartido y reflexionado
en dos grupos de trabajo de los que formé parte entre los años 2001 y 2004. Ambos
grupos tenían la función de redactar sendos documentos relativos a la atención pastoral
en las provincias jesuitas de España. Ambos grupos estaban compuestos por jesuitas y
laicos de ámbitos muy distintos del saber y de la práctica profesional y pastoral:
psicología, teología moral, teología pastoral, sociología, pedagogía, análisis cultural,
trabajo social, etc. El primero de los grupos redactó un documento titulado “Retos y fines
de la pastoral juvenil ignaciana”, el segundo de los grupos el documento titulado “Nuestra
misión y la familia”. Así pues, soy consciente que esta charla no es “mía”, sino “nuestra”.
Están ustedes, sin duda, ante una “ponencia coral”.
1 TRANSMITIR HOY LA FE. CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS DE PAMPLONA Y TUDELA, BILBAO, SAN SEBASTIÁN Y VITORIA. CUARESMA-PASCUA 2001
1
A la dificultad ya señalada al comienzo (se trata de acercar a los niños a una
experiencia), habría que añadir, el momento histórico y social que atraviesa la institución
familiar. Muchos pensamos que es necesario cambiar los discursos dominantes sobre la
familia2. En ese sentido, la Iglesia tiene una palabra importante para acallar el discurso
negativista y amargo que habla de la familia sólo en términos de divorcio, control de
natalidad, relaciones prematrimoniales, homosexualidad… La familia actual se encuentra
con otros problemas que le preocupan, como la conciliación del trabajo y la familia, la
emancipación de los hijos, el choque generacional y, de manera especial en estos últimos
años, la quiebra en la transmisión de la fe dentro de las familias…
Es muy importante que, al hablar de la familia, no la hagamos patrimonio sólo de
unas ideologías determinadas sino que hagamos de la familia patrimonio universal,
patrimonio de la humanidad. Asimismo, es muy importante dejar de llamar familia cristiana
a la familia nuclear católica de los años 50… porque la familia es cristiana cuando pone
toda su confianza en el Señor, a través de los cambios evolutivos, y no necesita
forzosamente de una estructura ideal para darse. No se trata ahora de promover una
vuelta a los valores familiares tradicionales como la obediencia, la unidireccionalidad de
las relaciones, la asimetría de poder… sino de acompañar, como Iglesia, una recreación
de los valores familiares en nuestros días, la entrega, la donación, el valor de la
convivencia, la estructuración en torno a lo más pequeño, etc., a la luz de la Buena
Noticia, a la luz del Evangelio.
Uno de los grandes valores de la llamada familia postmoderna es, sin duda, que ya
no se estructura por leyes de necesidad, sino por vínculos de amor. Esto la fragiliza
enormemente, ¡qué duda cabe!, pero también se fortalece desde esta perspectiva
esperanzada que nos gustaría proponer.
Creo que el objetivo primordial de la Pastoral familiar, de la atención pastoral a
familias, ha de ser ayudar a esa familia concreta en su fe concreta, en sus dudas
concretas, en sus problemas concretos… en definitiva, ayudar a esa familia a poner su
confianza en el Señor.
Y es que vemos que “la vida familiar experimenta en estos últimos años
transformaciones importantes. Muchos padres se interesan y comprometen más
activamente en la educación de sus hijos, pero experimentan las dificultades en la
2 Cfr. Provincia de España de la Compañía de Jesús. Nuestra Misión y la Familia. Madrid, 2003, 8-9.2
comunicación a sus hijos de los valores y criterios que ellos consideran referencias
importantes para su vida personal y social. Los padres creyentes experimentan esa
misma dificultad al tratar de comunicar a sus hijos la fe” 3.
Creo que ante los datos con que se nos inunda a diario, lo que tenemos que
preguntarnos es acerca de la actitud con la que recibimos estos datos de la realidad.
Quiero recordarles una palabras que Juan XXIII pronunciaba en los inicios del Concilio
Vaticano II: “En el cotidiano ejercicio de nuestro ministerio pastoral llegan a veces a
nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de almas que, aunque con celo ardiente,
carecen del sentido de la discreción y de la medida. Tales son quienes en los tiempos
modernos no ven otra cosa que prevaricación y ruina. Van diciendo que nuestra hora, en
comparación con las pasadas, ha empeorado y así se comportan como quienes nada
tienen que aprender de la Historia (...) Mas nos parece necesario decir que disentimos de
esos profetas de calamidades que siempre están anunciando infaustos sucesos como si
fuese inminente el fin de los tiempos. En el presente orden de cosas, en el cual parece
apreciarse un nuevo orden de relaciones humanas, es preciso reconocer los arcanos
designios de la Providencia divina, que a través de los acontecimientos y de las mismas
obras de los hombres, muchas veces sin que ellos lo esperen, se llevan a término,
haciendo que todo, incluso las fragilidades humanas, redunden en bien para la Iglesia”4.
Les invito a situarnos, en la línea que apuntaba Juan XXIII, una perspectiva que
surge de una mirada esperanzada. Una mirada cariñosa y respetuosa a nuestro mundo, a
nuestras sociedades, a nuestras familias. Una mirada que antes que amenazas, descubre
desafíos y oportunidades. Como señalan nuestros obispos: “Las amenazas y riesgos del
presente pueden ser entendidas, bien como desestabilizadores, bien como ocasión y
punto de partida de renovación. No existe un determinismo que conduzca a nuestras
Iglesias a una situación residual. Nada justifica nuestra desesperanza. Ni antes
estábamos tan bien ni ahora estamos tan mal. Los tiempos actuales no son menos
favorables para el anuncio del Evangelio que los tiempos de nuestra historia pasada. Esta
fase de nuestra historia, con todo lo crítico, inhóspito y poco permeable que lleva consigo,
es para nosotros un tiempo de gracia y de conversión. Juan Pablo II nos ha dicho: “La
3. TRANSMITIR HOY LA FE. CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS DE PAMPLONA Y TUDELA, BILBAO, SAN SEBASTIÁN Y VITORIA. CUARESMA-PASCUA
4. BTO. JUAN XXIII, Discurso de inauguración del Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962, 9-10.
3
historia presente no está cerrada en sí misma, sino abierta al Reino de Dios. No se
justifican, por tanto, ni la desesperación, ni el pesimismo ni la pasividad”5
Como primer resumen, podemos decir que: “frente a una imagen negativa de la
familia, y frente a determinados valores sociales en alza, la familia cristiana es o debe ser
un espacio privilegiado por excelencia. La familia tiene que remar contracorriente, y de
nuevo, como en etapas anteriores, de este papel va a salir reforzada, porque, la familia
representa, en este contexto, cinco grandes valores:
- En un mundo individualista, la familia nos enseña a buscar relaciones personales
basadas en la fidelidad y la confianza.
- En un mundo apresurado donde prima la eficacia, la familia nos enseña el valor del
largo plazo.
- En un mundo donde prima la competitividad y el afán de poder, la familia nos
enseña el valor de la igualdad.
- En un mundo donde prima la productividad y la apariencia, la familia nos enseña a
acoger a los mas débiles y que las cosas esenciales son siempre gratuitas.
- En un mundo donde todo vale, la familia nos enseña apreciar los valores.”6
5. OBISPOS DEL PAÍS VASCO Y NAVARRA, Renovar nuestras comunidades (Cuaresma-Pascua 2005), n. 38.
6. Provincia de España de la Compañía de Jesús. Nuestra Misión y la Familia. Madrid, 2003, 47-48.
4
1. FAMILIA, EVANGELIZACIÓN Y PASTORAL
A estas alturas, ya se han dado cuenta que el énfasis de mi charla girará en torno a
la atención pastoral a las familias, elemento que, en la época en que nos ha tocado vivir,
constituye una piedra clave en la pastoral de la Iglesia y por ello, ser tenido muy en
cuenta, lo saben, por el Apostolado de la oración. Creo que el objetivo primordial de la
pastoral familiar ha de ser ayudar a las familias concretas, en su fe concreta, en sus
dudas concretas, en sus problemas concretos… En definitiva, ayudar a esas familias a
poner su confianza en el Señor.
Ahora bien, a mi juicio, ese objetivo primordial debería ir acompañado de una serie
de objetivos instrumentales que ayudarán a esa familia concreta a alcanzar el objetivo
primordial. Señalo algunos7:
1) Proteger a las familias; darles un lugar para construir su identidad.
2) Conectar a las familias con otros; ayudar a las familias a construir sistemas de
apoyo.
3) Ser proveedores de esperanza; estimular a las personas para que miren hacia
atrás con orgullo y hacia delante con esperanza.
4) Ser proveedores de respeto.
5) Ayudar a las personas a distinguir entre pensamiento y sentimientos, entre
verdad y fantasía.
6) Enseñar a discernir; ayudar a las familias a desarrollar una estrategia para
tomar buenas decisiones. Es decir,
7) Ayudar a las familias a descubrir cuál es la voluntad de Dios.
8) Ayudar a las familias a aprender a discutir posibilidades, de forma que se
incluya la opinión de todos.
9) Enseñar empatía; ponerse en el lugar del otro; padecer con el otro.
10) Promover la autenticidad y la creatividad; ayudar a las personas a definirse
desde dentro, en lugar de dejar que la gran cultura les defina desde fuera.
7 Buena parte de estos objetivos están basados en los objetivos que, a juicio de M Pipher, The shelter of each other. Rebuilding our families, New York, 1996, 134-153), deben ser buscados en la terapia familiar. Los recojo y los aplicó al ámbito que nos ocupa en esta charla.
5
11) Ayudar a las familias a que se sobrepongan a lo que Eugene Biser llama la
herejía emocional8, un tipo de herejía en la cual estamos cayendo sin darnos
cuenta; la herejía emocional es la falta de esperanza, pensar que este mundo
no hay quien lo arregle, que esta Iglesia no hay quien la cambie; pensar que
uno es un desastre y que no tiene solución… Básicamente consistiría en
pensar que Dios tiene poco que hacer en la Historia, muy poquito en el mundo
y prácticamente nada en mi mismo.
12) Promover apertura y animar a las personas a encarar el dolor; ayudar a las
personas a enfrentarse a los problemas, en lugar de rodearlos. En este ámbito,
sería ayudar a las personas a “hacer su cuaresma, es decir, caminar hacia
Jerusalén”.
13) Ayudar a las familias a reducir la ansiedad, a hacer frente al estrés.
14) Ayudar a las familias a controlar el consumo, la violencia y las adicciones.
15) Ayudar a los miembros de la familia a encontrar equilibrio entre individuación y
relación, entre autonomía y comunión.
16) Promover moderación y equilibrio.
17) Fomentar el humor.
18) Ayudar a la gente a construir un buen carácter; ayudar a las familias para que
permitan a sus miembros llegar a ser todo lo que pueden ser.
Cuando hablamos de educar en la fe, de la evangelización, existen, al menos,
dos planteamientos o dos enfoques:
Un primer enfoque considera que la Fe, se trasmite únicamente a través de la
Iglesia y de sus estructuras eclesiales: parroquias, colegios... Así, dividimos la pastoral
por edades o estamentos: preparación a Primera Comunión, Confirmación, Pastoral pre-
matrimonial, Pastoral con padres. Las “instituciones eclesiales” serían las
protagonistas del proceso.
8 E.Biser, Pronóstico de la fe. Orientación para la época postsecularizada, Barcelona, 1994. “Y es que la fe no corre peligro con una interpretación equivocada del dogma [fe] ni con un comportamiento moral deficiente [caridad], sino que, ateniéndonos a la experiencia general, el peligro mayor deriva sobre todo del derrotismo religioso, que no otorga a esa fe energía alguna capaz de configurar la vida y el futuro, a la vez que lo desconcierta en forma de crisis de confianza [esperanza]. Cuando lo que debería encontrarse en la fe es un impulso inagotable al coraje, un motivo de seguridad y alegría y, en buena medida, también un estímulo a la autocomunicación dialógica y operativa, es una paralización la que afecta a los corazones de los hombres, mientras que un triste velo gris parece caer sobre la realidad toda de su vida. Palabras como el carácter victorioso de la fe o su fuerza superadora de miedos y angustias suenan casi como términos extraños en ese paisaje”.
6
Otra concepción distinta, que cambia totalmente la visión, es la siguiente: la fe se
transmite de padres a hijos, en el seno de la Iglesia. El eje natural de transmisión de la
fe es la familia. Esto está mucho más de acuerdo con lo que la psicología nos dice sobre
la transmisión de valores. Para cuando el niño entra en sociedad, ya tiene establecida la
estructura fundamental de los valores que van a regir su vida. Es verdad que la familia
vive en el interno de la Iglesia y se apoya en otras estructuras educativas, pero si
pensamos en la transmisión de la fe, debería venirnos siempre a la mente, como núcleo
central y primario, “la familia”.
[Nosotros hablamos de la familia como de “la pequeña Iglesia”, de “Iglesia doméstica”,
pero, demasiado a menudo, esto constituye tan sólo un título privilegiado al que no
acabamos de llenar de significado].
¿Tiene esto mucha importancia a la hora de la práctica? Yo creo que sí. Los dos
enfoques “determinarán” qué labor corresponde a cada quien en la tarea de la
evangelización. En el fondo se trata de optar entre: a) considerar a los padres como
ayudantes o todo lo más como colaboradores, en una tarea que otros realizan, o b)
considerar la familia como eje central de la transmisión de la fe, los padres serían
coprotagonistas junto con sus hijos.
Actualmente nos encontramos con una situación totalmente distinta a la de
apenas hace unos años. En nuestra sociedad había todo un núcleo de familias
“tradicionalmente” católicas. Ahora lo que nos pasa, en muchos casos, es que son los
padres los que no van a Misa, ni son creyentes. Nuestros países están llenos de lo que se
ha dado en llamar “católicos no practicantes”. En demasiadas ocasiones, las familias
“delegan” la tarea de transmisión de la fe al colegio y a la parroquia (a los “profesionales”
de la materia). Nos encontramos, demasiado a menudo, en los colegios y en la pastoral
infantil, los hijos de una “generación claudicante”. Una generación que por desencanto (y
en este desencanto tenemos mucho que ver los representantes públicos de la Iglesia), por
pereza, por confianza en los socializadores secundarios o por “respeto” no ha hecho
explícita su fe en la familia y cuyos hijos ya no se pelean con los modelos de fe de sus
padres como lo hicieran las generaciones inmediatamente anteriores sino que no sienten
esa necesidad, no tienen qué plantearse y, en su mayoría, no lo hacen.
La familia, más que ser el eje evangelizador principal y primario, se ha convertido
en un núcleo a evangelizar. Precisamente ha sido este hecho, el ver que la familia como
7
una institución que, aparentemente, ha “desertado” de la Iglesia (estamos hablando a
nivel general, con lo cual siempre se cae en el pecado de tratar injustamente a lo
particular), lo que ha lanzado la alarma y ha hecho que “la Pastoral Familiar” se haya
puesto de moda. En todo caso sí podemos decir que hoy por hoy hay muchas familias
que “no se sienten en su casa dentro de la Iglesia”, es más, la consideran como algo
ajeno. Así pues, nos invitaría a todos a preguntarnos lo siguiente: ¿qué puesto ocupa, en
nuestro organigrama pastoral la familia? Correlativamente, habría que ayudar a las
familias a preguntarse: ¿qué puesto ocupa en su “organigrama” familiar, en su escala de
valores la transmisión de la fe a sus hijos? ¿Consideramos su fe y la transmisión de la
misma algo valioso? (porque recordemos “donde está tu tesoro, allí está tu corazón”).
Creo sinceramente que, si no nos hacemos estas preguntas con honestidad, no estamos
“construyendo sobre roca”.
Me gustaría señalar que creo que aunque existe una situación de crisis acusada
en las familias, esto no significa, de ningún modo, que estemos peor que antes.
Ciertamente es un momento de cambios profundos, de desorientación en la relación
interpersonal de los esposos y de los padres con los hijos, de cómo educarlos para la
relación social en la que hoy vive el joven. Falta capacidad de comprensión de los valores
que hay que transmitir hoy y cómo hay que hacerlo. Todo esto puede desarrollar una
desesperanza acusada en el seno familiar.
Estas dos palabras, desaliento y desorientación, son dos palabras que podrían
resumir esta situación. Sin embargo, tanto los jóvenes como los adultos se sienten
profundamente atraídos por la "familia" como el centro más seguro en una sociedad con
frecuencia demasiado fría y amenazante.
Ser cristiano no es un modo de pertenecer a la sociedad sino que empieza, para
los más jóvenes, a ser una apuesta minoritaria que convive con otras en igualdad de
condiciones. Si las familias no sientan las bases de la fe en Jesús y de la pertenencia
eclesial en su seno, difícilmente otro podrá hacerlo.
Miren, son las familias las que deben dirigir y fundamentar el trabajo pastoral
con los más jóvenes y todo el resto del trabajo pastoral va a ser progresivamente
secundario o complementario a lo que se viva y se transmita en la familia. En
resumen, y a riesgo de repetirme demasiado, un colegio o una parroquia no pueden ser
los agentes primarios y primordiales de transmisión de la fe a las nuevas generaciones.
8
La familia, ya no puede ser un “objeto de pastoral” sino el agente primordial de
transmisión de la fe.
Creo que es en la pastoral celebrativa y sacramental donde hay que hacer el
mayor esfuerzo con las familias creyentes, en celebrar la propia fe, esperanza y amor con
la familia y en familia. Dejar un poco de lado los códigos de conducta moral y rescatar los
aspectos más comunicativos de la fe: los sacramentos, las oraciones en familia, las
fiestas, la esperanza en Dios, la acogida a toda la familia en la Iglesia, la presencia
significativa de Dios en los acontecimientos importantes de la familia –nacimiento, muerte,
matrimonio, enfermedad...-.
Se hace imprescindible una revalorización por parte de los agentes de
pastoral de las vocaciones familiares. No podemos exigir a los matrimonios un
compromiso vital con la Iglesia y su misión cuando, previamente, le hemos convencido de
que optar por ese camino supone negarse al verdadero compromiso que incluye una serie
de actividades que, por su estructura de vida cotidiana, le están vedadas. El desarrollo de
una confianza sincera en aquello que Dios ha puesto en las vocaciones familiares es el
paso previo y fundamental para corresponsabilizar al laico en el funcionamiento de su
Iglesia.
Los padres deben ser conscientes de que la educación en la fe no se realiza
llevando al niño a un colegio religioso o a la catequesis parroquial, cuando le "toca" hacer
la primera comunión. El mundo de la fe cristiana va penetrando en la estructura
psicológica del niño como por ósmosis. En el Directorio General para la Catequesis,
aprobado por el Papa Juan Pablo II, se nos dice que los padres de familia son los
primeros educadores de la fe de sus hijos: “El testimonio de vida cristiana, ofrecido por los
padres en el seno de la familia, llega a los niños envuelto en el cariño y el respeto
materno y paterno. Los hijos perciben y viven gozosamente la cercanía de Dios y de
Jesús que los padres manifiestan, hasta tal punto que esta primera experiencia cristiana
deja frecuentemente en ellos una huella decisiva que dura toda la vida. Este despertar
religioso infantil en el ambiente familiar tiene, por ello, un carácter `insustituible´” (226).
Hasta aquí un largo preámbulo, pero creo que necesario, para poder entrar en el
tema. La Familia cristiana como educadora de la fe y, por ello, escuela de oración. Si
bien, en honor a la verdad, probablemente hemos entrado ya en el tema desde el
comienzo de la charla.
9
2. TRANSMITIR LA FE A LOS NIÑOS EN FAMILIA.
La experiencia de la primera relación hijo-padres es la que condiciona positiva o
negativamente la primera estructuración religiosa del niño9. En las culturas y religiones
más diversas la asimilación que el niño hace de la religión de los padres determinará el
comportamiento religioso ulterior. En primer lugar, la misma estructura de la familia
presenta fuertes analogías con la institución religiosa. En segundo lugar, en una familia
“creyente y practicante” las fiestas, los ritos, los valores y principios son al mismo tiempo
familiares y religiosos.
También el sentimiento religioso nace en la infancia por influjo de los padres y
crece conforme con las enseñanzas y prácticas recibidas en la familia y en la escuela. Sin
la experiencia precoz de felicidad y ambiente agradable no se da el deseo religioso. Si el
ambiente familiar no ejerce un influjo religioso desde la primera infancia, el niño
encontrará dificultades para desarrollar una verdadera religiosidad. Así, pues, se puede
afirmar que la religión del individuo se modela, en gran parte, sobre la religión de la
cultura a que pertenecen sus padres. También se puede afirmar que el ambiente es factor
propicio, pero no decisivo. Existe, en muchos casos, una religiosidad meramente social.
La actitud religiosa será perfecta cuando sea plenamente interiorizada y personalizada. Si
no se da bien este paso es cuando tienen lugar los abandonos en tiempo de crisis. Más
que ideas o razonamientos, el niño asimila con naturalidad las actitudes y sentimientos
religiosos que ve en sus padres. Después irá formulando sencillas preguntas que le
ayuden a comprender y expresar mejor la vivencia religiosa que viene compartiendo en el
seno de familia. Una conclusión evidente es la siguiente: si el niño no ve a sus padres
rezar, difícilmente aprenderá a rezar10.
9 La estructura de la religiosidad del niño depende de la relación hijos-padre, relación que condiciona la relación niño-Dios y la del adulto-Dios. Numerosas encuestas muestran, cuando se pregunta por la causa que ha influido más positivamente en la vida religiosa, que la influencia de los padres es la que más pesa (en torno a un 40% de los casos).
10 B. Hart, Sin miedo a educar, Madrid, 2006: “Lo que verdaderamente importa es llegar al corazón de nuestros hijos. (…) El corazón de un niño es a menudo confiado y cariñoso, pero también es egocéntrico e insensato y, como tal, un peligro para sí mismo. Y cuando digo “corazón” me refiero a algo más que al carácter. Es de suponer que un niño que tenga buen carácter no mentirá porque sabe que eso está mal. Perfecto. Tenemos que educar a nuestros hijos en el valor de la verdad. Pero un niño que tenga el corazón bien orientado desarrollará un genuino desprecio hacia la
10
José Antonio Pagola, señala una serie de sugerencias para ayudar a padres e
hijos a despertar la búsqueda de Dios. En primer lugar es necesario recordar algo muy
importante. Si yo no encuentro a Dios dentro de mí difícilmente lo encontraré fuera. Si, por
el contrario, puedo percibirlo en mi interior, lo podré descubrir en medio de la vida. Para
conseguir esto, para abrirnos a Dios hemos de adoptar siempre una actitud de confianza y
amistad. Dios nos ama, nos entiende y nos perdona como nosotros mismos no somos
capaces de amarnos, entendernos y perdonarnos.
En segundo lugar, ante Dios me presento tal como soy en realidad. Dejando a un
lado ese «personaje» que trata de ser ante los demás o que los demás creen que soy.
Dios nos conoce y nos mira con amor. No tiene sentido tratar de engañarle disfrazando el
barro del que estamos hechos. Y es que, para orar, hemos de estar ante Dios con lo que
somos y cómo somos. Con lo que sentimos y vivimos realmente. Con nuestros miedos,
alegrías y sufrimientos.
En tercer lugar, todo lo que es parte de nuestra vida puede ser ocasión y
“materia” de oración. Una alegría, un dolor, un éxito, un fracaso, un problema, una
necesidad, un momento feliz. Así la oración se hace a veces invocación, a veces acción
de gracias o alabanza, a veces petición de perdón, pero siempre, mirada y escucha.
Finalmente, enseñar a orar es no tanto enseñar a hablar, sino enseñar a mirar y,
sobre todo, a escucharle a Él dentro de nosotros. Como acertadamente señala Pagola,
“no se necesita hablar mucho ante Dios. Bastan unas pocas palabras repetidas una y otra
vez despacio y con fe: «Dios mío te necesito». «Tu conoces mi debilidad». «Enséñame a
vivir». «Tú sólo eres grande y bueno». «Ten compasión de mi que no soy capaz de
cambiar». «Te doy gracias porque me amas». «Tu fuerza me sostiene siempre».
«Guíame por el camino recto». «Despierta en mí la alegría». «Enséñame a amar»…”
-o-o-o-
La psicología evolutiva nos ha enseñado los cambios profundos que se dan en el
ser humano desde la primera infancia hasta el final de la adolescencia. Esto hace difícil,
cuando no imposible, establecer un discurso común a las diferentes etapas. Por
cuestiones metodológicas me voy a centrar en la etapa que podemos denominar
mentira y el gusto por la verdad. Una niña con buen carácter puede ser amable con los demás porque sabe que la buena educación es necesaria. Eso es fantástico. Pero una niña con el corazón bien orientado desarrollará un verdadero aprecio, interés y respeto hacia los demás y querrá que los demás lo sientan. No podemos cambiar nuestros corazones, y mucho menos los de nuestros hijos. Pero es nuestro deber como padres inclinarlos al bien”.
11
INFANCIA ADULTA (9-12 años), que tiene como característica propia la apertura a la
vida de forma más consciente que en años anteriores. Su crecimiento y desarrollo
personal en todas las dimensiones, les permite descubrir la propia vida y la del entorno
(personas, acontecimientos, naturaleza) de forma más autónoma y objetiva, ya que es la
etapa en la que se preguntan por todo: por ellos mismos, por las personas, por los
acontecimientos sociales, por la naturaleza y el mundo. Es una etapa caracterizada por la
actividad. Pese a esta opción metodológica, creo que algunos de los elementos que voy a
señalar pueden extrapolarse, con las debidas cautelas a las etapas inmediatamente
anterior y posterior. Lo señalado a continuación constituye un resumen del trabajo
realizado para la elaboración de “Retos y fines de la pastoral juvenil ignaciana”.
- Referentes: familia, adultos, etc. Aunque la familia, sigue manteniendo un nivel de
influencia importante, tratan de ser más autónomos y consideran que su influencia en
ellos es menor, y a pesar de que siguen manteniendo una fuerte dependencia afectiva,
muestran menos expresiones de cariño, ya que parecen más despegados por
considerarse, precisamente, más autosuficientes e independientes. Sin embargo, siguen
necesitando la referencia de los adultos y, en este sentido, descubren a otros adultos
significativos: profesores, monitores, incluso religiosos y sacerdotes que están cerca de
ellos. Por ello, les influye de manera muy positiva el testimonio cristiano de otras
personas, ya que tienen capacidad para admirar e idealizar a adultos significativos por los
valores y actitudes que viven. Por ello, en ese ir descubriéndose y construyéndose a sí
mismos, contribuye más la presentación y testimonios de modelos de identificación
humana y cristiana, que los mensajes teóricos, difíciles de asumir a esta edad. En este
sentido, es interesante presentar modelos de santos y sus experiencias concretas. Estos
testimonios pueden ayudar a la reflexión y oración en el seno de la famlia.
- Desarrollo evolutivo: afectividad, actitudes, capacidad de reflexión, etc... Este momento
se caracteriza por la acción y el movimiento, así como por la curiosidad y el deseo de
experimentar cosas nuevas, de aprender y de comprobarlo todo. En estas edades son
sinceros, naturales, espontáneos y muy participativos, lo cual significa que están muy
dispuestos para hacer cosas y aprender. En este sentido, se debería partir siempre de la
experiencia del niño/a y procurar profundizar en esa experiencia en la medida de lo
posible, llevando a cabo actividades dinámicas y simbólicas, que deben ser
“expresivas” de su fe.
12
Es una etapa en la que son exigentes consigo mismos y con los demás, pero
también van aprendiendo a ser más comprensivos. Dada su estabilidad psicológica, es la
etapa más favorable para la adquisición de costumbres y hábitos relacionados con lo
religioso, con el respeto y la defensa de la naturaleza, con el sentido de la gratuidad, de la
generosidad y de la solidaridad.
- Dimensión grupal, social o comunitaria. En esta aventura del propio descubrimiento, es
importante la primera socialización que realizan, al margen de la familia, en el grupo de
iguales. Estos grupos, aunque todavía son poco estables, se caracterizan por el
compañerismo (el sentido de la amistad no está aún bien configurado), y son cauce de
seguridad y autoafirmación, donde se da un paso del “yo” al “nosotros”. Al mismo tiempo,
les ayuda a potenciar valores como la colaboración, el servicio, la responsabilidad, el
trabajo en grupo, la honradez, la capacidad de perdón, aunque también aparecen
sentimientos contrarios de rivalidad y competitividad.
- La religiosidad. En cuanto a su religiosidad, se nota una disminución progresiva del
antropomorfismo atribuido a Dios, lo animista y el sentido mágico de lo religioso. Al
disminuir su exuberancia imaginativa, y valorar el mundo de lo real, se da con ello un
cierto escepticismo religioso, dejando de creer en los Reyes Magos y rechazando lo
“maravilloso” de la religión. Todavía consideran a Dios como alguien que está en función
y al servicio de su egocentrismo, y sin embargo, se hace más íntimo y espiritual. También
es la época de aplicar atributos a Dios (grandeza, omnipotencia, bondad, justicia,
belleza, amor, etc). Además, tienen conciencia de comunicarse con Dios a través de una
oración motivada, fundamentalmente, por la solución de sus problemas, aunque también
empiezan a aparecer signos altruistas en sus oraciones. La familia y la pastoral tiene el
reto de enseñar a rezar, a reconocer a Dios en los demás y en las cosas, dado que a
partir de ahora, al niño de esta edad le costará trabajo hacerlo. Son solidarios y colaboran
activamente ante necesidades concretas, pero siempre en el marco de hacer cosas más
que como compromiso de la propia fe. Sin embargo, aunque sea una visión imperfecta,
posibilita las primeras experiencias pre-religiosas, por lo cual la pastoral debe aceptarlo y
tratar de reorientarlo. Además, dado que su afán estético les hace gustar de la liturgia, se
cuidará especialmente lo celebrativo a través de gestos, símbolos, acción y música.
Retos con los que nos encontramos.
13
Maduración humana: En este punto, es importante ayudarles a experimentar la
alegría de crecer: de descubrir y querer su propio desarrollo a todos los niveles.
Es importante orientar positivamente su curiosidad de conocer y saber para el bien
de sí mismos y de los otros. Ayudarles a descubrir el mundo que les rodea: la
belleza de la naturaleza, la bondad de las personas, los acontecimientos, la
esperanza. En definitiva se trataría de iniciarles en la lectura de la vida, la historia y
la naturaleza, desarrollando actitudes de admiración, de agradecimiento y de
respeto hacia la vida propia, la de los otros y del entorno, de manera que esa
experiencia les pueda abrir a la experiencia del Dios que se hace presente en esa
realidad que se va descubriendo. Así mismo, en la línea de la etapa anterior, es
necesario trabajar valores como el compañerismo, la solidaridad, la generosidad, la
autoestima…, con lo que esto supone en la colaboración, responsabilidad, etc.
Evangelización: Reconocer la presencia amorosa de Dios en su propio
crecimiento; que descubra y valore su vida como don o regalo de Dios; que todo
lo que va descubriendo y experimentando como nuevo tiene que ver con que Dios
le quiere y quiere que sea feliz. Habría que ayudarle a ir distinguiendo entre Dios y
Jesús. Hacerle presente a un Jesús amigo, que vivió en un momento determinado
de la historia, pero que pasó por lo mismo que pasamos nosotros: que también fue
descubriendo cosas nuevas en la vida, que también se hacía muchas preguntas...
y que descubrió que Dios le quería a él y también a todos los demás de la misma
manera. Es decir, se trata de presentar la humanidad de Jesús y de hacerles llegar
lo que quiere que hagamos y que le sigamos. Conviene presentar los hechos y dar
razones de lo que se les presenta, puesto que con la aparición del espíritu crítico,
aparecerán las primeras dificultades y dudas sobre la fe. Así mismo, tenemos que
hacer más significativa la figura de María como madre de Jesús y madre nuestra.
-Vida de fe: Trataríamos de educarles en un tipo de oración más espontánea
desde su realidad concreta y sus intenciones particulares y concretas, para no caer
en la recitación mecánica. Que puedan dirigirse a un Dios Padre cercano, para ir
superando poco a poco la relación con un Dios que está en función y al servicio de
su egocentrismo y que, por tanto, supone una oración para solucionar sus
problemas. Pasar a una oración de agradecimiento por su vida, por sus personas
cercanas y que tenga signos de oración altruista. Ayudarles a celebrar todo lo
bueno que tiene la vida, las cosas nuevas que se van descubriendo. Tratar de
14
relacionar esto con las celebraciones cristianas en grupo con gestos sencillos y
vivenciales, haciéndoles accesibles los símbolos cristianos para que partan de
realidades concretas que ellos entienden. Es importante estimular e iniciarles poco
a poco y a su nivel, en la vida sacramental.
En definitiva, trataríamos de ayudarles a elaborar una primera síntesis del mensaje
cristiano, proporcionándoles experiencias religiosas de interiorización y reflexión sobre
todo aquello que van viviendo.
Modo de relacionarnos desde su propia realidad.
Dado que su afectividad la expresan, fundamentalmente, a través de la acción y el
movimiento, habrá que tenerlo en cuenta...
El lenguaje narrativo es accesible para ellos y, en ese sentido, podemos utilizarlo
para presentarles el mensaje de Jesús hecho vida en personas y acontecimientos
concretos. Puede ser interesante utilizar biografías de personas y de acontecimientos
religiosos. Sin olvidar lo que antiguamente se llamaba la “Historia sagrada”
Aunque en esta etapa tratan de distanciarse de sus padres, los adultos siguen siendo
una referencia importante para ir descubriéndose a sí mismos. Comienza a ser
evidente la coherencia y el testimonio cristiano de personas cercanas, lo cual nos
indica que ese es uno de los cauces importantes en la relación a mantener con ellos.
El adulto debería crear un clima de confianza, y captar su admiración. Así mismo,
puede servirse de la eficacia del grupo para crear costumbres y hábitos, valorando las
relaciones positivas que se establecen en sus grupos de iguales: respeto, ayuda...
Además, los intereses propios del niño/a y sus experiencias, son el fundamento para
proponerles principios concretos que iluminen sus actitudes.
Es un momento apropiado para hacer una primera síntesis del mensaje cristiano. Para
ayudarles en este punto tendremos que utilizar un lenguaje significativo para sus
vidas, expresado en palabras sencillas y en gestos significativos.
Diálogo: posibilitar ya a esta edad el diálogo personal para hablar de aspectos de su
vida: familia, estudio, cómo se siente en el tema religioso, evaluación de compromisos
sencillos...
¿Hacia dónde?
15
-¿Qué Jesús? Es importante seguir presentando la figura de Jesús como un amigo
cercano, que también fue descubriendo la vida como ellos. Que preguntaba muchas
cosas sobre sí mismo, sobre los demás, sobre los mayores, sobre la realidad..., sobre
Dios. Que al igual que ellos era alegre, se divertía, jugaba, se entristecía cuando tenía
algún problema,... que también rezaba. Que se dio cuenta de que había personas que lo
pasaban mal y que él podía ayudarles, ser generoso con ellas... y ya de mayor dedicó su
vida a eso: a hacer el bien a los demás. Y también de un Jesús que llama, que nos dice
que nosotros también hagamos el bien a los demás.
Asimismo, presentaremos a Jesús como Hijo de Dios, su actitud ante Él, cómo se
dirige a Él y cómo se siente acompañado por Él. Se trata de ofrecer la imagen de Dios
como Padre, Padre de Jesús y Padre nuestro, que nos quiere y nos acompaña, y que
quiere que seamos felices; que está presente en la vida y en el mundo y en la naturaleza.
Por último, también tenemos que hacer más significativa la figura de María como madre
de Jesús y madre nuestra.
-¿Qué Iglesia? En este momento en que el grupo de iguales es fundamental para ellos, la
Iglesia se les presenta como el grupo de amigos de Jesús que se reúne para celebrar
juntos todo lo que va pasando en la vida y que es un grupo que quiere, como Jesús, hacer
el bien a los demás. El hecho de profundizar en el sentido de grupo adquiere especial
relieve: la importancia de la relación con los demás para el propio desarrollo por lo que
supone de intercambio de aportaciones (recibimos y damos), porque en el grupo
aprendemos modos y actitudes que tienen que ver con la fe. En este sentido hay que
trabajar para que se sientan pertenecientes a un grupo que se llama Iglesia.
En este momento, habría que hacer un esfuerzo, para que puedan ver y sentir la
Iglesia como un lugar donde celebrar la vida y la fe, pero desde nuevos lenguajes
significativos y narrativos. Se trata de que sea una Iglesia acogedora, abierta, testimonial,
vivencial y amistosa.
-¿Qué fe? Transmitir una fe que no es algo ajeno a su propia realidad de crecimiento y
desarrollo, que forma parte de la vida de cada día, una fe que no consiste en conocer,
sino en vivir y sentir. Y que se vive no en solitario, sino junto a otros a los que quiero. Una
fe que se manifiesta de muchas maneras: cuando queremos a los demás, cuando nos
ayudamos unos a otros, cuando celebramos algo juntos, cuando valoramos nuestra vida y
la de los demás, cuando no nos olvidamos de los que más necesitan, cuando queremos
16
que haya paz en el mundo, cuando nos perdonamos, cuando rezamos solos o con
otros..., cuando nos fijamos en Jesús y escuchamos lo que nos dice y lo que quiere que
hagamos.
La fe tiene que ver con la relación y la confianza en Dios. Una fe basada en el
testimonio de Jesús y de otras personas, cuyos modelos sean significativos. Una fe que
celebra y se acerca al Padre en la Eucaristía y en el perdón (sacramentos y oración).
-¿Qué moral? La formación de la conciencia moral, es una de las tareas más importantes
de esta etapa. Ellos van aprendiendo a elaborar su propio juicio moral, por ello, es
importante iniciarles en la valoración autónoma del bien y del mal desde la relación con
Dios y con los demás. Hacer descubrir que Dios nos ha hecho libres, presentando el
aspecto positivo de decir sí a Dios. Por tanto, formar cristianamente la conciencia es
invitar al seguimiento de Jesús como modelo y amigo. En este sentido, es importante
reconocer la conciencia que van teniendo de su libertad individual con sus derechos (lo
cual saben muy bien), ayudándoles a crecer en la responsabilidad hacia las propias
obligaciones en la familia, en el colegio, en su grupo de amigos.
Potenciar valores que les vienen dados por el hecho de estar con otros como la
colaboración, el servicio, el compañerismo, el respeto, el trabajo en grupo, la capacidad
de perdón, la verdad, la tolerancia, la justicia, la paz. Y por otra parte, ayudarles a
descubrir las necesidades del propio ambiente desde el mensaje de Jesús, de manera
que les anime a ejercitarse en pequeñas tareas de solidaridad, de servicio y generosidad
con los otros.
3. ORAR EN FAMILIA.
“Tiene un particular significado en el despertar religioso infantil la iniciación en la experiencia de oración. Hablar a Dios, o con Dios, es ponerse ante Él sabiéndolo presente aunque invisible en nuestra vida, es empezar a identificarlo como Alguien con quien es posible entablar una relación personal. Pedir su ayuda o darle gracias en las distintas situaciones es reconocerlo cercano y comprometido con nosotros sus hijos. Es muy importante orar junto a los niños con sencillez hablando con Dios desde las situaciones y necesidades de la vida de cada día. También debemos facilitarles el aprendizaje de algunas fórmulas de oración que podemos compartir en familia y que facilitan, por otra parte, la participación en la oración comunitaria de la Iglesia”11.
11 TRANSMITIR HOY LA FE. CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS DE PAMPLONA Y TUDELA, BILBAO, SAN SEBASTIÁN Y VITORIA. CUARESMA-PASCUA 2001
17
Evidentemente los tiempos han cambiado, sin embargo la oración en familia es
hoy posible. Es necesario, claro está, encontrar nuevos modos y nuevo estilo para
compartir la fe y hacer oración.
Como señala la Delegación Diocesana de Pastoral Familiar de la Archidiócesis de
Barcelona12, orar en familia no es nada fácil ya que, como acto comunicativo que es,
tiene muchos inconvenientes en una situación familiar en la cual la comunicación entre
todos sus miembros presenta dificultades. Pero, a la vez, es clave que la familia, en la que
se viven muchos momentos y experiencias, también se comparta la fe. La familia está
llamada a ser, especialmente para los más pequeños, una auténtica escuela de
comunicación y, por tanto, también de oración. Es decir, la familia debe constituirse en un
lugar donde se aprende y se dan los primeros pasos de la fe y la apertura del corazón y
de los sentimientos.
Conviene que, antes de buscar momentos y espacios de oración, intentemos que
en los hogares cristianos haya un buen clima de comunicación y que éste sea respetado.
Esto es una condición necesaria. En segundo lugar, antes de afrontar la oración a nivel
familiar, también debemos afrontarla a nivel individual y, por tanto, hemos de intentar
tener buenos espacios de oración personal y de pareja que no sustituirán nunca la
familiar, pero sí que la alimentan. “El primer paso lo tiene que dar la pareja aprendiendo a
orar ellos juntos. Entre esposos creyentes, más o menos practicantes, hay en nuestros
días condicionamientos o falsos pudores que es necesario superar. Una oración en
pareja, sencilla, normal, sin demasiadas complicaciones, hace bien a la pareja creyente y
es la base para asegurar la oración en los hijos”. Y es que, en la educación de la fe lo
decisivo es el ejemplo. “Para enseñar a orar, no basta decirle al hijo cada noche: «reza»,
o preguntarle por la mañana «¿ya te has santiguado?». Esto puede crear en él algunos
hábitos, pero enseñar a orar es otra cosa. Se trata de una experiencia que el niño ha de
descubrir y aprender en sus padres” 13.
En tercer lugar, necesitamos comprender que orar no es sólo hablar, sino que a
menudo también podemos rezar leyendo o escuchando música o cantando o haciendo
alguna tarea o guardando silencio, con tal que la oración no sea solamente decirle cosas
12 Cf. Delegación Diocesana de Pastoral Familiar de la Archidiócesis de Barcelona, Orar en familia, Problemática viva (nº 7), Abril, 2006.13 J.A. Pagola , CÓMO VIVIR LA FE EN LA FAMILIA ACTUAL, ponencia pronunciada en la VIII Semana de la Familia celebrada en San Sebastián en noviembre de 1994. Publicado por Idatz (Donostia 1995).
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a Dios, sino también escuchar las cosas que Él nos dice (de nuevo la importancia de la
escucha).
En cuarto lugar, también deberemos pensar en qué momento del día o de la
semana es bueno para la oración familiar, para que no sea siempre una acción
improvisada. También deberemos pensar en algún lugar de la casa y en unos signos que
lo acompañen para que no sea sólo un espacio intelectual y de reflexión, sino que
también utilice signos expresivos (una vela encendida, alguna imagen o icono que nos
sea familiar, una Biblia abierta por un pasaje significativo, etc.).
Y finalmente, en quinto lugar, también es importantísima la ilusión y el compromiso,
para que la oración sea un hábito, no por fuerza, sino por convencimiento, con ganas de
encontrarnos todos juntos compartiendo nuestra fe y nuestros sentimientos religiosos más
profundos. Sabiendo que no oramos siempre para pedir cosas sino que a menudo lo
debemos hacer para dar gracias a Dios por lo que tenemos, y que es un don de Él, o para
que nos de fuerzas ante las dificultades y nos ayude a descubrir el sentido de ellas.
Sabemos que la oración “consiste a veces en pedir perdón a Dios, y pedirse y darse
mutuamente perdón por los errores y fallos de cada día. Otras veces, será acción de
gracias por todo lo que reciben de Dios, por todo lo bueno que hay en la pareja y en los
hijos. La oración será, con frecuencia, súplica y petición a Dios en medio de las
dificultades y problemas de la vida. Es bueno que los padres sepan orar por los hijos y
también «en nombre de los hijos», por los pequeños que todavía no saben orar y por los
mayores que, tal vez, están en crisis y tampoco saben hacerlo”14.
Existen oportunidades de rezar en familia que muchas veces desaprovechamos,
como puede ser el hecho de bendecir la mesa (al principio de las comidas en las cuales
estemos todos juntos) o de acción de gracias (al finalizarla); o por la noche, antes de irnos
a dormir (al darnos las buenas noches con los otros miembros familiares) o en la cama
(en la misma habitación de los niños). O por la mañana (para dar gracias por el nuevo día
que empezamos y pedir las fuerzas necesarias para hacer todo el trabajo), no pocos
hogares, el momento del desayuno es el único en que toda la familia está reunida.
También hay oportunidades especiales y extraordinarias como pueden ser la alegría por
el nacimiento de un nuevo miembro de la familia. O la oración en la tristeza por la muerte
de algún miembro de la familia (abuelos) o de los familiares de los amigos. También es
14 Idem. “¿Cómo en concreto? Con alguna oración vocal de petición o de acción de gracias, o de manera espontánea; recitando algún salmo escogido; leyendo despacio un pasaje del evangelio y haciendo una breve oración después de un silencio; rezando pausadamente el rosario o un misterio pidiendo por los hijos o por otras intenciones concretas”.
19
posible la oración por los acontecimientos de la vida y por las noticias del mundo, como
pueden ser rezar para pedir la salud en una enfermedad o por las personas que viven en
medio de las guerras y de los desastres naturales que vemos en la televisión.
Además de la oración diaria, también existe aquella oración que nos acompaña a lo
largo del tiempo litúrgico que celebramos durante el año. Por ejemplo, la oración que
podemos hacer por Navidad, delante del “nacimiento” (bendiciéndolo o contemplándolo,
cantando algún villancico o poniendo al niño Jesús o haciendo avanzar a los reyes
magos). O durante los días de la Semana Santa, desde las expectativas que se generan
el Domingo de Ramos (un día muy especial para celebrarlo con los niños, aclamando a
Jesús con palmas y ramos), hasta el Domingo de Pascua, pasando por la sobriedad de
los días del Jueves Santo (con una sencilla cena familiar) o del Viernes Santo (un
momento para expresar también las tristezas y los sufrimientos de la vida humana), o el
Sábado Santo, un día para experimentar también el silencio y el recogimiento familiar. No
es necesario decir que las celebraciones, participando en una comunidad cristiana y en
las eucaristías, también nos ayudan.
En todo caso, es necesario orar con los hijos ya que los niños aprender a orar
rezando con sus padres. Hay que hacerles participar en la oración, que aprendan a hacer
los gestos, a repetir algunas fórmulas sencillas, algún canto, a estar en silencio hablando
a Dios. El niño ora como ve orar. La actitud, el tono, el modo pausado, el silencio, la
confianza, la alegría, la importancia del evangelio (y de lo que siempre hemos llamado la
“Historia sagrada”), todo lo va aprendiendo orando junto a sus padres.
Sin duda, llegará un momento en que él mismo podrá bendecir la mesa, iniciar una
oración o leer el evangelio como algo natural. La oración queda grabada en su
experiencia como algo bueno, que pertenece a la vida de la familia como compartir,
reunirse, reír, discutir o disfrutar.
¿Cómo orar en familia?
En la ponencia ya reseñada, José Antonio Pagola señala que, sin duda, cada
familia tiene (o debería tener) su estilo propio y ha de encontrar el modo concreto de
integrar la oración en la vida del hogar. Pero se pueden ofrecer algunas pistas concretas.
Cuando los hijos son pequeños, rezar con ellos teniéndolos sobre las rodillas o
abrazados; enseñarles a recitar algunas fórmulas breves y sencillas; ayudarle a que hable
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con Dios o con Jesús de manera personal; enseñarle algunos gestos (la señal de la cruz);
acompañarle al acostarse, ayudándole a hacer un breve recorrido del día dando gracias y
pidiendo perdón; leerle pasajes sencillos del evangelio; llevarlo alguna vez a la iglesia y
orar ante él y con él; aprovechar los momentos importantes para el niño: cuando ha
habido una fiesta o una salida de casa y ha disfrutado; cuando ha recibido algún regalo;
cuando han reñido entre hermanos; cuando se ha curado de alguna enfermedad...
Cuando los hijos son ya mayores se puede tener en cuenta otras pistas y
sugerencias: orar en las comidas de forma variada; antes de retirarse a descansar, rezar
o cantar juntos el Padre nuestro, tener un recuerdo para María; hacer alguna breve
oración de acción de gracias; si hay clima y todos están de acuerdo, se puede pensar en
algún momento fijo cada semana para leer el evangelio, hacer silencio, comentarlo
brevemente y terminar con algunas peticiones.
Pero con adolescentes y jóvenes puede ser, sobre todo, importante saber preparar
una oración sencilla en momentos señalados: cumpleaños de algún miembro de la familia,
aniversario de bodas de los padres, la confirmación de un hermano, antes de salir de
vacaciones o al extranjero, al comenzar el curso, al terminar una carrera, cuando se
espera un nuevo hermano, cuando la hija comienza a salir con un chico, cuando alguien
está hospitalizado, el día de Navidad, cuando termina el año, etc. También a esta edad
puede ser útil aprovechar los recursos que nos ofrece Internet, existen páginas web muy
cuidadas.
4. PARA TERMINAR: ACTITUDES Y ACCIONES QUE AYUDARÁN A LOS
PADRES A ENSEÑAR A REZAR A SUS HIJOS15.
En la tarea de enseñar a rezar, como en la tarea de transmitir la fe, el objetivo
fundamental es disponer favorablemente a otros a acoger, desde su propia libertad, el don
gratuito que Dios les ofrece. Es una tarea compleja para la que es preciso “utilizar” todo
un elenco de actitudes y acciones.
Ofrecer un testimonio cercano de vida creyente
15 Me inspiro, de nuevo, en el excelente documento: TRANSMITIR HOY LA FE. CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS DE PAMPLONA Y TUDELA, BILBAO, SAN SEBASTIÁN Y VITORIA. CUARESMA-PASCUA 2001
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Enseñar a rezar requiere presencia y cercanía. Se trata de una proximidad que se
caracteriza por compartir las situaciones de la vida. Estar afectado por las mismas
condiciones o circunstancias en que transcurre la existencia cotidiana. A través de este
testimonio sin palabras, los padres hacen plantearse a sus hijos, que contemplan su vida,
una serie de interrogantes: ¿por qué son así?, ¿por qué viven de esa manera?, ¿qué es o
quién es el que los inspira?...
Provocar preguntas
Quien no se hace preguntas no necesita ni acoge respuestas. Compartir con sus
hijos las preguntas que los padres se hacen en la búsqueda de la fe puede motivar en
ellos el interés por las mismas cuestiones. En cualquier caso, al enseñar a rezar, no se
trata de formular preguntas retóricas ni cuestiones teóricas, sino de plantear aquello que
vital y existencialmente nos afecta, nos inquieta y nos interesa.
Narrar la propia experiencia personal
¿Hay otra forma de comunicar el Evangelio que no sea la de transmitir a otro la
propia experiencia de fe?». Probablemente, el mejor servicio de los padres en la iniciación
a la oración de sus hijos, no consiste en ofrecer complejas reflexiones sobre los misterios
de la religión, ni en ofrecer una exposición racional de los contenidos de la fe. Deberán
comunicar su experiencia personal, como los discípulos de Emaús, que «contaron lo que
les había sucedido por el camino» (Lc 24,35). Lo más valioso consistirá en compartir con
sencillez las situaciones y experiencias de su vida personal en las que han descubierto a
Dios como alguien especialmente cercano.
Narrar su experiencia de Dios es manifestar cómo viven su presencia en las
alegrías o en las penas, cómo recurren a Él en sus necesidades, cómo confían y esperan
en Él en la dificultad, cómo buscan su luz en la oscuridad, cómo encuentran su paz en las
dificultades... Los padres cristianos deben saber que en la vida cotidiana es donde mejor
puedo experimentar y compartir con los demás que hay «Alguien», más allá de nosotros y
mayor que nosotros, que nos llama a un encuentro con Él. Sin ocultar las limitaciones,
dudas o vacilaciones e incoherencias.
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Dar a conocer el verdadero rostro de Dios
Los padres que quieren ayudar a sus hijos a un encuentro personal con Dios han
de presentarlo, darlo a conocer, ayudando a descubrir su verdadero rostro. Y no necesitan
buscar complicados retratos de Dios, fruto de la imaginación o la creatividad, les basta
con dar a conocer a Jesús como revelación del Padre. En no pocos casos, será necesario
deshacer falsas imágenes de Dios que ellos mismos poseen y que no hacen justicia al
verdadero rostro de Dios. Es muy importante «no hacer daño» a los niños, evitando
ofrecerles imágenes falsas, parciales o interesadas, de Dios.
En Jesús conocemos el rostro de Dios que nos atrae y llena nuestras vidas: «un
Dios que sólo busca la salvación del ser humano; un Dios amigo de la vida; cercano a las
necesidades más hondas del hombre; respetuoso de la libertad humana; un Dios Padre
de todos los hombres y de todos los pueblos; un Dios de los pobres y abandonados; un
Dios que quiere introducir en la historia un reinado de justicia, fraternidad y paz; un Dios
crucificado por nuestra salvación; un Dios resucitador; un Dios misterio insondable de
amor trinitario, en quien podemos poner nuestra última esperanza.
Respetar la libertad
El servicio a la fe de los padres sólo tiene valor en el respeto a libertad, la libertad
de sus otros y la libertad de Dios. Su papel consiste en ofrecer una mediación para el
encuentro entre dos personas libres. Su tarea es disponer a la gracia, al don de Dios. Y la
experiencia nos dice que esa gracia es acogida más fácilmente por quien está
acompañado en su búsqueda, por quien se siente llamado a través de las mediaciones de
los demás, por quien es orientado al interpretar los signos de la presencia de Dios, por
quien es ayudado en la resolución de sus dudas. En todo ello consiste la tarea de los
padres.
Ayudar a dialogar
En toda relación de encuentro, ¿qué otra cosa es la oración?, es imprescindible la
comunicación, el diálogo, también en el encuentro con Dios. Obviamente, no siempre la
comunicación se reduce a palabras, también se desarrolla por signos o se expresa con
símbolos. En la comunicación con Dios, el diálogo se establece a través de la escucha de
la Palabra y de la oración desde la vida.
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Enseñar a orar es ayudar a descubrir que Dios nos habla a través de los
acontecimientos de la vida y por medio de quienes están a nuestro alrededor. En sus
necesidades, en sus demandas, en sus preguntas, en su fuerza o su debilidad, hemos de
identificar la llamada que Dios nos hace. La Palabra, especialmente a través de la
Sagrada Escritura, nos ayuda a iluminar la vida para descubrir en ésta las llamadas y
proyectos de Dios. Acompañar en la escucha atenta de la Palabra de Dios, que ilumina
los acontecimientos de nuestra vida, es una forma de preparar el encuentro personal con
Él, un modo de transmitir la fe.
Nuestra oración podrá ser una llamada, una queja, una petición, un reconocimiento,
una alabanza, una acogida, una escucha, una contemplación,... en cualquier caso, una
forma de encuentro y diálogo con Dios. Ayudar a orar es acompañar en el camino de
iniciación en la experiencia de Dios, de preparación al diálogo con Él.
Proponer la fe de la Iglesia
La fe que los padres reciben, comunican y viven es la fe de la Iglesia, la que han
recibido de sus mayores. Esa fe la hacemos propia y personal cada uno de nosotros con
ayuda de la Iglesia. Es la comunidad eclesial quien nos garantiza su autenticidad
cristiana. Por eso, es muy bueno que enseñemos al niño no sólo a rezar él sólo, sino en
grupo, en familia, a participar de la vida de la Iglesia.
En suma, se trata de acompañar en la búsqueda, en la apasionante aventura de
ser humanos, de ser quienes Dios nos llama a ser.
Me gustaría terminar mi charla con las mismas palabras con las que Víctor E.
Frankl, finaliza su famoso libro “El hombre en busca de sentido”:
“El ser humano no es una cosa más entre otras cosas; las cosas se determinan
unas a las otras; pero el hombre, en última instancia, es su propio determinante. Lo que
llegue a ser —dentro de los límites de sus facultades y de su entorno— lo tiene que hacer
por sí mismo. En los campos de concentración, por ejemplo, en aquel laboratorio vivo, en
aquel banco de pruebas, observábamos y éramos testigos de que algunos de nuestros
camaradas actuaban como cerdos mientras que otros se comportaban como santos. El
hombre tiene dentro de sí ambas potencias; de sus decisiones y no de sus condiciones
depende cuál de ellas se manifieste. Nuestra generación es realista, pues hemos llegado
a saber lo que realmente es el hombre. Después de todo, el hombre es ese ser que ha
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inventado las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en
esas cámaras con la cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shema Yisrael en sus labios”.
Todos nosotros tenemos en nuestro interior ambas potencias; de nuestras
decisiones y no de nuestras condiciones depende cuál de ellas se manifieste. Cuando
enseñan a orar a sus hijos, los padres les van a ayudar a tomar decisiones, a ser
auténticamente humanos, porque es muy importante la posición en la que estemos en
esta vida, pero lo es aún más la dirección en la que decidamos mirar.
Muchas gracias.
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