exposició ut pictora poesis
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Edgar DEGAS. En la sombrerería (1882)
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Pieter BRUEGHEL. Cazadores en la nieve (1565)
El panorama es el invierno
montañas nevadas al fondo el retorno
de la caza se acerca la caída de la tarde
por la izquierda los fornidos cazadores traen
de vuelta la jauría el letrero del mesón
colgando de una bisagra rota es un ciervo un crucifijo
entre sus astas el helado patio del mesón está
desierto salvo por la hoguera
enorme que flamea al viento atizadapor mujeres que se agrupan en torno a la derecha más allá
de la colina hay trazas de
patinadores Brueghel el pintor
preocupado por todo esto escogió
un arbusto azotado por el viento como
primer plano para completar su pintura
William Carlos Williams
El larguísimo lomo de los galgos sentados cruza la pintura como flecha en reposo
cerca de las que han sido detenidas en el gesto alocado de la carrera,
liebres hieráticas y planas. Atrás, más allá de los montes,
la curva anaranjada de un imposible sol. Hay algo intemporal
en la percepción escindida. Líneas que nombran la extrañeza
y la calma, lo indiferente. Qué lejos de aquí los días que fueron como nidos.
Olvido García Cortés
Oigo tu mirada, el cántaro roto
caer, los pies descalzos, el camino
fragmento, la virginidad arcilla.
Oigo las voces ir de sombra en sombra, romperse en las esquinas, la rasgada tela.
Oigo.
Tus manos son un cuerpo, una forma vacía, son la cera
ternura que va vaciando el tiempo. Oigo tus manos
caer sobre le tejido blando
de los días. Antonio Piñeiro
Los sombreros, calados de una luz
que afina sus trazos, son inocentes.
Una joven se ocupa del trabajo.
Arboledas y arroyos ¿dónde están?
¿Dónde la risa sensual de las ninfas?
Este mundo está hambriento y cualquier
día
irrumpirá en esta habitación cómoda.
Le bastan ahora los embajadores
que anuncian: yo soy el ocre. Yo el Siena,
yo soy como la ceniza, el color
del espanto. En mí naufragan los barcos.
Yo soy el color azul, soy muy frío,
podría llegar a ser despiadado.
Yo soy el color del morir,
tengo mucha paciencia.
Yo soy el púrpura (casi invisible),
me quedo con triunfos y desfiles.
Yo soy el verde, soy sensible,
vivo en fuentes y en hojas de abedules.
La joven de hábiles dedos no puede
oír las voces, porque ella es mortal.
Piensa en el domingo, en su cita
con el hijo del carnicero,
que tiene ásperos labios
y grandes manos
manchadas de sangre.
Adam Zagajewski
¡Adios, libérrimo elemento! Contemplo por postrera vez tus olas célicas al viento, tu hermosura y altivez.
Cual queja triste de un amigo, como su voz de despedida, tu imperativo, mustio ruido por vez postrera se avecina.
¡Límite ansiado de mi alma! Por tus orillas en tinieblas tan a menudo yo vagaba, atormentado por mi idea. ¿Y no amé tu eco acaso,
todo el fragor de tus abismos, y el silencio al ocaso,
y el arrebato advenedizo? La barca fiel del pescador
que guardas tú, mar, por antojo, roza el oleaje con valor, mas desenfrenas tu enojo
y se hunde en banda la mejor.
No supe, al fin, abandonar tu orilla inmóvil, aburrida, ni alegre agradecerte, mar, y por tus crestas orientar mi tan poética huida.
Oí tu voz, encadenado,
en vano mi alma se partía: de una pasión quedé encantado
y no abandoné tu orilla. No lo lamento. ¿A dónde, es cierto,
quisiera, indolente, ir? Un solo punto en tu desierto me admiraría en el vivir.
Oh, mar, conmueve hoy las olas, el poeta siempre fue tu vate. Tu imagen fue su distintivo, tu alma lo forjó sensible,
igual que tú, hondo y sombrío, también potente e invencible.
Quedó vacío el mundo… ¿A dónde me llevarías, mar hermano?
¡Adiós, pues, mar! No he de
olvidarme de tu espléndida belleza, y oiré al caer la tarde
tu voz, fragor que embelesa. Al bosque, a la llanura hosca, pleno de ti, me llevo ahora tus claroscuros, golfos, rocas y el murmullo de tus olas.
Alexander Pushkin
Parece un ángel de Durero esta anciana.
Muestran ambos un gesto similar: el codo en la rodilla
y, apoyada en un puño, la cabeza.
Sólo que ella no tiene alas, sino edad; no es un compás, sino un barreño,
la herramienta de su afán; no la coronan los laureles
sino un pañuelo de humilde lavandera; no es el sol de la melancolía quien la abate,
sino el cansancio, la fatiga.
Pero ¿cómo no va a ser un ángel quien, cada jornada, entre los vapores del taller escalda, enjuaga, estriega, aclara, tiende
y plancha la ropa de los demás?
Como cuando cesa de llover y gruesas gotas caen aún de los aleros prolongando así la lluvia en la aceras, y luego ya clarea, queda limpio el aire
y el mundo nos ofrece su no estrenado aroma, así el sudor de esta mujer cuando resbala, en un descanso, por su frente pensativa.
Santiago Elso Torralba
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Diego VELÁZQUEZ. La Venus del espejo (1647)
Francisco de GOYA. La maja desnuda (1797-1800)
Ilya REPIN. No lo esperaban (1884-88)
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Jackson POLLOCK. Number 1 (1948)
Pensemos en la muerte enamorada La muerte que es la espalda de la vida O su pecho quizás, ida o venida, Que hasta abrazarla no sabremos nada. Creemos que la vida es nuestra amada, Que la besamos en la frente ardida Y que detrás hay una nuca hundida Que acaricia la mano trastornada. Y vivimos tal vez frente a un desnudo, Una espalda hermosísima o escudo: La Venus del espejo de la muerte. Más allá, al fondo, sus dos ojos brillan De malicia o de amor, nos acribillan. Oh Venus, ven, que quiero poseerte.
Gerardo Diego
Aquí se instala, entre los astros oxidados, frente al aro de miel que esconde en su zumbido un pájaro desangrado en la noche, mito a mito. La estrella azul ladraba al perro negro. El pájaro amarillo ladraba a la luna roja. Sube el viento por la escala sin término y arriba lo acechaba el ópalo transformado en Julieta, en acanto, en campana, en más pájaro. Sube el viento enrollado en las flautas. El viento no subía por la escala: soplaba sobre el tiempo, barría el mundo, lo restituía a su origen de papel blanco, de papel mudo, hostil, amigo. Y él navegaba por la niñez corsaria, rescatando sus fábulas. Y así un día y otro día, un seno y otro seno, un azul y otro círculo, y otro pájaro, y otra estrella y un silencio. El corazón, en su pez materno, regresaba al punto cero desde el que desplegar las alas infinitas.
José Hierro
Tú tienes frío hasta los huesos, joya, y he de echarte una manta palentina; si dejamos de ver canela fina, por otra parte la moral me apoya. Entre ventana, puerta y claraboya, Cayetana, Fulgencia o Serafina, se te ha puesto la carne de gallina, por obra y gracia del señor de Goya. Tiritas, castigada sin brasero; en los montes la nieve de enero y en tus muslos la nieve y las violetas. Cuando puedes pegarte un buen verano veneciano, en un óleo de Ticiano, sin perder lo que valgas en pesetas.
Rafael Sánchez‐Mazas
El ama no ha podido detenerlo una mujer salta bruscamente y un grito ahoga la lección de música los niños miran sobre el pasado al hombre que tan poco se sostiene a la luz de jardín; ni las fisgonas ni las fotografías sabrán que su capote no es sino otra barba bajo la fiebre terrible de sus ojos qué antigua historia ‐disfrazada de viaje o de triste noticia‐ arde bajo su magra piel mientras implora algún perdón por sus jirones: el tiempo mismo no lo sabe pero ahora un gesto no podría mentir, ni detenerse, ni siquiera arreglarnos el peinado el tiempo ha puesto un hombre al centro de la sala nos ha sonado las monedas con que pagábamos a otro su recuerdo.
Emilio García Montier
Sin nombre, solo un número. Hilos y valles de pintura traman este laberinto en un juego del Monopoly sin ningún banco. En un linóleo sobre el suelo de algún sueño. En murales dentro de la mente. No hay símiles. Nada salvo pintura. Tal pureza pone a prueba el poema que habla aún de algo en algún lugar o algún momento. ¿Cómo comprender su pregunta y menos su respuesta?
Nancy Sullivan
Quisiera hoy que la hierba fuera blanca para hollar la evidencia de que te veo sufrir: no vería bajo tu mano tan joven la forma dura y sin revoque de la muerte.
Un día arbitrario, otros menos ávidos que yo, sin embargo, retirarán tu camisa de tela, ocuparán tu alcoba.
Pero al irse olvidarán ahogar la lamparilla y por el puñal de la llama
se derramará un poco de aceite sobre la imposible solución.
René Char
Jean-Baptiste COROT. El puerto de La Rochelle (1851)
Francisco de ZURBARÁN. Agnus Dei (1640)
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Sigue el cordero ahí, en espacio esencial ante tiniebla, sobre una mesa gris, ara del mundo. Tan quieto y maniatado, nos pide la piedad con un silencio blanco que apacigua. Siempre fue de los mansos el espacio letal del sacrificio, esa entrega al dolor en busca de un sentido que se escapa a la gula voraz de los verdugos. Invócanos, cordero, desde lo indescifrable de tu estar de otra manera.
Ten piedad de nosotros, que vivimos de espaldas al sentido que tú transmites con tu mansedumbre.Pide que desatemos las cuerdas de tus patas maniatadas. Ya no podemos soportar ese estado de gracia que te inviste, ese tu estar ajeno a la atadura que hoy el mal del mundo te tiene colocada. Ya no sabemos invocarte, tampoco soportamos tu súplica callada, tu gracia, tu quietud, tu mansedumbre, tu silencio, tu entrega, tu dolor... cifrados en el ser de la blancura. Ten piedad de nosotros.
José Luis Puerto
Su nombre es luminosidad. Todo lo que vio se le entregaba humildemente, le ofrecía su interior sin olas, un apaciguamiento como un río en la neblina de la mañana, como el nácar en su concha negra. También este puerto, en el mediodía, con las velas durmiendo, con su calor, al que llegamos, quizás pesados por el vino, desabrochándonos los chalecos, a él le era ligero, revelaba la claridad bajo el disfraz de un instante. Pequeñas siluetas, reales hasta hoy día: aquí tres mujeres, allí otra mujer monta un burro, un nombre hace rodar un tonel, caballos pacientes con colleras. Estuvo aquí, los llamo por encima de su paleta, los trasladó de la pobre tierra de sufrimiento y amargura a este aterciopelado país de bondad.
Czesław Miłosz
Aquí esta el caballero de la cruz y la rosa, señor de la esperanza, príncipe de la fe, rey sin cetro, monarca sin corona, caudillo que conduce a sus hombres al triunfo en la batalla, portador del emblema sagrado de la estirpe en el palor de brumas y en la brasa del sol. Aquí también los laberintos silenciosos, la sed de los guerreros moribundos, el cuervo que grazna en el abismo, la siniestra corneja, el áspid del orgullo en el árbol confuso de la sabiduría, la muerte y el diablo flanqueando la cuna de los recién nacidos. Allí dentro la imagen de tu madre en el alma, la paloma al acecho del halcón, el veneno de aquel primer abrazo cuando el mundo era joven, las doncellas germánicas que hilaron en tu alcoba, la mujer que te quiso y aquella a quien quisiste, el dolor del amor que mueve las estrellas.
Luis Alberto de Cuenca
El mundo era un erial La tierra estaba yerma Y el cielo del color de los infiernos de Dante en su Divina Comedia Toda hacía suponer que pereceríamos pronto Cuando de repente me besaste Y se hizo la luz y creció la tempestad e irrumpió como un gemido la fabulada madreselva Y el agua acarició el milagro entre la grieta Y el abismo comenzó a girar violento en pos de un sólo punto hasta reproducir la danza y el idioma magnético y la noche tribal y el mercurio solar de los enaltecidos y el planeta para siempre se habitó de vida nueva y de savia bruta y de colores fantásticos en suspensión entre tus labios y mis labios Entre mis labios y tus labios
Javier Asiain
AMOR ANTE UN PIRANESI
No podría vivir si por ti no viviera, si por tu hermafrodita resplandor de blancura en tu lengua no hallase la dulzura que cura, la dulzura que apura todo lo que yo fuera. No podría vivir si tu boca no abriera para guardar mi sexo tu claridad oscura por besar mi raíz de placer que es tortura, las compuertas abiertas por arar en mi era. En cruz de San Andrés entregado me tienes, te he legado mis años como si fuesen bienes, te ha legado mi vida por llegar hasta aquí; me has sorbido la vida como la piel desnuda, todo lo que yo he sido hoy por ti se trasmuda: he vivido tan sólo para entregarme a ti.
Pere Gimferrer
El placer del ojo va y viene de tormentas del corazón. Así, aquí, el cuadro se atormenta en mí. Sacude la memoria que nunca lava la sangre caída en otoños robados.
Juan Gelman
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John CONSTABLE. Jóvenes de Walton- molino de Stratford (1825)
Claude MONET. La casa de los aduaneros (1882) Dom
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Frida KAHLO. La venadita (1946) Paul GAUGIN. Nave nave mahana (1896)
A decir verdad, es un riachuelo más bien pobre. En la presa cerca del molino el agua es más abundante, Suficiente como para atraer a los muchachos. Sus cañas Son de descuidada factura: una rama más que una caña En las manos del que está de pie. Otros están en cuclillas Con la mirada en los corchos. Más allá, en la barca, Se divierten los más jóvenes. Si al menos este agua Fuera azul, pero las nubes de Inglaterra, Deshilachadas como siempre, anuncian lluvia Y al aclararse el cielo adopta el color del plomo. Esto tiene que ser romántico, es decir, pintoresco. Pero no para ellos. Nos está permitido adivinar Que tienen los pantalones y las camisas remendados, Que sueñan con huir del pueblo. Al fin y al cabo, que sea así. Reconocemos el derecho De cambiar lo que es tristemente real En la composición de la tela cuyo contenido Es el aire. Su variabilidad, saltos, Arremolinamiento de nubes, un rayo que yerra, Ninguna promesa del Edén. ¿Quién querría vivir aquí? Rindamos homenaje al pintor por ser tan leal Al mal tiempo, por elegirlo y quedarse con él.
Czesław Miłosz
En mi ámbito de actuación me viene a la mente un cuadro; en la Secesión colgó hace años, con su tono fascinante y suave. El de una mujer, en cuyo vestido blanco deleitaba la vista un ancho lazo negro que hasta sus pies caía, pintado con increíble complacencia. Un bonito sombrerito cubría el pelo, cuyo color he olvidado. El borde de la falda rozaba el suelo del bosque; yo apenas había comenzado a escribir entonces; era primavera; en las calles cantaban
amables pajarillos de capital, que sonaban como si se catara un vino. Por el edificio del arte paseaba una multitud de gente remilgada; ante el bosque que parecía saludar con su risa delicada y soñadora pronto se congregaron muchos; Le queremos, susurraban. El cuadro enviaba sones armoniosos al gentío dominical, atractivo y emocionado. Si yo lograra ahora transmitir fielmente esa apacibilidad, esa calma, del rostro hasta los zapatos, qué sutil me sentiría, y qué dichoso.
Robert Walser
EL CABALLERO
Este desconocido es un cristiano de serio porte y negra vestidura,
donde brilla no más la empuñadura, de su admirable estoque toledano.
Severa faz de palidez de lirio surge de la golilla escarolada, por la luz interior, iluminada,
de un macilento y religioso cirio.
Aunque sólo de Dios temores sabe, porque el vitando hervor no le apasione
del mundano placer perecedero,
en un gesto piadoso, y noble, y grave, la mano abierta sobre el pecho pone, como una disciplina, el caballero.
Manuel Machado
Tú no recuerdas la casa de los aduaneros sobre el barranco profundo de la escollera:
desolada te espera desde la noche en que entró allí el enjambre de mis pensamientos
y se detuvo inquieto. El sudeste azota hace años los viejos muros
y el sonido de tu risa ya no es alegre: la brújula gira enloquecida a la aventura y el cálculo de los dados ya no vuelve. Tú no recuerdas; otro tiempo trastorna
tu memoria; un hilo se devana. Aún tengo un extremo; pero se aleja la casa y sobre el techo la veleta
tiznada gira sin piedad. Tengo un extremo; pero tú estás sola,
no respiras aquí en la oscuridad. ¡Oh el horizonte en fuga, donde se enciende
rara la luz del petrolero! ¿Está aquí el paso? (la marejada insiste
aún sobre el barranco que se derrumba...) Tú no recuerdas la casa de esta
noche mía. Y no sé quién se va y quién se queda.
Eugenio Montale
Una mujer con los pechos desnudos me ofrece un pedazo de sandía. Y, como un milagro, la sandía no tiene pepitas ni las horas espinas. Canta un pájaro en un árbol y los grillos son todo el ruido de la tarde –a unos pasos apenas el rumor del mar. Y la mujer me llama por mi nombre; pero no la reconozco. Sé que estuve en ese lugar, que probé antes esos frutos, que esos labios que me llaman ya los besé. Pero soy incapaz de situar todo eso en una hora, de darle un nombre a esas cosas que han aparecido desordenadas, viniendo no sé de dónde. Y mientras intento nombrarlas, encontrarles un sitio en mi memoria, se van juntos por una senda negra, la mujer y los frutos, lo que quise y no recuerdo, lo que fui, lo que ya no existe.
Martín López Vega
De pura lástima y puro amor yo te regalaría mi cuerpo, venadita. ¡Yo, que envidio el relámpago nocturno de tus cejas, tus manos con anillos, la voz india, y tu cuello altanero de mestiza! A ti que te dio Dios todo a montones, incluido el dolor y ante todo el dolor yo te daría, si fuera Dios, un cofre con huesitos de plata mexicana y un pie de oro. Y limpiaría, con mi mano eterna las llagas de tu alma, venadita. Te pediría a cambio todo el amor que te sobró en el cuerpo, y un retrato vibrante de colores.
Piedad Bonnett
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Paul CEZANNE. L’Estaque (1879)
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Joseph Mallord William TURNER. Lluvia, vapor, velocidad (1844)
Vincent VAN GOGH. Campo de trigo con cuervos (1870)
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LOS PUERTOS DE CEZANNE
En primer plano, vemos Tiempo y Vida precipitados en su carrera hacia la izquierda del cuadro, donde la orilla se encuentra con la orilla.
Pero ese lugar de encuentro no está pintado; no figura en el lienzo. Porque el otro lado de la bahía es el cielo y la eternidad, con una lívida bruma blanca sobre sus montañas. Y el agua inmensa de L'Estaque es un intermediario para los diminutos botes de remos.
Allen Ginsberg
Primero se instala el aburrimiento; después, la desesperanza. Uno intenta sacudírselo. Pero sólo crece. Algo sobre el silencio de la plaza. Hay algo mal; algo en el aire, Su color; sobre la luz, la forma en que resplandece. Primero se instala el aburrimiento; después la desesperanza. Las musas en su aflautado atuendo vespertino, Lo inexpresivo de sus caras podría inducir a pensar Algo acerca del silencio de la plaza,
Algo acerca de los edificios ahí puestos. Pero no, no tienen más intención que la de posar. Primero se instala el aburrimiento; después, la desesperanza. Lo que ocurra después a uno no le importa. Lo que lo trajo a uno aquí –el deseo es componer Algo sobre el silencio de la plaza, O algo más, de los cual uno no es consciente, Acaso la vida misma ‐, ¿quién sabe? Primero se instala el aburrimiento; después, la desesperanza… Algo sobre el silencio de la plaza.
Mark Strand
UN BOCETO DE 1844
El rostro de William Turner está ocre de intemperie; tiene un caballete al extremo de las rompientes. Seguimos el cable verde plateado hacia el abismo.
Él vadea por el llano reino de los muertos.
Llega un tren. Acércate. Lluvia, lluvia avanza sobre nosotros.
Tomas Transtörmer
No por rencor le doy la espalda al mundo y lo ignoro. Me trajo aquí una sed de espacios sin final. Venid y ved el mar de blancas nubes donde hundo mi cayado, venid y al cuadro entrad. No hay vida aquí, pero tampoco muerte, destino o movimiento, tiempo o suerte; no hay hoy ni ayer, sino una inmensidad
sin término ni curso ni comienzo. Aun dando un paso al frente no caeréis en el nuboso abismo; os perderéis en el revés oscuro de este lienzo como mucho. Y acaso alguna mano del museo se pose en vuestro hombro reclamándoos; tanto es el asombro de estar aquí, que llamará en vano. Cruzad ese cordón de terciopelo; por la escondida senda pincelada subid al promontorio, y sienta cada uno, bajo sus pies, el vasto cielo.
Santiago Elso Torralba
BAJO UN CUADRO
Ola de trigo sobrevolada de cuervos. ¿El azul de qué cielo? ¿El de abajo? ¿El de arriba?
Flecha tardía que ha disparado el alma. Zumba más fuerte. Arde más cerca. Los dos mundos
Paul Celan
VERMEER
Mientras esa mujer del Rijksmuseum con esa calma y concentración pintada
siga vertiendo día tras día la leche de la jarra al cuenco
no merecerá el Mundo el fin del mundo.
Wiława Szymborska
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Vincent VAN GOGH. Noche estrellada (1889)
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Diego VELÁZQUEZ. El triunfo de Baco (1628-29)
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Edward HOPPER. Nighthawks (1942)
La familia del presidente aburrida un general siempre listo un cura que perdona todo un amante para el público con su tapado de visón y su carterita para esconder las llaves de su querido presidente una esposa y una abuela triste una niña que juega a la guerra la serpiente alerta el gato disimula pasa tanta cosa en la casa del presidente un volcán en erupción que se parece más al humo de un habano todo debe ser perfecto y armónico el presidente ufano posa con su familia modelo es la familia católica de un país católico con beatos católicos.
Herbert Abimorad
La ciudad no existe
salvo allí donde un árbol de pelo negro se remonta como una mujer ahogada hasta el cielo encendido. La ciudad está en silencio. La noche bulle con once estrellas.
Oh, noche estrellada... Así quisiera yo morir.
Se mueve. Todas están vivas. Hasta la luna se hincha
en sus grilletes anaranjados para apartar a los niños, como un dios, de su ojo. La vieja serpiente invisible engulle las estrellas.
Oh, noche estrellada... Así quisiera yo morir:
bajo la impetuosa bestia del nocturno manto, succionada por ese dragón inmenso, para separarme
de mi vida sin bandera, sin vientre, sin llanto.
Anne Sexton
LUCRECIA CRIVELLI
Cual si fuese una toca, su cabeza cubre en dos bandas dividido el pelo y sus ojos vivísimos, recelo dicen mirando con viril firmeza. Las líneas de su rostro, la dureza emulan del cincel de Donatello, y un corpiño de obscuro terciopelo su busto encuadra de gentil belleza. Una fina cadena rutilante lleva del cuello escultural pendiente del firme seno a terminar delante; y diadema de la sien luciente, engarza un hilo de oro un diamante astro en el cielo de su tersa frente.
Antonio de Zayas
La soledad conjunta a pocos deja fuera, y cae en los rostros. Allí se ven los ojos excitados. Hay mucho sol y cobre se diría la tez de casi todos, cuero curtido largamente. ¿Tierra? ¿Arcilla? La sangre rueda ¿y casi trasparece? Pues no. Gruesa es la piel, y bajo la pulgada, rotundo rojo estalla, granate. No, más vivo, alacre, oh sí: espirituoso. Y la mejilla brilla, casi delira, en par de los dos ojos. Borrachos les diríais. Y encima son los pámpanos torcidos. Y el barril. Desnudo un torso, casi veríais resbalar el vino, veloz, caliente por un cuerpo, que si palpita es tierra y a ella anuncia. Esta cabeza es plata. Pálida, y aún muy junta, cubre espesa, protege el pensamiento pobre que allí insiste.
Pobre pero bien hondo: casi un surtir de oro hasta unos labios. Vino ardiente, Gozad. La tarde es joven. Una mano ese cuenco levanta rebosante. La vid, y entre otros pámpanos los ojos. Una jovial doncella escapa incògnita. Ellos no ven. Si miran, ven burbujas. Bajo el azul mojado el sol reparte zumos o rayos por igual. Resbala sobre los hombros, lame los pechos, brilla en gotas vívidas entre sus sombras. Baña total el cuerpo y clama y viste de enardecida realidad los bultos. ¡Velázquez! Joven aún pintò un conocimiento, calando ya con el pincel. ¿Juzgò? ¿Burlose? ¡Quién sabe! Aún era prieto el aire, antes de que analítico se abriese, o que a la síntesis final se alzase.
Vicente Aleixandre
NOCTÁMBULOS
"Quería huir contigo esta noche pero eres una mujer difícil las normas que hay en tí... Pasado y futuro giran a nuestro alrededor ahora sabemos más ahora menos en el instituto de las sombras. En una calle negra como viudas con nada que confesar nuestras distancias nos hallaron Las normas que hay en tí... mujer tan difícil quería huir contigo esta noche.
Anne Carson
I El hombre abrazó su guitarra azul, un sastre vulgar. El día era verde. Le dijeron: «tu guitarra es azul; y no tocas las cosas como son». Dijo el hombre : «Las cosas como son pueden cambiar en la guitarra azul». Le dijeron: «Mas toca una canción que sea nosotros aunque nos rebase una canción en la guitarra azul de las cosas exactas como son». II No puedo convocar un mundo entero, no obstante lo remiendo como puedo. Yo canto el busto de un héroe con ojos grandes, broncíneo, barbudo: inhumano no obstante lo remiendo como puedo y con su ayuda casi alcanzo al hombre. Si tocar casi al hombre serenatas es evitar las cosas como son, decid entonces que es la serenata de un hombre solo a la guitarra azul.
III Pero tocar al que es número uno, atravesar con el puñal su pecho, exponer en la tabla su cerebro, distinguir y tocar sus tomos acres, clavar su pensamiento en el portón, a lluvia y nieve abriéndole las alas, golpear sus vivos holas y sus risas y tocarlo, atacarlo, realizarlo, percutirlo desde un salvaje azul con las sonaras cuerdas de metal... IV ¿Es esto la vida? ¿Las cosas como son? Toma su rumbo en la guitarra azul. ¿Un millón de personas en una cuerda? ¿Y toda su clase atada a esa cosa. y toda su clase, recta e incorrecta, y toda su clase, poderosa y débil? las emociones claman, locas, cucas, cual zumbido de msocas en la brisa, la vida es, pues: las cosas como son, ese zumbido en la guitarra azul. …
Wallace Stevens
Max ERNST. Europa después de la tormenta (1940-42)
Pablo Ruiz PICASSO. Guernica (1937)
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la m
emoria.
José Ángel Valen
te
EU
ROPA
DESPU
ÉS DE LA
TORM
ENTA
Ha llovido
magma hirviente
licuand
o todas las form
as
(el hom
bre‐pájaro que
pen
de,
solidificado
, reh
úsa mirarno
s,
último reproche
) Solitarios minolito
s se elevan sobre el cielo
luminoso,
como inverosímiles dioses (d
esué
s de
la
torm
enta).
Europa
es un
a masa inde
finible de de
sechos.
La lava ha corroído
la suficiencia de las pied
ras,
perforado los metales,
mineralizó los árbo
les y las plantas.
Licuó las mon
tañas,
obstruyó
los ríos.
En m
edio de la descompo
sición
, sopla la inmun
tabilidad
de la m
uerte.
Cuelgan fósiles, m
iembros desplazados,
totems rotos, cue
rpos devorados por el m
agma.
La luz apocalíptica ilumina restos retorcido
s.
Pero que
damen
te,
por de
bajo de la fo
rmas fo
silizadas
y la con
fusión
de gestos,
se sospe
cha
la vida larvaria
que comienza a latir,
con un
espasmo de
horror.
Círculo infernal del eterno retorno.
Cristina
Peri R
ossi
estiva,
sipilip
itriva,
cala,
empa
la,
desala,
traspa
la,
apuñ
ala
con su lavativa.
Barrigas, n
arices,
lagartos, lom
brices,
d elfin
es volan
tes,
orejas rod
antes,
ojos boq
uiab
iertos,
escoba
perdida
s,
barcas aturdidas,
vómitos, h
eridas,
mue
rtos.
Pred
ica, predica,
diab
lo pilind
rica.
Saltan
escaleras,
corren
tapa
deras,
revien
tan calderas.
En lo
s orinales
l etales, m
ortales,
los más infernales
pingajos, zan
cajos,
tristes espa
ntajos
finales.
Gua
daña
, gua
daña
, diab
lo telarañ
a.
El beleñ
o,
el sue
ño,
el im
puro,
oscuro,
seguro,
botín,
el llan
to,
el espan
to
y el diente
crujiente
sin
fin.
Pintor en de
svelo:
tu paleta vu
ela al cielo,
y en
un cuerno
, tu pincel baja al infie
rno.
Ra
fael Alberti
EL BOSCO
El diablo ho
cicudo
, ojipelam
brud
o,
cornicap
ricudo
, pe
rniculim
brud
o
y rabu
do,
zorrea,
pajarea,
mosqu
icojon
ea,
humea,
ventea,
peditrom
petea
por un
embu
do.
Amar y dan
zar,
bebe
r y saltar,
cantar y reír,
oler y tocar,
comer, fornicar,
dorm
ir y dormir,
llorar y llo
rar.
Man
droq
ue, m
androq
ue,
diab
lo palitroqu
e.
¡Pío, pío, p
ío!
Caba
lgo y me río,
me mon
to en un
gallo
y en
un pu
ercoespín,
un burro, en caba
llo,
en cam
ello, en oso,
en ran
a, en rapo
so
y en
un cornetín.
Verijo
, verijo
, diab
lo garavijo
. ¡Amor hortelano
, de
snud
o, oh verano
! Jardín del Amor.
En un pie de
l man
zano
y en
cua
tro la flor.
(Y sus amad
ores,
céfiros y flores
y aves por el ano
.)
Virojo, pirojo,
diab
lo tram
pantojo.
El diablo liebre,
tieb
re,
notieb
re,
sepilitiebre,
y su com
itiva
chiva,
VIGNERON. El entierro del pobre (1789-92)
Edgar DEGAS. La Bañera (1886)
Giuseppe PELLIZA DE VOLPEDO. Il Quarto Stato (1901)
Jean
Hon
oré
FR
AG
ON
AR
D. E
l Col
um
pio
(17
67)
Mar
cel D
UC
HA
MP
. Du
lcin
ea (
1911
)
Joaquín SOROLLA. Niños a la orilla del mar (1903)
WOMAN BATHING IN A SHALLOW TUB
Desnudar al desnudo fue lo que hizo Degas
Venus Anadiomena que paseaba su triunfo de óleo en óleo por los Salones Oficiales
sintió que ese maestro de los malos modales descorría el telón lindamente pintado
de su cuerpo, negándole la propiedad de ser Alcanzó a ver con horror mientras sus ojos
se descorrían el nacimiento de Venus en una bañera: algo muy diferente al excitante pudor
de la pose en que un cuerpo y la ansiedad del voyeur se responden:
son una cita uno de la otra Lo que el cuerpo tiene de ciego y que se espesa
cuando se lo sorprende por el ojo de la cerradura
eso vio por el ojo de Degas, la ofendida: una burguesa que se lavaba groseramente los pies.
Enrique Lihn
SONATA
La escucho y cae la lluvia, y pienso en aquel perro solitario
que iba detrás del ataúd de Mozart. Lo sigo en los compases de este piano y en los caminos que dibuja el agua al irse deslizando en los cristales.
Voy, misteriosamente feliz, siguiendo a un perro hecho a la vez de música y de lluvia.
Joan Margarit
RETRATO DE UNA DAMA Tus muslos son manzanos cuyas flores tocan el cielo.
¿Qué cielo ? El cielo donde Watteau colgó el escarpín
de una dama. Tus rodillas son una brisa del Sud, o
una ráfaga de nieve. ¡ Ajá ! ¿ qué clase de hombre era Fragonard ?
...como si eso respondiera algo. Ah, sí : debajo
de las rodillas, puesto que de este modo iniciamos la canción, es
uno de esos blancos días de verano, la alta hierba de tus tobillos
ondula sobre la playa. ¿Qué playa ?
la arena se pega a mis labios ¿Qué playa ?
¡ Ajá !, pétalos quizás. ¿Cómo podría saberlo ?
¿Qué playa ? ¿Qué playa ? Dije pétalos de un manzano.
William Carlos Williams
EL CUARTO ESTADO Avanzan con los pies en el suelo camino del asalto al cielo todos unidos iguales compactos solidarios una marcha a la utopía alejándose de la miseria las manos vacías buscan manos solidarias manos desnudas abiertas las lágrimas no ocultan las miradas llenas de utopía Avanzan muchos, todos confiados anónimos y mis ojos se fijan en el niño de pecho Vienen de un fondo oscuro caminan sobre la luz del suelo algunos descalzos y con sombrero su ropa de trabajo tierra de la tierra ¿Por qué quieren asaltar el cielo si está allí esperándolos? Para bajarlo a la tierra Son todo menos contemplativos O crédulos
Francisco J. Uriz
NIÑOS A LA ORILLA DEL MAR
El mar. La tarde. Niños. Recuerdos de Sorolla. (Corren las pinceladas del pintor, como el mar.) El mar que ve a los niños disparatar, se embrolla
y se cae, se endereza y se pone a jugar. Las chiquillas son Evas y los niños Adanes, pero ellos no lo saben. Delira el carmesí.
Y el mar que se atropella rasgando sus olanes una vez es grotesco y otra vez es sutil.
Carlos Pellicer
DULCINEA
‐Metafísica estáis ‐Hago striptease.
Ardua pero plausible, la pintura cambia la blanca tela en pardo llano y en Dulcinea al polvo castellano torbellino resuelto en escultura. Transeúnte de París, en su figura ‐molino de ficciones, inhumano rigor y geometría‐ Eros tirano desnuda en cinco chorros su estatura. Mujer en rotación que se disgrega y es surtidor de sesgos y reflejos: mientras más se desviste, más se niega. La mente es una cámara de espejos: invisible en el cuadro, Dulcinea perdura: fue mujer y ya es idea.
Octavio Paz
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166
5)
Marc CHAGALL. El Cumpleaños (1915)
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Cor
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ER
. Rel
ati
vity
(19
53)
Richad OELZER. L’Attente (1935-36) Francisco de GOYA.
El tres de mayo de 1808 en Madrid (1814)
MUCHACHA CON TURBANTE Tendrás que cubrir con velos La botella de vino púrpura, Los trajes de satén Dibujados sobre otras formas de mujer. Serás una espía de la luz. Al amparo de los candelabros La vida es sólo un tema, Un boceto olvidado de dios A su paso por la casa de Vermeer. Incansable mucama, Limpiarás los objetos con un paño Y con una gasa la luz. Mirarás nubes en celo Sobre los techos de Delf, Nubes blancas como tu cofia de nieve Reflejada en los vasos de cristal. La música caminará por una sala Buscando la blancura de tus pies. En los talleres del mar Una ostra talla la perla Que lucirás en un cuadro de Vermeer.
Juan Manuel Roca
Bajo el puente de Chosica el río se embalsa y es de sangre, pero la sangre no me es creída. Los poetas hablan en lengua figurada, dicen. Y yo porfío: No es el reflejo del cielo crepuscular, bermejo, en el agua que hace de espejo. Oyen el grito de la mujer que contempla el río desde la baranda pensando en las alegorías de Heráclito y Manrique y que de pronto vio la sangre al natural fluyendo? Ella es mujer verdadera. Por su flacura no la sospechen metafísica. Su flacura se debe a la fisiología de su grito:
Recoge sus carnes en su boca y en el grito las consume. El viento del atardecer quiere arrancarle la cabeza, miren cómo la defiende, cómo la sujeta con sus manos a sus hombros: Un gesto finalmente optimista en su desesperación. Viene gritando, gritando, desbordada gritando. Ella no está restringida a la lengua figurada: Hay matarifes y no cielos bermejos, grita. Yo escribo y mi estilo es mi represión. En el horror sólo me permito este poema silencioso.
José Watanabe
LA RELATIVIDAD DE ESCHER
Tres mundos, encerrados en una casa donde escaleras seducen a los sin rostro
para evitarse mutuamente en una eternidad ciega. Tres espacios, cajas fuertes cerradas.
La gente deambula segura de sí misma
como títeres perezosos que nunca se liberan de los caminos trillados que los separan. Desde los sótanos suben a la planta baja.
Un árbol, un arco, por el cual un pálido sol espía con recelo en una imagen deformada.
Pareciera que viviesen en un sueño largo incansable, que de una rutina comenzó y ahora difumina un mundo dividido,
fragmentado por una ambición sin color. Michel Krott
Bella y Marc en la danza ingrávida de un beso celebran el perfume de las rosas el tacto cosquilloso del helecho
todo el universo se halla dentro
de su cuarto‐corazón engalanado con sencillez y ligereza
él se mece en el lenguaje del color
en el vaivén del oleaje de la búsqueda Marc se asombra de vivir la poesía
Bella conjura las sombras de la guerra
con sus tartas y ritos cotidianos en el deseo de su amado alza cometas
Marina Aoiz
LOS FUSILAMIENTOS DE LA MONCLOA
Él lo vio... Noche negra, luz de infierno... Hedor de sangre y pólvora, gemidos... Unos brazos abiertos, extendidos en ese gesto de dolor eterno.
Una farola en tierra casi alumbra, con un halo amarillo que horripila,
de los fusiles la uniforme fila monótona y brutal en la penumbra.
Maldiciones, quejidos... Un instante, primero que la voz de mando suene, un fraile muestra el implacable cielo.
Y en convulso montón agonizante, a medio rematar, por tandas viene la eterna carne de cañón al suelo.
Manuel Machado
La dama de las pieles mira regocijada
la encallecida nuca de los asnos sueña una vez ‐paciencia‐
silenciosa otra vez mira con todos
la milenaria noche cimarrona la botánica noche cimarrona
los embotados son todo sombrero muelas del juicio cieno
en los bolsillos más ocultos ¿qué esperan?
¿el triángulo con el ojo voyeur? ¿el dictado
de tablas más acordes con los tiempos? ¿los dioscuros domadores de potros?
un simio‐plata con un visible ataque de disnea un lujurioso mono en la floresta atrae el deseo de la encorsetada.
Antonio Martínez Sarrión
John Everett MILLAIS. Ofelia (1851-52)
René MAGRITTE. La Géante (1929)
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50)
Kazimir MALEVICH. Caballería roja (1932)
Andrew WYETH. El mundo de Christina (1948)
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(14
34)
EL MUNDO DE CHRISTINA Tuve también su edad, y tendida en la hierba supe de un sol a plomo sobre el verde agostado, de un ardiente silencio en el que me envolvía, y de una brisa súbita –yerta quizá‐ de aviso, hiriéndome las sienes. Tuve su edad. Me he vuelto descompuesta sin duda, sobre mí, para mirar mi casa alzada en la ladera –la polilla royendo mi enagua en los armarios‐ sin que siquiera a un ramo de glicinias pudiese detraerle una gota de su zumo. Me he vuelto, confundido mi nombre, para salvar mi casa, aunque siga en un cuadro donde tan sólo espero que irán a dar razón de mi nuca los ánsares.
María Victoria Atencia
OFELIA FLOTA SOBRE LAS AGUAS VERDES
Ofelia flota sobre la aguas verdes, su cabello enredado entre nenúfares,
los juncos de la orilla. Los pececillos de colores entran en sus oídos
con su batir de aletas diminutas reproduciendo el perenne murmullo de la alucinación.
Ofelia flota y está inmóvil.
Bajo sus párpados conserva la imagen última: el fugaz pajarillo, la abeja sobre el lirio, las ojeras del príncipe de Dinamarca.
La conciencia se desvanece lentamente con su cerebro
que ya se descompone. Pero no habrá descanso para la dulce Ofelia:
la locura no es alimento de la muerte y flotará ‐como ella ahora‐
sobre los ruidos del cuerpo reventándose, sobre el hedor de sus emanaciones y aun cuando todo esto haya pasado
persistirá en los órdenes desconocidos, en los recuerdos que en los demás pervivan , en el remordimiento del ojeroso príncipe.
Lilliam Moro
I No pinta el cielo sino de la tierra el alma rosa no pinta hombres sino caballos y el sueño del corazón hacia su frontera II sobre cada utopía en retirada el cielo se abre para mostrarla a contraluz
Juana Bigozzi
Cuando Naturaleza con su vigor intacto, concebía a diario cachorros monstruosos,
junto a una gran giganta quisiera haber morado, como al pie de una reina un gato voluptuoso.
Y ver cómo al unísono florecen su alma y cuerpo
y crecen entre juegos libres y pavorosos; descubrir si una umbría llama alberga su pecho por las húmedas nieblas que nadan en sus ojos;
recorrer a placer esas formas magníficas; trepar por la ladera de su inmensa rodilla,
y a veces, en verano, cuando el sol aplastante
le obliga sobre el campo a tenderse cansada, indolente a la sombra de sus pechos tumbarme, como aldea apacible al pie de una montaña.
Charles Baudelaire
en este pequeño mundo en esta inmensidad de colores radiantes las manos invitan a entrar toda escena seductora esconde algo dudo antes de atravesar el umbral de la habitación confortable donde la luz ilumina y unifica suavidad en la prendas de vestir quiero entrar me detengo es una trampa el brillo del metal pulido la talla de ebanistería ¿qué se esconde? en esos objetos corrientes la cualidad mística atrapa ellos se aman una mano en alto indica un juramento sin sacerdotes
boda con testigos ocultos en el espejo de la puerta sin atreverse a entrar el artista da testimonio de su presencia en la habitación cae en la trampa escribiendo con escritura florida Jan Van Eyck estuvo aquí y añade la fecha una vela encendida en el candelabro un perrito representa la fidelidad los frutos sobre el arca el alféizar rosarios de cristal cuelgan de la pared los dos personajes están descalzos unas zapatillas a la izquierda en el pirmer plano otras en el centro al fondo símbolos camuflados ellos no escaparán son la trampa de la habitación.
Herbert Abimorad
HOMENAJE A MARK ROTHKO
Amarillo, naraja, limón, después el carmín: todo arde
en la arena entre las palmeras y el mar: era verano.
Pero en lugar de tu nombre la tierra tiene el color del verde pensativo, que sólo la noche
pastorea suave. Eugénio de Andrade
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