escritos sobre la mujer
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Era 1931, el mes de marzo, cuando yo nací. Basilisa.
Hasta los trece años no recuerdo ningún trabajo fuera de la casa, los propios de
ayudar en el hogar. A esa edad me llevaron a cuidar a una niña. Mi recuerdo de
aquello no es muy grato, la niña, la pobre, era llorona y bastante fea; en la casa
estaba su abuela, más fea que la nieta y tacaña como jamás lo he visto.
Con quince años fui de doncella a casa de un médico en el Sardinero, el doctor
Alonso. Allí me encontré a gusto, pues tenían una cocinera muy amable que me
trataba con mucho cariño y además con el uniforme que llevaba y sobre todo con
mis quince años me veía muy guapa.
A los 18 años entré a trabajar para una familia que tenía un almacén de frutas al por
mayor. Me hicieron sentir como una más de los suyos y lo más importante es que
todos trabajaban y allí no había “señoritos”. Permanecí en este trabajo hasta los
veintidós, fue cuando me casé.
Una vez casada realicé una de mis ilusiones, que era aprender el corte y la
confección. Siempre había admirado a las chicas que habían podido ir. En el
matrimonio tuve cuatro hijos, que además de dar que hacer, exigieron que los
ingresos aumentaran y para poder compaginar el cuidado de la casa con el trabajo,
decidimos comprar una máquina de hacer punto. Tardé más de cuatro meses en
aprender su manejo y cuando lo logré, fui capaz de hacer igual un traje que un
abrigo. La horas que dediqué fueron tantas que en cuatro años me destrocé la
cervicales y tuve que abandonarlo.
Como la necesidad de incrementar los ingresos seguía siendo igual, decidimos abrir
una tienda de comestibles y en ella trabajé dieciocho años, hasta que me jubilé.
A partir de entonces nos dedicamos a disfrutar del tiempo libre. Es una pena que lo
mejor se acabe pronto, algunos años más tarde enviudé.
Ahora mis ocupaciones son el baile el cante… y la escuela.
Desde mi más tierna infancia, y siempre, me recuerdo trabajando.
Amasando, recogiendo aceitunas, lavando con mi madre, pastoreando con mi padre…
Mi escuela fue el campo; mi padre, el pastor, fue el maestro y las ovejas y los perros,
mis compañeros de clase aprendiendo a leer y escribir.
Recién cumplidos los nueve años, un día, se presentó el “amo” de mi padre en la casa
y le dijo a mi madre: “Emilia, esta muchacha ya tiene edad para ser niñera. Mañana la
llevas a la casa grande”. Mis pobres padres se encontraban entre la espada y la pared,
pasaron toda la noche decidiendo qué hacer; O accedían a las órdenes del
terrateniente o perdían su trabajo, su modo de subsistir. A la mañana siguiente, bien
limpia y con un poco de ropa en el morral, mi madre, de la mano, me llevó a la casa
grande. Nos recibió la tía del ´´señor” que lo primero que quiso fue cortarme el pelo al
modo de los muchachos; gracias a la oposición de mi madre, conservé mis bonitas
trenzas; pero, perdí tantas cosas…
Mi trabajo consistía en cuidar de cinco niños. El mayor era de mi edad y el más
pequeño, un bebé. Aquel niño, el de mi edad, me pateaba, me tiraba del pelo y si me
quejaba la vieja me atizaba en la cabeza. Por la noche al terminar de dormirlos, ya
rendida de puro cansancio, en el primer sueño, llegaban los “señores” del Casino, me
despertaban y me enviaban con los cántaros a por agua a la fuente. El agua era un
bien tan escaso que se formaban en la fuente colas tan largas que solían durar gran
parte de la noche. Tenía que ir a lavar interminables cestos de ropa al río, que en los
días de invierno había que romper los hielos para poder frotar y frota y frotar.
Siempre hubo algún alma caritativa que me ayudara.
Cuando mi hermana pequeña nació, mi madre enfermó de pulmonía y mientras ella se
debatía entre la vida y la muerte mi padre fue a buscarme. ¡Qué alegría al verle! Por fin
se acababan los años de calvario. Aún recuerdo aquellos tiempos como los peores de
mi vida. Pero la tristeza también llegó porque sabía que mi padre se quedaba sin
trabajo. Y mi padre se quedó sin trabajo y vinieron unos años difíciles porque para
pagar las inyecciones de penicilina que necesitaba mi madre, mi padre y yo teníamos
que ir a las cuadrillas a recoger aceitunas, cargar carbón, sacar las tejas y un sinfín de
duros trabajos para salir, a duras penas, adelante.
Cecilia.
En los últimos tiempos, se viene observando cómo la mujer ha
ido evolucionando al mismo compás que evolucionaba la
sociedad. Se ha pasado de una generación en la que el trabajo de
la mujer era importante, ya que recaía sobre ella todo el peso de
la familia, las labores de la casa, la educación de los hijos, en el
campo además las tareas agrícolas y ganaderas, a otra que
tiende a buscar su independencia.
Poco a apoco la mujer, luchando, ha ido buscando su sitio en la
sociedad, ha conseguido que la escuchasen, que la valorasen.
Hoy en día la mujer opta a estudios a trabajos en las mismas
condiciones que los hombres.
La mujer de hoy elige formar o no una familia, estar pendientes
de ellos y cuidarlos, a la vez que también, elige trabajar fuera del
hogar y poder ser autosuficiente.
Estas elecciones son las que nos hacen sentir libres y crecer
como personas.
Diana
Mi padre fue minero primero y guardia civil después y mi madre fue sastra.
Cuando nací, quedó claro que además del órgano en la iglesia el día de la boda que el
cura que casó a mis padres hizo que tocaran, porque mi padre fue vestido de militar
por no tener dinero para comprarse un traje, otros habían sido los tocados ya que a los
tres meses ya llegué yo.
Mi primer recuerdo del trabajo fue llevar la comida a la mina a mi padre y la pena que
sentía cuando aparecían en el montacargas todos tan sucios y cansados. Casi todos los
días la misma comida: cocido, tortilla y una manzana asada que comía yo siempre.
Mi madre me llevó antes de cumplir los once años a la sastrería donde ella trabajaba
para colocarme de aprendiza pero durante mucho tiempo tuve que quedarme fuera,
escuchando, para demostrar que aún con tan corta edad pondría el interés suficiente
para aprender. Al cabo de un tiempo se compadecieron de mí y fui admitida al taller
con la condición de mentir sobre la edad en el caso de que un inspector apareciera por
el lugar. Yo intentaba hacer mi trabajo como una mujer, pero encontraba dificultades;
a veces cuando iba a entregar algún pedido y no hallaba el lugar me metía en algún
portal a llorar porque había de volver a la sastrería sin haberlo entregado.
A los diecinueve años me casé con un chico de veintitrés que había conocido cuando
yo todavía no tenía catorce y tengo tres hijos que han crecido tanto como el cariño que
nos tenemos. Como la felicidad nuca es completa, uno de mis hijos enfermó de
sarampión y meningitis y el cerebro se le vio afectado dejándole en un estado como si
tuviera siempre cuatro añitos. Desde entonces, cuando aparece algún brote de
pesimismo tengo que levantar la moral de la familia.
Con todo y aunque no recuerde, igual, lo que comí ayer, nunca se me olvidan el frío y
el hambre de mi niñez.
Mi infancia y mi juventud. ELVI
Mi infancia la recuerdo con cariño y tristeza; cariño lo tuve todo por parte
de mi tía que me crió, y de mi padre, de mi madre y de mis hermanos.
Sólo en las vacaciones iba a casa de mis padres y era como si fuera de
visita.
Mi padre era un hombre muy culto y me enseñó sobre todo a leer libros,
también me contaba historias sobre la guerra y el toreo que era su gran
pasión.
Mi tía siempre me quiso mucho, pero me crió como una señoritinga, no
hacer nada, sólo estudiar y aprender modales. No me dejaba salir con
nadie, así que cuando pude con diecisiete años cuando conocí al chico de
mi vida, me casé. Como había sido mal enseñada, tuve que aprenderlo
todo para poder llevar una casa, guisar, lavar, planchar…
Pero al poco de que mi vida se fuera haciendo normal y mis cuatro hijos
ya crecidos, llegó la enfermedad de mi marido. Diecisiete años duró su
lucha contra los ictus, hasta que un día tomando un café con mi hermana
nos dijo adiós, sólo que para mí no se ha ido porque sus órganos fueron
donados y pienso que hay mucha gente en la que él vive.
Las depresiones que siguieron a este suceso se van pasando gracias a las
compañeras y los profesores del Centro de Adultos.
Gracias a todos.
Mi niñez no fue todo lo que un niño deseara.
Mis padres salían, muy temprano, todos los días a trabajar al campo y
algún día que otro yo podía ir a la escuela.
Con diez años tuve mi primer trabajo, que consistía en llevar agua de las
fuentes públicas a las hogares donde no había. Pagaban una miseria, pero
todo venía bien.
A los doce entré en una casa a cuidar un niño. Poco a poco añaden a mis
obligaciones hacer las camas, limpiar, lavar, planchar…cuatro años.
Harta, me vengo a Santander, con una hermana a otra casa, para cuidar
otro niño y otra vez lo mismo: acabar haciendo de todo. Acabé cuando me
casé.
Los primeros años de matrimonio fueron descansados, pero pronto
empezaron a llegar los niños y el trabajo se multiplico. Primero la crianza,
luego los colegios, llevarlos, traerlos, la casa; muchos días acababas no
pudiendo con la vida. Después los hijos crecen, se casan y llegan los nietos
y vuelta a empezar.
Pero ahora, es tan grande el cariño por los nietos y la adoración que ellos
sienten por mí, que es todo maravilloso.
Las mujeres de hoy en día están al nivel del hombre en todos los
sentidos, trabajo, vicios, ocio…valen para todo.
El trabajo nuestro también lo hacen ellas.
La igualdad ya está.
Juan Manuel.
La mujer trabaja fuera y dentro de la casa.
Se preocupa del trabajo doméstico.
Va al mercado, hace las compras, acompaña a los
niños al colegio, hace la comida, lava la ropa, la
plancha, los lleva al deporte, les ayuda a hacer los
deberes, los baña, les da la cena y los mete en la
cama.
Como se puede entender la jornada es extensa y
fatigante. Creo que los hombres deberían ser un
poco más comprensivos con las mujeres.
María.
Tres años antes de que empezara la Guerra Civil española Nací.
Mi primer recuerdo es el de un hombre que se marchaba, abrazaba a mi madre que
lloraba, y se marchaba: había estallado la guerra. Con la marcha de mi padre empezó el
calvario para su familia.
Pasamos mucha hambre, nos vimos obligados a respigar por los rastrojos, escarbar
buscando alguna patatas olvidada o alguna panoja picada, si los amos de las tierras no
nos veían nos las quitaban.
Alguna vez nos alimentaban en los comedores de la Falange, donde nos hacían cantar
el “caralsol“ con la mano alzada del saludo fascista y también nos humillaban.
Recuerdo que una vez que se me cerró la mano durante el acto, me quitaron el pedazo
de pan que tenía en la otra mano.
Vendíamos arena por las tiendas cuando aún no alcanzaba ni a subirme al burro que la
transportaba. Hacíamos morcillas, vendíamos carne y el mondongo que traía mi madre
del matadero en el consiguió un trabajo, vendía chucherías en la romerías de los
pueblos del contorno y trabajaba en todo aquello que me permitían.
Cuando tenía diez años llegó a casa aquel hombre que yo recordaba vagamente y que
se alejaba y dejaba llorando a mi madre, habían pasado siete años, tres de guerra y
cuatro de cárcel con los perdedores; y un año más tarde volvió mi hermano mayor.
Pensé entonces que con su regreso, al fin yo podría ir a la escuela; pero, no. La vida
siguió igual que antes, sólo que con más trabajo, tenía que atender a dos hombres
más.
Pronto, me casé. Parecía que el trabajo se iba a convertir en el típico de un ama de
casa, sus labores, sus hijos…pero, tampoco. Un accidente laboral a mi esposo me
obligó a salir de mi casa a trabajar de interina, en el que permanecí treinta largos años
, a lo que tenemos que añadir las labores del hogar, la atención a los hijos, y para
“descansar: ” cultivar el huerto.
Esta es la mujer de hoy. Esta soy yo. María Antonia.
Castilla. Sus campos. El trigo.
El comienzo de la era industrial en el país. Tenía 13 años y me pusieron
a trabajar en una fábrica de galletas. De las veinte obreras que allí
había, cuatro éramos de mi misma edad y las cuatro trabajábamos igual
que las mayores.
En unos años, trasladaron la empresa y las trabajadores fuimos a parar
a la calle. Sólo nos quedó de aquellos años el reconocernos todas, los
abrazos que nos damos cuando nos vemos y el recuerdo de aquel
tiempos tan bonito.
Más tarde, un hermano mayor que yo, me llevó a Bilbao “a servir” a la
casa de unos señores muy educados y personas excelentes. Fui feliz.
Éramos cuatro compañeras y nos llevábamos muy bien. Qué tendrá la
juventud.
Cuando salí de allí, fue para casarme; y desde entonces, el trabajo ha
sido para mi esposo y mis hijos, y mis nietos. Que no ha sido poco.
Corrijo: que no es poco.
La mujer trabaja como el hombre y además
hacen las labores de la casa.
La mujer trabajadora trabaja fuera y dentro
de la casa.
También va a buscar a los niños al colegio,
los da de comer, los baña, les lava la ropa…
Hace muchos años que salí de un pueblo costero de la provincia de la
Coruña, llamado Cedeira. Mi padre era Guarda Costas y ese fue el motivo
de viajar. El primer pueblo fue Ribadesella, yo tenía cuatro años y lo
recuerdo con cariño. El siguiente fue Santoña, y de ahí no salí hasta los
veinticinco años; estaba casada.
Mi marido trabajaba en Telefónica y tuve la suerte de conocer otras partes
de España.
Mi infancia fue muy feliz aunque eran años muy duros después de la
maldita guerra, yo tenía cinco años y aún siento el olor de la cueva, del
refugio.
A los diez años comencé a trabajaren el tiempo de la costera del bocarte,
recuerdo que como no llegábamos a la mesa nos colocaban sobre las
tapas de los barriles.
Siempre he estado agradecida por haber podido trabajar en aquellos años
aunque cuando se acababa no había paro, nos decían “hasta nueva orden”
y a casa. Tampoco conseguimos con aquellos trabajos el derecho a
pensión y nos apañamos con la del marido.
Mita.
La mujer siempre, o casi siempre, es más lista que el
hombre.
Piensa la mujer de forma distinta. Siempre anda
pendiente de las tareas que hay que hacer, de los hijos,
del marido, siempre recordando las cuestiones
pendientes.
Los hombres por ellas perdemos la cabeza, son coquetas.
Pero, ojo, no siempre hay que darlas la razón.
Ruti.
Se han creado muchos tabúes sobre la mujer que trabaja fuera;
de todas formas, a mi parecer la mujer toda la vida ha trabajado,
bien en casa bien en el campo... Ciertamente no se le ha dado su
valor en el hogar, en los colegios, en el trabajo …
Puestos a meditar había que darlas un premio, el mayor que se
les pudiera ofrecer por ser madres, esposas y además
trabajadoras incansables.
Los salarios deberían ser iguales en todas las empresas y
deberían ser mucho más valoradas, tanto es así que por el
trabajo que hacen el hogar serían merecedoras de una buena
remuneración.
Santiago.
Sole
Nací como un juguete, la pequeña, la única niña con cinco hermanos
varones. Y mi infancia fue muy feliz
Nací como una muñeca para los niños y en pocos años me convertí en
mujercita de la casa. No llegaba a la piedra de lavar y subida a un banco
lavaba las ropas de mi familia; después me encargaba de las comidas y
de todos los demás trabajos de la casa. Como mi madre trabajaba en la
fábrica de tabaco, tuve que ocupar su lugar y dejar la escuela.
Fui haciéndome mayor y aprovechando que tenía una prima modista, a
mí me gustaba coser, me dediqué a la costura y el ganchillo. Así
conseguí mis primeros dineros.
Me casé y entré asalariada en la fábrica en la que trabajaba mi madre,
pero me duró poco, porque cuando tuve a mi hijo lo dejé; como les
pasa a miles de mujeres.
Volví por un tiempo a coser, esta vez para una cuñada modista de
niños, donde me encargaba de hacer los nidos y demás florituras.
Tampoco duró mucho tiempo. Ya se sabe que el “pret a porter” acabó
en seguida con la confección manual.
Para demostrar lo que he trabajado iba a hacer recuento, pero no he
querido sacar la cuenta, de los platos, cubiertos, vasos y otros cacharros
que he fregado en mi vida ni las prendas que he lavado y he cosido ni
las camas que he hecho… porque, entre otras cosas mucho más
importantes, el número que saldría sería tan alto que no sabría leerlo, y
no es cuestión de dejar mal al maestro. Sole.
Soledad.
Mi profesión es la de auxiliar de enfermería.
Mi trabajo consiste en asear a los pacientes para su mejor autonomía. Si la persona se
puede asear ella misma, lo tiene que hacer, siempre bajo la supervisión de la auxiliar.
El paciente que está encamado, se le asea en la cama, si no en el baño geriátrico.
Siempre que se pueda se desplazará con la grúa para mayor seguridad y facilitar el
trabajo al auxiliar.
Se revisa que cada paciente tenga la dieta adecuada, siempre pautada primero por el
médico; bien puede ser una dieta blanda, túrmix, astringente, sosa, normal…
Con la ayuda del ATS se reparten los medicamentos y se controla que se los tomen.
Siempre que se observe cualquier anomalía o alteración en el paciente hay que
ponerlo en conocimiento, lo antes posible, del médico o del ATS.
Se lleva un control diario por medio de unas gráficas la diuresis, deposición y los
cambios posturales. Los cambios posturales se hacen, cada tres horas a los pacientes
encamados, o si por ellos mismos no se pueden mover, para prevenir las escaras.
Al término de cada jornada laboral hay que dejar reflejado para el siguiente turno, en
el libro de actas, cualquier incidencia si la hubiese, como cambios de horarios en
levantar, acostar, medicamentos, dietas, posibles caídas, contenciones si las pauta el
médico…Con todas estas anotaciones, a grandes rasgos, se lleva un mejor control, por
parte de la enfermería, para la salud y el bienestar de los pacientes.
Amparo.
Como no me gustaba ir al colegio, a los catorce años empecé a trabajar.
Comencé en un obrador de confitería, y durante un año y medio mi trabajo consistió
en envolver caramelos; envolvía dos y me comía uno. Mi vida era dulce.
Después fui a una sastrería en la que permanecí seis años. Como entonces
entregábamos el sueldo en casa, para poder conseguir dinero propio me llevaba
trabajo a casa, a dos pesetas la hora.
Después me casé y tuve un hijo y una hija, que aunque no cobras sueldo también es
trabajo. Los tienes que sacar de paseo, atenderlos y todo lo que ya sabemos, enseñar
aquello de “mi mamá me mima y yo mimo a mi mamá” y poco más de lo que
sabíamos.
Cuando mis hijos fueron un poco más mayores y creía que ya estaba tranquila, mi
madre enfermó y al poco mi padre también. Estuve trece años cuidándolos todos los
días hasta que encontramos una asistenta que me liberó un poco. En total estaba
veinte horas en casa de mis padres y cuatro en la mía.
Un día la Virgen se llevó a mi madre, recuerdo que ella estaba muy mal y rezábamos
para que acabara; tres meses después también falleció mi padre. Desde entonces trato
de trabajar lo justo y disfrutar de la vida todo lo que puedo.
Concepción.
La mujer siempre ha sido trabajadora dentro de su casa, aunque este
trabajo no ha sido aún valorado adecuadamente. De sobra sabemos la
labor que la mujer ha desempeñado dentro del hogar, de su buen hacer y
del protagonismo que casi siempre ha pasado desapercibido.
Del trabajo de la mujer fuera de casa se puede asegurar que nunca se ha
reconocido con justicia. No olvidemos que la mayoría lo hace dentro y
fuera de la casa. Tampoco pasaremos por alto el gran número de mujeres
que son empresarias, dirigiendo su propio negocio y creando nuevos
puestos de trabajo.
La mujer a día de hoy sabe y se atreve con cualquiera de los trabajos que
se ofertan, tenemos buena prueba de ello pues las vemos en todos los
campos laborales.
En cuanto al día tan especial dedicado a la mujer trabajadora, nos viene a
la mente a esas madres de mucho tiempo atrás, que al mismo tiempo que
atendían a sus hijos en casa, tenían que hacer sus labores fuera de ella,
por ejemplo en el campo, y muchas de ellas teniendo a su cargo algún otro
familiar. Esas pasaron sin pena ni gloria, para ellas no hubo su “día
especial”, señores, no podemos ser tan injustos, la mujer trabaja todos los
días y algunas duplican la jornada, para todas ellas un ¡Olé! Y nuestro
reconocimiento por ayudar a construir un mundo mejor.
Consuelo.
Mi padre fue minero primero y guardia civil después y mi madre fue sastra.
Cuando nací, quedó claro que además del órgano en la iglesia el día de la boda que el
cura que casó a mis padres hizo que tocaran, porque mi padre fue vestido de militar
por no tener dinero para comprarse un traje, otros habían sido los tocados ya que a los
tres meses ya llegué yo.
Mi primer recuerdo del trabajo fue llevar la comida a la mina a mi padre y la pena que
sentía cuando aparecían en el montacargas todos tan sucios y cansados. Casi todos los
días la misma comida: cocido, tortilla y una manzana asada que comía yo siempre.
Mi madre me llevó antes de cumplir los once años a la sastrería donde ella trabajaba
para colocarme de aprendiza pero durante mucho tiempo tuve que quedarme fuera,
escuchando, para demostrar que aún con tan corta edad pondría el interés suficiente
para aprender. Al cabo de un tiempo se compadecieron de mí y fui admitida al taller
con la condición de mentir sobre la edad en el caso de que un inspector apareciera por
el lugar. Yo intentaba hacer mi trabajo como una mujer, pero encontraba dificultades;
a veces cuando iba a entregar algún pedido y no hallaba el lugar me metía en algún
portal a llorar porque había de volver a la sastrería sin haberlo entregado.
A los diecinueve años me casé con un chico de veintitrés que había conocido cuando
yo todavía no tenía catorce y tengo tres hijos que han crecido tanto como el cariño que
nos tenemos. Como la felicidad nuca es completa, uno de mis hijos enfermó de
sarampión y meningitis y el cerebro se le vio afectado dejándole en un estado como si
tuviera siempre cuatro añitos. Desde entonces, cuando aparece algún brote de
pesimismo tengo que levantar la moral de la familia.
Con todo y aunque no recuerde, igual, lo que comí ayer, nunca se me olvidan el frío y
el hambre de mi niñez.
Eloísa
A mis años no es difícil escribir de las épocas anteriores, las presentes son más
halagüeñas.
La mujer no tenía los derechos básicos que nos pertenecen para incorporarnos en las
mismas condiciones que el hombre.
La mujeres entonces estábamos sometidas a ciertas personas, añadiendo nuestra
pareja que sin ningún escrúpulo manipulaban nuestra vida social, hasta el punto de
tenernos sin lo más elemental como la seguridad social, provecho de la política mal
meditada.
Hoy gracias a las presiones que han ejercido esas valientes mujeres no tenemos que
arrodillarnos, eso lo hemos dejado para las iglesias.
Recuerdo que aún nuestros padres preferían vernos con delantal, sin cultura para así
manejarnos a su antojo. De vez en cuando me viene a la memoria los años
desaprovechados sin relación con la cultura y que nos hicieron más ignorantes.
Todo lo relacionado con la mujer va por buen camino hasta que alcancemos lo que
falta por conseguir-
Los servicios sociales tratan de poner en su sitio lo que nos falta, apoyan nuestras
solicitudes de actividades y nos ayudan a superar la nostalgia de tantos años.
Para esas mujeres persistentes, gracias por vuestro trabajo.
Ezequiela.
Yolanda.
Nació en una casa muy necesitada y en estado precario, desde muy
pequeña le enseñaron a valorar las pocas cosas que tenían.
Cuando tenía ocho años sus padres se marcharon a otra ciudad y ella se
quedó con su hermana mayor que tenía que salir a trabajar a las seis de la
mañana y ella se quedaba con sus hijos pequeños, les daba el desayuno y
les llevaba al colegio, atendía la casa y a los niños hasta que regresaba a
las ocho de la tarde.
Con catorce años se fue con sus padres que habían comprado un piso
pequeño que había que pagar. Sus padres trabajaban en lo que podían y
ella y su hermana limpiaban y fregaban en la facultad por las mañanas y
cuatro días por la tarde, a 25 pesetas la hora, limpiaban casas.
Fueron tiempos difíciles y había que trabajar para pagar la hipoteca, la luz,
el agua; pero, incluso con la necesidad que pasaban era feliz y nunca se
quejaba.
A los dieciocho años se casó y se fue a vivir a una casa sin luz ni agua. En
un mes quedó embarazada. Su marido perdió el trabajo y hubo de volver a
limpiar casas. Aunque todo eran problemas y dificultades nunca se
quejaba.
Pasaron dos años y les dejaron una casa vieja pero con luz y agua y fue
feliz y nunca se quejaba.
A los 25 años ya había criado cuatro hijos, trabajaba fuera de casa y se
ocupaba del hogar.
Le habían enseñado que trabajar era una manera de vivir y por eso nunca
se quejaba.
Ahora tiene casi cincuenta años, cuatro hijos y una nieta, sigue trabajando
fuera y dentro de la casa y es feliz a pesar del reuma, la artrosis y la
diabetes, pero nunca se queja.
Florencio a su esposa.
Terminado mi bachiller superior con las monjitas de Ceceñas, de las que tengo un
santísimo recuerdo, y no queriendo seguir estudiando me coloqué de dependienta en
“Casa Miguel” una mercería de toda la vida. Como no conseguía vender ni un mísero
calcetín, no entiendo por qué, y viendo que me echaban empecé a estudiar
puericultura. –después de un año me echaron.
Para no perder el tiempo, mi madre me ocupó preparándome el ajuar; una pérdida de
tiempo y dinero, pues tengo en el armario desde hace veinticinco años ropas que
acabarán al final en la basura o en Reto.
Seguidamente solicité trabajo en la consulta de un traumatólogo y fui admitida. Allí
estuve seis maravillosos años. Mi vida era completa: un trabajo que me gustaba y
pasármelo bien.
El doctor cerró, de la noche a la mañana, la consulta y me quedé en la calle; pero, esta
vez ya estaba casada y con un hijo recién nacido. Me dedico a la crianza dos años.
Al volver al mundo laboral lo hago en la recepción del Centro Santa Lucía por un
periodo de dos años.
Ya han pasado muchos años, tantos que no quiero sacar la cuenta, y hoy me considero
una experta en ser ama de casa, que no es poco, también administro el sueldo de mi
marido como autónoma independiente. En fin que soy la señora y criada de mi casa.
Guadalupe.
Cuando era niña lo pasaba bien y no pensaba más que en divertirme y
jugar con mis hermanos que éramos más o menos de la misma edad,
somos nueve hermanos, siempre no hemos llevado bien.
Yo fui muy poco al colegio, porque tenía que cuidar a mis hermanos
menores. Los mayores se casaron e hicieron sus vidas.
Trabajaba en las faenas de la casa y llevaba a mis dos hermanos pequeños
al colegio. Luego iba a hacer la colada, hacía la comida y después iba a
casa de unos señores a ayudarles a hacer las tareas del hogar. Lo que me
decían mis padres es lo que yo hacía, yo obedecía sin decir nada. Siempre
me ayudaban con amor. Mis padres han sido buenísimos y maravillosos.
Mi padre me ayudó a sacarme el carnet de conducir, en aquel tiempo era
raro ver a una mujer conducir; pero no me sirvió de nada porque me lo
saqué y me casé y me puse a trabajar con mi marido y siempre conducía
él. Mi marido iba primero al trabajo y luego iba yo con mis dos hijos
pequeños. Cuando mi marido iba de viaje a comprar género le tenía que
acompañar. En total, las mujeres valemos y servimos mucho más que los
hombres para la casa, el trabajo de la calle y sobre todo para que nos
pongan en frente.
Josefa.
Un día en mi vida.
Me levanto siempre temprano, me ducho para estar más espabilada,
pongo música y desayuno para hacer las cosas de casa. Cuando acabo,
bajo a mis perros a la calle, son madre e hija, son buenísimos, la mayor
tiene ocho años y la hija seis, se llaman Boli y Luna, se vuelven como locos
cuando los saco. Vivo en un sexto, los subo, les echo los cereales y les doy
agua, siempre se quedan en casa juntas, están acostumbradas, son años
ya.
Me voy a comprar las cosas que hacen falta para la casa. Hay días que
tomo café con las amigas, si las veo, pues alguna trabaja. Vuelvo a subir,
guardo en su lugar las compras. A mediodía no estamos para comer, pues
mi marido trabaja en la construcción y ahora está en Asturias, mi hijo
ayuda a mi hermano y familia en los mercados hasta que le den trabajo,
también en la construcción, tiene veintiún años. Así como no me gusta
comer sola, me marcho a comer, muchos días, con mi familia a casa de mi
madre.
También tengo una hija casada de veintitrés años que vive en Vigo. La
añoro muchísimo.
Me gusta venir a los cursos, aprendo cosas nuevas y me lo paso bien.
Juli
Siento mucha rabia al escuchar: “Día de la mujer trabajadora”
En mi modesta opinión pienso que ese día lo son todos los del año incluyendo festivos y
vacaciones.
Llevo treinta años en el sector de la limpieza, además de pluriempleada por que el sueldo no
da para poder vivir adecuadamente.
Los mismos años llevo trabajando, además, en casa, sin horarios, sin cobrar, sin parar, sin bajas
por enfermedad, sin…
Otro trabajo que he tenido, a la vez que los otros, ha sido el de criar a mis dos hijos, con
muchísimo amor, pero un poco cansada. Éste ha merecido la pena porque les amo.
Y echando la vista atrás, pienso en mi madre, en la madre de mi madre. Todo lo que trabajaron
y nadie les tenía en cuenta.
Otras mujeres estudian y trabajan, crían a sus hijos…para mí son unas heroínas. Otras, las
pobres, trabajan de sol a sol, son niñas y no tienen ni para comer; es una pena que haya tanta
explotación y no podamos hacer nada.
Concluyendo, como decía un personaje que yo escuché en un programa de radio:
“Las mujeres son gladiadoras del hogar”
Merche
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