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ENSAYO:
LAS REALIDADES PRÁCTICAS DE LA VALORACIÓN ECONÓMICA DE
ROBERT COSTANZA
POR:
JOSÉ ALONSO GONZÁLEZ S.
Doctorado en Ciencias Ambientales
CAROLINA GIRALDO E.
Doctorado en Ciencias - Biología
Economía Ecológica
UNIVERSIDAD DEL VALLE
Cali, mayo 21 de 2013
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La crisis ambiental que se ha presentado durante las últimas décadas, en la cual se ha hecho
evidente la pérdida de biodiversidad y la necesidad inminente de conservación de ecosistemas,
ha motivado la búsqueda de alternativas que permitan incidir en la falta de voluntad política
para dirigir y/o modelar la toma de decisiones. La idea de valorar económicamente los
ecosistemas y los servicios que estos prestan al ser humano, parte del supuesto de que los
políticos y gobernantes obedecen principalmente a cuestiones económicas o fundamentalmente
valoran aquello que produce más riqueza o tiene un precio más alto (Gavilán et al. 2011). Por
esta razón, algunos investigadores sugieren que la valoración económica de la biodiversidad,
podría servir como un instrumento novedoso que permitiría contrarrestar el mayor peso de otros
sectores económicos y que haría que los problemas ambientales ocupasen puestos prioritarios
en las agendas políticas si realmente fuesen tenidos en cuenta (Gavilán et al. 2011; PNUMA
2012).
El primer gran paso en la valoración económica de los servicios ecosistémicos, lo dio Robert
Costanza, un economista estadounidense, representante excelso de una nueva corriente de
pensadores económicos, quien ha logrado hacer una interesante articulación entre la economía
clásica y la ecología convencional, a través del análisis de las interacciones entre las distintas
formas de capital. Sus textos reconocen la importancia de cuatro capitales básicos que deben ser
tenidos en cuenta en la visión que propone la economía ecológica: El capital fabricado (hecho
por el hombre), el natural, el humano y el institucional, los cuales hacen parte de la compleja
red de interacciones que ocurren dentro de los sistemas económicos que él visualiza como
sistemas dinámicos (Constanza et al. 1997). En este sentido, Costanza ha puesto especial
interés en argumentar por qué los ecosistemas mundiales y los servicios que éstos aportan al
ser humano, son parte fundamental del capital natural y como tal, deben ser valorados
económicamente (Constanza et al. 1997).
Como parte de un ejercicio práctico, Robert Costanza y su grupo de colegas, asignaron valores
monetarios al capital natural a partir de 17 bienes y servicios ecosistémicos en 16 biomas a nivel
mundial. Sus cálculos determinaron que la biósfera entera representaba un valor (fuera del
mercado) de 16-54 trillones (1012) de dólares por año, con un promedio de 33 trillones de
dólares por año (Costanza et al. 1997). Sin embargo, en la naturaleza de las incertidumbres, tal
como lo reconoce Costanza, esto podría ser considerado como un mínimo estimado si se tienen
en cuenta las múltiples limitaciones con las que se hicieron las valoraciones (Costanza et al.
1997). Sin embargo, resalta Constanza que el valor del PIB (Producto Interior Bruto) es de 18
trillones de dólares/año, es decir, que el valor de la biodiversidad supera al PIB mundial
(Costanza et al. 1997).
No cabe duda de la magnitud e importancia del trabajo realizado por el grupo de investigadores
que lidera Constanza. Sus resultados, aunque polémicos, han trasgredido o al menos movido las
bases conceptuales y teóricas sobre las cuales se ha sostenido la economía clásica. Muchos de
los cuestionamientos éticos que se le hacen al trabajo de Costanza están orientados al por qué y
desde qué lógica se le pueden asignar valores a la naturaleza. Además, quién está en capacidad,
o mejor, autorizado conceptual y moralmente para valorarla. El ambiente tiene valor per se lo
cual significa que no necesita que alguien se lo otorgue. La Naturaleza, la vida, la tierra, tienen
valor por sí mismo, por el solo hecho de existir (Foladori 1999). Por lo tanto, desde una visión
completamente antropocéntrica, las cosas tendrían valor sólo si lo tienen para el hombre. En
este sentido, el mismo Costanza presenta una interesante discusión acerca de la justificación
práctica que conlleva la valoración económica de los recursos naturales y explica que su
ejercicio no necesariamente debe ser visto como la asignación de valores directos a la
naturaleza, sino en lo fundamental, como un análisis de las interacciones entre las distintas
formas de capital (Costanza et al. 1997).
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Sus argumentos han sido objeto de interesantes debates en los que han participado
economistas, ambientalistas, filósofos, empresarios y políticos, acerca de si es o no, moralmente
correcto y útil asignar valores monetario a lo que simplemente tiene valor intrínseco (Edward-
Jones et al. 2000). Para algunos, el asignar valor económico a aquello que está de alguna forma
protegido por otra noción valorativa, más espiritual, moral o trascendental, puede sin duda traer
como efecto colateral la pérdida del mismo. Sin embargo, la no valoración económica de la
naturaleza por cuenta del hombre, no necesariamente ha llevado a las consideraciones morales
de respeto y protección que ella, por si misma, conlleva. Pero, ¿qué movilizó o motivó a
Costanza y su equipo a emprender tan complejo ejercicio de valoración de los servicios
ecosistémicos y capital natural del mundo?. Tal vez, fue un intento por plasmar, en unidades
comprensibles para algunos sectores, el indudable valor que la biodiversidad y las funciones de
los ecosistemas tienen, al soportar la supervivencia y el bienestar de la humanidad.
Si bien la asignación de valores es algo que ha caracterizado a los economistas ortodoxos, vale
la pena resaltar que, en este caso, Costanza representa un grupo diferente de economistas
ecológicos que, de acuerdo a sus ideas y concepciones holísticas, podría juzgarse como un
profesional con un alto nivel de compromiso con el medio ambiente que ha utilizado sus
capacidades y su creatividad para llamar la atención de quienes tienen en sus manos la
posibilidad de tomar decisiones y establecer políticas que contribuyan a la conservación de los
ecosistemas. En su discurso, Costanza tiene en cuenta el concepto de economía sostenible al
plantear que las relaciones dinámicas que se presentan entre los diferentes tipos de capital,
deben garantizar que la vida pueda continuar indefinidamente, los individuos puedan prosperar,
las culturas humanas puedan desarrollarse y los efectos de las actividades humanas se
mantengan dentro de ciertos límites, de tal manera que no se destruya la biodiversidad, la
complejidad y la función del sistema ecológico que soporta la vida (Costanza 1991). Es el mismo
Costanza quien critica a la economía neoclásica por el hecho de que esta disciplina asume que el
capital de creación humana es un sustituto casi perfecto de los recursos naturales, por lo tanto,
no visualiza el capital natural como un recurso escaso que puede poner en riesgo los demás
capitales (Costanza et al. 1997).
En su análisis, Constanza explica que los servicios de los sistemas ecológicos y los stocks del
capital natural que producen, son críticos para la función y el soporte de la vida en la tierra
(Costanza et al. 1997). Estos servicios contribuyen al bienestar humano, directa o
indirectamente, y además representan parte del valor económico total del planeta (EM, 2005).
Por esta razón, Costanza sugiere que para los recursos naturales debería aplicarse el concepto
de Capital Natural Crítico (CNC), debido a que las funciones de los bienes ambientales no
pueden ser sustituidas por otros capitales, representan pérdidas irreversibles y ponen en riesgo
el bienestar generacional (Costanza & Daly 2006).
En su visión, Costanza, al igual que otros investigadores, analiza cómo ambos capitales deberían
considerarse complementarios ya que la acumulación de capital construido presiona la existencia
del capital natural, lo cual conlleva al problema de la sostenibilidad (Costanza & Daly 2006). En
este sentido, el intento de Costanza por asignar valores monetarios a los servicios ecosistémicos,
está relacionado con la necesidad de amortizar el capital natural, es decir, que su uso se
entienda como un costo de desgaste, identificando los criterios básicos para su mantenimiento y
la sostenibilidad ecológica (Costanza et al. 1997).
Afirma Constanza que los recursos naturales son el stock de los activos ambientales, entre ellos
el suelo, el subsuelo, los minerales, los bosques, la atmósfera, el agua, entre otros, los cuales
proveen flujos de recursos, servicios ambientales renovables y no renovables que pueden ser
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valorados económicamente aunque algunos de ellos, en su mayoría, no tengan precios de
mercado (Costanza et al. 1997). Sin embargo, el hecho de que no hayan sido valorados
económicamente no significa que no hayan sido objeto de compra-venta en un mundo capitalista
que hace rato tomó como opción la valoración y asignación de precio a todo lo que represente
poder, bienestar y crecimiento económico. Como queda claro en el Informe Mundial del
Comercio 2010, en el que se definen los recursos naturales como “materiales existentes en el
entorno natural, escasos y económicamente útiles en la producción o el consumo, ya sea en
estado bruto o tras haber sido sometidos a un mínimo proceso de elaboración”. Es decir, desde
un punto de vista comercial, los bienes que no tienen un uso económico directo, como el agua
de mar o el aire, no deben ser considerados recursos naturales (IMC, 2010). Esta dimensión de
la utilidad desde un concepto netamente capitalista y antropocéntrico, hace que la mayoría de
recursos naturales se vean afectados y que su deterioro pase desapercibido a nivel nacional e
internacional porque el valor real del capital natural no se refleja en las decisiones, los
indicadores, los sistemas de contabilidad y los precios del mercado (PNUMA, 2012).
En este sentido aparece una de las preguntas más acuciosas en torno al estudio: ¿para quién se
valora? Y es justo la pregunta que abre la “caja de pandora” del ambientalismo, del ecologismo y
de otros ismos relacionados con la naturaleza y su incuestionable servicio sin retorno. El
interrogante abre esa mítica caja alegórica de la existencia de “fuerzas oscuras” que asolan la
humanidad, en sentido de ¿qué hay detrás de tan loable, e invaluable estudio?. La realidad es
que la economía de mercado a través de las multi o transnacionales ha ampliado sus
coordenadas, reconfigurado sus territorios de dominio y extendido sus tentáculos valorativos de
todo aquello que pueda ser ofrecido en la vitrina comercial global. Por supuesto que una de las
mercancías que hoy tienen mayor prioridad no son otras que aquellas que garantizan el
bienestar de la población, así éste no cubra tan democráticamente todas los niveles sociales. El
agua, la temperatura, el hábitat, los alimentos, son hoy mercancías de alto interés estratégico.
En este sentido, la valoración puede ser negativa si es aprovechada por quienes están
interesados en comprar o en vender los bienes y servicios ambientales, o puede ser positiva si
se logra entender que no habría recursos económicos en todo el planeta para compensar las
pérdidas del capital natural.
Los excesos en el manejo de los recursos naturales, su creciente depredación, su sostenido
desgaste y atropello todo en aras de su uso para la satisfacción de necesidades humanas
pareciera haberse exacerbado con la asignación de valores económicos. Hernández-Guerra
(1998) defendió la asignación de valores monetarios a los recursos naturales al afirmar que “el
desconocimiento del valor económico de los recursos naturales ha contribuido a su deterioro, por
lo cual una valoración adecuada de los beneficios ofrecidos por los recursos naturales como
bienes no ambientales con precio y mercado, así como de los bienes ambientales sin precio, sin
mercado y no transables, facilita el diseño e implementación de políticas acordes a las
necesidades de la población urbana y rural, salvaguardando la naturaleza y los sistemas
productivos que posibilitan el desarrollo”. Tal vez lo único cierto es que con o sin valoración
económica los recursos naturales y los servicios derivados de su generosidad se seguirán
tazando y por consecuencia, consumiendo. Si las leyes morales aplicaran por igual para todos
los seres humanos, seguramente no se presentarían este tipo de debates. Sin embargo,
mientras los ambientalistas defienden lo inmoral que pueden resultar algunos economistas como
Costanza al poner precio a lo que no debería tenerlo, la realidad es que, a diferencia de él, hay
otros economistas que ya no sólo asignaron precio, sino que ya vendieron y comprometieron lo
que le pertenece a las generaciones futuras.
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Tal y como se afirma en el informe del PNUMA (2012), la pérdida de la biodiversidad y de los
servicios de los ecosistemas tiene repercusiones económicas directas que se infravaloran
sistemáticamente. Por esta razón, justifican la valoración económica al afirmar que “la
percepción de las economías sobre el valor del capital natural puede ayudar a la sociedad a
allanar el terreno hacia unas soluciones más específicas y rentables. La valoración del capital
natural no se debería equiparar con su venta en el mercado abierto, sino considerarse como un
indicador de importancia para el sustento humano y la prosperidad económica” (PNUMA 2012).
Con toda su bondad, con toda su importancia, con toda su innegable utilidad, el estudio de
Costanza y su equipo de colegas, se mueve pendularmente entre un ethos ambiental, cultural y
social y una plantea una nueva forma de aprehender la realidad de la naturaleza. Por esta razón,
como el mismo Costanza lo afirma, valorar los servicios ecosistémicos podría tener algo de peso
en la toma de decisiones políticas. Si no se valoran, podría comprometerse la sostenibilidad de
los humanos en biósfera. La economía de la tierra podría paralizarse sin los servicios
ecosistémicos que soportan la vida, por lo tanto, su valor económico es infinito (Costanza et al.
1997).
Tal vez la valoración económica se haya convertido en un intento desesperado por hablar el
mismo lenguaje capitalista y utilitarista que domina actualmente la mayoría de las economías.
Es entonces preferible, hacer algo, así sea cuestionado, que no hacer nada y esperar un cambio
social de transformación y recuperación de valores, que, posiblemente, no va a llegar en el corto
plazo. Tal como lo afirma Noguera (2004) “No podemos esperar que la transformación radical de
un ethos cultural, basado en la explotación inmisericorde de los bienes de la tierra y de los seres
humanos sometidos y desposeídos, se transforme en un ethos cultural respetuoso y solidario con
la trama de la vida, gracias a una decisión solamente política, tecnológica o económica. Los
intereses que se mueven alrededor de los bienes de la tierra y de la fuerza de trabajo de los
seres humanos son tan complejos y de tal nivel de egoísmo, que es muy difícil pensar en una
transformación de nuestra sociedad altamente ególatra y dominante, en una sociedad
ambiental”.
Literatura citada
Costanza, R., Arge, R., De Groot, R., Farberk, S., Grasso, M., Hannon, B., Limburg, K., Naeem,
S., O´Neill, R., Paruelo, J., Raskins, R., Sutton, P. & van den Belt, M.1997. The Value of the
World ’ s Ecosystem Services and Natural Capital. Nature, 387 (May): 253–260.
Costanza, R. & Daly, H. 2006. Natural Capital and Sustainable Development. Conservation
Biology, 6 (1): 37–46.
Costanza, R. 1991. Ecological Economics: The Science and Managment Sustainability. Nueva
York.
Edward-Jones, G., Davies, B. & Hussain, S. 2000. The concept of value. In: Ecological
Economics. Pp 63-83
Evaluación de Ecosistemas del Milenio (EM). 2005. Programa de las Naciones Unidas para el
Medio Ambiente Oficina Regional para América Latina y el Caribe. Washington.
Foladori, G. 1999. Sustentabilidad Ambiental y Contradicciones Sociales. Ambiente & Sociedade
ano II (5): 17.
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Gavilán, L.P., J. Grau, and T. Oberhuber, eds. 2011. “Valoración Económica De La Biodiversidad,
Oportunidades y Riesgos. ¿Hay Qué Poner Precio a La Biodiversidad Para Conservarla?” In , 30.
Madrid.
Informe Mundial del Comercio (IMC). 2010. Recursos naturales: definiciones, estructura del
comercio y globalización. 71 p. Disponible el 18/05/2013 en:
http://www.wto.org/spanish/res_s/booksp_s/anrep_s/wtr10-2b_s.pdf
Hernandez-Guerra, O. 1998. Valoración de servicios ambientales una estrategia y necesidad para el desarrollo sostenible. Oficina de Análisis de Políticas Agropecuarias OAPA/MAG.
Miroli, A. 2008. ¿Es la economía ecológica un nuevo paradigma en las ciencias económicas?.
CBC/FCE UBA. USAL. Instituto de Profesorado A-1309 “Alfredo Palacios”.
Noguera, P. 2004. El reencantamiento del mundo. Programa de las Naciones Unidas para el
Medio Ambiente - PNUMA - Oficina Regional para América Latina y el Caribe. México D.F.
PNUMA. Economía verde, el valor de la naturaleza. USA; 2012. p. 4.
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