en la hora de mi muerte llámame meditación

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Meditación de cada frase

de la oración: Alma de Cristo

de San Ignacio de

Loyola

En la hora de mi muerte,

llámame.

Cuando mis pies terminen su carrera en este mundo, llámame.

Cuando mis manos quieran

estrechar tu crucifijo como para que me lleves a Ti, llámame.

Cuando mis ojos fijen en Ti su

mirada lánguida y moribunda, llámame.

Cuando mis labios, llamándote,

pronuncien por última vez tu adorable

nombre, Tú, oh buen Jesús,

llámame también.

Cuando mis oídos, próximos a cerrarse para siempre a las

conversaciones de los hombres,

se abran para oír de tus piadosos labios tu voz,

llámame.

Llámame sin acordarte

de cuántas veces fui sordo

a tu amorosa voz.

Cuando mi corazón sobrecogido por el

temor de tu sentencia no se

atreva a ir a Ti, entonces,

oh buen Jesús, llámame,

misericordioso y perdonador.

Cuando las angustias de la agonía y los afanes de la muerte fuercen mi alma a salir ya de este mundo, llámame, oh buen Jesús.

Cuando abandonado a mi enfermedad,

no pueda ya soportar el peso de mi flaqueza y baje lentamente hasta la

muerte, como navío que zozobra,

que entonces me seas Tú el práctico a bordo

y tu bondad el áncora final de mi salvación.

Cuando mi alma,abandonada de todos,

dejando el cuerpo pálido,

frío y sin vida, emprenda el viaje de la

misteriosa y temible eternidad

y se encuentre sola ante Ti,

su Juez, entonces oh buen

Jesús, llámame.

En la hora de mi muerte:

Mía, porque nada más mío y más humano que la

muerte.

Mía, porque como Tú eres la Vida, así yo de

mí soy muerte.

Mía, porque es la primera y más personal deuda contraída con

Dios, mi Creador ofendido.

Mía, porque mi muerte revestirá

características y circunstancias tan personales que la

hagan total y únicamente mía.

Pues, oh buen Jesús,

en la hora de mi muerte,

que yo desconozco y Tú conoces muy

bien, llámame.

Llámame con voz de perdón y misericordia;

Con voz que trueque: En visión mi fe,

En posesión mi esperanza, Y en abrazo eterno mi amor

de desterrado.

Llámame, Tú que conoces mi

nombre.

Tú que tantas veces me has llamado en

vida.

Pues, Tú que me llamaste a tu fe, a tu gracia y a tu

compañía; en la hora de mi muerte,

en aquel momento supremo del que

depende mi eternidad, llámame.

Llámame, oh buen Jesús, con voz

de Amigo, de Redentor, de Padre.

Llámame, ¡Señor! Cuando en un país extraño donde nada somos, nadie

nos conoce, y nuestro paso no despierta

interés alguno, una voz amiga nos llama por nuestro

nombre, un vértigo feliz se apodera de todo nuestro

ser;

Una sonrisa entusiasta se dibuja

en nuestro rostro y nuestra lengua se

desborda en jubilosa gratitud. No nos sentimos

solos; ya tenemos un guía a

nuestros pasos indecisos.

Cuando en medio de una tempestad de

odios, de rostros ceñudos,

de actitudes amenazadoras, una voz

conocida y amiga pronuncia cariñosa nuestro nombre,

una inmensa gratitud se apodera de nuestro

corazón.

Una voz así no puede ser sino el testimonio de una

amistad inquebrantable.

Por más familiar que nos sea el pensamiento del Cielo, el primer

encuentro con la eternidad no lo podemos despejar de esa impresión de tierra

extraña.

El paso del tiempo a la eternidad, de la fugacidad presente a la vida definitiva, de lo vacío a la plenitud,

de las tinieblas a la luz; el paso a la región “cubierta de oscuridad y de

muerte” me intimida, Señor, y me sobrecoge y me hace desear y esperar una dulce voz que me llame por mi nombre; es la tuya Jesús, la que llamó a Zaqueo, la que llamó a

María.

Por más aligerada de culpas que saliera mi alma, y por más libre de

remordimientos que se hallara mi conciencia,

El paso a vuestra eternidad, Señor,

con su justicia incorruptible,

con su santidad sin mancha,

con su pureza sin soborno,me sobrecoge y llena de

espanto “porque pobre y miserable

soy yo”

Muy alto tiene que sonar la voz de vuestra misericordia para que ahogue las voces de mis culpas, que piden venganza;

las voces de mis infidelidades, que piden castigo.

Pues, Señor, que en medio

de la voz de vuestra misericordia

que me llama.

Jesús, que en la hora de mi muerte me llames amoroso y que tu voz halle en mí un

eco de acción de gracias

por toda la eternidad.

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Que Dios te llene de bendiciones.Y que permanezcamos unidos en el amor

a Jesús.

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