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En Evangelio de Juan leemos: “Hubo un hombre, enviado por Dios:

se llamaba Juan. Éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él.”

“No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz” (Jn 1,6-8).

A la pregunta: “¿Quién eres?”, Juan el Bautista responde: “No soy el Mesías, ni Elías ni ninguno de los profetas”.

(Jn 1,19-20)

Y, ante la insistencia de los enviados de Jerusalén, declara: “Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del

Señor.” (Jn 1,23)

Juan Bautista es un sencillo hombre que prepara a su pueblo para que se convierta a la fe. El cierra el anillo del profetismo judío. Es

el puente que une el Antiguo y el Nuevo Testamento, cuando la gran esperanza se convierte

en una persona real que revelará el designio de Dios para su pueblo.

Juan es testigo de la luz, y no la misma luz.

Cuando el cristiano se da cuenta de que no es autor de la luz sino testigo

y portador, empieza a preparar los caminos del Señor pero hemos de hacerlo

con humildad, pues no somos dioses, estamos limitados.

La voz de la Iglesia y de los cristianos ha de ser clara, entusiasta, pedagógica

y valiente, comprometida y, sobre todo, surgida de una profunda convicción.

Una voz que brote desde el alma, desde el corazón de la vida, unida a Dios.

Juan continúa respondiendo a los representantes del Sanedrín: “Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de

desatarle la correa de su sandalia.” (Jn 1,26-27).

El bautismo de Juan, distinto del de Cristo: "Con Juan Bautista, el Espíritu Santo inaugura, prefigurándolo,

lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la «semejanza» divina.

El bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento".

"Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección; debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús para subir con Él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y «vivir una vida nueva» (Rm 6,4)"

"Enterrémonos con Cristo por el Bautismo, para resucitar con Él; descendamos con Él para ser ascendidos con Él, ascendamos con Él para ser glorificados con Él" (San Gregorio Nacianceno, Or 40,9)"

“El espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto que me ha ungido a anunciar

la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos;

a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar un año de gracia del Señor, para consolar a todos los

que lloran” (Is 61,1-62).

Cristo se atribuirá a sí mismo estas palabras del Profeta Isaías en la sinagoga de Nazaret, en el

momento de comenzar su misión pública.

Hoy nos la repite a nosotros invitándonos

a la alegría también con palabras de Isaías:

“Desbordo de gozo en el Señor y me alegro con mi Dios:

porque me ha vestido con un traje de gala

y me ha envuelto en un manto de triunfo”

(Is 61,10).

¡Cristo está cerca! Viene en virtud del Espíritu Santo para anunciar la buena nueva; viene para sanar y liberar, para proclamar un

tiempo de gracia y de salvación para comenzar ya en la noche de Belén,

la obra de la redención del mundo.

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