en este tercer domingo de adviento la iglesia nos invita a la alegria, porque se acerca la navidad

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En este tercer domingo de Adviento la Iglesia

nos invita a la ALEGRIA, porque se acerca la

Navidad.

“Concédenos llegar a la

Navidad, fiesta de gozo y

salvación, y poder celebrarla

con alegría desbordante.”

La alegría de Dios, la que debe ser desbordante, es un don de Dios. Por eso debemos pedirla. Viene del Espíritu. Jesús, el día de su resurrección regaló a sus discípulos este espíritu de alegría. Y luego en los Hechos de los Apóstoles, aparecen ellos repartiendo alegría al mismo tiempo que repartían el pan por las casas.

Dios es alegría, desborda de júbilo, porque es amor. Cuando los apóstoles estaban llenos del Espíritu Santo el día de Pentecostés, desbordaban de alegría y por eso parecían borrachos.

Esa alegría que experimentaban los apóstoles venía de dentro, porque tenían el Espíritu con ellos. Esa alegría la experimentaban los santos. No es la alegría del mundo, la del tener, sino la del ser.

La alegría del mundo, que es alegría del tener, dura un cierto tiempo, más bien poco, y pasa. Así suele ser en toda competencia humana, como puede ser el deporte. La alegría verdadera no se alimenta del placer: Es más fácil pasar de la alegría al placer que del placer a la alegría.

El placer que no viene de dentro, del espíritu, pronto produce tristeza y se apaga como los fuegos de artificio.

La alegría verdadera, aunque en este mundo muchas veces vaya unida al dolor, encuentra la paz. Porque la alegría verdadera es paz. El mundo busca la alegría en el triunfo, el halago, el dominio humano. Todo esto es muy complicado y provisional y está lleno de inquietudes sin paz.

Él, que es sobre todo Amor, no nos ha podido destinar al sufrimiento como tal, sino a la alegría, que ya desde ahora debemos tener, que es estar con Dios; y Dios es alegre.

La verdadera alegría, de que hoy tratamos como preparación a la Navidad, nace de la paz y el amor, que son propiedades de Dios.

Au-to-má-ti-co

 Si Dios es alegre y joven, si es bueno y sabe sonreír.

¿por qué rezar tan tristes, por qué vivir sin cantar ni reír?

Él dio al arroyo su melodía y al nuevo día un ruiseñor.

Dios alegre, Dios amigo, el Dios que siempre va conmigo

compar-tiendo mi

esperanza, brindando

vida y amor.

Dios es alegre, Dios es alegre. Dios es amor.

Dios es alegre, Dios es alegre. Dios es amor.

Dios es

alegre y es

amor.

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La alegría no es algo que, como buenos cristianos, podemos tener o no. Es una virtud que debemos tener si estamos llenos del Espíritu Santo. Así nos lo dice hoy san Pablo en la 2ª lectura: “Estad siempre alegres”.

I Ts 5, 16-24

Hermanos:Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad

gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.

No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo

bueno.Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la Paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin

reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo.

El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.

Cuando se acerca la Navidad, muchos se alegran sólo porque llegan las fiestas externas.

El mundo quiere robarnos la alegría.

En estos días debemos

alegrarnos, porque

esperamos la Fuente de la

alegría, que es Dios hecho niño.

Y viene para darnos la salvación.

En el tercer domingo de Adviento todos los años la Iglesia nos presenta la figura de san Juan Bautista, el precursor del Señor, que nos ayuda a prepararnos para la venida de Jesús. En este año, ciclo B, nos dará un ejemplo de sinceridad. Así nos dice el evangelio de hoy:

Juan 1,6-8.19-28

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino testigo de la luz.

Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le

preguntaran: "¿Tú quién eres?" Él confesó sin reservas: "Yo no soy el Mesías." Le preguntaron: "¿Entonces, qué? ¿Eres tú

Elías?" El dijo: "No lo soy." "¿Eres tú el Profeta?" Respondió: "No." Y le dijeron: "¿Quién eres? Para que podamos dar una

respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?" Él contestó: "Yo soy la voz que grita en el desierto: "Allanad el

camino del Señor", como dijo el profeta Isaías." Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: "Entonces, ¿por qué

bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?" Juan les respondió: "Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.” Esto pasaba en Betania, en

la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Hay que ser sinceros como san Juan Bautista. Debemos saber lo que somos y podemos. Debemos aspirar a tener la virtud de la alegría. No la podremos obtener con nuestras fuerzas, en medio de tantos enemigos que nos rodean;

pero sí podemos

tenerla con la gracia

del Espíritu de Dios.

A san Juan Bautista mucha gente le seguía precisamente porque era sincero, porque hablaba con el corazón. No era como otros que se hinchan y se predican para sí mismos. Juan no era la luz, pero iba preparando a recibir la luz.

Predicaba el perdón con tal sinceridad que muchas personas sencillas se arrepentían y recibían el bautismo.

Y mucha gente le seguía y

le llamaba profeta.

Todo esto despertó la envidia y los recelos de los “judíos”, los sacerdotes que buscaban honores en Jerusalén. Y enviaron unos delegados a preguntarle: ¿Tu quién eres? Como Juan sabía la razón de la pregunta (tenía discípulos y gente que comentaba), respondió a lo derecho con sinceridad: “Yo no soy el Mesías”.

Pero los venidos de Jerusalén no se contentaron y siguieron preguntando; y san Juan siguió contestando con sinceridad: No soy Elías ni el profeta. Era “la voz que grita en el desierto”. La verdad es que predicar un arrepentimiento ante aquellos soberbios era como predicar en el desierto.

Así que, si queremos prepararnos bien para la Navidad, aprendamos bien, de palabra y de obra, esta primera lección: la sinceridad. Porque, si queremos que nos llene el alma y el corazón un amor verdadero, hemos de ser sinceros.

Automático

amor que nos llene el alma, pasión que colme el deseo.

amor que nos llene

el alma y el corazón.

Hacer CLICK

En la respuesta de Juan Bautista hay una frase muy interesante que nos hace meditar antes de la Navidad: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”. En aquel tiempo no conocían a Jesús ni sus paisanos de Nazaret cuando, pocas semanas después, se puso a predicar en la sinagoga.

En la Última Cena, a una pregunta de Felipe, Jesús responde: “Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?” Esto lo decía, porque conociéndole a Él, debían conocer al Padre. Siempre la presencia de Dios es un poco una presencia oculta.

También lo principal de la Navidad es un poco, o un mucho para algunos, oculto. Si se hiciese una encuesta preguntando a la gente, cuando en las vísperas de Navidad va comprando, sobre qué es la Navidad o hasta qué “pinta” el Niño Jesús en la Navidad, nos llevaríamos grandes sorpresas.

Para muchos la “navidad” es una fiesta totalmente pagana y materialista que no tiene relación con Jesucristo, o quizá una relación ambigua y lejana. Para algunos, si Cristo se presentase en su casa verdaderamente en la fiesta de Navidad, se les terminaba la fiesta. Para otros no, claro.

“Yo no os dejaré huérfanos”… Los santos vivían con Jesús, como Él quiere vivir hoy, no como nos lo imaginamos, vestido a su manera, etc.

El hecho es que Cristo vive entre nosotros. A los apóstoles les dijo: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos”,

Alguno quizá dice: si en verdad Cristo llamase a mi puerta en Navidad, ¡cómo le recibiría! En realidad Cristo viene en apariencia. Quizá viene en forma de refugiado, de pobre, necesitado o emigrante. Alguien como Juan Bautista nos puede decir: Con vosotros está y no le conocéis.

Au-to-má-ti-co

clama por la boca del hambriento,

Su nombre es el Señor y sed soporta,

está en quien de justicia va sediento,

a veces ocupados

en sus rezos.

Con vosotros está, su

nombre es el Señor.

Hacer CLICK

Y hay muchos cristianos buenos que preparan la Navidad pensando en los pobres y pensando en recibir a Jesús, participando en la Eucaristía.

Cristo está verdadera-mente en el pobre y necesitado, y está de una manera eminente-mente real en el sacramento de la Eucaristía.

La sana alegría debe ser compartida, en primer lugar en la propia familia.

Y participan-

do también

en la alegría de

un encuentro familiar.

De esto nos habla hoy la 1ª lectura según el profeta Isaías. Habla de los tiempos mesiánicos: del gozo en el Señor, porque va haciendo maravillas por medio del Espíritu. Dice así:

Lo importante es dejarnos llevar por el Espíritu como se

dejó llevar Jesús.

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor. Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.

Isaías 61,1-2a.10-11

Un día Jesús diría también “El Espíritu de Dios está sobre mi”. La Navidad sería más verdadera si nos dejásemos inundar por el Espíritu y pudiéramos colaborar para que Jesús, por medio nuestro, pudiera seguir realizando

lo que el profeta Isaías va explicando el significado de “dar la buena noticia a los que sufren”.

1. Vendar corazones desgarrados. ¡Cuántos corazones hay desgarrados por el mundo y cuántas vendas se necesitan de todos los tamaños! Ir poniendo vendas a esos corazones es vivir la Navidad. Muchos deben vivir lejos de sus familias o se ven deprimidos por otras razones.

Hay unas que son externas y hay otras muchas internas. Por eso vivir la Navidad es consolar a los que lloran, que son muchos en estos días. Es, como dice el profeta: quitarles los vestidos de luto y ungirles con aceite de gozo.

2. Proclamar la amnistía a los

cautivos y a los prisioneros la libertad. Hay

muchas y distintas cautividades,

muchas formas de esclavitud y de

prisión.

Porque, si Cristo está en el, pobre, no basta con darle una ayuda material. Habría que hacer de él una persona digna, pues es como dueño y soberano. Así lo han sentido algunos santos ante los necesitados: servirles como si fuesen nuestros amos y señores. Al menos deben ser considerados como hijos de Dios.

3. Proclamar el año de gracia del Señor. Hoy el salmo responsorial es parte del “Magnificat” de la Virgen María. Ella sí que desbordaba de gozo en el Señor viendo las maravillas que puede hacer y de hecho hace en la humanidad doliente.

Si vivimos la Navidad metidos en el Espíritu de Dios, la Navidad será ciertamente alegre, con una alegría que no hubiéramos pensado que pudiera darse.

Y será alegre

cuando sintamos

que el Señor está cerca, muy

cerca de nosotros.

Claro que en nuestra vida, y quizá en Navidad, hay pruebas, hay noches oscuras; pero cuando sentimos que el Señor viene a salvarnos, la noche se hace clara como el día. Vivamos los acontecimientos con alegría, con gratitud a Dios.

Cuando veamos a Jesús Niño en su “nacimiento” quizá de barro o de papel, dejemos que la alegría penetre en el alma, porque Cristo está con nosotros, ha venido a salvarnos.

Sí, amigos:

vivid alegres, el Señor

está cerca.

Automático

El Señor está

cerca.

Vivid alegres, el Señor está cerca.

el Señor está cerca.

El Señor viene

ya;

y nos salvará.

Vivid alegres,

A M É N

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