eliade, mircea - el simbolismo de las aguas
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REVISTA KENOS
Revista digital de la página cultural Temakel
Número 3 dedicado a la apreciación de la naturaleza
EL SIMBOLISMO DE LAS AGUAS. Por Mircea
Eliade.
PRESENTACIÓN
En el comienzo son las aguas. Aguas primordiales.
Fuente primaria desde la que brota la vida según multitud de
mitos. Para el gran historiador de las religiones, Mircea Eliade,
el agua constituye una de las hierofanias o manifestaciones de
lo sagrado esenciales en las culturas arcaicas.
Lo líquido es receptáculo que contiene los gérmenes que luego
florecerán mediante el acto creador de los dioses. Volver al
agua inicial es también regeneración, nuevo nacimiento,
regreso al caos primordial. En este primer acto de apreciación
de la naturaleza y sus sentidos en Kenos 3, presentamos parte
de la explicación de Eliade respecto al simbolismo de las aguas
incluido en su trascendente obra Tratado de Historia de las
religiones.
Aquí se recorrerá las figuras simbólicas del agua germinal, el
"agua viva", el simbolismo de la inmersión y el diluvio.
Estamos aquí muy lejos de la reducción del agua a un mero
medio para satisfacer necesidades. Desde la antigua visión
simbólica, el agua preserva los poderes del nacimiento y la
regeneración.
En nuestro comienzo: naturaleza líquida. La magia fértil de lo
húmedo.
E.I
EL SIMBOLISMO DE LAS AGUAS
Por Mircea Eliade
Las aguas y los gérmenes
En una fórmula sumaria, podría decirse que las aguas
simbolizan la totalidad de las virtudes; son fons et origo, la matriz
de todas las posibilidades de existencia. "Aguas eres la fuente de
toda cosa y de toda existencia", dice un texto indio, sintetizando la
larga tradición védica. Las aguas son los cimientos del mundo
entero; son la esencia de la vegetación, el elíxir de la inmortalidad,
semejantes a la amrita; aseguran larga vida creadora y son el
principio de toda curación, etc. "¡Que las aguas nos traigan el
bienestar!", rogaba el sacerdote védico. "¡Las aguas, en verdad, son
curadoras; las aguas expulsan y curan todas las enfermedades!".
Principio de lo indiferencial y de lo virtual, fundamento de toda
manifestación cósmica, receptáculo de todos los gérmenes, las
aguas simbolizan la sustancia primordial de la que nacen todas las
formas y a la que vuelven, por regresión o por cataclísmo. Fueron
al comienzo, retornan al final de todo ciclo cósmico, existirán
siempre -aunque nunca solas- porque las aguas son siempre
germinativas, encerrando en su unidad no fragmentadas las
virtudes de todas las formas. En la cosmogonía, en el mito, en el
ritual, en la iconografía, las aguas llenan la misma función,
cualquiera que sea la estructura de los conjuntos culturales en los
que se encuentran: proceden a toda forma y sostienen toda
creación. La inmersión en el agua simboliza la regresión a lo
preformal, la regeneración total, el nuevo nacimiento, pues una
inmersión equivale a una disolución de las formas, a una
reintegración en el modo indiferenciado de la preexistencia; y la
salida de las aguas repite el gesto cosmogónico de la manifestación
formal, el contacto con el agua implica siempre la regeneración;
por una parte, porque la disolución va seguida de un nuevo
nacimiento", por otra parte porque la inmersión fertiliza y aumenta
el potencial de vida y de creación. El agua confiere un "nuevo
nacimiento" por un ritual iniciático, cura por un ritual mágico,
asegura el renacimiento post mortem por rituales funerarios.
Incorporado en sí todas las virtualidades, el agua se convierte en
símbolo de vida (el "agua viva", rica en gérmenes, fecunda la
tierra, los animales, la mujer). Receptáculo de toda virtualidad,
fluido por excelencia, soporte del devenir universal, el agua es
comparada, o directamente asimilada con la luna. Los ritmos
lunares y acuáticos están orquestados por el mismo destina:
gobiernan la aparición y desaparición periódicas de todas las
formas, dan al universal devenir una estructura cíclica.
Por eso, desde la prehistoria, el conjunto luna-agua-mujer era
percibido como el círculo antropomórfico de la fecundidad. En los
vasos neolíticos, era representada por el signo vvv que es también
el más antiguo jeroglifo para el agua corriente. Ya en el paleolítico,
la espiral simbolizaba la fecundidad acuática lunar; marcada sobre
ídolos femeninos, homologaba todos estos centros de vida y de
fecundidad. En las mitologías amerindias, el signo glífico del agua,
representado por un recipiente lleno de agua en el que cae una gota
proveniente de una nube, se encuentra siempre asociado a
emblemas lunares. La espiral, el caracol (emblema lunar), la mujer,
el agua, el pescado, pertenecen constitucionalmente al mismo
simbolismo de fecundidad, verificable en todos los planos
cósmicos.
Arriba, izquierda, espumas blancas del mar vivo que susurra su palabra
desconocida sobre las algas y la costa.
El riesgo de todo análisis es fragmentar y pulverizar en elementos
separados lo que para la conciencia que los representó componía
una sola unidad, un cosmos. El mismo símbolo indicaba o evocaba
una serie entera de realidades que no son separables y autómatas
salvo en una experiencia profana. La multivalencia simbólica de un
emblema o de una palabra perteneciente a las lenguas arcaicas nos
hace observar continuamente que, para la conciencia que los forjó,
el mundo se revelaba como un todo orgánico. En sumerio, a
significaba aguas, pero significaba igualmente "esperma,
concepción, generación". En la glíptica mesopotámica, por
ejemplo, el agua y el pez simbólico son los emblemas de la
fecundidad. Todavía en nuestros días, entre los primitivos, el agua
se confunde (no siempre en la experiencia corriente, pero
regularmente en el mito) con el semen viril. En la isla de Wokuta,
un mito recuerda cómo una muchacha perdió su virginidad por que
dejó que la lluvia tocase su cuerpo; y el mito más importante de la
isla Trobriand revela que Bolutukwa, la madre del héroe Tudava,
se hizo mujer a consecuencia de algunas gotas de aguas caídas de
una escalinata. Los indios prima de Nuevo México tienen un mito
semejante: una mujer muy hermosa (la tierra madre) fue fecundada
por una gota de agua caída de una nube.
Cosmogonías acuáticas
Aunque separados en el tiempo y en el espacio, estos hechos
constituyen, sin embargo, un conjunto de estructura cosmológica.
El agua es germinativa, fuente de vida, en todos los planos de la
existencia. La mitología india ha popularizado en múltiples
variantes el tema de las aguas primordiales, sobre las cuales flotaba
Naravana, cuyo ombligo hacía brotar el árbol cósmico. En la
tradición puránica, el árbol está sustituido por el loto, en medio del
cual nace Brahma. Sucesivamente aparecen otros dioses (varuna,
Prajapati, Purusha, etc.) -fórmulas que expresan el mismo mito
cosmogónico, pero las aguas permanecen. Mas tarde, esta
cosmogonía acuática se convierte en un motivo corriente en la
iconografía y el arte decorativo: la planta o el árbol se eleva de la
boca o del ombligo de un Yaksas (personificación del agua
fecunda), de las gargantas de un monstruo marino (makara), de un
caracol o de una "vasija llena" -pero nunca directamente de un
símbolo que representase a la tierra. Pues, como hemos visto, las
aguas preceden y sostienen a toda la creación, a todo
establecimiento firme, a toda manifestación cósmica.
Las aguas sobre el Narayana flotaba en una beata despreocupación
simbolizan el estado de reposo y de indiferenciación, la noche
cósmica. Incluso Narayana dormía. Y de su ombligo, es decir, de
un centro toma vida la primera vida cósmica: el loto, el árbol,
símbolo de la ondulación universal, de la savia germinativa, pero
somnolienta, de la vida de donde la conciencia todavía no se ha
desprendido. La creación entera nace de un receptáculo y se apoya
en él. En otras variantes, Vishnú, en su tercera reencarnación (un
jabalí) desciende a las profundidades de las aguas primordiales y
saca a la tierra del abismo.
La tradición de las aguas primordiales de las que nacieron los
mundos se encuentra en un número considerable de variantes en
las cosmogonías arcaicas y "primitivas".
Hilogenias
Arriba, derecha, "Los caballos de Neptuno" (1892),
por Walter Crane.
Puesto que las aguas son la matriz universal en la que subsisten
todas las virtualidades y prosperan todos los gérmenes, es fácil
comprender los mitos y las leyendas que hacen derivar de ellas al
género humano o a una raza particular. En la costra sur de Java, se
encuentra un segara anakkan, un "mar de los niños". Los indios
del Brasil se acuerdan todavía de los tiempos míticos, "cuando se
encontraban todavía en el agua". Juan de Torquemada,
describiendo las ilustraciones bautismales de los recién nacidos en
México, nos conservó algunas de las fórmulas con las cuales se
consagraba al niño a la diosa del agua Chalchihuitlicua
Chalchiuhtlatonac, considerada como su verdadera madre.
Antes de sumergirlo en agua, se decía: "Toma esta agua, pues esta
diosa es tu madre. Que este baño te lave de los pecados de tus
padres..." Después, tocando la boca, el pecho y la cabeza con agua,
se añadía: "Recibe, niño, a tu madre, la diosa del agua". (...)
Muchas creencias de esta clase están contaminadas por la
concepción de la tierra madre y por el simbolismo erótico de la
fuente. Pero bajo estas creencias, como bajo todos los mitos de la
descendencia de la tierra, de la vegetación, de la piedra,
encontramos la misma idea fundamental: la vida, es decir, la
realidad, se encuentra concentrada en una sustancia cósmica de la
que deriva, por descendencia directa, toda forma viviente. Los
animales acuáticos, sobre todo los peces y los monstruos marinos,
se convierten en emblemas sagrados, porque sustituyen e la
realidad absoluta concentrada en las aguas.
El agua de la vida
Símbolo cosmogónico, receptáculo de todos los gérmenes, el agua
se convierte en sustancia mágica y medicinal por excelencia; cura,
rejuvenece, asegura la vida eterna. El prototipo del agua es el
"agua viva" que la especulación ulterior proyectó a veces en las
regiones celestes -del mismo modo que existe una soma celeste, un
homa blanco en el cielo, etc. El agua viva, las fuentes de la
juventud, el agua de la vida, etc. Son fórmulas míticas de una
misma realidad metafísica: en el agua reside la vida, el vigor y la
eternidad. Esta agua, naturalmente no es accesible a cualquiera y
de cualquier manera. Está guardada por monstruos. Se encuentra
en territorios difíciles de alcanzar, en posesión de demonios o de
divinidades, etc. El camino hacia su fuente y la obtención del
"agua viva" implica una serie de consagraciones y de pruebas,
exactamente como en búsqueda del árbol de la vida. El "río sin
edad" se encuentra cerca del árbol milagroso del que habla el
Kausitaki Upanisad, 1, 3. Y en el Apocalipsis(22, 1-2) los símbolos
se encuentran lado a lado: "Me mostró el río y el agua de la vida,
límpida como el cristal, que surge del trono de Dios y del
cordero...Y en las dos orillas del río crece el árbol de la vida"
(Ezequiel 47).
El agua viva rejuvenece y da la vida eterna; toda agua por un
proceso de participación y de degradación, que se nos presentará
más claramente en el transcurso de esta obra, es eficiente, fecunda
medicinal. Todavía en nuestros días, en Cornualles, los niños
enfermos son sumergidos tres veces en el pozo de san Mandrón.
En Francia el número de ríos y manantiales con propiedades
curativas es considerable. Hay también fuentes benéficas sobre el
amor. Aparte de estas fuentes, otras aguas poseen un valor en la
medicina popular. En la India, las enfermedades son proyectadas
en las aguas. Y para cerrar esta revisión sumaria de las virtudes
maravillosas de las aguas, recordemos el papel del "agua no
comenzada", en la mayoría de los sortilegios y de las meditaciones
populares. El agua no comenzada, es decir la de una vasija nueva,
no profanada por el uso cotidiano, concentra en sí las valencias
germinativas y creadoras del agua primordial. Cura, porque en
cierto sentido rehace la creación. En el caso de la terapia popular
con el agua "no comenzada", se busca la regeneración mágica del
enfermo por el contacto con la sustancia primordial; el agua
absorbe el mal gracias a su poder de asimilación y de
desintegración de todas las formas.
Simbolismo de la inmersión
La purificación por el agua posee las misma propiedades; en el
agua todo se disuelve, toda forma se desintegra toda historia es
abolida; nada de lo que existió anteriormente subsiste, ningún
perfil, ningún signo, ningún acontecimiento. La inmersión equivale
en el plano humano a la muerte, y el plano cósmico a la catástrofe
(el diluvio) que disuelve periódicamente el mundo en el océano
primordial. Desintegrando toda forma y aboliendo toda historia, las
aguas poseen esa virtud de purificación, de regeneración y de
renacimiento; porque lo que es sumergido en ellas muere, y al
volver a salir de las aguas, es semejante a un niño sin pecado y sin
historia, capaz de percibir una nueva revelación y de comenzar una
nueva vida propia.
Las aguas purifican y regeneran porque anulan la historia,
restauran la integridad auroral. El mismo mecanismo ritual de la
regeneración por las aguas explica la inmersión de la estatua de las
divinidades en el mundo antiguo. El ritual del baño sagrado era
practicado habitualmente en el culto de las grandes diosas de la
fecundidad y de la agricultura. Las fuerzas agotadas de la divinidad
se reintegraban así, asegurando una buena cosecha (la magia de la
inmersión provoca la lluvia) y la fecunda multiplicación de los
bienes. El 27 de marzo tenía lugar el baño de la madre frigia,
Cibeles La inmersión de estatua bien se hacía en un río, bien en un
estanque. El baño de Afrodita era conocido en Pafos y los
lutróforos de la diosa Sicyone nos son descritos por Pausanias. El
ritual era frecuente en el culto de las divinidades femeninas
cretences y fenicias como entre las varias tribus germanas. La
inmersión del crucifijo o de la estatua de la virgen María y de los
santos, para conjurar la sequía y obtener la lluvia, se practicaba en
el catolicismo desde el siglo XIII y se continúa, a pesar de la
resistencia eclesiástica, hasta los siglos XIX y XX.
Simbolismo del diluvio
Las tradiciones de diluvios se enlazan casi todas con la idea de la
reabsorción de la humanidad en el agua y con la institución de una
nueva época, con una nueva humanidad. Delatan una concepción
cíclica del cosmos y de la historia: una época es abolida por la
catástrofe y una nueva era comienza, dominada por hombres
nuevos. Esta concepción cíclica queda confirmada también por la
convergencia de los mitos lunares con los temas de la inundación y
de diluvio, pues la luna es por excelencia el símbolo del devenir
rítmico de la muerte y de la resurrección. Así como las fases
lunares gobiernan las ceremonias de iniciación -cuando el neófito
muere, a fin de resucitar- del mismo modo la luna se encuentra en
estrecha conexión con las inundaciones y el diluvio que aniquilan a
la vieja humanidad y preparan la aparición de una humanidad
nueva.
No tenemos que insistir en este capitulo en la concepción cíclica de
la absorción en las aguas, concepción que se encuentra en la base
de todos los Apocalipsis y de los mitos geográficos (la Atlántida,
etc.). Queremos subrayar el carácter universal y la coherencia de
los temas míticos neptunianos. Las aguas preceden a toda creación
y la reabsorben periódicamente a fin de refundirla en ellas, de
purificarla, enriqueciéndola al mismo tiempo con nuevas letencias,
regenerándola. La humanidad desaparece periódicamente en el
diluvio o e la inundación a causa de sus pecados. Nunca perece
definitivamente sino que reaparece bajo una nueva forma,
volviendo a tomar el mismo destino, esperando el retorno de la
misma catástrofe que la reabsorberá en las aguas.
No sé si se puede hablar de una concepción pesimista de la vida.
Es más bien una visión resignada por la intuición misma del
conjunto agua-luna-devenir. El mito del diluvio, con todas sus
implicaciones, revela cómo la vida puede ser valorizada por otra
conciencia humana; "vista" desde el nivel neptuniano, la vida
humana aparece como una cosa frágil que hay que reabsorber
periódicamente, porque el destino de todas las formas es disolverse
a fin de poder reaparecer. Si las formas no fuesen regeneradas por
su reabsorción en las aguas, se deteriorarían sus posibilidades
creadoras. Las maldades acabarían por desfigurar a la humanidad;
vaciada de los gérmenes y de las fuerzas creadoras, la humanidad
se resquebrajaría decrépita y estéril. En lugar de la regresión lenta
en formas subhumanas, el diluvio trae la reabsorción instantánea
en las aguas, en las cuales los pecados son purificados y de las
cuales nacerá la nueva humanidad, regenerada.
Síntesis
Así todas las valencias metafísicas y religiosas de las aguas
constituyen un conjunto de una coherencia perfecta. A la
cosmogonía acuática corresponden las hilogenias, las creencias en
que el género humano nació de las aguas. Al diluvio o al
sepultamiento de los continentes en las aguas corresponde, en nivel
humano a la segunda muerte del alma o a la muerte ritual,
iniciática del bautismo. Pero, tanto en el nivel cosmológico como
en el nivel antropológico, la inmersión en las aguas no equivale a
una extinción definitiva, sino únicamente a una reintegración
pasajera en lo indistinto, a la que sucede una nueva creación, una
nueva vida, o un hombre nuevo, según que nos encontremos frente
a un momento cósmico, biológico o soteriológico. Desde el punto
de vista de la escritura, el diluvio es comparable al bautismo y la
libación funeraria o el entusiasmo ninfoléptico a las lustraciones de
los recién nacidos o a los baños rituales primaverales que
proporcionan la salud y la fertilidad.
Cualquiera sea el conjunto religioso en que se presentan, las
funciones de las aguas se muestran siempre igual: desintegran,
lavan los pecados, purificando y regenerando al mismo tiempo. Su
destino es preceder a la creación y reabsorberla, no pudiendo
rebasar nunca su propia modalidad, es decir, no pudiendo
manifestarse en "formas". Las aguas no pueden rebasar la
condición de los virtual, de los gérmenes y de las latencias. Todo
lo que es forma se manifiesta por encima de las aguas,
desprendiéndose de las aguas. Recíprocamente, apenas
desprendida de las aguas, dejando de ser virtual, toda forma cae
bajo la ley del tiempo y de la vida; adquiere límites, conoce la
historia, participa en el devenir universal, se corrompe y termina
por vaciarse de su sustancia, si es que no se regenera por
inmersiones periódicas en las aguas, si no se repite el diluvio
seguido de la cosmogonía. Las lustraciones y las purificaciones
rituales con el agua tienen por finalidad la actualización fulgurante
de aquel tiempo, in illo tempore, cuando tuvo lugar la creación;
son la repetición simbólica del nacimiento de los mundos o del
hombre nuevo. Todo contacto con el agua, cuando es practicado
con una intención religiosa, resume los dos momentos
fundamentales del ritmo cósmico: la reintegración en las aguas y la
creación. (*)
(*) Fuente: Mircea Eliade, "Las aguas y el simbolismo acuático", en Tratado de Historia de las religiones, Ciudad de México, Biblioteca Era, 1972, pp.178-200.
Un delfín danza en el mar, largo pensamiento de agua. (Foto Beatriz Siciliano)
FUENTE:
© Revista KENOS. Número 3. 2003 Dirección Esteban Gerardo
http://www.temakel.com/trtressaguasmeliade.htm
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