el ensayo en diálogo
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El ensayo en diálogo. Hacia una lectura densa del ensayo
Liliana Weinberg (CIALC, Universidad Nacional Autónoma de México)
La línea de trabajo que estoy desarrollando en la actualidad procura proponer una lectura densa
del ensayo, en cuanto se trata de una forma textual en clave de diálogo que reproduce formas de
sociabilidad intelectual y que a su vez, a través de su capacidad para la intermediación entre
discursos y prácticas, formaciones e instituciones, contribuye a consolidar – e incluso contribuye a
postular – un espacio de encuentro para la confluencia de líneas de pensamiento y redes de
intercambio de ideas1.
Para referirme a la noción de una “lectura densa” del ensayo partiré de una en apariencia
“modesta proposición”: todo decir es un querer decir . Sin caer en las viejas tentaciones
intencionalistas, considero, para decirlo con palabras de Tomás Segovia, que para el caso de los
textos todo decir es un querer decir , esto es, el mundo del sentido no es un ámbito de neutralidad
sino que se trata de un mundo valorado2. Los textos quieren decirnos algo, o algo dijeron que no
podemos perder, o están por decirnos algo, anota Borges en La muralla y los libros. Y el ensayo
es una puesta en práctica activa de ese querer decir, de ese diálogo del sujeto con sus semejantes,
su tiempo y su cultura, porque “hay un estilo de reaccionar a un estilo de dársenos el mundo”. Ese
querer decir permite que el texto ejerza una forma de intervención en el discurso social y medie y
1 Ésta es la propuesta que estoy desarrollando a través del proyecto colectivo bajo mi responsabilidad, “El ensayo endiálogo. Ensayo, prosa de ideas, campo literario y discurso social. Hacia una lectura densa del ensayo”, que cuenta conel apoyo del CONACYT, México. Una lectura densa del ensayo (un abordaje de thick reading que se vincula a su vezcon la noción de descripción densa del comportamiento (thick description de Gilbert Ryle retomada por CliffordGeertz), que es aquella que no sólo explica un comportamiento en sí mismo, sino que también revisa su contexto, ya
que sólo de este modo un comportamiento puede resultar significativo para un observador externo. Otro tanto ha
sucedido con el paso de la vieja historia de las ideas a la nueva historia intele ctual, que “gracias a su atención alcontexto” logró desplazar la historia de las ideas tradicional.
2
Se debe deslindar – como lo hace Jean Marie Schaeffer – entre lo que el autor quiere decir y lo que el propio textoquiere decir. En cuanto al más allá, pienso en ese horizonte epocal de sentido, en esa organización valorativa del mundoque está implícita y a la vez se hace explícita en el ensayo. Lo han expresado ya de manera insuperable Lukács y
Benjamin – quienes recogen a su vez las enseñanzas de Simmel en cuanto a la tensión entre espíritu subjetivo y espírituobjetivo – , preocupados ambos por la relación entre el alma y las formas, al hablar, por ejemplo, el primero, de larelación entre el juicio y el proceso mismo de juzgar, o bien este último al referirse a la relación entre lo poético y lo
poetizado. Al respecto, para el caso del ensayo examinado con perspectiva hispano- o latinoamericanista, el concepto
de cultura actúa precisamente como el gran tema instituido pero al mismo tiempo como instituyente (me apoyo aquí
en la distinción que marca proverbialmente Castoriadis). Véase en esa línea el trabajo de Roberto González Echevarría
(2001).
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articule distintas nociones, debates, ideas fuerza. Ese querer decir otorga al ensayo una necesaria
orientación que hace a su configuración en cuanto despliegue de sentido.
Apelaré a otra expresión, fuertemente paradójica, de Segovia, para mostrar que “el
contenido de un texto está fuera de él”. El ensayo trae a presente, representa, recrea las condiciones
de diálogo y respuesta con un determinado estado de cosas. Es fundamental para el ensayo la
necesidad de recuperar, restaurar – o incluso detonar – las condiciones del diálogo inteligente e
inaugurar nuevos circuitos de conversación que a su vez doten de sentido a las palabras. Es así
como para entender el ensayo debemos llevar a cabo dos operaciones a la vez: tanto la lectura del
propio texto como su inscripción. El ensayo representa así simbólicamente las condiciones de
diálogo y encuentro en una comunidad imaginada cuyas condiciones el propio ensayo contribuye
a representar, postular, recrear, conjeturar, restaurar, simbolizar.
De este modo, lejos de que podamos pensar en un punto primero de origen, en un gesto
unilateral por el cual un sujeto se decide a ver su objeto y comunicar sus descubrimientos, se trata
– para evocar las propuestas de Bajtin – de un encuentro dialógico, responsivo y responsable por la
palabra. Esto nos lleva a asomarnos a una cuestión mayor: la intencionalidad de todo acto de
sentido. A este respecto acabo de presentar un trabajo sobre la obra de Octavio Paz, donde sostengo
que uno de sus grandes aportes éticos y estéticos ha sido precisamente esta permanente dotación
de sentido al mundo. En efecto, la actitud de quien ensaya es la actitud de quien pone en valor,
quien intenta dar sentido al mundo y a su propio decir con relación a él.
El ensayo toma la palabra en un mundo bañado por el lenguaje. De este modo, cada vez que
he procurado describir un texto me he visto llevada a reconocer que su decir se inscribe en una
densa red de textualidades que él, a su vez, reconfigura. El ensayo, prosa mediadora entre la prosa,
ingresa en un espacio de diálogo y encuentro, esto es, en un espacio en que se da una búsqueda
entre valor y sentido, cuyas condiciones él mismo re-presenta, re-piensa, re-interpreta, re-
configura. Pero a la vez, en cuanto discurso en segundo grado (Chiampi), su forma de mediación
está dada y autorizada por la especificidad de su propia forma.
Es así como, sin dejar de reconocer la posibilidad de estudiar la configuración de sentido
del propio texto, su autonomía relativa y su organización – el texto ensayístico manifiesta densidad
sintáctica y semántica, reglas de estructuración y representación artística, recurrencia de ciertas
estrategias discursivas, rasgos formales y estilísticos – no podemos tampoco dejar de afirmar que
es posible descubrir en el texto constelaciones de sentido que lo habitan y atraviesan, así como
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estructuras elementales de sociabilidad y estructuras de sentimiento que se encuentran a la vez
dentro y fuera de él, que preexisten a un ejercicio de intelección y a la vez son reinterpretadas por
él. El ensayo es, por una parte – como lo marca Nelson Goodman para toda obra artística – , ejemplo
de sí mismo y de su decir; pero el ensayo es también ejemplo de su propio quehacer, performación
de un acto de intelección responsable y generadora de nuevos significados.
Y sin dejar tampoco de reconocer que en el ensayo hay un permanente reenvío a la presencia
del autor como garante del sentido, no podemos caer en un intencionalismo inocente. Es también
necesario considerar la inserción específica del quehacer ensayístico en tradiciones artísticas y de
pensamiento, convenciones literarias y tomas de posición estéticas, redes y horizontes discursivos,
así como su enlace con estilos del pensar y procesos de simbolización con los cuales entra en
diálogo implícito. Ya Marc Angenot, en La parole pamphlétaire, mostró cómo es necesario, para
caracterizar el ensayo, hacerlo como uno de los miembros de esa organización dinámica y en plena
ebullición que es la de la prosa no ficcional.
Algunos de los elementos básicos que he trabajado en mis propios estudios del ensayo son,
en primer lugar, la puesta en evidencia de una intencionalidad del texto sólo comprensible si lo
colocamos en el entramado de prácticas de intercambio simbólico de ideas, estructuras de
sentimiento y sociabilidad, formas discursivas, horizontes ético-jurídicos con los que entra en
diálogo. Es así como me interesa evitar leer el texto de manera atomizada o reducirlo a las
intenciones del autor, e insisto en la necesidad de a tender a las redes y “estructuras elementales de
la sociabilidad”, un término adoptado por autores como Jean-François Sirinelli, Michel Winock o
François Dosse. Este último se pregunta cómo se da el fenómeno de transmisión de ideas, de
vectores de pensamiento, de sistemas más o menos conformados, hacia la sociedad3.
Por otra parte, es necesario atender al engaste o inscripción del texto en distintos marcos
discursivos, ya que, como dice Roberto González Echevarría – autor con quien yo misma entraré
en diálogo en este trabajo – “el ensayo, como práctica literaria, no tiene engaste genérico propio,
3 Jean-François Sirinelli, Comprendre le XXè siècle français, Paris, Fayard, 2005, pp. 20 ss. Según el primero de ellos,estudiar en particular las representaciones intelectuales conduce a trazar una especie de “electroencefalograma de lasgrandes corrientes ideológicas que han recorrido una sociedad”, así como a hacer también un “electrocardiograma delas grandes palpitaciones de una comunidad”. Y si todo esto ya es suficientemente complejo para pensar procesos quese dan, para seguir con este caso, en Francia, ¿cuál es la relación entre el electroencefalograma intelectual y el
electrocardiograma social en países como los nuestros, donde la producción intelectual de los grupos cuya postura se
confronta con modelos de legitimidad propios del primer mundo entran en una atormentada relación que pocas veces
se manifiesta como acuerdo o representatividad plena y muchas veces como desacuerdo, tensión, heterogeneidad,
desgarramiento, escisión, respecto de la sociedad?
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por lo tanto tiene que declararlo, asumirlo y actuarlo como parte de su mismo proceso de
enunciación”4.
Otro tema que considero fundamental para la comprensión del ensayo es el de la relación
entre cuestiones literarias y jurídicas, en torno a los problemas de representación y legitimidad. A
este respecto, me interesa la posibilidad de trasladar al campo latinoamericano el tipo de abordajes
que está realizando Gisèle Sapiro para el caso de los escritores franceses. En particular, temas como
los de responsabilidad, buena fe y compromiso con la verdad propios del escritor deben examinarse
como construcción histórica y como reinterpretación de cuestiones jurídicas que se dan en el seno
del campo intelectual, y están ligadas a su vez, por ejemplo, a problemas como la libertad de
expresión, la libertad de prensa, los derechos de autor, los circuitos de circulación de las ideas y el
rejuego de las empresas editoriales y las instituciones políticas y culturales.
Por fin, en un esfuerzo por descubrir algo que llamé “la caja negra del ensayo”, esto es, unamatriz de sentido que nos dé la clave de lectura del texto y de su propia interpretación del contexto,
recupero esa categoría fundamental que es el “cronotopo” bajtin iano, y que ha permitido tomar
conciencia de que en el texto se encuentran centros organizadores del sentido que a su vez
garantizan una conexión esencial de relaciones temporales y espaciales asimiladas artísticamente
en la literatura. Pero por mi parte, y desde la experiencia propia, deseo remarcar y desarrollar dos
elementos implícitos en la noción de cronotopo bajtiniana: los aspectos social y jurídico, que insisto
es necesario subrayar y explicitar. Recordemos que para Bajtin el cronotopo determina la unidad
artística de la obra literaria en sus relaciones con la realidad, “y siempre incluye un momento
valorativo”. Me permito enfatizar que la noción de cronotopo permite tender un puente no sólo
entre el mundo creador del texto y el mundo representado en el texto, sino también entre el mundo
representado y el propio proceso de representación, intelección, interpretación propios del ensayo.
Como mostró genialmente Theodor W. Adorno, el ensayo representa no sólo el mundo sino el
proceso mismo de representar ese mundo. Creo que se hace justicia al legado de Bajtin al recordar
que, si bien el propio término nos refiere a tiempo-espacio, el cronotopo incluye un ineludible
aspecto social, valorativo. Insisto en la necesidad de remarcar el sentido de lo social y jurídico
implícitos en el espacio-tiempo bajtiniano.
4 La decisión respecto de “a qué tipo de discurso se va a adherir de manera parasitaria un ensayo es fundamental parasu cabal comprensión” (González Echevarría 68-69).
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Y precisamente entre las muchas manifestaciones del cronotopo que identifica Bajtin, me
interesa muy particularmente la que se refiere al “encuentro”. Considero que el ensayo nos envía y
a la vez traduce simbólicamente un espacio-tiempo social de encuentro. Lo representa, pero a la
vez lo instaura, lo postula, ya que esta posibilidad de diseñar un ámbito donde pensar lo público es
fundamental en este tipo de textos.
La lectura del ensayo que emprendo se propone atender así a la relación entre la
constelación significativa del texto y sus reglas de estructuración con el mundo del autor y del
lector (aquello que Said considera el paso de una filiación a una afiliación del autor); social (formas
de sociabilidad intelectual y artística, recuperables a través de la lectura de cartas, la evocación de
encuentros, debates, conferencias, integración de asociaciones y sociedades literarias, etc.);
fenómenos ligados a las “sociedades de discurso” y “estructuras de sentimiento” de distintas épocas
así como a las formaciones e instituciones propias del campo literario (editoriales, archivos,
bibliotecas, revistas), e incluso artístico (problemas de representación artística, de técnica y de
estilo presentes en el ámbito de la plástica, la arquitectura, la música etc.), que pueden ponerse en
relación con problemas de representación y estilo literario.
Este vínculo del ensayo con ciertas condiciones de producción concreta y prácticas de
sociabilidad intelectual nos muestra la relación del quehacer del ensayista con los aspectos
materiales y sociales de la escritura, así como también su inscripción en un marco de discursividad
social y su inserción en redes de debate y códigos intelectuales y artísticos con los que el ensayo
entra en diálogo5.
Lejos entonces de contemplar las operaciones del ensayista como estrategias ligeras, y lejos
de someter la lectura del ensayo a un proceso de lectura delgada, propongo contemplarlas en toda
su complejidad como ligadas a una visión de mundo y a un horizonte epistémico, ético y estético
con que el autor entra en diálogo a través del ensayo y que sólo puede descubrirse a través de una
interpretación densa. Propongo ver también las operaciones ensayísticas como ligadas a la
5 Hemos dado en llamar a todo esto el lado de acá del ensayo, esto es, su vínculo con dichas condiciones de produccióny prácticas de sociabilidad intelectual que hacen a la materialidad de la escritura así como también a su inscripción en
un marco de discursividad social y su inserción en redes de debate, crítica y creación intelectuales y artísticos con losque el ensayo entra en diálogo. Pero tampoco debemos incurrir en el riesgo de reducir la lectura del ensayo a
condicionantes materiales y sociales de producción. En efecto, existe además un lado de allá que es posible vislumbraren la lectura de los textos que hace a las condiciones de comprensión e interpretación de los mismos: se trata de la
relación del ensayo con el horizonte de inteligibilidad de su época, con lo nombrable y lo pensable propios de cada
etapa intelectual, con el sistema de valores y normas que el ensayo reinterpreta.
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comunicación intersubjetiva, el papel de mediación que adopta el escritor y al establecimiento de
vínculos sociales sobre la base de un diálogo intelectual. El propio ingreso de lecturas y citas se da
en el ensayo bajo la forma del diálogo y el debate intelectual, a la vez que estos últimos adquieren
en él la forma del diálogo6.
Por fin, deseo añadir un último componente, que atañe a la relación estrecha y de doble
implicación de aquello que en términos de Castoriadis podemos llamar lo instituyente y lo
instituido. De este modo, incluso para que podamos referirnos a ese recorte que se ha denominado
“ensayo latinoamericano”, su propia caracterización como tal implica ya la asunción de una serie
de rasgos compartidos que se apoyan a su vez en otro concepto que actúa como instituyente e
instituido a la vez: el concepto de cultura. Dicho concepto ha sido tratado y actúa en dos niveles a
la vez, como continente y como contenido, como aval de un discurso que a su vez lo avala, en
permanente doble implicación. En los últimos años hemos asistido a la puesta en crisis de ese
concepto, sobre todo en lo que hace a una interpretación sustancialista del género, en favor de una
intensa problematización de sus supuestos, así como a la emergencia de un nuevo archipiélago de
enfoques relacionales.
En lo que sigue procuraré analizar algunos ejemplos de ello, a partir del paso entre dos
momentos de sentido: el que denominé, inspirada en una de las colecciones del Fondo de Cultura
Económica, “el ensayo en tierra firme” y, en un recorrido inverso al via je de descubrimiento de
América, a ese archipiélago relacional, conjunto siempre inestable y en permanente
reconfiguración, que denominé también, tomando la expresión de Juan José Saer, “el género sin
orillas”.
El ensayo en tierra firme
6 De este modo se afirma que para una comprensión del ensayo debe atenderse tanto a lo que Delcroix y Hallyn llaman
la “descripción” como la “inscripción” del texto, esto es, debe atenderse tanto a la propia configuración textual, a sudecir, a su carácter de ejemplo de sí mismo, así como también a su querer decir , a su inscripción en el horizonte deldiscurso social, de modo tal que, para el caso del ensayo y de la prosa no ficcional en general, es preciso orientarse no
sólo a la organización del entramado textual, sino a ese más acá y ese más allá en que se inscribe y que a su vez esrepresentado en el propio ensayo dando lugar a un ejercicio de representatividad. He propuesto que el ensayo traduce
estos elementos en una especie de “caja negra” o clave de lectura que representa la propia interpretación que se estállevando a cabo, puesto que, como ha dicho Adorno, el ensayo no sólo representa al mundo sino a su propio procesointerpretativo. Me ha interesado así estudiar, para decirlo con Derrida, esa “ley del género”, ese momento deconfluencia de lo literario y lo jurídico, por la que el propio ensayista habilita la inscripción de su decir en la obra.
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Con esta imagen he designado al momento de normalización del ensayo como forma del quehacer
intelectual en América Latina, vinculado a la firma de un nuevo contrato de intelección entre las
nociones de literatura, cultura y lectura, que a su vez acompañó a un rico momento de fundación
de instituciones también consideradas culturales. El concepto de cultura se convirtió en un concepto
clave, que se movía en dos niveles a la vez. Para decirlo con Raymond Williams, “Cultura [podía
entenderse] como un modo de vida particular, cultura [pero también] como la expresión de un
modo de vida particular y [además como] cultura como un método de reconstituir ese modo de vida
particular”. Los antecedentes de este proceso pueden rastrearse ya en el Ariel de Rodó, de 1900,
donde, una vez más evocando a González Echevarría, se da una compleja operación de regreso al
modelo del diálogo platónico como subtexto al que apela el maestro, quien a su vez toma la palabra
y toma la voz en su nombre. Este primer modelo, que tuvo una admirable expansión en
Hispanoamérica, encontrará ya un interesante primer momento de reinterpretación en “La utopíade América” de Pedro Henríquez Ureña y en el momento de recepción de la obra del primero por
parte de José Carlos Mariátegui: un encuentro en el año clave de 1928 en que el autor de los Siete
ensayos reseña la obra del autor de los Seis ensayos7. El proceso alcanza visibilidad con la obra de
Alfonso Reyes, y su propia definición del ensayo y la articulación del género con un proyecto
editorial, el del FCE, y con un momento de expansión de las grandes revistas culturales, como
Cuadernos Americanos y Sur , un momento culminante, hacia los años cuarenta, con la aparición
de libros como el de Medardo Vitier sobre El ensayo americano y Mariano Picón-Salas sobre
América Latina.
El ensayo ofreció entonces una solución simbólica a la necesidad de los intelectuales de
fundar un lugar de articulación entre pensamiento y acción. Al hablar del ensayo en tierra firme me
he referido a un momento singular en el ensayo y la intelectualidad latinoamericana, en cuanto no
sólo se normaliza el género sino que también se normaliza una forma de la articulación del
intelectual con la sociedad y las instituciones del Estado a través del libro, la revista y la industria
7 José Carlos Mariátegui fue uno de los intelectuales que con mayor claridad vieron el papel que el libro y la biblioteca
desempeñaban en ese momento. En Temas de nuestra América (1928), muestra el posible vínculo entre cultura yliteratura: “La identidad del hombre hispano-americano encuentra una expresión en la vida intelectual. Las mismasideas, los mismos sentimientos circulan por toda la América indo-española. Toda fuerte personalidad intelectual
influye en la cultura continental. Es absurdo y presuntuoso hablar de una cultura propia y genuinamente americana en
germinación, en elaboración. Lo único evidente es que una literatura vigorosa refleja ya la mentalidad y el humor
hispano-americanos. Esta literatura – poesía, novela, crítica, sociología, historia, filosofía – no vincula todavía a los pueblos; pero vincula, aunque no sea sino parcial y débilmente, a las categorías intelectuales”.
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editorial. Es fundamental el lugar que ocupa en este caso el concepto de cultura, la noción de
inteligencia, el modelo de la conversación culta y la figura del maestro: la voz del maestro. Dicho
concepto avala el quehacer interpretativo de la inteligencia hispanoamericana y es avalado por ella.
Como dice Roberto González Echevarría, “a través del ensayo la cuestión de la identidad
cultural, es decir, la formulación de un concepto de cultura que sostenga la idea de una literatura
latinoamericana, reúne la política y el pensamiento social y político en general” (15). Por otra parte,
decir que el ensayo alcanzó su tierra firme significa que se establece ya una ética del propio campo
intelectual, diferente de la de otras esferas, como lo mostró Gisèle Sapiro para el caso francés en
esos mismos años8, cuando los hombres de letras desarrollan una ética profesional diferente de la
responsabilidad penal, al reclamar para sí valores propiamente intelectuales, que han
universalizado, como la verdad y la belleza.
La noción de responsabilidad se convierte en elemento clave para la legitimación del género
y la práctica de sociabilidad con que se articula y que a la vez lo sustenta y se sustenta en él. El
cronotopo del encuentro intelectual y el ejercicio de responsabilidad de la inteligencia resulta aquí
fundamental. Sostengo que este momento coincidió, en el más acá, con la “ventana de
oportunidad” de una cierta apertura de entendimiento entre la inteligencia y el Estado, que a su vez
coincidió con la posibilidad de ampliar el espacio de interés público y contribuyó a reforzar ciertas
condiciones culturales tales como, por ejemplo, la posibilidad de expansión de la industria del libro
y el paso del eje de la lengua de España a América, con el crecimiento de los niveles de
alfabetización, la expansión de las capas medias y el fortalecimiento de instituciones como la
escuela y la biblioteca. Se trata de un momento riquísimo, que coincide con la segunda guerra y la
primera posguerra, antes de que avance el congelamiento de posiciones propio de la guerra fría, en
el cual se redefine la relación entre el ensayo, la ética y lo jurídico, de modo que la “autonomía
literaria” se repiensa también a partir de la idea de responsabilidad individual y colectiva. El
ensayista hace de la responsabilidad y la buena fe en el ejercicio de la verdad una forma de
“compromiso del escritor como intelectual que defiende una causa universal”. Había así un modelo
de ensayo detrás de los ensayos concretos, como había un modelo interpretativo que se nutría
permanentemente del concepto de cultura que permitía a su vez ofrecer una narrativa integrativa
de cultura detrás de las reflexiones sobre el tema.
8 La guerra de los escritores, 1940-1953 (París, Fayard, 1999) y La responsabilidad del escritor (París, Seuil, 2011).
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La “cultura” se convierte en término clave, evocado hasta hoy, sometido a crítica hasta hoy.
En “Paradojas de la cultura”, publicado recientemente en suplemento El Ángel del periódico
mexicano Reforma, el ensayista Gabriel Zaid observa:
A mediados del siglo XX, el gabinete presidencial tenía una escolaridad promedio que apenas
llegaba a la licenciatura. Sin embargo (¡lo que es el subdesarrollo!), muchos funcionarios de
entonces creían en los libros, en el arte, en la cultura, como algo importantísimo para la vida personal
y nacional. Algunos fueron grandes escritores. Ahora hay altos funcionarios con doctorados en el
extranjero a los cuales no es fácil explicarles que la cultura sí nos importa (2).
Y dice más adelante:
La baja prioridad cultural de los modernizadores (de entonces y de ahora) no tradujo en recortar los
presupuestos educativos y culturales, que se multiplicaron, sino en administrarlos sin interés por la
cultura: para negociar con los sindicatos, gobernadores y grupos de presión… (2)
En suma, como demuestra Zaid, a pesar del alto gasto en educación, las distintas instituciones del
sector cultural no se hicieron cargo de enseñar a leer.
Y a pesar de que en América Latina hemos pasado, ya no del descontento a la promesa sino
de la esperanza al desencanto, acepto las bondades de esta etapa, aunque no quiero tampoco
idealizarla, ya que, en efecto, tuvo sus líneas de tensión, sus avances y contradicciones. Por una
parte permitió fortalecer y ampliar el espacio público a partir de una táctica escritural y una
estrategia de política cultural consistentes en la ampliación del ámbito del público lector a través
del trazado de un generoso mapa de circulación del libro (clásicos y modernos), que contemplaba
la expansión del lectorado de clase media urbana y apostaba por el círculo virtuoso libro-escuela-
ciudadanía. Ensayo, cultura y quehacer de nuestros hombres de letras se correspondían así
analógicamente a través de la exigencia de representatividad social de las representaciones
intelectuales.
Pero hubo también problemas y contradicciones en un modelo que partía del eje
hispanoamericano y, aunque se planteaba como incluyente, no logró la deseada apertura al Brasil,el Caribe, los Estados Unidos, ni tampoco logró integrar a fondo aquellas regiones, zonas,
experiencias culturales y sociales de América que se colocaban a su vez como subalternas 9.
9 En rigor, el latinoamericanismo que tuvo un surgimiento muy peculiar por parte de un sector intelectual subalterno,
representado por Francisco Bilbao, se readaptó a un modelo hispanoamericanista que no logró superar una visión
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de ellas es una respuesta, declarada o tácita, a otra obra escrita por un predecesor, un
contemporáneo o un imaginario descendiente. Nuestra crítica debería explorar estas relaciones…”
(en González Echevarría 78). A su vez González Echevarría comenta: “la cuestión no estriba sólo
en dejar de buscar definiciones del carácter de la literatura latinoamericana, sino en por qué se ha
buscado tanto definirla por parte de los escritores hispanoamericanos, inclusive Paz” (González
Echevarría 78).
En un trabajo reciente, Gustavo Guerrero pasa interesante revista a otras miradas que,
investidas con mayor malicia y perspectiva crítica, no dejan de todos modos de salvar la idea de
cultura latinoamericana: Carlos Monsiváis y García Canclini, entre otros, para quienes es
aconsejable, como lo dice García Canclini, lograr “intercalar el nombre latinoamericanos en el
diálogo global”, como “la condición para que nuestra identidad no sea leída entre comillas”.
Observa también de manera sagaz Guerrero que en buena medida fue a partir del imaginario de
Macondo como se reconfiguró “una cierta interpretación de la cultura latinoamericana como
totalidad unificada alrededor de un relato de nuestra diferencia, cuyo fundamento es el realismo
mágico”.
En el caso de Monsiváis, añade Guerrero que lo latinoamericano no es “un sustrato cuasi
metafísico de una identidad colectiva y esencial” que “expresaría nuestra irreductible diferencia
cultural de cara a la modernidad” sino que nos asocia a “un sinnúmero de problemas econó micos,
políticos, sociales y ecológicos que se plantean hoy más allá o más acá de las naciones. En este
sentido, hablar de una cultura latinoamericana significa referirse menos a una etiqueta que a un
foro abierto donde se dirimen y se gestionan nuestras semejanzas y diferencias no solo de cara al
pasado sino también frente al porvenir”.
El género sin orillas
Por razones de espacio daré un salto realmente mortal para acercarme a algunos ejemplos
provenientes del ensayo en nuestros días, en los que se retoman, refrasean y repiensan muchas de
estas cuestiones. Podemos referirnos, como dije, al paso del “ensayo en tierra firme” con afán
generalizador e integrador, al archipiélago de particularidades o al género “sin orillas fijas”. Por
empezar, el concepto de cultura como entidad monolítica capaz de reconciliarse con un proyecto
civilizatorio ampliado, pero que elude cuestiones de subalternidad o cultura popular, ha sido puesto
en duda por la obra de ensayistas como el gran crítico de arte paraguayo Ticio Escobar, quien
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además es consciente de muchos de los cambios que se viven en la región: “En el Paraguay, como
en la mayoría de los países latinoamericanos, hay déficit de Estado y de sociedad y superávit de
mercado, lo que acerca el riesgo de que, ante una contraparte dispersa y endeble, el poderoso
complejo industrial de la cultura exacerbe las desigualdades, aplaste las diferencias y termine
postergando las posibilidades alternativas de integración cultural y, por lo tanto, de movilidad y
cohesión. Si bien el propio modelo ha caído en importantes contradicciones, es particularmente
fuerte el contrapeso de nuevos fenómenos de mercado, importación, academización etc. No
podemos negar la incidencia de otros factores, como el vaciamiento del lugar del interés público,
la desarticulación de la vida social, cuyos últimos vínculos no pueden ya resistir los embates de las
nuevas formas de mafia y terrorismo social” (Escobar 12).
Otra cuestión que hoy se replantea es la obediencia a una narrativa histórica única y a
acervos de la memoria fijos, fácilmente conservables y reproducibles. En el par integrado por dos
obras, El olvido que seremos y Traiciones de la memoria, el colombiano Héctor Abad Faciolince
traduce, a través de la narración de la vida y asesinato de su padre, el olvido de este espacio común
de debate y comprensión, la pérdida de un sentido de espacio público e incluso, de manera trágica,
el castigo mortal de quienes defienden ese espacio, la implosión del proceso de modernización y
ciudadanización que, de acuerdo con las instituciones del Estado nación, permitieron alcanzar hasta
cierto grado un equilibrio y un cierto nivel de inclusión para los sectores medios. En El olvido que
seremos, una nota encontrada en el bolsillo del hombre asesinado donde se transcribe un poema de
Borges actúa como indicio de una trama de sociabilidad rota que el propio autor va a intentar
recuperar en otra obra que es complementaria de la anterior, Traiciones de la memoria, donde el
seguimiento y reconstrucción narrativa de encuentros, cartas, fotografías, evocaciones, citas,
versiones, nos permite recuperar una capa de sociabilidad fundamental dada como “complicidad
de sentido”10.
La dimensión jurídica del ensayo, ligada a las nuevas condiciones tecnológicas y sus
implicaciones en los problemas de autoría y plagio, vuelve también a aflorar hoy en muchos textos.
10 La mediación del narrador se coloca aquí como requisito para acceder a la voz de todos en peligro de borramiento.
En el “Prólogo” leemos: “Cuando uno sufre de esa forma tan peculiar de la brutalidad que es la mala memoria, el pasado tiene una consistencia casi tan irreal como el futuro […] nunca estoy completamente seguro de si estoyrememorando o inventando. Cuando vivimos las cosas, en ese tiempo ‘durante’ que llamamos presente, con ese pesodevastador que tiene la realidad inmediata, todo parece trivial y consistente y duro como una mesa o un taburete; encambio, cuando pasa el tiempo […] las cosas terminan siendo tan irreales como […] un objeto que puede existir tansolo en las palabras” (11-12).
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Así, Leonardo Padura, en “¿Se extinguirán los escritores?”, se refiere a los “problemas materiales
y subjetivos que acompañan a la mutación de nuevas tecnologías, en fenómenos que inciden
fuertemente en la industria cultural”. Una vez más el problema de autoría de una obra se toca con
problemas jurídicos: ¿quién es el autor de un texto en tiempos en que los nuevos soportes modifican
incluso las condiciones de reproductibilidad técnica que alcanzó a conocer Benjamin? Ante la
fuerte ofensiva de reproducción de ideas que da internet y a la creciente tendencia a apoderarse de
las citas y las ideas de los otros, Padura se pregunta tanto por cuestiones de autoría como por la
responsabilidad del escritor. Según el autor cubano, el repliegue del proceso de profesionalización
del escritor implica el repliegue de un tipo de especialista del decir: ¿quién será ahora el que se
dedique a hablar del amor, del dolor y la belleza? Una vez más, cuestiones ligadas a los derechos
de autor se enlazan con problemas de responsabilidad y legitimidad del decir. (Como confirmación
de ello, dos semanas después se publica en el mismo suplemento la respuesta de Gonzalo Gijón,
“Ojalá que se extingan los escritores”11).
El borramiento de límites y la superposición o incluso usurpación de funciones entre
distintas formas discursivas se pone de manifiesto en un creciente número de obras. A ello
contribuyen nuevos fenómenos como el hipertextualismo, el fragmentarismo y la deriva de líneas
de pensamiento, el reciclaje de ideas, la pulverización de citas, que se incrementan con el uso de la
computadora. “Lo que tienes entre tus manos, querido lector, es un mapa. No hay nombres propios
sino links. Territorios de búsqueda”, dice Cristina Rivera Garza en “El escritor en Ciberia”, y añade
observaciones como ésta: “La era de la globalización tendría que ser, por fuerza, la era de la
traducción. Escribir es traducir”12.
11 El punto central de Gijón es que la amenaza de que desaparezcan los escritores profesionales, es decir, los que se
sostienen económicamente de su actividad literaria, no necesariamente implica la amenaza de que desaparezca laliteratura y la capacidad imaginativa del ser humano. Muy por el contrario, en su opinión ésta será la única forma en
que se dé un renacimiento de la autenticidad en literatura.
12 “El libro que se hace hoy mismo, en algún lugar de la Pantalla Cuyo Nombre, es un libro escrito directamente entraducción. Hay alguien, sin duda, que vive en Otro Lado y, utilizando incluso palabras de su Propia Lengua, escribe
en realidad en Otroladés. […] Hubo, alguna vez, un homo psychologicus. Se trataba de ese ser humano de lassociedades industriales que construyó gruesos muros para separar lo privado de lo público y proteger así una nociónsilenciosa y profunda, individual y estable, del yo […] En su lugar se ha configurado el homo technologicus: un ser
post-humano que habita los espacios físicos y virtuales de las sociedades informáticas para quien el yo no es ni secreto
ni una hondura ni mucho menos una interioridad, sino, por el contario, una forma de visibilidad. Conectado a
digitalidades diversas, el technologicus escribe esa vida que sólo existe para que aparezca inscrita en fragmentos decirculación constante” (5).
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En nuestros días, no sólo hemos fracasado en abrir, permear o expandir ese modelo de un
ensayo en tierra firme que propuso una relación fuerte entre cultura, lenguaje y literatura, sino, muy
por el contrario, éste se ha visto puesto en crisis no sólo por sus propias contradicciones sino por
nuevos procesos de repliegue del Estado y avance de los intereses particulares en un mundo en
creciente complejización, en que asistimos a procesos que muchas veces tienen más que ver con la
Edad Media que con la modernidad avanzada, como la crisis del espacio urbano o la crisis del
modelo educativo o de la industria editorial. El espacio del nosotros se repliega a un área incierta
y frágil ligada a la diaria coexistencia, en la que se desconfía del “yo y los otros”. A estos elementos
yo añadiría la pérdida de diálogo entre diferentes actores en el campo, entre autor y tradición, entre
autor y lector, y en general, la continua posposición de un diálogo con otras culturas y
experiencias. El vaciamiento del lugar del interés público, la burocratización de zonas clave para
el despegue de la era del conocimiento, la desarticulación de la vida social, cuyos últimos vínculos
no pueden ya resistir los embates de las nuevas formas de mafia y terrorismo, resultan un desafío
a este género signado por el cronotopo del encuentro y la responsabilidad por la palabra. Todo ello
trae aparejado un fuerte resquebrajamiento de un cierto orden jurídico, un replanteo del campo
literario y su relación con el mundo social, un regreso a la precariedad de lo particular, una tentación
en ciertos autores por el trovar clus de los elegidos y una tentación en otros de acercarse a los
nuevos circuitos que van trazando las literaturas postautónomas.
La puesta en crisis del concepto de América Latina, del concepto de literatura, de la noción
de interés público, del papel de los intelectuales, de la cultura del libro, así como los nuevos
fenómenos de circulación de la palabra, han derivado también en nuevas soluciones simbólicas.
Muchos de nuestros ensayistas se abocan a pensar los nuevos escenarios y realidades. El brasileño
Renato Ortiz planteaba ya hace muchos años la pregunta por la existencia de distintas “Américas
Latinas” (44).
El argentino Carlos Altamirano se refiere a los distintos elementos que hacen a la mutación
de nuestro paisaje cultural: el advenimiento del orden mediático, la crisis de las filosofías de la
historia en las que los intelectuales habían fundado el sentido de compromiso político, los cambios
de la relación entre cultura y política, la fragmentación del conocimiento, la especialización:
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¿podrán los intelectuales “reclamar el punto de vista de la totalidad”, ante esta multiplicación de
saberes y lenguajes13?
Muchos de nuestros más grandes ensayistas se dedican así a identificar y dar nombre a los
nuevos fenómenos que se presentan. Así, en lo que atañe a nuestra discusión, Gustavo Guerrero se
refiere en “Crítica del panorama” ( Letras Libres, 2009), a la “falta de espacios de mediación”, y a
“un espacio literario sobresaturado, segmentado, confuso”, hoy atravesado, añado por mi parte, por
supercarreteras informáticas que interconectan pero también en muchos casos desvirtúan la
relación entre lo local y lo global, convertidos en versiones de lo googlobal .
Lo cierto es que los libros, dice Guerrero, “circulan mal en América Latina”, con fuerte
dispersión geográfica y debilidad de distribución a nivel continental. A ello se suman procesos de
“lectura fragmentaria, estética de lo particular, lo dispar y lo irreductible”, tal como lo señala
Guerrero, y a ello podemos añadir los nuevos procesos de “subjetivización” de la palabra. Las“dificultades para pensar un espacio literario único” derivan, como certeramente apunta Guerrero,
en mercados y consumo masivo, nichos culturales, productos más minoritarios. Paisajes
segmentados, arborescencias. Parafraseando lo por él dicho, podríamos hablar también de
“dificultades para pensar un espacio cultural único” como apoyatura para un imaginario de lo
latinoamericano, que ha derivado en múltiples respuestas ensayísticas.
“En cualquier caso”, anota también Guerrero, “lo seguro es que también será necesario que
se renueven los hábitos de lectura y que algunos críticos, periodistas y universitarios acaben
aceptando la desaparición definitiva del panorama, tal y como se le concebía hasta hace apenas
unos años: a saber, como el ilusorio espejo de una totalidad. En lugar de aquellas visiones
supuestamente totales – que, en el fondo, y como vectores de metarrelatos, siempre fueron
parciales – habrá que acostumbrarse ahora a los paisajes segmentados que elaboran las comunidades
de lectores en la red o a las arborescencias que resultan del modesto ejercicio de discernir
fragmentariamente entre un puñado de obras y autores esos rasgos de un aire de familia que varían
de individuo a individuo y que ninguno consigue agotar o resumir. Probablemente muchos vean en
ello un proyecto crítico escasamente ambicioso, pero, en realidad, tal vez no lo sea tanto. Y es que
al poner de relieve la coexistencia de estilos, temas, escrituras, formas y géneros distintos que no
13 “¿Podían ellos (los intelectuales)”, se pregunta Altamirano, “reclamar el punto de vista de la totalidad, como creíaKarl Mannheim, cuando la multiplicación de los saberes y sus lenguajes hacía cada vez más quimérica esa aspiración?”(10).
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se neutralizan ni se excluyen, acaso se esté allanando el camino para la labor de los filósofos que
hoy ven en la heterogeneidad de la creación contemporánea un modelo pluralista para pensar la
universalidad sin totalidad de las sociedades que vendrán”14.
Para cerrar mi intervención me referiré a dos obras de muy reciente aparición: el Atlas
portátil de América Latina. Arte y ficciones errantes, de Graciela Speranza, publicado en 2012 por
Anagrama, Barcelona, en su carácter de finalista del Premio de Ensayo convocado por ese mismo
sello editorial y difundido entonces a través de esos circuitos de distribución. Es así como
conocemos este libro gracias a las nuevas modalidades de selección, inversión, mercadeo,
circulación y oferta en librerías decididos por los grandes consorcios editoriales españoles. Al
mismo tiempo, la obra de Speranza se articula con otro proyecto en línea: la revista electrónica
Otra parte, revista de letras y artes15. El otro libro, Pasajes de Proteo. Residuos, límites y paisajes
en el ensayo, la narrativa y el arte latinoamericanos, de Fernando Zalamea, obtuvo hace pocosmeses el Premio de Ensayo de la editorial Siglo XXI y acaba de salir a librerías. Me llama la
atención que en ambos casos la pregunta por América Latina se traduce en una pregunta por el arte
y una respuesta apoyada en la dimensión imaginaria, pero a la vez supone el ejercicio de elaborar
una nueva cartografía imaginaria de América, alternativo al viejo mapa apoyado en una tierra firme.
Esto me recuerda una vieja observación sobre el ensayo, como aquel género que se dedica a salvar
a través de un orden estético contradicciones y cuellos de botella que no se pueden superar desde
las prácticas y saberes tradicionales.
Es así como Zalamea procura salvar la tradición crítica y creativa de América Latina desde
un nuevo lugar, poniendo en diálogo literatura, artes plásticas, música y lecturas provenientes de
la línea del ensayo en tierra firme, tomando posición crítica tanto respecto de los estudios culturales
y los neologismos por ellos acuñados como respecto de los reduccionismos identitarios y
14 Todos estos factores han dado lugar a innúmeras resoluciones simbólicas. Algunas de ellas apuestan, en esta noción
de Wittgenstein de la que se apropia un libro de ensayos de Monsiváis, a los “ Aires de familia”.
15 Así dice la presentación de la revista: “Otra Parte es una revista cuatrimestral independiente dedicada a la crítica yel ensayo sobre literatura, plástica, cine, fotografía, música, teatro y los llamados medios mixtos, a todo pensamiento
con el que estos campos confluyan o dialoguen, y a la presentación gráfica de la obra de artistas contemporáneos.
Mientras buena parte de la política se encierra en un practicismo obstinado y el pensamiento teórico gira en torno a suherencia reciente, el arte vuelve a ser la producción donde se hacen las preguntas más certeras, las más impertinentes,
y surgen configuraciones inusitadas. Quienes hacemos Otra Parte creemos que el arte y la literatura actuales sonfuentes de reflexión sobre el significado del presente, la dirección de lo venidero y las opciones al fatalismo, que las
artes están en continuo estado de alumbramiento porque no las incomoda que el presente sea incierto, y que en las
formas artísticas atisban direcciones de la vida todavía inaccesibles a otros lenguajes”.
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temporales que se aplicaron a la experiencia americana, para plantear que de todos modos es
posible rastrear procesos de dialogización y diagonalización que permitan entender el fantástico
contraste entre “implosión social y explosión creativa” y recuperar una “historia cultural” de
América Latina.
Por su parte, el ensayo de Speranza busca a su vez un ordenamiento móvil, dinámico, cuyas
piezas pueden recombinarse una y otra vez, para dar cuenta de la producción artística y literaria de
América Latina, así como de los propios presupuestos identitarios de lo latinoamericano. El
detonante del ensayo es aleatorio, y el ritmo está dado por un efecto de montaje de fragmentos,
asociación de ideas y experiencias, ensamble y desarme de mostraciones y demostraciones, que
constituye un nuevo camino respecto al modelo con que abrimos nuestra plática, esto es, un ensayo
que pisa tierra firme y se apoya en las propias nociones de cultura y devenir histórico concebidas
como integrales e integradoras.
El gesto desencadenante del ensayo es aquí la propia experiencia de extrañeza de una crítica
de arte argentina ante una exposición en el Reina Sofía, donde constata la ausencia de artistas
latinoamericanos. La autora dirige así una pregunta a sí misma:
¿Qué esperaba entonces? ¿Que hubiese forzado la selección para hacerle lugar al arte ‘periférico’,obedeciendo a la ética multiculturalista del ‘reconocimiento’ del Otro? En el reparto que la menteilustrada y sus taxonomías hicieron durante dos siglos, al arte y las ficciones de América Latina les
correspondió el lugar de la política crispada, el portento naturalizado y el disparate atroz, variedades
más o menos solapadas del exotismo colonial. Hoy, en cambio, el multiculturalismo se haconvertido en la lógica cultural del capitalismo multinacional (el capital global ya no opera con los
patrones conocidos de homogenización cultural, sino con mecanismos más complejos que exaltanla diversidad para expandir el mercado) y es preferible la omisión franca a la condescendencia
forzada… Porque si bien es cierto que en las últimas décadas el Sur entró por fin en la escena delarte contemporáneo, la ampliación del mapa global parece deberle más a la voracidad del mercado
que a las cruzadas teóricas democratizadoras del poscolonialismo, el multiculturalismo y los
estudios subalternos. El arte y la literatura latinoamericana, salvo contadas excepciones, no hanalcanzado todavía una presencia real en el atlas del arte del mundo que prescinda del rótulo
identitario (12).
La respuesta al propio desafío es la posibilidad de apelar al atlas, de apropiarse del atlas como temade reflexión, como modelo de construcción y como modelo para establecer un nuevo tipo de
diálogo con los lectores-espectadores. Es como respuesta a esta falta que Speranza construirá un
ensayo que es a su vez un atlas de permanente reenvío e infinita combinatoria. Un admirable atlas
que establece, precisamente, cruces y aires de familia:
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Atlas, archivos líquidos, mapas conjeturales, que oscilan entre la tentación de entregarse a un flujodiscontinuo de imágenes y textos que en los intervalos revelan la supervivencia de otros textos y
otras imágenes (11).
“Atlas, archivos líquidos, mapas conjeturales” apuntan a un nuevo ordenamiento simbólico de unmapa más cercano al montaje de piezas, al encuentro de fragmentos, a la posibilidad de enlaces de
sentido que a su vez replican nuevos recorridos, poéticas de la relación “que dejan ver la variedad
inagotable de lo diverso” (194) y abren a la posibilidad de nuevos órdenes de umbral y de frontera
superadores de paisajes postapocalípticos.
En contraste con la solución simbólica integradora dada por el concepto contenidista e ideal
de cultura, Graciela Speranza plantea una mirada más cercana a un enfoque relacional centrado en
las prácticas, y es así como hace su búsqueda a través del cronotopo del atlas, nuevas formas de
encuentro y diversas formas de confluencia, azarosas y a la vez necesarias, entre experiencias y
propuestas estéticas. Las reflexiones que Speranza dedica al montaje y al atlas sirven como la “caja
negra” de su propia propuesta organizadora . En una permanente puesta en diálogo y contrapunto
de imágenes y textos, el hilo conductor es la performación de su propia reflexión, y el diálogo está
representado en el estilo indirecto libre que autoriza su propia palabra. La vertebración histórica,
la vertebración en el tiempo, se ve desplazada por el predominio de lo espacial; la historia es
entonces una operación de enlace sin punto fijo, que se hace desde el interior de los fenómenos
puestos en relación.
Desde el Caribe, Édouard Glissant había planteado la necesidad de formular una “poética
de la relación” (1990). Considero que la noción de “relación” es fundamental para entender la tarea
contemporánea del ensayo, que es necesariamente un permanente esfuerzo de salvación de lo
particular y lo distinto en la vinculación entre el hombre y el mundo, lo sabido y lo por conocer, el
autor y el lector, así como también un ejercicio de mediación basado en la curiosidad intelectual y
atento a la relación abierta entre mundos.
Desde la perspectiva de este gran pensador martiniqués, es necesario postular, en contrastecon el modelo mediterráneo, el modelo del mar Caribe, el modelo del archipiélago relacional. De
este modo, lejos de afirmar para el ensayo un destino manifiesto de origen exclusivo y orientación
uniforme, prefiero hablar de las distintas formas de manifestación de un sentido, esto es, pensar las
identidades a través de formas relacionales y diversas que, en lugar de buscar cierres y síntesis no
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hagan sino mostrar la posibilidad de expansión de nuestra familia literaria como una permanente
forma de diferenciación abierta.
Este gran ensayo dedicado a dialogar con las imágenes y objetos, admite esta nueva
dimensión del mundo, ya detonada por el objeto encontrado de Duchamp, y a la vez sugiere una
nueva clave para la interpretación del propio ensayo. Las condiciones de diálogo entre ensayista y
lector se instauran a partir de un atlas, que mediatiza la relación entre las instancias, colocado como
cosa en sí que objetualiza una relación e inventa también un espacio del entre-dos.
De este modo, el “mapa del ensayo” se nos muestra hoy como archipiélago complejo,
permanentemente reconfigurado a través de una interrelacionalidad abierta y dinámica. Para
terminar, diré que algunas de las zonas más llamativas de ese archipiélago – precisamente las que
exploraremos en este volumen de encuentro – son, por ejemplo, el entre-espacio representado por
un fuerte giro subjetivo y autobiográfico, o bien los ensayos en que el autor performa y a la vez
problematiza su papel de mediador entre formas y discursos en perspectiva glocal. El ensayo
tematiza hoy también la nueva relación con el pacto autobiográfico y el pacto representativo, que
incluyen un replanteamiento de los efectos de verdad y realidad. Una de las formas más
pronunciadas de engaste en otros géneros a que hoy se asiste del ensayo es su relación con la
crónica pero también con la crítica de arte y la reflexión estética.
Hay también algunos cambios en la estrategia discursiva: de la parte por el todo, basada en
la representatividad, pasamos al todo sólo captable por la organización posible de las partes; la
evaluación cede su sitio a la descripción, la nominación y la sugestión de sentidos sobre los que la
propia ensayista bordará.
He querido cerrar con dos ejemplos de ello, que nos muestran cómo por caminos nuevos
que no pasan ya por el viejo maridaje entre cultura y utopía, se procura encontrar nuevas versiones
móviles, abiertas, relacionales, multidireccionales, de lo latinoamericano.
Del mapa cultural que garantizaba y era garantizado por la narrativa de la historia hemos
pasado a la cultura mapeada, concebida como combinatoria infinita, y sólo pasible de ser
organizada a través de atlas, cartografías o archivos móviles.
Asistimos al fin de un determinado modelo de ensayo centrado en una cierta esencialización
identitaria, apoyada en el maridaje entre cultura-historia-lengua-literatura, un maridaje que se
ocultaba ya en el laberíntico interior de la casa decadentista y modernista del Ariel . A un siglo de
distancia ¿podremos someter a análisis esta llamativa “preeminencia del concepto de cultura, su
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lugar como cimiento de todo estudio sobre literatura latinoamericana” y convertirla en objeto de
análisis y ya no de acuerdo implícito (González Echevarría 75)? Hay mucha tarea por hacer, sin
por ello recaer en soluciones fáciles como la de despachar Macondo en el mostrador de McOndo o
en destruir acríticamente el mito de origen en que nos sustentamos. Termino con una pregunta
provocativa: ¿Nos atreveremos a lidiar con el peligro de abismo, de laberinto o de eco que implica
desenmascarar la voz de los maestros, o ante la angustia que ello provoca caeremos en la nueva y
creciente tentación de poner allí la voz escéptica de Borges, a riesgo de cosificarla, a riesgo de
esencializarla, hasta convertirla en la nueva marca de nuestra literatura?
Obras citadas
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---. Traiciones de la memoria. Madrid: Alfaguara, 2010.Coronil, Fernando. “La política de la teoría: El contrapunteo cubano de la transculturación.” En
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