dom ord 5 c

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Ciclo C

El mensaje más importante hoy es sobre la llamada de Dios. En las tres lecturas encontraremos la llamada de Dios al profeta Isaías, a san Pablo y en el evangelio a san Pedro.

Primero va a pedirle un poco para luego darle más. Primero le pide la barca para poder mejor predicar a la muchedumbre que estaba junto al lago.

Ahora va a ser la llamada definitiva.

Dios no es un ser lejano, sino que se acerca al ser humano; para curarle, para liberarle, para llenarle de dones.

Pero también se acerca para pedirle, para valerse de él, para enviarle. Para esto Dios llama. De esto hablamos hoy.

De hecho Dios llama a todos los humanos, pero especialmente a los bautizados. Si tenemos la luz de la fe, no es sólo para tener vida en nosotros, sino para ser luz y fermento para los demás.

A algunas personas Dios las llama de una manera especial. Comenzamos con la llamada a san Pedro, según nos lo dice el evangelio.

Lc 5, 1-11

En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos

barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Rema mar adentro, y echad las redes para pescar”. Simón contestó: “Maestro, nos hemos pasado la noche

bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”. Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande

que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron

las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo

mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: “No temas; desde ahora

serás pescador de hombres”. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Ya san Pedro conocía bastante a Jesús desde que su hermano Andrés le había llevado a su encuentro. A ratos convivía con Jesús, pero a ratos seguía en la pesca.

Luego le pide que eche las redes para pescar. Eso sí era pedir mucho a unos pescadores experimentados. Habían pasado la noche intentando pescar y, cosa rara, no habían pescado nada. Ellos sabían que de día era más difícil.

Para nosotros entrar mar adentro es una invitación que conlleva riesgos de temporales inesperados, es una

invitación al trabajo serio de cada día o de situaciones más difíciles. Significa la necesidad de arriesgar para ir a

anunciar la palabra de Dios a ciertos ambientes y situaciones difíciles.

Para ello, le dice Jesús a Pedro: “Rema mar adentro y echad vuestras redes para pescar”.

Al papa Juan Pablo II le gustaba mucho decírselo a los jóvenes.

Pedro se fía de Jesús. Esta es una gran cualidad que hoy nos enseña san Pedro. Se necesitaba mucha confianza en el Señor. No tuvo que resultarle fácil; pero logra decir: “Por tu palabra echaré las redes”.

Nosotros, si queremos hacer algo grande en la vida, debemos fiarnos de Jesús. Y no nos podemos fiar de Jesús, si no le conocemos en profundidad, desde lo más íntimo del corazón.

Y se llenaron las dos barcas de peces. De hecho se había realizado un primer milagro en Pedro al

confiar en la palabra de Jesús.

Y se realizó el milagro.

Cuántos milagros veríamos en nuestra vida, si verdaderamente nos fiásemos del Señor, que está junto a nosotros, que debe llenar nuestro corazón.

Fiarse de Jesús está unido con el sentirse pequeño. No se congenia el sentirse llamado por el Señor y ser al mismo tiempo soberbio, como si

uno fuese algo grande y merecedor.

Por eso san Pedro, cuando vio la redada de peces realizada para él, se sintió poca cosa, se sintió como un pecador ante la gran bondad de Jesús.

Jesús había preparado aquellas circunstancias para hacer a san Pedro la definitiva llamada: “Desde ahora serás pescador de hombres”.

La vocación se parecía en algo a su oficio: Hasta ahora sacaba peces del mar para que, con su muerte, ayudara a la vida material del hombre. Desde ahora sacaría hombres del mal o de la muerte para que tuvieran vida espiritual, la vida de Dios.

Para cumplir esa llamada debía tener Pedro una larga y profunda preparación.

Un día Jesús le daría más a san Pedro y también le exigiría más: la responsabilidad de dirigir la

barca espiritual de la Iglesia.

Dios nos suele llamar de forma sencilla, en los acontecimientos diarios. Quizá alguno sienta una llamada más especial, como lo sintió el profeta Isaías y leemos en la 1ª lectura.

Isaías 6, 1-2a. 3-8

El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo.

Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro, diciendo: "¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!“ Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de

humo. Yo dije: "¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios

impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos.“ Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: "Mira; esto ha tocado tus labios,

ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.“ Entonces, escuché la voz del Señor, que decía: "¿A quién

mandaré? ¿Quién irá por mí?“ Contesté: "Aquí estoy, mándame."

El profeta Isaías sintió la grandeza de Dios. Pero una grandeza penetrante en el espíritu, que es la santidad. Santo es el nombre propio de Dios: El que no está contaminado por la materia. Por eso nosotros cantamos en la misa a Dios como tres veces santo.

Santo, santo,

Automático

Santo es el Señor

Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

Hosanna en el cielo.

Hosanna, hosanna

Hosanna en el cielo.

Hacer CLICK

Cuanto más uno llega a sentir la grandeza infinita del amor de Dios, tanto más siente su propia inutilidad, la convicción de su propia pobreza. Por eso el profeta exclama: "¡Ay de mí, estoy perdido!”

Es el mismo sentimiento de san Pedro al constatar la grandeza de Jesús por el milagro.

Y también es el mismo sentimiento de san Pablo. Hoy en la 2ª lectura, en el capítulo 15 de la 1ª carta a los corintios, al hablar de la resurrección y de cómo Jesús se apareció a los apóstoles, dice que también se le apareció a él. Pero se siente tan indigno que dice que él es como “un aborto”.

Dios quiere que quien sea llamado se sienta indigno para que estime más el don de Dios. No es llamado por sus propios méritos, sino por la voluntad amorosa de Dios.

Dios en verdad escoge lo “pequeño”, lo que ante el mundo no tiene relevancia, para por su medio hacer maravillas. Así la Virgen y lo constatamos en la vida de muchos santos.

Quizá somos como los apóstoles antes de aquel encuentro: confiaban nada más que en sus

propias fuerzas. Para que aprendieran a poner su confianza en Jesús, hizo que aquella noche

no cogieran peces. Fue estando con Jesús cuando se realizó la gran pesca.

“La mies es mucha”. Hacen falta personas valientes y humildes que quieran oír la voz de Dios que, de manera muy callada, pasa a nuestro lado diciendo: “¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?“

Se necesita una disposición esencial en el llamado, ponerse en las manos de Dios, poder decir como el profeta Isaías: "Aquí estoy, mándame."

Si alguno o alguna siente que Dios le llama para algo más grande, se ponga en las manos de Dios y le diga: “Aquí estoy, Señor, envíame”.

Automático

¿A quién enviaré?

¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte nuestra?

Heme aquí, Señor, heme aquí, envíame.

Heme aquí, Señor, heme aquí, envíame.

Hijo de hombre, ponte en pie, que voy a hablarte.

Guárdalas en tu corazón.

Heme aquí, Señor, heme aquí, envíame.

Heme aquí, Señor, heme aquí, envíame.

María es la que mejor escuchó y aceptó la voz del Señor. Que ella sea nuestro ejemplo.

AMÉN

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