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Iglesia de Cristo-Samaria Sector 4B2-por: Luis López (hijo).
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Dios y las Enfermedades,
Su propósito
¿Está usted dentro de ellos?
“En el día del bien goza del bien; y en el día de la adversidad considera…”
Eclesiastés 7:14.
Luis F. López G.
Iglesia de Cristo
Samaria, Sector 4B2
Segunda Revisión-2013
Iglesia de Cristo-Samaria Sector 4B2-por: Luis López (hijo).
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Dios y las Enfermedades
esde la creación de la tierra hasta nuestros días mucho hemos oído hablar de
enfermedades y de las causas de las mismas. Entre algunas de ellas tenemos: la
mala manera de vivir tanto física como espiritualmente en el mundo que nos rodea.
Muchas veces, desconocemos las profundas causas de los males, pero en otras, somos
nosotros mismos los causantes de las enfermedades.
Es en esos momentos cuando nos acercamos a los médicos buscando soluciones para
nuestras enfermedades. Es más fácil buscar una cura que hablar de nuestra manera de
vivir, de los excesos, de las pasiones desordenadas, las rebeldías, los temores y de las
debilidades internas que nos llevan al deterioro físico. Confiamos tanto en la medicina
que ignoramos las verdaderas causas de nuestras enfermedades, y no buscamos solución
a las mismas, y ser mejores personas delante de Dios y el mundo.
Dios siempre ha tenido buenos propósitos para el hombre, creando la Tierra para que
habitase en ella sin la presencia del mal, viviendo así para siempre. Sin embargo, la
desobediencia y la mala manera de vivir ha causado en el mundo muchas enfermedades
haciendo miserable al hombre cada día.
En el pensamiento semítico, en el caso de los hebreos, las enfermedades no eran
relacionadas con los alimentos, ni las bebidas, ni la cultura, sino que se le atribuían a
Dios, (Deuteronomio 28:15,27-29,59-61). En el libro de Crónicas se dice que el rey
Asa no buscó a Jehová, sino a los médicos (2 Crónicas16:11-13); ese hecho está
redactado con un acento de reproche y censura sobre Asa; ¿hizo mal el rey al buscar a
los médicos? No necesariamente, sino que su fe no fue puesta en primer lugar sobre
Dios. Hemos de recordar que los sacerdotes fungían como médicos en Israel, pues
cuando alguien estaba enfermo, como por ejemplo, de lepra, el enfermo debía salir de la
ciudad y regresar en cierto tiempo para ser revisado por el sacerdote y escuchar la
declaración o diagnóstico por su parte. Aunque la ciencia tiene la aprobación de Dios, en
este caso hubiese sido mejor si la petición estaría dirigida al Creador, recordemos que la
oración hacia a Dios es muy eficaz.
Y hoy el mismo concepto, no se ha perdido. En el año 1990, un hombre fue recluido
en un hospital de la ciudad de Panamá, producto de un cáncer en el estómago. Es en
ese momento donde inician las aflicciones para este hombre, pero con un buen
propósito para Dios. Los médicos especialistas en esta enfermedad, después de haber
analizado el cáncer, decidieron hacer una operación en el estómago de aquel hombre y
se lo redujeron de tamaño, como el de una media manzana y al ver que no hubo cambio
en el paciente, decidieron enviarlo a su casa para que pasara sus últimos días de vida
junto a su familia. Aquel hombre al oír de su grave enfermedad, pensó en el suicidio; Sin
embargo, desde el séptimo piso, vio venir a su esposa y que ésta lo saludaba, y por obra
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de Dios, el hombre cambió de pensamiento y retornó a su camilla, recordando a sus tres
hijos.
Al salir del hospital los médicos le pidieron no faltar a sus citas y a las quimioterapias.
Afligido y desahuciado volvió a su casa, triste, sin opción de vivir, preguntándose: ¿por
qué yo Señor? Y sin entender la razón de su enfermedad decidió no regresar al hospital,
ya que, su vida no sería salvada por los médicos. Aunque él no conocía a fondo las
Escrituras, decidió una noche orar a Dios, pidiéndole una oportunidad para que alargara
su vida y para que le perdonara sus pecados. Y ocurrió lo imposible para los médicos:
aquel hombre fue sanado por la misericordia de Dios y de la oración de fe que
humildemente dirigió al Señor.
Dios muchas veces permite las aflicciones con un buen propósito, y esta enfermedad
enseñó a los médicos a no predecir la muerte a alguien, hasta que Él tenga la última
palabra.
Con el tiempo decidió visitar a los cirujanos y aquellos médicos no salían del asombro,
y todos le preguntaron: ¿Quién te ha curado, qué medicamento tomaste? Para la ciencia
era difícil creer que este hombre estaba vivo y sin rastros del cáncer incurable que tenía.
Aquel hombre con gran alegría les recetó aquel medicamento tan extraño, diciéndoles:
Le oré a Dios, Jesucristo y Él me sanó.
¿Puede acaso la oración de fe dirigida a Dios, tener tanto poder como para desaparecer
un cáncer? el poder de Dios no tiene comparación y no es igual a la inteligencia humana.
Todo tiene un porqué para Dios, el propósito para él es que hoy en día esté hombre que
una vez fue desahuciado, esta dirigiendo una obra en una de las Iglesias de Cristo en
Panamá y a su vez sigue exaltando y engrandeciendo el nombre de Dios con su
testimonio.
Una triste enfermedad con una alegre conclusión, porque Dios sabe sacar de lo malo
algo bueno y eso fue lo que Dios hizo en esta historia.
Cuando las enfermedades aparecen en nuestras vidas, miles son las interrogantes que
vienen a nuestra mente, ¿por qué yo Señor?, ¿por qué ahora?, ¿quien me sanará?, ¿será
grave esta enfermedad? ¿Podrá Dios sanar mi enfermedad?
La confianza en Dios nos ayuda a ver las enfermedades de muchas maneras; nos hace
ver el propósito de la misma y aprender algo de la situación. Con respecto a la
enfermedad podemos señalar dos elementos que serán de gran ayuda para nosotros:
Primero: La Biblia nos habla de cómo llevar un estilo de vida que mantenga la buena
salud y prevenga o alivie las enfermedades. A los judíos se les prometía la salud si
obedecían las leyes de Dios (Éxodo 15:26), y les fueron dadas una serie de leyes
sanitarias (reposos y relajamientos periódicos, alimentos adecuados, evitando agua
contaminada, limpieza, separación de las enfermedades contagiosas, etc.), que cuando
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eran obedecidas, conducían a un elevado nivel de salud. Si las leyes eran
desobedecidas, el resultado era la enfermedad. No había necesidad de médicos, y
cualquiera que recurriera a ellos era objeto de censura por ir en contra de la voluntad de
Dios. ¿Por qué la censura hecha a Asa al buscar médicos? Porque la medicina en
aquellos tiempos, en el caso de la egipcia, estaba íntimamente ligada a la magia, y para
ellos las enfermedades eran producidas por entes espirituales, ante lo cual primero se
haría un ritual, y luego la aplicación médica. No hemos de pensar que Dios esté en
desacuerdo con la medicina actual, pues es él quien ha dado la sabiduría a través de los
tiempos para el desarrollo de la misma. Y el hombre es un ser pensante y con cualidades
que provienen de su creador.
Pero en otros países se daba una actitud diferente. Como dije, en Egipto y Babilonia
las enfermedades eran consideradas como resultado de la actividad de los espíritus, y se
demandaban médicos que la contrarrestaran. Aunque la actividad médica descendía en
ocasiones al nivel de la magia, también abrió el paso a la cirugía y al desarrollo de la
herboristería medicinal.
Los egipcios eran diestros en neurocirugía. Ellos abrían orificios en el cráneo para
“dejar salir el mal espíritu”, pero al hacerlo, aliviaban la presión interior, lo que en
ocasiones llevaba a curaciones; también se practicaba esta especialidad en Laquis.
Segundo: Dios puede curar la enfermedad cuando hay una firme confianza en
Jesucristo como Señor y Salvador, y cuando se pide a Dios conforme a su voluntad
(1Juan 5:14). Por la fe en Jesús, se puede erradicar el temor, la angustia y la ansiedad.
Y es por eso, que mediante la lectura de la Biblia, las personas pueden llenarse de fe en
el médico por excelencia: Dios.
Marcos 1:32-34 indica que había una gran cantidad de enfermedades. Entre algunas
de las que podemos señalar están las siguientes:
1. Epilépticos y paralíticos (Mateo 4:24).
2. Ceguera y enmudecimiento (Mateo 12:22).
3. Fiebre (Lucas 4:38,39).
4. Lepra (Lucas 5:12).
5. Hidrópico (Lucas 14:2). Esta enfermedad es la acumulación de líquido
seroso en una cavidad o tejido celular. Puede ser una señal de alguna
enfermedad del corazón, los riñones o el hígado.
Jesús no aceptaba que la enfermedad se debiera al resultado del pecado de los padres o
del individuo, sino que la gloria de Dios se hace manifiesta en esos momentos de dolor
en una persona (Juan 9:3).
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Dios promete salud y también paciencia para soportar las enfermedades; a la vez
trabaja por medio de los médicos y especialistas a quienes da la capacidad para
desarrollar su trabajo.
Crea que Jesús murió en la cruz por los pecados y ponga su confianza en él. De seguro
cuidará de usted por toda la eternidad.
Confiar en Dios
Confiar en Dios es una de las frases más comunes en los cristianos y es la que más
dudamos cuando tenemos aflicciones. Esta confianza conlleva un gran proceso dentro
del creyente que no sólo se demuestra con decirlo, sino que debe sentirlo en lo más
profundo del corazón.
Para muchos es imposible que Dios oiga a un pecador; sin embargo, la Biblia nos
enseña que se debe ser temeroso de él en todo momento (Hechos 10:1,2; 30,31), para
hacer su voluntad obedeciendo al Señor. Aunque este hombre llamado Cornelio no era
creyente en su totalidad, Dios escucho su oración y envió al apóstol Pedro para que
predicase el evangelio de salvación.
En el crisol de la prueba, nos movemos de la teoría a la realidad a medida que
experimentamos el poder de Dios.
Cuando no parece haber esperanza, puede que compartamos el mismo sentir de Pablo
que relata en Segunda de Corintios 1:7-10, que en los momentos más oscuros debemos
de confiar siempre en Dios y no en nosotros mismos.
Poner la confianza en nosotros es hacernos creer que somos “autosuficientes”, o sea,
suplimos cada uno de nuestras propias necesidades sin ayuda de nadie, trabajamos por
nuestro propio intelecto, nos vestimos porque compramos los que necesitamos, nos
alimentamos porque contamos con una gran economía en nuestro hogar y por ende, no
tenemos la necesidad de que alguien nos ayude. Esto es la autosuficiencia. ¿Puede
usted creer que en su vida diaria no necesita de nadie?, si es así, permítame decirle que
está equivocado.
Jesús nos habla en Mateo 19: 16-22 de un joven rico que tenía muchas posesiones, lo
que lo hacía creerse un hombre autosuficiente. El Señor le enumeraba pasos que debía
seguir para obtener la vida eterna, pero él decía haber cumplido todo esto; dejando algo
por fuera que Jesús le señaló, aquel joven se entristeció mucho y se fue. Es una gran
pena que este joven rico no pusiera su confianza en Dios y pensara que el poseer lo
material fuera lo más importante en su vida.
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Confiar en Dios va más allá de las posesiones terrenales; es admitir que sólo él nos
dará la salida tanto en los problemas como en las enfermedades. Dios nos ha
demostrado que es eminentemente digno de confianza. Nos ha dado razones valiosas
para confiar en él; nos ha probado que se merece tal confianza.
El cristianismo no descansa sobre mitos y fábulas, sino sobre el testimonio de quienes
vieron y vivieron todos estos grandes acontecimientos a través de la historia,
cimentados en una base bíblica que no se puede negar. Si estos relatos no son dignos
de confianza, sin duda entonces nuestra fe es vana.
El Nuevo Testamento nos relata muchas historias de fe para nuestro entendimiento,
para que de esa forma no dudemos que él tiene el control de todo. El libro de Hebreos
nos proporciona una definición de la fe: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera,
la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1,6). Esto comprende la esencia de
nuestra confianza para el futuro, de otra manera, esto significa que creemos en Dios para
el futuro en base a lo que él ha logrado en el pasado. En la antigüedad hay una historia
que nos enseña que en la batalla contra las adversidades sólo Dios nos da la victoria.
Jueces 7:1-7; 8:10
¿Por qué querría Dios reducir el ejército de Gedeón de 32,000 hombres a 300
personas? Esto era algo imposible en una batalla: pensar que tan pocos hombres iban a
derrotar a los madianitas. Dios quería enseñar a Israel a no confiar en su propio arco y
espada, ni en grandes números, sino en Él. Así como narra la Biblia, así sucedió, 300
hombres derrotaron a 120,000 madianitas.
Dios hizo esta obra con el propósito que ellos supieran quién era él, y de lo que era
capaz de hacer por medio de su palabra.
Hechos como estos, aunque hayan pasado miles de años atrás, nos ayudan a comprender
que el poder de Dios no tiene límites, y que su grandeza no tiene comparación.
Para muchas personas Dios no existe, y si bien es cierto no lo podemos ver
físicamente, las Sagradas Escrituras nos dejan claro que el Dios invisible se ha hecho
manifiesto por las cosas visibles (Romanos 1:20). Creerle es confiar fielmente para
nuestra propia salvación; en eso consiste la esencia de la fe cristiana. En otras maneras,
confiar en Dios es:
1. Aceptar sus enseñanzas y sus reprensiones.
2. Confiar en su misericordia y en su Palabra.
3. Significa no seguir nuestros propios pensamientos ni tradiciones humanas.
4. Significa recibir grandes bendiciones espirituales.
5. Quiere decir que “el eterno Dios es tu refugio y aquí abajo los brazos eternos”.
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Si queremos tener sanidad debemos confiar plenamente en Dios, dejar nuestras
enfermedades en manos de él y en las personas que él utilizará como medios de
restauración para nosotros.
Si Dios ha permitido que hoy te encuentres en una situación desesperante, ¿por qué no
consideras todo lo que el Dios Todopoderoso ha hecho y todavía puede hacer?, al
confiar en Dios en las dificultades, aprendemos lo que él puede hacer en nuestras vidas.
Desde hoy pon tu confianza en el Señor y él sabrá lo que tiene que hacer en tu vida.
¿Quieres ser sano? (Juan 5:6)
Esta fue la pregunta que Jesús hizo al hombre que había estado enfermo por 38 años.
¿Quién que esté enfermo no desearía ser sanado?, se supone que la mayoría de los
enfermos sí lo desean. Pero el hombre no puede preocuparse solamente por la salud
exterior, sino también por la interior.
Curar significa restaurar completamente la salud de alguien que estaba enfermo,
corporal o mentalmente. Esto incluye la recuperación resultante de un tratamiento
médico a una enfermedad. Sin duda, Dios es el que sana todas nuestras dolencias
(Hechos 3:16). Aún en nuestros días, en que la ciencia ha avanzado en la medicina y en
la cirugía, Dios es el que cura utilizando a las personas (capacitadas) para llevar a cabo
sus propósitos. Cuando hay verdaderamente fe en Dios se utiliza con gozo todos los
medios disponibles, sean medicamentos, transfusiones de sangre u operaciones
quirúrgicas para evitar la muerte, así como se usa el salvavidas para evitar que las
personas se ahoguen.
Si estamos buscando una sanidad espiritual es necesario que nos hagamos unas
preguntas ¿cómo tenemos nuestro cuerpo?, ¿cómo tengo yo mi corazón?, las respuestas
nos las dará las Sagradas Escrituras. Hay quienes buscan sanidades espirituales fuera
del poder de Dios. Buscan espiritistas, encantadores, hechiceros, etc., todo para lograr
su salud. Sepa que quien hace esto, se condena así mismo, pues no todo el que dice:
Señor, Señor entrará en el Reino de los cielos.
Tengo un cuerpo sano
Recordemos un lema que dice: “mente sana en cuerpo sano”, es decir, que necesitamos
una buena salud tanto física como espiritual para que Dios haga la obra en nosotros. Si
no vivimos de acuerdo a la voluntad de Dios es claro que nuestras defensas estarán bajas
y desde luego, propenso a cualquier enfermedad o debilidad espiritual.
Como sabemos, nuestro cuerpo tiene muchas funciones a diario, lo cual es necesario
tener cuerpos saludables; pero hoy día hay muchas debilidades espirituales y un
sinnúmero de enfermedades contagiosas que son de suma preocupación.
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Para Dios, nuestros cuerpos tienen una gran importancia porque podemos ser
portadores de buenas cosas y de transmitir su medicamento, o sea, “su Palabra”, si es
que hemos sido sanados por su voluntad.
¿En qué utilizamos nuestros cuerpos? (1 Corintios 6:13)
El Apóstol Pablo en este pasaje nos cuenta la importancia que tiene nuestro cuerpo; se
nos dice que no es para la fornicación, sino para el Señor. Nosotros no somos dueños de
nuestras vidas. Tenemos un Dios y Padre que nos gobierna y nos dirige en todo
momento. Si no obedecemos de seguro que caeremos en cualquier peligro, y si no
cuidamos nuestros cuerpos podemos ser víctimas de enfermedades venéreas, producto
de los adulterios, las fornicaciones y otras faltas que son peligrosas para nuestras vidas.
Lo que quiere decir, que si no cuidamos nuestro cuerpo como lo ordena Dios, estaremos
propensos a cualquier enfermedad.
Sigue diciendo el Apóstol Pablo en 1 Corintios 6:19,20, que somos templo del Espíritu
Santo y por ende, es importante que el cuerpo esté en perfectas condiciones, ya que, es
necesario sujetar los miembros del cuerpo y la voluntad al servicio de Dios. Sólo de esa
manera podemos tener una: “mente sana y cuerpo sano”. En un sentido espiritual,
podemos aplicar el mismo concepto a la humanidad, con referencia al buen uso del
cuerpo humano.
¿Cómo tengo el corazón?
Las enfermedades son de lo más peligroso para el cuerpo humano. Sin embargo,
¿Cuánto más peligrosos pueden llegar a ser los problemas del corazón espiritual?
La ciencia ha avanzado tanto que hoy se hacen operaciones a corazón abierto y
trasplantes que son de suma importancia para cualquiera. Estas operaciones, aunque
muy costosas, tienen un gran significado para el afectado, ya que, le garantiza la vida
por unos años más en la tierra. Empero, ¿puede alguno de ellos hacer cambiar el
corazón de los errores, de los malos deseos, de la debilidad y de muchas otras cosas en
la vida de una persona? Naturalmente que la capacidad del hombre no cuenta con esos
atributos. En Ezequiel 11:19,20 Dios hizo una amonestación al pueblo de Israel porque
su corazón se había desviado de la adoración correcta siguiendo sus propios caminos.
Dios no puede meter a la fuerza un nuevo corazón o un nuevo espíritu a la persona
desobediente y a la que busca su propia sanidad. Él transformará los corazones suaves
y los que estén dispuestos en creer en la sanidad que sólo él sabe dar.
Una vez que una persona haya engrosado su corazón convirtiéndolo en uno de piedra,
es necesario que Dios lleve a cabo una cirugía espiritual para quitar la dureza de dicho
corazón. Sin embargo, sólo Dios lleva a cabo tal “operación” en el alma arrepentida.
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El corazón trasplantado es un corazón de carne, esto es, un corazón capaz de amar a
Dios, mantenerse fiel y creer verdaderamente en su poder.
Lucas 1:37
Después de haber leído lo que Dios busca de nosotros, es necesario saber que aunque
no contemos con estos atributos en nuestra vida, si contamos con el poder y la
misericordia del creador del cielo y de la Tierra. Por tanto, confiando en Jesucristo
podemos contar con una sanidad de acuerdo a la voluntad del Señor.
Dios muchas veces buscará la manera de hacernos entender que nos ama, y una de
esas formas son las enfermedades que nos agobian. Dios permite en nosotros las
enfermedades con el propósito de llamarnos. Cuando vivimos muy apegados a las
riquezas materiales olvidamos completamente a Dios, no dedicándole ni tan sólo un
minuto, por todos los bienes que nos da día a día. Dios quiere que seamos agradecidos
con él demostrándolo con nuestra propia vida, acordándonos de él sin necesidad de estar
enfermos. Satanás nos quiere engañar haciéndonos creer autosuficientes y destruirnos a
través de ello. Es en estos momentos cuando el poder de Dios se hace manifiesto, y una
de esas razones son las enfermedades, de las cuales sólo Dios tiene la cura.
El profeta Jeremías nos habla del poder que tiene Dios en cualquier aflicción,
tentación o en alguna enfermedad que, aunque la ciencia diga no haber cura, sabemos
que existe un ser superior para el cual no existen los imposibles (Jeremías 32:17,27).
Esta es una de las frases más alentadoras que podemos encontrar en la Biblia en cuanto a
cosas imposibles se refiere.
Es satisfactorio saber que Dios es misericordioso, que en el momento que deseemos
cambiar y arrepentirnos de nuestras faltas, ahí estará él para recibirnos con los brazos
abiertos.
La historia que viene a continuación nos enseñará la grandeza y el poder que Dios
tiene aún en las enfermedades de muerte.
La enfermedad de Ezequías (2 Reyes 20:1-11).
¿Cuántos estamos preparados para la muerte?
Hay momentos que no nos sentimos capacitados para abandonar nuestras familias y
todo lo que nos rodea. Sabemos que nos hace falta algo para poder partir y sentirnos
que hemos cumplido con el propósito que Dios nos tenía reservado. Así mismo, la
historia del rey Ezequías nos muestra que para Dios no hay nada imposible y que él tiene
control aún en las enfermedades de muerte.
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Su enfermedad de muerte había sido “terrible”. Dios utilizó al profeta Isaías para
llevar la triste noticia a Ezequías.
El rey había logrado corregir algunas cosas que no marchaban bien delante de Dios:
reparó el templo y restableció el culto a jehová. Dios lo libró de la mano de los
Asirios cuando estos quisieron destruir Judá por incumplimiento de los impuestos.
Otro punto crítico en la vida de Ezequías fue su enfermedad, tanto así que Dios mismo
a través del profeta le vaticinó su muerte. Ante ello, Ezequías angustiado y afligido, oró
al Señor en su lecho de muerte, recordando al Señor su íntegro caminar delante de él; y
sucedió lo inesperado humanamente hablando: antes que Isaías saliera del patio de la
casa del rey, Dios le dijo al profeta que regresase y le diese la nueva a Ezequías. Quince
años Dios le había concedido aún sobre su enfermedad. Es interesante mencionar que
Dios utilizó masas de higos para sanar la enfermedad de Ezequías, enseñando con ello
que Dios utiliza los medios que estén a la mano del individuo. En nuestro caso, Dios
utilizaría a los médicos y la ciencia para obrar sus milagros. Pedir a Dios es un acto que
tiene que salir de lo más profundo del corazón para que Dios haga su obra. Que
maravilla hizo Dios en esta historia. Dios podría hacer aún mucho más si usted abre su
corazón para que él le sane de la peor enfermedad: el pecado; ante la cual, Dios operaría,
y quitaría el corazón de piedra y pondría un corazón de carne, un corazón sensible a su
presencia a través de Jesucristo. Las enfermedades físicas no son obstáculos para buscar
la misericordia de Dios. Él en estos momentos nos pregunta: ¿Quieres ser sano?
¿Por qué yo Señor?
Esa es la frase que más utilizamos cuando sucede algo en nuestras vidas. No podemos
creer que de tantas personas en el mundo, nosotros hayamos sido escogidos para sufrir.
No necesitamos ver más que los periódicos y la televisión, para darnos cuenta que no
somos los únicos que sufrimos en el mundo. Son millones los que padecen en este
instante.
El libro de Job es una historia verdadera que nos habla de las aflicciones que un
hombre pudo sobrellevar hasta lo último, aún cuando esto lo condujera a la muerte.
Job era un hombre con muchas posesiones y una gran familia (Job 1:1-3). Tenía todo
lo que cualquiera persona desearía tener en la vida. Pero ¿cuántos estaríamos dispuestos
a obedecer a Dios con las riquezas que pudiéramos tener? Pocos serían los que se
someterían a esta prueba, ya que todo lo que tendríamos nos haría pensar que no nos
hace falta absolutamente nada.
Job había llegado a un alto grado de obediencia a tal punto que Dios lo consideraba el
hombre más justo, recto y temeroso sobre la Tierra (Job 1:8). Si Dios lo decía, ¿Quién
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podría contradecirlo? Job no permitió que todas sus posesiones ocuparan el lugar de
Dios.
Cuando en la vida de un cristiano o de una persona que busca agradar a Dios todas las
cosas le marchan bien, su negocios y sus ganancias van en crecimiento, hay alguien que
siempre está a disgusto, envidioso, increíble de que alguien así, aún con sus riquezas
busque de Dios. Ese alguien es Satanás. Él es mentiroso, envidioso, altivo y homicida
(Juan 8:44). Él busca la forma de que esta persona fracase y de ser posible maldiga a
Dios. Precisamente fue lo que intentó hacer con Job. Él fue tan atrevido que puso en
tela de duda las afirmaciones de Dios sobre Job, y pidió permiso a Jehová para poner
mal en Job y probar su fidelidad. Dios se lo permitió. Teniendo en cuenta esto, el
cristiano debe percatarse en todo momento, que todo está bajo la supervisión y control
de Dios. Todo lo que Job tenía le fue quitado, dándosele aún una terrible enfermedad,
pero con todo lo sucedido, Job no pecó y se mantuvo fiel al Señor (Job 1:21,22). Las
palabras de Job son de las más dignas de admirar en un ser humano ordinario como Job,
puesto que reconoce que todo cuanto tiene viene y pertenece a Dios, y que aún en las
calamidades hay que aceptar la voluntad de Dios sobre nuestras vidas. Satanás hizo
varios intentos para que Job maldijese a Dios, le quitó sus riquezas, su familia, y por
último le dio una enfermedad.
Satanás siempre intentará de una u otra forma de que usted reniegue de Dios, pecando
con ello y accediendo a la voluntad del mal. En Job como en Cristo no sucedió así.
Ambos le resistieron y Satanás huyó de ellos. De igual modo huirá de usted si le
resiste tal cual dice la Palabra de Dios (Santiago 4:7).
De la narrativa de Job se desprende la pregunta: ¿por qué sufren los buenos? En todo
el contexto bíblico aprendemos que ello es consecuencia del mismo hombre como fruto
de su mal proceder, y en el caso de Job, recordar que con el mal se nos prueba nuestra
fe, haciéndonos más fuertes cuando reconocemos que Dios está sobre todo y nos libra de
la caída aún en la tribulación (1Corintios 10:13). Al mantenernos fieles ante Dios, él
nos bendice con doble bendición así como lo hizo con Job. Él salió victorioso de las
adversidades y Dios le restituyó todo cuanto tenía, aún doblegando sus riquezas. Dios
sabe como bendecir a cada persona.
El recorrido final
Sin duda alguna, muchas personas se alejan de Dios cuando el dolor se acerca a sus
vidas, considerando difícil creer que un Dios supremo, lleno de gozo y amor permita
sufrir a miles de personas en el mundo entero sin causa. Pero así mismo, hay un
sinnúmero de personas que han testificado que fue por medio de una enfermedad que
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buscaron ese ser supremo, que aunque siempre estuvo allí, no lo hubiesen tomado en
cuenta si no hubiese sido por la aflicción de dolor en su vida.
El dolor es la sensación más angustiosa que podemos experimentar, pero hay que
recordar que sin dolor no hay regocijo en el futuro. Los Apóstoles y seguidores de
Jesús pasaron por muchas aflicciones y sufrimientos (2 Corintios 1:3-11). Y todo con la
esperanza de terminar un libro que hasta hoy es la guía que Dios nos dejó como un
tesoro de mucho valor. Ese libro sin duda alguna es la Biblia.
Si no hubiesen pasado tantos acontecimientos dolorosos, la Biblia hoy día no tuviera el
aprecio y el gozo que las personas le han dado por sus historias de valor y esfuerzo al
luchar con las aflicciones.
El dolor de Cristo en la cruz fue inmenso, pero de mucho valor. Así como las
aceitunas eran trituradas para sacar aceite de gran valor curativo, de igual modo se
“trituró” a Jesús en el Getsemaní para producir el aceite de salvación para el mundo
entero. Jesús cargó con la tritura de nuestros pecados para ser perdonados por el valor de
su sangre (Mateo 26:36-38,45).
En el recorrido final de este tema, hablaré sobre una mujer enferma y de su sanidad.
Marcos 5:24-34
La mujer con flujo de sangre había padecido por unos doce años. Su vida física
estaba desgastada y a lo mejor su rostro daba muestras de vergüenza por la enfermedad
que padecía.
A pesar de que Jesús era bien conocido por sus hechos milagrosos, esta mujer no se
atrevía a manifestar su fe públicamente en Jesús, sino que decía: “si tan sólo tocare su
manto”. Podemos comprender a esta mujer, pues según la Ley Judía, ella era inmunda
por su enfermedad (Levítico 15:19,25). Ella fue perdida entre la multitud y le tocó. La
fe de la mujer era tan grande en Jesús que él se dio cuenta que poder había salido de él y
lo declaró: “¿quién me ha tocado?”. La mujer había sido sanada, y ello no podía quedar
en lo oculto. Esto debía ser dado a conocer, pues las maravillas de Dios en nuestras
vidas han de ser como un candelabro que alumbre a todos para gloria del Señor. La
mujer no fue rechazada, su fe no fue rechazada, Jesús no la rechazó ni la ignoró pese a
su enfermedad, como tampoco lo rechazará a usted cual sea la enfermedad que tenga:
Sida, Tuberculosis, Cáncer, o cualquier otra. Él está para acogerte y sanarte, y más que
tu enfermedad, tu propia alma.
La fe de la mujer es digna de admirar, pues, pese a la multitud pudo llegar. La multitud
obstaculizaban su acercamiento al Señor, pero ella lo logró. Su fe no cesó, sabía que
había alguien en quien no hay límites. Lo que los médicos no podían hacer, Jesús sí lo
hizo. Ella quiso hacer de su enfermedad y su sanidad algo privado, pero Dios la glorificó
en público debido a su fe.
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Dios quiere hacer pública tu sanidad, sea física conforme a su voluntad, y sobre todo,
la sanidad del alma, que ha de ser la más importante para usted. Dios le bendecirá
porque usted no es ajeno a él. Él le conoce y sabe que sufre y quiere ayudarle. Nadie
que viene a Cristo puede hacerlo en privado. Reconozca que él puede hacer el cambio
en su vida, hágalo con fe y de corazón. Usted obtendrá si es la voluntad del Señor una
sanidad, y otra mejor que la que quiere superficialmente, obtendrá la sanidad de su alma.
No permitas partir de esta tierra sin una esperanza. Deja que Cristo entre en tu vida y
more junto a ti hoy.
Conclusión
Dios nos sana de cualquier tipo de enfermedad que pueda existir, y si no lo hace,
recuerde que él tiene una razón. Sin embargo, tenga la plena seguridad que en la vida
eterna nadie entrará con dolencias o aflicciones, porque estas habrán pasado. Pero
tampoco nadie podrá entrar, si no permite que el médico por excelencia, Jesús, le sane
de la más terrible enfermedad: el pecado. Si no permite que él le sane su alma, jamás
entrará tampoco al cielo.
El Apóstol Pablo nos habla en Segunda de Corintios 4:15-18; que las tribulaciones son
momentáneas y que estas no pueden compararse con el gozo que obtendremos en el
cielo.
El sufrimiento tiene algunos propósitos para nosotros. Estos permiten hacer la obra de
Dios en nuestras vidas. Escribo los siguientes puntos que serán de gran bendición para
su vida:
1. Dios se glorifica o se manifiesta a través de las enfermedades (Juan 11:4).
2. Las tribulaciones producen paciencia (Romanos 5:3).
3. Los sufrimientos nos permiten consolar a otros (2Corintios 1:3-6).
4. El sufrimiento nos mantiene humildes (2 Corintios 12:7-10).
5. Dios tiene misericordia de los enfermos (Filipenses 2:27).
6. Las aflicciones nos dan mayor conocimiento de Dios y de nosotros mismos (Job
42:1-6).
7. En las enfermedades, tanto Dios como Satanás pueden estar involucrados (Job
1:12; 2:6).
Todo lo que nos lleve a meditar y a reflexionar y permita un cambio en nuestras vidas
asemejándose a las cualidades de Cristo es un paso importante. Nosotros podemos pasar
por momentos difíciles pero, en ningún instante te desanimes, pon tu confianza en Cristo
Jesús y de seguro atravesaras victorioso/a el propósito del dolor.
Iglesia de Cristo-Samaria Sector 4B2-por: Luis López (hijo).
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En la vida de los creyentes puede haber crisis económica, pero nunca tengamos crisis
de fe.
Cuando veas que no hay salida en tu vida y todo se te desvanece, no olvides que ahí
estará Dios esperándote con los brazos abiertos.
“Gracias Señor, por darme esta nueva oportunidad en mi vida”. Amén.
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