despuÉs del humo · se han callado los grillos. el silencio del valle es todo para mí. me invita...
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1
DESPUÉS DEL HUMO
2
A mis maestros de Espartaria
3
Y siempre por el humo echar raíces...
4
DEL AMOR Y LA PALABRA
5
Sentir inagotable el estruendo
del humo que se escapa.
Hay niebla y pesar sobre el tejado.
Palpitante impresencia.
Conviene remontar ese clamor,
reencontrar la nube algodonosa.
Se refugia el abrazo en el abrigo
rojizo de las tejas.
Es frío el despertar.
Más frío es el saludo entre los cuerpos
y su opaca conquista.
El humo va esparciendo sus verdades.
6
Cada mañana encuentro
brasas en el hogar.
No consume la noche
el aliento de ayer.
Limpio la chimenea.
Retiro los despojos.
Sólo queda un brasero
vacilante.
Aún vivo
pero lánguido y gris,
incapaz por si solo
de dar luz. Ni calor.
Si lo dejara a su aire
se extinguiría. Al igual
que un pobre amor usado,
con memoria de fuego y
presente de ceniza.
7
Pero de aquel latido sólo
permanece la estela.
Los surcos de la voz
yacen labrados
por la rasante lama del hastío.
Se ha consumado el eco
sobre el tiempo y sus ruinas.
Tendremos que replantar girasoles
y regar con savia de laureles.
Volver a sembrar migas
de amor sobre la estela.
8
Serpentea el silencio por el suelo.
Se calla la caricia y se calla el abrazo.
¿Hasta cuándo esta tumba
en la orfandad de las paredes sordas?
Hubo plegarias rotas y promesas
quemadas en el hielo.
Estalló alguna noche
la primitiva calma
y se desmoronó la torre del reloj.
Pero nunca arrastró
la mañana su huella
por la ferocidad de la mentira.
Y jamás el exilio
anidó en la palabra.
Sin embargo, en el suelo,
sí se hizo el silencio un cascabel.
9
Coge la rosa y huye.
Acabo de romper con la indulgencia.
Se ha caído el azahar
y aún no han florecido los jazmines.
¿Qué se puede esperar de este vacío?
Voy a escribir un cuento:
Era temprano, llovía y tú no estabas...
Coge la rosa y huye.
Y no olvides cerrar con llave la cancela.
10
No quiero hablar de amor
ni del paso del tiempo.
No quiero hablar de nada
que me lleve a pensar
y me pueda exigir
alguna disciplina.
Esto no es un poema.
Es sólo la expresión,
fría y desnuda,
de mi hondo desconcierto
y de mi existencial
repique de campanas.
11
DEL SILENCIO Y LA LUZ
12
Nunca extrañaron tanto mis palabras.
Ha pasado una estrella
fugaz.
Se han callado los grillos.
El silencio del valle es todo para mí.
Me invita la noche a su concierto.
Pero no tengo nada nuevo que proclamar.
Todo es viejo y ya-dicho
en este viejo mundo de Platón,
de Montaigne y Cervantes.
Todo es un déja-vu
ya-visto, ya-callado.
Y yo no llevo ases ocultos en la pluma.
13
De vez en cuando... pienso
que nunca más me rondará el poema.
Lo pienso, muy paciente,
al tiempo que emborrono tardes blancas
y dejo marchitar versos y ortigas.
No acierto a comprender tal desatino.
Será que se diluyen
las voces de las musas por el humo
y crecen malas hierbas
entre la inspiración y el pensamiento.
Ignoro las razones
que me llevan de bruces a ese páramo,
como ignoro el color
del agua cuando brotan
en febrero las yemas del rosal.
Sólo sé que deambulo
entre el ser y la nada.
Más cerca del yo-puedo,
después de todo.
14
Desesperadamente corrí tras el poema.
Tropecé
con versos humeantes y un tintero vacío.
Embadurné caminos y el techo de
mi alcoba.
Metáforas y rimas
chocaron
desnortadas
contra las hojas secas.
No conseguí, lo sé,
soñar con Garcilaso
( ni escribir un romance ).
Pero cuidé las flores.
Recogí
jazmines en enero y en marzo siemprevivas.
15
Has de tener paciencia,
me dijeron algunos de mis buenos amigos.
Yo caminaba erguida
sobre arena caliente. Rebuscando
palabras movedizas
o alguna vieja musa despistada.
No resultaba fácil
creer en aquel tiempo las promesas
de los dioses homéricos.
Llovía sin esperanza
sobre las hojas mudas
del tilo y del cuaderno.
Cuestión de inspiración,
me repetía tenaz el subconsciente
y mis buenos amigos.
Sólo queda esperar
a que cuaje el misterio
y retornen locuaces las chicharras.
Mientras tanto,
regaré las macetas.
16
Se ha estancado la tinta sobre el papel ahumado
de febrero. Los fríos
atardeceres de los versos
han congelado el agua y la poesía.
No corre la emoción por las acequias.
No hay musas rondando en el tejado.
Los codos en la mesa, el alma ausente.
Y en la jarra artesana,
una rama de almendro. En flor.
Junto al tintero.
17
Arriesgaría
esta impoluta paz
por una tempestad en pleno mayo.
Sé que puedo creer
en la impiedad del viento
para mover colosos indecisos.
El viento sabe mucho de intemperies,
no en vano convive con el águila,
con la rabia del fuego y con el mar.
Lo veneran los dioses virtuales
y el desierto lo adora.
Proclamo su consciencia
de duna trascendida
y sus artes paganas de donjuan.
18
Está soplando el viento
fuerte, fortísimo.
Esté doblando troncos,
arrancando las tejas.
Ruge,
da miedo oírlo.
Sin embargo remota,
descansa la ciudad,
quieta... muy quietamente,
echada en el regazo de la sierra.
Azotará también
el vendaval sus torres,
sus muros, sus ventanas.
Pero queda tan lejos.
Hay tanto sol por medio
que desde mi refugio
se percibe tal como
un cuadro de Renoir.
Impresión de la pluma.
Cosas de la distancia.
19
No quiero la clemencia
de la herrumbre del tiempo.
Pido que me devore
como hace con las cosas
sagradas e inmortales:
el leño de la cruz de Jesucristo,
en astillas disperso
por los templos del mundo;
el cuerpo de San Juan,
repartido en pedazos
por las tierras que amó y que lo amaron;
el muro de Berlín,
vendidas sus esquirlas como inútil recuerdo.
El tiempo se encargará de mi envoltorio.
Hará leña de mi tronco caído,
abono de mis huesos.
Autorizo a su prístina bondad
a que venda mis sueños
al mejor comprador,
disponga de mi alma
a su libre albedrío
y arroje sin escrúpulos
mi nombre a los leones.
20
Despojada de cualquier impureza
llegaré a Valéry.
Y me con-fundiré en la poesía.
21
Mi voz está creciendo
como crecen de los olmos las raíces,
hacia el centro encendido de la tierra.
Honda ascensión de vuelo
que va rompiendo aristas a su paso.
Vuelo vital en fuego desvalido.
Y siempre por el humo abrir senderos
hasta la plaza oculta de la luz.
22
DEL TIEMPO Y LA MEMORIA
23
El sol está temblando.
Hace frío.
Se han helado las manos y el papel
blanco de la inocencia.
Tirita el corazón,
y tiritan
el tilo y la palabra.
Hoy es el primer día del invierno.
Habría que aprender
a vivir sin la luz
de los membrillos.
24
Te espero
junto al baúl del olvido.
He guardado
las horas amarillas y las sábanas.
Recréate en tu oasis
y brinda con tu sombra por el beso.
Mañana habrá nacido el viejo sol
alumbrando geografías vírgenes.
Deshilando las horas
yo te espero.
Invadida la mirada de lunas,
la libertad perenne.
Junto al baúl apuesto por la vida.
Si no vienes sabré
que has elegido, imbécil, la derrota.
25
Recompongo teselas
halladas en las ruinas.
El mosaico es un sueño irreverente
donde cada fragmento
redime la inconsciencia y la aventura.
Día a día descubro viejos dioses
y me afano en perder el horizonte.
Qué desorden de olvido
y qué desmemoriada sinrazón.
Alguien me recordó
cómo se fosilizan las palabras
en el descuido senil de la ceniza.
Cómo llega la luz al vertedero
del tiempo apolillado.
Y cómo las teselas descomponen
el mapa de la absurda juventud.
26
Acaba un día cualquiera.
Un día como tantos,
anodino, algo gris.
Otro cuadro ideal
para la desmemoria,
esa bestia
que engulle los silencios y los gritos,
lo que nunca ocurrió
y aquello que pasó sin darnos cuenta.
Si el día ha sido inútil
será culpa del cielo
metido en sus asuntos.
Yo me lavo las manos.
Esto no va conmigo.
Acabé decidiendo,
muy en serio, ponerle
un cascabel al cuello a la memoria.
27
Miro todos los días el almendro
que primero florece cada año.
Sigue seco y desnudo.
Impaciente vigilo
cada rayo de sol que lo sacude,
cada soplo de aire que lo roza.
No es por nada, pero sería bueno
que este invierno insaciable
dejara ya intuir la primavera.
Mis ojos necesitan chispear.
Y mis brazos caídos
haces de margaritas.
28
Ya declinaba marzo.
En el suelo yacían
los pétalos de almendro.
El campo blanquiverde tiritaba
y estaban congeladas las sonrisas.
De pronto sucedió.
Estalló un sol inmenso
preñado de presagios.
Fertilizó la tierra y
el alma de las cosas.
Era la primavera. No cabía
ningún tipo de duda.
Lo confirmó la rama
con sus yemas crecientes
y el deseo olvidado
de tomar el desayuno en la placeta.
29
¿Por qué sonríes, ingenuo,
a la siempre indolente primavera?
¿No ves que te hipnotiza
con sus artes de bruja?
Se mofa de la vida en realidad
y de los corazones inocentes.
Te hace cree en su poder
para vestir la tierra de amapolas
inundando de savia
los campos y los días.
Nada más engañoso.
En el temblor primero de la primera hoja
se anuncia ya el otoño. No lo dudes.
Y lo que tú creías el milagro
del renacer
eterno e incesante
es sólo un proseguir
en la misma estación
esperando el mismo tren de siempre.
Pero aún así tú aguardas
con los zapatos nuevos. Sonriendo.
30
El sabor de la acacia.
Mediodía
en la memoria del encuentro.
Pasan las nubes
por la copa del árbol y... se alejan.
Su flor sabe a canciones
y juegos de la infancia.
Rezuma la inocencia en racimos
blancos como la cuna.
La acacia deshoja los recuerdos.
Es mediodía sobre la claridad.
Y sobre la fluidez de la consciencia.
31
En verano aún pesa
más
el frío del alma.
Cuando el tiempo se alía
con la cal y la siesta
se convierten en mármol
las palabras. Y el sol
huye al encuentro con la roca.
Son días abisales.
Jugamos como niños
a la felicidad
pero acabamos solos,
exhaustos y engañados
por una calidez
de planas superficies,
bostezando.
32
Nada como el jazmín
me devuelve a la infancia.
Nada sacude tanto mi memoria
como la flor blanquísima
que llueve en las noches de verano.
Hoy cojo sus estrellas
esparcidas en charcos.
Son el abono fértil
para el jardín sereno.
Nada como esa esencia
evoca la placeta de mi madre,
el frescor de la cántara
colgada del parral
y el alma saltarina
que presentía la luz
envuelta en el olor del jazminero.
33
Tiempo habrá de correr
tras aquella cometa
que dejaste escapar una tarde de agosto.
Entonces no tenías ni paciencia ni prisa
por guardar tus juguetes.
Ni conocías el miedo
de ver romperse el hilo en mil recuerdos.
Habrá tiempo, seguro, de aprender
de dónde sopla el viento y de dónde
soplan los días que se llevan
la memoria amarrada a una cola de trapo.
Ahora abre los ojos
y mantén siempre a mano el corazón
porque vas a crecer coleccionando
alas.
Cuando vuelva a tu esquina
la sombra de aquel vuelo
dominarás los aires
y sabrás empuñar tu destino a dos manos.
34
Resulta preocupante
que ya no me detenga a contemplar
una puesta de sol
desde este mirador privilegiado.
El momento es, seguro,
exaltación y canto a la belleza
por sus colores vírgenes,
sus contornos, su luz,
semejante tan sólo
al alba en su emoción.
Sin embargo, me cansa la escena repetida
en la confirmación de cada ocaso.
Me cansa lo ya visto,
profunda lasitud
de quien no reconoce el misterio
en cada pincelada de Monet.
La caída
siempre es del mismo sol
y el corazón que observa
también es siempre el mismo.
Pendiente de caer
en el mismo agujero.
35
Es indolente el día ante mis ojos.
Pienso
en la remota paz bajo los tilos.
Acaricio la luz
y el latido lejano.
El día es indolente. Pero yo
desoigo su arrogancia
y guardo en un baúl su desmemoria.
Solamente los tilos
y este instante sabrán
que no existen prodigios imposibles
ni lágrimas estériles.
Si tú me das la mano
ningún día
sabrá de lluvias yermas
ni de la burla vana de los dioses.
36
Orgullosas están
las piedras del camino.
Han crecido sembradas
sobre los pasos libres.
Nacieron con destino de protesta
mas supieron callar
y servir de reposo al exiliado.
Yo paso, desasida. Ellas, siempre
inexhaustas,
me ofrecen su quietud.
Las piedras del camino
son corazones sólidos.
El silencio les sirve de raíces.
No hay memoria más honda que la suya.
37
Se alzan los cipreses
por la faz de los tiempos.
En su copa gravitan
los misterios que la luna traiciona.
Ascienden recelosos,
pues ya van sospechando del clamor
que revela su hora y su destino.
Alma arriba
se elevan los cipreses.
Cómo duele esa flecha
verticalmente
eternizada.
38
Tildada la memoria de elegía.
De horizonte impregnada la ausencia.
Rojo el cielo. Des-
angeladamente.
Las paredes rezuman
vinagre y soledad,
un sótano de luz irrespirable.
J´ ai oublié ton nom,
grita la voz de eco.
Se moja la conciencia en el jardín
y huyen, asustados, los lagartos.
Compartir esta fábula
resulta inconcebible a la cordura.
39
Qué nítida aparece la consciencia
dorándose al calor de la palabra.
Polvo son los destellos
del sol sobre el camino.
No me enseñó la tierra su primigenia voz,
ni el himno gutural de la alegría.
Hay tanta desmemoria en un por qué.
Tanta armonía hay
en un ramo de adelfas.
He prometido al Sur
mis verdades de cal y mi homenaje.
Saber que nací libre. Y que lo supe.
40
No hace falta más tinta.
Ni más tiempo.
Ni espacio.
Ni más literatura.
La rosa es la razón
de ser de la belleza.
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