desde la puerta del sol · 2020-06-18 · desde la puerta del sol la puerta del sol madrileña, en...
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Desde la Puerta del Sol
La Puerta del Sol madrileña, en la que se encuentra el punto kilométrico 0 de España, creemos es un buen enclave para formalizar un juicio de lo que pasa en el país, lo que podemos alargar a Hispanoamérica y al resto del mundo. Con esa idea nos hemos situado junto el oso y el madroño, desde donde saludar a nuestros amigos
o hay como un imbécil cuando se pone activo. Y si la piara se va enriqueciendo, ya es la reoca. Porque al mandato de los mayorales se desperdigan y van sem-
brando las instrucciones recibidas por entre los próxi-mos, reproduciendo en proporción geométrica las acciones o las consignas. Y los imbéciles cada vez son más, surgen por
todas partes, actúan sin un fallo de la mecánica con la que los han insuflado. Entre nosotros es un espécimen que se ha
ido inoculando como el covid-19 y por ello la reproducción ha sido enorme. No tenemos nada más que echar una mirada entre lo que nos rodea y seguramente, sin ponerlos el ter-
mómetro en la frente, los iremos detectando. Podríamos ha-cer una lista, pero no nos gusta señalar de forma tan desca-
rada, salvo que sea a los mandarines. A estos hay que desnu-darlos quitándoles todas las capas que han ido acumulando sobre sí mismos, de diferentes géneros y distintos colores,
con adornos variados para despistar. Hay que hacer esa lim-pieza o estriptis para evitar que vayan consiguiendo el poder
y el dinero que siempre se pega a él. No hacemos la lista, como decimos, porque preferimos que los imbéciles por vo-cación o aprendizaje se vayan apuntando ellos mismos, pues
son aficionados a figurar donde les manden y para lo que sea, y por ello no los importará.
Entre los imbéciles de última hora tenemos los que quieren desmontar a Colón de sus altos pedestales a los que normalmente se le ha aupado por merecimientos propios. Los tontos e imbéciles han respondido a la llamada de los confesos enemigos de la discri-
minación racial, mezclando y confundiendo los hechos aislados –aunque tengan alguna frecuencia– con un movimiento global como ahora se juzga todo. Pero no en todos los
casos semejantes el dictamen de los mandarines es valorado con la misma célebre vara de medir. Ya se sabe, un policía yanqui mata queriendo o por exceso de celo a un negro
Colón y el encuentro con Diógenes, Emilio Álvarez Frías
De rodillas, Sertorio Máscaras y mascarillas, Javier
Barraycoa Una breve reflexión a vuela
pluma, Constantino Quelle Parra Crisis constituyente, Luis María
Anson El diagnóstico médico de Sánchez
que revienta las redes, David Lozano
La mirada insolente, José María Nieto Vigil
González aguanta el pulso a Sánchez y seguirá trabajando para desmontar la coalición, Jorge Sáinz
El fuero interno de la magistrada Rodríguez Medel, Guadalupe Sánchez
y se monta la de Dios es Cristo en todo el mundo: manifestaciones más o menos violen-tas, entierros de lo más vistosos, llantos a discreción y condena a cuantos son calificados
de racistas y acosadores. Aunque sean casos aislados. Da igual. Pero si en Teruel, La Torre de Don Fadrique, Daimiel, Méntrida o cualquier lugar de España o del mundo una jauría de negros o equivalentes violan y matan a una mujer de cualquier edad, eso no
recibe el mismo tratamiento, todo lo más detención por la autoridad, declaración y pues-ta en libertad hasta el juicio que sabe Dios cuando tendrá lugar, y quizá unos años de
cárcel, de corta duración, vuelta a la calle y repetición del hecho. Y así una y otra vez. Ni las del 8-M tienen en consideración estos casos. A veces son despachados con el lati-guillo de que son las costumbres de sus países de origen.
El comportamiento de unos seres para con los otros en lo que cabe de discriminación es bastante más amplio, y sigue la tónica de laissez faire et laissez passer que dicen los
franceses. Porque continuamente podemos encontrar en los medios de comunicación –con menor frecuencia en los habituales– que por África, por países asiáticos e incluso por el mundo occidental son asesinados misioneros de ambos sexos por el solo hecho de
estar formando a las clases más desfavorecidas del planeta, por estar atendiéndolas en lo físico de lo que están tan olvidadas, e incluso en lo espiritual que es un alimento muy
útil cuando faltan los otros.
Pero como decíamos, la inquina ha llegado hasta el pobre Colón, ¡quién se lo iba a decir cuando navegaba hacia las Indias Occidentales! Los imbéciles que se tomaron la muerte
del pobre George Floyd como momento idóneo para armar una buena batahola, se acordaron de Cristóbal Colón, y le echaron encima todo el rencor de los racistas dis-
criminatorios y la tomaron son las estatuas repartidas por los Estados Unidos y se de-dicaron a llenarlas de porquería y pintura, decapitar algunas y echar otras al suelo, de-jando estos recuerdos por Massachusetts, Minnesota, Virginia, Boston, Nueva York,
Houston, Los Ángeles, etc., con independencia de que ya, antes de que se produjera este desmande había lugares de USA que habían tomado la decisión de quitar los
monumentos al descubridor como aquí se hizo con los de Francisco Franco. Al parecer han sido los demócratas de California los últimos –por ahora– en retirar la Estatua de Colón e Isabel la Católica que llevaba 137 años en el Capitolio recordando que ese estado
lo pudo recorrer Fray Junípero Serra y otros monjes franciscanos sembrando misiones a lo largo del Camino Real gracias al descubrimiento que hiciera Cristóbal Colón con el
apoyo de la Reina Católica.
Lo peor es lo que hacen los imbéciles nativos, que han atentado y atentan contra Colón
en la propia España, de lo que es buen reflejo la catalana Jessica Albiach quien, en sede parlamentaria, pidió retirar la estatua de Colón de la ciudad condal, a lo que se ha su-
mado la alcaldesa Colau con entusiasmo. Tampoco quedó atrás
la podemita andaluza, Teresa Rodríguez, de Rota ella, pues se apuntó a demoler el monumento a Cristóbal Colón, por escla-
vista, emplazado en el lugar de donde salieron las carabelas camino del descubrimiento, aunque se cuida mucho de pedir la eliminación de las estatuas de los musulmanes a los que puede
aplicar el apelativo de esclavistas con mucha más razón.
Realmente estamos apenados de que haya tantos imbéciles por
el mundo –y un buen racimo en nuestra piel de toro– que se manifiesten cada día en este tema, aunque no desdeñan tam-bién otros muchos más. Estamos convencidos de que en esta
vieja tierra, donde Colón convenció a la reina Católica de que más allá de la mar oceana había tierras que evangelizar, hay
que fichar a un Diógenes de nuestro tiempo para que andando por la calle con la célebre lámpara, o sentado en el sillón de su despacho, vaya encontrando los hombres buenos
que España necesita para salir de este tremedal y renacer a la primavera.
Buscando a Diógenes por Madrid nos lo topamos, a la caída de la noche, descamisado, sediento, magro, e intentando recomponerse de andar todo el día por la ciudad. Sim-
plemente le ofrecimos agua de nuestro botijo para que calmara la sed y recuperara ener-gías. No nos hemos atrevido a preguntarle si ha encontrado muchos hombres buenos en
su deambular. Ni lo vamos a intentar. Lo dejaremos descansar y, cuando él considere que es el momento oportuno, que hable.
(El Manifiesto)
na nueva raza de estigmatizados ha surgido de los saqueos y motines de estos días. Una estirpe con la marca de Caín en la frente. Un linaje maldito al que su
pecado original nunca se le perdonará. Ese vaso impuro, ese espíritu maligno, somos nosotros, los hombres europeos, reos de presuntos crímenes que no hemos come-
tido y que se pretende que expiemos.
Una industria de la culpa quiere acabar con nosotros y, sobre todo, corromper nuestro sentido moral para impedirnos reaccionar en defensa propia. Durante los últimos cincu-
enta años, en medio de un bienestar material que es producto de la tecnología, la medi-cina y el legado de siglos de su civilización, el europeo ha aprendido a sentirse culpable
ante aquellos beneficiarios de sus logros a los que ha acogido en su propia patria y les ha otorgado unos derechos y un bienestar que jamás alcanzarán en sus tierras y culturas de origen. El europeo nativo ha dado en la extraña superstición de creer que alguien de
piel más oscura y religión distinta es superior moralmente, que es un acre-
edor con el que está en deuda, frente al que ha cometido un pecado que ninguna penitencia borra. Sólo así se
explica que tanta barbarie haya que-dado impune.
Por supuesto, esta orgía de saqueos, incendios y crímenes, con siete poli-cías negros asesinados en Estados
Unidos, ha sido aplaudida por las cla-ses dirigentes, encantadas de ver a
los estratos medios aterrorizados y humillados, incapaces de defenderse frente a la violencia de los cachorros de la élite: los antifascistas y los racistas eurófobos.
Investíguese a un antifa y se encontrará a un niñato blanco de padres acomodados. Cu-
rioso racismo sistémico, que ha llevado a un negro a la presidencia de los Estados Unidos y que permite que esta minoría esté mucho más presente entre los funcionarios y los
cargos políticos de lo que su proporción entre la población real permite suponer. Curiosa solicitud de los activistas negros de piel rosada y marfileña, que incendian las calles
cuando se produce la muerte de un negro a manos de un blanco, pero que no sienten la menor preocupación por la violencia entre negros, que es la tragedia principal de la ver-
dadera población afroamericana. En el fondo, lo que con esto aflora es el profundo racismo de la izquierda universitaria, de la élite de la Ivy League, que se permite el lujo
de decidir quién es negro y qué vidas importan y cuáles no. Recordemos que Joe Biden, el mirlo blanco del progresismo yanqui, sentenció que los votantes negros de Trump no eran verdaderos negros. Para ser auténticamente africano se necesita la patente de un
catedrático anglosajón de Harvard. Por cierto, la muerte de Floyd tuvo lugar en una ciudad administrada por la facción más izquierdista de los demócratas y donde la policía
depende directamente del alcalde, un conocido enemigo de Trump.
Ha dado la vuelta al mundo el ataque que los vándalos y saqueadores multiculturales realizaron contra la estatua de Churchill, en Londres. En vez de condenar el ataque,
reprimir a las bestias que lo perpetraron y homenajear al agraviado, a Churchill, los me-dios y los dirigentes de Gran Bretaña se dedicaron a glosar las «razones» de los bárbaros
y a meditar sobre ellas. No han faltado quienes se han puesto del lado de los salvajes, especialmente
entre la corrompida élite universi-taria, origen del cáncer decons-
tructor que está matando a nuestra cultura. No hay paradoja más cruel que ésta: aquellos que ahora cam-
pan por Gran Bretaña y disfrutan de un estatuto legal privilegiado gracias
a que Churchill ganó la guerra del 45, son los que maldicen su memo-ria. Los versos de La carga del hom-
bre blanco, de Kipling, adquieren hoy día una siniestra, acerba y repulsiva actualidad. Tras todo esto se manifiesta la voluntad de las élites económicas de desarraigar a los
pueblos y anular las soberanías sostenidas en la identidad de una comunidad nacional. Y también el designio de extinguir a los caros trabajadores europeos y sustituirlos por sus protegidos, frente a los que se ha situado a los primeros en una posición de
inferioridad moral y legal, como lo demuestran todas las leyes discriminatorias que se aprueban contra nosotros un día sí y otro también en los países más avanzados de
Occidente. Sin la coartada moral de la maldad del hombre blanco, del racismo sistémico y otras pedanterías, estas leyes no tienen la menor legitimidad.
Antes, un europeo sólo se arrodillaba ante Dios o ante su dama. El postrarse de hinojos, la proskinesis o el kow tow chino, son posiciones de indefensión absoluta, donde uno se entrega inerme a la merced de alguien superior. Por eso, adoptar semejantes posturas
se consideraba indigno de un hombre libre. Es famoso el caso de la embajada inglesa a China, en 1792, cuando Lord MacCartney se negó a adoptar esa postura ante el empe-
rador Qianlong por considerarla humillante. Hoy, eso lo hacen los niñatos de las élites europeas ante unos recién llegados, cuyos abuelos ni lucharon en nuestras guerras, ni contribuyeron durante siglos con su esfuerzo y su talento a levantar esta civilización que
hoy nuestras castas políticas y financieras quieren extinguir, empeñadas como están en crear un nuevo pueblo europeo, más barato, importado y no engendrado, con el menor
número de nativos posibles y que nada tenga que ver con la estirpe que creó las cate-drales góticas, edificó nuestras ciudades, circunnavegó el globo, compuso los cantares de gesta, alumbró la música clásica, creó el mundo de la novela y produjo un Shakes-
peare, un Calderón, un Rembrandt, un Bach… Hoy todo eso se deconstruye y se relativi-za. Y se infama cuando se puede. Hacer que el europeo se sienta culpable es fundamental
para tenerlo de hinojos, postrado, perdido el orgullo y la dignidad, arrastrándose ante la
escoria antifascista, tirada al muladar de la historia su condición de hombre libre, de creador de cultura.
Los mismos que besan las botas de un africano incendian las iglesias que levantaron sus abuelos.
Nunca ningún pueblo había sido humillado de semejante manera sin haber perdido una
guerra, sin haber sufrido una catástrofe horrible. Muy enferma tiene que estar Europa para arrastrarse con tanta indignidad y regodeo. Las escenas degradantes y en extremo
malsanas que hemos visto en los últimos días, con europeos arrodillándose y besando las botas de los negros, nos indican que se ha fomentado intencionadamente desde las universidades un complejo de culpa blanca, que mezcla componentes masoquistas con
un racismo tan íntimamente reprimido que se manifiesta, precisamente, en estas exte-riorizaciones, más propias del porno bizarre y fetichista que de una comunidad política
seria. Todo esto va unido a uno de los elementos básicos de todo desorden mental: la distorsión de la realidad. No es cierto que haya un racismo sistémico (perdón por el pedantismo). Al revés, si alguien está en situación de inferioridad legal es el europeo
nativo, al que un conjunto de leyes «integradoras» le privan del acceso a los empleos, las ayudas y las becas. O sea, sí hay racismo «sistémico», pero contra los blancos, culpa-
bles de todo por el simple hecho de nacer con un determinado tinte de piel. Toda esta locura tiene su origen en la construcción de un mito entre la izquierda universitaria de los años sesenta, que perdió al proletariado como agente de la revolución y se volvió
hacia el Tercer Mundo como fuente de sus fantasías políticas: por eso lo importa en masa a Europa. La imposición de esta fábula ideológica ha tenido traducción legal y política a
lo largo de los últimos cincuenta años y está aniquilando la identidad cultural de países como Canadá o Suecia, donde se reniega de su pasado y se favorece un brutal proceso de aculturación globalista. Los mismos que lloran y patalean por defender la identidad
de alguna remota tribu en las antípodas, aplauden la destrucción de la tradición europea. A esto, desde Freud, se le llama matar al padre.
A una civilización con estos síntomas sólo la cura un electroshock. Lo está pidiendo a gritos.
n esta crisis de una pandemia mundial, muchos han tenido que ponerse mascarillas y a algunos se les ha caído la máscara. El gobierno Sánchez se las veía felices.
Tenía una agenda mundialista que aplicar: asentar un modelo bolivariano, cristali-zar para siempre la agenda de ideología de género, arrinconar y someter a la Iglesia con
el chantaje de la concertación de colegios, montar una «mesa de negociación» con sepa-ratistas, ganar la Guerra Civil 80 años después profanando el Valle de los Caídos. Y todo ello, con poco más de cien diputados y la connivencia de los que desean desgajar España.
Nunca se le vio tan feliz, lo había conseguido todo. Pero poco podía sospechar que se le iba a cambiar la cara.
Lo primero que tienen que aprender los progresistas es que la historia no es un progreso continuo para alcanzar sus sueños embriagados de ideologías idolátricas. Sino que la
historia está cargada de regresiones, interrupciones, naufragios. Y casi siempre por causas que se escapan al dominio del hombre. A eso le llamamos Providencia y, ante
ella, todo voluntarismo es inútil. De nada han servido las máscaras engañosas de los que se decían amigos de los descamisados, cuando han sido incapaces siquiera de conseguir
mascarillas para los más necesitados (servicios asistenciales, sanitarios, policías,….). Lo malo de las ineptitudes de este gobierno es que matan personas. Repetimos, no es que se salgan estadísticas macabras, sino que detrás de cada número hay un ser humano.
El gobierno ha mentido, miente y mentirá. ¿Quién se ha llevado comisiones por miles de test de detección de coronavirus inútiles? ¿Dónde están los materiales sanitarios donados
por muchos países? ¿Por qué había 15 millones de euros para rescatar a las televisiones y prensa afín al sistema y no para comprar 15 millones de mascarillas? ¿Por qué en las cifras de fallecidos de cada día sólo se dan los que han muerto en hospitales? ¿Por qué
no han contado los cientos –¿miles?– de fallecidos en residencias que directa-
mente han ido a las morgues sin pasar por los hospitales? ¿Por qué se les ha prohibido hacer autopsias para detectar
la causa real de la muerte? Mientras escribimos estas líneas y se evidencia
que tenemos un gobierno noqueado, de momento no se ha producido ninguna dimisión. Salvador Illa, ministro de Sa-
nidad, ocupa ese cargo no por su peri-cia, sino porque era parte de la cuota
impuesta por Iceta para montar la mesa de diálogo con la Generalitat. Y así nos
ha ido.
Dejando de lado el gobierno, también se ha demostrado claramente la mascarada de un Estado autonómico, reinos de taifas incapaces de coordinarse ante una epidemia. Un
Estado sin un sistema sanitario común es un claro signo de desvertebración y resquebrajamiento –y no nos ponemos centralistas– de un sistema administrativo que tendría que ser capaz de afrontar imprevistos del calibre de una pandemia. La máscara
de una España federal como soñaban los separatistas también ha caído, al igual que los alelados sueños del independentismo, que ha descubierto ser una mota de polvo, en un
mundo global. Y que si Europa (otra mascarada que está cayendo) no le importa España, qué le va a importar «la cuestión catalana».
En resumidas cuentas, la Providencia tiene estas cosas, a veces chafa los sueños de los ilusos y de los malvados. Ojalá aprendamos del mensaje. Pero mucho nos tememos que hay muchos sordos que no quieren oír y ciegos que prefieren seguir con la máscara
puesta, aunque nunca les llegue una mascarilla.
Cada día escucho lo necesario que es lavarse las manos, sobre todo en esta época del coronavirus.
Yo las tengo escocidas de tanto jabón. Pero si hay que hacerlo, se hace.
Asimismo, cada día escucho que en el verano el virus pierde fuerza, pues el calor va contra su energía.
Yo pido a todos lo santos que llegue el calor. Pero nunca he oído que ambas sugerencias deben unirse. Me explico: Si es bueno lavarse las manos y bueno que llegue el calor ¿Por qué no
nos dicen que hemos de lavarnos las manos con agua caliente? Elemental querido Watson.
No es posible que esto se me haya ocurrido sólo a mí, a no ser que alguna de las dos primeras sugerencias, carezcan de valor científico.
Quisiera creer que Vd. también lo ha pensado pero no lo ha publicado.
Pues eso. Ahí queda.
(El Imparcial) de la Real Academia Española
n el entorno de Pedro Sánchez aseguran que el propósito final del líder socialista
en esta legislatura es plantear una crisis constituyente y presentar a la nación una nueva Constitución que modifique, entre otras cosas, la forma de Estado, estable-
ciendo la República. Pedro Sánchez sería el presidente de esta III República.
Hasta ahora, el camino hacia la crisis constituyente permanecía enmascarado. Desde ayer, las mascarillas han caído y los propósitos del sanchismo han quedado al aire libre.
No sé si por torpeza o por un meditado cálculo, al ministro de Justicia, Juan Carlos
Campo, le ha correspondido desvelar los oscuros propósitos finales de Pedro Sán-
chez.
«Junto a la crisis constituyente –afirmó el ministro ante el Congreso de los Dipu-
tados– tenemos también un debate cons-tituyente». Más claro ni el agua del Lozo-
ya. «Nuestro modelo social se rompe», añadió con rotundidad el ministro. Para el sanchismo, el espíritu de la Transición es un cadáver y hay que sepultarlo para construir una España diferente a la que se consagró
en la Constitución de 1978, aprobada de forma abrumadoramente mayoritaria por la voluntad general del pueblo español libremente expresada.
El sanchismo, en fin, controla más y más los medios de comunicación, sobre todo los audiovisuales; construye una España subsidiada, en la que un número cada día mayor de españoles viven de la asignación que les proporciona el Estado; fragiliza de forma
incansable las estructuras públicas, incluso devastando algunas hasta ahora inatacadas como la Guardia Civil y la Monarquía… y ha dado a sus terminales en toda España esta
consigna: «Todo el poder para el Gobierno».
La operación ha sido inteligentemente meditada. No se trata de someter al pueblo espa-ñol a un trágala de golpe. No. Se trata de ir desmontando poco a poco la España de la
Transición para establecer la nueva normalidad al gusto del Frente Popular que nos gobierna.
(Periodista Digital)
l 28 de mayo de 2020 el doctor Joaquín Sama, Jefe Clínico Especialista en Psiquia-tría, Neurología y Medicina Familiar y Comunitaria de Córdoba, quiso compartir un diagnóstico de presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y cuyo acreditado resultado
no puede ser más desalentador.
«¿Nos gobierna un psicópata?», pregunta el doctor, lo que en realidad no es más que
una pregunta retórica…
«La respuesta es afirmativa: Pedro Sánchez cumple los criterios diagnósticos para ser tipificado sin la menor duda como psicópata narcisista, es decir, presenta un Trastorno
de la personalidad de tipo narcisista, en base a los dos manuales nosológicos mundial-mente reconocidos, tanto la ICD como el DSM-IV-TR», explica
Añade que «los psicópatas no son enfermos mentales, sino individuos con una persona-lidad fuera de lo común, desviación que, de forma habitual, es fuente de problemas per-sonales, que, a su vez, van a repercutir de modo negativo en el entorno donde viven.
Innecesario es decir que cuanto mayor sea su área de influen-
cia, mayores serán los proble-mas que ocasionen».
Reproducimos literal el «diag-
nóstico» que corre como la pólvora en las redes sociales:
Existen diversos tipos de
psicopatías. La de Pedro
Sánchez se encuadra en el
grupo B, con tipificación
nosológica F60.8 (Trastorno
narcisista de la personali-
dad), siguiendo el Manual
Diagnóstico y Estadístico
DSM-IV-TR, cuyos criterios para este tipo de trastornos son:
1. Grandioso sentido de la propia importancia;
2. Preocupación de éxito ilimitado, poder, brillantez;
3. Creerse especiales, únicos;
4. Exigencia de excesiva admiración;
5. Pretensiocidad, expectativas irrazonables de que se cumplan las aspiraciones;
6. Interpersonalmente son explotadores, sacan provecho de los demás para alcanzar sus
metas;
7. Carecen de empatía;
8. Con frecuencia, envidian a los demás o creen que les envidian a ellos;
9. Comportamientos arrogantes.
La conclusión que se extrae al analizar la trayectoria vital de Sánchez, es la imperiosa
necesidad que tiene de ser admirado. Esta emoción, presente en todos los humanos, es
tan intensa en él, –es ahí donde radica su desviación de lo normal–, que la ha convertido
en el «primum mobile» de su vida, desarrollando un proyecto vital dirigido a satisfacerla,
tarea imposible de alcanzar por ser insaciable y desorbitada su necesidad de sentirse
importante.
Varios factores han contado a su favor para llegar al escenario donde más admiración pue-
de despertar: un verbo fluido, la instrumentalización de la empatía como herramienta polí-
tica, suficiente histrionismo para representar el correspondiente papel de líder, –mera
impostura–, y, sobre todo, la falta de ética, de moral y el desprecio hacia los españoles, a
quienes ha estafado haciendo lo contrario de lo que aseguró.
Como buen psicópata, no se ruboriza cuando sus oponentes políticos le recuerdan sus
mentiras y contradicciones. La satisfacción narcisista que experimenta al ostentar un
puesto que jamás pudo imaginar que alcanzaría, compensa con creces los reproches de la
oposición.
Pablo Iglesias sabe que el presidente aceptará lo inadmisible para mantenerse donde más
puede ser visto y admirado, circunstancia que Iglesias.
Un binomio, Sánchez-Iglesias responsables de los miles de fallecimientos que se podían
haber evitado con una buena gestión, responsables de una hecatombe económica sin pre-
cedentes y responsables también de una severa restricción de derechos y libertades, inclui-
da la vergonzosa manipulación de los medios de comunicación.
Sánchez no es el primer psicópata que llega al poder de un país. Salvando las diferencias
históricas y sociales, Hitler también tenía un trastorno narcisista de la personalidad (DSM-
IV-TR, F60.8). Pedro Sánchez, frente al líder nazi, es un actor de vodevil, pero nos duele
tanto o más, porque lo tenemos de plena actualidad y nos está afectando a todos.
ay un magnífico libro titulado La mirada etrusca, de José Luis Sampedro publica-
da en 1985. Una obra emotiva, con una historia entrañable y profundamente conmovedora. Les recomiendo en-
carecidamente su lectura.
La mirada insolente a la que me refiero es la de otro personaje, la de José Luis Ro-
dríguez Zapatero. Qué diferencia de trama, de calidad intelectual y de altura personal. Aunque nacido en Valladolid, pero ejer-
ciente en León, ni vallisoletanos, ni leoneses le reclaman como propio. Sus presidencias
del gobierno no pasarán a la historia por su magnífica gestión, más al contrario, entre
2004 y 2011 los españoles padecimos sus ocurrencias y ligerezas gubernamentales.
Actualmente, vive muy bien pagado por sus «servicios prestados» como miembro del
Consejo de Estado. No es de extrañar, por tanto, el estado de caos que sufrimos debido a su insigne presencia asesorando en este desgobierno. Tampoco son desestimables sus
ingresos por otros conceptos, tales como conferenciante y profe-sor asociado. Una vida de ensueño, un retiro dorado para quién ha sido el peor presidente de la historia re-
ciente de España.
Jamás sentí afecto, tampoco admiración, por su forma de entender la cuestión de Espa-ña, incluyendo Cataluña y el terrorismo etarra. Su voz pastosa, su verborrea aburrida y
su lenguaje gestual me han resultado abominables. Esa permanente sonrisa insolente, esa expresión impertinente de cejas enarcadas y su mirada entrometida eran verda-
deramente vergonzantes para muchos españoles. Pero, con el paso del tiempo, con el paso de los años, su locuacidad, su carácter lenguaraz y su incontinencia verbal no ha cesado. Recientemente se ha despachado, con descaro irresponsable, como siempre, en
sendas entrevistas para la televisión bolivariana venezolana y, para la cadena COPE. Su falta de tacto, de medida, de proporción, dio lugar, como tantas veces, a su incontinencia
verbal con ese aroma burlón y graciosillo al que quiere acompañar con su soflama ideológica. No tiene desperdicio tanto despropósito y tanta frivolidad en sus afirmaciones. Lo peor es que tiene un autoconcepto de hombre de estado, de preclaro
prócer de la Patria, de hombre hábil y sutil, de filósofo del nuevo orden mundial. Sin embargo, lo que sostiene con notable vehemencia es el blanqueamiento del régimen
chavista y, un antiimperialismo nortea-mericano característico de la izquierda radical trasnochada.
Sus sueños juveniles a favor de la nueva vía, dentro de la que se sentía, según sus pro-
pias palabras como «un demócrata social», tan amigo del laborista Tony Blair y del socialdemócrata Gerhard Schroeder, fue dando paso a su bolivarismo desenfrenado. No
tiene reparo en convocar públicamente a un frente antiamericano contra el «american first» de Trump invitando China, a la Unión Europea y a todo hijo de vecino que quiera sumarse a su cruzada. Una vez más, además de irrespetuoso, manifiesta su incons-
ciencia beligerante. Una muestra de que la globalización es un fenómeno que también afecta a la estupidez. De ello dio una lección cuando, con arrogancia y mala educación,
se quedó sentado al paso de la enseña estadounidense durante el desfile de las Fuerzas Armadas, en el madrileño Paseo de la Castellana. El honorable gesto nos costó no poder celebrar las olimpiadas de Madrid, entre otras pérdidas difíciles de cuantificar.
Las perogrulladas han sido seña de identidad personal. Sus iluminaciones le llevaron a crear aquella esperpéntica «alianza de las
civilizaciones». Ese bucólico y pueril sueño de un fuego de campamento al que sen-
tarse todos, entonando el Himno de la ale-gría y fumando la pipa de la paz. Qué esperpento, que impropio en un momento
en el que el integrismo islamista amena-zaba la convivencia mundial. No le faltaron
palmeros y chicos de coro que le rieran la gracia. Los pseudo intelectuales de la iz-quierda española se deshicieron de elogios
y palabras de admiración. La tontería se hacía dueña del discurso político. Cuántos improperios se me ocurren.
Hay una oda al absurdo, más absurda aún que cualquier otra. Me refiero a los elogios, casi lascivos, de Leire Pajín Iraola, Secretaria de Organización del PSOE y posterior Minis-tra de Sanidad, Política Social e Igualdad. Con arrojo y temeridad se atrevió a afirmar,
refiriéndose al presidente Obama y, al insigne José Luís, que: «Dos grandes líderes mundiales se habían proclamado a ambas orillas del Atlántico». En lo que nos toca, su
clarividencia fue peor que la de Aramís Fuster adivinando el futuro en algo. Para bien del quehacer político español la susodicha, la aventajada pupila, dejó la política activa en
2012. Hoy se dedica a una lucrativa actividad: Directora Global del Instituto de Salud Global (ISGLOBAL) de Barcelona. Una especie de laboratorio de ideas y centro de pensamiento financiado por la Generalidad y La Caixa, apoyada por el Ministerio de Asun-
tos Exteriores y Cooperación. También es Presidenta de la RED Española de Desarrollo Sostenible, vinculada a la ONU. Antes, había pasado por la Organización Panamericana
de Salud (OPS) en 2012. La renuncia a la actividad política era una quimera.
Zapatero, José Luis, diputado nacional durante siete legislaturas, no se calla. Es el emba-jador en Europa de las lindezas del progreso alcanzado por el gobierno de Nicolás
Maduro. Avieso mediador en el conflicto de Venezuela y valedor de la corrupción caribe-ña, queda acreditada a través del nombramiento de Raúl Morodo, en 2004, como emba-
jador paniaguado en Caracas. La Fiscalía Anticorrupción y Hacienda están sobre sus pasos y andanzas por los cálidos paraísos fiscales. Tanto amor proclamado, tanto ardor incontestable, tanta pasión encendida por Hugo, por Nicolás, le llevan a entregarse, des-
vergonzadamente, sin pudor, ni rubor, a los brazos de Pablo Iglesias. Sus confesiones son de fe sostenida, lealtad fraternal en una empresa común, en un empecinado empeño,
el de provocar un desorden mundial, el hundimiento moral y social de España.
Es imposible no pronunciarse ante este hombre de mirada insolente, de verbo desafo-rado, de tan afinado y certero juicio político. Muchas aristas y perfiles varios presenta
nuestro protagonista desde las que valorar su trayectoria pública, su servicio a la anti España. Los deméritos y las deslealtades le acompañan; la infidelidad a nuestra Patria
le distinguen; la herejía de la verdad es su divisa. Por lo pronto, un consejo sano y responsable para la continencia de sus desafueros sería el de: «¿Por qué no te callas de una vez? Calladito estás menos feo». Éste sería su mejor tributo. Todos se lo agrade-
ceríamos.
(Vozpópuli)
os primeros avisos de La Moncloa a Felipe González por sus maniobras privadas y
declaraciones públicas en contra de la presencia de Unidas Podemos en el Gobier-no de coalición no han intimidado
al expresidente socialista. González
mantiene que las fuerzas políticas que sostienen al PSOE en el Ejecutivo ponen
en peligro el pacto constitucional. Y quienes mejor le conocen aseguran a Vozpópuli que las filtraciones e infor-
maciones en su contra solo le animan a seguir.
González reaparece este martes en un foro sobre el futuro del turismo en
España. Su comparecencia se produce menos de una semana después de un desayuno informativo en el que comparó el Go-
bierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias con el «camarote de los hermanos Marx». El comentario le costó una reprimenda de la vicepresidenta Carmen Calvo y una infor-
mación en el diario La Razón sobre cómo la CIA vinculó a González con la creación de los GAL.
El artículo está extraído de una base de datos de documentos desclasificados que la
agencia norteamericana de inteligencia colgó en Internet en 2017. EH Bildu ha pedido la comparecencia de González en la Comisión de Interior del Congreso para dar
explicaciones sobre estos documentos de la CIA.
González, contra Podemos y Sánchez
La relación entre Sánchez y González es inexistente. No hablan desde hace tiempo. El
expresidente socialista lleva meses maniobrando en contra de la presencia de Unidas Podemos en la coalición de Gobierno, tal y como adelantó este diario. La actividad de
González ha sido intensa, según confirman diversas fuentes. Ha mantenido entrevistas con todos los poderes fácticos del país que han querido escucharle. Desde empresarios a las corrientes más críticas del PSOE.
Su discurso en contra la coalición es bastante más duro en privado del que se le ha escuchado en público. Y hay quien le reclama que hable igual de claro ante los medios
de comunicación. Otras fuentes aseguran que «Felipe solo quiere que se respete su derecho a opinar».
En su última intervención –la del «ca-
marote de los hermanos Marx»–, ase-guró que le «preocupa el Estado de de-
recho», criticó a los socios separatistas de Sánchez y alabó a la canciller ale-mana, Angela Merkel, por «hablar cor-
to».
Zapatero y el estupor del PSOE
A esta batalla entre Sánchez y González se ha sumado el anterior inquilino socialista de La Moncloa: José Luis Ro-
dríguez Zapatero. Los dos expresiden-tes del Gobierno del PSOE libran batallas de intereses contrapuestos que tienen como
enemigo común a Sánchez. Y el cruce de reproches y acusaciones entre ellos se ha producido en los medios de comunicación –antagónicos– que han representado históri-
camente al felipismo y al zapaterismo.
Zapatero ha aparecido este lunes no tanto en defensa de Sánchez, sino sobre todo de Iglesias. Si la relación entre González y Sánchez es mala, la de Zapatero con el actual
presidente no es mucho mejor. La mediación de Zapa-tero a favor del régimen de Nicolás Maduro en Venezuela se ha convertido en un problema diplomático para España. El
Gobierno se ha visto forzado a desligarse del expresidente en más de una ocasión.
Zapatero ha defendido la presencia de Podemos en el Consejo de Ministros. Y ha cargado contra Ciudadanos, aliado parlamentario de Sánchez durante el estado de alarma.
González defendió al partido naranja por su voluntad de pacto hace unos días. Zapatero también ha negado que organizase el encuentro entre el ministro José Luis Ábalos y la
vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, que destapó Vozpópuli.
Sánchez, dicen estas fuentes a Vozpópuli, está cansado de ambos. Ni habla, ni recibe a sus predecesores desde hace tiempo. El PSOE actual asiste con «estupor» a lo que
muchos califican de «espectáculo poco edificante».
(Vozpópuli)
ue las diligencias de investigación acordadas tras la denuncia contra el delegado
del Gobierno de Madrid por un presunto delito de prevaricación omisiva iban a tener un escaso recorrido judicial pero un gran impacto político ya lo avisamos
muchos. Han creado una duda más que razonable sobre lo que el Gobierno afirmó que no se podía saber pero que parece que sí que sabían.
El auto dictado por la juez Rodríguez-Medel, en cuya virtud se acuerda el sobreseimiento
provisional de la causa, es la crónica de un archivo anunciado que, desde el punto de vista jurídico, resulta intachable. Una resolución que nos recuerda los principios que
informan nuestro derecho penal y por qué la mera convicción personal del juzgador sobre cómo acontecieron los hechos no puede traducirse en una sentencia de condena. Pone sobre el tapete la relevancia de la presunción de inocencia, esa de la que muchos políticos
de nuestro Gobierno de progreso se olvidan cuando se trata de presuntos delitos de violencia de género. Ahí no hay presunto que valga: vicepresidentes, ministros y cuentas
institucionales confirman el asesi-nato de la mujer fallecida a manos de su pareja o expareja nada más
acontecer el hecho. Y si luego re-sulta que él no era culpable, peli-
llos a la mar. «Había indicios», se excusan, «a priori, todo apuntaba a que el culpable era él» aseguran.
¿Y si aplicásemos a su gestión de la pandemia los mismos paráme-
tros con los que ellos juzgan y condenan desde su púlpito institu-cional a ciudadanos de a pie? Les
aseguro que la lista de sentencias de condenas se vería desde la estación espacial internacional.
Colisión de derechos
Pero es que el fuero interno es una cosa y el derecho penal es otra. Y en este auto se puede comprobar a la perfección cómo una juez de carrera es capaz de distinguir entre
ambos planos. Algo que parece que no está al alcance del tertuliano medio, no digamos ya del político de turno.
La magistrada explica que, para que exista delito de prevaricación administrativa, es necesario que se acredite que la decisión se tomó a sabiendas de su injusticia. En el caso
concreto investigado, lo que se analiza es si el delegado de Gobierno decidió no suspender, a sabiendas, las manifestaciones del 8-M. Se trata de un caso en el que colisionan varios derechos fundamentales que nuestro ordenamiento jurídico estima
dignos de protección: por un lado, los derechos a la vida, a la integridad física y la salud pública y, por otro, el derecho de manifestación.
Quien debía colocar en la balanza unos y otros y ponderar qué derecho prevalecía era José María Franco. Explica la juez que para que se considerase que Franco prevaricó al optar por el derecho de manifestación, debería acreditarse indiciariamente que éste
poseía conocimientos técnicos sólidos y suficientes sobre el riesgo para la salud pública que conllevaban las manifestaciones, no bastando el sentir común o el conocimiento
popular. La conclusión que alcanza Rodríguez-Medel del análisis de las diligencias practi-cadas es que no se ha acreditado que llegasen al Sr. Franco los informes de carácter técnico de los que pudiese haber adquirido conocimiento sobre los riesgos de transmisión
de la covid-19 en concentraciones multitudinarias y sus efectos. Por lo tanto, no se puede demostrar que decidiese no suspender las manifestaciones del 8-M a sabiendas de la
injusticia de su decisión. Y a falta de prueba sobre la concurrencia de los elementos que integran el tipo penal rige, como no puede ser de otra manera, la presunción de inocencia.
Y todo ello a pesar de que la magistrada no oculta en ningún momento su extrañeza y sorpresa porque determinada información de carácter médico, relativa a la propagación
del coronavirus en las manifestaciones y eventos masivos, no llegase al delegado del Gobierno. Básicamente porque ya la manejaban desde el Ministerio de Sanidad al menos desde el 3 de marzo. Pero lo que uno piense o crea en su fuero interno no puede ni debe
bastar para condenar a nadie. A ver si aprenden de esta magistrada nuestros ajusticia-dores sociales de pacotilla, desde los del Lawfare hasta los del Me too.
Ah, y otra cosa: el relato que contiene el auto de archivo provisional sobre todo lo que se hizo y dijo antes del 8-M le pinta la cara al Gobierno. Y no de color esperanza, pre-cisamente. Si la condena al Partido Popular como responsable a título lucrativo de delitos
de corrupción condujo a una moción de censura, el resultado de las diligencias de investigación practicadas por el Juzgado de Primera Instancia número 51 de Madrid a
instancias de la magistrada Rodríguez-Medel debería suponer la dimisión del Gobierno en bloque o, cuanto menos, de aquellos ministros que estuvieron involucrados en todo lo que aconteció el 8-M y los días previos. No lo verán nuestros ojos. Desde el punto de
vista político, pesan más los 245.000 euros de una condena por lucrarse de la actividad de un entramado político corrupto, que las 50.000 muertes de compatriotas provocadas,
en mayor o menor medida, por haber preferido mirar hacia otro lado en base a criterios de mera oportunidad política. Da qué pensar.
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