de la ría de bilbao

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DE LA RÍA DE BILBAO

Juan Ortiz de Mendívil

Juan Ortiz de Mendñivilde los textos y de las imágenes

D.L. M-6065-2015

Nota del autor

La edición de este libro, De la Ría de Bilbao, en soporte físico CDROM, se ha hecho en el año 2015. Sin embargo la totalidad de sus contenidos (imágenes y textos) fueron realizados en torno al año 1990.Mucho ha cambiado la Ría desde aquel entonces. Aquella que llamamos la cultura del fuego ya no existe.En estas circunstancias, y en la actualidad, los textos y las imágenes De la Ría de Bilbao han adquirido un cierto sentido romántico y nostálgico, y dan testimonio de un pasado cercano e irrecuperable.

Estética de la ría.

La ría de Bilbao es un eje: de este lado de la ría; del otro lado de la ría.

La ría es también, claro, un camino: al fondo de la ria; en medio de la ria: al final de la ria.

Al fondo está la ciudad, Galdácano, Altos Hornos, Erandio en el medio; Portugalete, Santurze, Algorta, al final, junto a la mar.

Humo, polvo, nieblas, masas de fábricas, perfiles de grúas, muelles, gabarras, traineras, carbón, barcos, puentes, resplandores nocturnos…Toda una cultura fabril del hierro y del fuego.

Hay mucha estética en la ría de Bilbao. Una estética funcional surgida de una actividad que busca exclusivamente el resultado, el producto, y vive de espaldas a la proporción.

De todas maneras la belleza surge por sí sola, en forma espontánea, como un resultado; al margen de una voluntad puramente práctica.

La belleza toma la forma de potencia, fuerza, densidad, e incluso alucinación.

Desde el fondo de la ría

La ría es, muchas veces, densa, espesa. Restos, pavesas, se pudren lentamente en contacto con sus aguas.

La ría es, muchas veces, liviana, ligera. Los edificios se reflejan en un agua, suficientemente limpia como para que la lectura de la imagen virtual sea fácil.

Los colores matizados vibran en forma impresionista, y la realidad se reconstruye en la retina del observador.

Lo más ligero y móvil coexiste con lo más pesante y grávido. La masa del puente, con sus cosidos y remaches de metal, contrasta con el vuelo de los pájaros.

El bote se ha hecho fósil; mitad animal, mitad sideral, el bote petrificado tiene algo de esqueleto de mamífero marino, que, en trance de descomposición, deja a la luz sus estructuras más íntimas.

A media ría

El bote marginado se mantiene unido al muelle, mansamente, por la sutileza de la cuerda de amarre.

Viejas estructuras de hierro abandonadas conservan su personalidad e imponen su presencia en el paisaje de la ría.Y el hierro herrumbroso se hace dominante.

Catedrales a su manera, las masas y las chimeneas de las fábricas se imponen como grandes manifestaciones de la voluntad de empresa del hombre fabril.

La cultura del fuego

Estas imágenes incendiadas remueven fibras íntimas, que deben estar relacionadas con experiencias antiguas del hombre: yunques, alquimias, guerras y saqueos, erupciones volcánicas, nimbos dorados, puestas de sol…., quién sabe.

Hay algo o primigenio, o final, en estas vivencias.que nos hacen pensar en los fondos incendiados de las pinturas de El Bosco, o en el triunfo de la muerte de Brueghel.Estas concomitancias, que parecen asociaciones casuales de la mente, se refuerzan y se vuelven necesarias, cuando se pasa al examen minucioso.

El dualismo de las altas luces y las sombras profundas plantea una dinámica de máxima tensión, que oscila de lo tenebroso a lo luminoso. Lo tenebroso no puede dejar de interpretarse como un misterio amenazante que puede tragarnos. Y lo luminoso, como un desenlace purificador, en el que todo se funde.

En el centro, las chimeneas se elevan y aparecen como columnas solitarias de gran prestancia arquitectónica, testimonio de una voluntad afirmativa. Las masas de humo adquieren cualidades casi sólidas e indisolubles.

Las ventanas iluminadas parecen más, ojos de las propias fábricas, que lugares habitados por personas. Y en el caso de que esas personas existan, la imaginación quiere inventarse seres especiales, una raza de hombres carboníferos e incombustibles, aclimatados al fuego.

Cuando el volquete vierte el hierro fundido, la ría se ilumina súbitamente y alcanza por un momento, un grado de esplendor triunfante y sublime que recuerda a los nimbos de la resurrección del retablo de Isenheim de Matías Grünewald.La luz se vuelve inconmensurable y el material perece en el inefable y efímero incendio.

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