cuaderno_relatos_miedo
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Relatos para
PASARLO DE MIEDO 3
Cuadernos de biblioteca
Relatos para
PASARLO DE MIEDO 3
Cuadernos de Relatos nº 6
Colección dirigida por Josefina López
Fotografías Carmen Limpo
PRIMERA EDICIÓN, 2011
Ediciones de la Biblioteca
Departamento de Edición
Maquetación: Mª Pilar López Pérez
IES Goya
Avd. Goya, 45
50006 ZARAGOZA
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La silla de ruedas
Erika Romero, 4º ESO D
H ace cincuenta años, en un pueblecito llamado Codoñera, vivían
unas monjas que tenían un internado. Daban clase, se encarga-
ban de la cocina y del cuidado de todos los niños internos. Siempre fue un lu-
gar agradable y pacífico hasta el 30 de octubre de 1961. Esa noche murió Cla-
ra, una de las monjas del internado. Era una monja un tanto especial, pues llevaba ya sesenta años en el internado y nunca hablaba con nadie. Se pasa-
ba el rato recorriendo todo el edificio en su vieja silla de ruedas.
Esa misma noche, a las dos de la mañana, en el segundo piso, las niñas de
la habitación nº 30 se despertaron a causa de un molesto ruido que procedía
del pasillo. Al instante, una de las niñas, llamada Laura, reconoció el molesto
sonido. Pero ninguna niña, ni siquiera Laura, se atrevió a abrir la puerta, aun-
que ella se quedó el resto de la noche despierta, mirando hacia la puerta sin
pestañear y cubierta hasta los ojos por su sábana.
A la noche siguiente volvió a suceder lo mismo. Esta vez Laura respiró
hondo, se levantó de su cama y sin hacer el más mínimo ruido, agarró el po-
mo de la puerta y, temblando, la abrió. De repente el ruido cesó, pero al girar
la cabeza a uno y otro lado del pasillo, vio algo junto a las escaleras: era una silla de ruedas vacía, colocada ahí, en medio del pasillo, sin ningún sentido.
Conforme Laura se acercaba a la silla, esta se fue moviendo muy lentamente,
hasta que, de pronto, cayó rodando por las escaleras. Laura salió corriendo
hacia su habitación, el corazón le iba a mil por hora. Entró en su habitación,
cerró la puerta y se escondió en su cama.
Una hora más tarde se empezó a oír un ruido, pero completamente dife-
rente. Cada vez se acercaba más a la habitación. La niña, asustada, saltó de
la cama y se metió en el armario. El ruido se metió en la habitación, era como
si alguien estuviera arrastrándose por el suelo. Cuando cesó el ruido, salió del
armario y se dirigió a su cama. Antes de que pudiera subirse a la cama, una
mano la agarró por el tobillo arrastrándola hasta debajo de la cama y notó
cómo esa fría mano la estrangulaba lentamente hasta matarla. Al día siguien-
te encontraron a la niña muerta bajo su cama. Cuentan que, hoy en día, cada noche, en ese pequeño internado ahora abandonado, se sigue oyendo el chi-
rriante sonido de la silla de ruedas de Clara.
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El duende de Zaragoza
María Borraz Grijalba 1º ESO A
E n una casa de Zaragoza, en 1934, se empezaron a escuchar voces
y ruidos que salían del fogón de la cocina. La gente empezó a decir
que había un duende. En esa casa vivía mi abuelo con sus padres y
sus seis hermanos. Mi tío Arturo, que entonces era un niño de siete años,
hablaba con ―El Duende‖.
Mi abuela me cuenta que en aquella época se formó mucho revuelo. La
policía investigó. Primero culparon a la criada, por lo cual fue despedida, pero
―el Duende‖ seguía hablando. Cuando llegaba la policía, los saludaba: ―Buenos
días, señor comisario‖. Por la noche, cuando apagaban la luz de la cocina,
gritaba: ―Luz, que no veo.‖
Hubo muchos intentos por identificar qué o quiénes estaban detrás del
duende. Levantaron el tejado para ver, y un albañil quiso tirar la chimenea.
Pero cuando estaba tomando medidas, la voz volvió a aparecer: ―No se mo-
leste, son 78 centímetros.‖ Entonces, el albañil dejó todo (sacos, pozal, etc.),
se fue y nunca volvió.
Según cuenta mi abuela la voz dejó de sonar en 1935 y nunca más se supo. Años después, el edificio desapareció. Mi abuelo y sus hermanos contaban
que para ellos ―no era nada físico‖, que nunca sabrá qué era, por eso siempre
será ―una historia de duendes‖…
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El rap del Diablo
Ronny Hidalgo, 3º ESO D
Z aragoza, 3 de la mañana,
Solitaria noche, inquietante calma,
El diablo se escapa, va buscando algo que ansiaba.
Y el joven Ronny allí, paseando la madrugada,
Vagando sin pensar, dentro de la oscuridad,
Mientras se acercaba el mal, dispuesto a negociar.
Ya es la hora ya, se acaban de encontrar,
El destino negro y una oportunidad.
Recuerdo ese momento en el que Ronny entró en el juego,
Negociando con el diablo y su trato hecho en fuego.
Es un juramento, tan sagrado como cierto.
Cuando le dio su alma notó que perdió el aliento,
Ya estaba muerto, vacío por dentro,
Pero es que ese pacto no lo podía dejar pasar.
El diablo perdió su alma, a cambio de un disco nuevo
Y así es que como Ronny se hizo el dueño del Infierno.
Y yo que soy el diablo, vengo y les narro este cuento.
Cambié mi alma por un disco, pero no me arrepiento.
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La pequeña Emily
Irene Carrillo 3º ESO D
T ras una dura infancia de abusos e insultos en el colegio, los padres
de Emily decidieron cambiarla de centro, lo cual hizo que la familia
tuviese que cambiar de casa y de ciudad.
Transcurridos cuatro duros meses de mudanza, cuando por fin la niña es-
taba perfectamente integrada en su nueva escuela, cayó gravemente enfer-
ma, muriendo pocas semanas después.
Los padres de Emily empezaron a notar fenómenos extraños en la casa:
ruidos, objetos que se movían solos…Pero ellos no tenían ánimo para darles
importancia, dolidos como estaban por la muerte de su hija.
Mientras tanto los niños de la antigua escuela de Emily iban cada día más
asustados a clase, pues se contaban las cosas extrañas que les ocurrían por
las noches. Los antiguos compañeros de Emily eran humillados y atormenta-
dos de las maneras más curiosas por un espíritu. Los chicos, aterrorizados, les
contaban a sus padres y profesores que algo iba mal, pero ellos, entre risas,
tachaban de ridículo lo que decían.
Poco a poco los niños fueron enloqueciendo hasta morir. La pequeña Emily
quería vengarse de todos ellos y no paró hasta conseguirlo.
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El fantasma de la señora Crowl
A hora soy una vieja: pero la noche que llegué a Applewale House
tenía trece años recién cumplidos. Mi tía era allí ama de llaves, y
una especie de carricoche de un caballo bajó para recogernos a mí y a mi equipaje en Lexhoe, y subirnos a Applewale. Al llegar a Lexhoe me encontra-
ba un poco asustada, y cuando vi venir al vehículo y el caballo, me dieron ga-
nar de volverme otra vez a Hazelden, con mi madre. Cuando entré en el shay
—que así solemos llamar a esa clase de coche— iba hecha un mar de lágri-
mas, y el viejo John Mulberry, el cochero, que era muy buen hombre, me
compró un puñado de manzanas en El León de Oro, por ver si así me iba con-
solando […]. Era una bonita noche de luna, y me comí las manzanas mien-
tras miraba por la ventanilla del shay.
Es una vergüenza que unos caballeros disfruten metiendo miedo a una po-
bre niña ignorante como era yo. A veces pienso que, en realidad, lo hacen en
broma. Pero el caso es que hubo dos de ellos sentados junto a mí en la dili-
gencia que me había llevado hasta Lexhoe, quienes, después de caída la no-che, cuando salió la luna, empezaron a preguntarme adónde iba. Bueno, pues
yo les contesté que iba a servir a casa de la señora Arabella Crowl, de Apple-
wale House, cerca de Londres.
¡Anda, Dios! —dijo uno de ellos—. Entonces no durarás allí mucho tiempo.
Así comienza el inquietante relato escrito por uno de los grandes maestros de la literatura de terror: Joseph Sheri-dan Le Fanu (1814-1873). El grupo de biblioteca propuso al
alumnado escribir una historia de terror partiendo de este comienzo. A continuación puedes leer alguno de estos rela-tos, en las que hemos suprimido el inicio, por razones ob-
vias.
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Nº 1. Por Manuel Arcelus, 2º ESO B
E stas palabras me inquietaron, ¿a que se refería con eso? Decidí
no darle más vueltas, ya que, al fin y al cabo, iba a estar allí con
mi tía. Aún faltaban unas horas de viaje así que decidí entrete-
nerme leyendo.
Al final llegamos a Applewale. La mansión de la señora Crowl estaba a es-
casos cinco minutos del pueblo. Sin embargo, el paisaje triste y lúgubre que
la rodeaba la hacía parecer más lejana, ya que el estrecho sendero que as-
cendía hasta la colina en la que se encontraba la mansión estaba rodeado por
el bosque de Applewale, que se extendía varios kilómetros a la redonda de la
mansión.
Llegué a la puerta aterrorizada, y, de no haber ido con mi amigo el co-
chero, seguramente habría echado a correr. El cochero llamó a la puerta, y se
oyeron una serie de pasos apresurados que se dirigían hacia la misma.
Esta se abrió y apareció mi tía.
-¡Hola Juanita, cuánto tiempo sin verte, pero cuánto has crecido!
-¡Yo también me alegro de verte tía!
A continuación me contó lo mal que lo estaba pasando; yo ya sabía algo
del asunto, ya que este era el motivo por el que mi madre me había enviado a
Applewale House, pero ya que había algunos detalles que no conocía, escuché
con atención.
Al parecer la anciana señora para la que mi tía llevaba sirviendo más de veinte años había enfermado, no salía de la habitación, ya que pedía expresa-
mente que la comida se la dejara en la puerta de la habitación para que ella la
cogiera cuando lo creyera conveniente.
Pero el suceso más inaudito era que por las noches, cuando todo el mun-
do dormía en la mansión (el cochero, el mayordomo, la limpiadora y mi tía)
se oía a la señora Crowl hablar en sueños, con una voz macabra y espantosa,
ronca, débil como si se estuviera debatiendo entre la vida y la muerte. Duran-
te el día, la señora se negaba a abrir la puerta y prohibía terminantemente in-
tentar entrar en la habitación.
Ahora ya solo me quedaba una duda, ¿para qué me necesitaban en Ap-
plewale House, puesto que las comidas las podía hacer perfectamente mi tía?,
y en el caso de que mi misión allí fuera hacer compañía a mi tía, para eso ya
estaban los demás empleados de la casa, que se conocían desde hacía ya más
de diez años.
Me entraron unas ganas tremendas de volver a mi casa, a Hazelden, con
mi madre, pero me daba pena dejar a mi tía a su suerte, (ya que le tenía mu-
cho cariño), así que yo misma decidí cuál iba a ser mi misión en Applewale
House. , puesto que las comidas las podía hacer perfectamente mi tía?, y en
el caso de que mi misión allí fuera hacer compañía a mi tía, para eso ya esta-
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ban los demás empleados de la casa, que se conocían desde hacía ya más de
diez años.
Me entraron unas ganas tremendas de volver a mi casa, a Hazelden, con
mi madre, pero me daba pena dejar a mi tía a su suerte, (ya que le tenía mu-
cho cariño), así que yo misma decidí cuál iba a ser mi misión en Applewale
House.
- Tía, voy a ayudarte a resolver este misterio.
- Pero ¿cómo?, la señora no nos deja entrar en la habitación.
- Al servicio, pero a mí no me conoce, perfectamente puedo entrar.
Además no va a quitarme el empleo, y si me lo quita, tampoco te pasará na-
da, yo no te conozco si te dice algo. Según me cuentas, no sería yo la primera
a la que despidiera, aunque otras también huyeron.
Así que decidimos planearlo para esa misma noche. Aunque la señora
Crowl no se había dado cuenta, mi tía conservaba un juego de llaves de cada
una de las habitaciones de la mansión, pero mi tía me dijo que necesitaríamos
un poco de suerte, porque había un pestillo en la puerta que también podía
bloquearla.
A las cuatro de la madrugada todo estaba preparado, el cochero y el ma-
yordomo estaban en sus habitaciones esperando la señal en caso de que su
ayuda fuera necesaria, la limpiadora no había querido entrar en el plan por
miedo a quedarse sin trabajo y mi tía y yo estábamos junto a la puerta. Mi tía
se apartó y yo giré la llave, pero la puerta no cedió.
Lo que pasó a continuación fue inexplicable, noté como si una ráfaga de aire frío como el hielo me golpeara en la cara, y entonces apareció el cuerpo
blanco y transparente de una anciana señora que debía de ser la señora
Crowl.
-¿Quién se ha atrevido a entrar en mi cuarto e interrumpir mi sueño?
Mi tía se había apartado del asunto tal y como habíamos acordado en ca-
so de que la anciana saliera de la habitación, pero desde luego no esperába-
mos que fuera a salir así. ¡Era un fantasma!
Yo seguía en mi ensoñación mientras el fantasma de la señora Crowl se-
guía preguntando continuamente lo mismo.
-Yo –respondí temblando como un flan.
-¿Tú cómo has entrado aquí?
Mi tía salió con decisión de su escondite y dijo:
-Yo le he dejado entrar, señora Crowl; es la chica que le dije que vendría
a servir durante un tiempo.
El fantasma de la señora Crowl estaba a punto de estallar de furia, cuan-
do, de repente, empezó a gritar desesperadamente. Un rayo de luz le había
alcanzado, algo que los fantasmas no soportan, entonces cayó al suelo y una
espesa niebla invadió el pasillo en el que estaba la habitación. El fantasma no
se veía, pero cuando la niebla se disipó, vimos a la señora Crowl tirada en el
suelo, había muerto.
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El viejo Melburry nos explicó que existían rumores de que un espíritu
malvado de un antiguo dueño de la casa, vagaba por la mansión, y, al pare-
cer, había poseído a la pobre señora Crowl. La anciana, seguramente no salía
de la habitación por miedo a que el espíritu atrapara a los demás habitantes
de la casa, pero ella demasiado débil como para darse cuenta, no sabía que el
espíritu solo actuaba por las noches.
Todo el pueblo lloró la muerte de la señora Crowl ya que era una mujer
bondadosa. Mi tía vino conmigo a Hazelden a intentar olvidar el susto, algo
que no consiguió en la vida.
Han pasado muchos años de eso, y no me gusta recordarlo.
Actualmente Applewale House está vacía, ya que nadie la ha querido por su mala fama, pero el espíritu sigue por ahí atrapado en la mansión, aunque
ya sin fuerzas para hacer nada.
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Nº 2. Por Sara García Gadea, 1º ESO B
Y o, intrigada, le pregunté: -¿Por qué lo dice caballero? -Él me dirigió
una mirada de desaprobación, como si pensara que yo era más
tonta de lo que parecía.
-¿No has oído hablar nunca de la Dama Blanca de Applewale? -me dijo con
el típico tono de cansancio que utiliza un viejo padre, harto de las impertinen-
tes preguntas de su hijo. Reprimí el impulso de dedicarle una mirada poco co-
rrecta para una señorita y le contesté en el mismo tono pero educadamente:
- ¿Cree usted que tengo tiempo para las historias de fantasmas que se in-
ventan los hombres aburridos para asustar a las niñas?- No me contestó pero
apartó la mirada.
Ya faltaba poco para el amanecer cuando terminamos de subir la ladera de
la montaña por el tortuoso camino mal cuidado. Los señores habían bajado en
el pueblo que había al pie de la montaña dejándome sola (aunque tampoco es
que echase de menos su compañía). No había dormido en toda la noche, pre-
ocupada por las siniestras palabras del caballero.
Al fin llegamos al portón del castillo de Applewale, cuyo puente levadizo
permanecía siempre en el suelo. El viejo John dirigió al caballo del coche de-
ntro de la fortaleza y paramos en lo que en un tiempo había sido el patio de
armas. La enorme fortaleza estaba construida con la misma piedra color mar-
fil de la montaña, pero el tiempo la había vuelto gris por alguna extraña
razón. Bajé del shay, recogí mi equipaje y caminé hasta llegar al pie de unas enormes escaleras de mármol que conducían al interior del edificio. Nada más
pisar el primer peldaño, una sirvienta corrió a ayudarme con las pesadas ma-
letas. Me sonrió, tendría mi edad o un año más.
El ruidoso interior contrastaba mucho con la tranquilidad del exterior. Le
pregunté a Ariya, que así se llamaba la criada que me atendía, por qué a tan
temprana hora había tanto jaleo. Ella me contestó que era la celebración del
equinoccio de otoño y la del eclipse, ya que iba a haber uno al mediodía.
Cuando llegamos a mi habitación en la parte oeste de la fortaleza y entre las
dos deshicimos el equipaje, se decidieron a decirme de una vez el motivo por
el cual me habían hecho llamar.
La verdad era que mi tía había cogido un resfriado muy feo y su fiebre era
espantosamente alta, el problema era que todos los médicos del pueblo esta-
ban ocupados con los enfermos de la ciudad, y las celebraciones del equinoc-cio de otoño y el eclipse lunar de ese día eran muy importantes para la señora
Crowl. Por eso me habían pedido que viniera, para ocupar el lugar de mi tía y
que todo saliese a la perfección.
-¡Y anteponéis una celebración a la salud de mi tía! ¡Habrá más eclipses y
equinoccios a lo largo de los años, pero mi tía no es un gato...! ¡Y solo tiene
una vida!
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Ya sabía que eso no iba a hacer cambiar de opinión a una señora que tenía
un castillo y suficiente dinero para contratar a cien criados más con un sueldo
lo suficientemente alto como para comprarse una finca y un pura sangre
inglés, pero me sentí mucho mejor al gritarle al servicio. Ariya intentó tran-
quilizarme, pero fue como intentar llenar de agua un colador, cuanto más
echas más cae.
Al ver mis espantosas ojeras, me dejaron quedarme en mi habitación hasta
bien entrada la mañana. Momento en el que decidí que, ya que había venido,
ayudaría para terminar cuanto antes los preparativos y que mi tía pudiera re-
cibir atención médica de una vez por todas.
De modo que me puse mi vestido de sirvienta y me dirigí a la cocina en busca de trabajo que hacer. Preparé la mesa del gran comedor tal y como me
dijeron; costaba más de lo que pensaba y el mantel pesaba como un muerto.
El caso es que me porté de maravilla hasta que por la ventana me pareció ver
a una señora caminando por la muralla, de almena en almena. Yo, asustada
por el riesgo que eso conllevaba, con la curiosidad de saber quién era aquella
mujer y preocupada por el hecho de que si se despeñaba me culparían por no
avisar, grité: -¡Hay una mujer en la muralla!
Mientras, rápidamente iba a asomarme a la ventana justo a tiempo para
ver cómo la mujer se había puesto a correr por el estrecho pasillo del muro,
pasaba una almena y se hundía en un banco de niebla.
-¡Es que no vais a ayudarle! -dije al ver que no reaccionaban y, acto segui-
do, corrí a socorrer a aquella loca que hacía equilibrios al borde de los precipi-
cios.
Cuando llegué a la almena en la que había visto desaparecer a la señora
miré a mi alrededor y la vi, esta vez andando a dos almenas de mí. Comencé
a caminar en aquella dirección lo más rápido que pude, mas comprendí que
así no había forma de alcanzarla, por lo que empecé a correr preguntándome,
mientras, qué me llevaba a cometer tan temeraria acción. Como no encontré
respuesta, me concentré en mantener el equilibrio. Al principio me pareció
que era obra del vértigo, pero me di cuenta de que no, de que algunas de las
piedras que habían usado para construir el muro tenían inscripciones. Y pa-
recían seguir un determinado patrón. Confiando en que se detendría, grité:-
¡Señora, por favor señora, pare! -Pero en vez de detenerse comenzó a correr.
-¡No quiero hacerle daño! ¡No corra o se caerá! - Desistí en el intento de
alcanzarla de nuevo y me detuve a recuperar el aliento y examinar las marcas
en las piedras. Llegué a la conclusión de que había quince distintas.
Fui a mi cuarto, pasando antes por las cocinas y el comedor, pero no pa-
recían echarme en falta. Una vez en mi habitación, tomé un cuaderno de no-
tas y un lapicero y volví a la muralla. Cuando llegué anoté las marcas, guardé
el cuaderno y fui a ayudar para que no sospecharan. Cuando terminé regresé
a mi cuarto y me dediqué una hora más o menos a estudiar los símbolos. Lo
más curioso era que entre todos formaban palabras, tres para ser exactos:
AYÚDAME POR FAVOR. Me quedé un tanto impresionada, barajando la posibi-
lidad de que lo hubiera escrito la Dama del Muro, pues así la había apodado.
Decidí investigar un poco y salí en busca de la Dama. Me recorrí la muralla
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de punta a punta, pero no la encontré, tan solo vi unos curiosos dibujos en
una losa del suelo, estaban hechos con tiza y eran recientes, interpretaban un
eclipse y había dos cuerpos iguales, uno transparente. Me planteé ir a ver a la
señora Crowl para saber si estaba enterada de esto, pero me di cuenta de que
seguramente pensaría que me lo había inventado para volver a casa, por lo
tanto fui a ver a mi tía para hablar y comprobar su estado.
Cuando entré en su habitación... ¡Estaba de pie hurgando en un cajón!
¿Cómo podía ser esto cierto si se suponía que estaba muy grave? Cuando se
fijó en mí, vi la sorpresa en sus ojos, y al momento se desmayó. Le tomé el
pulso y llamé a los criados para que la atendieran.
-Es por la fiebre -me dijo una sirvienta-. A veces piensas que estás bien, te levantas, tienes una recaída y te desmayas. -Trató de ser convincente pero
era demasiado extraño para ser cierto.
Y así, con la duda pintada en la cara, fui a los aposentos de la señora
Crowl. A la que, por cierto, no había visto en todo este tiempo. Al abrir la
puerta no vi a nadie y entré a fisgonear en busca de pistas. Pero, cuando me
acerqué a la cama, la vi. Vi a la señora Crowl... ¡MUERTA! Solté un grito aho-
gado. Y… entonces lo recordé, la Dama del Muro era transparente... ¡E igual
que la señora Crowl!
La respuesta al misterio me vino a la cabeza casi de forma instantánea.
Una trama, un asesinato y una mentira. Rápidamente me dirigí a las almenas,
al lugar del dibujo. En él los dos cuerpos se fusionaban y ¡desaparecían!...-
Mas, lo que no entiendo es qué tengo que ver yo con todo esto...- me dije
pensativa.
-¿No lo sabes?-preguntó una voz detrás de mí a la vez que me agarraban
y me colocaban un cuchillo al cuello-. Tu madre no te quería. Y me pidió que
me deshiciera de ti. -Era la voz de mi tía la que me susurraba al oído estas
horribles palabras.-Yo le dije que ya vería lo que podía hacer. Les dabas mu-
cho trabajo ¿sabes? y... además, tu hermano siempre fue su favorito. Queda-
mos en que vendrías aquí, porque yo estaba enferma y que morirías en el
trágico accidente, en el cual un loco os mataría a ti, a varias criadas y a la se-
ñora Crowl. El por qué, nadie lo sabrá, pues estaba loco- me dijo todo esto
como si fuera una evidencia, como si fuera la solución de un puzzle de cuatro
piezas.
-Pero... ¿por qué?- pregunté
-¿Y por qué no? Tú tranquila, tendrás mucho tiempo para pensarlo, toda la eternidad si quieres, ¡toda la muerte! -Y a continuación dibujó una sonrisa
roja en mi cuello.
Y ahora te preguntarás: ¿Cómo puede ser que seas una anciana? y...
¿cómo puedes estar contándome esto?
A la primera pregunta te podría contestar con la verdad, pero no lo voy a
hacer. Mi respuesta es otra pregunta: ¿Has estado alguna vez muerto? Y a la
segunda te responderé con dos preguntas: ¿Te ha pasado algo raro última-
mente? Y... ¿te corre la sangre?
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Nº 3. Por Marcos Larraz Rincón, 1º ESO B
C uando bajé del coche me dirigí hacia la enorme casa de Applewale
y, al llamar a la puerta, salió a recibirme mi tía, que me dio un
fuerte abrazo. Me llevó hasta mi habitación y me dijo que me hab-
ían preparado la cama y que bajara a cenar. Después de cenar me fui a la ca-
ma, cansada del largo viaje.
Esa noche oí unos ruidos que me despertaron, miré el reloj, eran las tres
de la madrugada. Salí al pasillo y me dirigí al lugar de donde venían los gol-
pes y vi una puerta. La abrí y me di un susto tremendo al ver a una mujer
mayor sentada en una mecedora cosiendo un traje de hombre, como de no-vio. Salí corriendo y avisé a mi tía de lo que había visto, pero me dijo que me
fuera a la cama.
Al día siguiente me desperté aterrorizada y mi tía me contó que lo que
había visto era el fantasma de la señora Crowl, antigua dueña de la casa. Me
contó mi tía que la señora Crowl había vivido de joven en la casa y conoció a
un chico guapo y elegante que también se enamoró de la señora Crowl.
El chico murió de una enfermedad y Arabella Crowl se pasó el resto de su
vida cosiendo el traje de novio para la boda y, siendo ya muy mayor, juró que
esperaría toda la eternidad hasta poder casarse con aquel joven. Y así es co-
mo el fantasma de la señora Crowl permanece todavía en la vieja casa de Ap-
plewale House.
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Nº 4. Por Irene Borraz Grijalba, 2º ESO B
E sto no me inquietó lo más mínimo, hasta que sin darme cuenta
había llegado a la entrada de la enorme casa de la señora Crowl.
Era una casa muy grande, poseía amplios jardines y una fachada que, la ver-
dad, me transmitía de todo menos confianza. Era negra como el azabache. De
las ventanas, nada que decir, normalitas, y la puerta era la típica de una casa
antigua. Lo que más me llamó la atención fue el enorme letrero que había vis-
to colgado unos metros más atrás, que decía:
Casa de la señora Crowl (si entras no sales).
Tenía ganas de salir de allí, pero la necesidad de dinero en mi casa me lo
impedía…
John, el chofer, pasó primero. A él también lo noté algo nervioso. Nada
más pasar por la enorme puerta que daba al jardín, me entró un escalofrío
que me recorrió el cuerpo de pies a cabeza: presentía que nada bueno pasaba
en esa casa.
De repente escuché un chirrido muy agudo procedente de la puerta ¡Era
espeluznante! Por lo que se ve la individua que nos abrió la puerta era mi su-
puesta tía a la que en mi vida habría asociado a mi familia. Era robusta, blan-
ca de piel, de pelo negro. Era vieja y seca, sin rostro alguno.
Me abrió la puerta y con un gesto me invitó a pasar. Me di cuenta de que
John no pasaba y se alejaba rápidamente, sin ni siquiera despedirse. Mi tía se
sentó en la butaca y yo en la silla de enfrente. Era una mujer muy callada y la breve charla que tuvimos se me quedó grabada en la memoria. Primero em-
pezó advirtiéndome de que esa era una casa muy especial y que por allí se
hablaba mucho pero que todo era mentira. Esto sí me inquieto. Al ver mi cara
de susto, cambió rápidamente de tema. Me explicó todas las tareas que tenía
que hacer, los horarios de la cocina… etc. Justamente cuando iba a finalizar la
charla un fuerte estruendo nos interrumpió. Se habían caído todos los libros
de la gran estantería que teníamos frente a nosotras. Ella no se sorprendió
mucho, debía de ser algo habitual que los libros se cayesen solos de la estan-
tería… Luego apartó su mirada fría de los libros, me miro a mí y me dijo:
-Ya puedes empezar con tu labor.
Ella se retiró y yo me quedé recogiendo los libros, cuando de repente em-
pezaron a parpadear las luces sin ton ni son. Entonces, poseída por el miedo,
fui en busca de la señora Crowl. Me costó mucho encontrarla, pero una vez que la encontré le pregunté sin andarme con rodeos qué era lo que sucedía en
aquella casa, y ella me contestó que en esa casa no ocurría nada, aunque yo
ya sabía que era mentira.
El resto de la tarde transcurrió con normalidad, limpié, hice todas las tare-
as de la casa y me retiré a descansar a mi dormitorio. Una vez allí, sin fuerzas
siquiera para ponerme el pijama, caí rendida encima de la cama y me sumergí
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en un profundo sueño.
Aproximadamente a media noche, una vocecilla me despertó. Aún un poco
adormilada abrí el ojo, pero como no encontré nada interesante lo volví a ce-
rrar. Minutos más tarde volví a oír una dulce vocecita, como de niño, que me
decía:
-Hola, ¿me oyes?
Asustada, abrí los ojos y de un brinco me quedé sentada. Recorrí la habita-
ción con la mirada y me paré en el cristal que tenía enfrente, no sabía si era
un sueño pero observé cómo algo se reflejaba en él. Sin nada que perder con-
testé con una voz temblorosa:
-¿Hola?
En ese mismo momento me di cuenta de que eso no era un sueño ni nada
parecido. ¡Era un niño! Era de lo más raro, solo lo podía ver en el espejo. Era
bajito, de una edad de doce años, pálido y tenía una enorme brecha en la ca-
beza. Eso me llevó a darme cuenta de lo que era… En ese mismo momento
pegué un grito que se debió de oír hasta Londres. Entonces aquel ser me con-
testó:
-No te asustes, no te voy a hacer ningún mal.
En ese instante me quedé de piedra, pero no sé cómo reuní las fuerzas pa-
ra contestarle:
-¿Quién eres? ¿Qué te ha pasado?
Él me contestó: -Soy un fantasma y esto es una herida que me costó la vi-
da.
Me quedé perpleja. No sé por qué me transmitía algo de confianza y seguí
hablando con él. Me contó que era un fantasma, que en su vida había sido un
niño huérfano que trabajaba para la señora y que había sido asesinado por el
padre de la señora, que entonces todavía era una niña. Me dijo que durante
sus años de vida también había habido una serie de asesinatos en esa casa,
de los cuales el padre de la señora Crowl había sido el causante. A continua-
ción me explicó que él había descubierto la verdad y que por ello lo mató de
un golpe en la cabeza. También me explicó que estaba matando a todos los
adultos que pasaban por esa casa excepto a la señora, para que sufriera.
Casi sin saber qué responder, yo le expliqué que eso no estaba bien. Pero,
enfadado, me dijo que él ahora tendría que estar vivo y, ya que no lo podía
estar, necesitaba a alguien para que jugase con él y le hiciera compañía. Yo
me presté voluntaria y así nos hicimos amigos. Con la condición de que no
contara este secreto a nadie y así lo hice.
Todas las noches jugábamos a innumerables juegos, manteníamos charlas
que se nos hacían eternas y, de vez en cuando, nos echábamos unas risas.
Aunque rendía menos por el día me daba igual, él era mi mejor amigo y no lo
cambiaba por nada.
Sin darme cuenta pasaron los años y yo ya era una adulta. Él, sin embar-
go, no crecía porque estaba muerto. Un buen día me llegó una carta de mi
madre que decía que tenía que abandonar el trabajo para casarme con un
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hombre que yo ni siquiera conocía. Se lo tuve que contar al fantasma. La ver-
dad, se llevó un buen disgusto: éramos íntimos y yo no me podía quedar allí y
él no se podía ir. Nos despedimos la noche anterior y a la mañana siguiente
marché a mi ciudad natal, triste como el primer día que llegué.
Recuerdo esa etapa como una de las más felices de mi vida.
La leyenda cuenta que todavía se oye llorar a un niño por los pasillos de la
mansión de la señora Crowl. Lo que aún no entiendo con mi avanzada edad es
cómo el fantasma pudo llorar si se supone que ellos no sienten nada… ¡No era
un fantasma normal!
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Nº 5. Por Alba Pelet Andrés, 1º ESO B.
CAPÍTULO PRIMERO: LA PUERTA MISTERIOSA.
Cuando llegué a la casa de la Señora Crowl, mi tía estaba esperándome.
Me dio un abrazo muy grande. Después me indicó dónde estaba mi habita-
ción. Deshice las maletas rápidamente porque llevaba poco equipaje, coloqué
mi Biblia en la mesita de noche, y como estaba tan cansada del viaje, me
metí en la cama. Pero no conseguía dormirme dándole vueltas a una sola co-
sa: ¿Por qué dirían esos hombres que duraría poco en esta casa? Decidí olvi-
darlo y finalmente me dormí.
A la mañana siguiente, apenas amaneció, tocaron a la puerta. Era una cria-
da que me traía un uniforme que debía ponerme antes de bajar al recibidor.
Allí estaba mi tía, que me indicó lo que tenía que hacer durante todo el día: preparar el desayuno, limpiar la cocina, hacer la colada y, por último, bajar al
desván para dejar unos trastos viejos. Realicé todas mis tareas como me hab-
ía indicado mi tía y en la casa apenas me crucé con nadie. Lo último que me
quedaba por hacer era bajar al desván, así que cogí el montón de trastos que
me habían dejado preparados y allí fui.
Cuando llegué, estaba todo tan oscuro que dejé los trastos donde pude, y
antes de marcharme vi a lo lejos una puertecita. Me aproximé con curiosidad
y vi que tenía un cartel donde leí: DETENTE, NO DES UN PASO MÁS. Me
sorprendió e incluso me asusté un poco, pero como era muy cotilla, me
aproximé e intenté abrirla. Fue inútil: estaba cerrada con llave. ¿Qué habría
detrás de aquella puerta? ¿Por qué ese mensaje?
Subí, mientras pensaba en la dichosa puerta. Mi tía me esperaba en la co-cina de la casa para cenar, me preguntó qué tal me había ido el día. Aunque
estuve a punto de preguntarle por la puerta, al final no lo hice. Le di un beso
de buenas noches y me fui a la cama.
CAPITULO SEGUNDO: VELAS, SANGRE Y UN ATAÚD.
Y de nuevo lo mismo, no podía dormir. Esta vez no dejaba de pensar en
aquella puerta. Y es que a mí, siempre que me prohibían algo, mi mayor de-
seo era hacer justo lo que me hubiesen prohibido. Tenía alma rebelde.
Así es que, harta de dar vueltas en la cama y con los ojos abiertos como
platos, cuando el reloj de pared de la casa marcaba justo la medianoche, me
levanté y fui directa al dormitorio de mi tía donde tenía las llaves de toda la
casa, y con mucho cuidado cogí todo el montón de llaves y bajé al desván,
para intentar abrir la puerta misteriosa.
Como me temía, ninguna de las llaves abrió, y ya estaba maldiciendo mi suerte cuando miré al suelo y vi una piedra bastante grande. La levanté con
cuidado, no fuese a haber algún alacrán, y debajo había una llave. La cogí y la
metí en la cerradura mientras el corazón parecía que iba a salírseme del pe-
cho. ―¡ Eureka !‖ me dije a mí misma, pero al instante me quedé de piedra.
Entonces parecía que mi corazón también se había parado del susto. Y es que
el espectáculo era dantesco…En la habitación había muchas velas, sangre por
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el suelo y un ataúd. Justo en ese momento escuché ruidos, cerré la puerta y
salí del desván tan rápido como pude, porque las piernas me temblaban des-
pués de lo que acababa de ver. Era mi tía, que había oído algo y se había le-
vantado, y al ver que no estaba en mi cama, se había preocupado. Le dije que
sentía haberle quitado las llaves, le conté lo de la puerta misteriosa, lo de la
sangre y el ataúd, todo ello tartamudeando y con voz temblorosa. Y entonces
sucedió algo todavía más inexplicable, mi tía comenzó a reírse a carcajadas
que sonaron con eco por toda la casa, se burló de mí y me ordenó que volvie-
se a mi cama. Y yo, temblando de miedo, y ahora sí, asustadísima, regresé a
mi cuarto y me tapé con las mantas hasta la cabeza… y por supuesto, no pu-
de dormir.
CAPÍTULO TERCERO: LA BIBLIA Y EL VAMPIRO.
Al día siguiente, de nuevo vino la misma criada a despertarme, y yo, que
no me atrevía a salir de las sábanas, comencé a contarle lo que me había su-
cedido, pero antes de terminar con mi relato, huyó despavorida a la cocina.
Yo la seguí, porque no quería quedarme sola. Cuando estaba a punto de en-
trar en la cocina, escuché cómo la criada le decía al cocinero: ―La niña lo sa-
be‖. Así que decidí volver a mi dormitorio.
El resto del día transcurrió como el anterior. Hice mis tareas y todo parecía
normal, incluso mi tía estaba como siempre, como si lo ocurrido hubiese sido
un mal sueño. Intenté no pensar en ello y cuando me di cuenta, ya era de no-
che y estaba en la cama, agotada por los acontecimientos de la noche ante-
rior.
Era noche de luna llena y el cuarto estaba iluminado casi como si fuera de
día. Estaba intentando dormir, cuando de repente escuché unos pasos que se
aproximaban hacia la habitación. El pomo de mi puerta empezó a girar, el co-
razón me iba a cien. La puerta se abrió y Dios mío!!!... ¡ERA UN VAMPIRO
AUTÉNTICO!!! y clarísimamente venía por mí. Intenté huir, pero estaba para-
lizada por el miedo. Cuando estaba muy cerca descubrí que era ¡la mismísima
Señora Crowl!
Conseguí reaccionar y lo único que se me ocurrió fue coger mi Biblia que
estaba en la mesita de noche. La Señora Crowl, con los ojos inyectados en
sangre, retrocedió un poco, quedándose algo aturdida, y entonces yo apro-
veché y le di con la Biblia en la cabeza. Antes de huir como alma que lleva el
diablo, me di cuenta de que en la capa llevaba unas letras rojas bordadas en
las que ponía: ―A. Crowl―. Pude salir corriendo, gritando como una posesa, y no dejé de gritar hasta que llegué al pueblo, corriendo y gritando, en ca-
misón, y todo el mundo salía de sus casas pensando que estaba loca.
Mi tía me había seguido y consiguió tranquilizarme un poco, me acompañó
de nuevo a la casa y me dijo que estaba segura de que era un sueño, que mi
madre también tenía sueños de ese tipo, que era cosa de familia, sólo eran
sueños y no tenía de qué preocuparme. No sé por qué pero la creí. Me acom-
pañó hasta que me quedé dormida. O eso creo.
CAPÍTULO CUARTO: UNA CAPA EN EL ARMARIO.
A la mañana siguiente, cuando tocaron a la puerta, no era la criada de to-
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dos los días, sino la señora Crowl en persona. Pero esta vez no era un vampi-
ro. Se sentó en la cama y simplemente me dijo que debía marcharme, que no
quería que siguiese allí. Me dijo que había visto demasiado. Así que no hice
preguntas y recogí mi equipaje, el shay ya estaba fuera de la casa esperándo-
me.
Cuando llegué, corrí a abrazar a mi madre y con lágrimas en los ojos le
conté lo que me había pasado. Pero mi madre me acarició el pelo, me dio un
beso en la frente, me sonrió y me dijo que seguramente lo había soñado todo.
Esa tarde, mientras me preparaba para ir a la ducha, fui al armario de la habi-
tación de mi madre a coger una toalla, y mientras la buscaba, de pronto, me
fijé en una cosa que había colgada: ¡era la capa negra que llevaba la señora
Crowl y llevaba bordadas las mismas letras!: ―A Crowl‖.
A partir de aquel día mi vida cambió mucho…
Y sólo me queda una cosa por decirte: Ten cuidado a lo mejor no la ves, ni
la sientes, pero puede que la señora Crowl esté detrás de ti en este momen-
to…. o quizá sea yo misma…
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Nº 6. Por Ana de Miguel Velázquez, 1º ESO B
A l bajar del shay, los caballeros deslizaron una nota en mi mano y
me dijeron con gran misterio:
-Dale esta nota a la señora Arabella Crowl.
Yo me bajé del shay, cogí mi equipaje y los caballeros se fueron. Me
guardé la nota en el bolsillo de mi gastado abrigo y me dirigí a aquella enor-
me casa. Estaba muy nerviosa y entonces llamé a la puerta:
-¡Mary! -gritó una voz muy familiar.
-¡Tía! -respondí muy alegre.
-Por fin puedo verte, hace cuánto tiempo. Te he echado mucho de menos,
ven, pasa- propuso mi tía.
Pasé a la casa y nada más entrar encontré a todo el servicio frente a mí.
Todos estaban serios y nadie me dirigía la palabra, lo único que podía hacer
era pegarme a mi tía para que ella me abriera paso, y eso es lo que hice
mientras iba subiendo las escaleras con mi tía para ir a mi habitación. Pero la
señora Crowl la reclamó y Lucy, una sirvienta, subió conmigo la otra mitad de
las escaleras. Una vez que ya estábamos en la habitación, dejé mis cosas en-
cima de la cama y Lucy me dijo algo muy raro, apenas la escuche, habló muy
bajito:
-El miedo es el camino hacia el lado oscuro, el miedo lleva a la ira, la ira
lleva al miedo, y el miedo al sufrimiento… Veo mucho miedo en ti.
Yo me quede estupefacta, le pregunté:
-¿Qué quiere decir?
Lucy se fue sin decir nada de nada.
-¡La nota para la señora Crowl! ¡Me va a matar!- recordé asustada.
Fui preocupada a darle la nota, pero me dijeron que no estaba y que tendr-
ía que esperar. Se me hizo muy extraño porque eran altas horas de la noche
y hacía mucho frío, así que decidí escapar sin que nadie del servicio lo notara.
Yo era muy cotilla, así que leí la nota. Ponía esto:
―El miedo es el camino hacia el lado oscuro, el miedo lleva a la ira, la ira
lleva al miedo, y el miedo al sufrimiento… veo mucho miedo en ti. No olvides
lo que eres‖.
Me quedé sencillamente impresionada, ahora sí que tenía miedo, pero ten-
ía que entregarle la nota. Yo era muy testaruda, y me fui a buscar a la señora
Crowl. Pasada media hora, decidí regresar para que no se notara mucho que había escapado, pero no sabía cómo volver y justo cuando me di la vuelta
pisé algo duro, y lo cogí, parecía un libro, le quité la tierra de encima y leí el
título:
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Diario secreto de la familia Crowl.
-¡Dios mío!-me dije a mí misma.
En ese diario había fotos, recortes de periódico y muchas anécdotas. Me
metí el libro en el bolsillo y busqué el camino…
Al llegar a casa, me colé en mi habitación sin que nadie me viera. Pero es-
cuché a la señora Crowl cerca de mi puerta ordenar a Amanda, una sirvienta,
que viniera a ver si estaba dormida, así que rápidamente me metí en mi ca-
ma y guardé ese diario debajo de mi almohada. Una vez que Amanda se fue,
escondí el diario en un cajón, debajo de los calcetines, y me acosté.
-Mañana será un buen día, estaré con mi tía y nunca nadie sabrá nada de
esto - me dije en voz baja.
A la mañana siguiente, justo a las nueve de la mañana, recogí mi habita-
ción y me fui a desayunar a la cocina, ahí encontré en la mesa unas ricas tos-
tadas con huevos. Luego fui a ver a la señora.
- ¿Qué tal has dormido?- me preguntó la señora Crowl.
- Bien, ¿y usted?- pregunté.
- Bien, bastante bien.
En realidad fue una conversación bastante tensa.
-Siento haberme levantado tan tarde- le dije a la señora Crowl.
-No importa, el viaje de ayer fue muy intenso, pero no olvides que estás a
mi servicio, procura ser más puntual la próxima vez- me respondió ella.
-Muchas gracias- le respondí agradecida-. ¡Se me olvidaba darle una carta
de un caballero!
¡Y a qué demonios estás esperando!- me gritó enfadada - ¡Que sea la ulti-
ma vez que esto ocurre!
-Lo tendré en cuenta - le respondí avergonzada.
Me fui directa a mi habitación sin decir nada para dejar que la señora Crowl
leyera la nota de aquel caballero. Cuando entré en mi habitación fui directa a
coger el Diario de la familia Crowl, me lo escondí debajo de la camiseta, me
puse una chaqueta para que no se notara y me fui al jardín a leerlo. Aquel li-
bro era como un libro endemoniado. Una de las anécdotas contaba que siem-
pre había habido competencia entre la familia Crowl y la familia Morgan, es-
pecialmente a propósito de un gran terreno con el que ambas familias podrían
ganar mucho dinero, así que decidieron entre los hombres de cada bando ba-
tirse en duelo: quien ganase se quedaría con el terreno y haría con la otra fa-
milia lo que quisiera.
Llevaron a cabo la apuesta… Desgraciadamente, ganó la familia Crowl, pe-
ro lo que no sabían los Morgan era que la familia Crowl había utilizado la ma-
gia negra para salirse con la suya. La familia Crowl no solo ganó aquel gran
terreno, sino que también decidió esclavizar a la familia Morgan convirtiéndo-
les en zombis y quitándoles sus almas.
Entonces, mi tía… ¿es un zombi?... Si mi tía es un zombi, mi padre es un
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zombi, y si mi padre no tiene alma… ¿yo la tengo? Me quedé sencillamente
exhausta, no sabía ni lo que era yo. Se me ocurrió una idea:
―Si me deshago de la señora Crowl –pensé-, podré liberar a todas aquellas
almas que robó, y así hacer que ella vaya al infierno por lo que hizo, y respec-
to a las almas, podrán ir al cielo…Parece una teoría con sentido, de todas for-
mas no se pierde nada por intentarlo‖.
Al día siguiente, por la noche, fui a la cocina, cogí un cuchillo afilado y subí
al cuarto de la señora Crowl. Cuando entré, encontré una mecedora frente a
un espejo moviéndose sin que nadie estuviese sentado en ella, me asusté al
ver que la señora Crowl no estaba en la cama, así que me asomé a la ventana
y la vi en la fuente. Después me di la vuelta para ir a buscarla, pero cuando ya era demasiado tarde para retroceder, me la encontré detrás de mí. Para
aparentar que no estaba asustada, le dije:
-¡Usted, ha sido usted, usted organizó toda esta cacería!, ¿o acaso se atre-
ve a negármelo?
-No sé de qué me estás hablando- me respondió ella.
-No se haga la loca, ¡asesina!, ¿o quizá cree que es tan difícil saber lo que
ocurrió con Lucy y el resto de sus sirvientes?- le repliqué.
- ¡Niña insolente! Si mencionas algo a alguien te convertirás en una de no-
sotros y nunca nadie sabrá nada más de ti- me gritó ella alterada.
-¡Puede manipular todo lo que soy!, pero no se atreva a negármelo cuando
sabe que lo que usted dice va contra los dictados de su razón- le respondí con
autoridad.
-Me las pagarás, nunca saldrás de esta casa, ¡nunca! Te quedarás conmigo
para el resto de tu vida-me amenazó.
-Ni ahora ni nunca, ¿me ha entendido?, no seré una mujer amargada como
usted, nunca. Mientras usted se quede aquí, yo haré mi vida y no podrá
hacer nada, pero antes, impediré que siga matando a los demás.
- ¡¿Qué me has llamado?!- me preguntó ella muy alterada.
-Creo que no lo ha entendido, he dicho que no me voy a andar con rodeos,
me vengaré de usted, le guste o no, irá al infierno y nunca nadie más sabrá
nada de usted.
La señora Crowl me agarró del cuello, entonces yo también la agarré del
cuello. Nos estábamos moviendo de un lado a otro, hasta que la estampé con-
tra el espejo de un solo empujón, pero ella se volvió a levantar, me agarró
del pelo, y entonces me enfadé aún más y la tiré por la ventana dejando que cayera encima de la estaca del demonio que tenía la fuente y se clavase los
cristales que caían desde arriba.
Todas las almas fueron liberadas y al fin la señora Crowl fue al infierno.
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Nº 7. Por Andrés Torres Eras, 1º ESO C
-¿Por qué? –pregunté acongojada.
-Cuentan que hace mucho tiempo…
-¡Espere! –interrumpí-. Prefiero no saberlo.
-¡Todos abajo! –dijo el señor que conducía nuestro shay.
Habíamos llegado a la casa ¿o debería decir mansión? Aquella casa era
enorme, era tan grande que mi primera impresión fue de miedo. Entré en la mansión y me quedé alucinadísima por su gran espacio. La señora Crowl
(una mujer muy simpática de unos veintiuno o veintidós años, me pareció)
me recibió y en seguida mandó que me llevaran a mi habitación, que era
minúscula, comparada con la suya.
Por la noche, cuando acabamos de cenar, me acosté, pero no podía pegar
ojo pensando en por qué no duraría en aquella casa. No tardaría en darme
cuenta de lo maligno que escondía este sitio.
Días después, me desperté a las cinco de la mañana porque tuve una pe-
sadilla, y ya no pude dormir. Desde mi habitación oí un ruido que me produjo
un escalofrío, pero luego pensé que quizá sería una sartén que alguno de mis
compañeros no había colocado bien en el escurridor. Cuando sin esperar un
solo segundo llegó a mis oídos otro ruido, me dispuse a averiguar lo que era.
Sonaba en la puerta de entrada. Cuando abrí la puerta…
Había una cesta con algo dentro. Cuando iba a quitar la manta que lo cubr-
ía, un crujido en las tablas de la casa me alarmó y miré a mi alrededor hasta
que di con el causante del crujido. Era un ratón, y probablemente también
había sido el causante de que se cayera la sartén. Volví a por la cesta, y cuan-
do la levanté pesaba bastante. Volví a mi habitación con ella, la destapé y era
un bebé. Inmediatamente le preparé un biberón, gracias a que mi madre me
había enseñado a hacerlos. Cuando se despertó la señora Crowl le dije todo lo
que había sucedido.
Pasó el tiempo y ese niño que estaba en la cesta cumplió doce años, y yo
ya había cumplido veintidós. Unos días más tarde, fue el cumpleaños de la se-
ñora Crowl, la señora cumplía cuarenta años. Las cremas ya no conseguían
disimularle las canas, ni siquiera su vista era como antes. Cuando quería leer, me mandaba que le trajese sus gafas, cosa difícil porque últimamente las de-
jaba por ahí y luego no sabía dónde estaban.
Pasaron unos diez días y se produjo un accidente: la señora Crowl cayó por
su ventana intentando abrirla. Por mi culpa, si yo no hubiese cerrado mal la
ventana, ahora la señora aún estaría con nosotros.
Pasados dos años del accidente, encontré un libro en la biblioteca que, ex-
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trañamente, no tenía título por ningún lado. Me imaginé que sería una novela
policíaca y a mí me gustaban esos libros. Pero el libro estaba hueco, aunque
encontré un papelito que decía: ―La señora Crowl cumple noventa años de vi-
da. ¡Que viva la señora!‖ Cuando acabé de leerlo, fui corriendo a decírselo a
una de mis compañeras, que era mi mejor amiga. Y me respondió:
-Sí, yo creí que ya lo sabías. ¿No te habías enterado de por qué la señora
Crowl solo quiere empleadas jóvenes como tú para que le ayuden?
-¿Sabes? Eres una buena empleada –dijo la señora Crowl a mi espalda.
En ese momento me quedé sorprendida, pero ahora ya estoy acostumbra-
da. Hoy en día, solo soy una anciana de ciento ocho años, y los que me que-
dan…
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Nº 8. Por Gabriel Carmona Celma, 2º ESO B
A l parecer, y según me contaron después, la señora Arabella Crowl
había muerto hacía ya cincuenta años, pero seguía en la casa, en
forma de espíritu inmortal, para encontrar a su hijo pequeño desaparecido en
la guerra por la conquista del cabo San Vicente, en lo que es la actual Portu-
gal. Según se cuenta, nadie ha demostrado que esté muerta, ya que perma-nece encerrada en su cuarto, desde donde grita las órdenes a sus sirvientes.
Suele cambiar frecuentemente de criados pues estos no aguantan sus conti-
nuos gritos y golpes de furia y desesperación por ese hijo que nunca volvió y
que, a menos que sea convertido en fantasma, nunca volverá.
La casa no parecía la típica casa encantada de los cuentos, sino que era
más bien como un lujoso hotel, muy bien cuidado, con los jardines bien poda-
dos y la fachada bien pintada. Pero una vez entrabas, lo único que se oía era
una sinfonía de gritos y jadeos de dolor. Al parecer, había lista de espera para
trabajar para el fantasma, y es que a pesar de lo que haya que soportar, los
salarios son muy sustanciosos, y mi familia está muerta de hambre, y con lo
de mi familia también me incluyo yo. Pero, por alguna extraña razón, mi tía
era muy apreciada por Arabella, y yo había entrado a formar parte del servi-
cio nada más pedirlo.
La señora me hizo llamar poco después de acabar de instalarme, me gritó
llorando que me quedase en la puerta de su habitación, en el segundo piso, y
me explicó cuál iba a ser mi misión en la casa, que consistía en ser su sirvien-
ta personal, en no separarme de su cuarto ni un instante. Mi antecesora se
acababa de suicidar por no aguantar más los continuos gritos y sollozos, pero
yo me juré a mí misma que ni yo ni el resto de mi familia volveríamos a pasar
hambre, y para ello debía aguantar como fuese. A base de tapones por la no-
che y de aislamiento mental por el día, conseguí aguantar más o menos unos
cinco o seis meses, pero ya no podía más. Traté de conseguir el traslado en
más de una ocasión, pero no me lo concedieron.
Estaba desesperada, absolutamente desesperada, tanto que llegué a co-
meter el peor error de mi vida, y no, no fue suicidarme, como seguramente estaréis pensando, sino algo mucho peor: pedirle el traslado a la mismísima
Arabella en persona. Salí de mi habitación, y me dirigí a su puerta, llamé con
los nudillos, algo que nadie, absolutamente nadie, se había atrevido a hacer
desde hace cincuenta años. Nadie respondió. La puerta se abrió sola, entré y
acto seguido se cerró, pero antes de percatarme, Arabella ya me había aga-
rrado por detrás, a la altura del cuello, y llevaba una pequeña navaja en su
mano derecha.
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-¿Sabes por qué no pasan más de dos semanas sin que muera alguien en
esta casa? Yo te lo diré: porque me desobedecen o cuestionan mis decisiones,
tal como tú ibas a hacer en este preciso momento, ¿no? –dijo el fantasma.
-No, señora, lo que creo es que yo podría ser de más utilidad en otros lu-
gares, como en la cocina o en los jardines –respondí.
-¡Ah, bueno! En ese caso no puedo negarme, mañana mismo pasarás a
formar parte del equipo de jardín.
-Entonces, ¿puedo marcharme ya? –pregunté.
-Claro que no, primero tengo que prepararte para que los jardineros sean
capaces de trabajar contigo.
Y dicho lo cual, el fantasma me cortó la yugular, al tiempo que me asfixia-ba para una muerte más rápida. Después me cortó en pedacitos muy, muy
pequeñitos, no más grandes que un ojo, y los metió en una maleta. La dejó
en el pasillo y cerró la puerta. Al rato, un jardinero la recogió y se la llevó.
Por cierto, ¿sabéis lo buen abono que es la carne fresca de niña para las
flores…?
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Nº 9: La casa encantada. Por Mario Recio Ibarz, 2º ESO A
C uando me dijo esas palabras, lo ignoré, estaba segura de que no
me iba a pasar nada malo si estaba con mi queridísima tía. En el
viaje, salvo una rueda rota, no pasó nada especial.
Al llegar, mi tía me recibió y me enseñó dónde iba a vivir a partir de ese
maldito día que me quedé en ese pueblo. Mi tía era muy amable con todo el mundo y todas las personas que pasaban por la calle la saludaban con respe-
to. Al llegar a mi nueva casa, sentí un escalofrío que me recorría la espalda.
Era muy grande y, además, tenía tres pisos. Mi habitación estaba muy sucia y
llena de telarañas, mi tía me explicó que no había entrado hace mucho en esa
habitación, porque le daba una sensación muy rara cada vez que lo hacía. Yo
le pregunté:
-¿Cómo has podido comprar esta casa tan grande?
Ella, me respondió que tenía mucho dinero ahorrado, pero nunca se decidió
a gastarlo y, que hacía poco, el señor Tomphsom, su jefe, había muerto y le
dio parte de su herencia, ya que no tenía a nadie más. También me dijo que
esta casa la compró a una inmobiliaria, que ya había cerrado, y que los todos
los antiguos dueños de esta vivienda había desaparecido misteriosamente.
Esa noche, me acosté agotada, porque después de cenar, nos habíamos
quedado mi tía y yo hablando sobre el viaje. Me acosté tarde y me dormí muy
rápidamente. Casi a media noche, escuché unos ruidos extraños en el desván,
me levanté y subí las escaleras. Llegué al desván y abrí la puerta y, justo en-
tonces, sonó el reloj del salón marcando las doce. Me desperté, todo había si-
do un sueño. Intenté dormirme de nuevo, pero la curiosidad de ver lo que
había detrás de la puerta del desván no me dejó pegar ojo.
A la mañana siguiente, no dije nada de mi sueño, solamente le dije a mi
querida tía si podía enseñarme la casa. Y así lo hizo, pero me mostró todo
menos el desván. Yo le pregunté:
-Tía, ¿en esta casa hay algún desván, por casualidad?
Me contestó que no, que no recordaba que hubiese ninguno. No pregunté
más, no quería molestarla.
Aquella noche tuve otro sueño, pero esta vez, salía mi tía en él. No recuer-
do muy bien lo que pasaba, pero nada bueno. Al día siguiente, me levanté
tarde, mi tía no me despertó. Pensé que algo había pasado, así que me vestí
rápidamente y fui a la cocina, pero no estaba mi tía. Fui a mirar a su habita-
ción convencida de que estaría allí, pero no hubo suerte. Miré por toda la casa
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ción convencida de que estaría allí, pero no hubo suerte. Miré por toda la casa
y no encontré nada, o mejor dicho, a nadie.
Me puse nerviosísima y entonces recordé mi sueño. Subí por las escaleras
más rápida que nunca e intenté recordar qué más pasaba en aquel extraño
sueño. Recordé que en un pasillo muy largo se encontraba una puerta al fon-
do a la izquierda, pero no había nada. Toqué un poco la pared y vi que la pin-
tura se retiraba. Debajo de aquella fina capa de pintura, había una puerta de
madera, estaba toda mugrienta y astillada. La empujé un poco, pero pesaba
mucho. Puse todas mis fuerzas y conseguí abrirla. Salió tal cantidad de polvo
que no se podía ver nada. Soplé un poco y descubrí que aquella puerta no
llevaba a ningún sitio, era una habitación de dos metros de largo y poco más de uno de ancho. Puse un pie en aquel suelo y cedió. Yo estaba agarrada y no
me caí a una especie de foso lleno de algo que no podía ver. Olía fatal, me fui
rápidamente a por una vela, volví a aquel lugar, me tapé la nariz y la boca
con un pañuelo y adelanté la vela. Entonces descubrí algo que no me gustó.
Debajo de mí estaba todo lleno de cadáveres, entre ellos, el de mi tía.
Me fui despavorida de esa casa y acudí a la comisaría de policía y lo conté,
pero nadie me creyó así que les dije que fueran ellos a comprobarlo. Cuando
volvieron de la inspección, estaban pálidos y pasaron sin dirigirme siquiera la
mirada. El comisario fue directo a teléfono y llamó al alcalde, que al cabo de
un rato se presentó en la comisaría con unos obreros y me dijeron que iban a
derruir la casa. Yo acepté, estaba tan asustada y nerviosa, que no pude decir
otra cosa.
Al día siguiente observé cómo la tiraban abajo y me fui a Londres donde
encontré un trabajo y me desarrollé.
A partir de aquel día, no volvió a ir a Applewale House y no conté nada a
nadie para que no me tomen por loca.
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Nº 10. Por Patricia Domínguez Paños,1º ESO D
-¿Por qué?-pregunté yo extrañada.
-Se dice que la señora Crowl está poseída por un demonio, y que en su ca-
sa hay más de un fantasma-contestó otro de los hombres.
Los hombres debieron de ver mi cara de susto, ya que segundos después
uno de ellos dijo:
-Aunque son simplemente leyendas...
Pese a sus palabras, cada vez me arrepentía más de mi viaje a Applewale
House.
Sin darnos cuenta llegamos a Lexhoe. A partir de aquí tenía que seguir a
pie hasta Applewale House, no era mucho recorrido, pero a mí se me hizo
eterno.
Al llegar a la casa, llamé, abrió mi tía, en cuanto me vio me dio un gran
beso. Mi tía era una mujer alta, con pelo y ojos negros, cara pálida y brazos
largos acabados en una mano siempre cubierta por unos guantes negros.
Durante mi estancia, dormí en la habitación de mi tía, era una habitación
no muy grande con dos camas, un armario y una gran cómoda.
-La cena será dentro de una hora -dijo mi tía-. Mientras tanto puedes
guardar todas tus cosas en la cómoda.
-Sí, eso haré, gracias-contesté.
-No llegues tarde a la cena, a la señora Crowl le gusta la puntualidad.
-Tranquila, seré puntual- contesté con una sonrisa.
Hasta las seis tenía una larga hora por delante, así que desempaqueté mis
cosas. Tarea que tan solo me llevó diez minutos. No sabía qué hacer hasta la
hora de la cena, así que saqué uno de los libros que había traído y me puse a
leer. A las seis menos diez, bajé al comedor, allí estaba sentada en uno de los
lados de la mesa la señora Crowl. Era una mujer muy anciana, rondaba los
noventa años; su expresión era muy dura y su semblante era serio.
-Buenas, tú debes ser Anna, ¿verdad?-preguntó la anciana,
- 31 -
-Sí-contesté.
-Tú tía me ha hablado muy bien de ti.
-Mmm....
-Vaya, ya estáis aquí las dos, ¡qué puntuales!-dijo mi tía entrando en el co-
medor.
La cena fue pollo con guarnición, ¡estaba deliciosa!
A las diez todas estábamos en la cama. De repente, en mitad de la noche,
escuché un grito desesperado, me desperté, y miré a mi tía, ella seguía dur-
miendo, parecía no haber oído nada.
Me levanté y me dirigí hacia el pasillo. Al pasar al lado del armario del pasi-
llo una garra agarró mi pierna y tiró de mí hacía el interior. No consiguió arrastrarme, ya que me solté y salí corriendo hacia la habitación más cercana
que era la de la señora Crowl. Al entrar me llevé un gran susto: en la cama no
había nadie y en las blancas sábanas había grandes manchas de sangre. Poco
después me asomé al pasillo y vi que no había nada, así que rápidamente me
dirigí a mí habitación y me metí en la cama, al día siguiente se lo diría a mi
tía.
En cuánto me levanté
se lo dije y ella contestó
que no había oído nada,
así que me di- jo que debió
de ser un sue- ño ya que
ella había hecho la ca-ma de la seño- ra Crowl y no
había visto ninguna
mancha.
Así que es- peré para ver
que sucedía esa noche....
- 32 -
Nº 11. Por Germán Lahoz Alonso, 1º ESO D
-¿Por qué? -pregunté.
- Se cuenta que en la casa de la señora Crowl ocurren cosas extrañas.
Cuando les pregunté por qué pasaban esas cosas, los dos hombres se
echaron a reír y me miraron burlonamente.
Una vez en la casa, mi tía me enseñó mi habitación y me dijo que no hicie-
ra caso de las habladurías o comentarios que oyese sobre la casa de la señora
Crowl.
Como ya era muy tarde me fui a la cama, pero algo extraño ocurrió: la mesa y la silla de mi habitación no paraban de moverse, yo estaba asustada.
Me tapé la cara con la sábana, pero me pudo la curiosidad y al echar un vista-
zo por encima, me encontré a ¡¡¡un fantasma!!! Estaba quieto, sentado en el
suelo con las piernas cruzadas. De pronto, el fantasma, que era un niño, me
empezó a hablar y me contó que era el hijo de la señora Crowl, que había
muerto hacía cuarenta años, cuando tenía ocho, pero que todavía le gustaba
jugar. También me contó que muchas sirvientas se iban porque él se dedicaba
a asustarlas, abriendo y cerrando puertas y ventanas cuando estaban limpian-
do o escondiéndoles el plumero, para que no pudieran encontrarlo.
En ese momento comprendí los comentarios de los dos hombres en la dili-
gencia. Me dijo que ahora me iba asustar a mí, pero cuando vio que yo tam-
bién era una niña lo que le apeteció fue jugar conmigo. Desde ese día ya nun-
ca tuve miedo, porque siempre que me iba a dormir aparecía Tom, el hijo de
la señora Crowl, para contarme nuevas historias o para jugar.
Así han ido pasando los años y, aunque ahora soy muy vieja, sigo jugando
cada noche con mi amigo.
- 33 -
Nº 12: La extraña muerte de la extraña señora Crowl. Por Adrián Peña Capalvo, 2º ESO A
L legué a la casa de la señora Arabella Crowl a medianoche. Los sir-
vientes estaban preparando los adornos de Halloween en el jardín.
Mi tía estaba esperándome en la puerta, me bajé del coche y la
abracé.
-Buenas noches tía. ¿Qué tal estás? -dije yo.
-Buenas noches. Yo estoy muy bien. Mira la casa, la están preparando para
la noche de Halloween -respondió mi tía.
-Ah, ésa es la segunda mejor noche del año, después de Nochebuena, por-
que salgo disfrazada con mis amigos y nos dan golosinas.
-Pues lo siento mucho, sobrina, pero este año no podrás ir, porque no co-
noces la ciudad, no conoces a nadie, y lo más importante, tienes que quedar-
te a servir aperitivos en la fiesta de la señora Crowl –dijo ella-. Y ahora, pasa
a conocerla.
Entramos y, al contrario que por fuera, la casa era de color rojo y amarillo.
La señora Crowl era bastante mayor, sobre unos cincuenta y cinco, sesenta
años, pero ayudaba mucho a los criados, les ayudaba bien y deprisa. Proba-
blemente fuera con sus criados de las mejores señoras de la ciudad. Si algún
criado no sabía cómo hacer algo, ella le enseñaba y si fallaba mucho lo man-
daba a descansar de cinco a diez minutos, según decía mi tía. Ella me oyó en-
trar y vino a saludarme.
-Buenas, tú debes ser la sobrina de mi ama de llaves. Vas a vivir muy bien
aquí, ya lo verás -dijo ella.
- Sí, supongo .
-Bueno, pues ahora vete a dormir a la habitación de las sirvientas, que el
viaje habrá sido largo y mañana tendrás que trabajar mucho.
- 34 -
al lado de la de mi tía. Pero los colores eran los mismos, ese amarillo, que
aquí parecía oro, y ese rojo, que aquí parecía sangre.
Al día siguiente continuamos preparando la casa para el evento de la no-
che. A mí la camarera me enseñó cómo llevar correctamente los aperitivos. Lo
que más me extrañó es que la señora Crowl ayudaba a la cocinera a hacer las
comidas cuando no había invitados. El señor Crowl, me contaron que había
sido asesinado en la calle hacía cinco años y que el asesino usó un cuchillo,
pero no un cuchillo cualquiera, un cuchillo… de oro. Lo enterraron con su bien
más preciado, su colgante a juego con el de su esposa y su hermano.
Al llegar la noche fueron llegando los invitados: los señores Rockefeller, el
alcalde y su esposa, etc. Los acomodamos mientras la señora Crowl se ponía su traje de fiesta. Se oyó cómo se abría la puerta de su dormitorio. Llegó a la
escalera, pero iba tambaleándose, logró llegar abajo y se desplomó en el sue-
lo con un cuchillo de oro clavado en la espalda.
La enterraron al día siguiente con su collar de oro. Hicieron inventario, pe-
ro el asesino no se había llevado nada, algo muy raro pensaban todos, y en
ese momento se cumplía la predicción del caballero. Y por eso, todos nos que-
damos en la calle.
-Descanse en paz – dijo el cura.
-Amén -respondimos todos.
Teníamos que quedarnos un día para hacer inventario de los objetos del
sótano y repartirlos proporcionalmente según el trabajo desempeñado y los
años trabajados. A mi tía le tocó algo muy raro, un tridente y un escudo de oro con el símbolo de la Atlántida. Entonces lo comprendí todo. El hermano
del señor Crowl quería traer la Atlántida a la superficie con los tres colgantes
y obtener todo su poder destructivo según explicaba en un libro que también
le habían dado a mi tía.
De repente hubo una sacudida sísmica. Salimos al jardín y vimos que algo
salía de la plaza central de la ciudad. Era la Atlántida que salía poco a poco
con el hermano del señor Crowl encima con los tres colgantes. La Atlántida
era más un fuerte que una ciudad con templos de mármol.
-¡Es increíble, que enorme! -dijo una sirvienta.
Lanzó un potente disparo que destruyó veinticinco casas. Corrimos hacia el
fuerte y logramos subirnos a él de milagro. Había espíritus y zombis por todas
partes. Logramos abrirnos paso a través de ellos a golpes. Logramos pasar a
la siguiente sala, donde había más zombis y espíritus. Logré pasar, pero a mi tía la mataron. En la siguiente sala estaban los caballeros que había visto en
el viaje, los cuales me dejaron pasar sin problema. En la siguiente sala estaba
el hermano del señor Crowl.
Era como una mezcla de zombi, espíritu y esqueleto, de manera que que-
daba lo más horrendo que he visto en mi vida. Se acercó hacía mi con un cu-
chillo de oro, pero cuando estaba a un metro de mí se creó un circulo de luz
que hizo que apareciera en un carricoche. Ese carricoche tenía unos hermosos
asientos de tela roja. Al sacar la cabeza por la ventana vi de cochero a ¡la
muerte! y de ayudante al hermano del señor Crowl. Iban hacia el infierno. De
Índice
La silla de ruedas ................................................................. 3
Erika Romero, 4º ESO
El duende de Zaragoza ........................................................... 4
María Borraz Grijalba 1º ESO
El rap del diablo .................................................................... 5
Ronny Hidalgo, 3º ESO
La pequeña Emily .................................................................. 6
Irene Carrillo 3º ESO
Relato nº 1 ........................................................................... 8
Manuel Arcelus, 2º ESO
Relato nº 2 ........................................................................... 11
Sara García Gadea, 1º ESO
Relato nº 3 .......................................................................... 14
Marcos Larraz Rincón, 1º ESO
Relato nº 4 .......................................................................... 15
Irene Borraz Grijalba, 2º ESO
Relato nº 5 .......................................................................... 18
Alba Pelet Andrés, 1º ESO
Relato nº 6 ........................................................................... 21
Ana de Miguel Velázquez, 1º ESO
Relato nº 7 .......................................................................... 24
Andrés Torres Eras, 1º ESO
Relato nº 8 .......................................................................... 26
Gabriel Carmona Celma, 2º ESO
Relato nº 9 La casa encantada ................................................ 28
Mario Recio Ibarz, 2º ESO A
Relato nº 10 ........................................................................ 30
Patricia Domínguez Paños,1º ESO
Relato nº 11 ........................................................................ 32
Germán Lahoz Alonso, 1º ESO
Relto nº 12: La extraña muerte de la extraña señora Crowl. ....... 33
Adrián Peña Capalvo, 2º ESO
Esta edición no venal, con fines pedagógicos y hecha para su distribución en-
tre el público lector del Instituto de Enseñanza Secundaria Goya de Zaragoza,
reúne una selección de los relatos escritos por alumnos de ESO como parte de
las actividades de la Semana de la Literatura de Misterio y Terror, celebrada
del 24 al 28 de octubre de 2011.
Biblioteca del Instituto
Avda. de Goya, 45
50006 Zaragoza
Teléfono: 976 358 222 Fax: 976 563 603
Correo: www.iesgoyzaragoza@educa.aragon.es
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