breve historia de bogotá
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TRANSFORMACIÓN HISTÓRICA DE BOGOTÁ Fabio Zambrano1
Introducción. Lo sagrado y lo profano
Las ciudades exitosas son aquellas que han combinado tres características: consolidarse como un
espacio sagrado, ofrecer seguridad a sus habitantes y acoger un centro comercial2. En la historia de las ciudades estos tres componentes se presentan en diferentes proporciones, y, por ello es que las ciudades que decaen están asociadas al rezago de algunos de ellos. La ciudad no
abandona la necesidad de contar con estos componentes fundamentales, que los podemos resumir en dos: lo sagrado y lo profano. La condición de lugar sagrado lo que hace es evolucionar,
transformarse según vayan cambiando las representaciones cosmogónicas. Así, cuando el poder proviene de dios, se construyen templos, y más tarde cuando el poder proviene del pueblo, se construyen diversos espacios públicos. Antes, se trataba de llegar al cielo con la construcción de
templos con sus torres elevadas; hoy con edificios paradigmáticos, como bibliotecas o museos, construcciones culturales evocadoras de la condición sagrada de lo público. En el pasado se
buscaba hacer visible el poder centralizado con el templo, hoy con el espacio público, descentralizado. Antes, cuando existía el universo, es decir una sola verdad, en la ciudad se debía
representar en la centralidad, fuese el templo o la plaza, una idea de orden y concierto. Hoy, cuando existe el multi verso, es decir, múltiples verdades, la ciudad es multi céntrica.
La seguridad que debía ofrecer la ciudad estaba representada en la muralla, y en la capacidad de depredar otras ciudades. Hoy, los indicadores de criminalidad, la percepción de seguridad, se
convierte en una guía de gestión pública de primer orden. Cuando la capacidad de una ciudad de ofrecer seguridad decae, sus habitantes migran, como en Roma del siglo V, o el capital se traslada
a otra ciudad segura, como sucedió en Nueva York y Londres de los años ochenta; luego, cuando estas ciudades vuelven a ser seguras, regresa el capital y se revalorizan.
Proponemos estos tres componentes de la ciudad como guía para estudiar el desarrollo y transformación de bogotá en su historia.
El atributo ambiental
Para lograr una mejor comprensión de las condiciones que han permitido a Bogotá mantener en Colombia la primacía urbana desde su fundación, es importante tener presente las formas como se
ha desarrollado la ocupación del territorio en la actual Colombia, y en especial la morfología de nuestro espacio. Así, por ejemplo, el altiplano cundiboyacense se puede describir, para la época de la
llegada de los españoles, como un archipiélago, división del espacio que presentaba una gran ventaja. Dada la disposición meridiana de la cordillera, y de ésta en la zona tropical, los complementos ecológicos con sus respectivos intercambios económicos basados en la reciprocidad,
tenían una distribución vertical, esquema que se repetía en las diferentes latitudes3. De ahí que la expresión de archipiélago utilizado para el mundo andino por John Murra y también por Pierre
Chaunu se útil para comprender mejor el singular poblamiento que ha presentado Colombia en toda su historia, como es la de las altas densidades poblacionales en las montañas del interior, distantes
del mar. En efecto, esta imagen del archipiélago presentaba tres aspectos: el vertical, en el que las
sociedades andinas buscaron controlar, a través de alianzas, los tres pisos ecológicos para 1 Profesor Titular, Universidad Nacional. Director Instituto de Estudios Urbanos. Versión soporte de conferencia. No publicar
2 Joel Kotkin. La ciudad. Una historia global. Madrid, Debate, 2006, pagina 21
3Ibid.
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aprovechar al máximo la gama complementaria de recursos y productos de cada estrato térmico. El horizontal, en donde se veía claramente la necesidad que tenían los indígenas de hacer funcionar los
sistemas de distribución, de circulación de los productos, en una escala local, entre los diferentes núcleos espaciales. Y uno estructural, que indicaba la división de la sociedad andina según los ritos,
creencias y clanes4. La presencia de estas ofertas ambientales le permitió al altiplano cundiboyacense convertirse, en el espacio de la actual Colombia, en el territorio de mayores densidades
poblacionales, desde el siglo XII hasta el presente. Es quizá, el lugar de mayor oferta ambiental que posee el país, y a la llegada de los españoles ya se encontraba domesticado por los Muiscas, quienes ya habían demostrado las bondades del sitio. Estas condiciones atraen la fundación de una ciudad
administrativa para administrar los excedentes tributarios que se derivan del control de más de un millón de población tributaria. El Atributo ambiental constituye un activo que antecede a la ciudad y
que le ha permitido al territorio sostener poblaciones millonarias, como sucedió en el siglo XV. Un lugar seguro
El éxito de la conquista y el poblamiento podemos radicarla en varios factores: la gran movilidad
de las huestes españolas, en buena medida gracias a su reducido número; las epidemias que doblegaron a los indígenas; el apoyo que recibieron de algunos sectores indígenas, quienes les
sirvieron de guías e intérpretes; la puesta en práctica de modelos urbanos específicos y de fácil construcción, y la importación del gobierno municipal, el cabildo. Gracias a estas condiciones, a los dos años de iniciada la conquista, en 1536, Santafe de Bogotá se convirtió en un lugar seguro.
Una vez dominado el territorio y conquistada la población, se funda la ciudad. Es notoria la trascendencia política que conseguía cada fundación urbana, lo que explica, a su turno, el bastión
de poder en que se convirtieron las instituciones municipales. La ciudad dominaba el espacio de la provincia que le correspondía, las gentes, la economía y, en especial, configuraba la idea de
civilización que España se propuso implantar en el Nuevo Mundo. Esta idea es una de las continuidades históricas que con mayor fuerza perduró hasta bien entrado el periodo republicano. En el surgimiento de las ciudades es necesario tener presente la progresiva intervención del
Estado, que exigió la fundación de las ciudades. El establecimiento de las autoridades, del aparato fiscal y luego de la Audiencia demandó la creación de infraestructuras urbanas mínimas. La
burocracia y los negocios impusieron la organización de los servicios básicos, origen del desarrollo de elementos claramente urbanos. Sin embargo, fue el encuentro con las grandes culturas y los
amplios espacios organizados económica y culturalmente, lo que permitió el establecimiento de las ciudades propiamente dichas, destinadas a ser los pilares de la dominación y articulación del mundo colonial.
La legislación española estableció la estructura administrativa que debería implantarse en todos
los núcleos urbanos, sin tener en cuenta su tamaño ni su importancia económica, lo cual explica la persistencia de la mayoría de fundaciones5. El conquistador español nunca descuidó el aspecto formal y legal de sus actividades. Mientras por una parte dirigía expediciones de "caballería", de
expoliación y saqueo, por otra cumplía todos los requisitos que exigía la Corona para otorgarle derechos sobre las tierras, los indios y las riquezas que lograran acumular. El incumplimiento de
las normas reales significaba el marginamiento en el reparto del botín. Una de las acciones legales más importantes a que estaban obligados los conquistadores era, precisamente, la creación de
ciudades. Como veremos a continuación, en el caso de Santafé de Bogotá, su fundador no cumplió con los requisitos de rigor, con graves efectos en la historia colonial de la ciudad. El procedimiento que se empleó en esta primera fundación de la ciudad fue definitivo para su
desarrollo posterior. Todo parece indicar que Jiménez de Quesada realizó una toma de posesión
4Ibid.
5Carlos Martínez. Apuntes sobre el urbanismo en el Nuevo Reino de Granada. Talleres Gráficos del Banco
de la República, p. 94.
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del territorio muisca en la capital del zipa, Bogotá. Este acto no cumplió con los requisitos que exigían las leyes españolas, pues no conformó el cabildo, no se nombraron los alcaldes y no se
realizó el trazado de la ciudad. Además de estos errores, que tuvieron cierta influencia en la suerte de la ciudad, tampoco se realizó los actos ceremoniales que aseguraban simbólicamente la
posesión del territorio y legitimaban la conquista por la fuerza de la nación muisca. Por ello se afirma que esta primera fundación no pasó de ser un simple asentamiento militar. Como lo señala
el cronista Aguado, no se nombró "justicia, ni regimiento, horca ni cuchillo, ni las demás cosas importante al gobierno de una ciudad, porque todo esto se quedó por entonces con el gobierno y modo militar... ". Así, no se trazaron las calles ni plazas, ni se repartieron solares entre los futuros
vecinos Este desacierto en parte se enmendó cuando llegaron los otros conquistadores, Federmán y Belalcázar, quienes arribaron con posterioridad a la planicie donde ya se encontraba Quesada.6
La sacralidad colonial
Los yerros iniciales cometidos en el proceso fundacional comenzaron a ser enmendados con posterioridad. En 1553, el obispo Juan de los Barrios inició la construcción de la iglesia catedral en
el costado oriental de la Plaza Mayor, acto que determinó la adopción definitiva de esta Plaza como el centro gravitacional de la nueva ciudad y con ello se puso fin a la dualidad creada por las
dos fundaciones. Esto se reforzó con el traslado en 1554 del mercado semanal que se realizaba en la Plaza de las Hierbas -actual Plaza de Santander- a la Plaza Mayor. Sin embargo, la importancia inicial que tuvo la Plaza de las Hierbas fue un elemento que pesó para que la calle que
comunicaba a las dos plazas se convirtiera en un eje articulador de la ciudad. Luego, el 12 de enero de 1571 el Cabildo de la ciudad intentó solucionar la imprevisión de Quesada de no haber
delimitado los bienes que le correspondía a la ciudad, y por ello, en esa fecha se señalaron los terrenos para dehesas y ejidos del común, donde los vecinos podían llevar sus animales a pastar;
se trataba de terrenos que rodeaban la ciudad, de tal manera que esta pudiera crecer sin obstáculo. Los ejidos y dehesas formaban parte del patrimonio de la ciudad, y del alquiler o venta de los mismos se financiaban ciertas obras de beneficio común. Aunque esto se llevó a cabo, esta
acción, que se debió ejecutar el día de la fundación de la ciudad, resultó tardía puesto que las mejores tierras que circundaban a la naciente capital ya estaban adjudicadas. Por esta razón, las
finanzas de la ciudad siempre fueron deficitarias y durante toda la Colonia el Cabildo se estuvo quejando de la pobreza de las arcas municipales y de las dificultades para financiar el empedrado
de las calles, la ampliación del acueducto o la recolección de las basuras. La definición del lugar para la catedral se consolidó con la construcción en la Calle Real hacia el sur,
el convento de San Agustín. Además, dos cuadras al sur del mismo convento de San Agustín, construyó el encomendero Lope de Céspedes la ermita de Santa Bárbara. Por el norte, la Calle Real
se conectó con el camino de Tunja. Cinco cuadras al septentrión de San Francisco, otro encomendero, Cristóbal Bernal, construyeron en 1581 una ermita dedicada a la Virgen de las Nieves. En 1587, doña Francisca de Silva donó el área delantera de la ermita, formándose así una plazuela,
la de las Nieves. Estas donaciones piadosas de los ricos encomenderos de la ciudad demarcaron la inicial configuración urbana de Santafé, y no fueron desinteresadas, pues contribuyeron a revalorizar
sus propios predios.
No es casual que la configuración urbana se iniciara a partir de las iglesias y conventos, en una sociedad donde la fe y la práctica religiosa constituían el principio rector de la vida de los individuos. La iglesia reflejaba la expresión simbólica del ideal modo de ser de las gentes. El habitar cerca de un
6Juan Friede señala que el nombre de Bogotá que se le puso a Santafé luego de la Independencia, no
le pertenece propiamente, por cuanto fue la denominación de un pueblo de indios, luego extinguido, situado
en un lugar diferente al de Santafé. Juan Friede, Los Chibchas bajo la dominación española. Bogotá, La
Carreta, 1974, p. 126
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sitio sagrado, fuera iglesia o convento, significaba estar mucho más cerca de la morada celestial. De ahí que estos lugares se convirtieran en los puntales del desarrollo urbano, tal como lo muestra el
hecho de que los tres primeros barrios de la ciudad, Santa bárbara, La Catedral y Las Nieves, se crearon alrededor de las iglesias del mismo nombre. La parroquia, sede del cura que vela por las
almas, fue así el elemento simbólico dominante que presidió la inicial configuración urbana de Santafé.
Si bien esta historia puede ser común a lo que sucedió en otras ciudades, la singularidad de lo acontecido en Santafe fue que esta ciudad se convirtió en el lugar sagrado por excelencia de todo el
Nuevo Reino de Granada, pues fue en esta ciudad donde residió el máximo poder religioso, centro de la red de poder sagrado de esta posesión española. La capitalidad sagrada de Santafe significó
una centralidad administrativa religiosa de gran importancia en la historia de la ciudad, pues de ello se derivan servicios urbanos de gran importancia, como fueron los educativos, los financieros, además de los religiosos mismos.
Ciudad profana
Santafe de Bogotá es nombrada capital del Nuevo Reino de Granada. El 7 de abril 1550 se establece
la Real Audiencia, primer tribunal civil del Nuevo Reino. Santafe se constituye como sede del nuevo gobierno, decisión que exige una explicación. La localización presenta una desventaja por la distancia del puerto marítimo, que en ciertas épocas podían demorarse hasta tres meses. Pero, la sanidad de
su clima, la seguridad alimentaria y la riqueza de la mano de obra tributaria se constituyeron en condiciones determinantes para esta elección. Además, su cercanía al río Magdalena le permitió
ganar la competencia con Tunja, ciudad más esplendorosa en el siglo XVI, pero con dificultades para su comunicación con el río. Sin embargo, la capitalidad de por sí no le aseguró el esplendor urbano.
No fue un gran centro económico, como sí lo fueron las ciudades puerto. Santafe fue una ciudad precaria, que tuvo fuertes dificultades de establecer un orden desde la sociedad mayor dominante. Esto lo podemos ver desde la historia de su población.
Los datos que se poseen acerca de la población de Santafé son precarios durante el período colonial.
Durante el siglo XVII la población de Santafé fue predominantemente indígena, al menos en un 70%. El resto de la comunidad estaba constituida por la burocracia española, encomenderos y
comerciantes, clérigos y monjas, blancos pobres, y algunos negros esclavos que hacían parte de la servidumbre doméstica. Durante el siglo XVIII la composición demográfica empezó a cambiar, pues la población indígena disminuyó en proporciones considerable y un nuevo grupo racial entró en
escena: los mestizos. La tendencia decreciente de la población indígena comenzó a observarse desde las primeras décadas del siglo XVII. Las cifras muestran que entre los años 1592-1595 a 1630-1640,
la población indígena de la Sabana pasó de 42.257 a 33.333, es decir bajó en un 21,5%. A partir del primer tercio del siglo XVII, la tasa de decrecimiento del sector aborigen disminuyó en la
ciudad, aunque continuó reduciéndose hasta la primera mitad del siglo XVIII. La principal causa de la mengua de los grupos indios se encuentra en las instituciones de la encomienda y la mita, además
de las epidemias. Los cambios demográficos del siglo XVIII son definitivos para la constitución de la posterior ciudad moderna. La ciudad, a finales de la colonia se convierte en una ciudad de mestizos.
A mediados del siglo XVIII, el ritmo de crecimiento de la población indígena empezó a ascender nuevamente, y se acercó al de los demás grupos sociales. En los años 1778-1779 los indios constituían apenas el 10% de los pobladores de Santafé. Esta caída vertiginosa fue correlativa con el
aumento acelerado de los mestizos, mientras los blancos mantenían estancado su aporte. En 1793, el 57% de la población era mestiza, el estamento blanco conformaba el 38,3%, los negros, libres y
esclavos el 5,8%, mientras los indios no llegaban sino a 500, lo que representaba sólo el 3% de los habitantes del casco urbano. Para 1778 la ciudad tenía 16.002 y pasó en 1800 a 21.464, con una
tasa anual de crecimiento del 1,3%.
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La notoria predominancia de la población mestiza se convierte en un síntoma de la debilidad de los controles, tanto sagrados como profanos, que se habían establecido en los dos siglos y medio de
dominación española. En la ciudad predomina la mezcla de razas, la intermediación social, la dificultad de ejercer la dominación con los mecanismos de dominación que en otras capitales
hispanoamericanas sí funcionaban. El concepto de nobleza presente en este momento en Santafé, no pasó por la obtención de títulos nobiliarios, que no existieron de hecho, sino por la pertenencia a
un linaje conquistador. Para el siglo XVIII este concepto había llegado al punto de significar simplemente el ser blanco "y limpio de toda mala raza, y viejo cristiano". No fue una ciudad aristocrática, y el ritual barroco se limitó al que se instauró dentro de las iglesias y no trascendió al
escenario urbano.
Esta paradoja, de ser el máximo escenario urbano de la ciudad sagrada de la colonia, y al mismo tiempo presentar una mayoría de la población conformada por los “hijos del pecado”, muestra un triunfo de la condición de ciudad profana, antes de que la modernidad se asome a la ciudad. Vale
decir, se trata de una transformación profunda de sus estructuras sociales sin estar vehiculadas por un discurso; fue un proceso sucedido al margen de los valores de la sociedad mayor. Si el paisaje
urbano nos muestra una ciudad llena de iglesias, conventos y ermitas, el paisaje social nos presenta una población que acude a alguna de las 720 chicherías, que no se casa ni bautiza a sus hijos. En lo
formal es una ciudad sagrada, pero en lo informal es una ciudad profana. Consideramos esta condición una ventaja histórica, puesto que le permitió a la ciudad contar con una estructura social mucho menos rígida que la que existió en ciudades organizadas alrededor de estamentos sociales
presididos por la aristocracia. Esto permitió que la ciudad fuera el escenario de múltiples umbrales. En lo urbano, hay una cohabitación de blancos y mestizos en los mismos espacios. En lo social, la
difusa línea de las diferencias raciales ayudó a diluir la rigidez de la dominación colonial. La verticalidad tradicional fue subvertida por la debilidad del orden moral. Estas singularidades van a
influenciar definitivamente en la ciudad republicana, pues incrementa la intermediación, pero, a su vez, nos muestra una ciudad pobre.
2. LA CIUDAD REPUBLICANA
La precariedad urbana de la capital de la República
El establecimiento de la república, de por sí, no significó un momento de auge para la ciudad. La debilidad en su condición de centro económico va a llevar a la ciudad a hacer énfasis en los atributos de lugar sagrado, donde lo simbólico juega un papel protagónico, puesto que va a ser
más capital simbólica de la Nación, que una capitalidad efectiva donde se ejerza una centralidad urbana indiscutible. La debilidad económica y la fortaleza administrativa se convierten en los
elementos fundamentales para comprender las dinámicas decimonónicas de Bogotá. La ciudad inicia la era republicana con cerca de 20.000 habitantes y una infraestructura de
servicios que difícilmente se puede catalogar como adecuada. El abasto de agua, siempre escaso en la ciudad, era provisto por dos acueductos, el de Agua nueva y el de San Victorino, además de
numerosos chorros. Si bien no se contaba con un excelente alumbrado público, de hecho el que las gentes se recogieran temprano en sus casas hacía superfluo este servicio. La leña, fuente
única para la generación de calor, seguía siendo traída por indios leñadores y el agua llevada a las casas por las aguateras. No había trasporte público, pero tampoco era necesario por el tamaño de la ciudad; las carretas no podían circular por las calles, debido a los caños y la estrechez de las
mismas. Los hoteles era la carencia más notoria en el siglo pasado. Un viajero inglés anotaba en 1836 que "no hay nada parecido en Bogotá... Hay dos o tres casas para comidas; la única pasable
es la de un mulato de los Estados Unidos, quien me dijo que había intentado varias veces fundar un hotel, pero que no valía la pena". Al parecer, para fines del siglo la situación no daba muestras
de mejorar, al juzgar por el siguiente testimonio: "Hace falta en Bogotá, además de muchas otras
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cosas: un hotel, o varios, de bastante capacidad y buenas comodidades en donde se pueda alojar lo menos cien personas, con servicios para el rico como para el de pocos recursos, con baños,
coches, carteros, teléfonos, etc.".
En buena parte, las costumbres bogotanas se adaptaban a la pobreza de lugares de sociabilidad, como lo reseña el viajero francés Le Moyne en 1840: "La vida de Bogotá desaparecía de las calles
para el resto del día ya que no había en la ciudad ni un café ni un restaurante, ni establecimiento de recreo o pasatiempo que pudiera atraer a la gente fuera de sus casas como en las grandes ciudades de Europa; pero en muchas casas había reuniones de familia y de amigos, que se
caracterizaban por su absoluta sencillez; mientras la gente joven, a la luz de una o dos velas, improvisaba algún baile con acompañamiento de guitarra o arpa, las personas de edad, hombres
y mujeres charlaban y fumaban o jugaban a las cartas, juegos de azar en que los aficionados arriesgaban a veces sumas enormes". Para esos años la ciudad contaba con 102 abogados, 27 médicos y 5 farmaceutas. Dos hospitales atendían a las gentes, el Hospital Militar y el de Caridad,
o de San Juan de Dios.
En el equipamiento urbano hay que destacar a la biblioteca pública, la casa de moneda, el observatorio astronómico, el cementerio de pobres y el nuevo convento de San Diego, además de
los edificios de gobierno. Son las iglesias y los conventos, las que en las primeras décadas del siglo XIX daban coherencia y marcaban el ritmo de la ciudad. En el primer siglo republicano no se logró transformar la condición de lugar sagrado, de lo religioso a lo civil. Para obtener mejoras
sustanciales en el alumbrado público se tuvo que esperar todo el siglo. En 1807 se inauguró el primer farol público y permanente, instalado en la Plaza Mayor, incrementado a cinco en 1822,
que alumbraban en la Calle Real. Por ello los vecinos acomodados salían con un criado que les precedía portando un farol. El alumbrado doméstico se limitaba a los candiles de sebo y en los
templos se utilizaban velas de cera. Luego de varios intentos por solucionar este ramo de la administración pública, en 1889 se constituyó la primera empresa de alumbrado eléctrico y el 7 de diciembre se inauguró la iluminación de la Plaza de Bolívar y pocos meses después había 90
focos en algunas calles, acompañados de 144 faroles de petróleo.
Realmente se tuvo que esperar hasta 1900 para que, con la planta de generación eléctrica de El Charquito, inaugurada el 7 de agosto de ese año, el cual permitió la prestación adecuada del
servicio de electricidad, tanto para el alumbrado público, como para uso privado e industrial. Otras mejoras que se vieron en la segunda mitad del siglo fue la inauguración del telégrafo en 1865, en 1884 del tranvía tirado por mulas, el cual rodaba sobre rieles de madera, y ese mismo año el
teléfono entre Bogotá y Chapinero. Todas estas modificaciones hacían que a finales del siglo la ciudad se distanciara de una manera bastante notoria de la ciudad colonial. La conformación
interna de la ciudad, el mejoramiento de los intercambios con su región, las mejoras en las comunicaciones y servicios públicos y el general mejoramiento del equipamiento urbano, los cambios en la vida cotidiana, la progresiva secularización y el crecimiento demográfico, eran
elementos que hacían sentir a sus habitantes protagonistas del cambio y de la progresiva modernización.
Los bogotanos
Al terminar la colonia, la capital era una ciudad habitada mayoritariamente por mestizos. En la década siguiente a la Independencia un viajero describía así a las gentes: "puede verse al criollo
rubicundo, el oscuro mestizo, el indígena amarillento, el mulato oscuro y el negro". El grueso de la población fue aumentando en proporción a medida que transcurría el siglo, en razón de la
migración proveniente del altiplano cundiboyacense. Además, era permanente la presencia de una gran población flotante de origen indígena, que venía de los poblados de los alrededores a
ofrecer sus productos y servicios al mercado capitalino. Esta población, por los oficios que
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ejercían, fueron creando una serie de personajes típicos de la ciudad: los pajareros, las lavanderas, los arrieros, las aguateras, los carboneros, entre otros. Ellos aseguraban el ejercicio
de los oficios que sostenían las necesidades básicas en la vida cotidiana de la ciudad. En cuanto a los mestizos que habitaban en Bogotá desde la colonia, se trataba de un grupo que
dio origen a los artesanos, tenderos, pequeños comerciantes y empleados. Para 1863 el geógrafo Felipe Pérez describía así a los artesanos: "se encuentra en abundancia sastres, zapateros,
herreros, carpinteros, carreteros, doradores, pintores, ebanistas, relojeros, hojalateros, modistas, talabarteros, plateros, albañiles, lapidarios, grabadores, picapedreros, pendolistas, curtidores, loceros, chircaleros, molineros, fabricantes, y en general todo lo que se puede desear en este
ramo, desde el artista consumado hasta el simple aprendiz... Bogotá tiene además 3 litografías, 5 fotografías y daguerrotipos, muchas boticas, fábricas de cerveza, de alcohol, jabonerías,
curtiembres,, y toda clase de tiendas, hospederías comunes, hoteles, etc.". La debilidad de las actividades económicas era notoria.
El componente demográfico de fue de una incidencia total para presionar para generar cambios. Esto es más evidente si tenemos en cuenta que para 1912 la ciudad había multiplicado por cinco
la población que tenía en 1801. Este crecimiento espectacular se concentró entre 1870 y 1912, pues la ciudad pasó de 21.394 habitantes en 1801 a 40.833 en 1870 y a 116.951 en 1912. Así
mismo el área urbanizada creció 1.8 veces la superficie que tenía en 1800, menos del doble y mucho menos del guarismo de crecimiento demográfico. En relación a las viviendas, en la ciudad aumentó 8.25 veces, siendo la mayoría producto de la subdivisión de casas y la creación de
tiendas, como se les llamaba a las habitaciones de alquiler, y en menos proporción de la oferta de nueva vivienda.
Estas dinámicas específicas que se sucedieron en la Bogotá decimonónica provocaron
transformaciones importantes. La expansión de la oferta de vivienda se basó en la subdivisión de casas y la edificación de los interiores de las manzanas. En buena parte este tipo de desarrollo urbano fue el resultado de las dificultades en la oferta de tierras urbanizables, puesto que las
tierras que rodeaban la ciudad, que eran de propiedad de la misma, como eran las tierras comunales, conocidas como ejidos, estaban en proceso de privatización desde mediados del siglo
XIX, como parte de una tendencia de fortalecimiento de la hacienda en la Sabana de Bogotá. Esta estructura de propiedad, junto con la profunda crisis económica por la que atravesaba la
economía capitalina durantes este período, provocaron que la densificación de la ciudad haya sido el principal camino para solucionar la demanda de vivienda. Es por ello que la actividad constructora se dejara notar inicialmente en los abundantes lotes urbanos antes que en las tierras
de la periferia, y luego en la subdivisión de viviendas. En cierta medida, cuando ya no fue posible continuar con esta subdivisión es que se pasó a la incorporación de nuevas tierras al perímetro
urbano. El crecimiento de la ciudad obligó a crear nuevos distritos para buscar una mayor eficiencia
administrativa. Desde entonces, los barrios comenzaron a reemplazar a las parroquias en sus funciones administrativas y de policía. Se estaba reflejando en la administración pública la
densificación de la ciudad colonial, lo cual obligó a subdividir las antiguas parroquias para lograr un mayor control social. Igualmente, la expansión de los suburbios presionó en este sentido, así
como también lo hizo la incipiente urbanización y la construcción de los primeros barrios obreros. Como resultado de estas nuevas dinámicas, y con relativa tardanza, los barrios comenzaron a dejarse sentir en la ciudad y con ello la capital inició un ordenamiento de corte burgués, propio de
la modernidad que se iniciaba en esta ciudad.
Se enfatiza lo simbólico
Un escritor español, Menéndez Pelayo, que nunca conoció la capital ni el país, y que todo su
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contacto se reducía a los epistolarios con algunos eruditos capitalinos, fue uno de los mayores impulsadores del bautizo de Bogotá como la Atenas Suramericana. Desde fines del siglo XIX se
consolidó la imagen de la Bogotá culta, en buena parte creada por su élite intelectual que se veía a sí misma como sociedad culta, y que consideraba que Bogotá se encontraba muy por encima de
las otras ciudades latinoamericanas. Lo que estaba sucediendo es que ante la carencia de diferenciaciones urbanas efectivas entre ricos y pobres, ante el hecho de que los diferentes grupos
sociales vivían en los mismos barrios, inclusive en las mismas casas, la cultura fue utilizada como una frontera para establecer diferenciaciones simbólicas.
El símbolo de ciudad erudita se concretó con el establecimiento de la primera sede de la Academia de la Lengua en América, inaugurada en 1871, en Bogotá, institución que además del
quehacer gramático, impulsaba las tertulias que eran vistas como herramientas para “humanizar y civilizar”. La publicación oficial de la Academia, la Revista de Bogotá, trascribía las actas de sus reuniones, así como otros artículos, donde se recogía la opinión de sus miembros de ejercitar una
labor civilizatoria, no solo para la ciudad, sino también para todo el país. A esta institución se le sumó el Salón Ateneo, fundada en 1884, con un propósito similar. Todo esto no hacía sino
destacar el hecho de que en la Bogotá de entonces el uso de la lengua se convierte en un instrumento para distinguir lo vulgar de lo culto. Desde fines del siglo XIX el buen hablar se asume
como una condición para aquellos bogotanos que aspiran a ser considerados como “gente culta y bien nacida”, lo cual marcaba un contraste total con el hecho de que se pasaba por un momento de la historia de Bogotá cuando la mayoría de los nacimientos correspondía a los llamados hijos
ilegítimos. En esta labor se destaca el libro de Rufino José Cuervo, Apuntaciones Críticas sobre el Lenguaje Bogotano, publicado en 1872 y reeditado en 1907, así como los trabajos de Miguel
Antonio Caro. Se consolidó una tendencia de crear una realidad propia mediante la integración de un contexto cultural más amplio, que instrumentaliza la cultura como una herramienta para dirigir
el rumbo de la sociedad bogotana hacia lo que esta élite consideraba como la civilización y con ello dejar atrás lo que se consideraba la barbarie: hablar mal, vestirse mal, comportarse por fuera de las reglas dictadas por los manuales de urbanidad. El triunfo de este modelo se consigna en la
presencia de gramáticos en los altos cargos del Estado.
En el fondo se trataba de una respuesta de la ciudad letrada al efecto subversivo que se estaba produciendo en la lengua por la democratización que se iniciaba como resultado de una mayor
integración de la ciudad al mercado mundial, gracias a las exportaciones de café y al aparecimiento de nuevos migrantes que llegaban de la provincia a Bogotá, muchos de ellos con recursos económicos significativos, pero que la alta sociedad bogotana solo los veía como
provincianos. Por ejemplo, cuando a fines del siglo XIX se inaugura la remodelación del parque Santander, se asegura que éste se asemeja a “un rincón del fino París”, ya que el gobierno y la
gente ha logrado crear un espacio para “... el buen gusto dentro de los cuales se catalogan los apropiados juegos para los niños, la música selecta y el respeto y mantenimiento comunitario de los bienes públicos y privados...”. Así, la exaltación del progreso respaldado por el proyecto culto
permite destacar cómo la idea de culturizar se encontraba por encima de cualquier otra consideración urbanística. De esta manera, el impulso de lo culto por parte de un grupo de
eruditos quienes utilizaban los medios escritos, las tertulias y el espacio público para establecer un proyecto de sociedad urbana donde el ejercicio del manejo del idioma era la máxima expresión
de civilización. El contraste no podía ser mayor, pues en ese momento, finales del siglo XIX y primeras décadas
del XX, Bogotá atravesaba por su peor crisis higiénica de toda su historia y la densificación de la ciudad obligaba a ricos y pobres a vivir dentro del mismo espacio urbano, inclusive a compartir las
mismas casas, en razón del empobrecimiento general que vivía la ciudad. Esta situación urbana, donde los pocos símbolos de jerarquización social del espacio urbano se habían perdido, la élite
recurre al buen hablar, los buenos modales y el manejo de un protocolo social, como fronteras
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entre lo que ellos consideran la civilización, su cultura, y la barbarie, la del pueblo bajo y de los provincianos. Estas necesidades de distinción, surgidas del desastre urbano que significaba Bogotá
durante este período, se constituyeron en los elementos sobre los cuales se elaboró la nueva urbanidad burguesa en Bogotá que incluía “respeto al orden social, corrección en el vestir, uso del
tiempo, noción del comportamiento femenino y masculino, al igual que principios estéticos y morales a partir de los cuales elaborar normas de distinción social”. Esta imagen de ciudad culta,
era utilizada como frontera de diferenciación social, y con ello se fue configurando la personalidad histórica de la ciudad. Los textos de urbanidad, escritos con una gran carga pedagógica, fueron de gran importancia para exponer lo que se consideraba como los ideales del comportamiento, el
trato armónico entre las personas y la preservación de los valores tradicionales.
Los buenos modales, el buen gusto, los bailes, las virtudes cristianas, es decir la práctica de las normas de la civilidad, fueron motivo de una gran difusión en Bogotá. La prensa bogotana se preocupa por difundir la urbanidad. La civilidad, con sus restricciones y mandamientos, se
convirtió en la base para forjar el mito de la Atenas suramericana, en razón de haber exaltado las buenas costumbres y las buenas maneras como las prácticas necesarias para la vida en la ciudad.
De esta manera, la condición de ciudad letrada quedaba resuelta con la Academia, el Ateneo, los boletines, las revistas y periódicos, y la conducta social se aseguraba con los manuales de
urbanidad, y con todo esto se consideraba que Bogotá podía sentirse como ciudad culta, donde la persistencia de las costumbres tradicionales les aseguraba la posesión de un patrimonio cultural.
Estos énfasis en la Atenas suramericana están acompañados de un deterioro de lo público. Las tertulias, el teatro, la música, se realizan en espacios privados y se deja abandonados los teatros,
las plazas y las calles, que sufren un profundo deterioro en esta centuria. Además, la construcción de una identidad alrededor de la idea de la Atenas suramericana es exclusiva para aquellos que
tienen acceso a los elementos culturales que le asignan a ello. No hay un ejercicio de construcción de una identidad bogotana. La gran mayoría de la población queda por fuera de estos códigos culturales. Es la construcción de una ciudad privada para los cachacos, y una pública para los
guaches. De esta manera nos encontramos con un déficit en la construcción de lo público, y por ello no hubo un esfuerzo de convertir lo sagrado, asociado a la iglesia católica colonial, a
sacralizad de lo público. La pobreza del Estado, Nacional y local, impidieron que la ciudad republicana se convirtiera su condición de capitalidad en construcción de un urbanismo
republicano. Se resignifican los espacios coloniales como republicanos. El congreso funciona en un convento.
3. LA CIUDAD MODERNA
Al final, un lugar de mercado Bogotá inicia a principios del siglo XX su viaje hacia la modernidad urbana. Desde entonces
comienza el establecimiento de un nuevo orden, al tiempo que se iba abandonando el viejo molde de orden colonial y decimonónico. En efecto, en las primeras décadas la ciudad ve surgir edificios
modernos, aparecen clubes, se extiende el trasporte público, aparece el café como lugar de sociabilidad y desplaza a las chicherías, empieza a construir bulevares, y aparecen barrios
exclusivamente para las elites y surge la clase media. Es la economía exportadora, concretamente el café, la responsable de impulsar la modernización de la ciudad. Pero, esto se sucede con el surgimiento de una paradoja: nos encontramos que a la consolidación de la ciudad como un lugar
de mercado, con la manifestación de una fuerte modernización, va a coincidir con el periodo llamado la República Conservadora (1880-1930), que impone una fuerte política de contención de
la modernidad. Modernización acelerada, con poca modernidad, caracteriza a la ciudad en las primeras décadas del siglo XX.
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Este proceso de modernización es lento y no exento de dificultades. La modernización del equipamiento urbano no era simultánea con un mejoramiento en las condiciones de vida de los
bogotanos. A fines de la centuria pasada y en las dos primeras de la presente, continuó el proceso de subdivisión de viviendas, aparecimiento de los inquilinatos, con el consecuente incremento de
condiciones insalubres. Por ello, desde los primeros años de este siglo los profesionales de la salud clamaban por medidas que mejoraran las condiciones sanitarias de Bogotá, tales como el
mejoramiento de la vivienda, la construcción de un verdadero acueducto y la construcción de parques.
Por esos años comenzó el rápido crecimiento de Bogotá por fuera de los límites coloniales que hasta entonces había mantenido. El crecimiento de San Cristóbal y Chapinero, unidas con el
centro por el tranvía, era notorio. En 1916 se inauguró el barrio Córdoba -carrera 14, entre calles 22 y 24-, en 1919 el barrio La Paz, al occidente de la Avenida Caracas. Leo S. Kopp, fundador de Bavaria otorgó ayudas a los obreros para adquirir terrenos en los Altos de San Diego, donde se
formó un barrio que inicialmente se llamó "Unión Obrera", y que luego se denominó "La Perseverancia". En 1917 se creó la Sociedad de Embellecimiento Urbano y en 1919 en Chapinero
la Sociedad de Mejoras Públicas, a quienes se les debe el celo por el mejoramiento del ornato público. Cabe reseñar la inauguración de la Estación de la Sabana en 1917 y la Avenida de Chile
en 1920. En ese entonces fueron numerosos los colegios y universidades que empezaron a abandonar el casco colonial y a trasladarse a edificaciones modernas. En 1923 se terminó el plano del Bogotá futuro, bajo la dirección del Concejo y que contemplaba un crecimiento de hasta
cuatro veces el tamaño que tenía la ciudad en ese entonces. Entre 1930 y 1950 los principales barrios donde habitaban las clases altas eran La Merced, Sucre, Santa Teresa, Teusaquillo,
Armenia, Magdalena y Sagrado Corazón. Al mismo tiempo la administración trataba de construir viviendas obreras al Sur de la ciudad.
Los bancos iniciaron la modernización de sus sedes en el centro de la ciudad, como fue el caso del Banco López -Avenida Jiménez con carrera 8a-, y otros bancos, como el de Colombia, el
Hipotecario y el Mercantil Americano siguieron el ejemplo. Por primera vez en la historia de la ciudad, se construyen edificaciones más elevas que los campanarios de las iglesias. Al mismo
tiempo que se daban estas mejoras urbanas, a principios de la década de los veintes proliferaron los barrios obreros, con condiciones higiénicas muy precarias.
La historia de una ciudad puede ser la historia del abasto de sus aguas. En este sentido, desde fines de 1910 la Empresa de Acueducto de Bogotá, de propiedad de Ramón B. Jimeno, se
convirtió en uno de los principales temas de controversia pública en Bogotá en razón del evidente deterioro del servicio de agua. Los estudios sobre la calidad de agua daban resultados que
denunciaban su condición de no ser apta para el consumo humano. La denominada criminal negligencia de este empresario era causa de las aterradoras cifras de mortalidad registradas en los primeros años del siglo, en especial en época de invierno, cuando los ríos bogotanos
aumentaban de caudal y contaminaban las acequias del acueducto de Jimeno.
Las presiones de la opinión pública llevaron al Municipio en 1911 a iniciar las negociaciones con Jimeno, hasta que en 1914 se formalizó la compra del Acueducto. En la primera evaluación oficial
de la empresa fue que las instalaciones no conformaban un verdadero acueducto. En 1918 el Municipio inició la compra de los predios que estaban en los nacederos de agua y la clorificación del agua y en 1923 se iniciaron los trabajos para la conducción de las aguas del río San Cristóbal y
la construcción de la planta de Vitelma. A pesar de estas mejoras sustanciales, la tercera década terminó sin una mejora total del abastecimiento de agua en Bogotá, pero el cambio en el
comportamiento de las tasas de mortalidad fue notorio, puesto que este momento es cuando las estadísticas vitales empiezan a tener saldo positivo. Los esfuerzos se dirigieron a la construcción
en 1938 de la Represa de la Regadera al Sur y de la planta de tratamiento de Tibitoc en 1955,
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cuando la capital se acercaba a un millón de habitantes y un cuarenta por ciento carecía del servicio de acueducto.
Esto era prueba de la preocupación de los administradores de la ciudad por imponer la
planificación a mediano plazo. La planificación y la proyección de los servicios aparecen en buena medida con la presencia del urbanista Le Corbusier, asociado a la presentación de un plan piloto
para la ciudad. En 1951 se expidió el decreto municipal adoptando el plan piloto de la ciudad, que estaba acompañado de normas sobre urbanismo y servicios públicos. Sin embargo, las previsiones se quedaron cortas con el crecimiento desmedido de la ciudad. En la década del cincuenta se
iniciaron grandes urbanizaciones como el barrio El Chicó, el Centro Antonio Nariño, vías como la Autopista del Norte, la Carrera Décima, la Avenida Ciudad de Quito, la ampliación de la Avenida
Caracas y el diseñó de la Avenida de los Cerros, además de edificios como el Hotel Tequendama, el Banco de la República y el aeropuerto de El Dorado. Este enriquecimiento de la infraestructura y equipamiento urbano estuvo acompañado de la creación del Distrito Especial de Bogotá en
1954, con la anexión de los municipios de Bosa, Fontibón, Engativá, Usaquén y Usme. En 1967 fue escogida Bogotá como sede del Congreso Eucarístico, evento que iba a ser presidido por el
Papa, motivo de su primer viaje a América. Esto llevó al alcalde Virgilio Barco a adelantar un plan con el propósito de concluir las obras que había iniciado el alcalde anterior, como la Avenida 68,
la carrera 30 y la calle 19. Nuevos espacios públicos.
Si en la centuria anterior lo público se deja a la deriva, ahora nos encontramos con un cambio
importante en la construcción del espacio público. A propósito del primer centenario de la independencia, la celebración del 20 de julio de 1910 se preparó festejos especiales. Varias calles
fueron iluminadas especialmente, se inaugura a la gran exposición industrial del Bosque de la Independencia y se realizaron diversos actos culturales. De la misma manera en las fiestas públicas se dejaba notar el cambio. En 1916 se realizó la fiesta del trabajo con la activa
participación de los obreros y dos años después esta conmemoración estuvo acompañada de conferencias que dictaron algunas mujeres en el Barrio Unión Obrera sobre los derechos
femeninos en la sociedad. En años posteriores, este festejo alternaba con la realización de diversiones con la fundación del Partido Socialista. En 1919 se realizó el primer congreso obrero,
de corte socialista y ese mismo año la ciudad fue estremecida por un levantamiento popular que protestaba contra la importación de vestidos para el ejército. Este movimiento fue aprovechado por obreros de distintas fábricas que pedían la reducción de la jornada laboral de doce a diez
horas. Desde entonces proliferaron nuevos sindicatos de herreros, mecánicos, plomeros, latoneros, transportadores, de los obreros de las jabonerías y de las fábricas de gaseosas. En fin,
la ciudad estaba siendo testigo del surgimiento de una nueva clase social que empezaba a organizarse y que buscaba un espacio político en medio de la férrea República Conservadora.
Todavía Bogotá conservaba, de manera un tanto orgullosa, el título de "Atenas Suramericana", como ya lo señalamos, debido a una cultura retórica y formal, divulgada por periodistas, poetas,
epigramistas, oradores y filólogos, y fuera del brillo externo y verbal la cultura bogotana de esa época no dejó para la posterioridad una producción de fondo y sustantiva. Todavía la ciudad
carecía de la libertad de cultos, los intelectuales extranjeros eran refractarios a subir hasta las altas montañas, las compañías de ópera y de teatro de cierta importancia preferían otras ciudades, en fin, era reducido el roce que los bogotanos tenían con los movimientos culturales
internacionales. Pero eso sí, en las clase alta se conservaba la pureza del lenguaje, más como una forma de diferenciación social que como una expresión de una cultura universal.
En la década del veinte apareció el boxeo como una diversión novedosa y el cinematógrafo
conquistó un espacio definitivo como una de las diversiones más importantes de los capitalinos.
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Los estudiantes comenzaron a realizar los carnavales y las mujeres empezaban a tener una activa presencia en todos los órdenes de la vida cotidiana. En la clase trabajadora empezaron a parecer
costureras, lavanderas y planchadoras que salían a ejercer sus oficios, abandonando el recinto doméstico como era hasta entonces la costumbre y en 1927 un grupo de mujeres solicitó al
Ministro de Instrucción Pública que les abriera las puertas de las universidades. Este cambio se daba al tiempo que aparecían los cafés como centro de reuniones y tertulia de los hombres,
lugares que empezaban a competir exitosamente con las chicherías. Pero, a pesar de estos cambios, la vida de la ciudad de menos de tres cientos mil habitantes
seguía siendo provinciana. Esto comenzó a cambiar en 1929 con la introducción de la radio, año en que se funda La Voz de la Víctor, y en los treintas los medios de comunicación reseñaban la
proliferación de deportes como el fútbol y el ciclismo. En 1931 la ciudad contaba con dos emisoras, la otra era La Voz de Bogotá, las cuales tenían cubrimiento nacional e incluían en sus programaciones, además de noticias, el tango y el fox trot. También fueron las responsables de la
introducción de las rancheras, que desplazaron a la música nacional. Pero la lentitud del cambio de las costumbres era evidente. Algunos sitios de encuentro, como la célebre "Cigarra" en la
carrera séptima con calle 14, fundada en 1920, era responsable de atraer a los contertulios, que desbordaban el local e inundaban la acera. Paro también surgía nuevos sitios de reunión, como los
bolos. En los treintas y cuarentas surgieron salones para la práctica de los bolos, tales como La Bella Suiza, El Bolo de la 32, el Bolo San Francisco, y el "Tout Va Bien". El teatro al aire libre La Media Torta seguía funcionando y cumpliendo la función para la cual lo creó el alcalde Jorge
Eliécer Gaitán y el Salto de Tequendama seguía constituyendo una fuerte atracción para los capitalinos, a donde se dirigían a realizar los "piquetes".
La progresiva industrialización aceleró la transformación de la ciudad con la introducción del
hierro, el acero, el vidrio, el concreto reforzado, así como la profesionalización de la arquitectura. El uso del ladrillo a la vista y la popularización del vidrio caracterizan esta época. Así mismo el modelo de edifico público norteamericano hace presencia con los edificios Murillo Toro, llamado el
Palacio de las Comunicaciones, y el Palacio de los Ministerios. La demolición de la joya colonial, el Convento de Santo Domingo, para darle paso al primero, refleja las polémicas entre tradición y
modernidad que se daban en Bogotá en esos años. El Claustro de San Agustín también sufrió una mutilación. Estos nuevos edificios públicos, junto con la Universidad Nacional, el Parque nacional,
la Biblioteca Nacional, fueron los esfuerzos de la República Liberal (1930-1946) por dotar a la ciudad de edificios nacionales, de convertirla en capital efectiva de la Nación. La construcción del Parque Nacional, bajo una administración liberal, abierto, si rejas, sin puertas, contrasta con el
Parque de la Independencia, de 1910, inaugurado durante la república conservadora, dotado de rejas y puerta. En el imaginario bogotano, el primero era para policías y el servicio doméstico,
mientras que el de la Independencia para los cachacos. Pero la vida cotidiana y la rutina diaria sufrieron un remezón del cual la ciudad no se repuso del
todo. El 9 de abril de 1948 fue asesinado Jorge Eliécer Gaitán. El panorama de la política colombiana se encontraba afectado por la violencia que en distintos lugares de la nación causaban
numerosos muertos. Ese día, luego de que Gaitán muriera, las gentes enardecidas dirigieron la ira primero contra objetivos políticos, tales como edificios públicos y un periódico conservador.
Luego se inició el saqueo de las ferreterías, donde se armaron de picos, palas y machetes y luego se inició el asalto al Palacio Presidencial. Solo hasta el 15 de abril el ejército pudo restablecer el orden, luego del incendio de 136 edificios, ubicados entre las calles 10 y 22 y las carreras 2a. y
13, además del pillaje y saqueo del comercio, en especial de las licoreras. El número de muertos se aproximó a 2.500. De hecho, estos terribles acontecimientos fueron los parteros de una nueva
época en la ciudad, pues como consecuencia cambiaron radicalmente los conceptos urbanísticos y no hubo de pasar mucho tiempo para que el centro capitalino gozara de una profunda
modificación. Pero también este suceso luctuoso formaba parte de una profunda violencia
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nacional con saldo de cientos de miles de muertos en los pueblos y veredas.
Al comenzar la década de los cincuentas, el censo de 1951 arrojó un total de 650.000 habitantes en la capital, década que presento el incremento de la invasión incontenible de migrantes de la
periferia y de otras regiones que venían a buscar mejor suerte a la capital. Unos atraídos por las mejoras en las condiciones de vida que mostraba la ciudad, otros por la mayor oferta de trabajo y
los más expulsados por la violencia que azotaba al país desde la década anterior. De manera simultánea la ciudad se iba haciendo más cosmopolita, y se volcaba hacia el exterior. El mejoramiento en las comunicaciones, acarreaba un mayor incremento por el interés por los
sucesos internacionales. Por otra parte, se continuaban realizando ingentes esfuerzos en la lucha contra las malas condiciones higiénicas que todavía azotaban a Bogotá. La chicha seguía siendo
una bebida de alto consumo, pues a pesar de su prohibición en 1948 en los cincuentas operaban numerosas fábricas clandestinas de esta herencia indígena.
La metrópoli acelera su crecimiento
Un hecho definitivo en la consolidación de la ciudad ha sido la creación del distrito Especial. A partir del 1o. de enero de 1955 la capital cambió su estatus jurídico de Municipio por el Distrito
Especial. La transformación de la metrópoli se cumplió en esa época con la anexión de los municipio vecinos de Bosa, Usme, Fontibón, Engativá, Suba y Usaquén. Esta búsqueda de la independencia administrativa de la ciudad frente al Departamento de Cundinamarca, no evitó que
las decisiones políticas fueses supeditadas a la racionalidad planeadora. La dictadura militar de Rojas Pinilla continuó interviniendo en la ciudad de manera unilateral, contraviniendo las
recomendaciones del Plan Piloto. La construcción de la autopista del Norte, así como la del Sur, y las obras del CAN, el aeropuerto de El Dorado, que rompen con la idea del Plan de controlar el
crecimiento al Occidente, y con ello la forma de la ciudad comenzó a cambiar aceleradamente. Al concluir la dictadura, un nuevo equipo de profesionales entró a participar en la administración de la ciudad. Conocedores de las técnicas modernas de la planeación, como Jorge Gaitán y Virgilio
Barco, alcaldes en los sesenta, buscaron conciliar la planeación con la intervención estatal. Sin embargo, la migración a la ciudad rápidamente dejó atrás cualquier intento de regulación y de un
poco más de medio millón de habitantes en 1951 se llegó a 2.700.000 en 1973. Este crecimiento acelerado de la población acarreó una urbanización descontrolada, donde el barrio marginal
accedía a su normalización urbanística gracias a la intermediación de los políticos. Esta urbanización acelerada, que ocasionó el mayor negocio de tierras y el origen de grandes fortunas en la ciudad, demandó la construcción de una gigantesca infraestructura de servicios públicos,
financiados con créditos externos, lo que significó que estos costos se trasladaron a las generaciones venideras. Luego, con el propósito de satisfacer la demanda por vivienda, con un
adecuado sistema financiero, en 1972 se creó la UPAC, cuya aplicación significó un cambio radical en la historia de la ciudad.
Las decisiones unilaterales que el Ministerio de Obras había tomado a principios de los cincuenta de construir las Autopistas del Norte y del Sur, dieron al traste con las intenciones del Plan Piloto
de densificar la ciudad al limitar su expansión. En el mismo sentido, el régimen militar de Rojas Pinilla continuó esta orientación al darle prioridad a la edificación de obras construidas con el
propósito de demostrar el progreso. Este afán publicitario buscaba crear la imagen de desarrollo iba en concordancia con lo que la Misión extranjera dirigida por Currie proponía para todo el país. De estas nuevas políticas resulta la construcción del Aeropuerto de El Dorado, inaugurado en
1959, el Centro Administrativo Oficial, posteriormente CAN, 1955, el Centro Residencial Antonio Nariño, 1952, y la primera etapa de los que más tarde sería el Centro Internacional, 1960. De
nuevo, el orden soñado por los urbanistas se estrellaba con los intereses especulativos y financieros que impusieron sus intereses por encima de la racionalidad planificadora.
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Al mismo tiempo, el dinamismo demográfico de la ciudad estuvo acompañado de un avance en la prestación de sus servicios públicos, dinamismo que también se expresó en la modernización vial
y en la renovación arquitectónica. En la década del cincuenta esto se reforzó extendiéndolo a diversos frentes. De este decenio en adelante la ciudad vivió el comienzo de un desarrollo
explosivo. Si en 1950 se calculaba que la ciudad llegaría a su millón y medio de habitantes en el año 2.000, en realidad esta cifra la alcanzó sólo seis años después. Los demógrafos calculan que
el 15 de enero de ese año entraba o nacía en Bogotá el ciudadano número un millón. El auge demográfico significó la presencia de varias tendencias modernizante. Para entonces, el automóvil ocupaba ya el lugar central en la ciudad y desde 1952 se había suprimido el tranvía. Comenzaba
una era que la ciudad y sus gentes debían adaptarse a él, hasta el punto de ser calificada por la prensa como la era de la “fiebre de las avenidas”. El desarrollo vial se hizo presente introduciendo
cánones norteamericanos. La construcción de la Avenida Caracas desde la década del cuarenta y de la Carrera Décima en los cincuenta, dos proyecto viales que afectaron a la ciudad y se constituyeron en nuevos ejes de la malla urbana. El afán modernizante pasó por encima de las
reliquias de la antigua Santa Fe, y joyas coloniales como Santa Inés y La Casona se demolieron para permitir la ampliación hacia el sur de la Carrera Décima. Se concebía que la modernización
de la ciudad consistiera en su acondicionamiento al automóvil. Claro ejemplo de ello fue la mutilación que sufrió el espacio público cuando, para construir la calle 26, se mutiló el Parque del
Centenario. El fenómeno más notorio de este período lo constituye el crecimiento demográfico. En efecto, el
aumento de la natalidad y la reducción de la mortalidad, es decir el crecimiento vegetativo, continuaron en la década del cuarenta y coincidió con la guerra civil no declarada que se inició
entre 1944 y 1946 y concluyó en 1964. Este enfrentamiento desató una nueva avalancha migratoria hacia varias ciudades, de las cuales Bogotá estaba en mejores condiciones para recibir
estas oleadas de migrantes. Las proporciones de la ciudad cambiaron desde entonces de manera dramática, puesto que la ciudad se extendió por buena parte de la Sabana y creó exigencias inmensas en todos los servicios públicos, en proporciones descomunales. De los 500.000
habitantes que tenía en 1946, pasó a un millón en 1956, a los millones en 1966, a tres millones en 1974 y a más de cinco millones en 1993. Esta desproporción demográfica sobrepasó las
capacidades de manejo de lo urbano y presentó retos ineludibles. Este comportamiento demográfico ha estado acompañado de otros fenómenos. La reducción de las tasas de fecundidad
y mortalidad ocasionó modificaciones en la distribución por sexos, efecto conocido como transición demográfica. Así mismo, se ha presentado una creciente participación de la mujer en las actividades productivas y en la demanda laboral, con notorio impacto en la estructura laboral. El
efecto en las estructuras de edades es notorio, resultado del profundo cambio sucedido en la curva de mortalidad desde la década del sesenta, en buena parte debida a la aplicación del
control de la natalidad. Esta transformación tornó la mayoría de la población de adulta a joven en la década de los sesenta. Hay que tener presente que entre los censos de 1938 y 1951 la tasa general de mortalidad descendió un 70% en Bogotá y la de mortalidad infantil un 80%, con el
correspondiente impacto en la esperanza de vida al nacer, indicador que ganó trece años entre 1951 y 1981, aunque cálculo más optimistas ubican en dieciocho años este aumento, indicadores
que son superiores en tres años a los de la media nacional.
La ciudad no pudo satisfacer este crecimiento poblacional con una adecuada oferta de vivienda. La autoconstrucción se impuso, método con el cual buena parte de la ciudad fue construida por el esfuerzo directo de los migrantes, a pesar de los grandes esfuerzos que el Estado emprendió para
ofrecer vivienda en condiciones mejores que las urbanizaciones “piratas” hacía. El acceso a la tierra estuvo ausente la invasión, en razón de la escasa tierra que tenía el estado en la ciudad,
puesto que la que poseía la había vendido en el siglo XIX. Por ello es se calcula que únicamente en 14 barrios el acceso a la tierra fue por invasión, de 32 intentos. En buena parte, a causa de
esta condición, la urbanización masiva que presenta Bogotá se realizó bajo la modalidad de los
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barrios informales, o “piratas”, denominación originada en el hecho de carecer de la legalidad requerida. Esta urbanización la hacía un “empresario de tierras”, quien compraba una hacienda y
la parcelaba, para venderla por lotes, cuyas dimensiones normales no pasaba de 6 metros de frente por 12 de fondo, los cuales eran comprados, a plazos, por estos migrantes, quienes
normalmente habían llegado a vivir en pequeñas piezas, y luego de haber acumulado algunos ahorros, emprendían la etapa de acceder a una casa propia. Más de la mitad de la vivienda
construida durante este período se levantó bajo esta modalidad, lo cual produjo cerca del 40% del área construida. Paradójicamente esta urbanización se realizó en el momento de mayor auge de la planeación.
Es interesante destacar que en las zonas donde esta urbanización, como era el Sur de Bogotá,
predominó el barrio como la unidad urbana por excelencia, mientras que en el resto de la ciudad el barrio comienza a dejar de ser importante, y aparecen las unidades residenciales articuladas alrededor de ejes comerciales, como Chapinero y Sears, por ejemplo. Otro caso es el de Ciudad
Kennedy, programa de vivienda apoyado por el gobierno norteamericano como parte de la campaña de la Alianza para el Progreso, y orientado a satisfacer la demanda por vivienda de los
migrantes. Este plan utilizó los campos de aviación que el Aeropuerto de Techo dejó vacío al ser sustituido por El Dorado. Ubicado en el extremo Occidental de la ciudad, exigió la construcción de
redes de servicios públicos que valorizaron las tierras que se encontraban entre Bogotá y este distante sector, lo cual generó una fuerte tendencia de urbanización hacia esa parte.
El período se caracteriza por una fuerte paradoja que nos muestra cómo, mientras el Estado hacía sus mayores esfuerzos por pensar la ciudad, ésta había encontrado una modalidad práctica de
resolver la escasez de vivienda, como era la autoconstrucción, llamada también urbanización pirata, o informal. Al margen de las normas y sin cumplir con las exigencias de cesión de espacio
público, de tamaño de las calles, sin mobiliario urbano ni espacio para servicios educativos, y lo más importante, sin servicios públicos, estos barrios tuvieron que recurrir a los intermediarios políticos para acceder a la presencia del Estado, en un claro proceso de privatización de la acción
urbanizadora. La lucha de los pobladores se centró en el acceso al servicio de acueducto, luego del transporte, la energía y posteriormente los demás servicios. El avance en el cubrimiento de los
servicios era grande, si se tiene en cuenta el déficit que había: mientras que en los años veinte y treinta, entre un 20% y un 30% de la vivienda tenía acceso a luz y agua, para 1951 el censo
muestra un panorama diferente, pues el 50% de la población bogotana cuenta con el servicio de energía eléctrica.
Todo ello nos muestra cómo la ciudad fluctuaba entre el establecimiento de una fuerte política de intervención y la delegación absoluta al sector privado de la gestión urbana. Así, mientras que en
1951, mediante el decreto 185 se oficializa el Plan Regulador que proponía delimitar la ciudad por el Occidente en la carrera 30, al finalizar la década el mismo Estado iniciaba la construcción de Ciudad Techo, en el extremo Occidental de los límites distritales, luego de varios años de estar
actuando en contra de lo propuesto por el Plan Regulador. En este sentido, y como resultado de las nuevas exigencias, por medio del Acuerdo 53 de 1956, se reorganizó la Oficina del Plan
Regulador, la cual recibió el nombre de Oficina de Planeación Distrital de Bogotá, y se le encomendó la planificación del desarrollo de la ciudad, realizar la coordinación con entidades
similares departamentales y nacionales, coordinar los programas de inversión del Distrito, establecer normas para regular la expansión de las áreas residencial, comercial e industrial y elaborar la legislación necesaria para reglamentar la parcelación de tierras y la construcción de
edificios.
Con la conclusión de la dictadura en 1957, un nuevo grupo de profesionales entró a participar en la administración Distrital. Desde entonces y hasta 1966, la figura de Jorge Gaitán Cortés,
primero como concejal y luego como alcalde entre 1961 y 1966, se erigió como la del planificador
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por excelencia, y en estos años se logró mantener una continuidad tanto en la planeación como en la instrumentación. En efecto, el Plan fue entendido como una herramienta capaz de ser
acondicionada a las variaciones del entorno urbano y gracias a ello los esfuerzos se concentraron en convertir a los postulados en programas concretos para facilitar la acción administrativa. Para
efectos de coordinar la flexibilidad del Plan, se conformó una Junta de Zonificación, encargada de formular soluciones que se basaran en criterios de aplicación general, y en la sectorización se
diferencio la sectorización de las zonas residenciales, comerciales, mixtas e industriales. Aunque esta propuesta de zonificación presentada en 1964, no fue aprobada, se aceptó el surgimiento de zonas de actividad terciaria en áreas por fuera del centro tradicional, y es así como sectores como
Chapinero, Siete de Agosto y Restrepo se los definió como espacios comerciales.
La preocupación más recurrente fue la de institucionalizar los procesos derivados de la toma de decisiones en materia de planificación física, y en razón de ello se hizo énfasis en la necesidad de poblar las zonas vacías y configurar una urbanización homogénea. En este sentido se aprobó en
1961 el Plan Vial Piloto, con el objetivo de fomentar la progresiva compactación de la capital mediante la delimitación de un sistema combinado de cuadrícula ortogonal con anillos periféricos.
Resultante de esto surgen las avenidas 68 y Boyacá, la Avenida Longitudinal de carácter regional para tráfico pesado, combinaban con los ejes radiales: carrera Séptima, la calle 80, calle 26 y la
Avenida de las Américas, y con ello se conformó el sistema vial radial anillar de la ciudad que aseguraba la comunicación tanto en el sentido Sur - Norte, como Oriente - Occidente. A partir de este proyecto las vías pasaron a ser programas reales dotados de presupuesto, especificaciones,
etc. De esta manera, en estos años se logró un significativo avance en el desarrollo urbano formal, puesto que se retomó la práctica planificadora que había sido desechada durante la
dictadura, sino que además se logró un plan completo para la ciudad, a partir del cual se definieron una serie de mecanismos de acción que comenzaron a ejecutarse con prontitud. Sin
embargo, no hay que olvidar que la ciudad estaba padeciendo sus más altos índices de crecimiento y la urbanización informal era responsable de buena parte de la expansión urbanística.
Durante la alcaldía de Virgilio Barco, 1966 - 1969, se continuó con el impulso planificador que se
traía, y hubo una gran continuidad en las obras iniciadas en la anterior administración, y agregó la dimensión del desarrollo económico y social. Barco se propuso la integración de los elementos
básicos de la ciudad, como son: los atributos (vivienda, espacio público, equipamientos, transporte), dimensiones (social, económica, cultural, ambiental) e instancias reguladoras. Las preocupaciones fundamentales de esta administración fueron la planificación, la renovación
urbana, la construcción de varios parques metropolitanos, la provisión de servicios públicos, la integración vial, la construcción de viviendas, además d ella reorganización administrativa, la
terminación de las obras inconclusas, la ampliación del acueducto, y el plan maestro de alcantarillado. La visita del Papa en 1968 fue un compromiso que aceleró la ejecución de numerosas obras para aprestar a la ciudad a este evento.
Es importante resaltar el cambio de enfoques que se estaba presentando a finales de la década
del sesenta en lo referente a la construcción del proyecto de ciudad, en razón d ella inclusión de la variable económica en el desarrollo urbano. La influencia del economista norteamericano Lauchlin
Currie fue definitiva para el desarrollo de Bogotá. La ciudad es vista como un problema nacional y de allí se deriva la necesidad de que el Estado debe entrar a resolverlos, en razón de ser la ciudad más importante del país. Currie y Barco conformaron un equipo de donde salieron varias
estrategias definitivas en el proceso de urbanización que vivió la capital y el país en las décadas siguientes.
Al iniciarse la industrialización de la posguerra, el potencial industrial de Medellín sobrepasaba al
de Bogotá, pero desde 1950 en adelante en la capital se dejó sentir la ventaja de controlar un
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mayor mercado interno, condición que le permitió un mayor crecimiento de su industria y por ello es que se puede afirmar que el despegue económico de Bogotá se presentó tardíamente, con
respecto inclusive a otras ciudades colombianas, y las décadas de los años cincuenta y sesenta muestra esto. Los cambios institucionales, como la creación del Distrito Especial, así como la
aplicación de la planeación económica a nivel nacional, beneficiaron este crecimiento. Además, la modernización de la agricultura regional, jalonada por el crecimiento urbano de la ciudad, permitió
que Bogotá fuese el centro de una de las regiones agrícolas del país. La industrialización comenzó por la vía de la sustitución de importaciones y luego dio paso a las ramas productoras de bienes intermedios y de capital, así como el fortalecimiento del sector de servicios, con lo cual la ciudad
aseguró una estructura productiva bastante diversificada, característica que le ha permitido salir mejor librada que otras ciudades en los momentos de crisis
Este proceso se presenta de manera simultáneo al surgimiento de una paradoja: la del desfase entre la concentración demográfica y la concentración industrial en Bogotá. Es notorio que la
segunda ocurrió antes de los años sesenta, cuando la primacía de Bogotá aún no era perceptible, pero posteriormente, la importancia de Bogotá en la industria nacional se estabilizó, mostrando un
ligero crecimiento, mientras que la mayoría de los indicadores demográficos y económicos (no industriales) revelaban un centralismo bogotano cada vez más notorio. Así, nos encontramos ante
el hecho de que la industria se concentró en Bogotá antes que la población, lo cual explica que se haya constituido en un elemento atractivo para las migraciones que arribaron a la ciudad. Además, diversos indicadores muestran cómo a partir de 1966 se inició un leve proceso de
desconcentración de la industria de las ciudades industrializadas, con excepción de Bogotá. Así, por ejemplo, si en 1966 el 36% del valor agregado industrial de las cuatro ciudades mayores se
generaba en Bogotá; en 1991 esta proporción aumentó al 39,22%. En 1966 el 36% del empleo industrial de las cuatro ciudades más grandes se generaba en Bogotá; en 1991 esta proporción
aumentó al 46%, lo cual muestra la progresiva consolidación económica de Bogotá. Sin embargo, a medida que crecía el entable industrial, la economía informal mantenía una alta participación.
Las décadas del cincuenta y sesenta constituyeron un momento cuando la ciudad vivió una profunda transformación social que silenciosamente transformó radicalmente el paisaje social
urbano que mostraba la capital. En efecto, la modernización de la infraestructura de servicios públicos permitió el creciente acceso de la mayoría de la población a éstos, generó una serie de
cambios en la cultura material en el interior de los hogares. Este es el caso de los cambios que provoca la ampliación del servicio domiciliario de agua en los barrios marginales, que reduce los tiempos dedicados a la consecución del líquido en pilas públicas y que permite un sustancial
mejoramiento de las condiciones de vida en razón del mejoramiento de la higiene en el hogar. Así mismo, el progresivo avance del servicio de la energía eléctrica permitió el cambio de las estufas
de leña y de carbón, que imperaron en Bogotá hasta los años cincuenta en los barrios marginales, por la preparación de alimentos con energía eléctrica y gas. La reducción del tiempo dedicado a los oficios domésticos ocasionó profundas transformaciones en los hogares, pues liberó a la
familia mayor tiempo que se dedicó al ocio, la educación y el trabajo fuera de casa.
De manera simultánea, la ciudad comenzó a demandar mano de obra más capacitada para la expansión industrial y la modernización del sector servicios. Esta situación provocó el acceso de la
mujer al mercado laboral, así como a la educación superior y con ello empezó a cambiar las relaciones familiares. Se comenzó a presenciar una mayor participación de la mujer en las actividades laborales, industriales y de servicios, con notorio cambio en relación al paisaje social
que mostraba la ciudad décadas antes. Hasta las primeras décadas del siglo XX, la alta participación de la mujer en el mundo del trabajo estaba limitada a actividades de baja
productividad como planchadoras, sombrereras, aguateras y servicio doméstico. Ahora, la calificación educativa de la mujer le permitía adquirir una mayor posibilidad de participar en todos
los órdenes de la vida urbana. Por supuesto que uno de los efectos de este nuevo panorama fue
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la reducción del tamaño de la familia. Estos cambios materiales y laborales estuvieron acompañados de profundas transformaciones en el orden de la cultura. La radio se popularizó, así
como luego la televisión, además de otros adelantos en la comunicación, que fueron transformando las relaciones entre los habitantes y su percepción del mundo fue cambiando.
Igualmente fue sensible el ascenso y consolidación de la clase media, con toda su lógica secuela de nuevos usos y costumbres.
El desarrollo de la cultura presentó serios cambios, aunque se veía afectado por el clima político además de la fuerte censura que aun imperaba. Además, resulta contrastante que en el año en
que se inauguraba la Biblioteca Luis Ángel Arango, 1957, el Arzobispo de Bogotá anunciara excomuniones a los estudiantes que se matricularan en el Colegio Americano. Al mismo tiempo, el
gobierno cerraba la Escuela Normal Superior por considerarlo un centro de ateísmo, y la Iglesia católica realizaba grandes manifestaciones par impulsar el rezo del rosario en familia. Todo esto no hacía sino suprimir los elementos de jerarquización social que existían en la ciudad, a su vez
que iban siendo sustituidos por otros más sutiles y no menos importantes.
La consolidación económica y demográfica de Bogotá tiene una relación directa con el mejoramiento de los medios de transporte, lo cual le permitió consolidar el control d ella región
económica más grande del país, la que presenta una amplia urbanización y la que disfruta de la mejor y más variada oferta ambiental territorial. Gracias a ello, Bogotá ha dispuesto de un territorio de donde se ha proveído de grandes contingentes de migrantes, lo cual ha sido definitivo
para contar con mano de obra barata, así como de compradores de las haciendas que se lotearon como barrios marginales. Igualmente este mercado regional constituye una salida para las
industrias de bienes de consumo, y los servicios de la metrópoli, tales como los bancarios, educativos, salud, educación superior, comunicaciones y comercio mayorista. El crecimiento de
esta región se logró gracias a la consolidación del sistema férreo, que en 1961 llegó a su ápice con la inauguración del Ferrocarril del Atlántico, que conectó a Bogotá con Santa Marta y el sustancial mejoramiento del transporte aéreo con la puesta en funcionamiento en 1958 del
Aeropuerto de EL Dorado. Gracias, entre otros, a estas mejoras, Bogotá pasó a controlar la región más rica del país.
Una metrópoli que se consolida
La consolidación de Bogotá de manera efectiva como capital nacional, en los órdenes económicos, demográficos, culturales y políticos, demandó la intervención cada vez mayor de la planeación
macroeconómica desde el Estado central. El Plan de Desarrollo Nacional de las Cuatro Estrategias, elaborado a comienzos de los años setenta, elaborado por Lauchlin Currie diseñó una serie de
intervenciones en la economía para incentivar la urbanización de las ciudades, así como la escogencia de la construcción como motor de la generación de empleo y por lo tanto dinamizadora de la economía. Resultado de esta estrategia nació en 1972 la UPAC, sistema de
financiación de vivienda que transformó de manera radical el proceso de urbanización de las ciudades colombianas. Así mismo, a comienzos de esta década se realizaron varios estudios donde
se trazaron varias estrategias para Bogotá, las cuales quedaron consignadas en el estudio Ciudades dentro de la Ciudad y el Estudio de Desarrollo Urbano de Bogotá, Fase II, de 1972. Con
estos elementos la ciudad inició una etapa de consolidación urbana que le ha permitido afrontar los retos de fin de siglo en mejores condiciones que las otras grandes ciudades colombianas, como ha sido una mayor inserción de los pobladores marginales a la ciudad formal, una mejor
prestación de servicios domiciliarios, mayor cubrimiento de servicios educativos y hospitalarios, mayor participación ciudadana en los asuntos públicos y la economía más sólida del país.
Debido a profundos cambios que realiza el Estado en las políticas urbanas, la propiedad territorial
urbana presenta profundas modificaciones durante este período, en razón del aparecimiento de
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nuevos agentes que en ella intervienen, condiciones que provocan transformaciones profundas en la estructura socio-espacial de Bogotá. Los cambios en la concepción de la política urbana estatal
son notorios, puesto que se presenta un abandono de las políticas que hasta los años sesenta habían imperando, como era la edificación de vivienda como lucha contra el déficit habitacional,
mientras que ahora el Estado se concentra en escoger el sector de la construcción como el motor de la economía, y para ello diseña una estrategia financiera a través de la UPAC, creado en 1972.
Este sistema de financiamiento de la vivienda canaliza el gigantesco ahorro captado a través de las Corporaciones de Ahorro y Vivienda, CAV, recursos que son facilitados bajo la modalidad de préstamos hipotecarios a largo plazo a quienes necesitaban de crédito para la adquisición de
vivienda nueva.
Con esta política se resolvió el problema de la oferta de vivienda para estratos medios y altos, sectores sociales que comenzaron a recibir una sobreoferta de vivienda construida preferentemente en el Norte de la ciudad y en segunda instancia en el Occidente. Sin embargo,
pesar del volumen de los recursos dirigidos a financiar esta nueva oferta de vivienda, desde un comienzo se nota que no satisfacía las necesidades de las familias de menores ingresos. Por ello la
autoconstrucción continuó, de la misma manera como este sistema había sido el único camino que los migrantes habían tenido para resolver sus necesidades de hábitat. Así, en los años de mayor
auge de la construcción bajo la modalidad del UPAC, entre 1973 y 1985, la autoconstrucción fue la responsable de la producción del 33.75% del total de la vivienda producida por la ciudad. Esta urbanización se realizó sin presencia del Estado, bajo precarias condiciones sociales y altos índices
de violencia, sin servicios públicos, situación que obligaba a sus habitantes a recurrir a la intermediación de algunos políticos que intercambiaban votos por el acceso a los servicios
domiciliarios. Esta forma perversa de construir la ciudad comenzó a cambiar desde fines de los años ochenta, en razón de la escasez y el precio creciente de los terrenos, aunado a algunas
políticas del Estado que comenzó a regular estas urbanizaciones, así como al desarrollo de un mayor nivel de organización comunitaria.
Todos estos esfuerzos no lograron reducir el déficit de vivienda que ha aquejado a la ciudad de manera notoria desde el siglo XIX. Si bien este déficit cuantitativo, resultante de comparar el
número de hogares con el número de viviendas existentes en la ciudad, ha venido descendiendo, la cantidad de viviendas que él representa no ha dejado de aumentar. Así, si el déficit era del
37.8% en 1951, había descendido a un 31.8% en 1973 y a un 27.1% en 1985. No obstante, éste déficit estaba representado por un faltante de 138 mil viviendas en 1973, cifra que se incrementó a 247 mil en 1985.
Son los medios de comunicación de masas los encargados de democratizar el gusto y la moda en
los diferentes espacios públicos de la ciudad. De ser claramente símbolos de jerarquización social, el vestido, el transporte, la comida, la música, la forma de hablar, poco a poco dejan de ser fronteras entre las clases sociales, y el paisaje social urbano comienza a asemejarse
progresivamente. Si a comienzos del siglo usar alpargates y ruana se constituía en un uniforme que matriculaba inmediatamente a su poseedor como miembro de la clase popular, o guache,
como despectivamente se le denominaba, el usar vestido a la europea se convertía en el uniforme de cachaco, miembro de la clase alta. Desde la posguerra estas fronteras visibles comienzan a
desaparecer, y a ser sustituidas por otras más sutiles pero mucho más fuertes. De la misma manera la comida inicia una amplia democratización, puesto que algunos alimentos de origen extranjeros, como la pizza, la hamburguesa y el perro caliente, de ser comidas exclusivas de la
clase alta, rápidamente se convierten en artículos que se encuentran en toda la ciudad. Si el bluyin identificaba a los cocacolos de los años cincuenta, hoy se ha convertido en la prenda de
vestir que se encuentra usada por miembros de todas las clases sociales, hombres y mujeres. La música dejó de ser patrimonio de un grupo social específico, como sucede con el rock y la salsa,
cuyo disfrute se realiza en todos los sitios de diversión, independiente del estrato social. Algo
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similar ha sucedido con las comunicaciones, puesto que hasta hace una década la televisión por satélite estaba limitada a los estratos altos de la ciudad, mientras que el siglo concluye con la
popularización de las parabólicas comunitarias que sintonizan diversos canales internacionales. La ciudad se democratiza en sus formas y sus fronteras visibles van desapareciendo, al tiempo que
se construyen otras, muy diferentes a aquellas que existía a comienzos del siglo: el hablar bien, los buenos modales y el vestido. Al menos, el carácter de la ciudad de servir de espacio de
representación del poder, el espacio urbano ahora va a servir de espacio de representación de la nueva realidad política: la igualdad.
La profundización de la modernización que presenta Bogotá ha empujado la modernidad. Por ejemplo, el incremento de las posibilidades de comunicación, gracias a las parabólicas ha
permitido el incremento de la capacidad de comparación de bogotanos que no viajan al exterior, con las condiciones de vida en otros países. Las mejoras sustanciales en la cultura material, gracias a la extensión de los servicios públicos, han ocasionado sensibles cambios en el uso del
tiempo libre. La reducción de las tasas de natalidad nos remiten al traslado de las decisiones sobre su cuerpo a las mujeres. El incremento en el acceso a la educación, básica, media y superior,
ofrecen a la ciudad habitantes con mayores capacidades para participar de la vida ciudadana. Y, por último, desde el censo de 1985 se está incrementando el número de nacidos en Bogotá frente
a los migrantes. Este cambio demográfico nos permite comprender el surgimiento de sentimientos de identidad y pertenencia bogotanos, con una socialización mucho mayor de aquellos propuestos por la Atenas Suramericana.
Todo esto nos permite explicar los cambios en el comportamiento ciudadano, en especial en la
selección de los mandatarios locales, como ha sucedido desde la década del noventa.
ANEXO: LA IMPORTANCIA DEL CLIENTELISMO Tejido social y tejido urbano
El Estado termina haciéndose responsable de la construcción de la infraestructura, las tierras
rurales se urbanizan sin mayores responsabilidades por parte del propietario, y los pobladores urbanos inician el proceso de conformación del barrio. Todo esto se hace con una baja presencial
del Estado, el cual no se hace presente para exigir unas mínimas condiciones de espacios públicos.
El urbanizador, dueño de la tierra es la persona encargada de volver urbana su propiedad rural, y es él quien lotea, traza las calles, no las pavimenta, construye un servicio de acueducto, que no
pasa de ser unos aljibes donde los vecinos tienen que ir a recoger el agua, y hasta ahí llega la responsabilidad del urbanizador. Es el comprador del lote quien se tiene que encargar de integrar al tejido urbano el pedazo de tierra que adquirió. Es a partir de este momento cuando
encontramos la construcción del tejido social, en ausencia del Estado y del urbanizador.
Antes de construir la casa, la gente construye tejido social, eso es claro en la historia de Bogotá. Este tejido social se construye a partir de las iniciativas de los primeros vecinos que empiezan a
asentarse. En las décadas del 40 y parte del 50 comienzan a aparecer las llamadas Juntas de Mejoras, organizadas por los primeros pobladores urbanos, probablemente siguiendo la experiencia de la Junta de Mejoras y Ornato, espacio de sociabilidad de la elite bogotana. Esta
Junta de Mejoras, que aparecen en estos barrios personifica la primera forma de organización barrial. La segunda es la parroquia.
La parroquia en el barrio juega un papel fundamental en la formación de Bogotá, puesto que el
cura convoca al culto religioso, y en la convocatoria va generando tejido social y va generando
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otra organización social, gracias al trabajo comunitario que implica construir el templo, el cual se hace por medio de bazares, rifas, concursos, reinados. Además, alrededor del templo se adelantan
labores sociales.
El tercer espacio de construcción de tejido social, se encuentra conformado por la Junta de Acción comunal, JAC, que es la organización fundamental en la historia de Bogotá, sin la cual no
podemos entender la Bogotá del siglo XX. Fundadas en 1958, al inicio del Frente Nacional, y hasta la alcaldía de Peñalosa, se va a encontrar que las J.A.C. van a significar una gran red social –aproximadamente 1700 juntas- que llega a tener, a principios del siglo XXI, cerca de 200.000
afiliados, lo que las convierte en una de las redes sociales más importantes que tiene la ciudad.
Esta construcción de este denso tejido social que se construye en Bogotá en buena parte es facilitado por el tipo de poblamiento que tiene Bogotá que es fundamentalmente cundiboyacense. Bogotá es una ciudad de cultura andina, más del 80% de sus orígenes son cundiboyacenses,
principalmente más boyacense que cundinamarqués, y esto genera una facilidad de cohabitación, una facilidad de ritos, fiestas, comidas, culturas, imaginarios, formas de ser, que se ponen en
común con cierta naturalidad, con relativa facilidad en el momento de conformación de comunidades barriales.
La construcción de lo público desde lo comunitario
Si bien hubo muy poca presencia del Estado en la formación de la Bogotá, al mismo tiempo hay que entender que se hace con mucha presencia de distintos tipos de organización comunitaria, de
los tejidos sociales que hemos descrito. La gente construye comunidad, tejido social antes de construir casas y antes de construir barrios, y luego a partir de aquí se generan acuerdos de
convivencia sobre lo público y la gente va a definir sobre lo público, va definiéndolo a través de distintos mecanismos como por ejemplo el chisme, el chisme es una fórmula de regulación social.
Significa que a las cinco de la mañana, allá en el molino de San Carlos, al piel del barreno donde se recoge el agua, como en cualquier lugar de encuentro de las gentes, donde las vecinas
intercambias las noticias de los acontecimientos nocturnos del barrio, lo que están haciendo no es otra cosa sino la construcción de sistemas de regulación social, donde si bien se invade la vida
privada, esto se hace por una necesidad muy fuerte de construir sistemas de regulación, ante la ausencia de un Estado que guíe y direcciones la construcción de lo público. En parte lo público va a ser construido a partir de la necesidad, de la ausencia de este Estado; así el espacio público se
construye desde lo comunitario y no desde el Estado en buena parte de esta ciudad que crece aceleradamente.
Poca violencia y mucho clientelismo
Otro espacio de construcción de tejido social se da a partir de la politización que se sucede con el Frente nacional. A partir de aquí va a aparecer, a partir de 1958, una politización de estas
organizaciones y con ello se consolida otra forma de regulación social: el Clientelismo. }
El clientelismo es una forma de regulación social, de control social, y las redes de clientelas que las montan sobre las redes comunitarias o las convierten en redes de clientela como sucede con algunas Juntas de Acción Comunal, o con algunas organizaciones comunitarias, e inclusive con
algunas parroquias. Este sistema de clientela va a generar una privatización de lo público y otra forma de regulación social, porque la presencia del Estado va a llegar a los barrios a través de un
intermediario político que negocia esta presencia por los votos que cobra por la construcción de una infraestructura de servicios públicos.
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Para concluir, a pesar de una histórica ausencia en la construcción de lo público del Estado podemos encontrar una ciudad que sus niveles de violencia en el acceso a un suelo urbano fueron
mínimos comparados con otras ciudades; segundo, el tipo de poblamiento, el tipo de población de la ciudad, el origen de los fundadores de los barrios, va a generar una formación de tejidos
sociales alrededor de lo comunitario. Tercero estas organizaciones comunitarias tuvieron que sustituir a algunos agentes del estado por la necesidad de construir lo público a través de
sistemas de regulación que se fueron creando en los distintos barrios, en algunos lugares laicos, en otros religiosos, eso depende de la presencia de la iglesia. Y, cuarto la politización de estas redes o tejidos sociales que uno encuentra a partir de los años 50, 60 y 70.
Finalizando, los cuchos como le llaman en los barrios a los fundadores tejieron redes sociales muy
fuertes para resolver esa ausencia de entidades del sector urbano: teléfono, acueducto, alcantarillado, luz, todo esto es un esfuerzo comunitario, son ellos los encargados de negociar con los que tienen un poder político ante los entes del Estado. Pero este esfuerzo por construir tejido
social no se hereda. La siguiente generación ya encuentra que las principales necesidades urbanas ya están resueltas: encuentran la casa construida, dota de los principales servicios
públicos, encuentran los problemas de infraestructura resueltos. Pero van a encontrar otro tipo de tensiones, tensiones derivadas por problemas de educación, problemas de empleo, y ciertos
problemas que generan otro tipo de violencia urbana. Estas redes en su gran mayoría no se heredan. Hay un bache generacional muy fuerte entre las organizaciones sociales. La socialización de los fundadores, los hacedores de barrios, es muy distinta a la de las siguientes generaciones,
donde la socialización y la consolidación de comunidad son completamente distintas. Este esquema se puede, en cierta medida, aplicarlo hasta los años 70; de los años 80 a la actualidad,
encontramos una ciudad que genera nuevas tensiones.
Bibliografía De La Rosa, Moisés. Las calles de Santafe. Bogotá, Concejo de Bogotá, 1938. Fundación Misión Colombia. Historia de Bogotá. Bogotá, Villegas Editores, 1988
Kotkin Joel. La ciudad. Una historia global. Madrid, Debate, 2006, pagina 21 Martínez, Carlos. Santafe. Evolución histórica. Bogotá, Banco Popular, 1988
Mejía, Germán. Los años del cambio. Bogotá, Universidad Javeriana, 2000 Vargas Julián. La Sociedad de Santafé Colonial. Bogotá, CINEP, 1990
Vargas, Julián y Fabio Zambrano. "Santafe y Bogotá: Evolución histórica y servicios públicos". En: Bogotá: Retos y Realidades, IFEA-FORO, Bogotá, 1988. Zambrano Fabio. Comunidades y territorios. Reconstrucción histórica de Usaquén. Bogotá, Alcaldía
Local de Usaquén, 2000.
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