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Los Cuadernos de la Actualidad
«ARCO 82»: Arco 82 rnm,,B
APROXIMACION AL ARTE ACTUAL
AR'J'F CON fEMl'OR/\NF.O FERIA INTJ,;RNACIONAL DE MADRID
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L falta a nuestro país un
. acontecimiento como el que ha supuesto la organización de la Feria In
ternacional de Arte Contemporáneo que acaba de celebrarse en Madrid. Ni la riquísima tradición artística española ni la realidad actual de una generación de pintores de extraordinaria calidad universalmente reconocida, se corresponden con el vacío cultural que en España existe en el ámbito de la pintura. Por una parte, la información que aquí se tiene sobre la creación plástica en el resto del mundo es mínima, y eso incluso a nivel de artistas, publicaciones y especialistas, lo que determina también la inexistencia de un mercado internacional del arte. Y por otra parte, lo que es sin duda más grave, las vanguardias artísticas (y me refiero a las sólidas, congruentes y consolidadas, no a las puras excentricidades que se descalifican solas), no han llegado a ser comprendidas a nivel popular, precisamente también por falta de información suficiente y preparación adecuada.
Así que «Arco 82» constituyó un acontecimiento muy positivo al que respondió con mucho interés el pueblo de Madrid y aficionados que se desplazaron de diversas regiones españolas. La Feria contó con la presencia de treinta galerías extranjeras y más de sesenta españolas, presentando un rico y variado muestrario del arte actual. En lo que se refiere a nuestro país, estaban todos, o casi todos, los artistas más representativos. Pocas veces se tiene oportunidad de ver en un solo día obras de Miró, Tapies, Chillida, Barjola, Saura, Genovés, Guinovart, Pelayo, Muñoz y un larguísimo etcétera, al que hay que añadir las generaciones más jóvenes y algunos cuadros de «históricos» extranjeros y representantes de la pintura actual más importante. Una oportunidad de ver que, para muchos, pudo ser la oportunidad de comenzar a comprender.
U no de los aspectos más satisfactorios de Arco 82 fue la presencia de muchísimos jóvenes en el laberinto
multicolor de los «stands» y asistiendo masivamente a conferencias, audiovisuales y representaciones de teatro o expresión corporal que complementaron la Feria. Ha habido de hecho, para estos jóvenes y para personas de todas las edades, un acercamiento al arte moderno que se tradujo también en la compra de obra gráfica, numerada y firmada, en cantidades verdaderamente altas, lo que demuestra una vez más la importancia transcendental de este tipo de obra, y su reducido costo, en la divulgación del arte.
Así pues, balance altamente positivo el de esta Feria de Arte Contemporáneo que ha hecho de Madrid la capital internacional de la plástica durante unos días en los que ha coincidido también en la ciudad la magnífica exposición antológica de Mondrian, uno de los grandes creadores del arte moderno, cuya geometría y color fueron asumidos en la publicidad y decoración de la Feria, y de María Blanchard, esta última en el Museo de Arte Contemporáneo. «Arco 82» ha servido para demostrar la pujanza actual de la pintura española, que cuenta con una generación que está entre la cincuentena y la sesentena y que se muestra especialmente brillante y creativa, ha servido para comunicar a España con el resto del mundo en los aspectos artístico, informativo y comercial y ha servido para llevar al pueblo un mensaje apasionado y apremiante del arte que, por pertenecer a su época, no puede desconocer. Ojalá sirva también para emprender un nuevo camino.
Rubén Suárez
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¿UN ACTO DE CONTRICION?
Adolfo Posada, Breve historia del krausismo español. Servicio de Publicaciones, Universidad de Oviedo. Oviedo, 1981.
Si una editorial privada publica (ojo, la contradicción es sólo aparente, pues no hay acento) digo que publica un libro escrito hace
cincuenta años, lo más probable es que lo haga bien con la perspectiva de un buen negocio, por mor de las modas y los reviva!, bien como pose de prestigio para consolidar un fondo editorial potable.
Creo, sin embargo, que ningún lector del libro aquí comentado -y menos un especialista conspicuo en krausismos y posadismos- avalaría semejantes hipótesis para justificar esta edición. Se impone, por tanto, abrir un debate público para inquirir y, si es posible, desvelar los motivos de tan feliz acontecimiento como es el de la publicación de este delicioso libro. Y para ser consecuente con este empeño anunciado, ahí va mi cuarto de espadas: estamos ante un acto de perfecta contrición; esto es, un arrepentimiento de los pecados habidos en la mala vida pasada y un firme deseo de enmendar los pasos futuros.
¿Que cómo puedo justificar esta afirmación que a algunos parecerá atrevida? Es fácil. No se trata de ningún conocimiento esotérico, sino más bien una intuición. Nadie -que yo sepa- ha explicado hasta ahora esta teoría, pero indicios racionales haylos. Verbi gratia; ahora que acabamos de salir del período electoral en nuestros pectara materna ovetensia cabe preguntarse razonablemente por el fundamento, motivo o finalidad de haberse logrado la reelección del actual Rector. Y la respuesta es bien sencilla, se trata de culminar la dura y difícil tarea emprendida hace unos cuatro años con el loable empeño de reformar en profundidad la Universidad de Oviedo. Dicho lo cual, los conocedores del pensamiento y la práctica krausistas -y, en concreto, de Adolfo Posada- no tendrán más remedio que rendirse ante la evidencia: estamos ante un ilusionado programa de trabajo, ante una noble y esperanzadora tarea. Pero, ¿qué tarea?, dirán algunos. Es bien sencillo. Basta leer este libro de 144 páginas para comprender la meta que el reelegido equipo rectoral se
ha trazado y desea completar con este nuevo mandato.
Como premisa fundamental y esqueleto vertebrador de todo el libro está la idea de que toda ilusión y empeño volcados en la educación son lo mejor que puede hacerse para elevar social y moralmente a un pueblo. Esto tiene raíces muy profundas en el pensamiento krausista, pero uno de sus hitos más destacados acaso sea el memorable discurso de inauguración del curso académico 1894/95 pronunciado por el propio Adolfo Posada en la Universidad de Oviedo, cuyo título fue «La enseñanza del Derecho» y cuyo contenido es glosado en diversas ocasiones en la obra aquí comentada y que sin duda se podrá encontrar entre los libros de cabecera de los miembros del equipo rectoral. Pero para que esta prometedora tarea pedagógica tenga buen fin es preciso -según Posada- que haya verdaderos maestros (dice «maestros», no «catedráticos»), convencidos de su misión y cuyo comportamiento sirva de norte para la elevación moral del alumno. Menos importante es, en cambio, el aula para los peripatéticos krausistas, convencidos, con Rousseau, de que la mejor aula es la sombra de un árbol, Jugar ideal para el trato directo y comunicación espiritual con el alumno; pero, eso sí, sin descuidar en ningún momento una constante labor de experimentación e investigación científica. De esta forma, si hay ese trato y ese trabajo, se podrá evitar «uno de los mayores cánceres de nuestra organización universitaria» como son, en palabras de Giner, los exámenes. La libertad de cátedra sería de esta forma el caldo de cultivo preciso para el afloramiento de una pléyade de discípulos asturianos como aquellos que enorgullecieron a una · generación.
Los Cuadernos de la Actualidad
Serán los Barcia, Flores de Lemus, Prieto Bances, Pérez de Ayala, Albornoz, etc., de esta nueva era de oro; pero siempre habrá -y aquí surgen las expresiones más duras del pacífico Posada- quienes pretendan achacar a los krausistas los sucesos de octubre del 34, como la necesaria consecuencia de la apertura que hicieron del Sancta Sanctorum académico a las clases trabajadoras (Extensión universitaria, colonias veraniegas de Salinas, etc.), cuyo resurgimiento tanto debe al ilusionado trabajo de ese hombre bueno, sabio y artista que fue el desaparecido José Benito Buylla.
En fin, como aquí sólo se trataba de alegrarse del futuro maravilloso que se promete para la Universidad de Oviedo, es preferible que otros temas más arduos planteados por este interesante libro, tales como la raigambre mística del krausismo, por poner un ejemplo, queden para otro momento más oportuno.
Eso sí, ha de quedar claro que esta interpretación del futuro de nuestra Universidad es personal y puede ser discutible. Por tanto, si algún lector tiene un punto de vista menos optimista puede comenzar el diálogo; aunque presumo que le será difícil mantener su postura en forma convincente.
José M.ª Femández González
R.BARTHES
DOS ANOS
DESPUES
Al norte de España/Africa,al sur de Europa y al estedel Edén una furgoneta delavandería atropella a unviandante indocumentado.
Era el 25 de febrero de 1980; treinta días después fallecía. Su nombre, Roland Barthes.
La tarde en que me enteré de su muerte fue tan deprimente como una dominical con el hombre del ¡ goooooooooooooooooooolll ... ! , garganta ¡ Del Mar!. De Oxford a Cambridge, de Berkeley a la Complutense, de la Sorbona a Somosaguas todos lo sintieron -y sino peor para ellos- porque con la desaparición del de Cherbourg desaparecía un logoteta que encerraba heterolo-
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Barthes.
gía, un exegeta que no despachaba con tautologías.
Mientras foráneos como la Kristeva, Todorov, Bremond, Durand, Eco, Genette, Metz, Gritti, Baudrillard, Morin y por supuesto Barthes se ocupaban de la química textual, la investigación retórica, la moral de los objetos, el análisis estructural del relato y otros fenómenos, aquí en España, por necesidades del servicio, nos enfrascábamos en dilucidar si lo más conveniente era la HGR o la HGP. Entre tanto, el proletariado urbano y los eme-ele esperaban la última de los ideólogos de lo inevitable-que-nunca-llega o la penúltima del filósofo de guardia.
Transcurrida la metamorfosis llegó lo tardoestructural. La bilabial sonora B del creador de la Nouvelle Critique pasó a primera preferente de los estantes bibliográficos patrios y la tribu estructural se dilató con militantes de la secta barthesiana.
Las lecturas del autor de «L'Empire des signes» -aún sin traducir al español- han de ejercitarse con solemnidad nocturna y reposo sestero, no por peliagudas y apasionantes que puedan resultar sino porque R. B. tarde o temprano, mal que le pesea la multinacional masa de los Picard, se convertirá en un clásico y alos clásicos ya se sabe, hay que leerlos por las noches. Aunque dicenque el mejor método de lectura nocturna es el de Ojino -¡ cuidado señorlinotipista: en cursiva y con jota deojo!- no hagamos caso.
En España el primer aniversario de la p enuria absoluta del tiempo que es la muerte, su muerte, pasó
-¡¡/iciones noegq.0-C/ Marcelino González, 32, 1.º, dcha.
GIJON
JESUS
MENENDEZ PELAEZ
et 4eafro en
Jlsfurias
INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS
«El Reino de Asturias» (Selección).-Claudio Sánchez Albornoz.
«Boletines 1 y 2» (reedición facsimilar).
«La creación de la Real Audiencia en la Asturias de su tiempo».-Francisco Tuero Bertrand.
« Refranero Asturiano» .-Luc iano Castañón. «Del folklore Asturiano».-Aurelio de Llano. «Excavaciones en la cueva "Tito Bustillo"».-J. A. Moure Romanillo. «La guerra dé la Independencia en Asturias en los documentos del Archivo del Marqués de Santa Cruz de Marcenado».-José María Patac de las Traviesas.
«El pensamiento pedagógico de Jovellanos».-José Caso González. «Las lecturas de Jovellanos».Jean-Pierre Clement. «Historia y problemas de la Cámara Santa».-José María Fernández Pajares.
I · D·E·A PLAZA DE PORLIER, 5 OVIEDO
Los Cuadernos de la Actualidad
sin pena ni gloria. El olvido, la ingratitud y la injusticia fueron los fragmentos de un discurso bochornoso para un curioso pensador que nos obsequió con sus crónicas, hoy dispersas entre los voluminosos tomos de guaflex de las empolvadas hemerotecas españolas. Así nos va, así nos fue y de ahí el castigo de Dios con Criado del Val. Lo malvado es que desembolsamos justos por pecadores.
Dos años después, sin virulencia pero con crueldad, los hispanoherederos barthesianos han de explicar la llegada del Pato Ronald y el incrdble Haig, la continuidad del Tío Poldo y el triunfo mitterandista -que por cierto se quedó sin escuchar- en memoria de este hombre que «dulce y sensible, relataba Ramón Chao en su crónica necrofílica de Triunfo, transformaba a quienes tenían el privilegio de conocerle».
Dos años después la industria cultural no-desagradecida nos sorprende con parte de la herencia de R. B., en compañía de Nadeau, editando « Sobre la literatura» -en Anagrama- y «El cuarto claro» de lamassmediática Gustavo Gili.
Dos años después no queremos un Barthes reformado, conformado, deformado, confirmado y transformado porque en el texto de los muertos, el texto letánico como él mismo escribió, no se puede cambiar ni una palabra.
Dos años después hemos de parafrasear de nuevo a Machado, don Antonio. Perdónales Señor porque no saben lo que han perdido.
José Benito Femández Domínguez
VENGA DIOS Y
LO VEA AA. VV., Psicoanálisis y crítica litera
ria, Akal bolsillo, Madrid, 1981.
De verdad, tras algunas lecturas furtivas de Freud, mientras trasegaba los pasillos de una facultad (?) en la que aprendí que de
noche todos los gatos son pardos (Kant, en interpretación lúcida de V ida! Peña) y tras algunas posteriores en adláteres del vienés y otras perversiones, había llegado a la conclusión de que el psicoanálisis, cuando menos, se prestaba a una
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forma de escritura condicionada por medio centenar de tópicos que, luego, llevados al diván de la práctica, tanto podían abocar a las lucubraciones de Lacan, como a las novelas de Manolo Puig y 'Luis Goytisolo, el cine de Buñuel o las fantasías de José Ditirambo. En ningún momento supuse que el psicoanálisis -o la literatura mediatizada por sus énfasis- pudiera venir a turbar mis tardes de lector empedernido de Borges y sus mil y una incursiones en los dédalos de la Biblioteca de Babel.
Resulta que me equivoqué. Me equivoqué de arriba a abajo.
En el libro que les he apuntado arriba existe un último capítulo, casi fantasmal, casi pitagórico, casi casi pluscuamperfecto, en el que, para mi gozo y mi posterior desaire, se analiza(!) uno de los relatos de Borges que más me han llamado la atención en toda mi vida de lector: Emma Zunz (1949: El Aleph). El tal artilugio viene firmado por un tal R. Páramo _Ortega y había sido publicado anteriormente en la revista Eco
(núm. 138-139, octubre-noviembre 1971). Pues bien, en tal artimaña se parte de la siguiente cita: «Camus dice de Kafka que todo su arte consiste en obligar al lector a releer», y su autor se e:mpeña decididamente en que releamos a Borges, pero siempre pautas hasta ahora, si no inéditas, cuarndo menos desconcertantes (aunque el adjetivo adecuado aquí puede se:r el de «delirantes»). Veamos, pues aquí las palabras del tal Páramo Or1tega son mil veces más
eficaces que mis adjetivos y admiraciones, c.ual es la lectura que se nos propone de Emma Zunz:
«El cuento .-dice- puede ser resumido así:
Emma Zunz recibe la noticia de la muerte de su padre, que se suicidó por la depresión originada por una falsa acusación de desfalco hecha por el verdadero autor, un tal Loewenthal. Emma Zunz decide vengarse de Loewenthal matándolo. Para ello escoge como explicación para librarse de la justicia, el que supuestamente Loewenthal la había violado. En realidad Emma Zunz se había dejado «violar» antes por un marinero desconocido, para así, dar mayor verosimilitud al falso motivo para el homicidio.
«Emma Zunz da a entender que mata a Loewenthal porque Loewwenthal la ha violado, cuando en realidad Emma Zunz lo mata para vengarse de la acusación falsaria qµe Loewenthal había hecho contra su padre años atrás.
«El núcleo de la hipótesis intyrpretativa es el siguiente: Emma mata en Loewenthal ( el acusador falsario de su padre) a sí misma, en virtud de aquello de que todo homicidio es un suicidio (y viceversa). Se mata por sentimiento de culpa de por fin haber cedido a la tentación de haberse acostado con su padre (en el pellejo del marinero finlandés o sueco a quien se entrega). Al matar a Loewenthal, mata también a su padre, por haberla violado: «Tú, padre, me violaste, no es que yo haya tenido deseos de acostarme contigo». Emma Zunz ve simbólicamente tanto en Loewenthal como en el marinero, la figura de su padre. Hacia el marinero desplaza su impulso sexual y hacia Loewenthal su agresión al padre en quien primero proyectó su deseo de comercio s.exual».
Pues bueno, muy bien. El resto del artículo, imagínense, es aún más delirante si cabe. Por supuesto, cada aserto encuentra su explicación en citas textuales del cuento de Borges; cada estupidez su paralelismo en ambiguas relac,iones ,causales y casuales y cada majadería seudopsicoanalítica halla su apocalipsis en interpretaciones que al lector común se le escapan al no estar al tanto de la retórica pertinente. Una joya, sí, una maravillosa carambola de conceptos y vericuetos mal digeridos que dejan el cuento de .Borges hecho unos zorros.
Del resto del libro nada puedo contar, porque, lo juro, no me atrevo ni a tocarlo después de haber empezado la lectura po1r el artefacto
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del tal Páramo. Aunque, en realidad, no creo haberme perdido mucho, porque si esto es psicoanálisis o tiene algún parecido con la crítica literaria o, en fin, si todo lo anterior tiene algo que ver con Jorge Luis Borges, sólo me resta reiterar aquello de «venga Dios y lo .vea».
Francisco Solano·
MIGUEL SERVET, POR FIN(?)
Miguel Servet, Treinta Cartas a Ca/vino, Sesenta signos del Anticristo, Apología de Melanchton. Edición de Angel Alcalá. Ed. Castalia, Madrid, 1981.
ace algún tiempo que, me-
H rodeando mi mesa de trabajo y ocupando muchas horas de las que dedico a la lectura, suelo encon
trarme con tres personajes que, tercamente, interfieren mi tiempo y mi interés. Cada uno de ellos tiene sus propias vivencias, cada uno de ellos su peculiar manera de pensar, cada uno su personalidad independiente y diferenciada. Y sin embargo, algo existe que los unifica. Algo que, de forma incongruente, me los presenta como emparentados. Pienso que no es sólo el hecho de que los tres sean aragoneses ni siquiera que, por razones distintas, se vieran forzados al exilio; ni mucho menos que todos ellos tuvieran su particular encuentro con la «Inquisición». A la hora de la verdad son muchas más las razones que los separan. Dos de ellos, Miguel de Molinos y Miguel Servet, pertenecen al campo difuso del «misticismo heterodoxo» (para entendernos) y acabaron sus días condenados por la Inquisición, aunque cada uno de forma diferente: Servet en la hoguera y Molinos en las cárceles secretas de la vaticana. Pero mientras Molinos fue condenado en el siglo XVII por la Inquisición romana, Servet lo había sido un siglo largo antes por la de Calvino; mientras a uno se le condenaba por predicar la contemplación adquirida, al otro se le quemaba por no aceptar el misterio de la Trinidad. No hace falta ahondar más ni en sus peripecias biográficas ni en sus sistemas de pensamiento para destacar las dife-
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rencias. Diferencias que se hacen más acusadas si de ambos tocayos pasamos al tercero en discordia, don Juan Antonio Llorente, inquisidor por más señas, aunque sea precisamente en este campo donde se establece su «heterodoxia» (también para entendernos): dicen las malas lenguas que, cansado de intentar reformar la Inquisición desde dentro, tropezó repetidamente con el inquisidor general, don Francisco Antonio de Lorenzana, hasta que en 1801 fue desterrado de Madrid. Formó en las filas de los «afrancesados» (fue nombrado consejero de Estado en 1808 por Pepe Botella) y dicen que, cuando el descarrilamiento del de Bonaparte, huyó a Francia con los archivos del Consejo de la Inquisición, cuyos fondos le sirvieron para redactar su monumental (y todavía hoy válida en muchos aspectos) Historia crítica de la Inquisición en España, aparecida primero en Francia (1817-18) y posteriormente en español (Madrid, 1822).
¿Qué puede, pues, existir que los unifique a todos ellos, salvo su condición de aragoneses, exiliados y enfrentados, aunque en formas tan diversas, con la Inquisición? Nada, ciertamente. O acaso, y volvemos a rizar el rizo, el hecho de que a nin-
guno de los tres se les ha dedicado, si no muy recientemente, la atención que realmente merecen.
En este aspecto, Molinos es un privilegiado. A los estudios de Tellechea, Ellacuría, Lendínez, Valente o Rey Tejerina se unen toda una serie de monografías clásicas (Dudon, Bandini ... ) y una muy notable afición editora por la Guía espiritual que, sólo entre los años 1974 y 1977, conoció cuatro ediciones. Existen, evidentemente, serias lagunas, como que sus libritos Breve tratado de la comunión frecuente o Cartas escritas a un caballero español ... no hayan conocido edición alguna desde el siglo XVII; o como el
La Ilustración Gallega y Asturiana.
Crónica General de España.
Gran Enciclopedia Asturiana.
Gran Enciclopedia Gallega.
Quixote de la Cantabria ...
Asturias, de Bellmunt y Gane/la.
Son tan sólo algunos de nuestros títulos.
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Cañada Editor.
Historia de Asturias Atlas de Asturias
Romancero Asturiano Colección Popular Asturiana
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Lengua Asturiana Colección «País Astur»:
Flora y Vegetación de Asturias Fauna Salvaje de Asturias
Geografía de Asturias Colección «El Cuélebre»
Plantas.medicinales y venenosas
de Asturias, Cantabria, Galicia, León y País Vasco
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°tJª'aªledicione)SALINAS/ASTURIAS
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desconocimiento de algunos aspectos de su obra y proceso romano .. Parece en cambio que su apología inédita, Defensa de la contemplación, de la que Valente publicó algunos fragmentos, verá pronto la luz impresa en edición crítica de nuestro compañero Paco Trinidad.
Llorente es menos afortunado. Su Historia crítica acaba de ser reeditada (Hiperión, 1981), en edición de lujo y gran formato, pero sin un mal prólogo que llevarse a la boca, sin una sola nota, sin apéndice alguno. Remontándonos en el tiempo, lo único que recuerdo es la reedición de su Memoria de ingreso en la Real Academia de la Historia a cargo· de Valentina Fernández Vargas en la Editorial Ciencia Nueva (sólo conozco la 2.ª edición: 1967) y con un título para el despiste: La Inquisición y los españoles. Aparte de esto, unas breves páginas de Julio Caro Baroja en su El Señor Inquisidor y
otras vidas por oficio (Madrid: Alianza, 1968) y nada más (?), salvo la cita obligada en todos los estudios que, directa o indirectamente, rozan la Inquisición.
Lo de Servet parece aún más deplorable, pues al menos al señor inquisidor se le cita o se le discute. Miguel Servet, exceptuando algunos opúsculos y artículos sueltos, más las menciones indispensables y los capítulos tópicos en obras generales, sólo ha merecido en lo que va de siglo un par de libros españoles: José Barón Fernández, Miguel Servet. Su vida y su obra (Madrid, 1970) y José Goyanes Capdevila, Miguel Servet, teólogo, geógrafo y médico ... (Madrid, 1933), sin que pueda anotarse la edición de ninguna de sus obras. Todo lo anterior, por supuesto, salvando la importante labor del profesor Angel Alcalá, quien, desde que en 1973 tradujera Servet, el hereje perseguido de Roland H. Bainton, ha publicado sendos estudios en 1978, El sistema de Servet y Servet en su tiempo y en el nuestro: el nuevo florecer del servetismo, más el año pasado, en colaboración con L. Betés, la traducción (por fin, enEspaña!) de la Restitución del Cristianismo, enriquecida con un considerable estudio introductorio, améndel correspondiente aparato crítico.
Como corolario inevitable de la Restitución, el profesor Alcalá nos ofrece ahora la edición de estas tres obritas, en cuidada traducción y con el suficiente aparato crítico que conecta estas páginas con el corpus del Christianismi Restitutio, en cuya edición princaeps de 1553 figuraban como apéndice. La importancia del
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presente volumen, aparte del esclarecedor prólogo de Angel Alcalá, no sólo reside en que sea la primera traducción que de tales opúsculos se hace a lengua alguna, sino principalmente en que sin materia suficiente para el primer contacto con la obra del aragonés, hasta ahora conocida tangencialmente, muchas veces a través exclusivamente del resumen de don Marcelino Menéndez Pelayo en sus Heterodoxos. Las Treinta cartas a Calvino, a quien en el proceso Servet acusara de hereje, falsario, perjuro y brujo, representan «el enfrentamiento entre la Teología y el Derecho, entre la sencillez y la astucia, entre el ideal y la conveniencia, entre el espíritu y la razón de estado», poniendo una vez más de manifiesto las claves del antitrinitarismo servetiano, de su peculiar sentido y entendimiento de la fe y de su concepción de la historia bíblica; aspecto este último que, conjurado con llamadas al milenarismo y a cierta conciencia maniquea, vuelve a aparecer en los Sesenta signos del Anticristo. Por su parte, la Apología de Melnchton constituye un excelente resumen de la doctrina servetiana: «un ensayo grácil, preciso, lógico, brillante, documentado, en el cual la profundidad no queda comprometida por la pesadez ni la claridad por la difusión», dice Alcalá.
Claudio Serrano
LA ASTURIAS CONTEMPORANEA
Historia de Asturias, t. IX: Economía y Sociedad (Siglos XIX-XX). Ayalga Ediciones, 1981.
e on este tomo se termina la Historia de Asturias editada por Ayalga, concluyéndose de manera excelente. Los autores, Ra
fael Anes, José Luis San Miguel y Germán Ojeda, de la Universidad de Oviedo, y Jordi Nadal, de la Universidad Autónoma de Barcelona, han conseguido narrar, con gran lujo de detalles, la metamorfosis en la época contemporánea de una provincia casi exclusivamente rural y agrícola a una de las zonas industriales más
importantes -y más problemáticasde España.
José Luis San Miguel nos describe una agricultura que conservó sus características tradicionales hasta bien entrado el siglo XIX. En el XVIII ya empezaron a registrarse algunos cambios derivados de la introducción del maíz y el consiguiente aumento de la población, siendo el más importante de ellos la división de las caserías. En la primera mitad del siglo XIX la introducción de la patata y la utilización de nuevas tierras permitieron la conservación de un precario equilibrio entre una creciente población y una agricultura basada en la autosuficiencia autárquica, en la falta casi total de intercambios y en la posesión de la tierra por la aristocracia y las instituciones religiosas. Incluso la «revolución liberal» de las desamortizaciones no tuvo más que efectos limitados, aunque la desamortización de Madoz permitió a muchos campesinos hacerse con las tierras que trabajaban. Sólo a partir de los años 50 y como respuesta a la demanda nacional, empezó la comercialización de la agricultura asturiana, concretamente la especialización en el ganado. Más tarde se cambió de objetivo, concentrándolo en la leche y otros productos lácteos para satisfacer la demanda regional ocasionada por el desarrollo regional.
Como dicen San Miguel y Germán Ojeda, la población asturiana empezó a crecer en el siglo XVIII y siguió creciendo durante el XIX. Las catástrofes demográficas de epidemias y crisis de subsistencias eran menos graves que en otras partes del país gracias a la agricultura de autosuficiencia y la menor dependencia de una sola cosecha, el trigo. Pero a medida que se acercaba al techo productivo de esta agricultura, el aumento de población creaba un problema endémico: la superpobla-
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ción y la miseria. Así que la emigración, que era una característica de la región en tiempos de Jovellanos, aumentó sobre todo a partir de la crisis de los años 50, y América eclipsó a Castilla, Andalucía y Extremadura como el destino preferido de los emigrantes asturianos. Se creó una «mentalidad emigratoria», basada en el sueño de enriquecerse en América, que les hizo rechazar el trabajo duro y el jornal bajo de las minas. La emigración era más elevada en los años 80 y 90, concretamente cuando las empresas mineras más· se quejaban de la falta de mano de obra.
Rafael Anes narra los primeros y débiles pasos de la industria regional. La falta de capital autóctono y la escasez de demanda, debidas al sistema agrícola, que no produjo ni inversores ni consumidores, unido esto a los transportes inadecuados, supuso que el desarrollo industrial fuera raquítico. Tanto los esfuerzos de Jovellanos como la inversión de capital extranjero -sobre todo inglés en las primeras décadas del siglo XIX-, no pudieron superar los obstáculos.
Sólo la creación de una industria metalúrgica en los años 60 permitió que Asturias realizase su vocación industrial. Basada en una minería que era incapaz de resistir la competencia de los carbones ingleses y que dependía de una elevada protección arancelaria, la industria asturiana siempre ha tenido -y sigue teniendouna historia accidentada, como describe Jordi Nada!. Una causa fundamental de estos problemas era la incomunicación de la región, primero por la escasez de carreteras y luego de ferrocarriles. Y, como dice Germán Ojeda, cuando por fin se construyeron los ferrocarriles las tarifas elevadísimas y el servicio inadecuado los convertían en una traba más a la industria, en vez de un apoyo.
Todos los trabajos que constituyen este libro son de alta calidad, pero hay dos que merecen mención especial: el trabajo del profesor Na-
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�
� UNIVERSIDAD DE EXTREMADURA
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CACERES
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versidad de Extremadura se complace
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2057-6.
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glosajona. Carmen Pérez Romero.
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Historia. Vol. 1 (1980). Ejemplar
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Vol. 11 (1981). Ejemplar suelto, 975
ptas. Suscripción anual: 800 ptas.
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N.º 2: La Villa de Cáceres en el si
glo XVIII (Demografía y sociedad).
Miguel Rodríguez Cancho, 292 págs.
700 ptas. I.S.B.N.: 84-600-2324-9.
BIBLIOFILOS
ASTURIANOS
PROXIMOS TITULOS
Missale Antiquum de la Ca
tedral de Oviedo.
•
Apuntes históricos, Genea
lógicos y Biográficos de Lla
nes y sus hombres, de don
Manuel García Mijares. Torre
lavega, 1893.
Pedidos a:
BIBLIOFILOS ASTURIANOS
Cimadevilla, 10-3.º
OVIEDO
TIEMPO DE SILENCIO
«La dictadura franquista». David Ruiz
«La oposición al franquismo». Pierre C. Malerbe
* * *
Para una mejor comprensión de cuarenta años de la Historia
de España. * * *
EDICIOIIES nARAIICO S.A.
C/. Asturias, 27_ - OVIEDO
Los Cuadernos de la Actualidad
da!, que ofrece una visión global de la industria regional liberándose del enfoque exclusivo sobre la minería y la metalurgia, y el de Germán Ojeda sobre los transportes y su detallada narración de la picaresca historia de la construcción de los ferrocarriles asturianos. Pero también se puede criticar a este último por no haber tratado el problema de los puertgs y la construcción del Muse!.
A pesar de la alta calidad de sus cinco capítulos, el libro tiene dos debilidades que no corresponden a los autores, sino a la organización del tomo. Primero, el orden de los capítulos no constribuye al entendimiento del proceso histórico o de los lazos integrales entre los temas tratados. Sería mejor ordenarlos de la manera siguiente: Población, Agricultura, Transportes, Comienzos de la Industrialización y Notas sobre la Industria Asturiana. Segundo, aunque el libro tiene el subtítulo de «Economía y Sociedad», se olvida casi por completo de la sociedad. No aparecen mineros ni burgueses. No se aprende nada de la formación de la clase obrera o del proceso de urbanización. Falta un capítulo dedicado a tales temas.
Sin embargo, éste es un libro muy informativo. Permite conocer, a quien quiera enterarse, las raíces de la Asturias contemporánea y, por ser un libro muy hermoso y bien ilustrado, consigue hacerlo de una manera muy agradable. Altamente recomendable.
Adrian Shubert
LOS
CUADERNOS
MALDITOS Gonzalo Suárez, La reina roja, Novela
Cátedra, Madrid, 1982.
E1 asunto comenzó a perfilarse en el número 4 de esta revista, en el que Gonzalo Suárez, firmaba algo del mismo título y con
el que se inició una odisea de personajes en busca de autor, una auténtica algarabía de amigos que reclamaban folios, teléfonos que pedían explicaciones, editores que solicitaban libros y libreros que requerían ejemplares de un libro que acaso jamás llegaría a escribirse. En fin, u,na
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aventura más de José Ditirami:,o, que lo mismo se embarca en una novela enfrentado ya desde el título a Rocabruno, que se enrosca en una película, que, como ahora mismo, se encierra en unas páginas que no son lo uno ni lo otro pero que dejan tras de sí una perfecta megalomanía con Mahler al fondo. José Ditirambo. Gonzalo Suárez.
... y la Reina Roja. ¿Quién es quién? De todo el ringorrango prece
dente, de toda la historia, queda más o menos claro que Gonzalo Suárezescribió su libro a tirones, a trompicones, a puñetazos. Luchando porun lado con quienes querían y quieren que el libro se escribiera, que ellibro se editara, que el libro por finse venda. Y trasegando los bandazosdel lado opuesto: aquéllos a quienesles duele la memoria.
Para ello, hubo de montar un cirio de mucho cuidado. Un cirio que a mí me gustaría contar con todo lujo de detalles. Pero ocurre que es impqsible. Sencillamente, porque todo aquello es hoy materia de La reina roja y en el tal libro jamás se sabe dónde están los límítes, dónde acaba la acción para empezar la ficción ni dónde termina el relato y comienza la historia, ni dónde los puntos suspensivos valen por sí mismos o reemplazan cabalísticamente los cortes de una censura inmanente o algo similar. La reina roja, hoy por hoy, es la coartada perfecta de José Ditirambo y a la vez el más forzado y elocuente banco de pruebas de nuestro lenguaje literario.
De todo el entramado legal, sólo quedan claros el título de la novela, el nombre de su autor y el colofón editorial. El resto es, más que nada, esplendor en la yerba (y sé que Gonzalo agradecerá eternamente el burdo juego de palabras).
Aunque bien pudiera suceder que no hay nada de todo lo anterior y que la novela está escrita en clave de fa, con lo cual la lectura puede hacerse de una manera perfectamente lineal, en la que todos los personajes son reales o ficticios según las advertencias del prólogo y en la que los interludios, aún cuando en ellos surja el profesor-detective enturbiándolo todo, son tales interludios del autor y Juan Cueto sigue siendo Juan Cueto Alas y el editor Barto, Barra, Berro o Burro o lo que se les ocurra es sencillamente Carlos Barral, como todos habíamos pensado desde la página 107 del número 4 de esta revista, donde, según conté al principio, comenzó todo el embolado.
Si así fuere, y me gustaría que fuera así, las presiones iniciales que el autor de La reina roja y los editores de esta revista hubieron de soportar (maticemos: sobrellevar) enlazarian perfectamente con las que actualmente soporta, sobrelleva o le divierten al real editor Carlos Barral, que por circunstancias parecidas (haber publicado un primer capítulo de un libro en ciernes en las páginas de esta revista) se ve envuelto en querellas por injurias y en viajes Barcelona-Oviedo para visitar al abogado Gerardo Turiel y presentar sus pliegos de descargo en el juzgado pertinente.
Todo ello, si así pluguiere al consejo de dirección de esta casa, y una vez que se analicen fríamente los paralelismos, las casualidades y el doble fondo de todos y cada uno de los intereses en litigio, conllevará el que la sección que ahora se denomina «Los cuadernos inéditos» pase desde este mismo número a intitularse «Los cuadernos malditos». Para honra y prez de la Reina Roja y para gracia y descanso de don Carlos Barral y sus memorias sin ex-cusa.
Javier A. Velasco
SERES DE
ACCION
FICCION
Mi conocimiento de Gonzalo Suárez es similar al que Barthes poseía de Gide -lo vió de lejos en la cervecería Lutetia; estaba co
miendo una pera mientras leía un libro- o el que García Márquez tiene
Los Cuadernos de la Actualidad
de Hemingway -lo reconoció desde la acera opuesta en el parisino bulevar de Saint Michel paseando con su esposa Mary Welsh-. Pues bien, yo ví a Gonzalo Suárez en el madrileño café Alphaville con motivo de la presentación de su última novela. Se encontraba sentado a modo vetustense, con La Reina Roja en la izquierda, un dilatado telex de Jotacé en la derecha y un puro, como los de Jotacé, en el centro.
Todo lector, observador, examinador, hojeador, adivinador se preguntará a lo largo del goce textual de las ciento cincuenta y tantas primeras páginas quién coño es la Reina Roja. Sin embargo tan seductora como la propia Reina es / resulta la fugaz figura de Botas -el Uno o el Dos tanto me da-. La seducción, personalmente, me vino por la asociación mental con ese mítico personaje negro -de negra, novela- alias Zapatones. Y zapatones son esos seres que habitan bajo una gran sombrilla estivalera repleta de sillería contemporánea que asemeja una catedral, una gran catedral de lona, sin tantas agujas como la milanesa pero casi casi como la burgalesa; los payasos.
Pero ¿payasos o clowns? Semánticamente confusos y microelectrónicamente puros hemos de averiguar qué acepción es la correcta sin desdeñar alguna de ellas. Eludiendo el popular dicho «ante la duda la más cojonuda» recurrimos al diccionario explicalotodo -como diría Juan Barthes o el mismísimo Roland Cueto- y tenemos que según definición larousseana, Payaso es el personaje bufo que efectúa sus actuaciones en los espectáculos del circo.
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Y Clown es el cómico circense, músico y malabarista, que forma pareja con el augusto o tonto.
Apartándonos de las etimologías artificiosas y ciñéndonos al más puro practicismo nos quedaremos con esa cosa tan seria que Charlie Rivel, sin tanta erudición resolutiva, denomina payaso. Pero éste sí difiere considerablemente de ese otro ser de traje ajedrezado que con tanto rombo parece no estar autorizado para ningún tipo de público: el arlequín o bufón de las compañías acrobáticas.
Esos otros pastores trashumantes que guardan fieras, los payasos, sólo reconocen una Patria; su Patria, su gran carpa que brota de la nada: el circo o parlamento donde las sesiones de investidura adquieren mayor dulzura que las acritudes del parlamento de nuestros adultos contemporáneos y conterráneos, donde -plagiando a Ramón Gómez de laSerna- el moderador silabea el epíteto prosopopéyico Ex-tra-or-di-nario y jamás le escucharemos el monótono «Señor Guerra ... ha consumido su tiempo».
Entre las luces, los gritos, el serrín, la tramoya, las carcajadas y los aplausos se encuentran esos líricos personajes repletos de estoicismo como auténticos seres de acciónficción.
Por describir algunas de sus características diremos que los payasos dan lecciones magistrales de humanidad porque son la quintaesencia de lo humano, riegan las flores del tapete de hule antes de sentarse a la mesa, no tienen edad, son juguetones -como Ditirambo Suárez Girard o el mismo parásito de los billares,Paraíso- y rememoran siempre enpretérico indefinido o en pretéritopluscuamperfecto, dado que el recuerdo está perpetuo en ese cerebroque desabrochan tantas veces comola bragueta.
Pero lo primordial en un payaso es el color; tienen tanto color como un mapamundi desplegado. No usan co-
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
LA CONSTRUCCION DE
LA CATEDRAL DE
OVIEDO. 1293-1587
de Francisco de Caso
LAS «POLAS»
ASTURIANAS EN LA
EDAD MEDIA. ESTUDIO
Y DIPLOMATARIO
De Juan Ignacio Ruiz de la Peña
Departamento de Historia Medieval. Facultad de Filosofía y
Letras.
Plaza de Feijóo, s/n. OVIEDO
SOCIEDAD FONOGRAFICA ASTURIANA, S. A.
Plaza Primo de Rivera, 1-bajo Local 21 - OVIEDO
ULTIMAS NOVEDADES
• CONCIERTOS PARA VIOLINY ORQUESTA. ARCHIVO DELA CATEDRAL DE OVIEDO(S. XVIII).Intérpretes: Orquesta de laCapilla Polifónica «Ciudadde Oviedo».Director y violín solista: Benito Lauret.
• MUSICA ASTURIANA PARA PIANO, DE ANSELMO GONZALEZ DEL VALLE. Intérprete: Purita de la Riva.
• PASIN A PASU.Intérprete: Carlos Rubiera.
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lirios para languidecer la mirada sino cosméticos de colorines que impregnan sobre su rostro de yeso de piel tersa como raso de novia, rostros de sonrisa triste y un poco burlona decorados con una guinda de atrezzo como nariz.
Con talento de caricato idean su propio atuendo, y con la blancura de sus manos que parecen metidas en lejía dan brillo a los kilométricos zapatos, zapatones, embetunados de negro Cuerpo Diplomático. De los pesados baúles llenos de una gran dosis de ilusión, sacan pantalones con presillas, como largos calzoncillos de algodón crudo, longitudinales camisetas, rayadas de tal forma que parecen bañadores de cuello vuelto a falta de las calabazas flotadoras a ambos lados. Con enormes botones -herencia de Pierrot- y engalanadosde arriba abajo se acicalan ante frágiles espejos y maniquíes decapitadosantes de saltar al precipicio de laincertidumbre.
Su fin, el fin de un payaso se desconoce. Ni el propio Heinrich Boll -el de las Opiniones- dejó morir aHans Schnier, aquel payaso quepercibía olores por teléfono, que niera católico, ni apostólico y sin embargo romántico.
No se marchan en coche fúnebre, tirado por caballos empenachados con una niña en el pescante, sino acompañados de clarinetes y melófanos que interpretan la Sinfonía en re menor contra la resonancia fúnebre; se marchan como Remedios Buendía, la bella, elevándose entre el deslumbrante aleteo de las sábanas y perdiéndose para siempre en los cielos.
Señor Ditirambo, ¡es usted un payaso!
José Benito Femández Domínguez
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ADUENEMO-NOS DE LO QUE ES NUESTRO
Jesús Fernández Santos, Cabrera,
Plaza y Janés, Barcelona, 1981. e abrera es el único nombre propio que encontramos en la novela del mismo título. Dicha «carencia», poco menos que inconcebi
ble, no sorprende ni lo más mínimo a quien conozca Extramuros, la ante-
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rior entrega narrativa de Fernández Santos, a la par que dice mucho de su arte (arte poética y residente en el terreno de la narración), de su capacidad de construir una realidad aparentemente diluida, neblinosa, pero pronto presente, y de qué manera, en la intersubjetividad del lector, por medio de un decir sustancial que prescinde de las descripciones y los retratos de tal manera que no se les echa en falta; la voz (el yo) que narra los avatares que van aconteciéndole, voz incolora, prescinde de topónimos, antropónimos, fechas y demás referencias y ataduras de la imaginación: ahí es donde se invita, con toda naturalidad, al lector, a la participación activa: a El -o a Ella, como nos hace recordar Calvinoestá encomendada la tarea de dar cuerpo a la voz, rostro al personaje, color y luz a los paisajes, consciencia al tiempo. Y no resulta difícil, en tanto que esa voz en primera persona va espigando datos aparentemente difusos, que cobran plena entidad en la imaginación del que lee, del que recoge sugerencias, intuiciones ...
Si en Extramuros nos hallábamos ante una reconstrucción del controvertido y atrayente mundo de la mística quinientista realizada fundamentalmente por medio del lenguaje (lenguaje inventado que revive el lenguaje del tiempo revivido, recreación de un difícilísimo aspecto vertebral en lo recreado), Cabrera, operando en idéntico sentido sobre otra faceta de nuestra realidad histórica, se convierte en una meritoria y acabada investigación sobre los meses -años, quizá- que siguieron al descalabro de las tropas napoleónicas enBailén, y después en el Beresina yen Waterloo. Años oscuros que nosson narrados desde un punto de
vista inaudito: el de un mozalbete español de oscura procedencia que se une, como muchos otros españoles lo hicieran por muy diversos motivos, al itinerario del invasor francés. Esta primera persona sin rostro va contándonos, como hubiera podido hacerlo y como tal vez lo hiciera en aquel presente hoy pasado, la odisea que impensadamente le cae encima: la que padecieron todos los prisioneros de guerra que fueron confinados en la isla de Cabrera.
Fernández Santos, narrador consumado, recurre al modelo que le propone la novelística de la picaresca, confiriendo a dicho modo narrativo una vigencia que nunca ha perdido, y aceptando así el reto que esa cumbre de la narrativa dejaba abierto en el momento de su temprana extinción. Mediante una selección de lo que a mi ver son las vértebras del género, Fernández Santos le da nuevo alcance. Dicha operación presenta un único reproche, mera cuestión de reglas del juego narrativo: se trata de la no concordancia del punto de vista consigo mismo, si así puede decirse: la narración, completa, hace agua -del mismo modo que sucediera en Extramuros- por la vía de una perspectiva que queda desasida de la narración. Tal licencia, o convención, prontamente dejada a un lado o ni siquiera tenida en cuenta por quien lee, no obsta para el despliegue de unos recursos significativamente pobres y altamente efectivos: con semejante material, ese trozo de «realidad histórica de España», podría haberse construido un mamotreto desmesurado y más o menos indigesto. Ahí es donde entra en juego el admirable sentido de la economía, el respeto sincero al lector, el diálogo tácito con el mismo: en pocas páginas, dispuestas en capítulos cortos y unitarios, magistralmente hilvanados unos en otros, conocemos las andanzas y desventuras de un muchacho que, en su primer encuentro con el mundo, carga con los horrores y la penuria que la guerra comporta para el que, con mayor o menor razón, la pierde, habiéndola en realidad ganado: la miseria, el hambre, la desesperanza, teñido todo de una enorme gana de vivir. Y por medio del conocimiento de esa peripecia, conocemos también un aspecto oculto de nuestra historia, extensible en verdad a cualquier otro tipo y espacio: el tiempo que inmediatamente sucede tras una guerra.
Miguel Martínez-Lage
Los Cuadernos de la Actualidad
LA MUSICA
DEL DESEO
Eugénio de Andrade, Antología Poética 1940-1980, Plaza & Janés, Barcelona, 198 l. Versión de Angel Crespo.
La poesía de Eugénio de Andrade (nacido en 1923 en Póvoa de Atalaia, en la Beira Baixa) no es sino un intento de exponer
«a la luz limpia del día» -así lo ha declarado en su poética- el rostro, «bello y tenebroso», del hombre. El megalómano y patético António Botto es su primer mentor. El desnudo lirismo de los cancioneros medievales y la libertad imaginativa del surrealismo constituyen las fuentes iniciales de su poesía. Su primer libro importante, Las manos y los frutos, es de 1948. Por entonces llega -con retraso- el surrealismo a Portugal. Eugénio de Andrade tiene yasu propio camino, nunca será un surrealista ortodoxo. Las afinidadeselectivas le llevan a interesarse porla poesía española. Le deslumbra-en su juventud- García Lorca. Elneorromanticismo apasionado deAleixandre deja también en él suhuella. La poesía oriental -a la concisión y el brillo del haikú tiendegran parte de su obra- y la poesíagriega -traduce espléndidamente aSafo- completan la constelación dereferencias entre las que se inscribela aventura literaria de Eugénio deAndrade, una de las más sugestivasde nuestro tiempo en cualquier lengua.
Eugénio de Andrade canta a lo elemental del hombre -y el agua, el fuego, la tierra, el aire- con palabras elementales. No hay ninguna complicación en su sintaxis ni en su vo-
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cabulario (y en esto constituye la antítesis de otro de los grandes poetas portugueses contemporáneos, Jorge de Sena). La transparencia cristalina de sus versos, deslumbrante ya en una primera lectura, es el fruto de un complejo y minucioso trabajo -los poemas varían de edición en edición- que los críticos han puesto de relieve. Para el traductor se trata de una sencillez engañosa y peligrosa. Hace falta mucha habilidad para lo-
grar que la delicada melodía de Eugénio de Andrade no se quiebre al pasar a otra lengua. Esa habilidad ha de ser quizás mayor cuando se traduce para una lengua tan próxima como la español a.
La dedicación de Angel Crespo a la poesía de Eugénio de Andrade es antigua. Sus primeras traducciones aparecieron allá por 1960 en la revista Poesía de España. Ahora nos ofrece un amplio volumen que recoge una muestra significativa de todos los libros de Andrade, desde los Primeiros Poemas (1940-44) hasta Matéria Solar (1980). La traducción, correcta en general y en algunos trechos excelente, desilusiona un poco a los que conocemos (y admiramos) la labor intelectual y poética de Angel Crespo. Tiende Crespo a complicar con inútiles hipérbatos la natural fluencia del verso portugués. Así, traduce «o nome dos dias todos do verao» por «de cada día de verano el nombre», y «ou toiro de amor até aos cornos» por «o de amor toro hasta los cuernos» (pp. 145 y 163, respectivamente). Añade a veces una rima absolutamente inútil: «como este griego que en los versos osaba / hablar de lo que tanto se callaba / o sólo en los cafés turcos se hablaba». En el original falta ese monótono «aba» final y no se ve la
MONUMENTA HISTORICA ASTURIENSIA Apartado 425
GIJON-ESPAÑA
ULTIMAS PUBLICACIONES:
VI. ELVIRO MARTINEZ Los documentos asturiano; del
Archivo Histórico Nacional. Gijón 1979.
VII. JULIO SOMOZA,El carácter asturiano. Edic. de
J. L. PEREZ DE CASTROGijón 1979.
VII. LA COCINA TRADICIONALDE ASTURIAS
Edic. de EVARISTO ARCE Gijón, 1981
DE INMEDIATA APARICION:
CARLOS GONZALEZ POSADA, Asturianos ilustres. Edic. de J. M. FERNANDEZ
PAJARES.
•SERVICIO DE PUBLICACIONES Caja de Ahorros de Asturias
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necesidad de su aparición por ninguna parte: «como este grego que nos versos se atrevia / a falar do que tanto se calava / ou só nos cafés turcos se dizia» (p. 164).
No vamos a ser exahustivos. Nos limitaremos a citar otros dos o tres ejemplos de los incomprensibles descuidos de Angel Crespo. La versión que ofrece de «Falar falar como a crianya que / na noite se masturba onde me leva?» carece de sentido: «¿Hablar hablar igual que el niño que / se masturba de noche do me lleva?» (p. 245). Una adecuada colocación del signo interrogativo y la eliminación del insólito arcaísmo «do» basta para otorgárselo: «Hablar hablar como el niño que / en la noche se masturba, ¿a dónde me lleva?». Algunas de las peculiaridades de la traducción resultan dificiles de explicar. En el poema «Los ojos arrasados de lágrimas» se añade un verso («como a veces me siento en un jardín») que no aparece en el texto original que le acompaña ni en la edición de la obra completa de Andrade que nosotros hemos tenido ocasión de consultar (Poesía e Prosa, Biblioteca de Autores, Lisboa, 1980). No creemos que se trate de una de las no escasas erratas.
No faltan tampoco los pequeños descuidos en el, por lo general, atinado prólogo que Angel Crespo pone al volumen. La revista Orpheu no apareció entre 1914 y 1915, según se indica más de una vez. Sus dos números son de 1915; en 1917 se imprimiría, al menos parcialmente, una tercera entrega que no llegó a ser distribuida. Incierto resulta también que Primeiros Poemas (breve selección de los dos libros que Andrade publicó con anterioridad a Las manos y los frutos) apareciera inicialmente en los dos tomos de Poesía e Prosa; el propio Crespo cita en su bibliografía dos ediciones de 1977.
La antigua familiaridad de Angel Crespo con la poesía de Eugénio de Andrade y con la lengua portuguesa le ha jugado en este libro más de una mala pasada. Son los riesgos de un exceso de confianza. A Angel Crespo se le puede �y se le debeexigir un mayor rigor: el mismo al que él nos tiene acostumbrados en el resto de su obra.
El carácter bilingüe de la edición atenúa buena parte de los defectos que antes hemos apuntado. De ahí que, quienes amamos a Eugénio de Andrade, la saludemos, a pesar de todo, con alegría. Que el lector escuche la música del deseo que suena en este puñado de palabras portuguesas, de palabras universales, y
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que se deje seducir por ella. Quedará deslumbrado -y acompañado- para siempre.
Bernardo Delgado
LA VUELTA
DE ANGEL
PARIENTE Angel Pariente, Ser alguna vez, Rena
cimiento, Sevilla, 1981. Angel Pariente, Antología de la poesía
culterana, Júcar, Madrid, 1981.
Angel Pariente (Gijón, 1937) se estrena como poeta con «También a mí me gusta la bella música», breve serie incluida en el volumen co
lectivo Doce jóvenes poetas espafioles (Madrid, El Bardo, 1967). Al año siguiente aparecería en la misma colección su primer libro, Este error. No se alineaba Angel Pariente en 1968 -ya habían publicado Gimferrer y Carnero- junto a la línea más renovadora de la nueva poesía española. El poeta gijonés aparecía como un epígono de la generación del cincuenta. La ironía y el prosaísmo característicos de Angel González Gil de Biedma o José Agustín Goytisolo se encontraban presentes en Este error. A veces la proximidad resultaba demasiado evidente. Es el caso �e «La color de vuestro gesto», sátira contra los poetas garcilasistasque recuerda un muy citado poemade Salmos al viento.
No faltaban en este error ni el simplismo de la poesía social (el poema «Noviembre vietnamita» puede ejemplificarlo) ni una ciei¡ta
retórica aleixandrina de dudoso gusto ( «virgen núbil que acaricia mis hombros feudales», se lee, por ejemplo, en el poema «Cierto estado de furor»). Este error no pasaba de ser el libro de un epígono aplicado, aunque a veces consiguiera poemas tan notables como «Estas mañanas». Libro no desdeñable en su momento, pero que hoy conserva un valor meramente histórico.
Trece años ha tardado Angel Pariente en volver a reunir sus poemas en volumen. Esporádicas colaboraciones en revistas dejaban constancia de que no había abandonado el verso. Aunque nada se nos indique, Ser alguna vez nos parece una muestra antológica de una obra más extensa. La heterogeneidad de la colección, en la que se intentan muy diversos estilos, eso nos lleva a pensar. Alterna Angel Pariente el surrealismo de «Luna de Tenerife» o de la (en exceso retórica) «Oda a Isidore Ducasse» con la ironía y la cotidianidad de poemas como el titulado «Bécquer: Reflexión intempestiva». No faltan ni el intimismo ni el patetismo; tampoco -signo de los tiempos-, las muestras de metapoesía.
La desorientación que se manifestaba en Este error no ha desaparecido por completo en Ser alguna vez. Angel Pariente intenta unir, no siempre con acierto, la herencia de sus primeros maestros -los grandes nombres de la generación del cincuenta- con el culturalismo y el experimentalismo de los poetas más jóvenes. El resultado es una obra que nada entre dos aguas, que qud:la un poco en tierra de nadie.
Al énfasis palabrero de algunos textos nosotros preferimos la dicción sencilla de poemas como «Homenaje secreto», vno de los mejores del libro, en el que se alían el humor, la ternura y un velado patetismo. Este poema nos confirma que Angel Pa-
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riente es un autor que tantea diversos caminos y que tarda en encontrar el camino propio, pero que se trata -sin duda alguna- de un poeta auténtico.
El nombre completo de Angel Pariente es Manuel Angel Aragón Pariente. Con la otra mitad de su nombre -Manuel Aragón- figura como director de la excelente colección «Los poetas» de Ediciones Júcar. El número 30 de esa colección es una sugestiva antología de la poesía culterana. Un breve prólogo, de carácter fundamentalmente sociológico, sitúa a los poetas en el contexto de su tiempo. Quizás hubiera sido interesante detenerse un poco más en los aspectos propiamente literarios del culteranismo. Selecciona Angel Pariente una breve muestra de veinte poetas. Unos pocos -Góngora, Villamediana, Sor Juana Inés de la Cruz- se encuentran editados en ediciones accesibles, pero la mayoría resultan desconocidos para el lector común y sus obras son inencontrables incluso para el especialista. En poner al alcance del lector un sector importante de la poesía del siglo de oro radica el mérito de este libro. El valor de tal poesía no es únicamente histórico. Bastantes pe los poemas siguen conservando su capacidad de sugestión. Un análisis comparativo del culteranismo del XVII y del culturalismo actual está todavía por hacer y resultaría sumamente ilustrativo.
Frente a tanto grafómano impenitente, frente al aluvión de libros inútiles, es de agradecer la contención de Angel Pariente que ha sabido esperar trece años antes de ofrecernos una nueva muestra de su trabajo. Confiemos, sin embargo, en que ni el poeta ni el investigador se hagan esperar tanto la próxima vez.
Manuel Eguren
LO QUE HAY QUE TENER Howard Hawks, Tener y no tener.
A demás de medir la desazón de una época, el cine de los años cuarenta supo entretener a un público amplísimo, contando de
una forma contemporánea aventuras de siempre, mitos de todas las épo-
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cas. Narraciones perfectas que rescataban un universo armonioso, amablemente maniqueo, que evocaban emociones de infancia y antiguas sabidurías de cultura. Howard Hawks participaba con una mayoría del cariño por estas historias enteras con personajes precisos, ocurrencias divertidas, sexo picante, acciones arriesgadas, violencia y amor -que es como referir un sumario de lo humano. Tener y no tener, como se sabe, cuenta al menos dos mitos: el de la mujer insolente que seduce a un pescador ético (Slim y Margan) y el de la chica modesta que roba el corazón de un actor de moda (Bacall y Bogart). Con ésto Hawks rodó la película más sincera y sencilla del más célebre de los flechazos de película.
Ernest Hemingway había escrito con este título una mediocre novela de éxito que rellena con un diálogo crudo pero trivial y un repertorio de tics bien intencionados su único tiempo muerto. Cuenta la historia del pescador y contrabadista Harry Margan que pierde su vida en el barco de otro, intentando llegar a Cuba con unos revolucionarios opuestos a Machado. Un negocio sin suerte: un héroe español. Su viuda se llama Marie Browning y es la mujer fuerte de la Biblia, con el sexo entre las piernas. Eddie es un borracho sin fortuna que desaparece en las primeras páginas. Faulkner, guionista de la película, compartía con Hemingway y también con Hawks la devoción por el mar; pescaban, bebían y contaban historias. Dio a Margan una vitalidad cansada y le apodó «Steve»; inventó para Marie, ahora «Slim», una lujuria joven y sabia; y anudó entre ambos la complicidad apretada de los hombres. Escribió, por fin, con Jules Furthman, algunas frases inolvida-
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BIBLIOTECA
Uría, 5 OVIEDO
TITULO$ PUBLICADOS
JUAN URIA RIU, Obras Completas: Tomos I y IV.
AURELIO DE LLANO, Esfoyaza de cantares asturianos.
AMBROSIO DE MORALES, Viaje a los reinos de León y Galicia, y Principado de Asturias.
LUIS ARRONES PEON, Historia Coral de Asturias.
CONDE DE TORENO, Descripción de varios mármoles minerales y otras diversas producciones del Principado de Asturias y sus inmediaciones.
JOSE CAVEDA Y NAVA, Esvilla de poesíes na llingua asturiana.
RAMIRO SUAREZ, Vida, obra y recuerdos de Manuel Llaneza.
COLECCION EL TRASGU
DIEGO TERRERO Y TEODORO CUESTA, Andalucía y Asturias.
DOCTRINA ASTURIANISTA. ANTONIO GARCIA OLIVEROS, Más
cuentiquinos del escañu. TEODORO CUESTA, Poesíes Astu
rianes.
BIBLIOTECA ANTIGUA
ASTURIANA
«CONSTITUCIONES
SINODALES DEL
ARZOBISPADO DE
OVIEDO»
Oviedo, 1553
Prólogo de José Luis Pérez de Castro
Información y pedidos: Librería Anticuaria de José
Manuel Valdés.
C/ Marqués de Gastañaga, 13 Oviedo. Teléfono 212838
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bles que figuran desde entonces en el breviario del cínico. Las dificultades políticas del momento trasladaron la acción desde Cuba a la Martinica colaboracionista; y al cabo de los años, paradójicamente, esto ha hecho a la historia más ejemplar, más intemporal. Howard Hawks filmó una magnífica secuencia de pesca usando vulgares transparencias, un asalto nocturno con patrullera, en tierra, y construyó en el estudio de la Warner un delicioso hotel de paso que prefiero al bar de Rick de Casablanca. Su estilo habilidoso, deliberadamente modesto, las canciones intensas de su amigo Hoagy Carmichael y la alegre cojera insuperable de Walter Brennan acompañaron a Humphrey Bogart y Lauren Bacall en una película que les pertenece antes que a ninguno de tantos compañeros ilustres.
A sus cuarenta años, Bogart era un hombre gastado que andaba los caminos de un éxito profesional muy tardío y de la recuperación moral. Para lo primero contó con la amistad de Leslie Howard, John Huston, Raoul Walsh y Howard Hawks. Navegar, moderar su afición a la bebida y dar una tranquilidad a su atormentada vida matrimoniat formaban la segunda parte. Se enamoró de Lauren Bacall, segundo nombre de una cenicienta corriente, jovencísima e insegura, que hacía su primera película, descubierta por la mujer de Hawks entre las páginas del «Harper's Bazaar», y que sería luego una buena actriz y una esposa comprensiva. Al pie del plató, se modificó el guión que planeaba un flirt con la mujer del revolucionario (Dolores Morán, belleza latina derrotada). Y el romance trascendió a la pantalla: el humor brillante y decidido de los dos; los avances, vacilaciones, riesgos y vulgaridades de su enamoramiento. Bogart, en quien se encarnan de modo eminente todos sus personajes, realizó su propio papel: el de un hombre de apariencia fría, que se defiende de sentimientos que duelen y muestra su fondo romántico, vulnerable. Un Bogart de plenitud, distendida su mueca incrédula, apacible y tierno. El héroe de Hemingway es un filibustero manco que se echa al mar por un mendrugo bien ganado, sin más garantía que sus agallas. El Morgan de Bogart, un aventurero cansado que lleva revolucionarios para recobrar su autoestima y dejarse ganar por una mujer de arrestos. Bacall hace este magní-1·ico papel ajeno: la chica descarada, Je estilo masculino y pasado oscuro.
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La película cuenta su aventura impecable. El pról9go asegura que Martinica es una isla del Caribe. Un lugar de paso, de olvido y de prisión que la historia ha convertido en un limbo, estación de personajes sin pasado y con un futuro improbable. El pianista ocurrente ameniza su actualidad alargada. Un turista americano se entretiene con la pesca deportiva y se marcha sin pagar. Alrededor se ha organizado un melodrama ajeno: cuatro bandidos mediocres sentados en Vichy regentan la isla, unos resistentes aficionados organizan la revuelta; el pueblo es estúpido, la policía torpe. Paran en el hotel dos huéspedes apolineos: una rubia de la vida que canta con voz tabernaria un tema socrático, «Qué poco sabemos»; y un pescador estafado, contrabandista por dignidad. Se miden con una lengua afilada, se insultan y a continuación se besan. El marino navega con Eddie, borracho con suerte, viejo amigo al que administra piadosamente la bebida. Le pagan por traer a la isla a un líder exiliado. Las cosas se complican, son tiroteados y tiene que sacarle una bala mientras le leen el sermón de la buena causa. La policía sospecha, Eddie se va de la lengua y lo encierran. Morgan lo rescata, secuestrando al jefe local de los esbirros. Gente sin agallas: un revolucionario que se marea, un pescador a ratos que pierde la mejor captura, polizontes que persiguen a un viejo, que pegan a las chicas. Slim tiene la cualidad rara de sintonizar con los acertijos esotéricos del borracho y entender el discurso malhumorado y escueto de su hombre. Una tipa legal, un hombre entero. El final es un premio lógico: se van, se van de la isla.
Supimos luego que al otro lado del horizonte esperaba una tranquilidad casera, que los héroes de nuestro tiempo tienen el corazón de cristal y las aventureras sueñan con el anillo de pedida. Hawks, que era un tipo despiadado, no quiso rodar esta parte. Bogart y señora vivieron una común vida común que está contada
por Lauren Bacall en una autobiografía aburrida y vulgar.
José Ramón Rodríguez Bermúdez
COMO AGUA
FRESCA
Cátulo y Marcial. Ed. Laia, Barcelona. Versión de Ernesto Cardenal.
e uando la razón nos aboca a la aceptación lógica de la mujer, como un ser equiparado al hombre. Cuando la mujer (feminis
mo?) exige sus derechos incluso en el amor; que nos obliga a los hombres al esfuerzo constante de tener siempre en nuestra mente: «Que aquello de nuestros padres en generaciones anteriores, era irracional». Eso mismo que nos da los puntos de referencia para el comportamiento del pensamiento, tales como: la mujer puede amar igual que el hombre, la mujer en general no existe, sino individualmente; y otras exageraciones de este tipo, cuando de todos es sabido que la mujer por naturaleza es más infiel que el hombre, me refiero a la infidelidad pensada consciente o inconscientemente, que no a la física, claro está que por prejuicios artificiales. Pues bien, quería llegar a que la razón obliga, razón quizá temerosa de esa diosa griega trasladada a nuestros días, que envarada y con la mano en alto dice: «Borraos pues los cánones establecidos, dejad de lado los tabúes; tabúes tales como tomar cual objeto fuera a la mujer. Que en la batalla mientras vosotros vais a luchar, no se queden lejos guardando de los hijos; llevadlas con vosotros al frente y dejad a los hijos con su abuela, o abuelo, que también puede ser.»
Es entonces, después de la lucha por mantenernos lúcidos y lógicamente abdicadores ante la mujer, cuando nos llegan, por medio de Ernesto Cardenal (actual ministro de Educación en Nicaragua), los poemas recogidos que Cátulo (año 87 a. C.) dedicó a Lesbia su amada. Poemas de alegre pasión (alegre también la hay) que con amable desenfado canta como hoy quizá ya no se pueda. Por ello digo que llegan a no-
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sotros como un paño de agua fresca apoyado en nuestra frente, para así calmar nuestros instintos doloridos de tanto empujarlos «pa tras». Vamos, que viene a darnos un respiro para quizá proseguir en la lucha de la razón, o quizá unirnos más a las raíces (educación).
Baste con estas breves señas a modo de aperitivo:
«A nadie más amará, dice mi mucha-. [cha,
sino a mí aunque Júpiter la enamore Dice: pero lo que dice una muchacha se debe escribir en viento o en
[agua rápida».
Este Cátulo que llega para reafirmar los sueños todavía libres. Sueños para idolatrar a la mujer, para hacerla nuestra amada; portarnos quizá como Pigmalión e irla matando poco a poco, puesto que esa mujer se irá sublirnizando de tal manera que desaparecerá dejando paso a la Diosa que todo hombre lleva clavada en SU amor.
Acompañando al amante de Lesbia, aparece Marcial (año 40 d. C.) para completar este folletín de andar por casa. Con unos versos que más que tales son epigramas, nos muestra que desde hace milnovecientos cuarenta años, se vienen utilizando los mismos cortes de manga, como:
«¿Por qué no te envío, Pontiliano, [mis libros?
Para que tú no me envíes, Pon[tiliano, los tuyos.»
Prosiguiendo con continuas frases dejadas caer a plomo:
«Cinna quiere aparentar ser po[bre: y es pobre.»
Para terminar con jodiendas, que a quien fuesen dirigidas, seguro que despertarían su irascibilidad:
«Preguntas, Lino, qué me renta mi [villa de Nomenta?
Que no te veo a ti, Lino: eso [me renta.
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Indudablemente este personaje debería de ser el «chulito de la banda» si es que en aquellos tiempos también existían círculos culturales o eso.
En cada línea se nota la presenciade Ernesto Cardenal, que a través de él y su idioma criollo, hoy podemos mascar la lozanía de estos versos. Poco después, Ernesto Cardenal se hizo monje trapense; se cree que no fue por esta traducción.
Jon Santos
EL CUERPO DEL SUEÑO
La vida es sueño, dirigida e interpretada por José Luis Gómez. Teatro Español.
Ahora que ya sabemos que nuestro tiempo no es más que una metáfora de Nostradamus sobre cuya significación se hacen cruces,
fingen muecas y articulan espamos los descifradores, presagiando más bien la catástrofe que también anuncian los periódicos, es oportuno volver la vista atrás y escurrir el bulto por una puerta ni más ni menos falsa que otras: creer literalmente -actos de fe mayores hacemos cada díaque la vida, como dijo Calderón, es sueño, y que la denominada realidad no es sino la multiforme costumbre en que lo onírico suele manifestarse. Si aceptamos esta premisa, es razonable preguntarse, entre otras muchas cosas, por el cuerpo de un tal estado soñado, por el cuerpo del soñador, por los presuntos cuerpos de lo que se sueña y, en suma, por el espacio corporal, físico, de la extensión del sueño. No sé si algún poeta del venecianismo tardío ha levantado en alguna ocasión esta requisitoria: «¿Dónde se encuentra, oh dioses, el cuerpo del que sueña?» Sea como fuere, tal interrogante debería figurar en alguna antología al uso porque contiene una de las más atroces dudas que asolan al hombre de hoy: qué hemos hecho de nuestro cuerpo.
La obra de Calderón que ahora José Luis Gómez, al frente de un grupo de excelentes profesionales, ha incorporado a nuestro mundo del preparatevaestallarelobús, admite la indagación desde un punto de vista
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del cuerpo, y no sólo la admite sino que esta versión de La vida es sveño diría que la adelanta sobre el barroco entramado metafísico del auto, hasta situarla en una posición insoslayable. Segismundo, desde la privación al delirio, pasa por sucesivos estados mentales cuyo más visible punto de unión es su propio cuerpo. En sus confusas opiniones acerca de lo que le ocurre siente, antes que nada, un irrefrenable impulso a probar su corporalidad, acaso porque olfatea que sólo el cuerpo puede darle respuestas inequívocas, tajantes, sobre la duda que le inquieta. Que después sus razones transiten caminos filosóficos, es otro tema. Pero la prueba que -presumiblemente- le abre los ojos a la «verdad» de su proceso es el recuerdo que alguien tiene de algo que él hizo o dijo, y en ese instante constaba que no ha soñado porque su cuerpo estuvo allí. O, lo que es lo mismo, que en su sueño tenía cuerpo.
Este protagonismo de la corporalidad -que sin duda la obra del clérigo Calderón contiene- está magistralmente subrayado en la interpretación de José Luis Gómez. Incluso podría decirse que es la sustancia misma de dicha interpretación. Cuando Segismundo, frente al estado en que las veleidades astrológicas de su padre-rey le han puesto, se siente poseído por la furia, o cuando, una vez trasladado a palacio, recupera la consciencia, previos a las razones que la dicción de los versos aproximan, el personaje nos ofrece una sucesión de gestos, aparentemente triviales, incluso lógicos en el contexto de la situación, pero mucho más significativos que todos los parlamentos. Incluso éstos no pasan de ser con frecuencia más que una música de fondo destinada a entretener nuestra mente mientras los sentidos se van tras la contorsión: el ademán, el salto, la disponibilidad
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corporal que se materializa en diversas formas sobre la escena. La escena del descubrimiento de la retórica corporal palaciega por parte de José Luis-Segismundo muestra este aspecto de la obra mediante ese eficaz recurso con que el humor suele aislar los objetos para llamar la atención acerca de sus perfiles, más o menos grotescos o elegantes.
La esquizofrenia que vive el personaje (tal como el propio JLG apunta en la presentación escrita de la obra) se posesiona no sólo de los miembros espasmódicos del actor, sino de su rostro, el mapa de la sensibilidad artística que no soporta trucos ni engaños. Y también aquí JLG sabe ser un espejo: permite, sin estridencias, que Segismundo exprese un amplio espectro de mutaciones, desde el temor al frenesí, desde el asombro a la duda o al ensimismamiento. El cuerpo del sueño -de la ficción- cabalga por todo elespectáculo con tanta nitidez comoel caballo que abre la obra. Y esecuerpo donde el sueño tiene lugar senos hace visible gracias al cuerpo delactor, no menos soñado en cuantoque nos obliga a participar en un encantamiento.
La versión de José Luis Gómez -al margen de otros aspectos másintencionales o incluso más importantes, pero también más obvios- sitúa La vida es sveño en el espaciocontemporáneo, en los territorios delo que con tanta reiteración y bomboplatillo se nombra modernidad, yuno de cuyos atributos es la recuperación del signo cuerpo, después deluengos años de purga judea-cristiana. Y por mor de esta nueva lecturay del aspecto que de ella aquí destaco, cobran sentido -sus sentidoslos sofismas más arriba expuestos.Si, como no es impensable, nuestravida es puro sueño y tenemos ennosotros un cuerpo con que soñar,alarguemos la mano y comamos delárbol sin temor a despertarnos:
Como Adán y Eva, quizá descubramos entonces que estamos condenados, pero desnudos.
Alfredo José Ramos
DE
GASTRONOMIA
José Maria Es;a de Queiroz, La ciudad y las sierras (1901). Jorge-Víctor Sueiro, Comer en Ga/icia y Manual del marisco. Penthalon Ediciones. Madrid, 1981.
No sé quién me facilitó oen dónde leí la referenciadel libro de Queiroz. Entodo caso, sépase que estoy agradecido a quien me
guió por el intrincado camino de la bibliografía gastronómica: Es amplio, mucho mayor de lo que pudiera creerse y no tan solo orientado al comentario, al recetario o a la guía culinaria de bien señalados horizontes. También abundan el juicio y la enseñanza. Es más: en muchas obras se ocultan verdaderos tesoros bajo títulos bien extraños a la materia gastronómica. Así ocurre con la novela «La Ciudad y las Sierras», de Queiroz: Magnífico ejemplo de literatura impresionista: bien dotada de descripciones ricas en detalles y de explicación de corrientes vanguardias muy en consonancia con los adelantos de la época. Tiene un especial relieve el relato del plato de la «naranja helada con éter».
Encontré en la novela una aportación de gran importancia para la gas-
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tronomía portuguesa, incluso para la relación que pudiera establecerse con las cocinas gallega y asturiana. En el caso de la portuguesa contrasté los platos que me fueron surgiendo en la lectura, bien detenida, que hice del libro, con el magnífico tratado de Antonio M. de Oliveira Bello «Olleboma». (Lisboa, s. a. ¿ 1936?): «Culinaria Portuguesa», y pude comprobar que todos los platos figuran estudiados en el libro del gran gastrónomo y Presidente de la Sociedad Portuguesa de Gastronomía, lo que no deja de ser un mérito más que añadir a los muchos de la obra de Queiroz, que deja así constancia de sus saberes gastronómicos.
Lamprea escabechada -que también Puga «Picadillo», da receta para realizar el plata-, sopas: de pescado, de hígado, con macarrones; lechón asado, arroz al horno, arroz con habas, ostras, y otras excelencias más. Me llamó poderosamente la atención el plato de «arroz con leche a la portuguesa», por eso de la exclusividad, o cuando menos acusada especialidad, de la cocina asturiana a decir de algunos clásicos como Alvaro Cunqueiro, y contrasté, nuevamente, su descripción con la que hace Oliveira en su tratado: se come «caliente o frío, conforme al gusto, más generalmente frío �mpolvado con canela». Rizando el rizo, Es;a de Queiroz informa que los adornos con las iniciales, el nombre o fechas, se hacían «con la ingenua 9anela», lo que -es prueba de costumbre particular de algún lugar portug
f· és, desde
luego de sus «sierras», alá por los Alemtejos.
Si he mostrado mi graqtud por el hallazgo del libro de Queiroz, no tengo que agradecer a nadie el haber llegado a los dos libros, referenciados arriba, de Jorge-Víctor Sueiro. A estos llegué voluntariamente y por ende no puedo inculpar a nadie de su conocimiento. No les niego el pan y el agua a perpetuidad, pero he de mostrar mi disconformidad con alguna expresión de sus contenidos.
Dice Gracia N oriega, en la puntual crítica hecha a la aparición del «Manual del Marisco», que yo mostré «justa indignación» ante la afirmación de Sueiro de «que el pixín es la langosta de los asturianos». También él debió de mostrarse, en su día, duro en la apreciación y valoración de este decir tan lleno de chauvinismo.
Hay motivo suficiente para mostrar desagrado y desaprobación total
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I
a tal manifestación; la langosta es tan normal en las degustaciones gastronómicas asturianas como en las gallegas; las condiciones de crianza y mercado son similares, incluso se exporta desde aquí y seguro que no en condiciones de dumping, dándose las mismas coyunturas comerciales y sociales en ambas zonas, pues desgraciadamente, repito, un gran porcentaje -tal vez cercano al 95 %- de consumidores en ambas regiones no pueden alcanzar tan preciado marisco en razón de su precio elevado. Seguramente el señor Sueiro sea de los privilegiados que pueden hacerlo y por ello, satisfecho de tal posibilidad, olvida que el «rape alangostado» no es exclusivo de Asturias y de Castilla -como él asegura-. Yo lo he visto en cartas de otros lugares, incluso en Galicia, pero ello va en razón no del gusto -¡ que no está tampoco tan mal!- sino del precio. De ahí a asegurar tal extremo media un mundo, pues el hecho de consumir el rape no elimina el que pueda consumirse la langosta, cuya finura de carne y delicioso sabor son bien estimados en toda ocasión. Recuerdo, a este propósito, una demostración de incultura gastronómica en cuanto a la apreciación de la angula -o meixon, la llaman en Galicia-, encuya zona de Tuy la empleabanhasta hace bien poco tiempo paraabono de los campos. Yo alcancé aver cómo se daba esta aplicación atan delicioso bichito.
Sobre el conocimiento de la langosta y su consumo es conveniente recordarle a Jorge Víctor Sueiro que por aquí las solemos «echar» a la verdura para que ésta tome un sabor noble y que, según anécdota originada por un maestro en la elaboración del plato, el marisco es sacado a «pradear» de vez en cuando, como si de vacas se tratase. En Asturias abunda la langosta y es conocida y apreciada y hasta se le buscan aplicaciones de «nueva cocina». Lo del rape es pura anécdota y también, quizá solución picaresca de algún espabilado restaurador que la empleó -en toda latitud: aquí, ahí, allá y acullá- en algún multitudinario ágape, en las mesas que no fueran preferenciales.
Esta desafortunada frase aparece muy pronto en su «Comer en Galicia» -página 20-- y su lectura ya me predispuso desfavorablemente para ver en detalle el resto del libro.
Continuó mi enfado al aparecer el «Manual del Marisco». En la página 313 -por ella abrí el libro casualmente- formula sus particulares recomendaciones para comer en Oviedo y señala como marisquería recomendable el «Hotel Principado»; sí se come langosta y otros mariscos -desde luego no rape, imposible en este lugar dada su seriedad profesional- pero no ha sido nunca marisquería, lo mismo que «La_Campana».
Insistí en la lectura y ví que daba como base de su bibliografía los li-
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bros de Pilar Aguirre, Luis Villaverde y otro que no conozco bien.
Galicia cuenta con otros títulos más serios como aportaciones gastronómicas de interés, si bien estas obras de Jorge Víctor Sueiro contribuyan más a una más popular divulgación del tema.
Juan Santana
ESE VIEJO GOLFO PELIRROJO
U n amplio ciclo de sus películas en la segundacadena de TVE, el estreno de Las bicicletasson para el verano, pre
mio Lope de Vega de teatro en 1978, y dos rodajes casi simultáneos han promovido páginas de elogio y actos de homenaje a Fernando Fernán-
Gómez. Elogios y homenajes ciertamente merecidos. Sobre todo por lo que tienen de reconocimiento de una trayectoria profesional y de una aventura personal que ha utilizado el talento contra la escasez de medios materiales en el mundo del espec-
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táculo español y un sabio olfato hacia lo placentero frente a las pacatas normas de la moral convencional predominante.
Condenado a empujar la pesada carga de la mediocridad del sector más cochambroso de la chapucera industria nacional de la autarquía, el cinematográfico, hay que recordar no obstante la eficacia y la brillantez de los trabajos de aquel joven pelirrojo espigado, divertido, buen perdedor: casi, casi el «Sísifo dichoso» que imaginaba Camus. Luego llegarán mejores directores, más posibilidades de realizaciones propias, actuaciones memorables en teatro ( como la irrepetible de La sonata aKreutzer en el Madrid de comienzos de los sesenta), algunas series televisivas espléndidas, y la precoz maestría inicial se convierte en ejemplar oficio sostenido, con momentos excepcionales. No es casual: como actor, Fernán-Gómez reúne a un tiempo virtudes de los grandes trágicos y de los mejores intérpretes de comedia, es una combinación de A. Sordi y de V. Gassman, una mezcla de L. Oliver y de Woody Allen; y es capaz de hacer con la misma dignidad de Angel de Andrés que de Walter Matthau, inclinado por igual a los modestos entrebastidores de La Latina que a las rutilantes luces de Broadway. ¿Qué hubiera podido hacer este Hamlet-Don Mendo bajo la dirección de G. Cukor, H. Hawks, B. Wilder, B. Edwards, por ejemplo, o tal vez de F. Fellini?
El atractivo toque de genialidad de Fernán-Gómez no es ajeno, por lo demás, a su indisimulable condición de viejo golfo, de los de antes, de esos que cada vez escasean más, porque es una variedad hasta cierto punto artesanal (tampoco en este terreno la mecanización y la producción en serie han supuesto mejora en la calidad). La imagen que ofrece este magistral «rey en lo perecedero» -por volver al universo camuseano- es inconfundible: tierno tarambana, meticuloso metemanos pícaro promiscuo, buscavidas bona� chón, amante de la noctámbula copa furtiva, coleccionista de espaldas (admirable la de Analía Gadé, por cierto), seducible al instante por la magia de unas bellas piernas femeninas, es un terco reincidente en todos los errores que tienen nombre de mujer. Vamos, que no lo dudaría a la hora de elegir entre la Subsecretaría y la secretaria del subsecretario.
José Luis García Delgado
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