apuntes críticos sobre la belleza artística -arturo borra
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8/14/2019 Apuntes Crticos Sobre La Belleza Artstica -Arturo Borra
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Apuntes crticos sobre la belleza artstica -Arturo Borra
I.La reclusin de lo bello
Y despus de Auschwitz
y despus de Hiroshima, cmo no escribir.
J. A. Valentei
Pues lo hermoso no es otra cosa que el comienzo/
de lo terrible en un grado que todava podemos
soportar/ y si lo admiramos tanto es slo porque,
indiferente/ rehsa aniquilarnos. Todo ngel es
terrible.J. M. Rilke
ii
Desde la antigedad, siguiendo un ensayo de H. Marcuseiii
, la filosofa signada
por el idealismo- desconect lo bello, lo bueno y lo verdadero (recluido al
mundo espiritual) de lo til y lo necesario (remitente al mundo material). Con esta
separacin dicotmica fundamental, el concepto de belleza histricamente qued ligado
a la idea de una pura interioridad, contrapuesta a una sensibilidad estigmatizada. Con el
imperio de la mercanca, en el que los humanos reproducen su existencia material a
costa de instaurar la miseria de una sociedad de clases, esta trada tiene que trascender la
vida. Los valores eternos se separan por un abismo de sentido de lo (fijado
histricamente como) necesario. Tras la separacin ontolgica y gnoseolgica entre
sentidos y razn, se hace tolerable una reprobable forma de existencia. La praxis
material queda eximida de tener que responder a estos valores supremos,
irreconciliables con respecto al mundo corporal.
Siguiendo esta argumentacin, el idealismo burgus no slo reafirma esta
dicotoma antigua entre lo espiritual y lo corporal, sino que adems enfatiza la
obligatoriedad de ocuparse de lo bello, lo bueno y lo verdadero como trada suprema del
espritu (nfasis ausente en la era pre-moderna). Se abre camino a una despreocupacin
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filosfica por los procesos materiales de la existencia. Como seres abstractos, todos los
hombres deben aspirar a estos valores; como sujetos corporales, sin embargo, apenas si
cabe pensar en el acceso a este mundo elevado por parte de las mayoras sociales,
ocupadas en reproducir su existencia material. Con ello, se plantea una configuracin
cultural que Marcuse denomina cultura afirmativa, que encubre los antagonismos
sociales en una aparente unidad interna: anuncia como deseable la felicidad interior,
pero en un contexto de servidumbre externa, posibilitando la reafirmacin de lo
existente. La igualdad abstracta (jurdica, dice tambin el autor, en tanto
equivalencia formal desmentida por la prctica) tiene como contracara la desigualdad
social concreta. La realidad histrica es perpetuada por una cultura afirmativa que
celebra un ideal de felicidad espiritual en un contexto de muerte y miseria material. A la
vez que anuncia una humanidad universal, consolida la represin de las masasiv
. En
suma, dentro de la cultura afirmativa, el mundo anmico-espiritual queda escindido del
mundo material, planteando al primero como bien universal, valioso en s mismo y
vinculante u obligatorio, esencialmente superior a la facticidad de las luchas cotidianas
por la subsistenciav.
En este marco, se plantea la ambivalencia del arte burgus: por un lado
quiebra con la resignacin irreflexiva ante lo cotidiano pero a la vez pone estas
fuerzas como metafsicas. Lo que en ltima instancia importa a nuestros fines es que
incluso ese tipo de arte muestra que este mundo puede cambiar, dando lugar a una
existencia venidera de felicidad. Si el arte burgus plantea como metafsico lo
poltico, una apuesta contraria es precisamente politizar la metafsica -denunciarla por
eternizar en una condicin abstracta general, una infelicidad histrica, vinculada a la
penuria y a la esclavitud modernasvi
. Lo interesante aqu es que todo arte que anuncie
una promesa de felicidad se hace peligroso en un mundo de privaciones. El verso
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hace posible lo que en la prosa de la realidad se ha vuelto imposiblevii
. Lo
problemtico, sin embargo, no reside tanto en la promesa como en su incumplimiento
sistemtico en el mundo de la vida cotidiana.
El alma bella en lo ominoso de la existencia, sublimiza la resignacin, le da
una falsa dignidad, en tanto tiende a aceptar lo real como fatalidad trgica. En el arte
burgus retornan las verdades olvidadas por la realidad cotidiana, aunque alejadas del
presente en cuanto a su realizacin efectiva. La belleza se hace promesa de una felicidad
como tal legtima-, pero en cuanto desconectada de lo corpreo (o de lo sensible), se
hace cmplice, por hacer soportable el desasosiego del presente. El arte, al mostrar la
belleza como algo actual, tranquiliza el anhelo de los rebeldesviii
. De esta manera, y
simultneamente, la belleza que muestra otro mundo histrico posible, amenaza con
aplacar los impulsos polticos transformadores. El problema dentro de este horizonte
dialctico, por tanto, no es todo sueo de belleza y libertad, sino aquellos que se
desconectan de una materialidad sangrante, del deterioro de un cuerpo sufriente,
hacindose cualidades del alma ltimo consuelo ante la desdicha.
Por un lado, entonces, existen formas de belleza que ocultan el desamparo vital.
Constituyen modos especficos de olvido ms o menos deliberado- de las condiciones
del presente, en particular, del sufrimiento humano producido, entre otras cuestiones,
por una cultura dualista que desconecta elpadecerdel ser social e histrico.
De ah, sin embargo, no cabe derivar ningn rechazo general a toda forma de
belleza, en tanto esplendor ontolgico al decir de Heidegger. Ese rechazo unilateral
conducira a negar la existencia de sentidos diversos de lo bello, como si
necesariamente condujeran a un aplacamiento del desasosiego ante lo real. De ah que
la crtica aludida refiere a aquel tipo de belleza que se plantea como consuelo interior en
una sociedad desgarrada. No faltan legtimas denuncias de lo bello como una forma de
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una espiritualidad desconectada de las condiciones de vida). Con ello, se mantendra la
fuerza crtico-revolucionaria del ideal, que en su irrealidad permite mantener las
aoranzas legtimas del ser humano, as como el deseo de que stas puedan encarnar.
Esa crtica, por lo dems, no puede sostenerse si se desconecta lo bello de la aspiracin
a la verdad (por ms provisoria que la consideremos) que supere lo meramente aparente.
Sin dudas, estas clusulas distan de constituir por s solas un proyecto esttico
crtico, pero pueden ser apuntes valiosos para tomar en consideracin. Tampoco estn
exentas de ambigedad. Con respecto a 1), existe una tensin entre la presunta belleza
actual y la inaccesibilidad de las mayoras a esta experiencia. Cmo podra una belleza
ser tranquilizadora si, a su vez, no es siquiera asequible para esas mayoras sociales?
Esta tensin lgica podra resolverse apelando a la condicin circunscripta de la belleza
actual, recluida en experiencias como la experiencia artstica o la experiencia amorosa
(tambin modalizada por esta dualidad). De ah que resulte conveniente enfatizar una
distancia radical, insalvable en el capitalismo, entre vida cotidiana y belleza. El mismo
Marcuse seala la impudicia de lo bello, en tanto muestra lo que no puede ser
pblicamente mostrado, negndose a las mayoras. Con respecto a 2), siempre se corre
el riesgo de invertir simplemente los trminos de la dicotoma espiritualidad/
materialidad, sin desmontarla como tal, esto es, sin asumir la condicin material de los
procesos culturalesxi
. Tampoco sabemos cmo podramos proceder en esta direccin
potica. No resulta fcil de determinar y quizs sea indeterminable en el texto citado,
pero la adhesin de Marcuse a algunas vanguardias estticas como el surrealismo
parecen sealar el camino en el que estaba pensando: la (fallida) fusin entre arte y vida,
en la que los sueos como va regia del inconsciente, tal como deca Freud-, adquieren
fuerza revolucionaria en una reescritura de la historia.
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II.La restitucin de una promesa
Incluso dentro del crculo de Frankfurt de la primera generacinxii
, autores como
Adorno han observado con respecto a la postura marcusiana un cierto nivel de
indeterminacin con respecto al arte burgus. All donde cabra hacer un anlisis ms
pormenorizado, el texto de Marcuse se detiene. Tambin podramos observar que, en
este marco, la totalizacin efectuada por Marcuse omite las luchas y resistencias
efectivas con respecto a la cultura afirmativa, simplificando el anlisis de los procesos
sociales. La reinterpretacin de esta perspectiva desde una teora de la hegemona nos
conducira a hacer reconocibles conflictos sociales especficos, ms o menos
organizados, que si por un lado no constituyen configuraciones polticas, intelectuales y
morales alternativas por decirlo en trminos de Gramsci-, tienden a una
resemantizacin de los discursos dominantes que limitan su efectividad. En otros
trminos, habra que detenerse no slo en el direccionamiento global que un bloque
histrico establece, sino en los contrapoderesxiii
que se constituyen en ese mismo
movimiento, alterndolo y subvirtindolo. Asimismo, en ese contexto terico cabra
preguntarse por la relacin entre lo real y configuraciones de condicin utpica (que no
suprimen sin ms lo bello, sino que lo reconstituyen). Tampoco Marcuse se desprende
de esta promesa sin ms porque, estrictamente, permitira producir una ruptura con la
unidimensionalidad de la sociedad de la opulenciaxiv
. Ms todava, si la cultura
afirmativa anuncia un mundo de posibilidades correctas, lo decisivo est en la
imposibilidad estructural del sistema capitalista de cumplir con tales promesas. La
belleza, de este modo, forma parte de esos valores deseables aunque inaccesibles en las
condiciones del presente, como no sea de forma efmera.
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Retengamos sin embargo, algunos componentes de la argumentacin. Marcuse
enfatiza en su indagacin sobre la relacin entre esttica y cultura, la ambigedad del
arte burgus, en tanto forma del idealismo que tiende a descontextualizar a los sujetos
de sus condiciones materiales de vida. Ideales como la armona, la belleza y una
reconciliada totalidad se tornan problemticos. Pero, no deberamos reconocer
que la ambivalencia del arte burgus en nuestra formacin social
contempornea es el riesgo de cualquierarte que enuncia un mundo
diferente en las condiciones del presente? O el riesgo se genera,
precisamente, cuando ese mundo diferente es desatado de las
posibilidades concretas, reducido a una fantstica idealidad? Es
cmplice todo proyecto de belleza por resultar inviablesu institucin?
Mero blsamo que refugiado en la interioridad bella y plcida eterniza
las penurias cotidianas? Ms radicalmente, puede pensarse una utopa
histrica falta de toda belleza? Cuidarse de una poltica esteticista (una
sociedad gobernada por la bel leza antes que por la justicia), no implica,
sin ms, renunciar a toda forma de belleza. O deberamos privarnos
ahorade lo bello para gozarluego de su presencia?
En todo caso, si hay formas de bell eza deseables, no sern
aquellas que se estructuran sobre la base de un ocultamiento de los
antagonismos sociales. Antes bien, pensamiento crtico como camino
necesario para toda posible emancipacin-y belleza deberan articularse,
poniendo en crisis, parafraseando a Marcuse, la irracionalidadde la razn
capitalista. Habra, pues, que poner la belleza en otra constelacin artstica,
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comprometida con la verdad esttica, que es en ltima instancia lo que determina el
valor de una obra de artexv
.
Ms en general, en el contexto terico frankfurtiano, el arte es producto de la
divisin social del trabajo. Algo ms inquietante: el arte como mercanca es posible por
esos ideales de belleza, armona y totalidad (planteados como universales), que la hacen
aceptable como producto de consumo cultural y, en particular, de goce esttico. Las
vanguardias estticas, en este sentido, apuntaron a cuestionar esta pura circunscripcin
del arte, enfatizando la participacin de lo artstico en la construccin de una sociedad
especfica, aunque sin renunciar a cierta autonoma crticaxvi. De la puesta en cuestin
de estos ideales emerge la posibilidad de una produccin esttica crtica, capaz de
desnaturalizar determinados esquemas de percepcin y cognicin cotidianos. No es la
genialidad ni la originalidad lo que explica un producto literario, sino la
apropiacin de unos modos de produccin sociales por parte de unos sujetos formados
en el proceso de divisin social del trabajo. Una esttica de la negatividad, en vez de
conciliar los materiales entre s, muestra las operaciones de montaje, apelando a la
fragmentacin, la dislocacin e incluso a una forma de destotalizacin (y recordemos
que Adorno insiste, en suMinima Moralia, en que el todo es lo no-verdadero).
Dicho lo cual, cabe todava preguntarse, desde un horizonte crtico por la belleza
y tanto ms apremiante cuanto ms ausente o mitigada en las experiencias cotidianas-.
Hasta donde conozco, esa reflexin para Marcuse aparece inscripta en una indagacin
ms amplia, como es el caso del vnculo entre sociedad, capitalismo y subjetividad
(pienso en El hombre unidimensional, en Eros y civilizacin o en el ensayo aqu
comentado). Quizs por ello Marcuse retorn a la problemtica esttica al final de su
vida, dndole un tratamiento ms especfico en el artculo El arte como forma de la
realidadxvii
y en La dimensin esttica. Crtica de la ortodoxia marxistaxviii
, sobre el
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que me detendr a continuacin, por ser aquel en que su posicin aparece
indudablemente ms elaborada. Sobre esa base, es posible precisar algunas intuiciones
formuladas.
Conviene destacar algunos puntos de esta nueva fase de argumentacin. Segn
esta propuesta esttica, el arte autntico constituira un camino emancipatorio, donde los
afectos no seran reprimidos por la cultura represiva del capitalismo. El arte aparece
como resistencia individual ante un orden colectivo injusto. Frente a las relaciones
dadas, la forma esttica se hace autnoma, subvirtiendo la experiencia normal. La
condicin revolucionaria del arte puede situarse tanto en trminos tcnicos y estilsticos
como en un plano de autenticidad y verdad: su fuerza subversiva est encarnada en su
capacidad para denunciar la realidad establecida, con independencia al sujeto de clase
que la produzca.
La literatura se puede llamar con pleno sentido revolucionaria slo en relacin a s misma,
como contenido convertido en forma. El potencial poltico del arte estriba nicamente en su
propia dimensin esttica, su relacin con la praxis es inexorablemente indirecta, mediada y
huidiza
xix
.
Sealemos as que el sentido crtico de la literatura no reside en su inmediatez
poltica, que reduce su poder de extraamiento. Contra una ortodoxia marxista que
exige una relacin directa entre arte y poltica, entre literatura y clasexx
, Marcuse avanza
en la crtica a la separacin taxativa entre base y superestructura, que devala
polticamente lo que el autor denomina factores no materiales (sic). Aunque dudemos
de esa denominacin, tiene razn Marcuse al reclamar al materialismo histrico ms
consideracin con respecto al papel de la subjetividad, a riesgo de convertirse en
materialismo vulgar. No hay cambio social radical sin cambio subjetivo; evitar
sucumbir a la cosificacin del capitalismo es rehabilitar esa subjetividad, irreductible a
toda idea burguesa. Antes bien, se trata de promover una subjetividad liberadora que
desborda o trasciende su especfica situacin de clase. La lgica interna de la obra
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culmina en la irrupcin de otra sensibilidad y otra racionalidad, que desafan las
instituciones sociales dominantes. Al componente afirmativo de la sublimacin esttica,
pervive la funcin crtica, mostrando las potencialidades reprimidas del ser humano. No
se cancela la denuncia, sino que se anuncia una promesa de reconciliacin y esperanza,
que todava conservan la memoria de las cosas pasadasxxi
. El contenido convertido en
forma, cuestiona una conciencia realista y conformista, haciendo de la ficcin la
verdadera realidad, esto es, el reencuentro del arte con Eros, la permanencia de los
impulsos vitales contra la represin instintual. As, el imperativo categrico del arte es
que las cosas deben cambiar; la necesidad de la revolucin, como a priori esttico, no
exime al arte de su trabajo formal, de su vnculo fundante con categoras artsticas entre
las que cabe incluir la belleza, la verdad o la autenticidad. Es en esas categoras
donde una obra encuentra su universalidad concreta, irreductible a la lucha de clases. Si
la sociedad est presente en el arte de diversas maneras (como materia representada,
como mbito de posibilidades disponibles de lucha y liberacin, como posicionamiento
ante la divisin social del trabajo), de ello no se infiere que no pueda pensarse un cierto
margen de autonoma. En todo caso, los grandes artistas rompen con las servidumbres
de clase, incluyendo su horizonte ideolgico (que en especficas circunstancias
histricas puede tornarse reaccionario o regresivo). Lo que determina el carcter
progresista del arte es la propia obra como totalidad: en su contenido y en su modo de
expresarlo, que tejen una rebelin subterrnea contra el orden socialxxii
. Su fuerza
crtico-emancipatoria exige una especfica trascendencia con respecto a la praxis
poltica directa. La tesis de la autonoma artstica, pues, aleja a Marcuse de una
literatura comprometida que renuncia a las categoras estticas -en nombre de una
inmediatez poltica- y a toda estilizacin (lo cual, en ltima instancia, es una empresa
artstica que se autodestruye). A travs del individuo, las fuerzas histricas y sociales se
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hacen visibles: lo justo y equivocado, reaparecen en este orden, y los conflictos sociales
quedan inmersos en un juego mayor (metasocial) entre individuos y entre individuos
y naturaleza.
Por lo dems, en un contexto cultural en el que incluso el proletariado aparece
integrado en trminos sistmicos se hace ms visible que ninguna clase en particular
tiene prerrogativas con respecto al dar nueva forma a la verdad del arte. Y si el arte no
puede cambiar el mundo por s solo, puede contribuir a transformar las consciencias y
los impulsos de aquellos capaces de cambiarlos. El problema con aquellas posturas que
reclaman hablar el lenguaje del pueblo es que hoy da ese pueblo ha interiorizado a
menudo el lenguaje del amo que es exactamente la materia contraria para construir un
discurso emancipatorio. Contra la imagen idealizada de un sujeto colectivo especfico,
Marcuse insiste con la afirmacin de que en el capitalismo monopolista el escritor debe
crear un lugar crtico que, en condiciones concretas (pinsese en el nacionalsocialismo),
para ser radical, puede exigir enfrentarse al pueblo, discrepar con ste, incluso a
riesgo de ser tachado de elitista. Contra un arte doctrinario y propagandstico que salta
las convicciones para persuadir, Marcuse exige un arte que no se disuelve en
inmediatez, sin por ello perderla de vista, aceptando la tensin entre arte y praxis, la no-
identidad entre sujeto y objeto, en el que reside todo el potencial radical del arte y su
fuerza subversiva intraducible. As pues, la trascendencia esttica no remite a
ningn desentendimiento con respecto a lo real: exige ms bien superar el realismo
poltico y ocuparse de una individualidad irreductible a su concepto burgus. Rechazar
al individuo presagia el fascismo: Solidaridad y comunidad no significan la absorcin
aniquiladora de lo individualxxiii
.
Contra los aplogos de una autonoma esttica dada por el estilo o la tcnica,
Marcuse insiste remarcando su dependencia con respecto los materiales culturales
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socialmente transmitidos. En ese sentido, el arte participa en lo que es y desde ah
cuestiona lo existente. No obstante, contra un inmediatismo que pasa por radical,
Marcuse recuerda que ese material es despojado de su falsa inmediatez para convertirse
en algo cualitativamente diferente: la creacin de formas, o mejor, lo que llama la
tirana de la forma en la que ningn elemento debera poder ser sustituido. Aparece
as una necesidad interna que permitira distinguir entre obras autnticas e
inautnticas. La destruccin de la forma, en este orden, no conduce necesariamente a
la banalizacin, tal como pensara B. Brecht, pero s es cierto que hay una relacin
esencial entre la forma esttica y el efecto de distanciamiento. La expresin carente de
forma banaliza en tanto suprime la distancia entre discurso establecido y forma esttica.
Es en esta especfica direccin como el autor reivindica la autonoma esttica, esto es,
como vehculo de una sublimacin anticonformista e invencin de un mundo ficticio
que reestructura la conciencia y permite una representacin sensible contraria a la
sociedad existente. As pues, se trata de una intensificacin de la percepcin que
permite decir lo indecible. A la vez que denuncia, la transformacin esttica celebra
todo aquello que se resiste a la injusticia y al terror. A esas operaciones Marcuse las
denomina mmesis crtica.
La denuncia no se limita a reconocer el mal; el arte es tambin una promesa de liberacin;
promesa que constituye asimismo una cualidad de la forma esttica o, con mayor precisin, de lo
bello como atributo de la forma estticaxxiv
.
Es esa visin de un mundo mejor, naciente de la negacin concreta del presente,
lo que el autor considera la idea reguladora del arte; una visin que resulta verdadera
incluso tras la derrota. Y si el arte no es alegre como alguna vez expres T. Adorno-,
si rechaza el happy end, es porque no acepta promesas fciles, porque no acepta la
felicidad como un instante efmero en archipilagos de dolor, porque contina
protestando contra una realidad que aniquila la alegra y la posibilidad de una libertad
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efectiva. Reformulando los trminos, podemos decir que en el contexto del presente, la
experiencia de felicidad es aquello que resulta si no ilusorio, al menos excepcional, en
una existencia desdichada, marcada por los antagonismos.
La obra artstica, pues, en su recuerdo de cosas pasadas, alza la promesa. Ms
que sucumbir a la realidad que denuncia, debe afirmar un mundo posible, irreductible al
presente. La renuncia a la forma esttica no suprime la diferencia que media entre la
esencia y la apariencia, donde se encierra la verdad del arte y que determina su valor
polticoxxv
. Privar, por tanto, al arte de su forma esttica es renunciar a aquella
posibilidad de dar forma a de conformar- otra realidad: el universo de la esperanza.
En sntesis, la relevancia poltica del arte reside en su condicin autnoma, en su
acepcin crtica (esto es, como distanciamiento con respecto a lo existente). No hay
unidad inmediata entre arte y poltica sino un vnculo en tensin. Al presente le
contrapone la memoria de lo acaecido, pero tambin de lo otro posible, una esperanza
que exige su materializacin, no quedarse en mero ideal. Sin embargo, este imperativo
categrico oculto del arte exige, para su realizacin, algo que excede su mbito: la lucha
poltica. El recuerdo de la tristeza es tambin reclamo de una felicidad que la vida
daada ha imposibilitado.
En esta fase, es fcil prever que la belleza tiene su centralidad en la
configuracin esttica. La dialctica de lo bello es tensin entre el consuelo y el
dolor. Contra una ortodoxia que rechaza la categora de belleza por considerarla
exclusiva a la esttica burguesa, Marcuse insiste en la presencia de esa nocin en
movimientos artsticos progresistas, como un aspecto de la reconstruccin de la
naturaleza y la sociedad. La belleza, pues, debe ser posible, ya no como valor de cambio
sino como aquello que conecta a la dimensin ertica de la existencia.
Perteneciente al dominio de Eros, la belleza representa el principio del placer. En consecuencia,pues, se alza contra el principio de dominacin que prevalece en la realidad. La obra de arte
habla un lenguaje liberador, evoca imgenes liberadoras de la subordinacin de la muerte y la
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destruccin a la voluntad de vivir. Este es el elemento emancipatorio en la afirmacin
estticaxxvi
.
Si la belleza puede constituir un momento progresivo o regresivo segn la
totalidad en la que es inscripta, de ah se deduce que por s misma no tiene un valor
nico e invariante: es ambivalente. Es claro entonces que hay una belleza de la
negatividad, de la otra realidad que la literatura traza. La belleza recuerda lo que puede
ser incluso contra aquello que nunca se tuvo-, intensificando la rebelin contra lo
existente, contra un orden represivo que maldice el erotismo. En ese nivel, el rasgo
sensitivo de la belleza se preserva en la sublimacin esttica. Esa sensualidad tiene
poder cognitivo y emancipatorio y no es extrao que la crtica a la belleza sea una forma
encubierta de moralismo o una crtica religiosa a la sensualidad vehiculizada por el arte
autnomo. Si el arte rescata el conocimiento del concepto abstracto, para remitirlo al
reino de la sensualidad, con ello reivindica la fuerza sensorial de la belleza que
mantiene viva la promesa de felicidad. Quizs sea eso lo que Marcuse nos diga con un
rotundo remate: La autntica utopa est basada en el recuerdoxxvii
. Es en el recuerdo
de una belleza diluida en el presente como podemos arribar a la esperanza de otro
mundo.
Dicho lo cual, entiendo que estamos en condiciones de sealar algunas
conclusiones importantes. En primer lugar, tiene razn Jos F. Ivars cuando seala que
la propuesta revolucionaria de Marcuse es de emancipacin individualistaxxviii contra
los controles ideolgicos del capitalismo avanzado. Quizs esa sea una de las
consecuencias fundamentales de las totalizaciones realizadas por este autor, que se
convierten en aporas cuando no permiten concebir las prcticas resistenciales que se
dan en el seno del capitalismo. A ese individualismo esttico puede interpretrselo
como una respuesta de desesperacin ante un diagnstico de generalizacin de la
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racionalidad tecnolgica, que no slo deja escaso margen a las intervenciones
histricas de ndole colectivaxxix
, sino que adems confirma la unidimensionalizacin de
la existencia. Tambin podra avanzarse contra la nocin de un sujeto instintual
preconstituido, que la cultura afirmativa vendra a reprimir. Finalmente, podramos
interrogar el modo en que Marcuse concibe la emancipacin misma, que permitira
arribar sin ms a una sociedad reconciliada. Avanzar por esos caminos nos lleva, sin
dudas, a otro horizonte terico. Con todo, en el contexto del presente, sus reflexiones
aportan elementos valiosos para elaborar una esttica crtica, especialmente, porque
contribuye a avanzar contra algunas posiciones que, en nombre de un compromiso de
izquierdas, cuestionan toda belleza como forma de complicidad.
A pesar de las distancias tericas que pudiramos tener con el autor comentado,
es indudable su trayectoria en el campo de la teora crtica. Nos permite reivindicar
cierta forma de belleza como aquella posibilidad que en el mundo del presente resulta
vedada a las mayoras sociales. Invocar aqu esta teora no constituye un recurso de
autoridad, sino que ms bien remite a un tejido argumentativo que posibilita tomar
distancia de todo reclamo de inmediatez, en nombre del cual se pretende diluir la
especificidad de lo esttico, incluso repudiando la idea misma de belleza. Una vez ms:
el llamado a la praxis poltica no puede ser invocado de forma vlida para eximirse del
trabajo de la forma ni mucho menos para lanzar una prohibicin castradora bajo
pretexto de complicidad burguesa.
En este sentido, el uso estratgico de las reflexiones de Marcuse efectuadas
dcadas atrs- permite sealar riesgos y simplificaciones que siguen operando en el
campo esttico presente. Desde luego, podramos usar otros tericos frankfurtianos para
mostrar algo anlogo.
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Me conformar, sin embargo, con referirme de forma sumaria al excursus sobre
Odiseo, efectuado enDialctica del Iluminismo, de Adorno y Horkheimer. La objecin
histrica que puede formularse a ese excursus (a saber: que la racionalidad instrumental
moderna no es extrapolable sin ms al mundo antiguo) no impide recuperar esas
reflexiones desde un ngulo diferente, como metfora de una determinada sociedad de
clases.
Repasemos brevemente los argumentos de Adorno y Horkheimer: el astuto
Odiseo apela a algunos ardides para engaar a los dioses y regresar a su Itaca aorada.
Escapa de los Cclopes hacindose pasar por nadie, es decir, engaando nominalmente a
la diosa ciclpea. En su huda por el mar, se hace atar por sus remeros, para resistir sin
naufragar el bello encanto de las sirenas. Si por un lado logra escuchar su canto
embelesador, esa escucha no pasa de ser un goce efmero. La felicidad que ese canto
promete, en ltima instancia, queda excluida: es la renuncia misma que el orden burgus
instaura, al poner como imperativo el dominio de la naturaleza y, por extensin, del ser
humano.
Homero es exponente de esta fusin entre mito e iluminismo: en la aventura de
su hroe, Odiseo no slo no se entrega a lo desconocido sino que lo nomina para
establecer un poder racional sobre esta realidad desencantada, sustrada de toda magia.
El fin de la autoconservacin -llegar a la patria en la que l es propietario- termina
haciendo imposible el goce. Su extraamiento con respecto a la naturaleza y su intento
de dominarla implican renunciar a la belleza, comprometida en toda dicha posible,
como insistieron algunos filsofos como F. Nietzsche.
Este personaje pico encarnara, en trminos globales, la metfora de la
separacin entre arte y sociedad burguesa: el canto representa una felicidad perdida;
escuchar el canto es perderse de la condicin actual. Pero Ulises desea volver para no
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perder sus privilegios; no quiere renunciar a su posicin de amo y para ello termina
renunciando a sus emociones-. Amo y esclavos sobreviven. Pero el primero resigna la
felicidad perdurable a la que podra acceder si se dieran otras condiciones. En el caso de
los esclavos, ni siquiera pueden acceder a esa felicidad efmera (pues como en la
narracin queda manifiesto, tienen los odos tapados).
Burlar la belleza es mantenerse en el rumbo previsto, que es tambin un rumbo
sacrificial. El amo que domina queda atrapado por las amarras de la dominacin, que
vuelve contra s. La desigualdad entre el amo y el esclavo es indisimulable, pero ambos
pierden la belleza, transformada en una cuestin esttica recluida (el arte como esfera
puramente autnoma y desconectada de la vida) y con ello, una vez ms, se convierte en
sacrificio de la felicidad: ser un consuelo en la miseria extendida, una isla sublime en un
continente hundido.
La astucia de Odiseo es contracara subjetiva de la falsedad objetiva del
sacrificio. Sobrevive pues, por una racionalidad instrumental que hace de lo emocional
algo peligroso. Como consecuencia de esta racionalidad del dominio, lo que termina
excluyndose es la diferencia en su independencia. Dicho lo cual, es evidente que los
autores no estn planteando una renuncia radical a toda forma de belleza ni mucho
menos. Antes bien, lo que estos autores cuestionan es la condicin efmera de la belleza
en este orden social. La apuesta por otra sociedad, entonces, es tambin, apuesta por
una belleza diferente, por un esplendor que no se apague tras la aventura negada (en
cuanto incursin en lo desconocido) por un sujeto heroizado como Odiseo, que bien
podra ser tambin la no-aventura del gentil hombre que admira un Picasso unos
instantes antes de comercializarlo en una galera de arte y reconvertir su capital cultural
en capital econmico en la Bolsa.
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III.El deseo de una escritura
Las reflexiones efectuadas en estas notas sobre la belleza artstica no pretenden
ser ms que trazas incompletas (y todas lo son) de una esttica que asume los riesgos de
la estetizacin, pero sin renegar de su aspiracin a cierta belleza sustrada del mundo
cotidiano presente. An as, puede contribuir a disipar el equvoco que presupone que
un arte crtico debe por principio excluir toda experiencia de belleza. En todo caso, esas
experiencias en cuanto coexistentes con experiencias del sufrimiento-, contribuyen a
mostrar una distancia radical entre lo real y lo aorado. Esa aoranza incluye la
legtima aspiracin a la felicidad aunque, en ltima instancia, sea una aspiracin
siempre diferida-, que supone tambin el acceso a cierta belleza. Por tanto, en
determinadas constelaciones artsticas, la belleza se convierte en denuncia de lo
existente, marcado -entre otras cuestiones- por la reclusin de lo bello a los fantsticos
mundos de las industrias culturales. Ciertamente, en el marco de un horizonte crtico, la
belleza no es ni debe ser el valor esttico por excelencia: lo ominoso, lo repugnante, lo
grotesco, lo feo, lo caricaturesco, tambin informan sobre nuestra sociedad de clases.
Una sociedad deseable no es una sociedad donde gobierna lo bello sino lo justo. Contra
todo esteticismo poltico, cabe reafirmar con firmeza una poltica de la justicia y la
igualdad humanas.
No obstante, una belleza material inactual (no desconectada de un conocimiento
del presente) puede activar, por retomar la expresin de Marcuse, el anhelo de los
rebeldes sin por ello tranquilizarlos. Esa aoranza es tan vital como la desesperacin
presente. Pero mal podra movilizarnos en trminos polticos una esttica que se
compusiera de forma exclusiva sobre la tristeza del mundo. A esa tristeza bien se la
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puede iluminar con una promesa estructuralmente irrealizable bajo las condiciones del
capitalismo globalizado, pero no de toda condicin poltica posible.
Hacer imaginables esas condiciones diferentes de existencia es producir lo
artstico como intervencin poltica, como poiesis dispuesta a mostrar la contingencia
del mundo actual. En esa labor esttico-poltica, sin dudas, la esperanza de belleza
ocupa un lugar crucial, aunque no exclusivo ni excluyente. Puede que entonces la
belleza pierda esa condicin predominante de medio de disimulacin y constituya una
forma especfica de conmocin. Ese mundo porvenir no ser acceso a una transparencia
final propia de una sociedad reconciliada, sin conflictos, donde el arte se limita a
reflejar el advenimiento de lo nuevo-, sino asuncin de la autonoma humana, de la
capacidad del ser humano de reinventarse de forma radical, tal como lo hizo en algunas
ocasiones histricasxxx
.
Pero incluso ms all de aquello que est porvenir, ms que nunca, ante el
horror, ante la escandalosa naturalizacin del escndalo la masacre, la guerra, el
hambre, las pandemias, las catstrofes, la marginalidad, las injusticias permanentes y la
desigualdad absoluta- tambin cabe luchar por recuperar una belleza expropiada, una
promesa de goce esttico que nace de las fracturas de lo existente y que apunta a
dislocarlo de forma radical. Tal es uno de los deseos de una escritura potica que parte
del reconocimiento de que despus de Auschwitz e Hiroshima, aunque quisiramos, no
podemos no escribir: quizs ms que nunca, necesitamos seguir soando una belleza
posible.
Arturo Borra
i Valente, J.A., Obra potica II, Material memoria, Alianza Literaria, Madrid, 2001, p.234.ii Rilke R. M.,Las elegas de Duino, Hiperin, Madrid, 1999, p. 15.iii
Tomo aqu las reflexiones realizadas en H. Marcuse, Acerca del carcter afirmativo de la cultura, enCultura y sociedad, Sur, Buenos Aires, 1967.
iv Al referirse a la cultura afirmativa, dice Marcuse: A la penuria del individuo aislado responde con lahumanidad universal, a la miseria corporal, con la belleza del alma, a la servidumbre extrema, con la
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libertad interna, al egosmo brutal, con el reino de la virtud del deber. Si en la poca de la lucha
ascendente de la nueva sociedad, todas estas ideas haban tenido un carcter progresista destinado a
superar la organizacin actual de la existencia, al estabilizarse el dominio de la burguesa, se colocan, con
creciente intensidad, al servicio de la represin de las masas insatisfechas y de la mera justificacin de la
propia superioridad: encubren la atrofia corporal y psquica del individuo (Marcuse, H., op.cit.).v
Los antiguos, por el desarrollo precario de las fuerzas productivas, no imaginaban la posibilidad de unafelicidad material colectiva. De ah que pensaran que slo en la filosofa los humanos podan encontrar lo
bello, lo verdadero y lo bueno. Pero la economa capitalista, a la vez que hace factible en trminos
tcnicos esta aspiracin (la de una felicidad material colectiva, posibilitada por una voluntad poltica),
despliega una cultura que recluye la felicidad a un logro interno, sin pujar por otras formas de distribucin
de las mercancas. La sociedad opulenta a la vez que muestra posibilidades ilimitadas de consumo,construye una cultura que obstruye el ideal mismo de igualdad material, por idealizarla -es decir, por
hacerla abstracta, al situarla en el reino del alma. Tal es, segn el autor, la mala conciencia de la
burguesa. En suma, la falta de felicidad no es un problema metafsico sino producto de una modo
especfico de institucin de la sociedad.vi Algo anlogo planteaba Walter Benjamn cuando cuestionaba la estetizacin de lo poltico efectuada
por el nazismo, a lo que replicaba con una politizacin del arte por parte del comunismo (cf., Benjamn,
W., La obra de arte en la era de la reproductibilidad tcnica, Madrid, Taurus, 1991). Tambin all
sostena: Todos los esfuerzos por un esteticismo poltico culminan en un solo punto. Dicho punto es laguerra. La guerra, y slo ella, hace posible dar una meta a movimientos de masas de gran escala,
conservando a la vez las condiciones heredadas de la propiedad. As es como se formula el estado de la
cuestin desde la poltica.vii Marcuse, H., op.cit., p.55.viii
Marcuse, H., op.cit., p.69.ix
No sera difcil mostrar cmo ciertas poticas actuales -p.e. aquellas que se refugian en cierto lirismo
romntico e intimista, en la pureza del juego musical perdiendo de vista las correlativas configuraciones
de sentido o incluso en un pseudomalditismo acadmicamente rentable-, desconectan a los sujetos de sus
contextos sociales, polticos, econmicos y culturales, culminando en construcciones estticas ms o
menos inocuas y acrticas. A menudo, estas poticas idealistas -que desconectan poesa y sociedad-constituyen al poeta en una especie de sujeto pico.x
En un importante texto centrado en la pregunta que antao formulara Lenin con respecto a qu hacer,
Derrida nos recuerda una vez ms la necesidad poltica de soar. No hay cambio sea revolucionario oreformista- que no se ampare en un sueo, en la posibilidad de imaginar lo porvenir. La diferencia radical
que media entre Lenin y Derrida es que, mientras para el segundo la distancia entre lo real y lo soado
resulta insalvable, abriendo a una poltica de la justicia, para el primero tal distancia es susceptible de ser
suturada, abriendo camino al riesgo totalitario. Puesto que mi intencin no consiste, ni aqu ni en otros
lugares, en hacer la apologa de Marx o de Lenin, mucho menos del marxismo-leninismo en bloque (es
fcilmente imaginable que la cosa no me interesa mucho), apenas sito con una palabra el lugar en que
Lenin, a su vez, sutura sea la pregunta qu hacer?, sea esta posibilidad radical de distincin sin la que
no hay ni pregunta qu hacer?, ni sueo, ni justicia, ni relacin con lo que viene en cuanto relacin
con el otro; y esta sutura o esta saturacin condena a la fatalidad totalizante y totalitaria tanto a los
revolucionarismos de izquierda cuanto a los de derecha. Pues Lenin mide el desfase con el metro de la
realizacin, es la palabra que l emplea, mediante el cumplimiento adecuado de lo que l llama el
contacto entre el sueo y la vida. El telos de esta adecuacin suturante -de la que trat de mostrar de qu
manera cerraba igualmente la filosofa o la ontologa de Marx- clausura el porvenir de lo que viene.Prohbe pensar lo que, en la justicia, supone siempre inadecuacin incalculable, disyuncin, interrupcin,trascendencia infinita (Derrida, J., Qu hacer de la pregunta Qu hacer??, en El tiempo de una
tesis. Desconstruccin e implicaciones conceptuales, Proyecto A Ediciones, Barcelona, 1997.xi
Un desarrollo terico sobre el materialismo cultural puede consultarse en Williams, R., Marxismo y
literatura, Pennsula, Barcelona, 1980.xii Dentro de la primera generacin de intelectuales de esta heterognea lnea terica no exenta de
debates internos ms o menos persistentes-, tambin suelen situarse a autores como Pollock, Horkheimer,
Benjamin, Reich, Fromm y Marcuse. Estos dos ltimos autores, por diferencias interpretativas con
respecto a algunos autores como Freud y Heidegger, terminaron distancindose de este crculo.xiii
La nocin de poder ha sido reformulada de forma radical por M. Foucault, cuestionando las
interpretaciones ms comunes del poder como aparato de estado o como fuerza puramente represiva.
El desarrollo terico alternativo de esta categora puede consultarse en Foucault, M., Historia de la
sexualidad, Tomo I, Siglo XXI, Buenos Aires, 1997, especialmente, el captulo El mtodo. Del mismo
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autor, cf., Vigilar y Castigar, Siglo XXI, Buenos Aires, 1989, as como Tecnologas del yo, Paids,
Barcelona, 1990.xiv Remito aqu aEl hombre unidimensional, Seix Barral, Barcelona, 1968.xv
En su Teora esttica (Orbis, Barcelona, 1983), Adorno nos dice: En la aparicin de algo inexistente,
como si existiera, es donde encuentra su piedra de escndalo la cuestin sobre la verdad del arte. Por su
misma forma est prometiendo lo que no existe y formulando objetivamente la exigencia, por precariaque sea, de que eso, por el hecho de aparecer, tiene que ser posible (p. 114). El deseo de belleza no es
sino el deseo del cumplimiento de lo prometido, pero todo arte flota sin garantas de cumplir su promesa
objetiva. Cualquier teora del arte tiene que ser tambin su crtica. (...) El crdito de las obras de arte se
torna en prstamo de una cierta praxis que todava no ha comenzado y de la que nadie sabra decir si
honra su propio cambio (p.116).xvi No pretendo con estas lneas abordar la problemtica de las vanguardias artsticas, sino referirme
especficamente a aquellos ideales que stas pusieron en cuestin, pese a su reinclusin posterior como
mercancas culturales legitimadas socialmente a partir, paradjicamente, de su rtulo de vanguardias.xvii
Dicho artculo fue publicado en la revista New Left Review 74 (Julio-agosto de 1972), pp. 51-58.xviii Marcuse, H.,La dimensin esttica. Crtica a la ortodoxia marxista. Biblioteca nueva, 2007, Madrid.xix
Marcuse, H., op. cit., p. 55.xx Contra aquellos que presuponen la validez de ciertas enunciaciones por su remisin a un sujeto de clase
privilegiado, Marcuse responde: El hecho de que una obra artstica represente con veracidad los interesesy opiniones del proletariado o de la burguesa no la convierte, sin embargo, en una autntica obra
maestra (Marcuse, H., op. cit., p. 68).xxi Marcuse, H., op. cit., p. 64.xxii Marcuse, H., op. cit., p. 71.xxiii
Marcuse, H., op. cit., p. 84-85.xxiv Marcuse, H., op. cit., p. 91.xxv Marcuse, H., op. cit., p. 95.xxvi
Marcuse, H., op. cit., p. 103.xxvii
Marcuse, H., op. cit., p. 110.xxviii Marcuse, H., op. cit., p. 12.xxix El frenazo de los movimientos polticos revolucionarios ante los mltiples reformismos en las
primeras dcadas del S. XX, indudablemente, repercuti de forma notoria en la produccin marcusiana,
contribuyendo a situar el arte autntico -producto de una cultura del alma- como uno de los pocosresquicios crtico-utpicos ante ese estado de cosas, posibilitando el libre desarrollo del individuo. Al
respecto, seala Jos F. Ivars: El individualismo de las soluciones se corresponde con el pesimismo de
las concesiones, y a un nivel ms profundo con la sintomtica desconfianza marcusiana hacia losproyectos organizativos de cuo obrerista, al margen de sus tenaces recurrencias a la consciencia
revolucionaria (op. cit., p. 23).xxx
Para una reflexin al respecto, cf., Castoriadis, C., El mundo fragmentado, Altamira, Buenos Aires,
1993. Tal como argumenta este filsofo, no hay ninguna instancia extra-social (o algn Mesas) que
garantice cambio alguno. Slo la humanidad puede auto-transformarse: ni la Historia, ni la Naturaleza, ni
la Razn, ni Dios constituyen fundamentos de lo social que permitan prefigurar un destino colectivo o unaascensin histrica.
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