antihistoricismo o ahistoricismo - algunas objeciones
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¿Antihistoricismo o ahistoricismo? Algunas objeciones a la lectura popperiana de
Platón
Juan Manuel Spinelli
UM
Aun cuando a veces nos referimos al pasado, los problemas tratados
son los problemas de nuestra época...
(Karl R. Popper)
1
La virulenta crítica de Popper a la filosofía política de Platón en La sociedad abierta y sus
enemigos –una crítica que bien podría caracterizarse como un intento de desenmascaramiento de la
concepción totalitaria del Estado; la cual, contraria a los principios del igualitarismo y el
humanitarismo, tendría su más formidable expresión en ese modelo de ciudad-Estado que,
plasmado en República, se mostraría capaz de ejercer sobre nosotros un pernicioso
deslumbramiento que nos llevaría a enceguecernos y, por consiguiente, a ser incapaces de apreciar
el gravísimo peligro que, aún hoy1, habría de constituir el platonismo para la democracia – solo se
tornará suficientemente comprensible y, por consiguiente, evaluable, en la medida en que la
examinemos a partir de una atenta reflexión acerca de ese radical antihistoricismo cuyas bases
oportunamente estableciese en el breve ensayo de 1945 llamado La miseria del historicismo. Al
margen del pobre sentido de la ironía del que Popper hizo gala al explicar que el título de esta obra
se proponía hacer alusión a aquel otro en que Marx (La filosofía de la miseria) hacía a su vez
alusión a uno de Proudhon (La miseria de la filosofía), el propósito que persigue –y, con él, los
supuestos ideológicos que subyacen a su perspectiva– resulta claramente manifiesto ya desde una
dedicatoria que se erige en recordatorio de todas aquellas personas que, sin distinción alguna de
sexo, religión, nacionalidad o raza, “...cayeron víctimas de la creencia fascista y comunista en las
Leyes Inexorables del Destino Histórico”2. Es, en efecto, una teoría de los dos demonios, la que se
1
? “Aun cuando a veces nos referimos al pasado –señala Popper en el Prefacio a La sociedad abierta y sus
enemigos– los problemas tratados son los problemas de nuestra época (POPPER, Karl R. La sociedad abierta y sus
enemigos Barcelona, Paidós, 2006 p. 9).
2
halla a la base de la pretendida refutación popperiana del historicismo3; y, si bien no es este el lugar
en que podamos acudir en defensa del marxismo contra la singular operación ideológica que
consiste en presentar al comunismo y al fascismo como las dos caras de una única moneda –la
moneda falsa del totalitarismo, a la que desde muy antiguo los enemigos de la libertad han hecho
circular fraudulentamente en el ámbito de las ideas–, cabe señalar: en primer lugar y solo de paso,
que la interpretación que Popper hace del marxismo, a fin de que encaje en el molde conceptual de
lo que él entiende por historicismo, adolece de múltiples deficiencias que la hacen a todas luces
insatisfactoria4; y, en segundo lugar, que solo en el marco de una teoría semejante, plagada de
errores y de baches –algunos de ellos, aunque no los más importantes ni mucho menos, admitidos
por el propio Popper, consciente de sus grandes limitaciones en lo que respecta a la ciencia
histórica–, es posible efectuar un altamente sospechoso juego de espejos en el cual Platón se nos
muestra como comunista y Marx, por su parte, como un místico. La empresa ideológica que Popper
lleva adelante contra el historicismo en cuanto el más poderoso, según sus propias palabras, “…de
aquellos sistemas filosóficos sociales que son responsables del difundido prejuicio contra las
posibilidades de una reforma democrática”5, solo puede ser proyectada y desarrollada como tal en
una perspectiva ahistórica que, por un lado, haga posibles las más extravagantes y singulares
extrapolaciones; y, por el otro, bajo la fachada políticamente correcta de una cruzada teórica contra
el modelo filosófico de marras, en nombre de la libertad y la democracia, permita la configuración
de un modelo tan abstracto como caprichoso de totalitarismo que le permita, por ejemplo,
establecer una identificación esencial entre el “totalitarismo platónico” y el totalitarismo moderno, o
–lo que es mucho más interesante aún– entre Platón y Marx6. En la perspectiva de Popper hay
? POPPER, Karl R. La miseria del historicismo Madrid, Alianza, 1973 p. 7.
3
? “Los ataques contra esta forma de historicismo [en referencia al historicismo teísta] no deben ser interpretados,
por lo tanto, como un ataque a la religión... Su valor como tal puede apreciarse fácilmente en el hecho de que sus
principales características son compartidas por las dos versiones modernas más importantes del historicismo, cuyo
análisis comprenderá el cuerpo principal de esta obra; nos referimos a la filosofía histórica del racismo o fascismo,
por una parte (la derecha), y la filosofía histórica marxista por la otra (la izquierda)” (POPPER, Karl R. La sociedad
abierta y sus enemigos ed. cit. pp. 24-25).
4
? Cf. BONNET, Alberto R. “Karl Popper y el historicismo: una crítica interna”, en: Razón y revolución Nro. 5,
año 1999 Edición electrónica: http://www.razonyrevolucion.org/textos/revryr/intelectuales/ryr5Bonnet.pdf.
5
? POPPER, Karl R. La sociedad abierta y sus enemigos ed.cit., p. 16.
6
? “Platón vio cosas que nadie había advertido con anterioridad y que sólo en nuestra época fueron redescubiertas.
básicamente dos tipos o formas de gobierno: los tiránicos y los democráticos. Se trata de una
distinción eminentemente formal7 que no para mientes, en cuanto tal, en ningún aspecto de índole
cualitativa –así, por ejemplo, la caracterización del tipo democrático se reduce, en líneas generales,
a la plena vigencia del principio de representatividad y al normal funcionamiento del mecanismo
institucional de las elecciones, a través del cual se designa y renueva periódicamente a los
gobernantes8– y que llega hasta al punto de admitir la posibilidad de que, en ciertas circunstancias,
un gobierno tiránico podría incluso ser “mejor” que uno democrático, no obstante lo cual este
último ha de ser siempre preferible a aquel9. En esta línea de pensamiento, lo democrático no se
identifica necesariamente ni con lo mayoritario ni con lo popular; y es en Platón, en la formulación
platónica del problema político en términos de la pregunta por quién debe gobernar, donde Popper
afirma que se plantea una confusión que hace posible una amplia gama de respuestas tales como:
“«el mejor», «el más sabio», «el gobernante nato», «aquel que domina el arte de gobernar» (o
también, quizá, «La Voluntad General», «La Raza Superior», «Los Obreros Industriales» o «El
Pueblo»)”10. No nos debe causar extrañeza el hecho de que la desarticulación popperiana del
Puede mencionarse como ejemplo su teoría de los comienzos primitivos de la sociedad, del patriarcado tribal y, en
general, su tentativa de discriminar los períodos típicos en el desarrollo de la vida social. Otro ejemplo lo constituye
el historicismo sociológico y económico de Platón, es decir, su insistencia en el marco económico de la vida política
y del desarrollo histórico, teoría ésta resucitada por Marx con el nombre de «materialismo histórico» (Op. cit., p.
53).
7
? Popper define a los gobiernos democráticos como “...aquellos de los cuales podemos librarnos sin
derramamiento de sangre, por ejemplo, por medio de elecciones generales. Esto significa que las instituciones
sociales nos proporcionan los medios adecuados para que los gobernantes puedan ser desalojados por los
gobernados, y las tradiciones sociales garantizan que estas instituciones no sean fácilmente destruidas por aquellos
que detentan el poder”. (Op. cit.., p. 140).
8
? “Vista desde este ángulo, la teoría de la democracia no se basa en el principio de que debe gobernar la mayoría,
sino más bien, en el de que los diversos modelos igualitarios para el control democrático, tales como el sufragio
universal y el gobierno representativo, han de ser considerados simplemente salvaguardias institucionales, de
eficacia probada por la experiencia, contra la tiranía, repudiada generalmente como forma de gobierno, y estas
instituciones deben ser siempre susceptibles de perfeccionamiento”. (Op. cit., p. 141).
9
? La aplicación de “malas políticas” en el seno de una democracia “...(siempre que perdure la posibilidad de
provocar pacíficamente un cambio en el gobierno), es preferible al sojuzgamiento por una tiranía, por sabia o
benévola que ésta sea”. (Ibid.).
10
? Ibid., p. 136.
modelo aristocrático de República, mine a su vez las bases de toda forma popular de democracia; y
esto, a la hora de reflexionar acerca de los objetivos en función de los cuales emprende su peculiar
crítica al totalitarismo, es algo que no debemos pasar por alto. Y es que el núcleo discursivo de La
sociedad abierta y sus enemigos, hay que decirlo, tiene mucho menos de teoría que de propaganda;
en principio, obsérvese que la confusión señalada por Popper en lo que respecta a la amplia y
heterogénea gama de respuestas posibles al interrogante platónico es una confusión introducida por
él mismo al dar por sentado que se trata de diversos y fallidos intentos de solución al que vendría a
ser “el problema político”, y ello: a) sin atender en absoluto a las diferencias tanto epocales como
doctrinarias, es decir, a la incomensurabilidad de horizontes y perspectivas que hacen que –sin
perjuicio de la existencia de puntos de contacto, proximidades e incluso continuidades– las
concepciones antiguas y modernas de lo político de ninguna manera sean susceptibles de ser
subsimidas bajo las mismas categorías de análisis; b) obviando la necesaria distinción entre los
planos empírico y ontológico, entremezclándolos, superponiéndolos sin coherencia alguna –al
situar en un mismo plano, por ejemplo, el concepto ontológico de pueblo11 y el concepto empírico
de obrero industrial; o, más claramente aún, al no establecer una adecuada diferenciación entre las
cuestiones, anexas pero irreductibles una a otra, de la soberanía y el gobierno12– y sugiriendo que,
en definitiva, el principio clave de la filosofía política moderna, que hace del pueblo el legítimo
soberano, es tan «inválido» o carente de fundamento como el mito de la superioridad aria, cuya
propia formulación entraña ya por su propia lógica un proyecto de exterminio radical de las
11
? El cual, en efecto, no debe ser confundido con el concepto empírico de población.
12
? “Quienes creen que la primera pregunta [«¿Quién debe gobernar?», en contraposición a la propuesta por
Popper: «¿De qué forma podemos organizar las instituciones políticas a fin de que los gobernantes malos o
incapaces no puedan ocasionar demasiado daño?»] es fundamental, suponen tácitamente que el poder político se
halla «esencialmente» libre de control. Así, suponen que alguien detenta el poder, ya se trate de un individuo o de un
cuerpo colectivo como, por ejemplo, una clase social. Y suponen también que aquel que detenta el poder puede
hacer prácticamente lo que se le antoja y, en particular, fortalecer dicho poder, acercándose así al poder ilimitado o
incontrolado. Descuentan, asimismo, que el poder político es, en esencia, soberano. Partiendo de esta base, el único
problema de importancia será, entonces, el de «¿Quién debe ser el soberano?»” (POPPER, Karl R. La sociedad
abierta y sus enemigos ed. cit., p. 137). Puede verse en el párrafo transcripto de qué manera Popper, más que
articular, reduce –por medio de lo que pretende ser una explicitación de supuestos y termina siendo no más que una
sofística articulación de falacias y preconceptos– la pregunta platónica «¿Quién debe gobernar?» a la pregunta
«¿Quién debe ser el soberano?». Es esta reducción, y no la forma adoptada por Platón para el tratamiento del
problema político, la que introduce una confusión inaceptable entre la instancia de la soberanía y el plano de los
gobernantes.
diferencias13. Estrictamente desde el punto de vista de la fundamentación de la soberanía y la
consolidación de una sociedad abierta e igualitaria, no hay diferencia alguna entre un Rousseau y un
Rosenberg; o, yendo a las ideas más bien que a los hombres, entre una teoría filosófica de la
soberanía popular que combate la tiranía y trata de ponerle freno por todos los medios a la
desmesura de los gobernantes14, y un manifiesto ultraderechista que, en las antípodas, cuestiona el
principio de la soberanía popular en el marco de un ataque tan feroz como demencial a los
cimientos mismos de la institucionalidad democrática15. Metaparadoja, pues, en que queda atrapado
Popper: su propósito de fundamentar y consolidar el régimen democrático mediante una teoría del
control16 que le permita superar, en el plano formal, las paradojas en que caen todas las teorías de la
13
? Así, quien diera su forma más elaborada al mito de la supremacía aria, el ideológo nazi Alfred Rosenberg,
señalaba la necesidad de proceder con urgencia a la implementación de una suerte de higiene étnica, o, más
sencillamente, de una política genocida: “Aunque la negritud hoy todavía no represente una potencia fuerte: el mito
de la sangre también aquí ha despertado, su fuerza habrá crecido enormemente dentro de 50 años. Hasta entonces el
ser humano nórdico debe tomar las medidas precautorias para que en sus Estados no haya ya negros, ni amarillos,
ni mulatos, ni judíos. Este saber plantea el problema de Norteamérica” (ROSENBERG, A. El mito del siglo XX S/l,
Ediciones Wotan, 2002 p.235. La cursiva nos pertenece.
14
? “La disolución de un Estado puede suceder de dos maneras. En primer lugar, cuando el príncipe deja de
administrar el Estado según las leyes y usurpa el poder soberano. Entonces sucede un cambio notable; y es, que no
se reduce el gobierno, sino el Estado: quiero decir, que se disuelve el grande Estado y que se forma otro dentro de
este, compuesto tan solo de los miembros del gobierno, y que para el resto del pueblo ya no es más que un señor y
un tirano. De suerte que al punto que el gobierno usurpa la soberanía, se rompe el pacto social; y todos los simples
ciudadanos, recobrando de derecho su libertad natural, pueden verse forzados a obedecer, pero no están obligados a
ello” (ROUSSEAU, Jean-Jacques El contrato social Edición virtual disponible en: www.infotematica.com.ar, p.
69).
15
? Así, leemos por ejemplo que: “...la abstracta “soberanía popular” de la democracia y la frase despreciativa de
Hegel: “El pueblo es aquella parte del Estado que no sabe lo que quiere”, han engendrado el mismo esquema
insustancial de la así llamada “autoridad del Estado” ” (ROSENBERG, A. El mito del siglo XX ed. cit., p. 186.
16
? “En realidad, no es difícil demostrar la posibilidad de desarrollar una teoría del control democrático que esté
libre de la paradoja de la soberanía. La teoría a que nos referimos no procede de la doctrina de la bondad o justicia
intrínsecas del gobierno de la mayoría, sino más bien de la afirmación de la ruindad de la tiranía; o, con más
precisión, reposa en la decisión, o en la adopción de la propuesta, de evitar y resistir a la tiranía (…) [El] principio
de la política democrática consiste en la decisión de crear, desarrollar y proteger las instituciones políticas que hacen
imposible el advenimiento de la tiranía... Vista desde este ángulo, la teoría de la democracia no se basa en el
principio de que debe gobernar la mayoría, sino más bien, en el de que los diversos modos igualitarios para el
control democrático, tales como el sufragio universal y el gobierno representativo, han de ser considerados
soberanía en cuanto tales17, implica la coincidencia con los más implacables enemigos de la
sociedad abierta al menos –y nada menos que– en un punto crucial: el rechazo del concepto
moderno de soberanía popular como «fundamento» de la res publica. O bien: lo que Popper hace a
un lado por «paradójico» Rosenberg lo desprecia por «abstracto». Aquel no cae en la cuenta de que
el proyecto de establecer una piedra de toque «estrictamente formal» del sistema democrático no
hace más que destruir el «sustento material» sobre la base del cual únicamente puede erigirse: el
descarte, entre ese montón de respuestas/conceptos que Popper decide tirar a la basura por ser
«formalmente inconsistentes», de los concepto de voluntad general y de soberanía que Rousseau de
manera decisiva aportase en El contrato social, no hace más que reasegurar –indirecta y, como
hemos dicho, metaparadójicamente–, la base discursiva del racismo genocida18. En nuestra
simplemente salvaguardias institucionales, de eficacia probada por la experiencia, contra la tiranía (…) Aquel que
acepte el principio de la democracia en este sentido no estará obligado, por consiguiente, a considerar el resultado de
una elección democrática como expresión autoritaria de lo que es justo. Aunque acepte la decisión de la mayoría, a
fin de permitir el desenvolvimiento de las instituciones democráticas, tendrá plena libertad para combatirla,
apelando a los recursos democráticos, y bregar por su revisión” (POPPER, Karl R. La sociedad abierta y sus
enemigos ded.cit., pp. 140-141). Es ciertamente llamativa y digna de interés esta «exhortación» de Popper a
desconocer a «la mayoría» como instancia soberana y a no aceptar el resultado de una elección legítima y
democrática como «expresión autoritaria de lo que es justo» sino «combatirlo»... «democráticamente». A mi modo
de ver, esta afirmación es la que saca a la luz el que, «por detrás» del desmontaje de las concepciones totalitarias,
vendría a ser el núcleo conceptual más profundo de la tesis de Popper, a saber, que el peligro mayor vendría a ser, en
última instancia, el «autoritarismo» que, perfectamente encuadrado dentro de los límites de la democracia, es
ejercido por la mayoría. En otras palabras, lo que más le preocupa a Popper, en el fondo, no es el totalitarismo que
se enfrenta a lo que él llama «la sociedad abierta» situándose por fuera de su lógica y su estructura sino aquel que
supuestamente se instala dentro de su propio seno, de forma solapada, bajo la forma de lo que hoy convendríamos
en llamar populismo. No obstante, tal como puede apreciarse en el caso de los actuales gobiernos latinoamericanos
que –al margen de toda posible resignificación positiva del término, como la llevada a cabo por Laclau– reciben el
despectivo mote de «populistas» por parte de las minorías conservadoras y reaccionarias que ven progresivamente
vulnerados sus intereses de clase, la acusación de «autoritarismo» constituye un recurso ideológico de
deslegitimación de las autoridades cuya eficacia, gracias a las operaciones propagandísticas de los medios
hegemónicos, suele ser, lamentablemente, considerable.
17
? “Todas las teorías de la soberanía son paradójicas” (Ibid., p. 140. En cursiva en el original).
18
? El nacionalsocialismo considera como «abstracta» la concepción moderna (rousseauniana) del pueblo y la
soberanía en la medida en que no se reduce el pueblo a la raza, es decir, en la medida en que el pueblo –y, por ende,
el sobernano- constituye una unidad colectiva «demasiado general», la cual abarcaría en su seno a una multiplicidad
de «indeseables». Una teoría «concreta» sería aquella que «depurase» lo popular de todos sus elementos
«contaminantes», de manera tal que por «pueblo» no se entendiese otra cosa que «el pueblo ario». En el modelo
rousseauniano, en cambio, no hay lugar –sino más bien al contrario– para una aberración semejante.
terminología actual, acaso pudiésemos afirmar que el liberalismo popperiano, en su intento por
elaborar un modelo formal de democracia –a salvo de los extremos indeseables de «la izquierda» y
«la derecha»– termina tristemente por hacerle el juego a la peor y más rancia forma de la derecha,
esto es, a la ultraderecha nazifascista.
2
Claro que Popper nos presenta su proyecto de manera muy diferente, casi diríamos opuesta:
lo hace, como ya hemos señalado, en términos de un antihistoricismo que aspira a dar buena cuenta
de los fundamentos del totalitarismo. De hecho, el objetivo de La sociedad abierta y sus enemigos,
según él mismo puntualiza, consiste en “...contribuir a la comprensión general del totalitarismo y de
la significación que entraña la perpetua lucha contra el mismo”19. Dicha comprensión –que toma
como punto de partida la hipótesis de que la filosofía política de Platón es la que delinea lo que
vendría a ser el programa básico de las formas antidemocráticas contemporáneas– se construye
sobre la base de un experimento crítico consistente en “...comprobar la identidad entre la teoría
platónica de la justicia y la teoría y práctica del totalitarismo”20. Y en el concepto de identidad es
donde reside, a nuestro juicio, la clave de la cuestión. En principio, Popper plantea que lo que hay
en el pensamiento de Platón es una «tendencia totalitaria»21 de la cual efectivamente se alimentarían
las concepciones totalitarias del siglo XX. Sin embargo, en la medida en que considera que lo que
hay a la base del totalitarismo –promoviéndolo y justificándolo, haciéndolo «necesario»– es una
posición radicalmente historicista, no desarrolla, como podría esperarse, una explicación de corte
histórico acerca de cómo lo que en Platón era tan solo una tendencia habría llegado, a través de los
siglos, a actualizarse plenamente. Hay ciertos pasajes en los cuales Popper parece sucumbir, como
por arrastre, a la misma tentación que él censura, como cuando afirma en la Introducción a La
sociedad abierta y sus enemigos: «En él se esbozan algunas de las dificultades enfrentadas por
nuestra civilización, de la cual podría decirse, para caracterizarla, que apunta hacia el sentimiento
de humanidad y razonabilidad, hacia la igualdad y la libertad; civilización que se encuentra
19
? POPPER, Karl R. La sociedad abierta y sus enemigos ed. cit., p. 15.
20
? Ibid., p. 20.
21
? “Es la tendencia totalitaria de la filosofía política de Platón –señala– lo que trataré de analizar y criticar”.
(Ibid., p. 49).
todavía en su infancia, por así decirlo, y que continúa creciendo a pesar de haber sido traicionada
varias veces por tantos rectores intelectuales de la humanidad»22. Uno podría decir: la crítica al
historicismo solo puede sostenerse sobre la base de ciertos supuestos a su vez historicistas, los
cuales perfilan esa visión teleológica de cuño moderno de que hay un curso de la Razón que las
fuerzas oscurantistas, al margen de que logren el predominio durante largos y sombríos períodos, no
podrán a la larga impedir. ¿Desde dónde se emprendería la crítica al historicismo sino desde un
bagaje de convicciones más o menos articuladas en torno a una fe en el progreso?23 La índole
22
? Ibid., p. 15.
23
? Por un lado, en lo que respecta al plano teórico, el progreso sería, dentro de ciertos límites, un hecho
incuestionable. Así, a manera de ejemplo, recordemos que Popper acepta gustosamente, al margen de lo criticable
que pudiese ser en algunos aspectos, que el reemplazo del método (cuasi)psicológico y genético de Locke y los
empiristas modernos en general por el método del análisis lógico, garante de una mayor objetividad, entrañaba un
«progreso»: “Admito gustoso –señala– que esta sustitución del «nuevo camino de las ideas» de Locke por un
«nuevo camino de las palabras» constituía un progreso” (POPPER, Karl R. La lógica de la investigación científica
Madrid, Tecnos, 1980 p. 18). Se trata de un punto clave ya que, de hecho, Popper sostiene que “los problemas más
apasionantes de la teoría del conocimiento” son aquellos “relacionados con su progreso” (Ibid., p. 21) y afirma, en
resumidas cuentas, en una perspectiva que pretende diferenciarse del punto de vista positivista(cfr. Ibid.., p. 48) la
existencia de un progreso científico, solo que el mismo tiene lugar no por carácter acumulativo sino por el abandono
de teorías que en un momento dado ya no resisten el proceso de contrastación –son refutadas– por otras que sí lo
hacen y se encuentran, por ende, corroboradas: “Durante el tiempo en que una teoría resiste contrataciones
exigentes y minuciosas, y en que no la deja anticuada otra teoría en la evolución del progreso científico, podemos
decir que «ha demostrado su temple» o que está «corroborada» por la experiencia” (Ibid., p. 33. La cursiva nos
pertenece). Es interesante la manera en que la cuestión de las hipótesis auxiliares se relaciona con la cuestión del
progreso; como condición indispensable para su aceptación, Popper establece la de que aumenten “el grado de
falsabilidad del sistema” y refuercen de ese modo el sistema teórico del que se trate: “...siempre que se introduzca
una nueva hipótesis –observa– ha de considerarse que se ha hecho un intento de construir un nuevo sistema, que
debería ser juzgado siempre sobre la base de si su adopción significaría un nuevo progreso en nuestro conocimiento
del mundo” (Ibid., p. 79). Hay casos en que los experimentos cumplen “...un papel eminente en el progreso de la
teoría: en estas ocasiones, lo que fuerza al teórico a buscar una teoría mejor es casi siempre la falsación
experimental de una teoría que hasta el momento estaba aceptada y corroborada: es decir, el resultado de las
contrastaciones guiadas por la teoría” (Ibid., p. 103). En resumen, si bien la epistemología popperiana se caracteriza
por un marcado predominio de la «negatividad» (no hay teoría científica que sea susceptible, en cuanto científica, de
ser probada o verificada sino solo provisoria y momentáneamente corroborada), la misma se desarrolla sobre la
base de la afirmación de la importancia y, aún más, la necesidad de pensar a la ciencia en términos de la búsqueda de
una verdad a la que nunca habrá de aprehender. En cierto modo, al afirmar que hay un valor intrínseco de la ciencia
–el cual consiste en el hecho de que “...aunque no puede alcanzar ni la verdad ni la probabilidad, el esforzarse por el
conocimiento y la búsqueda de la verdad siguen constituyendo los motivos más fuertes de la investigación
científica” (Ibid., p. 259)–, Popper concibe el progreso científico, en términos cuyo parentesco con la concepción
«metaparadójica» del pensamiento de Popper –sugerimos a la pasada–, solo puede deberse en
última instancia a un «metahistoricismo» subyacente, que, de vez en cuando, asoma la punta de la
oreja. No obstante, al margen de toda lectura que podamos hacer «en profundidad» del texto
popperiano, lo cierto es que procura abiertamente evitar, en la mayor medida posible, la adopción
de un punto de vista histórico –y, en este sentido, los «baches» que se presentan a nivel expositivo,
lejos de constituir simples «defectos» o «lagunas» que habrían de ser llenadas a posteriori, son, si
se nos permite la expresión, «estructurales»24. Lo que Popper se esfuera por sacar a luz, en una
kantiana habría que revisar cuidadosamente, sobre una base inequívocamente metafísica: “No sabemos: solo
podemos adivinar. Y nuestras previsiones están guiadas por la fe en leyes, en regularidades que podemos des-cubrir
–descubrir–: fe acientífica, metafísica (aunque biológicamente explicable. Como Bacon, podemos describir la propia
ciencia contemporánea nuestra... diciendo que consiste en «anticipaciones, precipitadas y prematuras», y en
«prejuicios» (…) [con la diferencia de que] una vez que se ha propuesto, ni una sola de nuestras «anticipaciones» se
mantiene dogmáticamente; nuestro método de investigación no consiste en defenderlas para demostrar qué razón
teníamos; sino que, por el contrario, tratamos de derribarlas (…) Es posible interpretar los progresos de la ciencia
más prosaicamente. Cabría decir que el progreso puede «...originarse de dos maneras solamente: acumulando nuevas
experiencias perceptivas y organizando mejor las que ya teníamos a nuestra disposición». Pero esta descripción del
progreso científico, aunque no es realmente errónea, parece no dar en el blanco; recuerda demasiado a la inducción
baconiana (…) El avance de la ciencia no se debe al hecho de que se acumulen más y más experiencias perceptivas
con el correr del tiempo, ni al de que haríamos cada vez mejor uso de nuestros sentidos... [sino que] el único medio
que tenemos de interpretar la Naturaleza son las ideas audaces, las anticipaciones injustificadas y el pensamiento
especulativo: son nuestro solo organon, nuestro único instrumento para captarla. Y hemos de aventurar todo ello
para alcanzar el premio: los que no están dispuestos a exponer sus ideas a la aventura de la refutación no toman
parte en el juego de la ciencia” (Ibid., pp. 259-261). Por otro lado, en lo que respecta a la esfera «moral» o
«espiritual», “...el progreso hacia una mayor igualdad sólo puede hallarse respaldado por el control institucional del
poder”. (POPPER, Karl R. La sociedad abierta y sus enemigos ed. cit., p. 322). Mientras que La lógica de la
investigación científica sitúa sobre una nueva base metodológico-epistemológica el «progreso teórico» –esto es, el
hecho de que una teoría implica un innegable «avance» con respecto a otra–, La sociedad abierta y sus enemigos
procura fundar sobre una base sociopolítica de matriz liberal el «progreso práctico» –es decir, la posibilidad de que
la humanidad al fin y al cabo «mejore» y obtenga condiciones de vida «más libres» y «más igualitarias». Pero ya sea
en el sentido teórico o en el práctico, y a pesar de las precauciones que Popper trata de tomar, no hay concepto de
progreso que pueda ser sólidamente construido si no es a partir de ciertos supuestos de cuño historicista que hagan
las veces de «cimientos».
24
? “No nos proponemos aquí –señala Popper– una historia de las ideas que más de cerca nos atañen, esto es, el
historicismo y su relación con el totalitarismo, sino tan sólo... unas cuantas observaciones que quizá arrojen alguna
luz sobre el marco histórico de la versión moderna de estas ideas. La historia de su desarrollo, en particular durante
el período que va desde Platón hasta Hegel y Marx, no cabe, ciertamente, dentro de los límites razonables de una
obra como la presente” (Ibid., p. 219). Esa historia, a nuestro juicio, no sólo no sería viable por una cuestión de
extensión sino que, lisa y llanamente, es innecesaria –e incluso perjudicial– a los fines de Popper.
perspectiva que se vería ciertamente comprometida si adoptase explícitamente un punto de vista
histórico, es la «lógica antidemocrática» o, más bien, el sistema de nexos «lógico-políticos» que
establecen y aseguran la vinculación entre historicismo y totalitarismo.
3
Tal como señaláramos al comienzo, la relación historicismo/totalitarismo resulta
paradigmática, a juicio de Popper, en la filosofía política de Platón. En principio, más allá de que
por momentos se refiera a una «tradición» totalitaria25 y a «tendencias» tanto historicistas26 como
totalitarias27, establece lo que vendría a ser una identidad «esencial» o «de fundamento», de carácter
manifiestamente «ahistórico», entre el platonismo político y el totalitarismo moderno: “...considero
–declara– que el programa político de Platón, lejos de ser moralmente superior al del totalitarismo,
es fundamentalmente idéntico al mismo”28. Esta concepción «abstracta» –en el sentido de
25
? “...[Lo] que hoy llamamos totalitarismo pertenece a una tradición que no es ni más vieja ni más joven que la
civilización misma” (Ibid., p. 15).
26
? “La tendencia del historicismo (y de las posiciones afines) a defender la rebelión contra la civilización puede
obedecer al hecho de que el historicismo es en sí mismo, con mucho, una reacción contra el peso de nuestra
civilización y su exigencia de responsabilidad personal” (p. 19). Si bien esta afirmación apunta más bien a las
formas contemporáneas de historicismo, resulta aplicable –y en ello reside su interés– a las posiciones historicistas
en general. Es como si «nuestra» civilización, al fin y al cabo, fuese ya la de Platón; y, por consiguiente, como si el
peligro que acechara a la democracia ateniense viniera a ser «esencialmente» el mismo que el que pone en jaque a la
nuestra. Así es como sostiene, con referencia a Heráclito: “Sorprende hallar en esos antiguos fragmentos... tantas
ideas características del moderno historicismo y de las recientes tendencias antidemocráticas”. (Ibid., p. 32).
Atemporalidad de la razón y de las estructuras políticas («racionales») de la civilización; atemporalidad, asimismo y
por contrapartida, de la irracionalidad y de injustificable manifestación en forma de «rebelión» contra el orden
establecido por parte de los enemigos de la sociedad abierta. Platón era fascista tanto como los fascistas son, íntima
y conceptualmente, platónicos.
27
? A la «tendencia totalitaria» de Platón ya hemos hecho referencia en la nota 21. Baste con agregar que la misma,
según Popper, estaba ya en cierto modo latente en la etapa previa a la redacción de República: así, el Gorgias, de
inspiración democrática, presentaría sin embargo ya ciertos indicios del despuntar del pensamiento totalitarista de
Platón: “...al escribir el Gorgias –afirma Popper–, Platón no había elaborado todavía sus ideas totalitarias, y si bien
su simpatía ya era de tendencia antidemocrática, se hallaba todavía bajo la influencia de Sócrates” (Ibid., p. 132).
28
? Ibid., p. 102.
«ahistórica»– de lo que vendría ser el «programa totalitario» se articula con la que es, a su vez, una
concepción «abstracta» del historicismo. En La miseria del historicismo, este es definido por
Popper como “...un punto de vista sobre las ciencias sociales que supone que la predicción histórica
es el fin principal de éstas, y que supone que este fin es alcanzable por medio del descubrimiento de
los «ritmos» o los «modelos», de las «leyes» o las «tendencias» que yacen bajo la evolución de la
historia”29. Se trata, básicamente, de una amplia gama de «doctrinas metodológicas»30 o, incluso, de
una «filosofía»31 que, extendiéndose de Hesíodo a Marx y aún más allá, sería, en última instancia,
responsable –siempre en conflicto con las reglas de la lógica, y en función de su aspiración a
determinar con absoluta certeza cuál ha de ser el futuro de la humanidad– «del estado poco
satisfactorio de las ciencias sociales teóricas»32. El hecho de que no consista simplemente en una
«visión acerca del curso y de los hechos históricos» –lo que introduciría ya ciertas complicaciones
epistemológicas en lo que respecta a la unidad y al estatus objetivo de la historia–, sino en una toma
de posición o perspectiva de índole epistemológica, implica toda una serie de supuestos sobre la
base de los cuales únicamente es posible reunir, en el seno de una misma doctrina, a pensadores
antiguos y modernos que operan con categorías si no inconmensurables al menos ampliamente
disímiles y difícilmente conciliables. «Razón», «ciencia (social)», «teoría» y «método» parecen, en
el combate de Popper contra el historicismo, sustraerse ellos mismos de la historia y de los mundos
históricos –al igual, por contrapartida, que sus «clásicos» enemigos: la «irracionalidad», el
«misticismo», la «metafísica» – a fin de ser conceptos universalizables y, por ende, aplicables en
cualquier época y contexto. Solo de esa manera resulta posible caracterizar a Hesíodo como el
«primer griego que introdujo una teoría historicista»33 propiamente dicha y atribuirle una
«interpretación [pesimista] de la historia... [de acuerdo con la cual] la humanidad, alcanzada la edad
de oro, está luego destinada a degenerar, tanto física como moralmente»34; solo de esa forma,
29
? POPPER, Karl R. La miseria del historicismo ed. cit., p. 17.
30
? Ibid.
31
? Ibid.
32
? Ibid.
33
? POPPER, Karl R. La sociedad abierta y sus enemigos ed. cit., p. 26.
34
? Ibid.
además, se puede plantear que el «irracionalismo» y el «relativismo» de Heráclito se combinan
«con la idea historicista de un destino implacable»35; solo a partir de ese enfoque, en definitiva,
están dadas las condiciones para hacer una lectura de Platón en la cual este, notablemente influido
por el concepto de cambio en Heráclito, habría formulado una «ley del desarrollo histórico... [según
la cual] todo cambio social significa corrupción, degeneración o decadencia»36. A más de que
parecen ser ajenas a la intuición heraclítea del cambio las notas características de la idea de
desarrollo –y de desarrollo histórico en particular–, es sumamente discutible la tesis popperiana de
que «Platón creía que la ley del destino histórico, la ley de la decadencia, podía ser superada por la
voluntad moral del hombre, apoyado por las facultades de la razón (…) [y que] la ley de la
degeneración suponía degeneración moral. La degeneración política –agrega sobre la base de los
señalados supuestos– depende fundamentalmente, por lo menos a su juicio, de la degeneración
moral (y falta de conocimientos); y la degeneración moral se origina, a su vez, en la degeneración
racial”37. Los groseros anacronismos en que Popper incurre en el plano teórico, cuya mención
hiciésemos más arriba, hacen las veces de fundamento del anacronismo político-moral que nos
presenta a Platón en términos de un pensador racista y totalitario. A partir de ese historicismo de
cuño heraclíteo que Popper le atribuye a Platón; es decir, a partir de lo que sería la concepción del
devenir en términos de un proceso de corrupción gobernado por una suerte de «ley general de la
decadencia» –que se manifestaría muy especialmente en el ámbito microcósmico de la sociedad
humana como la «corrupción política» o descomposición orgánica a la que aquella parecería,
corriendo la suerte universal, irreversiblemente condenada–, Platón habría concebido una instancia
de carácter mesiánico que permitiría hacer frente a los efectos disolventes del cambio, de manera tal
que “...así como la ley general de la decadencia se manifestaba en la decadencia moral conducente a
la corrupción política, así también el advenimiento del punto cósmico decisivo se manifestaría en la
llegada de un gran legislador cuyas facultades de raciocinio y cuya voluntad moral fueran capaces
de poner fin a este período de decadencia política”38. Y es esa instancia mesiánica, a la que Popper
no nombra pero sí caracteriza como tal, la que constituye el nexo entre, por un lado, la constatación
35
? Ibid., p. 30.
36
? Ibid., p. 34.
37
? Ibid., p. 35.
38
? Ibid., p. 36. La cursiva nos pertenece.
de que la sociedad, al igual que todas las cosas, se encuentra sometida a la nefasta ley del cambio y
la corrupción, y, por otro lado, la convicción de que “...la supresión de todo cambio político... [es
susceptible de ser alcanzada]... mediante el establecimiento de un estado libre de los males que
aquejan a los demás estados... [a saber: el estado mejor o perfecto] libre del mal del cambio y la
corrupción... el estado detenido”39. El totalitarismo platónico consistiría, pues, en un proyecto de
«ingeniería social» que –teoría de las ideas mediante40– se propondría resolver el problema
planteado por el historicismo a través de un programa que Popper reduce, en lo esencial, a cinco
puntos (a saber: la división estricta de las clases sociales, con una rigurosa distinción entre
gobernantes y gobernados; la determinación de la «cuestión del Estado» como «cuestión de la clase
gobernante»; el reconocimiento de ciertas virtudes, honores y privilegios al grupo selecto al cual se
le confiere la detención del poder político al mismo tiempo que se lo concibe como una casta
aristocrática sin participación alguna en la vida económica; el uso continuo, sistemático y
complementario de la censura intelectual y la propaganda hegemónica; la autarquía económica del
Estado)41; todo ello, en suma, girando en torno de un concepto de justicia que Popper impugna en la
medida en que, por una parte, se centra en el interés del Estado y no en el del individuo, y, por otra
parte, no se corresponde con lo que nosotros –un «nosotros» con cuestionables pretensiones de
universalidad: nosotros, los liberales; nosotros, los demócratas; nosotros, los defensores de la
sociedad abierta– afirmamos como tal42. Así, el «totalitarismo» de Platón es nada más que el
39
? Ibid. La cursiva le pertenece al autor.
40
? “De acuerdo con nuestro análisis –señala Popper–, la teoría de las Formas o Ideas cumple, por lo menos, tres
funciones diferentes en la filosofía platónica. ( 1 ) Constituye un instrumento metódico de la mayor importancia,
pues torna posible el conocimiento científico puro, e incluso, un conocimiento susceptible de ser aplicado al mundo
de los objetos cambiantes... ( 2 ) Provee la tan ansiada clave para la teoría del cambio y de la decadencia, para la
teoría de la degeneración y la generación y, especialmente, para la historia. ( 3 ) Abre un camino en el reino social
hacia cierto tipo de ingeniería social, y hace posible la confección de instrumentos para detener las transformaciones
sociales, puesto que sugiere la planificación de un «Estado mejor» que se parezca tanto a la Forma o Idea de un
Estado que se halle libre de la decadencia” (Ibid., p. 46).
41
? Cfr. Ibid., pp. 101-102.
42
? “¿Qué queremos decir, en realidad, cuando hablamos de «Justicia»? No creo que las cuestiones verbales de
esta naturaleza sean de particular importancia, o que sea posible responder en forma definida, dado que dichos
términos siempre son utilizados con diversos sentidos. Sin embargo, creo no errar al sostener que la mayoría de
nosotros, especialmente aquellos que tenemos una formación general humanitaria, entiende por «justicia» algo
semejante a esto: ( a ) una distribución equitativa de la carga de la ciudadanía, es decir, de aquellas limitaciones de la
resultado de la evaluación de su pensamiento sobre la base de ciertos parámetros ideológicos que,
lejos de ser puestos a su vez a prueba, se autojustifican en el acto mismo de su aplicación; en una
suerte de petitio principii que, en el caso de Platón, equivaldría a sostener que, porque Platón no
desarrolla un concepto de justicia conforme a las categorías propias del modelo liberal, es, entonces,
un pensador totalitario.
4
Así como a Popper en modo alguno le interesa Platón sino tan solo defender ciertos
principios, los pilares de la sociedad liberal, del ataque en pinza con que el fascismo y el
comunismo se propondrían derribarlos; a nosotros tampoco nos mueve el propósito de preservar la
filosofía platónica per se de la –ciertamente tosca– crítica popperiana. Por supuesto, no hay en ello
una intención aristocrática de destruir o minar los cimientos de la democracia ni el propósito de
contribuir a poner los cimientos de una empresa totalitaria; sí, en cambio, la finalidad de poner
definitiva y suficientemente de manifiesto que la defensa que hace Popper de la democracia no es
más que una reivindicación desde la trinchera de las estructuras formales de la democracia
representativa burguesa, tan celosamente reivindicadas ante el avance de las banderas rojas y las
camisas negras como lógica y asépticamente vaciadas de todo genuino contenido popular. Es
imposible, en este contexto, proceder a la demostración de que fascismo y comunismo de ninguna
manera son homologables en cuanto «peligros» o «amenazas» a la gran «sociedad abierta» de
Occidente; bástenos, por el momento, con observar que el antihistoricismo con que Popper aspira a
minar los cimientos del totalitarismo, entraña, a nuestro criterio, por debajo o por detrás de su
batería ahistórica de supuestos, la más perversa y solapada forma de historicismo: la de que la
historia solo es, desde muy antiguo, y en todos los ámbitos, el enfrentamiento de las fuerzas
«racionales» contra las «irracionales»43 –casi una visión secularizada de la vieja y eterna lucha del
Bien contra el Mal en la cual sería necesario proteger a la razón y a la libertad de las periódicas
rebeliones en su contra. Y el Bien –sobradas pruebas hay ya de ello– muy lejos está de ser no
libertad necesarias para la vida social; ( b ) tratamiento igualitario de los ciudadanos ante la ley, siempre que, por
supuesto, ( c ) las leyes mismas no favorezcan ni perjudiquen a determinados ciudadanos individuales o grupos o
clases; ( d ) imparcialidad de los tribunales de justicia, y ( e ) una participación igual en las ventajas (y no sólo en las
cargas) que puede representar para el ciudadano su carácter de miembro del Estado. Si Platón hubiera entendido por
«justicia» algo semejante a todo esto, entonces nuestra acusación de que su programa es absolutamente totalitario
estaría francamente equivocada y tendrían razón todos aquellos que creen que la política de Platón se asienta sobre
una aceptable base humanitaria” (Ibid., p. 104).
43
? Cfr., por ejemplo, ibid., p. 442.
perfecta sino suficientemente encarnado por las potencias capitalistas que, haciendo gala de la
mayor hipocresía, desangran al planeta, explotan a los pueblos, violan las fronteras, invaden
territorios, alientan dictaduras y golpes de Estado, y, en definitiva, hacen de la humanidad y la
naturaleza tan solo meros recursos al servicio de la potenciación y la acumulación del Capital.
BIBLIOGRAFÍA
BONNET, Alberto R. “Karl Popper y el historicismo: una crítica interna”, en: Razón y
revolución Nro. 5, año 1999 Edición electrónica:
http://www.razonyrevolucion.org/textos/revryr/intelectuales/ryr5Bonnet.pdf.
POPPER, Karl R. La lógica de la investigación científica Madrid, Tecnos, 1980
POPPER, Karl R. La miseria del historicismo Madrid, Alianza, 1973
POPPER, Karl La sociedad abierta y sus enemigos Barcelona, Paidós, 2006.
ROSENBERG, A. El mito del siglo XX S/l, Ediciones Wotan, 2002.
ROUSSEAU, Jean-Jacques El contrato social Edición virtual disponible en:
www.infotematica.com.ar
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