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Vivir de alquiler en Roma: caro y sin comodidades
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Llaves engorrosas. Como hoy día, las puertas de las casas romanas se abrían y cerraban
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con una llave. Las había de varios tipos, aunque acostumbraban a ser de hierro, grandes y pesadas. Llevar la llave encima era cosa de pobres, por eso los ricos delegaban esta tarea en un esclavo o en el portero de su casa. Llave romana hallada en la Galia. [Museo Departamental de Epinal].
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El aumento de población en Roma hizo que se construyeran bloques de pisos que se alquilaban por precios abusivos
Por Pedro Ángel Fernández Vega. Doctor en
Historia Antigua, Historia NG nº 129
Cuenta Tito Livio que, entre los muchos
prodigios que anunciaron en Roma la
llegada de Aníbal atravesando los Alpes en
aquel fatídico 218 a.C., ocurrió que en el Foro
Boario, sede del mercado de ganado, «un
buey había subido por sí solo a una tercera
planta y, espantado por el alboroto de los
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vecinos, se había arrojado al vacío desde
allí». Se trata de la alusión más antigua a la
existencia de bloques de pisos en Roma.
La zona, no lejos del Aventino, formaba
parte del sector popular de la ciudad.
Entonces, el censo de ciudadanos varones,
que vivían tanto en la ciudad como en el
campo (además de los itálicos a los que se
había otorgado la ciudadanía) ascendía a
unos 330.000. Al acabar la guerra, la cifra
descendió a unos 214.000. Sólo en Roma
vivían cerca de 200.000 personas, por lo que
es verosímil que los inmuebles de pisos ya
hubieran aparecido.
Otro testimonio data de 186 a.C., cuando el
cónsul Postumio forzó la declaración de una
testigo para desencadenar la persecución
contra las Bacanales. Postimio pidió a su
suegra Sulpicia, matrona viuda de rango
senatorial, que ocultase a la joven en su
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vivienda: «Se le asignó una estancia en la
parte alta de la casa, cerrando el acceso por la
escalera que conducía a la calle y abriendo
una entrada hacia el interior de la mansión».
La morada también estaba en el Aventino.
El negocio del alquiler
Entre finales del siglo III y comienzos del II
a.C., las insulae o ínsulas (bloques de pisos)
eran habituales en Roma. Sus dueños eran
aristócratas que no desdeñaban los alquileres
como fuente de ingresos, como en el caso de
Sulpicia.
La ley Claudia, del mismo año 218 a.C. en
que ocurrió el episodio del buey, excluía el
lucro como origen de rentas senatoriales,
pero el negocio de los alquileres
inmobiliarios era demasiado tentador como
para despreciarlo. Además, se podía contar
con intermediarios para las operaciones.
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El crecimiento de población en Roma fue
muy intenso. Durante la segunda guerra
púnica, masas de emigrantes abandonaron
un campo asolado por los ejércitos. Tras la
guerra, las oportunidades de trabajo y
promoción social atrajeron población
incesantemente a Roma.
Se calcula que hacia 130 a.C., la ciudad tenía
medio millón de habitantes, y que la cifra
habría vuelto a duplicarse, tal vez hasta el
millón, en época de Augusto, en torno al
cambio de era.
Dar acomodo a una población en constante
aumento fue posible gracias a un mercado de
viviendas de alquiler muy desarrollado:
entre el millón escaso de personas que vivía
en Roma se contaban 750.000 plebeyos libres,
de 100.000 a 200.000 esclavos y en torno a
20.000 personas entre soldados, caballeros y
las familias de unos 300 senadores. Las
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desigualdades sociales crearon una Roma
con una minoría de rentistas y una gran
masa de inquilinos.
Las regulaciones de alturas para los bloques
de pisos, que Augusto estableció en siete
plantas y Trajano rebajó a seis, indican que la
especulación se impuso y que se resistía a ser
controlada. Aunque en época imperial se
generalizó la construcción de ladrillo y
mortero, en los últimos siglos de la
República los incendios fueron muy
habituales: han quedado registrados más de
cuarenta. Vitruvio culpaba de ellos al opus
craticium, el zarzo, un entramado de varas
revestidas de arcilla que se usaba para hacer
tabiques, sobre todo en los pisos altos, y que
demostró ser muy combustible. Por ello
estaba contraindicado encender fuego en el
interior de las viviendas.
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Es probable que esto explique la presencia de
numerosos thermopolia –establecimientos que
despachaban comida caliente sobre la
marcha– en las calles de las ciudades
romanas.
[BRIDGEMAN / INDEX]
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[La hora de la comida. La mayoría de la
gente acudía a comer a los thermopolia,
establecimientos de comida rápida. Comida
familiar. Relieve del siglo III. Museo de la
Civilización Romana, Roma].
Aulo Gelio reconoce con pesar que «si se
pudieran evitar los incendios de que son
presa con tanta frecuencia las casas de Roma,
me apresuraría a vender mis campos para
hacerme propietario en la ciudad», porque
«las rentas que producen las propiedades
urbanas son elevadas».
El otro gran riesgo de los pisos en Roma
fueron los desplomes, como cuenta Juvenal:
«Nosotros habitamos en una ciudad apoyada
en gran parte sobre débiles puntales; pero
cuando el administrador apuntala las
paredes que amenazan ruina o tapa la
abertura de una grieta antigua, dice que ya
podemos dormir tranquilos teniendo la
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amenaza encima». Séneca coincide en que el
apuntalamiento es «harto económico» y, por
lo tanto, muy rentable.
Las casas de vecinos
El mercado de alquileres en Roma se
renovaba cada año. Los contratos entraban
en vigor el primero de julio y se pagaban a
año vencido. Es posible que tras esa fecha lo
que quedara sin alquilar bajara de precio.
Suetonio cuenta que Tiberio despojó de la
túnica laticlavia –la túnica senatorial, con
amplias bandas púrpura– a un senador «que
se había ido a vivir al campo por las calendas
de julio, con la intención de alquilar después
una casa más barata, cuando se hubiera
pasado el plazo de arriendo en Roma».
Como el inquilino debía permitir el acceso al administrador, es probable que, salvo en contratos firmados por varios años, cada junio nuevos inquilinos potenciales visitasen
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la vivienda. Era una hábil estrategia para presionar al residente e intentar subir la renta, ya de por sí cara. Juvenal dice que en las ciudades vecinas «se compra una casa cómoda por el precio por el que [en Roma] alquilas un tugurio por un año». A finales de junio, el trasiego de quienes se mudaban y quienes se marchaban sin pagar tenía que ser incesante.
Los cenáculos, los distintos apartamentos que formaban una ínsula, eran, así, inseguros y caros.
Un cenáculo normalmente consistía en una habitación principal, el medianum, provista de ventanales a la calle o al patio. Desde allí se accedía al resto de cuartos, la mayoría sin ventana. En las primeras y segundas plantas se alojaban gentes de posición media. Incluso Séneca, el filósofo y mentor de Nerón, vivió tras su retiro de la vida pública sobre unas termas, y reconoció tener un inquilino
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carpintero; en su descripción, los ruidos de la calle y las voces de los vendedores pregonando mercancías, se amalgaman con los sonidos del agua y de los masajes de las termas. En las plantas bajas, comercios, talleres y tabernas formaban una pantalla junto con otros locales abiertos a la calle que se alquilaban como viviendas a los más pobres (cellae pauperum). Detrás se parapetaban las residencias más acomodadas, las casas señoriales, que se distanciaban de la calzada por un largo corredor y estaban estructuradas en torno a atrios y patios de columnas.
Cuchitriles para los pobres
La necesidad de vivienda provocó que
cualquier lugar fuera bueno para vivir con
tal de poder estar a cubierto, y eso incluía las
buhardillas repletas de palomas, bajo el
tejado.
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Entre los apartamentos de las plantas bajas y
los áticos había una auténtica estratificación
social en altura. A más escalones que subir,
el precio bajaba. Los juristas registran que se
podían subarrendar los cuartos de un piso
que ya se había alquilado.
Los inquilinos pobres, que vivían bajo el
tejado, muchas veces disponían sólo de una
habitación y ni siquiera contaban con
sanitarios. Una tinaja al pie de la escalera
podía servir para vaciar la bacinilla, pero
muchos preferían tirar los desechos por la
ventana. Juvenal no recomendaba salir de
noche por Roma: «Los peligros se cuentan
por las ventanas que en tal noche estén
abiertas y vigilantes a tu paso. De modo que
formula un deseo: llévate contigo este anhelo
miserable, que se contenten con vaciar sus
anchos bacines».
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Para saber más
La casa romana. P. A. Fernández Vega. Akal,
2003.
«Especulación inmobiliaria en
Roma». Historia NG, n.º 49.
http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/secciones/
9495/vivir_alquiler_roma_caro_sin_comodidades.html?_page=2
[14/11/2015]
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