algunos poemas de víctor villegas (1924- )
Post on 27-Dec-2015
12 Views
Preview:
TRANSCRIPT
VÍCTOR VILLEGAS (1924)
Nació en San Pedro de Macorís el 22 de septiembre de 1924. Allí estudió las primeras letras y demostró desde muy temprano afición a la poesía, publicando sus primeros trabajos en El Este y en el periódico semanal del Teatro Aurora. Uno de sus mentores fue el poeta Francisco Domínguez Charro. Ya en la capital se gradúa en la Universidad de Santo Domingo de Doctor en Derecho y se integra a la «Generación del 48», también llamada por Rafael Valera Benítez «De Postguerra» y por el propio Villegas «Generación Integradora», ya que, además de que se reconocían continuadores de «La Poesía Sorprendida», deseaban mantener los contactos con todo lo que hasta entonces existía de avanzado en el país, fuera esto postumismo o una poesía de corte social como la de Pedro Mir y Héctor Incháustegui Cabral.
María Ugarte en El Caribe y Pedro René Contín Aybar en los Cuadernos Dominicanos de Cultura fueron factores de cohesión para este grupo que aglutinaba a poetas como Rafael Valera Benítez, Lupo Hernández Rueda, Abelardo Vicioso, Máximo Avilés Blonda, Ramón Cifré Navarro, Luís Alfredo Torres, etc., todos ansiosos por continuar una tradición poética que ya contaba con nombres vigorosos.
Víctor Villegas figura entre los más dotados del grupo, aunque sus inicios en las nuevas modalidades fueron vacilantes. Hay que esperar a los Diálogos con Simeón para conocer ampliamente los aciertos de este poeta que ya empezaba a dar pasos seguros rehuyendo las publicaciones apresuradas. Su poesía se acerca al hombre dominicano con fuerza y delicadeza a la vez mezclando, a una suprarrealidad controlada por la razón, los ecos de una poesía oral, que casi pretende explorar el folklorismo, los paisajes y las figuras regionales elevándolos a una significación social. Es en su último libro, titulado Poco tiempo después, donde el poeta se encierra en sí mismo, transfiriendo sus auscultaciones poéticas a su propio interior, trabajando la palabra con una densidad llena de significaciones. Sólo te habito cuando duermo, le dice a su cuerpo, estableciendo así una bipolaridad entre la realidad y la imaginación que es la que le ha permitido expandir su poesía. Poeta y caballero, su personalidad se ha clarificado en nuestro medio en la fidelidad de sus amigos y en el continuo trato con su trabajo literario, cada vez más depurado y más hondo.
Presidente de la Unión de Escritores Dominicanos y miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Española. En 1982 obtuvo el Premio Anual de Poesía con su libro Juan Criollo y otras antielegías.
OBRAS PUBLICADAS:
Diálogos con Simeón (1977), Charlotte Amalie (1980), Juan Criollo y otras antielegías (1982), Pedro René Contín Aybar, selección y prólogo de su poesía (1984), Botella en el mar (1984); Cosmos (1986), Poco tiempo después (1991), La luz en el regreso (antología, 1993).
DIÁLOGOS CON SIMEÓN
ITINERARIO DEL DOLOR
Si deseas amar, ven conmigo en
silencio. Haremos la jornada.
En la ruta del mar desciende el horizonte
y crece,
porque el ocaso roba vientos, y nubes
y ensancha la esperanza al sol.
Otras tierras inundan las sonrisas
y como un marinero, el alma es ruta
ardiente hacia sus playas.
Pero este Sur, de espinas y de piedras,
donde el corcel del hambre
intimida las lluvias,
devora las mañanas, la vida la hace
ingrata y muere.
Entre machuelo y redes, entre breñales
y alpargatas,
un mes a veces sin aliento,
otro en punta de maíz podrido,
la vida pasa, transcurre hueca
porque ni siquiera el don de la tristeza,
que es una medianoche de amor
y de naufragio,
habita en estos hombres que tú y yo,
camarada, tomándoles las manos,
acariciando sus cabellos y sus lágrimas,
hemos encontrado endurecidos,
aptos para la insurrección
porque ellos, como el guayacán,
ni se caen ni se doblan.
Me temo que es esto lo que amo,
las mil casas de yagua o de clavó,
las dos calles que el cura ha apisonado
arengando, insultando,
porque es pecado acudir a los garitos,
gritar en las galleras al canelo
o al pinto,
rociarse de aguardiente, de
salvaje alegría, de menstruación.
En vano buscarás un edificio; no,
de ninguna manera en un trayecto
donde se desea ser laborioso
pero la tierra es ajena;
donde es viril la juventud,
sedienta en sus instintos y en sus ojos
pero que se desgasta en un
recodo del pequeño parque.
Me temo que es esto lo que amas
porque hay una fuerza irresistible
en tanta soledad y desamparo.
Ves que hay un silencio de
muerte y azucenas
que parece salir de las ventanas.
Las noches oscuras se inundan
de lechuzas
y ante el presagio, el signo de la
cruz y el rezo sobrecoge
los barrios.
Nada pasará, sin embargo.
Seguirá el barbero murmurando
el cotidiano acontecer del
municipio,
vomitará el borracho en la
puerta de la iglesia ante
la indiferencia de los pordioseros,
será más falsa la supuesta
amistad del comandante
y el mandamás del pueblo;
habrá más sequía y menos plátanos
y menos vida y más flores,
sí, porque ellas son como los
hombres que se levantan en
medio de las ruinas a proclamar
su belleza permanente.
Si deseas amar, ven conmigo en
silencio. Tomemos esa ruta
donde verde es el cielo y
la mañana
y el perfume es tan verde que
tiñe los contornos de la
noche y el viento.
«Hay unas vegas las más hermosas
del mundo,
sus montañas altísimas,
sus puertos primorosos.
La muchedumbre de sus ríos,
sus buenos aires, contribuyen
a su salubridad». Así decían
los capitanes.
Sin embargo, sus arcabuces
y sus cuchillos instalaron
los mayorales,
parcelaron el cielo, la tierra,
los ríos,
y lo que era de todos pasó a ser
para unos pocos,
y el tiempo transcurrió y crecieron
las campiñas y los ruiseñores
y se inundó el aire de polen,
de queso, de olor a estiércol,
y lanzar una semilla era
como tirar un puñado
de monedas de oro.
Desde entonces se dice que ahí nació
maríasantísima.
Yo en particular no creo que sea cierto.
Nadie la vio nunca, ni siquiera
en los tambores ni en los güiros,
ni en las tonadas de Ma Teodora,
ni en la sangre de la luna degollada.
Tampoco en los vicios,
en los banquetes al recién llegado,
en los primeros pobres que fueron
negros y mulatos y paludismo.
No entiendo, si fue cierto, por qué
trazó a esa gente dos caminos,
uno por donde iban casi todos
sin cantos, sin estrellas, a la muerte;
otro por donde regresaban setenta y cinco
con risas y espadas
a la vida.
¿Dime Simeón, por qué enfrentó
los hombres a los hombres
y cercenó a la mayoría sus deseos?
¿Por qué es ancho este caudal
de angustias
si es verde el cielo y la mañana
y el perfume es tan verde que tiñe
los contornos de la noche
y el viento?
Si deseas amar, ven conmigo
en silencio. Nuestro camino ahora
tendrá sabor de espumas y de peces,
de chimeneas y balandros.
Al término, un pequeño recodo
junto al sol que ciertamente nace
ahí mismo, porque, según nuestros abuelos,
más allá de los pendones rubios
y cubierta por una intransitable rosa roja,
está la cueva jovovava que también distribuyó
los primeros pobladores de la isla.
Por los acantilados, donde son risueños
los ahogados nocturnos,
una medusa, en tiempo inmemorial,
mientras se iluminaba de relámpagos el vésper,
desembarcó gente, mucha, y eran
blancos y rubios, y cuarterones y
negros y amarillos, y hablaban
así, que no se entendían, pero
se mezclaron con los que ya dialogaban
con el jabillo y el capá.
Entonces fueron como hermanos
porque de noche iban a pescar
y regresaban en la madrugada llenos
de escamas y leyendas y sueños.
Todo fue creciendo, los hijos, las vacas,
los alambres, las calles, los puertos
no fabricados, la lluvia a medio hacer
y hasta la cruz de la iglesia cuando
le pusieron un reloj debajo
para que solamente diera las horas de la
medianoche.
Dicen, Simeón, que la gente reía,
que el esposo ayuntaba a la esposa
a cualquier hora, y que los novios
fornicaban en cualquier parte, porque,
¿qué mejor que una descendencia dueña de
las flores y del mar?
Ni siquiera el alcalde le puso el nombre
al río, porque antes de él nacer
los arbustos y el eco lo llamaban Higuamo.
Un día, inesperadamente, unos hombres
grandes con los ojos azules trazaron
rayas, midieron la pared del viento,
rielaron la mañana, la inundaron de ollín
y azúcar y látigo, levantaron
la rosa y tapiaron de hierro y sangre
la cueva jovovava.
Ese día sin dios estrecharon al pueblo,
arrinconaron sus ansias,
cayó el sol en pedazos y no hubo ya
paz ni amor ni vida.
ELEGÍA DE LA MUERTE
Eres desde mañana y desde siempre has
sido simple, hermosa muerte,
solo y delicado pétalo atrapado en las
aguas de todas las riberas.
Cuerpo de espuma, itinerante alondra eres
en los pasillos del deseo,
si se te desea, multitud de caminos,
jubiloso retorno,
cálido vuelo de secretas palomas.
Quien hacia ti vuelve sus pasos
y su rostro,
ansía una distante lluvia caída
en el olvido,
una gota de luz de noche permanente,
procura un goce de colina lejana,
una ruta de viento entre los bosques,
un hueco, hermosa muerte,
para la tibia soledad.
Cierto que el roce de un día
que transcurre
es igual que una inútil tentativa
de amor;
que el árbol milenario es roca
en el viento y en la tierra es profunda
cascada hacia
el misterio,
y todo muere,
todo de ti tiene tu ausencia,
tu voz que ha de llegar,
el soplo donde esparces tu huésped
predilecto.
Por eso te pareces a un torso
de mujer cuando un filo invisible
se acerca a sus contornos,
y te contiene el grito, el nido
y la montaña,
y estás sola en la puerta y la mano
que la abre;
y en lo desconocido, donde puede
una llama,
un presuroso aliento de botón
o de infancia,
desnudos son tus pasos,
vacías
tus paredes.
Sí, ya lo sé, también puedes llamarte
Marta,
y te regocijas y me regocijo porque
te he conocido en muchas partes.
Te sentí en los barrotes de la cárcel
mientras mordía mi rabia y
esperaba el sonido de las
llaves,
y hablaste con vehemencia, con voz
dulce, de los tontos,
de los fuertes que evaden
tu presencia;
te palpé, asime de tus hombros,
de tu bulla,
de tus mangas de oro, Marta, muerte,
cuando me perseguía el débil, el
que temía la voz
el de las sombras.
Te conocí en los parques y
en los cines y aún
buscaba importunarte en
los viejos recuerdos,
hacer necias preguntas y
proyectar tu imagen luminosa.
Si te encontré, si te ayudé a
levantarte de tantas emboscadas,
si te auxilié ahogándote,
volcándote,
muriéndote,
si fui tu confidente en el puñal
que quisieron hundir en tus
caídas,
por qué he de soslayar el lecho
que me tienes.
Imposible negar, Marta, que eres
más breve que la vida y
su más delgado instante,
más fugaz que el caer de la fruta o del
sonido que dejan atrás
las mariposas.
Y sin embargo, te sospecha la
gente,
huye despavorida, se arrincona,
basca los túneles,
el tupido ramaje, el ajo y las tijeras,
y cuando ve tu piel cubierta de ceniza
misteriosa
edifica en su sangre
su último refugio.
No te comprenden, te huyen, hermosa
muerte, Marta,
te denostan, te insultan llamándote
guadaña, parca;
si hay tesoros te nombran funeral,
velorio si es el pobre el que te
encuentra;
y a la verdad, por qué rondas la
cárcel,
por qué azotas los barrios miserables y te vistes
de sífilis, de hambre,
de tuberculosis mientras olvidas
las fachadas de mármol y las
barrigas de mármol y las
barrigas hartas;
porque tiendes al brazo redentor y a las frentes
erguidas tu celada,
y cuando nadie espera;
apareces de noche, de repente.
No te comprenden, te huyen Marta,
te blasfeman,
y eres tanto como el pozuelo donde
se bebe el té,
como los dedos amorosos que reparten
el pan,
como los utensilios que usan las abuelas
en ciertas ocasiones.
Eres llama permanente en la otra
orilla,
lámpara encendida ha mucho tiempo.
ENTRAR A LA MEMORIA SI ESTÁ SOLA
Entrar a la memoria si está sola
tocar su dimensión
y no llegar al límite
oírla cuando habla
escuchar su silencio
toda voz me refleja y se refleja.
Somos su vino
su muerte
las puertas que no abrimos
por dentro
somos el hombro de la casa
donde habita.
¿Hay acaso memoria
en la materia?
Si estamos detenidos
y ni siquiera vemos
y no venir lejos
es no llegar muy lejos
cruzar su dimensión
hacerla que florezca.
DIOS HIZO AL HOMBRE A SU IMAGEN Y SEMEJANZA
A Alberto Ulloa
I
Dios hizo el hombre a su imagen y semejanza
más, el hombre habló, rota la calma
fuego en las piedras
escrita la primera burla a su imagen en el agua.
En las manos la hacienda
pequeña la almendra en la montaña
y él, más alto que su oreja.
Pies de hielo o fuego encima de la lluvia
casas de cal o mármol en su vientre
y su lugar fue todo el orbe
luz y no sombras si lo hubiera querido.
Cerró lámparas
abrió caballos al alarido de las llamas
derribó puertas y sonidos.
Entonces inventó la muerte.
II
El hombre creó la estatua
a su imagen y semejanza.
Ella no habló
más con su nombre de arena
azul para el silencio de su cuerpo
voló desde su tiempo inapelable.
Habitada en sí misma
músculos y nervios bajo los pliegues
de su piel
espectrales ciudades bajo los pliegues
de su piel
miró su forma pura, altísima,
en todos los lugares y en ninguno
y como era estatua y no hombre
en su inmóvil vestido
entró a los animales y a la vida.
III
Y Dios contempló la estatua
su criatura perfecta.
top related