aa. vv. - dinamita cerebral
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Publicado originalmente en 1
con el título de «Dinamita CereAntología de los cuenanarquistas más famosos». Encompilación, que va precedidasu prólogo original escrito por JMir, se reunen los siguientes text
1. ¡Sin trabajo! (Émile Zola)2. Los dos hacendados (MagdalVernet)3. El culto de la verdad Strindberg)
4. El nido de águila (He
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Pontoppidan)5. El hurto (Francisco Pi y Marga
6. El Cuervo (Francisco PArsuaga)7. Escrúpulos (Octavio Mirbeau)8. El Ogro (Ricardo Mella)9. El Central Consuelo (Ramir
Maeztu)10. La Prehistoria (J. Martínez Azorín)
11. La Justicia (Carlos Malato)12. ¿Será eterna la injustic(Anselmo Lorenzo)
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13. La Justiciera (Bernard Lazar14. Coloquio con la vida (Má
Gorki)15. Un cuento de año nue(Anatole France)
16. In vino veritas (José Prat)17. La casa vieja (F. DomNieuwenhuis)18. El asunto Barbizette (JacConstant)
19. Matrimonios (Julio Camba)20. Jesucristo en Fornos (JuBurell)
21. La Gloria Militar (Alfonso K
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AA. VV.
Dinamitacerebral Antología de los cuentosanarquistas mas famosos
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ePub r1.0diegoan 12.08.15
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Título original: Dinamita cerebral AA. VV., 1913
Editor digital: diegoanePub base r1.2
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Prólogo
Si la literatura sólo sirviese pentretener a los desocupados y hacer reír a los satisfechos,
apreciaríamos el trabajo de un escen más de lo que apreciamos bufonadas de un payaso.
Este nos divierte un momemientras que el escritor ejerce nfluencia poderosa en nuestra ma
de sentir y de pensar. Nada en el muproduce una impresión tan duradenfluyente como la palabra escrita; mportancia crece a medida que
ndustria facilita progresivamente
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medios de reproducción y propagade los papeles impresos.
Todos en la juventud hemos tenuestros autores predilectos, que marcado una orientación decisivanuestra vida intelectual, moral
artística.Terminó el escritor hace añosibro en que puso lo mejor de
personalidad; dedicó luego su atencotras cosas; tal vez ya murió; peribro ha quedado, y personas que é
conoció, personas que no le conocicontinúan experimentando las emocque allí grabó su arte, sean de conso de reflexión, de esperanza o
sufrimiento, de bondad o de horror.
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Se realiza en esto como una espde transmisión de herencia, para opa cual no se requieren derechos
progenitura, sino afán de sabecapacidad para comprender. Janingún otro legado se repartió
mayor justicia, ni dio a los heredmás preciosas riquezas.Hubo siempre artistas y escrit
asalariados y tuvieron sus defensorel mundo de las letras todas regresiones de la historia y todasviolencias, maldades y suciedapero, por fortuna, nunca las meretde la inteligencia llegaron a las altdel arte sublime de los gran
maestros; porque si también
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mercenarios pueden dominar la técnpulir las expresiones, en cambio tivedado el noble arranque de espontaneidad y les falta la grandezpensamiento que es bello porqueverdadero y que llega al corazón po
es hermosamente humano.Aquellos mismos cuya lozuventud floreció en bellezas liter
pletóricas de vida y de pasión, appudieron producir obras amaneradsin fondo cuando, después de haceptado el plato de lentejas, quisiagradar a los poderosos y justificaastimosa caída desde las cumbreos ideales al lodazal de las vill
conveniencias.
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No reina el servilismo en aquealturas. La inteligencia del homnaturalmente busca la verdad ycorazón espontáneamente se dirigbien. Así se explican los preciosconstantes servicios de la literatur
pro de los más sublimes ideales dhumanidad.Esto no es decir que los gran
artistas, pensadores y escritoresdiferentes épocas y países tengan tel mismo credo, profesen igudoctrinas o pertenezcan al mipartido, ni mucho menos.
Léanse los nombres de los autque se han reunido en este libro
verá que muchos van por cam
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diferentes, que tal vez sean contrentre sí; pero todos se encuentran ealta cima. Hay algo que está en todmás alto que todos.
Cada uno tendrá sus opiniones particular historia; sin embargo, t
convienen, más que en el pensamien el sentimiento, en lo profundamhumano. Concuerdan todos en la pro
contra la injusticia.Se ha coleccionado en este voluun pequeño número de cuentos cpodrían reunirse docenas y centende magníficas obras literarias ustificarían más y más el títuloinamita cerebral , inventado por Jo
Llunas, antiguo internacional y edito
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semanario catalán La Tramontancomo oposición a la violensistemática de los dinamiteros.
El arte es revolucionario, pensamiento es revolucionario, corazón del hombre es revolucionar
así será mientras la tiranía monstruosa, mientras se funde eerror y mientras sus obras s
malvadas e injustas, que es como dmientras la tiranía exista en cualqude sus formas.
Si en algo han contribuido a la obra de la emancipación integral hum al esclarecimiento de las concien
quedarán satisfechos los que pub
este libro buscando más la divulga
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de las ideas que los materibeneficios.
Juan M
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¡Sin trabajo!
Émile Zola
Por la mañana, cuando los obrlegan al taller, encuéntranlo frío, c
obscurecido con la tristeza quedesprende de una ruina. En el fonda sala principal, la máquina
silenciosa, con sus brazos delgadosruedas inmóviles; y ella, cuyo sop
movimiento animan habitualmente a casa, con los latidos de su corazógigante, incansable en la faena, agreconjunto una melancolía más.
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El amo baja de su despacho y aire de tristeza dice a sus obreros:
—Hijos míos, hoy no hay trabaYa no vienen pedidos, de todas parecibo contraórdenes, voy a quedacon las existencias entre las manos.
mes de Diciembre, con el cual coneste mes que otros años es de trabajo, amenaza arruinar las casas
fuertes… Es preciso suspenderlo toY al ver que los obreros se munos a otros, con el espanto quembuye la idea de volver a casa, co
miedo del hambre que les amenaza el día siguiente, añade en voz más b
—No soy egoísta, no, os lo jur
Mi situación es tan terrible, más ter
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al vez que la vuestra. En ocho díaperdido cincuenta mil pesetas. Hoyel trabajo para no ahondar más la sni siquiera tengo los primeros ccéntimos de la suma que necesito mis vencimientos del 15…
Ya lo veis, os hablo como un amnada os oculto. Tal vez mañana mvengan a embargarme. No es nuest
culpa, ¡no es cierto! Hemos luchhasta última hora. Hubiera queayudaros a pasar días de apuro; odo ha acabado, estoy hundido;engo ya ni un pedazo de pan partirlo.
Después les tiende la mano.
obreros se la estrechan silenciosam
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Y durante algunos minutos permanallí, mirando sus herramientas inúcon los puños cerrados. Otros ddesde el amanecer, las limas cantaos martillos marcaban el ritmo; y
aquello parece que duerme ya e
polvo de la quiebra. Son veinte, reinta familias que no tendrán comer la semana próxima.
Algunas mujeres que trabajan efábrica sienten las lágrimhumedecerles los ojos. Los homquieren aparecer más resueltos.hacen los valientes, diciendo qugente no se muere de hambre en PLuego, cuando el amo los deja y le
alejarse, encorvado en ocho d
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abrumado tal vez por un desastremayores proporciones que confesadas por él, van saliendo unouno, ahogados por la angustia, cocorazón oprimido, como si salierancuarto de un muerto. El muerto e
rabajo, es la máquina grande permanece muda y cuyo esqueletdestaca siniestro en la sombra.
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II
El obrero está fuera de su casa, ecalle, en medio del arroyo. Ha pasas aceras durante ocho días
encontrar trabajo. De puerta en puerdo ofreciendo sus brazos, sus maofreciéndose él en cuerpo y alma cualquier faena, para la más repugna más dura, la más nociva. Y toda
puertas se han cerrado.Entonces se ofreció a trabajar p
mitad del jornal; pero las puepermanecieron cerradas. Aunrabajase de balde no se le po
admitir. Es la paralización del trab
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a terrible paralización que tocmuerto para los que habitan enbuhardillas. El pánico ha paradondustrias, y el dinero, cobarde, s
escondido.Al cabo de ocho días todo
concluido. El obrero ha hecho entativa suprema y ahora vuelve paso tardo, con las manos vac
abrumado de miseria. La lluvia aquella tarde París, inundado de baparece fúnebre. El hombre va andarecibiendo el chaparrón sin sentirlooyendo más que su hambredeteniéndose para llegar menos prInclínase sobre el parapeto del Sen
río, cuyo caudal ha aumentado, c
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con un rumor prolongado; la espblanca se desgarra en salpicadurauno de los tramos del puente. Inclímás, la colosal riada pasa debajo danzándole un llamamiento furi
Después, piensa que sería una cob
se va.La lluvia ha cesado. El gas flaen los escaparates de las joyerías
rompiese un cristal, tomaría pan algunos años con abrir y cerrar la mLas cocinas de losrestaurants sencienden; y detrás de las cortinamuselina blanca, ve gentes que coApresura el paso, vuelve a subir abarrios extremos, encontrando en
camino las asadurías y pastelerías
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odo París comilón, que se exhibe horas del hambre.
Como la mujer y la pequeña llorpor la mañana, les ofreció llevarlespor la tarde. No se ha atreviddecirles que había mentido, antes de
anocheciese. Al ir andando, pregúncómo entrará y qué les contestará que tengan paciencia. Sin embargo
pueden permanecer más tiempo comer. Él probaría aún, pero la mua pequeña son muy débiles.
Un momento se le ocurre pimosna; pero cuando una señora
caballero pasan a su lado y él intalargar la mano, su brazo se parali
a voz se ahoga en su garganta.
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Entonces permanece plantado eacera, mientras los transeúadinerados le vuelven la espacreyéndolo borracho, al ver su fsemblante de hambriento.
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III
La mujer del obrero ha bajado puerta de la calle, dejando arriba niña dormida. La mujer es muy delg
leva un vestido de percal. El vihelado de la calle la hace tiritar.Ya no le queda nada en casa: tod
levó al Montepío. Ocho días sin trabastan para vaciar una casa. La vísvendió a un trapero el último puñadana de su colchón: el colchón se fu
ahora no queda más que la tela. arriba la colgó delante de la ventpara impedir que entre el aire, porq
niña tose mucho.
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pedirle una peseta prestada, peroencontró también tal miseria, quechó a llorar, sin decir nada, y las su hermana y ella, estuvieron llormucho tiempo. Luego, al marcharsofreció llevarle un pedazo de pan
marido volvía con algo.El marido no vuelve. La lluvia a mujer se refugia en la puerta; gra
gotas de agua caen a sus pies;polvillo de agua atraviesa su faldratos se impacienta, se echa fuepesar de la lluvia, va hasta el final calle para ver si ve a lo lejos al espera. Y cuando vuelve, toda mopasa la mano por sus cabellos
escurrir el agua; aun cobra pacie
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sacudida por cortos calofríos de fiebLos transeúntes al ir y venir
codean y la pobre mujer se encuanto puede para no molestar a nLos hombres la miran frente a frentratos siente alientos calientes qu
rozan el cuello. Todo el Psospechoso, la calle con su lodo,claridades crudas y el rodar de
coches, parecen querer cojerlaarrojarla al arroyo. Tiene hampertenece a todo el mundo. Enfrenteun panadero, y la pobre mujer piena pequeña que duerme arriba.
Después, cuando al fin el maaparece, rozando como un miserabl
paredes de las casas, se precipita
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encuentro, y le mira ansiosamente. —¿Qué hay? —dice balbuceandEn vez de contestar, el obrero
a cabeza. Entonces, la mujer subprimera, pálida como una muerta.
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IV
Arriba la pequeña no duerme. Sedespertado, y está pensando enfrenun cabo de vela que se extingue e
extremo de la mesa. Y no se sabepensamiento terrible y doloroso sobre la faz de aquella chicuela de años, con rasgos serios y marchitomujer hecha.
Está sentada sobre el borde cofre que le sirve de cama. Sus desnudos tiemblan de frío, sus manomuñeca enfermiza aprietan contrpecho los trapos con que se cu
Siente allí una quemadura, un fuego
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quisiera apagar. Está pensando. Nunca ha tenido juguetes. No p
r a la escuela porque no tiene zapRecuerda que cuando era más peqsu madre la llevaba a tomar el sol. aquello está lejos. Fue preciso mud
habitación, y desde aquella épocparece que un gran frío sopló dentrsu casa. Desde entonces nunca ha es
contenta; siempre ha tenido hambre.Es una cosa profunda en la penetra sin poder comprenderla. qué, ¿todo el mundo tiene hambreprocurado, sin embargo, acostumba eso, pero no ha podido. Piensa qudemasiado pequeña y que es precis
grande para saber. La madre sabe
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duda, esa cosa que se oculta a los nSi se atreviese, preguntaría quiénrae así al mundo para que se te
hambre.¡Luego, en su casa todo es tan
Mira la ventana, donde el viento sa
a tela del colchón, las paredesnudas, los muebles rotos, aquella vergüenza de buhardilla, qu
falta de trabajo ensucia con desesperación.Imagina haber soñado
habitaciones bien calientes, en lashabía cosas que relucían; cierra lospara volverlas a ver, y a través depárpados adelgazados, la llama d
vela se convierte en un gran respla
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de oro, en el que desearía entrar. Peviento sopla y por la ventana llegacorriente tan fuerte de aire queproduce un acceso de tos. La niña os ojos llenos de lágrimas.
Antes tenía miedo cuando la dej
sola; ahora no sabe, lo mismo leComo no se ha comido desde la víscree que su madre ha bajado a bu
pan. Entonces esta idea la diviCortará su pan en pedazos pequeños irá cogiendo despacio, uno por
Jugará con su pan.La madre ha vuelto, el padre
cerrado la puerta. La niña les miramanos a los dos, muy sorprendida
como nada dicen, al cabo de
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momento la pequeña repite con toncanturia:
—Tengo hambre, tengo hambre.El padre, en un rincón, se ha co
a cabeza entre los puños; permanece abrumado, sacudidas
espaldas por desgarradores silenciosos gemidos. La maconteniendo sus lágrimas, acuest
pequeña. La tapa con todos los andque hay en la casa; le dice que buena, que duerma. Pero la niña, que el frío hace dar diente con dienque siente el fuego de su pecho quemcon más fuerza, se hace atrevidacuelga del cuello de su madre y
quedito:
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—Di, mamá, le pregunta, ¿peroqué tenemos hambre?
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Los dos
hacendadosMadeleine Vernet
En cierto país de América vivíanhacendados inmensamente ricos c
propiedades vastísimas colindabanuno cultivaba la caña de azúcar, el el café. Sus plantaciones eran sobe magníficamente cuidadas por escl
negros.La ley de aquel país prohibía a
amos de esclavos que vendieran
crías de sus negros y que
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desembarazasen de sus servidores pretexto de vejez. Al compraresclavo, el amo venía obligadoconservarlo hasta que muriese. dominio de cada colono formaba desuerte un pequeño Estado.
Pero sucedió que un día hacendado del café y el hacendado caña de azúcar notaron que aumen
siempre el personal que tenían alimentar, sin obtener por esto abundantes cosechas. Había, pexceso de gastos y disminuciónbeneficios.
Los dos llegaron a estar pensativ
* * *
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El hacendado del café tuvo una iaumentó la tarifa de los productos.
—De este modo, pensaba, cubridiferencia.Y jugando a las cartas con su vec
el hacendado de la caña de azúcaconfió su remedio. —Es excelente, —dijo el otro—
voy a imitaros.Ambos elevaron los precios de
mercancías; pero como todos Estados de América no esta
sometidos a la misma ley, los oproductores no aumentaron los precnuestros dos hacendados no pudivender sus cosechas.
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Hubieron de resignarse a vendeprecio del mercado, como los otrosdebatían los sesos para hallar remedio.
* * *
A su vez, el hacendado de la cañazúcar tuvo una ocurrencia.
—Reduzcamos la alimentaciónnuestra gente.
—¡Eureka! —gritó el vecino.Los alimentos fueron reducidos
os redujo hasta lo estrictamnecesario para la vida.
Pero también esta vez el resul
fue malo: los negros, mal alimenta
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se rendían y el trabajo se resentíello. De suerte que, si había disminución de gastos, había tamdisminución de beneficios.
Se ensayó entonces persuadir anegros que no se juntasen con
compañeras, que no tuviesen hijos, se rodearon sus uniones de una sercomplicaciones y dificultades. Pero
nfelices —no teniendo otro placomo decían—, querían, a pesarodo, tener una mujer y tenían hijopesar de todo.
La situación era siempre mala.Y hasta se agravaba. Maltrata
mal alimentados, los negros comenz
a murmurar y cruzaban por sus cere
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veleidades de rebeldía.Los dos hacendados veían con te
aproximarse la hora de una insurrec¿Qué sucedería? ¿Serían los necapaces de apoderarse de todasriquezas que su trabajo ha
producido?Era necesario a todo trance conjel peligro. Los dos hacendados
reunieron y, después de jugar partida, con acompañamiento de de excelente moka —con el café de el azúcar del otro—, convinieron eercer remedio, que calificaron nfalible. Así, restablecida ranquilidad, se despidieron con
apretón de manos.
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Al día siguiente, visitando el límitsu propiedad, el hacendado del notó que las cañas de azúcar se ha
apoderado de una faja de terreno según él declaraba, le pertenecía.En seguida, envió una delegació
negros a requerir a su vecino, que escoltado por una delegación desuyos.
—Este es el caso, —dijo en
agrio el hacendado del café—; vuecañas invaden mi terreno. —Perdonad, replicó el otro no
ono menos acerbo; ese terreno
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pertenece. —Nunca; mirad donde están
alones. —Señor mío, los límites han
cambiados y yo os acuso de habrasladado para buscarme querella.
—Mis fieles amigos, —entonces el hacendado del volviéndose a sus negros—, yo os t
por testigos del insulto que se me ade hacer. —Y vosotros, mis bue
camaradas, —dijo el otro hacendasus esclavos—, yo os ruego que haconstar que los jalones han cambiados de lugar.
—Está bien, señor, replicó
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nsultado, tendréis que darme la rbien pronto.
—No os temo, —respondió altivez el hacendado de las cañas.
Ambos se saludaron inflexibles alejaron seguidos de sus delegaci
de negros, muy contentos y orgullpor haber sido tratados por sus amofieles amigos y de buenos camarada
Por la noche, en las humicabañas negras de las dos plantacioos esclavos —muy sobreexcitados
un vaso de ron, muy generosamdistribuido— no se hablaba más quhonor ofendido, de honor a vengadignidad herida, etc…
—Hay que vengar al amo, decían
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—Estamos prestos a morir pobuen amo, encarecían los sentimentales.
Y los dos hacendados, habiesalido a dar un paseo a la sordinadetrás de las miserables barra
reventaban de risa, al pensar cuan remedio habían hallado por fin.
* * *A la mañana siguiente, el hacendadcafé envió la delegación de sus negdeclarar la guerra a su vecinohacendado de la caña de azúcar.
—Sobre todo, mis fieles amigos
dijo—, nada de concesiones. He
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sido ofendidos y hay que lavanjuria.
—¡Oh!, amo, quedar tranqurespondieron los buenos negnosotros querer morir por vengahonor del amo.
Por su parte, el hacendado dcaña había recomendado a sus bucamaradas esclavos que no hici
concesiones y estuviesen muy firme —¡Demostrad que sois hombresdeclamaba con un tono soberbio.
Llenos de orgullo por ecalificativo de hombres, ellos a quise acostumbraba a tratar como peos negros del segundo hacend
recibieron muy mal a sus congén
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vecinos. Les maltrataron, les llambandidos!, y ¡ladrones! —Fu
hombres, en fin, por el odio yviolencia— y la guerra fue declarad
* * *
Al día siguiente todo había terminEn las dos plantaciones, las tres cupartes de los negros estaban mueendidos sobre el suelo. Se ha
batido con horcas, con azadones yhachas. Algunas negras habían qumezclarse y sus cadáveres yacían juos de sus compañeros. Otras ne
arrodilladas sobre el campo de mata
loraban silenciosamente, apretand
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sus brazos pequeños negritos.En el dominio del vencedor —
hacendado del café— una negra,embargo, no lloraba. Feroz, mirabamuchacho, muerto, a sus pies, y hombre herido, sentado en un ba
cerca de ella.Pasó el amo. —¡Miserable! —gritó la negra—
haber matado mi hijo. —Es una gran desgracia, —dijamo con dulzura—; pero deconsolarte, mi pobre vieja, pensaque hemos conseguido la victoria.
—Tú tener la victoria, nosotro—replicó la vieja, con ira—; noso
quedar esclavos, como antes.
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—Pero hemos vengado nuehonor ofendido, declaró todavía el a
El viejo esclavo herido se levan —Tú nos has burlado con tu ho
Tú ser un asesino. —Sí, tú ser un asesino, repiti
negra. Algunos sobrevivientes se haaproximado. El amo pudo leer enrostros que les hacían efecto
palabras de sus compañeros. Otrasintió la insurrección muy próximodo trance había que producir
reacción para prevenir la rebelión. —Y vosotros sois ingratos
raidores, —dijo con tono de juez—merecéis la muerte de los traidores.
Tiró del revólver, disparó dos v
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los dos esposos negros cayeron sel cadáver de su hijo.
En seguida, los que habían asistiesta escena, llenos a la vez de miede admiración, cayeron de rodillas.
—¡Oh!, amo, dijeron, ¡buen amo
—Levantáos, —les dijo estDurante ocho días no trabajaréis. Hhermosos funerales a vues
camaradas, gloriosamente muertosel honor de nuestro dominio. Yoprometo levantar un bello monumsobre su tumba.
Los negros se levantaron, satisfede pertenecer a un hombre tan geneHicieron hermosos funerales a
muertos, entonaron cantos de victo
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bebieron ron; después, al cabo de días, emprendieron de nuevo su perabajo de esclavos.
* * *
En la plantación vecina las cocurrieron con alguna diferenHabían sido vencidos.
El hacendado de las cañas de azcondujo a los sobrevivientes negrocampo de batalla.
—Mirad, —dijo señalándolesfaja de terreno que había tenido abandonar, con las cañas, a su vevencedor—; mirad, se nos ha despo
Os habéis portado como valientes,
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a fatalidad ha sido en contra nuestra —Buen amo, declararon los neg
nosotros vengar un día nuescamaradas muertos.
—Sí, amigos míos; tomarenuestra revancha cuando el moment
propicio. Entre tanto, haced hermfunerales a vuestros hermanos yolvidéis que su sangre clama vengan
Y los negros sobrevivienextendiendo la mano sobre cadáveres, juraron preparar la revanHicieron hermosos funerales a muertos, entonaron cánticos ferocevenganza y bebieron ron para olvidderrota; después emprendieron
nuevo, también, su duro trabajo
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esclavos.
* * *
Desde entonces los dos hacendadono tienen inquietudes. Cuando
esclavos vienen a ser demasnumerosos, cuando temen una rebde sus negros, o cuando neceshacerse temer, se ponen de acuemientras juegan a las cartas, y pretexto de la faja de terreno a defeo a reconquistar, o con pretextovengar los muertos, lanzan uno cootro los dos rebaños de negros, queacabado por calificarse mutuament
enemigos y se matan sin piedad.
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Esto siempre tiene éxito. Y siemambién después de cada batalla, lo
hacendados, saboreando una tazaexcelente moka —con el café del uel azúcar del otro— se felicitanhaber hallado por fin el gran remedi
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El culto de la
verdad August Strindberg
En casa de Johan se profesaba el de la verdad.
—Decid siempre la verdad, suo que suceda, —repetía con frecueel padre, y contaba una historia quhabía sucedido.
En cierta ocasión, había prometiuno de sus clientes enviarle, el mdía, un objeto que había comprado
olvidó y habría podido invocar
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razón cualquiera; pero cuando el clifurioso, acudió a la tienda y le direproches groseros, el padre resporeconociendo humildemente su olvpidió perdón y declaró qucompensar los perjuicios.
Sentido moral: el cliente asombre tiende la mano y demuestraestimación. (Nos parece, sin emba
que los mercaderes no debemostrarse tan meticulosos entre sí).El padre era inteligente y, co
odos los viejos, estaba seguro deafirmaciones.
Johan, que jamás estaba inacthabía hecho un descubrimiento: se p
emplear el tiempo en ir a la escuela
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a vez enriquecerse… Un día encosobre la acera de la Puerta de Holandeses una tuerca y se regoporque con un cordel hizo una hoDesde entonces marchaba siempreen medio de la calle, recogiendo t
os pedazos de hierro que encontrComo las puertas ajustaban mal ypesados carros no estaban defend
os hierros eran cruelmente maltrataPor esto un peatón atento estaba sede hallar cada día un par de clavoperno, al menos una tuerca, y auveces una herradura. Johan pensobre todo en las tuercas e hizo de su especialidad. En un mes h
lenado casi una cuarta parte de un t
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Estaba un día divirtiéndose encuarto, cuando entró su panterrogándole duramente:
—¿Qué es eso que tienes aquídijo el padre abriendo mucho los oj
—Son tuercas —respondió Jo
ranquilamente. —¿Quién te las ha dado? —Las he recogido.
—¿Recogido? ¿Dónde? —Bajo la Puerta. —¿En un solo sitio? —No, en varios sitios; por la ca
menudo se encuentran. —No… ¡A mí no me engañas
mientes… Ven acá que he de hablart
Y, efectivamente, le habló con
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bastón. —¿Lo declararás, ahora? —Las he recogido en la calle.Y fue torturado hasta que declaró¿Qué iba a declarar? El dolor
miedo de que no acabase aquella es
fue causa de que mintiese. —Las he robado —se apresurdecir Johan.
—¿Dónde?Claro está que no sabía en qué pde los carros había tuercas, pero suque las habría.
—Debajo de los carros —añcon seguridad.
—¿Dónde?
Su imaginación evocó un lu
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donde había muchos carros. —Cerca de una construcción
está frente a la calle Smedgaard.Haber especificado la calle hac
cosa verosímil. El viejo estabaseguro de haberle arrancado la ver
Entonces siguieron estas reflexiones¿Cómo has podido tomarlas condedos?
El chico no había pensado en epero, viendo el armario donde guarsu padre las herramientas, de repcontestó.
—Con un destornillador.Sabido es que las tuercas no
pueden sacar con un destornillador;
a imaginación del padre estaba
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acción y se dejó engañar. —Pero ¡esto es horrible! ¡Tú ere
adrón! —Y súbitamente se le oclamar a la policía.
Johan pensó en tranquilizar apadre, haciéndole ver que todo lo
había dicho era mentira, pero antperspectiva de continuar siemaltratado, renunció a su intento.
Vino la noche, y al acostarscuando su madre se le acercó hacerle rezar, Johan, en actitud patéexclamó:
—Yo no he robado las tuercasdiablo lo sabe!
La madre le miró un rato
reconviniéndole, le dijo:
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—No se ha de jurar de este modEl castigo corporal le ha
humillado, deshonrado; estaba furcontra Dios, contra sus padres y sodo contra sus hermanos, que no ha
atestiguado en su favor, por más qu
sabían de qué se trataba.Johan no rezó aquella noche; deseó que hubiese un incendio sin
necesidad de aplicar un fósforo.
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El nido del
águila(Leyenda
danesa)Henrik Pontoppidan
Cayendo a plomo sobre un pequpueblo, alzábase en la azulada atmóabrupto peñasco, tan alto y desnudoningún pie humano pudo alcanzacúspide, y donde una familia de ághabía construido su nido. Sobre
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nido Bjornstjerne Bjorson ha escritohistoria; pero como la he oído coalgo diferente, a mi vez la trasladpapel.
Escuchad:Sobre la cima de este peña
repito, una familia de águilas hconstruido su nido, y desde lejiempos, tantos como pueda record
memoria de los hombres, las ághabían sido el terror de la comarca.Tan pronto caían sobre las cabr
ovejas que tranquilamente ramonea hierba de los lejanos prados, c
picoteaban los ojos de los pastorescon sus palos intentaban defender
rebaños. Sí; a veces, hasta
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apoderaban de los niños mienugueteaban en la plaza del pueevantábanlos suspendidos en sus ga
más alto que la cima del peñasco, desde allí lanzarlos y destrozarlos ecaída.
Los audaces jóvenes del psoñaban siempre con el noble propde escalar el peñasco para arrojar
nido a los rapaces y volver ranquilidad al pueblo. Desde la infaejercitábanse en encaramarse porparedes del peñasco y a esto se dque no se encontrara por los alrededotros hombres tan audaces y atrevcomo ellos. Era rarísimo quien pa
de los veinte años sin que hub
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entado el peligroso escalo del nidoáguila, pues nadie los hubconsiderado hombres, ni ellos habrían atrevido a cortejar de nochemuchacha sin haber probado su valcontra el invencible enemigo.
Y, sin embargo, ninguno de eogró poner su mano en el nefasto Algunos llegaban hasta el pri
saliente del peñasco; pero, una veél, se apoderaba el vértigo contemplar, bajo sus pies, la agflecha del campanario del purguiéndose en el azul como el hierr
una lanza. Otros llegaron hastasegunda aspereza, casi a la mitad
camino; pero al querer traspasarla
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capas pizarrosas se desmenuzaban sus pies, y con celeridad vertigiresbalaban a lo largo de la abrupta rechazados, rotos sus huesos y henel cráneo. Uno sólo alcanzó un dercera anfractuosidad; pero, una ve
ella, cayó de improviso de espacomo repelido por invisible mano. pájaro herido, atravesó el a
desgarrándolo con ronco grito, reboroca en roca y rodó, en despedazado, en medio del pueblo.
Por esta época, un nuevo párlegó a la comarca, y cuando se en
de la loca lucha emprendida porhabitantes contra las águilas, com
desde el púlpito a fulminar sus r
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contra aquel insensato juego de vimuerte.
—Es tentar a Dios —exclamó—cual, en su sabiduría, ha puesto límal poder del hombre, límites que npuede traspasar sin ser castigado.
señalando el nido, añadió que Dmismo lo había emplazado tan alto cseñal evidente de que hay cosas
desafían todos los esfuerzos humanoPues saludable es que siempre alguna —decía— que el pueblo japueda alcanzar!
Entre los ancianos del lugar,sermón del cura cayó en terrabonado; pues no había casa que
contara con un hijo estropeado
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familia que no llorase la pérdidaconsuelo y apoyo a su vejez. obstante, parecía como si la abrcima les atrajese con irresistpujanza; pues corría ya de boca en a noticia de que al siguiente doming
oven de diez y ocho años, hijo únicuna pobre viuda, intentaría el arriesescalo.
En la grande plaza de la iglesia,hora fijada, los habitantes del puereunidos, hablaban bajo, contemplaa través de las veraniegas nieblasparedes de la roca en que el joven hlegado al primer saliente. Este
siquiera se detuvo; quitóse el somb
lanzando con todas las fuerzas de
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pulmones un grito de esperanza, salusu madre, que, desgreñada y sollozaarrodillada al pie del peñasco, tendsus brazos… Al alcanzar la seguaspereza, sentóse el joven y, mientrenjugaba el sudor, midió con ojo ce
a distancia que le separaba del finacamino.Todas las miradas se fijaron en
cuando un instante después se leestrechar el cinturón y, con la lentituun gato, avanzar de nuevo, ayudáncon las manos, puesto que el peñadesgastado por las heladas del invivolvíase cada vez más perpendiculcada tentativa de avance resbalaba;
viejos bajaban la cabeza, mirando
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ojos de compasión a la madesvanecida en medio de un corrmujeres.
—Esto acabará mal —murmuracercándose unos a otros—. demasiado joven! ¡Y demas
atrevido!En una pequeña elevación erreno, una joven de rubia cabel
aislada de todos, con su corpencarnado, contemplaba la esccruzadas sus dos manos a la espVarias mujeres del pueblo, al pcerca, la miraban con torva, ceñudaal saber que era la novia del auoven y precisamente la que le h
pedido aquella prueba de su valen
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de su cariño. Indiferente a la ansigeneral y a la indignación querodeaba, seguía con la vista, sonriensu prometido, suspendido entre el la tierra; y en su linda cara, ter
acarminada, leíase la certeza de
sería su novio el que lograra alcanzque otro no pudiera obtener.De pronto, un grito partió de
asamblea. Subiendo rápidamente zig-zag, el joven acababa de alcanzercera y última saliente. Pero
fuerzas parecían agotadas. A pesaque no semejaba más grande que mosca, pudo distinguírsele agarradoa la roca.
El que poseía mejor vista de los
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ugar, un hombre rodeado de un gansioso, dijo sacudiendo tristemencabeza:
—No volverá vivo. Está más blque la cal y tiene las maensangrentadas.
Silencio general se impuso. El jerguíase de nuevo y el hombre civiole como se estrechaba aún má
cinturón, examinando las parrocosas que ante él tenperpendiculares entonces hasta llegnido. Viósele buscar a tientas appara sus manos y pies…
Un estremecimiento sacudolorosamente a todos: ¡el jo
resbalaba!
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Gruesas piedras destacáronse peñasco rodando ruidosas a lo largas rocas…
—Todo acabó para él —pensalgunos; otros, en su emoción, dijéren alta voz.
Pero, vivamente, el atrevido cogcon sus dos manos a una hendidura roca y se retuvo agazapado hasta qu
pies encontraron nuevo apoyo.entamente, con precaución, avanzó…Minutos parecidos a sig
ranscurrieron, durante los cualesespectadores reunidos mirábanse unotros espantados, pues la somproyectada por la cima ocultó a sus
asombrados el audaz joven. ¡Tal
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había caído!De improviso estalló un clam
general. Viéronle sobre la cima droca, destacándose en el claro azucielo.
En aquel momento, las águilas,
entamente, atravesaban los airepero el joven, con un rápmovimiento, cogió las ramas del ni
nido y huevos cayeron precipitadoo alto de la roca en las profundidpeñascosas. Las águilas, aterrorizanterrumpieron su vuelo; después
dos, arrojando agudos chillidos yrápido y ruidoso batir de alas, volde nuevo, desapareciendo a lo lejos
Y en la pradera los gritos
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contento hendían la atmósfera demodo como jamás desde tiemnmemoriales se habían oído. Solam
el párroco se retiró silenciosocabizbajo.
«Sólo él no podía compren
aquello…». ¡Y es que no hay nada mundo, por alto que sea, que la voluenaz y firme de un pueblo no p
alcanzar un día!
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El hurto
Francisco Pi yMargall
¿Qué ocurre? —Acaban de robarme una boq
de ámbar que tenía sobre la mesa. —¿Conoces al ladrón? —Debió de ser uno que me re
hace poco la mar de desventura
erminó por pedirme una limosna. —¿Se la diste? —No; no me inspiran lást
hombres que pordiosean Pudiendo
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de su trabajo. —¿Sabes que lo tiene? —Se quejó de no haber encont
hace tiempo en qué emplear sus fue¿Vas a creerle?
—¿Por qué no? Están llenas
calles de jornaleros que huelgan. —Los malos. —Y los buenos. La crisis es gra
o se edifica y sobran millonesbrazos. —La crisis no autoriza el hurto. —No lo autoriza, pero exige d
sociedad que socorra al que muerhambre. Se estremece la tierra y via ruina casas y pueblos; saltan de
márgenes los ríos e inundan los vall
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Suena al punto un clamoreo genporque se corra en ayuda de los padecieron por la inundación oerremoto. ¿Por qué ha de perman
muda la sociedad ante los dolores dque sufren, en apagados hogare
míseros tugurios, las consecuenciacrisis que no provocaron? —Tratas en vano de disculpa
hurto; consentirlo es ya un crimenpuede blasonar de cultura la nadonde la confianza falta y la propipeligra.
—¿Qué harás entonces conpresunto hurtador?
—No haré; hice, mandé que
detuvieran y le llevarán a los tribun
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—¡Por una boquilla de ámbar! ¿resulta inocente?
—No a mí, sino al tribucorresponde averiguarlo.
—¿Y te crees hombre conciencia? Reflexiona sobre el ma
hiciste. Has llevado la perturbaciózozobra y la amargura al seno de familia. Has impreso en la frente
acusado y de sus hijos una manndeleble. Puso el Dios de la Biblisigno en Caín para que no le matapone la justicia un signo peor en loscaen bajo su férula. Será inútil quos manumita; los nublará eternamen
sospecha y los apartará de los o
hombres. ¡Ay de él y de los suyos s
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falta de fiador entra en la cárMantenía él la lumbre del hogar, rabajando, bien pordioseando; deb
ahora los hijos ir mendigando parpadre y recibirán en no pocas puultrajes por dádivas. Quisiste castig
que supones ladrón y sin saberloquererlo descargaste la mano en sque ningún mal te hicieron.
—¿Debo, pues, consentir que roben? —Te diré lo que Cristo respecto
mujer adúltera: castiga al que te robe consideras exento de pecado.
—¡Cómo! ¡Cómo! —Ves la paja en el ojo ajeno y n
viga en el tuyo.
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que hurta sino al que hurta o defrsin arte.
—Eres atrabiliario como ning—¿Quién, a tu juicio, podrá decexento de pecado?
—Nadie; lo impide la ac
organización económica. Para hurtadores sin arte bastan los presipara los hurtadores con arte, no bas
mundo.
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El cuervo
Francisco Pi y Arsuaga
Detuvo su vuelo el cuervo y dijo asobre el terruño a un hombre qurabajaba:
—¡Miren cómo labra Juan ierras!
—No soy Juan —exclamó
hombre, levantando la cabeza—; para vivir miserablemente y pagarsegunda vez al señor el valor deierras.
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Siguió volando el cuervo y másvio jinete en un caballo a un caballe
—Vaya con Dios don Gil —le di —No soy don Gil —contestó
caballero—; soy el hijo de don Gilviene a cobrar del hijo de Juan el v
de sus tierras por segunda vez.
* * *
Pasó mucho tiempo.El cuervo detuvo su vuelo y dij
ver un hombre que sudaba sobrerruño:
—¡Miren como trabaja el hijoJuan sus tierras!
—No soy el hijo de Juan
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respondió el hombre, limpiándossudor de la frente—, sino uno denietos, que trabaja para vmiserablemente y pagar por cuartaal señor el valor de sus tierras. Sivolando el cuervo y encontró más
inete en un caballo a un caballero. —Vaya con Dios el hijo de don—le dijo.
—No soy el hijo de don Gilcontestó el caballero—, sino su nque viene a cobrar del nieto de Juavalor de sus tierras por cuarta vez.
* * *
Pasó mucho tiempo.
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El cuervo detuvo su vuelo y dviendo a un hombre que trabajaba erruño:
—¡Miren el nieto de Juan cabra sus tierras!
—No soy el nieto de Juan
respondió el hombre—, sino uno debiznietos, que trabaja para vmiserable y pagar por sexta vez al s
el valor de sus tierras.Siguió volando el cuervo y encomás allá jinete en un caballo acaballero.
—Vaya con Dios el nieto de don—le dijo.
—No soy el nieto de don Gil
contestó el caballero—, sino su bizn
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que viene a cobrar del biznieto de el valor de sus tierras por sexta vez.
* * *
Pasó un siglo más.
El cuervo detuvo su vuelo y viendo a un hombre que, rota la azloraba cerca del terruño:
—¿Por qué llora el biznieto de J —No soy el biznieto de Juan
repuso el hombre—; soy uno denietos del biznieto de Juan, y el sme ha arrojado del terruño que labrmis antepasados, porque no he popagarle por centésima vez el valo
sus tierras.
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Siguió volando el cuervo y encomás allá jinete en un caballo, acaballero.
—¿Dónde va tan deprisa el biznde don Gil? —le dijo.
—No soy el biznieto de don Gi
contestó el caballero—; soy un nietbiznieto de don Gil, que viene a buotro Juan que pague con su descend
a mí y a los míos otras cien vecevalor de las tierras de mis antepasadEl cuervo se alejó, y dijo grazna —Soy más feliz que los Jua
porque puedo posarme libremente rama que se me antoja. Soy más nque los Giles, porque no arranco
ojos de los hombres hasta que está
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muertos.
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Escrúpulos
Octavio Mirbeau
La noche pasada me encontprofundamente dormido, cuando pronto me despertó un gran rproducido, al parecer, por la caída dmueble en la pieza contigua a mi cua
En aquel mismo instante el relojas cuatro y el gato se puso a maull
un modo triste.Salté del lecho y corrí a enterapenetrando en la habitación que encalumbrada y en medio de ella
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caballero muy elegante, en trajeetiqueta y condecorado, que entretenía en llenar de objetos preciuna magnífica maleta de cuero amar
La maleta no me pertenecía, peos objetos con que la llenaba
considerando incorrecto este procme dispuse a protestar.A pesar de que no conocía
caballero, su rostro me era famenía una de estas fisonomías correcmuy características que hace pensarel que la posee debe ser miembro dcírculo.
El aspecto elegante y de buen hude que parecía poseído,
ranquilizaron; pues debo confesar
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o que yo esperaba era encontrarmeun horrible ladrón, contra el que henido que emplear actos de viole
que me son repulsivos.Al verme, el elegante descono
nterrumpió su tarea y me dijo sonri
con ironía bonachona: —Dispensadme caballero, si odespertado… No es culpa mía; te
unos muebles tan delicados que proximidad de la más ligera ganzúadesmayados.
Entonces me fijé en el desordeque se encontraban los muebles: cajabiertos, vitrinas fracturadas, pequeño secreter, en que guardo
alhajas de familia y los valores
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poseo, lastimosamente tirado ensuelo… y en tanto me daba cuentapillaje, el madrugador visitcontinuaba diciéndome con su voimbre agradable:
—¡Qué frágiles son esos mueb
¿verdad? Yo creo que están atacadoa enfermedad del siglo y se sieneurasténicos como todo el mundo…
Y lanzó una pequeña carcajadame molestó. —¿A quién tengo el honor
hablar? —dije algo más tranquilo. —¡Dios mío! —respondió—.
nombre en estos momentos os caudemasiada sorpresa… ¿No os pa
mejor dejar para ocasión más opor
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a presentación, que, os confiesopesar de que deseo sea próxima, nparece este el mejor momento de ha, si me lo consentís, guardaré el
riguroso incógnito? —Sea, caballero. Pero esto no
explica… —¿Mi presencia en vuestra caesta hora y este desorden?
—Eso es, y os agradecería… —¡Cómo!, ya lo creo; vuecuriosidad es muy legítima y vosatisfacerla en el acto; pero, perdoa que vamos a hablar un mome
sería prudente que os pusierais una hace mucho frío y podéis constiparo
—Tenéis razón. Dispensadme
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minuto. —¡Pues no faltaba más!Fui a mi cuarto, me p
rápidamente una bata, y al volver vel desconocido había intentado ponpoco de orden en el gabinete.
—No os molestéis —le dije— eso lo arreglará el criado mañana.Le ofrecí un asiento y, sentánd
o también, agregué: —Os escucho. —Caballero, yo soy un ladrón
adrón de profesión… ¿lo haadivinado?
¡Sin duda alguna! —Eso hace honor a vue
perspicacia… Pues sí, soy un ladró
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si he decidido abrazar esta posisocial, lo he hecho después convencido de que era la más francmás leal y la más honrada de todas…robo, caballero, y digo el robo cdiría el foro, la literatura, la pintur
medicina, etc., ha sido hasta ahoracarrera desacreditada, porque ejercían seres ignorantes, odio
brutales, gentes sin elegancia educación; pues bien, yo pretendo el prestigio a que tiene derecho y hdel robo una carrera liberal y honrEl robo es la única profesión hombre.
No se elige una profesión, sea la
fuere, sino con el objeto de que
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permita robar, más o menos; pero, erobar algo de alguien.
No quiero hablar mucho de mí.Empecé en el comercio, pero
sucias tareas que me obligabandesempeñar y los innobles engaños
faltas de peso repugnaban a delicadeza; abandoné el comercio pbanca y esta me disgustó también
pude nunca acostumbrarme a empapel falso de minas falenriquecerme engañando a los degracias a la virtud de deslumbradprospectos y combinaciones; empresa que rechazaba mi concieescrupulosa, enemiga de la mentira.
Entonces pensé en el periodism
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necesité un mes para convencermque a menos de entregarse achantagede todo género, el periodismo produce una peseta. Entonces pensa política.
Al llegar a este punto, no pude
menos que soltar la carcajada. Mi visitante continuó: —Esto es, la risa; no merece
cosa.De ese modo agoté cuanto la pública y privada puede ofrecerprofesiones y carreras a un joactivo, inteligente, delicado cual yoclaramente que el robo, disfráceseel nombre que se quiera, es el ú
objeto, el resorte único que mueve t
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as actividades, pero disfrazado y,consecuencia, más peligroso; entome hice la reflexión siguiente: «Yael hombre no puede sustraerse a fatal ley del robo, será mucho honroso que lo practique lealmente
disfrazar con excusas pomposascualidades ilusorias el natural deseapropiarse del bien ajeno».
Desde entonces robé; de nopenetraba en las casas ricas y tomabas cajas del prójimo lo que neces
para mis necesidades. Esto sóloexije algunas horas todas las nocaparte de eso, vivo como todo el muPertenezco a un círculo, tengo
buenas relaciones, el ministro m
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condecorado recientemente y cudoy un buen golpe soy accesible a tas generosidades. Por últi
caballero, yo hago leal y francamenque todo el mundo hace de un mndirecto. Mi conciencia está tranq
porque, de todos los seres que conoo soy el único que ha adaptanimosamente sus actos a sus ideas…
Era de día y ofrecí al elegadesconocido participase de almuerzo; pero él no aceptó, poestaba de frac y no quería molestacon tal incorrección.
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El ogro
Ricardo Mella
Cierto día llegó al pueblo, no impcual, un hombre entrado en añosbarba hirsuta y canosa, reposado ansevero continente.
La despierta curiosidad de las gendagó presto que el tal era hombr
pelo en pecho, accidentada histor
sospechosa hacienda. Cómo ndagaron no se sabe, mas lo ciertque en aquel mismo día formalrededor del presunto personaje
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vida del hogar; mostrábase pocopúblico, corto de palabra, sin durezel gesto, más bien rehuía que buscarato de las gentes.
La curiosidad se despabilbuscando enigmas alrededor del ho
aquel. Lastimaba a unos su contingrave, a otros su esquivez, y era parmás irritante su presencia por el
hecho de no poder despellejarle antojo.Pronto echaron de ver que
forastero no iba a misa, que andsiempre a vueltas con librotespapeluchos de toda índole y quráfago de su vida consistía solamen
oficiar de preceptor de sus hijo
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pasearlos por cerros y valles sin qupor asomos, les inculcara los princde la santa religión de sus mayoEntonces la novela creció, crprodigiosamente a merced de nflacuentos del lugar.
Teníase por cierto que era elhombre un endemoniado revolucionarrojado de todas partes, perseguido
a justicia, culpable quizá de tremehecatombes. Las gentes complacíanmorderle la túnica y despedazárhasta dejarle sin piel. Poco a poco negó el trato, luego el saludo y no quien hiciera la señal de la cruz al ppor la casita misteriosa. El ing
popular bautizó al temible personaje
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a expresión de sus fantásthistorietas. Elogro fue el coco de chicos, que les hacía acurrucmiedosos, y de las mujeres, recelosas cerraban puertas y ventaLos hombres dejaban ver su cobar
ravés de argucias y desplantes.Al fin hubo que pensar seriamqué se iba a hacer con el ogro.
autoridades se creyeron llamadantervenir en el asunto y, entre proyectos, después de proldiscusiones, vínose a parar ennecesidad de que un sacerdote, versado en sabias teologías, abordaemible desconocido y procuras
convertirle o alejarle del pueblo,
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que se apaciguase la inquietud profde las almas piadosas.
Al curilla sabihondo le escaraben el cuerpo la ambición de ganaraplauso de las gentes y, dando garroemorcillo mal oculto, allá se fue
casa del réprobo. Cuantas vecesguijarros del camino denunciaronmiedo, no es para confesado. La sa
se le arremolinaba a la cabeza ropezón de más o por tropezónmenos, pareciéndole que la vida huas extremidades. Llegó, cubierto
sudor, a las puertas del antro y, desde resoplar fuertemente, como brecelosa, llamó azorado, batiendo
nudillos de la diestra sobre
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carcomidas maderas. La puerta se a el ogro, entre cortés y sorprend
rogó al visitante que pasara. Faltócura ánimo para hacer la señal dcruz al traspasar los umbrales de laencantada y dejóse llevar,
arrepentido de su acuerdo.Largo y tendido charlaron el hom el cura. Ni una voz fuerte, ni
palabra más alta que otra. El curasus últimas argucias, dijo, batiéndoretirada:
—En fin, señor, mi misión es deRuego a usted que por la tranquilidasu alma y por la tranquilidad del purenuncie a la vida impía que lleva. N
perderá usted por mandar sus hijos
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glesia, ya que no vaya usted minada perderá usted porque oigan mpresten acatamiento a los preceptonuestra santa religión. Aislado en retiro, objeto de las censuras devecinos, piedra de escándalo para
almas piadosas, nada puede usted g todo lo tiene perdido.Y entonces el ogro, reprimie
rabajosamente su interior agitacrepuso: —Señor sacerdote; cuando me h
usted en nombre de una fe, de un ce respeto y escucho atento com
hombre de sinceras conviccioDiscutamos, si le place. Mas cuand
habla el lenguaje de cierto disimu
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utilitarismo, no puedo escucharle.cuadran esas palabras en un hombrfe. ¿Qué perdería, dice usted, mandmis hijos a la iglesia, a la misordenándoles reverencia a los precede una religión en que no creo? Per
mi dignidad, mi honor, mi concieMe insulta usted, señor sacerdote.propone un agio con mis conviccio
con mi fe, si lo prefiere. No puescucharle.Y el hombre y el cura se separ
saludándose fríamente, ofendido el pesaroso el otro.
¿Qué explicación dio de su frael cura?
Se confesó a medias. Había te
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En las conversaciones de los homlegóse a justificar la entereza y
puritanismo del ogro. Vivía en el epero honradamente; era un homconvencido, digno de respeto.
Sólo algunos mamelucos, que vi
de la política o de la religión, jurabperjuraban que el ogro era un bandun hombre infame y sin entrañas, d
de las hogueras de Torquemada.Tal vez, sin estos roedomiserables, el ogro hubiera otalmente rehabilitado en el pueblo
Algunos, pocos años despuésnoticia de que el ogro se moría cpor calles y plazuelas. La curiosida
despabiló otra vez. Renacieron
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antiguas consejas.El médico del pueblo contab
quien quería oírlo, que el ogro se mrremediablemente y que persistía
negarse a oír hablar de curas. De sese largaba al otro barrio tan impeni
como había vivido.Discutíase si el cura se atreverntentar el último esfuerzo.
Muchos aseguraban como cnfalible una conversión completaúltima hora, a las puertas de la muer
Pocas voces se alzaban contra edimes y diretes de la vecindad.compasión no gozaba gran priventre aquellas gentes, que no perdon
a extraordinaria oportunidad
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desfogar su estulticia.Y ocurrió que el cura, instigado
hipócritas y creyentes, llegó otra vas puertas del antro y las pue
permanecieron abiertas y el ogro,una última expresión de bondad, re
os auxilios que se le ofrecían, pidipaz y sosiego en la hora suprema dmuerte.
—¡Dejad que muera en paz quiepaz ha vivido! ¡Haced por mí lo quisierais que los demás hicierenvosotros!
Cobijado por el amor de sus hexpiró en paz aquel hombre singulano había hecho mal a nadie, a
hombre cuyo tremendo delito cons
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en haber vivido de acuerdo conmismo, de acuerdo con su pensamiesu conciencia.
Murió y su cuerpo fue sepultadermo campo, apartado del lugar d
descansan las almas cristianas; que
creyentes, anticipándose a los judel Dios que reverencian, echan fosa del odio los restos del justo.
Después de la muerte, quedo, quedo, un íntimo sentimiento admiración fue ganando el corazóas gentes y otra y cien novelas
forjaron en que aquel buen ogro crcrecía por sus virtudes, por su sabersu rectitud. Y el recuerdo del o
quedó fijado para siempre en el pu
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con aquellas palabras postumas: —¡Haced por mí lo que quisie
que los demás hicieran por vosotros
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El «Central
Consuelo»Ramiro De Maeztu
Fue aquello la explosión de un regde pólvora. No hizo don Antonio
capataz de «batey», más que alzamano sobre el «naringonero», mozaque, «halando» de las narices debueyes, traía y llevaba las «fragatascaña a lo largo del conductor, ypeones de la «estera» se enderezacomo un resorte desclavado. ¡Era y
naudito! Le habían tolerado hasta
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nsultos, mas no los golpes, ¡por Cvivo!, los golpes no.
Arrojaron sobre los vagones brazadas de caña, que debían comas siempre abiertas fauces de
cilindros moledores, y despreciand
gritería amenazadora y suplicante, a un tiempo, de los desconcertmayorales, se desperdigaron por la
de calderas, contagiando de ndignación a los obreros de los hoquemadores de «bagazo» verde, afogoneros ennegrecidos por el carbos ayudantes de mecánicos, a rituradores de la masa cocida, a
chinos que cuidaban del vu
vertiginoso de las «centrífug
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cedazos mágicos que extraen denegruzca masa el grano de azamarillo, que es el oro de Cuba.
No valieron órdenes ni consejoquímicos y maquinistas. La prudencalgunos tímidos abrió a toda p
válvulas y escapes de calderauberías. Fue todo. Entre los rabirugidos del vapor saltando de sus ja
los derrames de «guarapo» hirvios siervos miserables de las máqucreadoras abandonaron, coléricospresidio industrial.
Y ya en el batey, al resplanmagnífico de la luna cubana, estalodas las quejas, todos los a
contenidos desde el comienzo d
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zafra. La barbarie de los capatacessólo el motivo de una huelga que mil causas. La comida era inmubazofia —tasajo brujo, galleta en vpan, arroz seco, bacalao podridbuena a todo tirar para las negrada
antaño, no para hombres que se juibres y han de sudarla en la mitaddía. Tampoco eran soportables
ornadas de trabajo, ¡doce morthoras, repartidas en cuartos de a Imposible dormir más de c
seguidas! ¡Y doce horas arrojando casándose frente a los hornos, triturcon palancas de acero la mendurecida o aguantando el c
rresistible que despiden los «tac
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cristalizadores de meladura y el fueel vapor y las tuberías y las máquen aquellas volcánicas fragevantadas bajo el sol de los trópicoa cuestión del personal, pues
patronos, para ahorrar jorna
suprimieron al comenzar la zafra m40 obreros, cuya tarea caía sobrehombros de los demás. Y luego,
ienda, esa tienda que les pagaba tamal, obligándoles así a surtirse degéneros, saldos averiados de almacenes, que vendía ganando el 61!
* * *
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El principal recibió atentamente acomisionados. Ante la imposibilidapersuadirles con frases cariñosapromesas vagas a que reanuddefinitivamente la molienda, propus
armisticio. Para arreglar las cuestide personal, relevo de mayoralehoras de trabajo, iría aquella minoche al pueblo y, de acuerdo consocios, buscaría solución armónicconflicto. Por de pronto, se mejorarcomida y empeñaba su formal promde ayudar a sus trabajadores endemandas de más peso. Y en pago dbuena voluntad rogaba a sus «bu
hijos» que liquidaran la caña del ba
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el guarapo y la meladura de la cascalderas. Trato hecho. Volvieron brega los obreros y jamás ingalguno trabajó como el «CenConsuelo» en aquellas treinta y horas de liquidación inusitada.
Poleas, voladoras y engranaaceitados meticulosamente, resbalsin los rechinamientos del descuido
calderas, con el fuego necesario enhornos, fabricaban vapor suficienteos desmayos de la impotencia ni
resoplidos del exceso; no se soltabacorrea, el jugo de la caña corríaderrames por los cauces de maderamelazas llenaban los tanques sin reb
ninguno, los trituradores de la m
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cocida limpiaban sus herramientas sos «mezcladores», cuidaba la chin
de las centrífugas de sacar en su pos granos dorados, pesaban
envasadores los sacos en el fiel, químico, un francés que sin éxito h
ensayado todas sus alquimias aumentar el rendimiento sacarino dcaña, preguntábase maravillado
ngrediente era la satisfacción deobreros, que mejoraba en tantos gra cantidad y calidad del azúcar
aquella jornada.Liquidados batey y casa de cald
reuniéronse los huelguistas en alleres de reparaciones. Venían lim
en traje de fiesta y estaban contento
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enronquecida por la cólera: —¡La que nos espera! Nos
engañado… Hoy vendrá el amo, con 200 hombres que nos «botarán»calle y una compañía de soldados zurrarnos si nos «reviramos».
No lo querían creer. ¡Era imposisi tenían la palabra del amo! ¡Vamserá una broma!… Y al cerciorars
que hablaba en serio y al escuchanombres de algunos que vendríasuplantarles, aquella multitud de poentusiastas soñadores se desplabatida. No era sino demasiado ciCuántos hambrientos se reúnen
cada pedazo de pan negro! ¿C
uchar contra una gente que tiene to
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pan? Era la derrota definitiva. Y ahcargar sobre el hombro la hamaca ropa y a correr los caminos, de ingen ingenio, de poblado en poblofreciendo la mercancía del trabajmás preciosa y la más despreciad
que enriquece al señor que la compque esclaviza al desgraciado quvende.
Todo moría en aquel montónhumanos seres; entusiasmos, enevoluntad. La angustia cerraba las bquizás iban a surgir las dispmezquinas por el salario. Pero Mama negra que hacía un minuto b
española danza alrededor de la fra
uvo su inspiración. Agarró con
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manos rojos tizones de carbón yanzó sobre un montón de serrín
virutas. —¡Valiente quien me siga! —
Siguieron diez segundos de vacila—; los diez segundos de las gra
resoluciones… y fue ¡un delDoscientos hombres, ebrios venganza, endemoniados, lo
disputáronse las brasas de la nuhoguera, hacinaron troncos y varrancadas a martillazos y desparramaron furiosamente por la de calderas, llevando el incendio dmontones de madera a los barrileaceite y de pintura, de los talleres
viviendas.
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poderoso «Central Consuelo», amde tantos sudores, no quedan máscenizas y escombros en la tierra y cielo nubes de humo que se disuelvdisipan.
… Y allá en el paradero, Mamer
negra, quemadas las ropas e hinchapellejo, baila macabra danza a dueños que se apean, consternado
ncrepa aullando a los obreharaposos: —¡Cochinos! ¡Esclavos!Y señalándoles los rescol
humeantes: —¡Alquilones! ¡Allí tenéis traba
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La Prehistoria
Martínez Ruíz(Azorín)
Estamos en el comienzo comienzo.
Well
Buenos días, querido maestro. ¿
al? ¿Cómo está usted? —Ya lo está usted viendo; siemen mi taller, enfrascado en mi grobra.
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—¿Habla usted de esa obra maadmirable, que todos esperamos: L
rehistoria? —En efecto; en ella estoy ocup
en estos momentos. Ya poco falta que la dé por terminada definitivame
—¿Habrá usted llegado acaso ainderos de las épocas moderhistóricas?
—Acabo, sí señor, de poner últimos trazos a mi descripción período de la electricidad.
—¿Será un interesante períodode la electricidad?
—Es el último estado de evolución del hombre primitivo;
desde aquí comienza la profu
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ransformación que los historiadconocen, es decir, comienza la eraverdadero hombre civilizado.
—Perfectamente, querido maestr¿ha logrado usted muchas noticiaeste obscuro y misterioso período?
—He logrado, ante todo, determcómo vivían estos seres extraños nos han precedido a nosotros en
usufructo del planeta. Sé, por ejemde una manera positiva que estos svivían reunidos, amontonados, apreten aglomeraciones de viviendas quparecer, se designaban con el nombciudades.
—Es verdaderamente curi
extraordinario lo que usted me cuen
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¿cómo podían vivir estos seres en aglomeraciones de viviendas? ¿Cpodían respirar, moverse, bañarse sol, gozar del silencio, sentirsensación exquisita de la soledad¿cómo eran esas viviendas? ¿Eran t
guales? ¿Las hacían diversas, cadaa su capricho? —No; estas casas no eran to
guales; eran diferentes; unas mayotras más chicas; otras moleangostas.
—¿Ha dicho usted, querido maeque unas eran angostas, molestasdígame usted, ¿cómo podía ser e¿Cómo podía haber seres que tuvies
gusto de habitar en viviendas mole
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estrechas, antihigiénicas? —Ellos no tenían este capri
pero les forzaban a vivir de este mas circunstancias del medio socia
que se movían. —No comprendo nada de lo
quiere decirme. —Quiero decir que en las épprimitivas había unos seres
disponían de todos los medios de v otros, en cambio, que no disponíaestos medios.
—Es interesante, extraño, lo usted dice. ¿Por qué motivos estos no disponían de medios?
—Estos seres eran los que ento
se llamaban pobres.
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— ¡Pobres! ¡Qué palabra tcuriosa! Y ¿qué hacían esos pobres?
—Esos pobres trabajaban. —¿Esos pobres trabajaban? Y
rabajaban esos pobres, ¿cómo no temedios de vida? ¿Cómo eran ellos
que vivían en las casas chiquitas? —Esos pobres trabajaban; peroera por cuenta propia.
—¿Cómo, querido maestro, se prabajar si no es por cuenta propiae entiendo a usted; explíqueme u
esto. —Quiero decir, que estos seres
no tenían medios de vida, con objetallegarse la subsistencia diaria
reunían a trabajar en unos edificios
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— Monedas eran unos pedazos metal redondos.
—¿Para qué eran estos pedazometal redondos?
—Estos pedazos, entregándoloposeedor de una cosa, este pose
entregaba la cosa. —Y este poseedor, ¿no entregabcosas si no se le daba estos pedazo
metal? —Parece ser que, en efecto, noentregaba.
—¡Eran unos seres extraños eposeedores! ¿Y para qué querían estos pedazos de metal?
—Parece ser también que cua
más pedazos de estos se tenía era m
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—¿Era mejor? ¿Por qué? ¿Es estos pedazos no los podía tener toque los quisiera?
—No, no podían tenerlos todos. —¿Por qué motivos? — Porque el que los tomaba sin
suyos era encerrado en una cosaque llamaban cárcel. — ¡Cárcel! ¿Qué significa esto
cárcel ? — Cárcel era un edificio donmetían a unos seres que hacían loos demás no querían que hiciesen.
—¿Y por qué se dejaban ellos mallí?
—No tenían otro remedio: h
otros seres con fusiles que les obligab
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a ello. —¿He oído mal? ¿Es fusiles lo qu
acaba usted de decir? — He dicho, sí, señor , fusiles. — es esto de ¿fusiles? — Fusiles eran unas armas de
ban provistos algunos seres. —¿Y coqué objeto llevaban los fusiles? —Para matar a los demás hom
en las guerras. —¡Para matar a los demás hombEsto es enorme, colosal, quemaestro. ¿Se mataban los hombres con otros?
—Se mataban los hombres unosotros.
—¿Puedo creerlo? ¿Es cierto?
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—Es cierto; le doy a usted palabra de honor.
—Me vuelve usted a destupefacto, maravillado, quemaestro. No sé qué es lo que usted de regalarme con sus últimas palabr
—¿ He hablado del honor? —Ha hablado usted delhonor . — Perdone usted; esta es
obsesión actual; este es el punto flde mi libro; esta es mi profucontrariedad. He repetinstintivamente una palabra que
visto desparramada con profusiónos documentos de la época y c
sentido no he llegado a alcanzar. L
explicado a usted lo que eran
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ciudades, los pobres, las fábricas, eornal, las monedas, la cárcel y lo
fusiles; pero no puedo explicarleusted lo que era el honor.
—Tal vez esta era la cosa que ocuras y disparates hacía cometer
hombres.Es posible…
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La Justicia
Charles Malato
En Dorcitat pudo convencerse biepequeño León de que su amigo no hexagerado cuando le hablaba derepública. Le bastó para ello asistirsola vez a una audiencia del tribudonde le condujo Estanislao, poesas audiencias eran públicas, y mu
desocupados, que no podían pagarsasiento en el teatro, asistían allí hacían la cuenta de que viendo juenían comedia de balde.
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Era la primera vez que el npenetraba en un pretorio, y despuéhaber franqueado la puerta, guarpor un matador de profesión, podesgraciadamente se encuentran aúnodas partes, se vio en una sala bas
espaciosa llena de curiosos. A un sentado en un banco, entre guardianes armados, se hallaba
obrero de miserable aspecto. Enfondo, detrás de una especie mostrador, se hallaban tres homsentados, vestidos con negvestiduras; el de en medio tenía la bblanca y en el pecho ostentaba una roja; los otros dos tenían patillas ne
—¿Qué son esos? ¿Son curas
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mujeres barbudas? —preguntó León —No, —respondió Estanisla
Son jueces; hombres como matadores profesionales, los verdugos polizontes, que el sexo mascuiene el honroso privilegio
suministrar. Visten casi como los ca los cuales se parecen por costumbres y sus funciones, con
diferencia de que los curas condenabsuelven para una vida futura,nombre de un dios imaginario, mieque los jueces condenan en la presente, en nombre de un libro estú bárbaro llamado Código.
—¿Quién ha escrito ese libro?
—¿Quién? Conquistado
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emperadores, reyes, amos, gobernpor el derecho del más fuerte o poastucia. Es decir, malhechores públEllo es lo que han escrito o heescribir por sus servidores. Pescucha.
El presidente, es decir, el homsentado en medio, mandó con glacial al obrero sentado entre
guardianes que se levantara; le pregsu nombre, edad, estado, profesiódomicilio. Cuando el interrogado hcontestado con voz sorda, el añadió:
—A usted se le acusa de hadormido sobre un banco en la calle
Pueblo Soberano, debiendo saber q
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vagancia está prohibida. ¿Qué tieneexponer en su defensa?
—Sencillamente que no tedomicilio. Mi casero me ha echado casa y me he visto obligado a dorma calle.
—¿Y por qué ha echado a ustecasero a la calle? —Porque no podía pagarle.
—¿Por qué no podía usted pagar —Porque no tenía trabajo. —Además, se acusa a usted de h
njuriado al agente que le ha detenid —Usted dirá si podía yo e
contento de verme arrancado al sumi único consuelo, y llevado a
prevención como un malhechor, des
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quiere, porque no tengo un céntimopagar».
—¿Por qué hizo usted eso? preguntó el juez.
—Porque tenía necesidad de cocomo la tiene todo hombre, y cons
que era preferible eso a atacarprimero que se presentase al volveesquina pidiéndole la bolsa o la vid
—Cuatro días de prisión y vepesetas de multa, sentenció presidente.
Tocó en seguida el turno a procesado de género diferente; erhombre bien vestido, sentado, no os guardianes, sino en la primera fi
os asistentes, quien declaró su nom
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Víctor Mast, y su cualidad, contrade obras.
—Señor, —le dijo el jempleando por primera vez calificativo—; a usted se le acushaber roto el bastón sobre las cost
de un obrero que reclamaba su jornpetición suya se le ha citado a usted —Señor juez, —respondió
acusado—; ese obrero es un tunantequería robarme y me amenazó cousticia. Por lo demás mi abog
explicará el asunto mejor que yo phacerlo.
Y aquel patrón, que si no era elocuente era astuto y tenía diner
sobra para poder pagarse un abo
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hábil, se sentó, dejando a su defeexplicar el asunto a su manera, qdeclaró que Víctor Mast, viendo obrero hacer ademán de pegarleconsideró en el caso de legítdefensa. El tribunal, en su alta sabid
apreciará los hechos y no excitarrebeldía de los obreros contra patronos.
Los jueces acogieron aquel discpor signos apenas perceptibles aprobación. El público homeributado a su sabiduría fue de
agrado, por lo que el contratista absuelto y el obrero condenadocostas.
—Esto, —dijo Estanislao a su am
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de modo que lo pudieran oír los quhallaban cerca—, enseñará a ese oba hacerse justicia por sí mismo, ende implorarla a los magistrados. has visto y oído bastante?
—¡Oh, sí; vámonos! Creo que
pondría malo si permaneciéramos iempo en esta casa abominable. Esel Palacio de la Injusticia y no el d
Justicia.Salieron de aquella casa del crimdonde unos hombres, vestidos de manera particular para imponer rescondenan con imponente solemniddesgraciados, víctimas de la sociedabsuelven a los explotadores.
Una vez fuera respiraron
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satisfacción el aire libre.León, profundamente impresion
por lo que había visto y opermanecía silencioso; la melancolreflejaba en su rostro.
—¿En qué piensas? —le pregun
compañero. —En lo que llaman justicia,respondió el niño—. ¿Qué es la just
¿Existe?Estanislao permaneció un instsilencioso: buscaba las palabras apropiadas para hacer comprendepensamiento a aquel niño de nueve a
—La justicia no es una especidivinidad reparadora y vengadora
mal, como se la imaginan tod
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muchos individuos influidos porenseñanza religiosa; es sencillamenequilibrio, la armonía o la concordade los intereses.
En la sociedad presente todosntereses, el del patrón y el del ob
el del vendedor y el del compradodel gobernante y el del gobernado en contradicción y en luchas perpe
en tales condiciones la justicia no pexistir y no puede pedirse ciertameos jueces, defensores del orden
cosas actual.Por el contrario, en una socieda
que todo sea de todos, los indiviendrán el mismo interés en produ
no podrá haber conflictos entre ge
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que trabajen y gentes que hagan trapor su beneficio exclusivampersonal. Cuando la propiendividual desaparezca, desaparec
con ella una multitud de males ycrímenes. ¿No es mejor impedirlos
castigarlos?Del mismo modo, la eliminacióa autoridad hará desaparecer tambi
opresión de los unos, el cobservilismo de los otros, los odiosrebeldías sangrientas, las guerras.habrá indudablemente la perfecabsoluta, porque entre los seres humhay diferencias de temperamento gustos, como hay también enfermed
que producen desarreglos
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entendimiento y de la voluntad causan actos perjudiciales, pero losas padezcan serán una ínf
excepción, y como no tendrán fupara imponerse a toda la sociecomo lo hacen actualmente
gobernantes y los capitalistas, quedará reducido a ponerlos fuerestado de causar daño. En lugar
matarlos o de martirizarlos, se cuidará como inválidos o coenfermos y se procurará su curación
He ahí el concepto que nosoenemos de la justicia. Ya ves queiene nada de común con la de
magistrados.
—Efectivamente, —respondió L
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¿Será eterna
la injusticia? Anselmo Lorenzo
Pedro, Juan y Andrés nacieron enmismo año y en un mismo pueblo.
Pedro era hijo del usurero en jefa comarca, Juan de un pobre gañAndrés del mayor contribuyente erritorial de aquel vecindario.
A los diez años los tres chiquban a la escuela, y no importánd
nada las diferencias sociales que
separaban, juntos se entregaban a
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ngenuas alegrías de la infancia.Ocho años después, Pedro estud
eología en un seminario, Juan trabaen la herrería del pueblo y Andgraduado de bachiller, había empeel estudio del derecho en la universi
A los veinticinco años, en un midía, Pedro canta misa, Juan perora emitin socialista y Andrés se pres
como candidato en una reunelectoral.A los cincuenta años Pedro
obispo, Juan presidiario y Anministro.
Pedro encubrió su ambición bajcapa de la humildad y, a fuerza
servilismo, astucia y constancia, lle
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colarse en una vacante episcopal.Juan, trabajador, buen compañe
padre de familia, fomentaba lustración entre los suyos; lo qu
atrajo el odio burgués y un profundado en una calumnia le despojó
honor y le privó de libertad.Andrés, excelente retórdespreocupado adorador del éxit
aprovechado adulador del cacdominante, fue periodista, diputadgobernador y, ascendiendo debidamelevóse a ministro.
La usura y la usurpación dieroPedro y a Andrés posición soprivilegiada, en la cual vivie
honrados, tranquilos y satisfechos
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que da alta idea de la eficmoralizadora de aquella terramenaza repetida sin cesar durante nueve siglos: «¿qué aprovecha
hombre si granjease todo el mundopierde él a sí mismo?» o de la fe
ienen los creyentes en estas paladel Maestro: «cualquiera de vosoque no renuncie a todas las cosas
posee, no puede ser mi discípulo».En cambio el pobre Juan, herede la miseria paterna, desheredadopatrimonio universal, partícipe ddesgracia común a todos los que vsin alcanzar el nivel social del deredeshonrado y víctima de la explota
de la usura, se hunde en
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desesperación y el desconsuelo, sia negación en carne y hueso de
señal dada por Cristo: «En conocerán todos que sois discípulos, si tuvieseis amor los unos otros».
Y la injusticia no se detiene anumba: Pedro y Andrés, en posedurante su vida de ese despojo de
pobres que llaman fortuna, rodeadoatenciones y cuidados, tuvieron bvejez, y por si de veras hay un diquien engañan con hipocresías, tomos sacramentos a última horapensando piadosamente, estarán egloria oyendo la música celestial;
Juan, que protestó toda su vida cont
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La Justiciera
Bernard Lazare
Un día que la reina Berta supo queueces vendían la justicia, se entrisprofundamente. Era una mujer sentimientos elevados y corasensible, capaz de sentir los doloresus semejantes. El difunto rey,esposo, fue un déspota fanátic
sanguinario, un amo feroz, brutal; pque ella resolvió consagrar la existea hacer la felicidad de sus súbditosobjeto de que estos olvidaran
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iranías del anterior soberano, ypropio tiempo satisfacer una necesde su corazón.
Cuando conoció las iniquidadesus magistrados, se sintió desespePensó en las innumerables víctimas
habrían hecho y se estremeció al peque ella había contribuido a fomeanto mal. Sin embargo, la reina rev
siempre de armiño y púrpura a homde reconocida virtud, viejos austeróvenes enemigos del vicio, cbenevolencia debía atemperar la rude los rígidos antecesores. Todos hafaltado a su misión, poniéndose delde los ricos, no escuchando las qu
del pobre, despojando al miserabl
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su viña. Escuchando el relato de tcrimen, la reina lloró, como el díae revelaron la maldad de su esposo
desesperación llegó hasta el delpues desconfió de la bondadntegridad de sus jueces, hasta c
mposible que la justicia pudhacerse con hombres tan refinadamperversos.
Desde entonces, la reina resolvióella la justiciera; consolaría a desgraciados en sus cuitas; distribrecompensas y castigos. Como su rno era grande, podía cumplir, ella a loable tarea que se había impues
viajando por montes y val
constantemente escuchaba los lame
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