17 domingo ordinario - a

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17 Domingo Ordinario - A - La perla escondida

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La perla hallada

17º domingo Tiempo Ordinario - A

El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino del os cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, vende todo lo que tiene y la compra.

Mateo 13, 44-52.

Jesús se valió de diversas parábolas para explicar cómo es el reino de los cielos.

Este evangelio acaba con una pregunta interpeladora: ¿Entendéis esto? También hoy podríamos

preguntarnos: ¿Entendemos la parábola de Jesús, que nos descubre los misterios de su reino?

El reino es como un tesoro enterrado en un campo. Quien lo encuentra, corre a venderlo todo para

conseguirlo. Así sucede cuando encontramos algo que nos hace vibrar, que nos colma de alegría. El hallazgo del amor, de la fe, de lo que da sentido a nuestra existencia

vale más que todos los tesoros del mundo.

Cuando deseamos algo intensamente, renunciamos a otras cosas para obtenerlo. Así, vendemos, tiramos o prescindimos de ciertas cosas para

quedarnos con lo que realmente vale la pena. Y lo hacemos con alegría, ¿qué puede compararse a

este tesoro?

Cristo es el tesoro,

la perla preciosa, el don del cielo que la Iglesia

nos brinda cada día.

Los cristianos ya hemos encontrado el reino de

Dios y se nos ha regalado sin reservas.

¡Esto es motivo de profunda alegría!

Pero no siempre mostramos ese gozo ante el mundo. A veces nuestro testimonio es frío y

amargo. No manifestamos alegría por el don de la fe. Caemos en la tibieza y en la apatía. Seguir a Jesús no es fácil. Ser fiel a la Iglesia cuesta y pide

perseverancia. Pero estamos llamados a permanecer en una perpetua alegría…

La red echada al mar es otra imagen del reino de Dios. La Iglesia, pescadora de almas, boga mar adentro y lanza sus redes, sabiendo que trigo y cizaña crecen juntos y que sacará del mar peces buenos y malos. Pero Dios

quiere llamar a todos y conquistar el corazón de todos.

Cristo murió por todos, justos y pecadores. Dios hace brillar su sol sobre buenos y malos. Algunas personas se indignan ante este amor incondicional. Piensan que es injusto que Dios salve y trate igual a los pecadores o a los que se han convertido a última hora. Como el hermano mayor del hijo pródigo, se irritan contra la bondad del Padre.

¿Por qué Dios actúa así? Si Dios ama también a los impíos, ¿vale la pena esforzarse por ser buenos?

Ahondemos en el evangelio, recemos y descubriremos por qué Dios parece derrochar sus dones sobre personas que, a nuestro juicio, no lo merecen.

La lógica divina no es igual que la humana. Dios posee un corazón inmenso, que no cabe en nuestras miras

estrechas. Claro que a Dios le gusta que respondamos a su amor y busquemos la santidad. Como padre, ama

tanto a sus hijos dóciles como a los rebeldes, pero desea que todos le amen y vivan en plenitud.

Y ¿quién puede decir que no es un pecador?

Dios anhela la conversión de los que se alejan de él. No dejará de buscarlos para que regresen. Como hijos suyos

estamos llamados a ser pacientes y comprensivos si queremos ayudar a la conversión de los demás.

Dios espera sin desfallecer, hasta el último momento, para salvar a su criatura. Y cuenta con nuestra ayuda. La Iglesia somos una multitud, un ejército pacífico con la misión de

salvar almas perdidas. Sepamos ser como Dios, superando las barreras de simpatías o antipatías, los prejuicios y los celos.

Ante él, todos somos almas desnudas.

Dios solo pide que le amemos. A todos nos llama, pero no todos respondemos igual. Pidamos sabiduría, como Salomón, para ser dóciles y

capaces de escuchar y responder. La voluntad de Dios es la felicidad de sus hijos y la salvación de

todos.

Textos: Joaquín Iglesias Aranda

http://homilias.blogspot.com

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