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BEATRIZ ESPEJO [I] Alta Costura Cuando llega esa mañana al taller de Poiret, Roma Chatov no sospecha siquiera que empieza a ser un instrumento de Dios. Se dirige al rincón donde se apoyan contra la pared los pesados tubos que envuelven el crep de seda. !ace a un lado el azul "ndigo, el blanco helenio y atrae hacia s" el ro#o sangre. Recti$ica el ancho, uno veinte. Ser% un chal magn"$ico, piensa. &o con$eccionar por entero, aunque re$le'ion%ndolo bien quiz% convendr"a pas%rselo a una bordadora para que cosiera las orillas( pero todas traba#an atareadas en los elaborados diseños del maestro. )rge terminar los tra#es que usar%n la duquesa de *uiche y madame Castellane en la recepción o$recida por los polignac la semana entrante. +s" pues Roma regresa con su tela y se sienta #unto a una ventana buscando la me#or luz del d"a. *ira el carrusel de carretes, elige un hilo de tono idntico e inicia h%bilmente la hilera de puntadas escondidas ba#o el doblez. ue parte de su entrenamiento e#ecutar cualquier tarea relacionada con el o$icio, aunque se especializa en la pintura de gasas, rasos que llevan ramos de violetas, $aroles chinescos, mano#os de corolas y pistilos o prismas y rect%ngulos en el m%s puro estilo art-decó( pero ahora da impulso a su imaginación sin obligarse a las e'igencias de un modelo. Dib u#a r% una golondrina $an t%s tica que se remont e al cielo, met %$ ora cla ra, homena#e para aquella impredecible que intentaba volar y a quien sólo vio una vez en pleno descenso. Roma Chatov la recuerda con sensaciones contradictorias. !ab"a acomp añado a Poire t que, por de$er encia a una de sus clien tas m%s $amosas y leales, aceptó complementar la escenogra$"a de una velada danc"stica( algunos telones azules de di$erentes matices, ho#as de acanto y cirios encendido s en lugares estratgicos. -ntre los contados concurrentes varios intelectuales. &a pequeña Roma Chatov, recin llegada de osc/, los reconoció $%cilmente. Son personas clebres y sus $otogra$"as aparecen en periódicos y revistas que ella ho #ea como pa rte de una ed uc ación mundana. Ser% p% #aro. S", un p% #aro $ant%stico y amarillo con las alas abiertas de un e'tremo a otro del rect%ngulo. Se repart"a champ%n en esbeltas copas burbu#eantes y se escuchaban trozos de conver sa ciones divertidas. 0e an 1e gulesc o le con$esó a Re' 2n gr am qu e

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BEATRIZ ESPEJO

[I] Alta Costura

Cuando llega esa mañana al taller de Poiret, Roma Chatov no sospecha siquiera

que empieza a ser un instrumento de Dios. Se dirige al rincón donde se apoyan

contra la pared los pesados tubos que envuelven el crep de seda. !ace a un lado

el azul "ndigo, el blanco helenio y atrae hacia s" el ro#o sangre. Recti$ica el ancho,

uno veinte. Ser% un chal magn"$ico, piensa. &o con$eccionar por entero, aunque

re$le'ion%ndolo bien quiz% convendr"a pas%rselo a una bordadora para que cosiera

las orillas( pero todas traba#an atareadas en los elaborados diseños del maestro.

)rge terminar los tra#es que usar%n la duquesa de *uiche y madame Castellane

en la recepción o$recida por los polignac la semana entrante. +s" pues Roma

regresa con su tela y se sienta #unto a una ventana buscando la me#or luz del d"a.

*ira el carrusel de carretes, elige un hilo de tono idntico e inicia h%bilmente la

hilera de puntadas escondidas ba#o el doblez. ue parte de su entrenamiento

e#ecutar cualquier tarea relacionada con el o$icio, aunque se especializa en la

pintura de gasas, rasos que llevan ramos de violetas, $aroles chinescos, mano#os

de corolas y pistilos o prismas y rect%ngulos en el m%s puro estilo art-decó( pero

ahora da impulso a su imaginación sin obligarse a las e'igencias de un modelo.

Dibu#ar% una golondrina $ant%stica que se remonte al cielo, met%$ora clara,

homena#e para aquella impredecible que intentaba volar y a quien sólo vio una vez

en pleno descenso. Roma Chatov la recuerda con sensaciones contradictorias.

!ab"a acompañado a Poiret que, por de$erencia a una de sus clientas m%s

$amosas y leales, aceptó complementar la escenogra$"a de una velada danc"stica(

algunos telones azules de di$erentes matices, ho#as de acanto y cirios encendidos

en lugares estratgicos. -ntre los contados concurrentes varios intelectuales. &a

pequeña Roma Chatov, recin llegada de osc/, los reconoció $%cilmente. Son

personas clebres y sus $otogra$"as aparecen en periódicos y revistas que ella

ho#ea como parte de una educación mundana. Ser% p%#aro. S", un p%#aro

$ant%stico y amarillo con las alas abiertas de un e'tremo a otro del rect%ngulo. Se

repart"a champ%n en esbeltas copas burbu#eantes y se escuchaban trozos de

conversaciones divertidas. 0ean 1egulesco le con$esó a Re' 2ngram que

 

encontraba prodigiosa la iluminación. 3tros comentaban, ba#ando la voz, que la

an$itriona hab"a de#ado atr%s sus triun$os, no era ni su sombra. -l peso de los años

y el de la tragedia ya no le permit"an despegarse del suelo. &as alas e'tendidas

abarcan el material encarnado y a/n queda sitio para otros elementos que

complementen la plasticidad de la $igura. !a quedado atr%s la nin$a ingr%vida que

aplaud"amos rabiosamente por la originalidad de sus coreogra$"as, comentó

arguerite 0amois. Sin embargo siempre podr"a darnos sorpresas, di#o arie

&aurecin. Se escucharon las primeras notas de una sonata de 4ach. Desde sus

telones la bailarina surgió con una vela entre los dedos, el cabello suelto teñido de

p/rpura, descalza, cubierta por una toga blanca. 1adie supo cómo avanzó hasta el

punto donde se hallaba, metida en su m/sica escuch%ndola con unción, para si

misma, a#ena a sus invitados, al mundo tangible y cotidiano. -ntregada a un rito

del que era sacerdotisa /nica. Permanec"a est%tica, imagen detenida, congelada

por la c%mara de un $otógra$o portentoso. -staba ah" y estaba en otra parte.

&uego, de manera insensible prendió uno tras otro doce candeleros colocados

alrededor del piano. 5Se mueve6 5Se ha movido6 preguntaban. Sus pies no

parec"an dar un paso, como si las pisadas obedecieran al ritmo interior de una

armon"a secreta. 7en"a un halo de plata, una e'presión demudada. 5Segu"a la

m/sica6 5&a m/sica la segu"a6 1adie lo hubiera asegurado, nadie cambiaba

postura ni pro$er"a palabra por miedo a romper la magia( como si el silencio $uera

respuesta al milagro producido hasta que ese encanto se es$umó en un acto de

prestidigitación. Sobre el crep ro#o el p%#aro toma $orma cercado por signos

negros que seme#an una caligra$"a oriental y en realidad nada signi$ican. Pausa

breve. &as teclas de mar$il se hundieron precipitando en la atmós$era una mazurca

de Chopin. &a danzarina coronada de rosas volvió semicubierta con una t/nica

trasl/cida a la mitad de sus muslos desnudos. -lla, que hac"a unos instantes

recordaba el retrato que en el apogeo de su gloria le hizo +rnold *enthe, brazos

en alto, cabeza hacia atr%s, garganta eb/rnea. -lla, que minutos antes resucitaba

la simplicidad per$ecta de la escultura griega, se contorsionaba en un espect%culo

grotesco. Resultaba obsceno su rostro hinchado por el alcohol, su escote

sudoroso, las piernas celul"ticas saltando pesadamente contra el piso, los brazos

 

que alguna vez emularon guirnaldas de laurel y entonces simulaban aros

circenses dispuestos para que saltaran dentro una camada de perrillos. Carreras

absurdas, arriba y aba#o del reducido espacio, y ubres colgantes que las

transparencia revelaban imp/dicamente. *racia de avestruz, decrepitud

precipitada en una resbaladilla. Redundante su respiración sonora, estertor

producido por el es$uerzo. )n /ltimo brinco y se clavó con un pie al $rente y las

manos e'tendidas hacia los espectadores que suspiraron aliviados cuando la

m/sica cesó. Despus la ocultista se $ue para vestirse de#ando a sus amigos

paralizados en sus respectivos lugares, sin abrir la boca o atreverse a cruzar

miradas en la quietud silenciosa. Sent"an verg8enza y culpabilidad cómplice de un

crimen, el de haber constatado un derrumbe. Picasso, con las brasas de sus o#os

$i#as en el hueco que la bailarina hab"a de#ado, se sobresaltó con la voz

puntiaguda de 0ean Cocteau que silbó en el aire9 adm"telo, este genio ha matado

la $ealdad. +l regresar, Poiret se negó a los comentarios y la pequeña Roma

Chatov se quedó callada en la incomodidad del coche e'perimentando la

despreocupada compasión que sienten las mu#eres #óvenes por las que de#aron de

serlo, y tambin queriendo solidarizarse contradictoriamente con quien intentó

$undar una escuela para bailarinas pobres en su pa"s de nieves remotas. Por eso

ahora dibu#a las plumas $icticias de un ave, el pico agresivo, el gordo pecho

$igurado en una l"nea, y decide enviarlo a 1iza sin suponer que en el intrincado

tapiz del destino ella es el hilo y la agu#a, los colores, el pincel de Dios. : sin saber

tampoco que su bello, delicad"simo, poderoso, resistente regalo dobladito en albos

papeles ser% el instrumento liberador con que 2sadora Duncan morir%

estrangulada.