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ALREDEDOR DE LA METAFÍSICA

INTRODUCCIÓN En Octubre de 1.996, la Universidad “Pompeu Fabra” de Barcelona,

organizó un Simposio Internacional sobre “Estética y Religión”, siendo el segundo congreso que organizaba la Sociedad Española de Ciencias, rama más joven del árbol ya casi centenario que es la “International Association for the History of Sciencies”. El objetivo: Llevar a cabo una aproximación a la religión y a lo sagrado, desde la estética filosófica moderna que busca y anhela la libertad, como eje fundamental.

La división incisiva en los tres estadios estético, religioso y ético que

formuló Kierkegaard, juega un papel fundamental la libertad. En su tiempo, esos tres universos se vieron en distancia, cuando no enemistad. La estética, era el universo de la dispersión pascaliana; la ética, iniciaba el mundo de la seriedad y la religión consumaba la actitud radical ante la existencia de la libertad. Claro que los genios, establecen las divisiones con tanta claridad como flexibilidad y Kierkegaard jugó en los tres campos, apasionadamente, sin excluir ninguno, refiriendo los unos a los otros.

En la era moderna, como fruto de un platonismo latente, de un jansenismo

pertinaz y de un racionalismo filosófico, el universo de los sentidos fue considerado un lastre para la vida espiritual, para el conocimiento metafísico y para la perfección cristiana. La religión se inclinó del lado de la moral, de la dogmática y en último lugar de la psicología, es decir, el imperativo, de la decisión de la autoridad, de la vivencia interior.

¿Dónde quedaba la integración del sentir en libertad, en el vivir, en el

creer…? Esto es lo que pretendo al escribir esta serie de trabajos, con objeto de analizar el fondo de la pregunta anterior y dar forma al título, para lo que tendré en cuenta todas las áreas, casi todos los motivos cercanos a la estética próxima a la religión y a la filosofía cristiana

También, por ende, tendrá en cuenta las preguntas fundamentales de la

actualidad: ¿Cuál ha sido la tensión entre voz e imagen, ser inefable de Dios y su representación icónica…?. ¿Quién ha defendido, con más empeño, que la religión cristiana, la libertad del hombre…?. ¿Cuál ha sido el itinerario del cristianismo entre el principio anicónico del Antiguo Testamento y el principio de encarnación, determinante del Nuevo…? Ya sé, por supuesto, que la Estética, es la gran olvidada de la Teología, excepción hecha de la obra excepcional de Balthasar “Gloria”, o su famosa trilogía

“Teostética, Teodramática y Teología sin par”, que es la creación más genial

y compleja que el pensamiento filosófico y teológico de este Siglo han llevado a cabo, superando el racionalismo por un lado y el materialismo por otro. Sus siete volúmenes, (1) son una ruptura son lo negativo de la lucha entre los hombres, ya que Balthasar logra

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concretar que lo primero, no es el concepto, sino la figura, no la idea sino la visión del mundo cristiano, ya que no hay sensación sin intuición, ni hay conocimiento sin sentidos.

El Dios invisible se ha hecho figura en el mundo. La afirmación de Dios hecho carne, la permanencia eterna de la humanidad de Cristo, la materia eucarísticamente transformada y hecho signo portador de Dios, la asunción de María, la consumación del hombre en cuerpo y alma, son los pilares del cristianismo.

El barroco salmantino, es el canto alborozado de la creación redimida y de

la encarnación redentora. Y Mozart ha sabido, como nadie, dar cauce a esa gozosa seriedad del mundo, como mundo de Dios. Por eso, el gran teólogo Balthasar, iniciaba todos los días su tarea oyéndole unos minutos, ya que según afirmaba, no sólo oía notas armoniosas, sino que sentía el latido de la trascendencia, la presencia visible o invisible, silenciosa o sonora de Dios y de Cristo en la creación musical.(2)

Existe un gran libro, escrito por J.P.Jossua, titulado : “Por una historia

religiosa de las experiencias literarias” (3), que en su cuarto volumen, analiza hasta el fin el sentido religioso de la literatura en el mundo y nos hace percibir el latido religioso de novelistas y de poetas. No busca sólo los que llama autores confesionales, ni a los confesantes, sino sobre todo a aquellos que en el incógnito o el indirecto, aguardan una llamada, atestiguan una presencia, la de Dios, por encima de todo. En el prólogo de este cuarto volumen, remite a una obra de semejantes intenciones, en alemán: “Im Spiegel der Dichter: Mensch, Gott und Jesus in der Literatur”, por K.J.Kuschel. (Editorial “Jahrhunderts”,Düsseldorf, 1.987). A mi modesto juicio se podría añadir la obra de G.Kaiser “Christus and the Father”. (London, Bn.Books, 1.989)

En resumen, se puede perfectamente significar que el cristianismo es la

religión de la encarnación: Toda palabra, figura, ritmo, luz o sombra, pueden ser relumbres del Misterio de Dios. La pregunta, inevitable, es qué ojos, oídos y manos son necesarios para percibirlos, notarlos y acogerlos con amor. Ya Sir Bertrand Russell, en su famoso libro de 1.926 “Sobre educación”, (4), subrayó los objetivos de los cristianos, y él los enmarcaba, esencialmente, por sus ideas políticas, en los de libertad. Estos objetivos, decía, son la independencia de criterio, la creatividad del amor de Dios, bien avenidos con una inspiración liberal. No dejaba de ser consciente de que tales objetivos de libertad con amor a Dios, no se ajustaban fácilmente a los marcos políticos donde aquella libertad no se une, pacíficamente, a la igualdad, sino que –quizá por desgracia- entra en conflicto con ella.

Bertrand Russell, defensor del conocimiento refinado, su aristocratismo

intelectual está siempre luchando con su deseo de que toda la educación sirva igualmente a todos, pero con la condición del amor previo a Dios. Esa lucha, tal vez provoca, en su fuero interno, resultados teóricamente inestables, en cuanto a la coherencia espiritual y doctrinal, pero a la vez es principal fuente del interés total que su obra despierta en el mundo de los cristianos, como queda demostrado hasta el día de hoy.

En este año de 1.999 en el que escribo esta líneas, se celebra el segundo

centenario del nacimiento de Honorato de Balzac. En los dos últimos siglos, el género narrativo ha inventado muchas cosas y entre Sir Walter Scott y Jane Austen, por ejemplo, hay un mundo inabarcable. Pero Balzac que fue quien inventó el grandioso

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edificio literario de “La comedia Humana”, nos cobija a todos siempre con los deseos de agradar a la Filosofía que tiene como base el amor y respeto a Dios. Luchó a brazo partido contra los que no deseaban ser llamados “respetuosos del Señor”. A los llamados “genios”, a los innovadores, a la turba de epígonos, a los que entretienen, a los que al menos sirven para decorar, a los mediocres, etc. Absolutamente todos, han nacido en la gigantesca casona de la “Comedio Humana” y lo han hecho hasta aprender qué es eso de ser novelista. Antes hubo novelas geniales, pero después de Balzac es muy difícil que los inventores de ficción no partan de él, como no se escribe teatro sin tener presente a Shakespeare. (5)

Es ley de vida que para ser alguien, o simplemente para hacerse notar, todos

hayan querido huir de la casa natal de la “Comedia Humana”, no sin cometer parricidio. Por ejemplo, Flaubert, explicaba despectivamente a Maupassant, en una carta, “que Balzac no fue ni poeta, ni escritor, que él era mucho más ambicioso”. Proust, lo primero que hizo al empezar a publicar, fue marcar distancias teóricas, “ya no se podía escribir así”. Y más cerca, Alain Robbe-Grillet, empezó su pequeña revolución literaria, por cierto, ya olvidada, condenando al olvido la novela balzaquiana. La lista de desagradecidos, - al maestro, cuchillada, solemos decir- sería interminable, pero siempre volvemos a Balzac y a su defensa de la religión cristiana. El hombre que en apenas 25 años, aproximadamente, - entre 1.830 y 1.855- alzó él solito, a base de talento, de trabajo y con la ayuda de la inspiración de Dios, un monumento literario, único, siempre tuvo delante de él, en su mesa de trabajo, un crucifijo, al que dedicaba una mirada, una silenciosa oración y su conocida frase dada a conocer al mundo por su madre: “No soy yo Señor, el que escribes eres Tú, por lo que te pido que me ayudes.”

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ENSAYO SOBRE LA LIBERTAD (I) No cabe la menor duda que la libertad, - con mayúscula- está amenazada

desde dentro y desde fuera; por ello, no es sólo importante obrar atentamente siguiendo las razones que se aprueban, sino hacerlo de acuerdo con las exigencias del ser humano, y es que “la libertad permite al hombre concreto e histórico, trabajar en la realización de la existencia personal y social, por lo que esta libertad, no es un fin para sí misma, sino que tiende hacia la libertad madura y adulta que no puede consentir más que en la comunión con los demás en el mundo. Entonces, se trata de una libertad que, a mi juicio, no puede existir más que bajo la forma de amor”. (6)

Tenemos que saber desarrollar una sensibilidad especial ante ciertos valores

éticos, como la justicia, la igualdad, la democracia… y no olvidar la interdependencia entre varias esferas, diversas esferas, ya que en la miseria, no puede desarrollarse una cultura media y, mucho menos, elevada que nos ayude a desarrollarnos.

El hombre está llamado a realizar la unificación de los valores a través de un

compromiso dinámico e histórico y esto se realiza, de modo especial, en el nivel ético, donde los diversos valores, se organizan con referencia al hombre y a su libertad. Al ser la libertad, de algún modo, la suprema aspiración del hombre, la meta de los esfuerzos comunitarios y personales, expresa el ideal de la plena realización del hombre. Esto implica, por una parte, que el hombre se vea liberado de las numerosas esclavitudes y alienaciones y, por otra, que consiga ser, plenamente, él mismo.

Liberarse significa, entre otras cosas, crear los medios materiales, la

Ciencia, la instrucción, el trabajo, el respeto, las leyes, etc., que permitan vivir la misma, y es que una libertad humana encarnada, no puede existir más que creando un conjunto de condiciones de libertad, un espacio en donde sea posible ejercerla.

La tarea del filósofo, consistirá en hacer ver que el principio de obrar libre,

pertenece estructuralmente a la existencia humana y que, de ninguna manera, es posible eliminarlo sin negar, radicalmente, la existencia, ya que la libertad no existe, ni puede concebirse fuera de la realización interpersonal, puesto que el hombre es siempre, necesariamente, EGO con los demás en el mundo. Hablar pues de libertad sin los demás, es ignorar la condición concreta del hombre como ser encarnado constitutivamente orientado hacia los demás, en el diálogo con todos los demás en el mundo.

Es indudable que la libertad, no es, ante todo, un mero problema de no-

determinismo, sino la mezcla de valores y significados que se realizan en la comunicación con los demás en el mundo y es que toda libertad auténtica, en cuanto orientada constitutivamente hacia el reconocimiento del otro en el mundo real, se expresará, necesariamente, en normas éticas.

La vocación auténtica de la libertad, a mi modesto modo de ver, está en

reconocer al otro en cualquier cultura y en cualquier nivel de civilización a través de los cambios y alteraciones que se verifican y, por tanto, la libertad, deberá criticar la limitación y la insuficiencia de las leyes y de las estructuras existentes; así que deberá

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crear leyes más adecuadas y aceptar, sobre todo, que en cada una de ellas, existen irrepetibles acciones de la vida, que pueda haber exigencias que van mucho mas allá de la ley que se ha formulado, de esa ley concreta que, si no se acomoda oportunamente a las exigencias que van apareciendo, puede ser un impedimento o una traición a la libertad o, simplemente, a los Derechos Humanos, entendidos modernamente. Recordemos a tal efecto, lo que ya escribió Koestler (W.) en su célebre “Paradigma de las libertades modernas” (7): “No se puede admitir que el hombre moderno acepte las leyes existentes sin intentar mejorarlas con el raciocinio, la lucha ética y el afán de mejora, ya que las leyes humanas, por humanas, tienen fallos, son incompletas y no suelen abarcar, generalmente, el total de la perfección posible y deseable. Yo propongo, con la experiencia de mis largos años de estudio y de lucha contra la tiranía, que cada pueblo, que cada hombre, siga su camino interior, en busca de la libertad que le haga sentirse mejor, y , a su vez, mejore también las expectativas de su nación, de su pueblo, de su etnia en general.” Y en el capítulo 7º de la citada obra manifiesta también: “La aparición de la imprenta, hace ya siglos, individualiza el saber, que pierde el carácter comunitario que tenía en la Edad media y que obligaba a los hombres a agruparse para estudiar los escasos manuscritos. Hoy, debemos seguir agrupados, pero para defender nuestro derechos, en especial la libertad.”

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ENSAYO SOBRE LA LIBERTAD (II) En la primera parte de este ensayo sobre la libertad, quedaron pendientes

varias puntualizaciones que, a continuación me permito exponer a mis lectores. Así decíamos que la libertad, (con mayúscula), está amenazada desde dentro

y desde fuera y que ganar la misma, sería el motor oculto, el motivo principal de la decisión libre. En efecto, somos esencialmente libres para que también, existencialmente, lo vayamos siendo cada vez más, a través de nuestra propia decisión. (Libertad existencial.)

A la elección de las acciones y del ser al que hacen referencia esta acciones,

única que podemos llamar elección en sentido estricto, la elección de lo que propiamente queremos ser, el proyecto de nuestra propia configuración esencial, es la opción por una jerarquía de valores que garantiza la mayor libertad y, recordemos siempre, que ella no es un mero estado del ser humano, sino un proceso, una tarea permanente.

El hombre moderno parece mostrar una especial apertura ante esta idea. Se

siente tan en peligro y amenazado en su libertad que, incluso a nivel conceptual, habla más de liberación que de libertad, ya que el término que emplea para “Libertad”, es emancipación. Claro que, tras él, se oculta a la vez un indómito anhelo de autonomía y un rechazo apasionado, muy firme, de todo tipo de coacción. Dice Muller: “La libertad de actuación, está determinada por los motivos, pero los motivos sólo son tales debido a la pre-determinación originada por la opción fundamental de la Libertad.” (8)

En otro orden de ideas, Fichte, opina por su parte que “para el hombre, sólo

puede servir de límite el otro hombre, el ser igual a él, puesto que no se le puede comparar con nada viviente.” (9). Claro que, a mi juicio, este límite habría de ser respetado absolutamente, ya que la referencia al otro, ofrece una posibilidad auténtica de autorealización, en especial, cuando el otro y yo, se unen y el tú se une en la tarea común de configurar y crear, por lo tanto, un mundo mucho mejor.

Tengamos también en cuenta que el individualismo es la fuente y también la

consecuencia de otros rasgos de la incipiente cultura de la modernidad como el naturalismo, el racionalismo, etc. Representa ello la forma de actuación del hombre burgués que quiere, que desea protagonizar la historia, frente a la disolución del individuo en las realidades comunitarias o corporativas propias de los tiempos anteriores al tránsito a la modernidad. Se refleja en todos los aspectos de la modernidad, de la realidad, en la aparición de la biografía como forma de Literatura de una vida humana, en la que prima su afán de libertad. Se pueden recordar las agudas palabras de Burckhardt en su “Civilización del Renacimiento en Italia”, sobre el auge de las biografías con fondo único de Libertad, o las de Dilthey sobre este nuevo giro de los géneros literarios: “Esta gran transformación en la actitud vital de los hombres, durante los siglos XV y XVI, trae consigo, enseguida, una abundante producción literaria en la que describen y son sometidos a reflexión, la intimidad de los hombres, los caracteres, las pasiones, los temperamentos, pero…, sobre todo, la lucha por la libertad individual y colectiva.” (10)

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Aquí podríamos añadir, como señala Maravall en su excelente obra sobre “Velázquez y el espíritu de la modernidad” (11), cuando San Juan de la Cruz piensa que el primer paso para el conocimiento de Dios es conocerse a sí mismo en libertad o cuando Santa Teresa, convierte a la religión en tema de experiencia personal, pero también de libre elección, pues ambos, - según Maravall, insisto- están planteándose en clave individualista, pero en plena libertad personal, su experiencia religiosa.

Decía Santo Tomás que, “…los afectos creados, no son producidos en parte

por Dios y en parte por la criatura, por el hombre creado por El, sino enteramente por Dios, como la causa primera; pero también, al mismo tiempo, enteramente por su criatura, como segunda.” (Santo Tomás en MS.V.52.) A ello, tengo que añadir lo referido por el moderno filósofo Martin Heidegger, cuando en el año 1.935, en su discurso ante el “Centro Cultural – filósofos y literatos de Berlín”, dijo: “Ya sabemos que muchas causas sobre la libertad del ser humano, de la criatura predilecta de Dios, se pierden por falta de lucha, por falta de ser consecuentes con las ideas superiores, pero los millones de personas que aceptamos una estrategia de defensa ante los ataques a la Libertad, debemos cambiarla por una de ataque. ¿Acaso Jesús no luchó y arrojó látigo en mano a los mercaderes que profanaban el templo…? Yo quiero destacar pues que el bien de la Libertad, se nos ha dado desde el momento de nuestro nacimiento y ésta, nos sirve de hilo conductor para la revelación del futuro de la Humanidad.”

(Martin Heidegger, recordemos, llevó hasta el final la lucha por sus

principio y tuvo serios problemas, que le llevaron al exilio, con las autoridades de Alemania nazi y después del año 1.945, con las autoridades de ocupación aliadas, al regreso a su patria.)

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APROXIMACIÓN A DIOS EN LIBERTAD Como decíamos en capítulo anterior, la aparición de la imprenta,

ayudó al conocimiento, pero este suceso, junto con la traducción de la Biblia al latín y de ésta a los lenguajes vulgares incipientes, favorecerá el libre examen, la reflexión individual y el crecer la sed de libertad. Nace el intelectual y como dice Von Martin, “se busca y analiza, con más intensidad que nunca, la aproximación de Dios al ser humano.” El espíritu creador de los artistas se une al saber de los intelectuales y será entonces cuando se expresará un interés por el hombre, centro del mundo y centrado en el mundo, y en él se encontrará sin duda ese nuevo tipo de conocimiento que se llamará “Ciencias humanas”. Louis D. Charrondt, en su célebre “Sobre la sabiduría” (12), dirá: “La verdadera Ciencia y el verdadero estudio del hombre, es el hombre mismo, pero siempre a través del reconocimiento superior de Dios, que es quien lo ha creado. Pero no lo ha creado sujeto a trabas humanas, lo ha creado en libertad y con plena posibilidad de encontrar su propio conocimiento.”

Evidentemente, ese reconocimiento del ser humano libre, se reflejará

también en la vida social y política, con una mentalidad que reproducirá el mito de Prometeo, como expresión de que las especie humana lo puede hacer todo, puede desplegar unos conocimiento y un poder en progreso constante que asemejan al hombre como criatura predilecta de Dios. Es el humanismo antropocéntrico que hace al hombre un microcosmos operativo, como dice Pedro Laín Entralgo. Así el hombre pasará del estado de naturaleza al de cultura, recurrirá al instrumento intelectual del reconocimiento de dios y reclamará, para su alta función individual, la libertad frente a las coacciones sociales. En su individualismo, está implícita en su desarrollo pleno la idea de los derechos fundamentales, que serán, en su primera formulación histórica, derechos de los individuos, derechos individuales y civiles y garantías procesales, especialmente para reforzar la protección frente al Poder. Este individualismo que propugna la libertad ante Dios y los hombres, acabará reclamándose frente al Estado y al Poder. Es cierto, claro está, que el individualismo aparece, inicialmente, vinculado al Estado absoluto, pero esto ya supone un proceso frente a situaciones anteriores, al permitir una vinculación directa, sin el intermedio del poder inferior, entre el Poder soberano y el individuo. En ese sentido, al organizar la estructura del poder, el Estado absoluto, es un precursor del Estado liberal. Bastará un simple cambio cuantitativo para que el individuo que buscaba su seguridad en la protección de la Monarquía absoluta, se sienta fuerte para reclamar para sí la plenitud del poder y disponer de su libre elección para aproximarse más a Dios. Este es el espacio intelectual que va de Hobbes a Locke.

Maravall, en su “Estado Moderno. Mentalidad Religiosa y Social”, (13),

reconocerá el papel central del individuo en el orden que se estaba formando “…como factor que caracteriza en los más nuevo y peculiar la época que empieza…; tenemos que reconocer a ese individuo que se levante como única distancia de legitimación de un orden: es el nuevo protagonista de legitimación de un orden: es el nuevo protagonista de la época que se siente ayudado por Dios.”

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El individualismo se convertirá en liberalismo cuando su contradicción con el Estado absoluto, por su mayoría de edad intelectual y por la conciencia de su Fe y de su fuerza, le lleve a enfrentarse con dicho absolutismo. Y este individualismo, con su revolución religiosa, científica y finalmente política, será clave para entender el mundo moderno, donde se afirman el poder y el protagonismo en la burguesía que identificará su causa con la libertad de toda la Humanidad.

La idea de libertad es el núcleo de la nueva forma de ser del individuo,

traída del cielo a la tierra, y aunque inicialmente la hegemonía burguesa se apropia de la idea, la enorme fuerza de los derechos fundamentales va a generalizar y universalizar la cultura de la libertad en lo que Bobbio llamará “el tiempo de los derechos”. Atrás se quedarán los nostálgicos de la contrarrevolución, y también los que como Marx y su materialismo dogmático, no son capaces de entender ese núcleo liberador. El Estado liberal de Derecho será el destino inicial de esas nuevas corrientes y poco a poco, la libertad, exigencia del individualismo, pasará al plano filosófico, científico y psicológico, al religioso y jurídico, entrando entonces en la cultura de la protección de lo religioso, de los derechos humanos y de la democracia.

Este protagonismo del hombre emancipado, motor de la Humanidad desde

los tiempos de los primeros cristianos, ya lo presagió Clement Marot, el poeta francés,a principios del Siglo XVI: “Han recibido vana filosofía,

que magnifica tanto a los hombres, que todo el honor de Dios está iluminado.” Y es que, a veces, la poesía, tiene la intuición de una realidad, por venir

antes de los estudios históricos o de cualquier otra Ciencia. Marot o Lincon, /en el siglo XIX éste), son un buen ejemplo en nuestro caso.

Si cerrábamos el párrafo anterior con Marot o Lincon, podemos seguir en

nuestra exposición con lo expresado con el insigne filósofo español Xavier Zubiri, cuando afirma que “a Dios se debe dirigir todo hombre, en la convergencia de las distintas religiones, pero siempre en libertad, sin necesidad de conocimiento teológicos específicos.” (El problema teologal del hombre)(14)

Al pensador sistemático, se le permite la armonía y profundidad que los

inscriben dentro de los esfuerzos exegéticos más interesantes de nuestro tiempo, ya que, ante todo, habría que destacar, frente a la importantísima teología secularizadora que se ha practicado en el campo protestante en este Siglo, la voluntad explícita de relacionar una antropología, es decir, una teoría del hombre y una teología que confluyan siempre en lo esencial: La Libertad de ese mismo hombre.

A este respecto, desempeña un papel central la interpretación que hace de la

libertad el gran filósofo ya citado, Zubiri, aunque en el detalle de su interpretación se distancia explícitamente, de la visión de San Agustín, Santo Tomás y de la Teología tradicional en muchos importantes aspectos, aunque nunca cae en la interpretación heterodoxa. A tal efecto, recordamos que Zubiri siempre defendió, con pasión, todo lo que significó la auténtica ortodoxia católica.

Siguiendo con Zubiri, vemos que sustituye la noción platónica de que el

esclavo no es igual al liberto al ser libre per se, por otra de fecundidad divina en virtud

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de la que, desde la relación trinitaria misma, Dios se proyecta en los que crea y por ello, es un hombre libre, a su imagen y semejanza, como nos enseñan desde los más remotos tiempos. Asimismo, se apoya en conceptos ampliamente desarrollados en otros contextos, por ejemplo, el de la realidad abierta que, caracterizando la vida trinitaria de Dios se aplica, naturalmente, al hombre en libeztad. Claro que, con todo, la orientación de su posición fundamental con respecto a la libertad del hombre, es que la libertad humana reproduce, “mutatis mutandi”, determinadas formas que se encuentran eminentemente realizadas en el Ser Supremo: Dios.

La plenitud que puede alcanzar el hombre, consiste en su aproximación a

Dios, es decir, en la depuración de su condición de realidad abierta con inteligencia, pero sobre todo con libertad. En ese sentido, no cabe la menor duda de que se trata de una obra pre-kantiana, en entiende la realidad humana desde la acción libre de un Dios creador. Pero también, no cabe duda, de que además de la preocupación explícitamente filosófica sobre el fundamento de la libertad, se abre para todos, a través de la interpretación clara y concisa de X.Zubiri, una sensibilidad desde la que se viven todos los acontecimientos de la Historia de la Humanidad desde miles de años atrás. Esto es muy importante, pues de esta forma, se va observando, paso a paso, la evolución del hombre antes y después del nacimiento del cristianismo.

Tal vez, estas líneas, estas ideas pre-kantianas, nos puedan resultar a muchos

ajena, por el carácter secularizado de nuestra cultura actual. Por ello, la gravedad de las críticas de Kant a la teología racional – si es que son correctas- no se reducen al mundo de la Filosofía, sino que desautorizan determinada manera de representarse la realidad última por parte de quienes no son filósofos: Entendiéndola como expresión de una realidad última. Pero no real, ya que la verdadera, está en las ideas de la pura ortodoxia católica, como han refrendado los sucesivos Pontífices, a través de la Historia de la Iglesia.

Siempre que se lee a X.Zubiri, - al menos eso es lo que me sucede a mi- se

encuentra una visión positiva de la instalación del hombre en la libertad, puesto que es conceptuada como una prolongación de la vida trinitaria, ya que lejos de oponerse a la experiencia religiosa, Zubiri siempre halla que la emancipación del hombre, su libertad, es el cauce por el que Dios ayuda a la instalación del ser humano en el mundo. La visión, en conjunto, del mundo, de su Historia, nos ofrece un buen ejemplo de todo ello.

Desde muy temprano, nos dijo X.Zubiri que, la libertad del hombre, es

básica, es fundamental, para comprender la realidad del Dios cristiano, ya que no se comprende que el Ser Supremo, pueda aceptar la esclavitud nunca. Por lo tanto, recordemos su famosa frase: “… es la libertad el alumbramiento de todas las posibilidades presentes y futuras del hombre y no olvidemos que ella, no requiere presupuesto teológico alguno.”

En resumen, a mi modo de ver, en todos los textos del insigne filósofo, pero

en especial del que estamos ahora tratando, “El problema teologal del hombre”, encontramos unos textos en los que se añade la tesis de que el sentido de la Historia ,en lo que se refiere a la Libertad del Hombre, es la gran libertad que Dios ha hecho posible.

A tal fin, terminaremos estas páginas, citando literalmente, las palabras de

su recordado discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia: “…pero en la idea

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del Dios uno y creador, se añade la tesis de que el sentido de la Historia, en su conjunto, es la libertad que Dios ha hecho posible, por más que nos puedan parecer muy gravosas sus consecuencias, al hacer el hombre, en determinados momentos, un mal uso de ella.”

Evidentemente así ha sucedido en más de una ocasión, pero no debe

impedirnos seguir hacia delante, ya que la Ética está por encima del Mal del hombre en sí.

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SOBRE ERNST JUNGER Y SU MEMORIA VIVA Cuando recordemos la “Estética de la Ética” del título de este libro, es

inevitable recordar Jünger que tantas lecciones nos ha dado, en su larga vida, de lo que representan las palabras : “Estética de la Ética”, formando con ello la base sólida de una larga enseñanza para todos los que deseamos ver más allá de lo meramente próximo a nosotros.

Ernst Jünger, filósofo, ensayista, novelista y poeta, pertenece, junto a

Brecht, Mann o Rhöner, al panteón de los grandes escritores alemanes, a los grandes filósofos del Siglo que acaba. Fallecido recientemente, a los 102 años de edad, después de haber vivido una apasionante aventura de gran viajero, héroe de la I Guerra Mundial, colaboró con el III Reich y llegó a vivir en nuestro país durante algún tiempo, en donde recibió el doctorado “Honoris Causa” por las Universidades “Complutense” (Madrid) y del País Vasco (“Deusto”, Bilbao).

Hombre reconocido como sabio universalmente, discutido y libre, atravesó

dos siglos y casi, alcanzó los umbrales del tercero. Más conocido como novelista, que como filósofo, destacó sin embargo en todos los campos que tocó y de su espíritu analítico y filosófico, destaca “El trabajador” (15) y otros ensayos de las décadas de los años 50-60, donde sabe hacer patente el vértigo y toda la plenitud de nuestro tiempo y todo ello con pluma ágil, inquieta curiosidad y vivaz memoria filosófica plena, reconocida siempre por todos los críticos.

Jünger, que siempre tuvo muy presentes los supuestos histórico-sociales

más importantes del encuentro inter-humano; hombre reconocido como sabio universalmente, discutido y libre, - como decíamos en el párrafo anterior- en lo que respecta a la libertad del hombre, después de su colaboración con el III Reich, ve la luz del futuro democrático y entonces se pregunta una y otra vez: ¿Para qué este rodeo…? La vida debe ser libre, ya que habitamos un interregno: una cueva llamada tiempo, con un destello de luz que es Dios. El exterminio de la serpiente constrictor que doma la libertad humana, ha de dar paso a la idea del Padre Todopoderoso que desea que el hombre sea siempre libre , ya que en la total libertad, ha de escoger su estado ideal en el presente y en el futuro.” (16)

Si en X.Zubiri tenemos en concepto del cuerpo en libertad como algo

basado en la corporalidad anímica y desde ella, clama por su libertad de una forma total, Jünger, no se duele menos de esa falta de libertad humana y así, cuando pronuncia su discurso en la Universidad “Complutense” de Madrid, al recibir el doctorado “Honoris Causa”, manifiesta –entre otras cosas de gran interés- su gran dolor y profunda decepción porque “aún existían lugares en el mundo donde la libertad plena del ser humano es cosa negada y de improbable futuro”. Más tarde manifiesta su profundo anhelo por seguir ayudando a todos los seres humanos con el desarrollo de sus pensamientos e ideas, especialmente en lo que se refiere a la conquista total por el hombre, del bien más preciado que puede obtener sobre la tierra: La libertad en todos los momentos de su vida, y afirma que, pese a haber naciones muy ricas, no tienen o no desean ejercer el poder de su riqueza para librar al hombre de su esclavitud y cita: “Nada es más peligroso, que la riqueza sin poder de decisión moral y ética,”

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E.Jünger, siempre se definió como un “pensador de cremallera, sin botones, es decir, sin nexo causal en el texto filosófico que consideraba imprescindible en la formación y cultura del ser humano, si éste, desea realmente un ente desarrollado.” (17)

Siempre pensó y manifestó que existía una unidad coherencial, primaria,

entre alma y cuerpo, y al referirse a los titanes –humanos- y a los dioses –el Ser Supremo y la Santísima Trinidad, ya que era católico de firmes convicciones- dijo que iban alterándose. Esto era así, dice, “mucho antes que nosotros existiéramos y lo seguirá siendo siempre, porque Prometeo logró al fin liberarse de sus cadenas, nosotros tenemos que considerar que el hombre, en todas sus partes, ha de ser libre también.” (18)

A mi modesto entender, la gran obre de Ernst Jünger, se hace testimonio de

vida y ésta, experiencia íntima de la Historia, pues el hombre, condenado a las limitaciones de su cuerpo, encuentra la salvación espiritual en el amor a Dios y la salvación física, ha de tener como principio fundamental, la libertad. Recordemos aquí que el gran pensador católico alemán Hugo Friedich, ya vio y analizó “como una pura metafísica de la gran ausencia de Dios, la falta de libertad en el hombre.” (19)

La filosofía del lenguaje, sigo opinando modestamente, debe ser menos un

estilo que una catarsis, pues se tiende a la lógica positiva por encima de la negativa, ya que en ella, estará siempre la esperanza de obtener la bendición de Dios y con ésta, la consecución de la libertad para poder escoger de forma dimanante y clara, el futuro de un hombre entregado a la verdadera Religión que peldaño a peldaño, conduce hasta el Amor de los Amores.

Si sabemos que el hombre, tal como dice Jünger, está referido

constitutivamente a los otros, por su carácter genérico, biológico y real, diremos que pensar que una cosa es la sencillez humana al modo filosófico, y otra muy distinta, la pobreza de recursos para ser capaz de pensar y llegar, filosóficamente también, al encuentro con el Amado a través de la libertad. Por otro lado, la visión de la vida diaria, rara vez da lugar a un conjunto de reflexiones que nos lleven más a lo espiritual que a lo material. Y es que, la vida hoy en día, está mucho más estructurada, mucho más realizada de una forma tal que nos conduce a lo puramente material, como recordaba S.S. el Papa Pío XII , hace ya muchos años. Y desde entonces, acá, no ha mejorado nada; por el contrario, se ha ido rebajando a límites peores, aunque con independencia de la dudosa propiedad de juicios tan firmes y seguros, deberíamos acercarnos más a las Encíclicas y Escritos de los Santos Padres, de los Pontífices, puesto que todos ellos han repetido lo mismo, especialmente en los últimos años. Así: “Damos mucho importancia a todo lo material, al éxito puramente humano, pero… ¿y la importancia de los espiritual, que es la libertad de escoger para poder llegar libremente a Dios…? (20)

Por todo los expuesto, entiendo que vivimos hoy en una etapa de transición,

entre dos inmensos momentos de la Historia, como ya ocurrió en los tiempos de Roma. Uno de los momentos, es el materialismo inhumano, seco, feroz, en el que la mayoría de los humanos sólo anhelamos, deseamos, el éxito perecedero. El otro momento…, es la esperanzadora llegada de un futuro en el que el espíritu nos haga ver la enorme importancia de ser y estar con lo divino, con el amor de Cristo…, ¡ en libertad!

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EL SENTIDO DE RELACIÓN ESTÉTICO CON EL AMIGO Y EL PRÓJIMO, CON AMOR Y LIBERTAD Las relaciones entre la amistad y la projimidad, son analógicas; tienen un

elemento en común: La creencia, pero a la vez, difieren cualitativamente entre sí, según el grado de esa creencia, ya que mientras la relación de amistad se establece mediante una creencia de carácter personal, la relación de projimidad se realiza a través de una creencia genérica: La existencia, en libertad, entre hombre y hombre simplemente. Por tanto, la amistad es amor a tal hombre y la projimidad es amor al co-hombre, pero siempre, insisto en ello, en libertad de elección.

Por otra parte, la amistad, como ya decía Aristóteles, “es un alma que habita

en dos cuerpos, un corazón que habita en dos almas” o también, “un amigo fiel, es un alma de dos cuerpos”, y por lo tanto exige igualdad entre los dos amigos, no así la projimidad que permite el socorrido estar por debajo de quien le socorre. Aquí podríamos citar la parábola del Buen Samaritano, que ofrece un caso ejemplar de projimidad. El Samaritano, ayuda el herido como prójimo, sin ser su amigo, ni su igual. El amor se dirige a una persona concreta; la caridad a un ser humano necesitado. La caridad fluye del sentimiento y el amor surge de la raíz misma del ser. Y es que, en el amor, - pero siempre en libertad- la verdad personal del sentido de relación entre dos seres y la verdad personal objetiva, son cualitativamente distintas, en cuanto a su verdad y a su evidencia, puesto que mientras que la objetiva puede ser demostrada, la personal sólo puede ser creída.

El hombre, aunque es capaz de mentir, puede ser conocido, si expone su

verdad, de modo razonable; sin embargo, ello no es suficiente, porque la declaración de la intimidad humana, debe darse en absoluta libertad y nunca bajo presión ejercida de forma más o menos solapada, directa o indirecta. Si hay libertad, puede haber esteticismo en la relación con el amigo; si no la hay, difícil será que la haya y también que surja el amor espontáneo.

Xavier Zubiri, nos dejó escrito (21), que la existencia humana se halla, se

encuentra constitutivamente implantada en la realidad del amor en libertad y en consecuencia está ligada al fundamento de toda realidad o de todo ser. Si el hombre se halla en la realidad, a través de sus creencias, el distinto nivel de creencia en el que coincide con el otro, indicará puntualmente el modo vario de esta en dicha realidad. La amistad es una de esas realidades y en la zona de las creencias, no es mera conjunción de sentimientos, sino de comunicación de dos almas bien avenidas.

El fundamento de la amistad, es el mismo fundamento de la realidad en el

ser humano, ya que la existencia del hombre se halla última y metafísicamente implantado a través del amor y si dos momentos componen la creencia íntegra: La Concreencia y la Creencia mutua, no cabe la menor duda que para llevarlos a buen fin, a una realidad concreta, hay que llevarlos bajo el distintivo del amor mutuo. Y recordemos, en ese caso concreto, la llamada del famoso literato francés, Paul Bourget, cuando afirma que : “Una amistad noble, es una obra maestra de Dios.” El mismo autor, en sus obras completas, (22), nos dice: “No podemos por menos que vivir en amor, paz

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y libertad; el vivir no tendría sentido sin esas cualidades, ya que la vida se debe vivir conforme a lo deseado por Dios, no a lo que los hombres cambian a su gusto y manera.”

En nuestro siglo, la Teología católica, ha tomado consideración de la

Filosofía trascendental en su temática con la relación estética del amigo, en amor y libertad, siendo Marechal el primero que intenta repensar el tomismo en función de la Filosofía. Por su parte, Romano Guardini, aplica a la Teología, la Filosofía del diálogo, tratando de superar el tradicional esquema sujeto-objeto y amistad-hombre. Para ello, nos dice de forma contundente y muy clara: “Las cosas surgen por el mandato de Dios; las personal por su llamada en paz y libertad.” (23) Y no cabe duda que por esa llamada creadora, Dios constituye al hombre como un ser social y solidario con los demás. La solidaridad de un hombre, con el semejante, comienza por el fenómeno de la percepción de la solidaridad.

La percepción de una realidad exterior, intencionalmente expresiva, inicia

una comunicación responsable, una comunicación predominantemente espiritual. Por supuesto que el encuentro inter-humano, tiene unos supuesto físicos y de un sentido metafísico también, psicofisiológicos e histórico-sociales, fundados en la constitución misma del hombre, esencia abierta, subjetividad encarnada. (24)

El polifacético Dr. Laín Entralgo, fundado en la idea zubiriana de persona,

elabora una visión del hombre así: “El hombre concreto, es capaz de creer, de amar, de sentir amistad y de esperar, puesto que la existencia humana es constitutivamente pística, fílica y elpídica.” (El médico y filósofo español, ha formulado una antropología de la amistad como base de unión estética con el amigo y el prójimo, que hace posible el amor coefusivo, constante, personal y concreyente, en una concepción del ser humano, surgida de una comprensión dinámica del ser, originada en las doctrinas de Platón primero y de Aristóteles después.) (25)

En la justificación del amor interpuesto que presenta Laín Entralgo, como

continuación a su visión del hombre concreto, afirma que el conocimiento de la antropología, reviste singular utilidad en la reflexión acerca de la existencia cristiana, indivisiblemente teológica-cristológica-antropológica: La apertura del hombre a la Gracia, se identifica, plenamente, con su estructura fundamental de su realidad personal. La Gracia santificante no es algo que se añade al ser completo y acabado del hombre, sino la forma en que éste llega a ser, definitivamente, él mismo.

La Gracia tiene un ciclo personalista: Las Personas divinas llaman al

hombre a ser su tú, y suscitan en él la posibilidad de una respuesta personal de hijo adoptivo y amoroso. (26)

La persona humana, alcanza su plenitud en la unión inmediata con Dios,

infinito personal, en la libre autodonación personal de Dios, con lo que el hombre, en cuanto a su persona, se halla abierto a esa donación personal divina. Recordemos que el Concilio de Trento, rechazó la posibilidad de la doctrina de la total y absoluta desaparición de la imagen de Dios en el hombre pecador, a fin de poder salvar la posibilidad de una respuesta humana libre, a la llamada interna de la Gracia.

Las nociones fundamentales de la Sociología, dejaron insatisfecho al

hombre contemporáneo, porque los sociólogos marginaron la verdad del cuerpo

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humano, sus fenómenos elementales de los que emana la realidad social, entre los que destaca la relación, en amor y libertad, con el amigo y el prójimo. El cuerpo humano, por su naturaleza específica –ser universal y específicamente humano en cuerpo y alma -, por sus instrumentos perceptivos para la comunicación inter-humana, por sus sistemas y mecanismos, especialmente de índole amatorio de unión a otro ser, o los de índole neurofisiológico y endocrino, que intervienen en la agresividad, en la apacibilidad y en especial también en la sociabilidad, constituye el llamado “supuesto de los supuestos de la relación y del encuentro.” (27)

La relación social, no cabe duda que supone el encuentro con el otro, con el

semejante. El atributo característico y primario del otro, es su capacidad de corresponderme tanto como yo a él. El hombre, en su primer contacto con el otro, siente la necesidad de unión, surgida de ese estar abierto a los demás en estado permanente y constitutivo. El hombre sólo coexiste, en sentido propio, con otro hombre; por tanto sólo puede surgir por el sentido de la Gracia, don superior a los demás seres creados, para que con sentido de relación estético, abra una relación con el amigo y el prójimo, que lo conduzca en amor y libertad a un estado de perfección natural, también superior al que existe entre otros seres vivos. Ya lo dijo Zubiri, “la esencia humana es abierta y superior, en y desde sus notas constitutivas a todos los demás seres de la Creación.” “El hombre es el ser superior por excelencia y así lo quiso que fuese desde el origen de la Creación, el Ser Superior: Dios.” (28)

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VIVIR EN LA VERDAD Antes de seguir con estas impresiones mías, quiero dejar bien afirmado, por

si antes no ha quedado muy claro, que soy testigo de Cristo. Cristiano, es la persona no sólo que admite como modelo humano a Jesús, sino que cree en Él como su Señor y Salvador, confesándolo como el Hijo de Dios hecho hombre: “Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado y no creado, consubstancial al Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajo del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre.” Este y no otro, es el dogma fundamental de la fe cristiana, (y por lo tanto el mío como el más humilde de los hombres), ésta es la fe de la Iglesia, por la que han muerto millones de personas a lo largo de veinte Siglos. Cualquiera que no confiese esta fe, “aunque fuese un ángel del cielo, -como dice y escribe San Pablo- no hay que hacerle caso y considerarlo como anatema.” Por los tanto, y como resumen de las líneas anteriores, “sólo quien confiese que Cristo es Dios, es cristiano.”

Después de haber reafirmado mi posición religiosa, deseo remontarme a los

primeros días de 1.970, a mi viejo libro “Introducción a la Filosofía”, de Julián Marías, en el que aprendí a comprender y analizar lo que es la propia Filosofía. En él, aprendí una cuestión importantísima para mí: Las relaciones del hombre con la verdad. Vi que había varias posibilidades: Vivir en el ámbito de la verdad, en el horizonte de la verdad, al margen de la verdad y –la peor de todas- vivir contra la verdad. Y esta es, no nos engañemos, la dominante de nuestra época. Se afirma y quiere la falsedad a sabiendas, por serlo; se la acepta tácticamente, aunque procede del adversario y se acepta el diálogo con ella: “nunca con la verdad”. Y…¿por qué vivir contra la verdad?. ¿Por qué esa voluntaria adscripción a la mentira en cuanto tal?. La razón no es demasiado oculta: En el fondo, se trata, simplemente, del miedo a la verdad.

Cuando alguien vive sobre ideas y creencias de cuya falsedad está

convencido, siente que la presencia de la verdad destruye ese fundamento y con ello su “contra vida”, porque la inautenticidad es el modo de “no ser”, de la vida humana. Decir esto de forma directa a alguien, es bastante improbables y, a veces, incluso con determinados riesgos. Lo grave es que, pese a todo, los párrafos anteriores, siguen vigentes. No total, ciertamente, ya que el horizonte de la verdad está más abierto pues se han disipado algunas ofensivas contra “la verdad”. Pero esa actitud persiste y el temor a la verdad o el odio hacia ella, no han desaparecido enteramente: Es connatural con el hombre por su forma de vivir.

Analizando la verdad, vemos que ésta, se detiene temerosamente ante

algunas cuestiones, hechos, personas, que siguen gozando de un extraño “respeto”. Se dice, a veces, la mitad de la verdad, pero no se pasa de ahí. Se puede decir cuanto se quiera acerca de algún totalitarismo, pero se guarda silencio respecto a otros, incluso cuando son actuales y no pasados. Se dice que los nacionalismos de algunas naciones han tenido consecuencias funestas, atroces; pero los nacionalismos de lo que no son naciones –más falsos todavía- se dedican a segregar falsificaciones incontables de la verdad. (Sigo esperando, con verdadera impaciencia, el resultado del examen que la Real Academia de la Historia anunció hace muchos años sobre esta disciplina.)

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Seguidor de la Filosofía de la Historia con disciplina constante, creo que el año 1.968 fue el símbolo de un recrudecimiento de la ofensiva contra la verdad. Si se hace el balance de lo que en aquellos años parecía la realidad, de lo que gozaba de ilimitado prestigio en todos los campos, se ve hasta que punto se padeció una desfiguración admirablemente bien organizada y orquestada.

Desde entonces, no cabe la menor duda, han pasado muchas cosas buenas y

malas. Se han dilatado las posibilidades. Los peligros que corre la libertad persisten, por supuesto, pero son menores. No hace falta particular heroísmo para decir lo que se piensa, aunque son muchos los que sienten temor de que se les recuerde lo que dijeron, escribieron o hicieron en épocas pasadas. Al menos ahora, se puede ejercer, proclamar lo que se considera verdadero y justo. Lo grave es, a mi juicio, que no se aproveche ese precioso margen de libertad, que permite una vida digna, sin rubor ni desaliento.

Creo que el mundo que va a existir desde ahora, puede ser

incomparablemente mejor que el que todavía persiste, con la sola condición de que se viva de acuerdo con las posibilidades reales que ya existen en la porción del mundo que debería ser orientadora del conjunto, si decidiera ser fiel a lo que debe ser su real vocación: la lucha por saber más, éticamente hablando, y por la libertad, con la verdad por delante siempre.

A la vista del Milenio que tenemos encima ya, un programa esperanzador

para el Siglo XXI podría ser: La reconciliación del hombre con la verdad. Y esto sería, por supuesto, la reconciliación del hombre consigo mismo. Es decir, con su condición personal, con su irrenunciable libertad, con su doble realización como varón y como mujer, con su carácter histórico y, a la vez, proyectivo, con su mortalidad y su gran esperanza, con su absoluta necesidad de buscar siempre la verdad para nutrirse de ella. No como determinados nacionalismos, - volvemos a ellos- que a sabiendas, mienten y están viviendo contra la verdad. Pensemos que el nacionalismo, en general, es uno de los desafío más peligrosos que tiene la libertad humana en nuestro tiempo. Y me temo que en el Siglo que se avecina, va a ser el peligro mayor para la consolidación del sistema democrático en todo el mundo. Por eso debe ser enfrentado, siempre con la verdad; básicamente con ideas, con argumento. Quienes creemos que hay que vivir con la verdad, vemos que el nacionalismo es escurridizo, pero es, sobre todo, una manifestación del colectivismo, del miedo atávico a la verdad, es, en definitiva, “la manifestación moderna de ese viejo rencor a la verdad que Popper llamaba el espíritu de la tribu.” (29)

El citado Popper – en el mismo libre- afirma que no cree en quien vive en

contra de la verdad. La identidad, es un concepto que hay que tener siempre muy claro y ya en las comunidades más primitivas, el hombre es, sobre todo, una parte esencial de la tribu. Y de no serlo, puede ser barrido y desaparecido. Pero la civilización, es justamente ese desarrollo de la libertad de una soberanía individual que va emancipando al hombre de la tribu y le va permitiendo elegir, diferenciarse de los demás en función de sus aptitudes, sus creencias, sus razones, sus convicciones, aunque siempre bajo el pleno control ejercido por la verdad en todo tipo de conducta. Todo ello está dentro del complejo tejido de las relaciones humanas, en función del encuentro entre el ser que lucha por obtener la libertad y en ella, vivir “con” la libertad, dentro de la “verdad”; sin estas dos premisas, y como dice Julián Marías en su ya citado libre, ¿para qué vivir…? (30)

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ENCUENTRO DE LA LITERATURA EN LIBERTAD “Los libros me enseñaron a pensar, y el pensa- miento me hizo libre.” Ricardo León Ya sabemos que es sumamente difícil abarcar todos los campos de la

Literatura y mucho más, si pensamos en ella como un proceso, no local, sino universal, pero con libertad. “No podemos compartir las mismas ideas y los mismos gustos y mucho menos cuando se trata de temas literarios, pero sí que podemos respetar la intencionalidad ajena, ya que la expresión del hombre es esencialmente intencional y, en cuanto a tal, es fruto de un acto de libertad, porque el hombre está obligado a ser libre.” (31) Y a ello podemos añadir la opinión de Ortega que nos dice que “el hombre, está obligado a ser libre, ya que la libertad es algo constitutivo de la existencia humana.” Y también que: “…si algo hay difícil en la vida de los seres humanos, es el poder opinar, en libertad, de la Literatura, puesto que es esta asignatura, - si la vemos como tal- es donde la discrepancia puede ser más fácil.”(32) La expresión, cualquiera, del hombre, es base del fundamento de su libertad y a ello se debe añadir el poder de distinguir lo real de lo ilusorio, lo anterior de lo exterior del hombre, lo expresivo de lo inerte y lo intencional de lo no intencional. A todo ello, se suma la incertidumbre de las expresiones libres e intencionales del otro, esencialmente imprevisibles, dadas las posibilidades de la percepción del otro, desde un punto de vista discrepante, es algo consustancial con nuestra libertad, pero…, también la del otro que discrepa de nuestras ideas. El acto es plenamente consciente y estructurado internamente por los siguientes momentos: a) La vivencia cierta de la existencia de alguien que no está de acuerdo con nuestra

forma pensar. (En este caso, en algo tan natural y básico, como es cualquier tema literario.)

b) La vivencia ambigua, incierta, de no saber cual es lo que “el otro”, nos va a demostrar con sus discrepancias, pero que, evidentemente, no es igual a lo que “yo” doy por cierto y sabido

c) Esa opinión contraria, puede ser lógica o ilógica, natural o forzada, espontánea o premeditada.

De todas formas y sea cual sea la estructura, es de algún modo, positiva y

responsiva, ya que nos hará ver la idea nuestra desde otro punto de vista, ya pensado tal vez por nosotros anteriormente o tal vez no. Pero insisto que, de todas formas, positiva.

La percepción, es coexistencia o comunión, en una relación simbólica que

conduce al hombre a convivir realidades expresadas a través de expresiones significativas, ya que el hombre el un ser coexistente, metafísicamente abierto a los demás hombres y a las cosas, por el simple hecho de percibir algo diferente a nuestro propio yo. El ser humano, además, posee constitutivamente un carácter coexistencial, en el que en un encuentro grato con el “otro”, obtendrá satisfacción, o estará en situación placentera. No siempre el trato con otro ser humano, ha de ser una colisión de libertades. Puede haber discrepancias, pero no lucha por imponer las ideas de forma no civilizada. El decir no y no estoy de acuerdo, no es fórmula de fenomenología de lucha

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envilecedora. (El vocablo “otro”, “alter”, es término de una pareja, pero no precisamente de pareja en lucha y en perpetuo desacuerdo.)

Si como hemos expuesto anteriormente, el ”yo” personal surge en

desacuerdo o no, al encontrarse con el “tú” personal del “otro”, el yo, puede alcanzar su mayor madurez personal al encontrarse con el “Tú” Supremo, que es la forma suprema del encuentro. Ese encuentro, lo podemos reducir a un encuentro, tan clásico, como el de la Literatura o el de la experiencia religiosa, o en la experiencia en sentido genérico.

En la reflexión sobre el encuentro literario, ya quedan apuntadas varias

posibilidades en las páginas precedentes y en la reflexión acerca de la forma suprema del encuentro, intentará demostrar que la religación consciente con el ser fundamental, concede radicalmente al hombre, en virtud de la fundamentalidad divina, la existencia personal constituida como algo formalmente abierto y propio, que hace posible la vinculación y el encuentro interpersonal dilectivo con Dios y con los demás hombres.

Evidentemente, la experiencia religiosa, no es una experiencia directa con

Dios, sino de la deidad: “En realidad, - escribe Zubiri- no hay experiencia de Dios y con Dios, por la misma razón por la cual tampoco puede hablarse propiamente de una experiencia de la realidad. Hay experiencia de las cosas reales, pero la realidad misma no es objeto de una o muchas experiencias. Es algo más, mucho más: La realidad, es la medida en que “ser”, es estar abierto a las cosas, a todas las cosas: no olvidemos que la existencia humana, es una existencia religada y fundamentada. La posesión de la experiencia, no es poseer el conocimiento de dios. No hay tal, ni lo habrá nunca.” (33)

Como persona, el hombre consiste en estar viniendo de Dios. Su carácter es

absoluto. La persona humana experimenta que está puesta por Dios, no el acto por el que Dios la pone. En su relación con la divinidad, experimenta su sentido, pero no su término, ya que el ser humano está viniendo de Dios.

Como el ser humano “está viniendo de Dios”, es lógico y natural que, al

mismo tiempo, humanamente, pueda encontrarse en algo tan esencial, tan sumamente interesante y que tanto influye en la modelación de la cultura como es el encuentro de la literatura en libertad. Desde los tiempos más remotos ha ido unido el sentido de la libertad al de la literatura, al escribir, a razonar y pensar con dedicación a un fin, como es el de expresar nuestros sentimientos a través de lo que queda escrito. Emmanuelle Kant, afirmaba : “Todo lo que queda de la antigüedad, persiste a través de lo escrito y sin literatura, podríamos decir que hoy estaríamos, todavía, a oscuras.”(34)

En este mismo sentido, Romano Guardini ante la pregunta del alumno,

responde con sobriedad: “Si , es evidente que el encuentro del hombre con la literatura, es algo de un interés excepcional, pero… , siempre que este encuentro se realice en igualdad de condiciones, es decir: Libre del que inquiere lo que está en la literatura y libre, la persona que supo escribir lo que intentaba legarnos en el discurrir de los siglos”.(35) A su vez, K.Rahner, describe la influencia general que la Literatura, (él la escribe siempre con mayúscula), como algo esencial en la Civilización, (otra palabra que escribe con mayúscula siempre también), que nos ha permitido obtener hondos y diversos, desde los albores de las antiguas naciones, como los hititas o los egipcios.

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El hombre libre, en su conjunción con la literatura, une la estrecha colaboración entre la Filosofía y la Teología, lo que justifica la elección y elaboración de una forma de vida determinada, por seguir los conocimientos transmitidos de generación en generación, incluso –a veces- de forma sumamente precaria por las circunstancias en que la transmisión de esos conocimientos literarios se vieron envueltos por muy diversas causas que todos conocemos a través de la Historia.

Merleau-Ponti, Maurice, en su extraordinaria obra analizadora de la

“Fenomenología de la percepción”, (36), escribe acerca de la transmisión de la percepción de los conocimientos, especialmente los literarios, pero insiste también en que siempre que estos, sean conocimientos dados a través de la libertad y no por determinadas imposiciones, fuesen cuando fuesen. Así, explica que la percepción de una realidad exterior intencionalmente expresiva, inicia una comunicación muy interesante e importante a todos los efectos para el mejor y a veces conocimiento del pasado.

La persona humana pues, es el ser que realiza su existencia en la transmisión

de sus pocos o muchos conocimientos a las generaciones futuras, a través de la Literatura apoyada por algo esencial en el conocimiento humano como es la Filosofía, la Teología, la Ética, la Moral, etc. Y todo ello, unido, deja la continuidad de conocimientos necesarios para poder seguir avanzando, al tener ya una base única que nos permita no quedarnos estancados. Y es claro concepto de que toda pregunta formulada al Pasado se puede responde con Lógica si está apoyada en un encuentro de la Literatura escrita en Libertad.

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LA ESTÉTICA DEL AMOR DISTANTE O CONSTANTE “El amor, como la tos, no puede ocultarse.” OVIDIO Entre los hallazgos antropológicos de la Filosofía y de la Estética en

libertad, podemos incluir la tipología y las formas concretas de relación del amor distante, del amor instante y del amor constante o concreyente. Si tenemos que escribir sobre el amor distante, veremos que es inherente a la relación objetiva, ya que la contemplación y la educación distancian, existencialmente, al contemplador y al contemplado, al educador y al educando, en lo que se puede considerar una relación ética de objetuidad.

Si nos referimos al llamado amor instante, el amor interpersonal incipiente,

porque el amante insta y trata de estar en la raíz misma de la vida del ser amado, sin conseguirlo plenamente. Hay que hacer una reflexión sobre la estructura de la comunión amorosa y aquí hay que emplear, metodológicamente, el concepto de la coejecución de scheleriana. Amar, dice Scheler es coejecutar los actos íntimos interactivos, volitivos, y estimativos del otro, instándole a ésta en su intimidad.

Sin embrago, el estudio comparativo de los contenidos del amor distante,

del amor instante o coejecutivo y del amor constante o concreyente, lleva, mejor dicho, conlleva una vivencia y una visión distantes del amor de coejecución scheleriano, porque clarifica los elementos constitutivos de cada género de amor y aquí precisa su plena y total significación antropológica. A mi modo de ver, la reflexión fenomonológica muestra las posobilidades y deficiencias coejecutivo o de instante, originadas en las inmensas ambigüedades de la percepción, en la incertidumbre de los compresentes sentimientos de la interioridad propia libre e intencional de la persona del otro. De este modo, se deduce la necesidad de la concreencia y de la mútua donación en la relación auténticamente amistosa.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, bajo la influencia de la filosofía

positivista y de la mentalidad científico-natural en que se acentúa la necesidad de atenerse a un claro saber positivo, la Metafísica, la Estética en general, fueron sometidas a una constante y pertinaz crítica, ya que se consideraba a la Metafísica un modo de conocer propio de una época de la Historia de las humanidades que debía de ser superada por la época positivista, al igual que sucedía con la Estética de las formas y mucho más aún en el amor constante.

Al igual que hay almas que “inquietan” y almas que “aquietan”, por

ejemplo, Beethoven y Rafael inquietan; Mozart y Botichelli aquietan, hay personas que hacen posible que la inquietud y la quietud constituyan una relación biunívoca de convivencia. Si en la matemática moderna la razón de ser de los conjuntos dentro de la lógica existían para demostrar la yuxtaposición de los mismos en una adveniencia intelectiva, de la misma forma el nexo causal de la interacción entre corazones y cuerpos está en la causa de la causa de los corazones y cuerpos de los amantes que dan lugar a despejar la ecuación entre corazón y cabeza que es: el amor.

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No cabe duda de que la persona humana necesita de las otras personas ajenas, para poder ser ella misma. El altruismo, el yo ascendente, no sólo en su plenitud total sino en él mismo. El yo se hace persona de relación con un tú personal, abriéndose a la realidad personal del otro, en una relación de simpatía, para poder coejecutar, libremente sus interlecciones, voliciones y sentimientos y por esa abertura va haciéndose, abierto y propio lo que, a su vez, le permite establecer las relaciones entre el tú y el yo. A esta yuxtaposición le conviene erradicarse en una postura tomista y jelgeriana del tú en un mero convencionalismo de formas estético-faciales de la relación interpersonal mucho más genuina y personal.

En el amor de coejecución, la comunicación interpersonal amorosa es

imperfecta; se halla limitada por la intimidad, la libertad, y propiedad personales. También, la coejecución psíquica llega a ser auténtica comunicación amorosa mediante la confidencia. Por la creencia mútua, estamos implantados, verdaderamente, en la realidad personal del otro y en el fundamento de toda realidad. En este caso, y en alguno más semejantes, sólo la confidencia hace posible la coimplantación y la coinstalación auténticamente amorosas, en el amor coefusivo, constante, distante y concreyente. Si no existe la seguridad de una creencia mútua, no se llegaría a sentir las emociones desatadas de un corazón que, como dice la insigne poetisa salvadoreña María Sambartolomé, “abrasa al que vive en creencia mútua y funde en hielo al que desconfía sin llegar nunca a la certeza de tener la confianza absoluta del otro.”(38)

Y es que, al llegar al análisis del “otro” como prójimo, tenemos que

determinar una conclusión porque ésta se halla constitutiva y formalmente referida a los demás seres humanos. Esta referencia esencial se realiza como amor, ya que el hombre es, constitutivamente, fílico desde la raíz misma de su ser, desde su inteligencia sentiente que ama, cree y espera. Todo humano espera en “algo” que le conduzca a la seguridad de alcanzar la Estética del Amor y si partimos de esa base, concluiremos que donde hay dos se hallará amor, felicidad y sensaciones maravillosas, pero también hallaremos dolor, pues si bien el ser humano sabe superar la desesperación de su soledad y alcanzar la armonía entre dos, ésta no siempre es un felicidad constante y segura que nos mantendrá de por vida en un éxtasis inigualable. En consecuencia, el Amor, no permite al hombre descansar con absoluta certidumbre de felicidad en la compañía del otro.

San Agustín glosa la realidad y nos dice que,” las verdades personales y las

verdades objetivas, son cualitativamente distantes y distintas, porque su verdad y su evidencia no son las mismas. Mientras la objetiva puede ser demostrada, la personal sólo puede ser creída; aún así, no dejéis de amar, pero con verdad siempre, ya que el ser humano se merece la verdad de la comprensión del otro.”(39)

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ALGO SOBRE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA “¿Quién ama la Filosofía…? Más que nadie los que buscan con ahínco la verdad.” José Mª Valverde: 1.983 No sabemos si a José María Valverde le habría gustado ver todos sus

ensayos filosóficos en un hermoso volúmen, en el que la verdad de la Filosofía brilla en unión de sus poemas sobre la Historia de la Filosofía. Pero lo que sí sabemos es que poeta lúcido y filósofo agudo, escribió páginas memorables como su conocida Historia de la Filosofía Entro en el aula, empiezo a hablar a un ciento de caras mas despiertas: Por un rato, sobre sus vidas, rígido, desato, cumpliendo mi deber, el frío viento del Ser y de la Nada, de la Idea y de la Cosa; la horrible perspectiva de vértigo que se ha hecho inofensiva, espectáculo gris, vieja tarea. Si alguno, casi inquieto, se remueve, los más sueñan, o apuntan, o hacen algún ruido. Pero basta: Es la hora ya. De nueve a diez, vieron el Ser, ese aguafiestas; prosigan su vivir interrumpido: Yo vuelvo a mi silencio sin respuestas. (40)

Poeta y filósofo lúcido, el hermano menor del grupo de los poetas últimos destacados de la historia de la Filosofía de España, recibe la influencia de la moderna Filosofía, especialmente de un grupo de filósofos posteriores a la II Guerra Mundial, como Anthony Mc.Leod, Ernesto Cardenal, Louis Van Dermott o Charles Theured. Los ojos de Valverde dejan de mirar el cielo para ponerse a observar, cada vez más críticamente, la realidad circundante. Su lenguaje olvida las sublimes y adormecedoras vaguadas de la Filosofía empírica y se hace más preciso, más escueto, sin miedo a incurrir en prosaísmos. A “Filosofía y España”, le suceden “La espera de la Filosofía”, y sobre todo, “Voces y acompañamientos de la Historia en la moderna Filosofía”. Analiza el hecho de que no puede existir la libertad sin la ayuda, sin el concurso de la Razón. Entiende que, la inteligencia, por cuanto es apertura de lucha por la libertad, es una realidad propia que nos debe unir a todos.

Analiza al hombre y en su reflexión completa, se hace cargo de sí mismo; se

pertenece a sí mismo y, por ello, dispone de los conocimientos de toda la Historia, para ayudarse a ser un mejor filósofo; es decir, se dispone de sí mismo, en el ejercicio de los

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actos libres. (Nos recuerda: “Un ser se posee en la medida en que se vuelve sobre sí mismo, de una manera, de un modo reflejo”).

Valverde nos profundiza en los actos humanos que serán tanto más libres,

cuanto mejor actualicen la reflexión completa y sean más abiertos y propios, o sea, cuanto menos cerrados y determinados por las fuerzas deterministas de la Naturaleza, de modo que podamos llamarlos, con absoluta propiedad, “míos”, “tuyos”, “suyos”…

Todo lo anterior me recuerda mis conversaciones con el Padre Camarasa,

(q.d.e.p.), cuando afirmaba que la “reflexión” y la “libertad”, se implican mútuamente en su ser y en su obrar, de manera parecida a lo que ocurre entre la Patria y el Alma, en opinión del gran poeta Juan R. Jiménez:

“Una abriga a la otra, como dos madres únicas, que fueran hijas de ellas mismas, en turno de alegrías y tristezas.” (41) Es evidente que, el ejercicio de la libertad, a través de la historia de la

Filosofía, como tal materia didáctica, es constante. Ello permite que el hombre realice actos libres o no libres, pero la libertad no es la mera cualidad de un acto que se ejecuta periódicamente, sino el rasgo original del hombre; es la expresión más específica de la subjetividad humana, porque se halla originalmente implantada en el núcleo de la personal, mejor dicho, es idéntica a la persona.

Si Hobbes, Kant y otros muchos más nos dicen que el hombre posee una

estructura de libertad, la historia de la filosofía nos lo confirma una y otra vez, a través de sus diferentes estamentos de análisis. Esa “estructura de libertad”, es la misma libertad, ya que la propiedad esencial del hombre, no sólo caracteriza la acción humana, sino también a su naturaleza. El ser autónomo del hombre, hace inteligible su obrar libre, aunque es difícil conocer el nivel de libertad existente en una acción concreta, siempre condicionada por tantos factores concurrentes en todo momento, en ella.

Los distintos tipo de conocimiento, generan distintos tipos de libertad como

ya nos advierte José Mª Valverde en su citada “Historia de la Filosofía”, porque los diversos niveles de conocimiento-inteligencia, hacen posibles diversos niveles de responsabilidad de auto-posesión, de auto-control y auto-disponibilidad y, por ello mismo, de libertad individual o general.

Tenemos libertades, ejercemos libertades políticas, sociales, económicas,

morales…, porque el hombre es libre, es libertad. No se trata tanto de afirmar que la libertad ha sido reconocida a través de la Historia de la Filosofía como algo especial, sino que, por el contrario, siempre se ha visto como algo inherente al ser humano, ya que desde los tiempos de Zenón de Aquea, hasta hoy, la Historia de la Filosofía ha insistido en las prerrogativas del hombre libre como el ser al que esa prerrogativa ha sido otorgada por el Ser Supremo, o sea por Dios. Claro que, el hombre, puede usar o no de su libertad, incluso puede verse parcial o totalmente privado de ella, bien por fuerzas externas, bien por fuerzas internas. Más…, no tendría sentido decir lo mismo de una piedra que es un objeto inanimado. El hombre no se distingue de una piedra porque ejecuta acciones libres de las que la piedra se halla desposeída, sino que la diferencia es

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mucho más radical: La existencia humana misma, es libertad y así se ha reconocido, como dijimos antes, desde los filósofos más antiguos, a través de la historia de esta materia.

Cuando leemos la Historia de la Filosofía, vemos que el hombre, a través de

la reflexión completa, se vuelve sobre las cosas para poder entenderlas o al menos poder modificarlas y, de un modo particularmente especial, sobre los otros, para plegarse sobre sí mismo y penetrar en el umbral de la entrada del propio “yo”, que es distinto del de los demás, ya que el “tú” del “otro”, es como un espejo en el que descubro mi “yo”. Se puede decir que es como la cristalina fuente que permite ver la propia figura; nuestros ojos, nuestro rostro humano que, en definitiva, configura nuestro “yo”. Y entonces surge el recuerdo maravilloso de la cristalina fuente, a cuyos semblantes plateados atribuye el gran San Juan de la Cruz, la posibilidad de reflejar los ojos, el rostro, la insigne figura del Amado, en esos versos que si cautivaron el alma de los seres que los pudieron leer hace cientos de años, también hoy nos siguen cautivando con su belleza sin par y que de forma natural conforman la referida figura del Amado. Se escribieron hace mucho tiempo, y el alma los conservará como algo necesario y realmente inmortal:

“Oh cristalina fuente, si en esos tus semblantes plateados formases de repente los ojos deseados, que tengo en mis entrañas dibujados!”(42) En la reflexión de la larga y seria “Historia de la Filosofía”, tenemos la base

para darnos cuenta y comprender de una forma fehaciente, que a través de ella, de esta compleja y difícil materia para tantos seres humanos está la base de la compresión de la libertad a través del respeto del “yo” por el “otro” y del “tú” por “él”. Si la palabra reflexión, significa repliegue, doblamiento, la palabra “historia” significa narración de lo sucedido en el discurrir de los tiempos. Así, las unimos y formamos el repliegue de la Historia reflexionada de la Filosofía, que nos ayuda a buscar las verdades más importantes de la vida del ser humano bajo la enseñanza impartida por el Ser Supremo. Nos formará, nos inducirá a reflexionar con propiedad y a buscar lo más esencial en la vida del hombre, sea cual sea su etnia y su formación cultural.

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UN FILÓSOFO NOMINALISTA Pedro Abelardo se convirtió en el filósofo más querido por los estudiantes

de París, desde que se instaló en la capital gala, en el año 1.115, y comenzó a dirigir su célebre seminario sobre filosofía.

Los discípulos de Abelardo se acercan a este brillante maestro movidos,

sobre todo, por el espectáculo que ofrecen sus polémicas clases. En ellas, a la manera de los antiguos sofistas, el filósofo comienza con el planteamiento de una hipótesis y su demostración, para, acto seguido, proponer una refutación no menos convincente. Con este método dialéctico, ha ido desarticulando, una tras otra, las piezas del entramado que habían construido sus viejos maestros, Guillermo de Campeaux y Anselmo de Laon. Y es que el pensamiento, las ideas de Abelardo, son muy originales o mejor aún, muy osadas.

En la Universidad se ha impuesto la corriente llamada “realista”, que

sostiene que existen “realidades” universales que las palabras designan con mayor o menor grado de corrección. Abelardo piensa, en cambio, que el lenguaje, no sirve para designar “cosas”, sino para enunciar el significado de las “palabras”. Por ello se le considera un “nominalista” y …,serlo en un ambiente intelectual como el que impera en la Sorbona, puede conducir al ostracismo o incluso a la fulminante destitución de su cargo de eminente profesor.

Es evidente que la popularidad de Abelardo entre sus alumnos está

generando envidias, y sus enemigos están al acecho de cualquier desliz del joven doctor para expulsarlo de las aulas. Quizá hayan comenzado a prosperar sus planes. Así, en los corrillos que forman estudiantes en el patio del colegio de Santa Genoveva, donde Abelardo imparte sus clases, no sólo se ponderan las virtudes de sus “disputaciones”; también se comentan, aunque bajando la voz, sus amoríos con una tal Eloísa, sobrina del Fulberto, canónigo del capítulo de la catedral, que éste le habría encomendado para que perfeccionara su educación.

Abelardo, dejando a un lado sus amoríos con Eloísa, dice que “la idea de la

existencia de un límite entre el mundo y lo que no pertenece al mundo – lo mítico, lo trascendente, lo absoluto, Dios- forma parte esencial de la tradición de la filosofía” y en este sentido, afirma que la filosofía parte siempre a la descubierta de otro mundo, puesto que las controversias sobre las relaciones entra razón, fe e historia, se sitúan en el ámbito del límite. Kant, Heidegger y Wittgenstein, pensaron lo mismo, posteriormente, llegando a afirmar este último, que “la idea matriz de la filosofía, es la distinción entre el mundo y lo que está más allá de él, lo místico.”

Abelardo, afirma en sus clases, - cada vez más nutridas de unos alumnos

apasionados- que “todo intento de suprimir ese dualismo esencial, como el que emprende el positivismo radical, el empirismo o el marerialismo, entrañan la destrucción de la auténtica filosofía o, si acaso, su reducción a compendio de los saberes científicos.” (43) Aunque fueron vanos los intentos de penetrar en el conocimiento de lo que está más allá del límite, no se justificaría su negación ni el intento por superar las

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barreras que se oponen al conocimiento de lo que más importa. (Borges afirmó, siglos después, que “la imposibilidad de penetrar el esquema divino del universo no puede, sin embargo, disuadirnos de planear esquemas humanos, aunque nos conste que éstos sean provisorios.”) (44)

La reflexión filosófica de Abelardo, el empeño más profundo y original del

pensamiento del Siglo XII, estaba presidida, al menos desde su libro “Los límites del mundo”, por la idea de pensar no en lo que está más acá o mas allá del límite, sino el límite mismo. Su filosofía tiene la voluntad de pensar el “ser del límite” o el “ser como límite”. Su pretensión de radicalidad y de originalidad no provendrían entonces de la idea del límite de lo nominal, ya que es consustancial a toda filosofía, sino de centrarse en el límite. Su idea básica es la de aspirar a centrar el ámbito del límite mismo. El ser sería ser del límite; el hombre, criatura fronteriza, habitante del límite; la teoría del conocimiento, crítica de la “razón fronteriza”; la ética, la vida auténtica del ser del límite, la actitud de quien escucha el imperativo que ordena: “Aprende a ser el límite con el Ser Supremo.”

La razón fronteriza de entonces, a diferencia de lo usual en estos tiempos,

no es un trabajo, una idea, sobre filosofía, sino … de filosofía. Ante el fracaso de los intentos de restaurar formas de la racionalidad ilustrada y de las superficialidades del momento, Abelardo propone un nuevo modelo de razón, propia del ser fronterizo que es el hombre y que, a la vez que rescata las exigencias de la razón ilustrada de entonces, se abre al conocimiento de los místico, en colaboración con el arte y el debate abierto de todos para todos y ante todos, teniendo además el medio de abrir un nuevo límite: la formación de símbolos. El empeño los sitúa Pedro Abelardo en un punto que intenta huir tanto del dogmatismo de la razón, como de las vaciedades del irracionalismo. El objetivo explícito de sus clases es someter a la “filosofía del límite nominal”, a la decisiva prueba crítica abierta. También de un intento de elaborar una teoría del conocimiento adecuada al carácter fronterizo tanto del sujeto como del objeto, en suma un ensayo de crítica..

No cabe duda que el saldo es muy positivo, con independencia de las

pretensiones de originalidad – en algún caso excesivas- y de ciertas oscuridades ocasionales de exposición. Sobre todo, porque si no estoy equivocado, Abelardo acierta en la fundamental: Toda ontología a la altura del tiempo, ha de partir de una triple división del ser: El mundo, lo transmundano y el límite que separa a ambos. Otra cosa es que los planteamientos sean tributarios de ideas de los primeros padres del cristianismo y lo que es más curioso, sus ideas, las de Abelardo, están luego en las raíces del kantismo y de la filosofía cristiana clásica. Por otra parte, logra – entonces- que la concepción de la filosofía, como arte especial de agudizar las ideas y del Arte como diferentes vías de acceso a lo místico, posea una clara raigambre paulina.

Abelardo, a mi juicio y después de haberlo leído en profundidad, pretende

que la Filosofía, en su historia, sólo exhiba barruntos o esbozos de ideas claramente fronterizas y que con su filosofía del “límite”, quiere llevar a la perfecta culminación todas sus clases populares, puesto que una y otra vez deja bien claro que “el límite”, aparece aquí o allá, pero nunca en el centro mismo de la reflexión filosófica. Hay que entender la compatibilidad en su reiterada y muy acertada y coherente afirmación de que la idea del límite delimita dos ámbitos, el mundo y lo de ser místico, con la siguiente afirmación: “Podría decirse que más allá de ese límite, no hay nada.” Pero

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debe decirse que ese “nada” es “positiva”, o que es una nada que debe ser postulada como “referencia”. (45)

Independientemente de esta afirmación, más o menos teórica y

evidentemente discutible, en el resto de sus clases y en todos sus trabajos queda más que clara su idea de que existe lo que está más allá del límite. Y eso es lo que fundamenta y da sentido al mundo y lo que, en definitiva, constituye el objeto de la filosofía y, como repite de forma constante, el Arte en general. Claro que, a mi modesto juicio, es más correcto pensar que el fundamento de todo se encuentra más allá del límite, no el límite. Otra cosa es que el hombre sólo muy limitadamente y aún eso por vía indirecta, puede traspasar el límite e ingresar plenamente en el ámbito del misterio. En suma, estimo que el límite forma parte del Ser Supremo, pero no lo agota, sino que, como toda posible frontera, delimita dos ámbitos: El mundano y el místico, entre los que se debate lo “limitado” y lo “fronterizo” que es el hombre.

Pero por encima de estas puntualizaciones a aquellas históricas clases de

Pedro Abelardo, queda la recomendación al lector de la lectura de esas páginas de sus libros, - ya sé que a veces inencontrables por no estar apenas catalogados ya- densas, muy pensadas, que no defraudarán a los que busquen en los libros el maravilloso encuentro con la sabiduría. Recuerden el aforismo: “No hay buen botín, sin dura búsqueda.” Cuando estamos amenazados más por el pensamiento nulo que por el pensamiento superior, resulta muy reconfortante encontrarse con un pensamiento profundo y radical que nos sitúa en el umbral del misterio, en el lugar donde se abre la puerta al sentido y al fundamento, de u pensamiento con poso de cientos de años, y que es tanto religioso como etimológico, pues nos vincula con lo verdaderamente trascendente al mundo, puesto que la “razón fronteriza” es, a la vez, ilustrada y mística, y se abre a la vivencia de todo lo sagrado.

Con ella, superamos el pensamiento que, siglos después, desarrollo Max

Weber, sobre el “desencantamiento del mundo” que lo describió como el resultado del proceso secularizador de la modernidad. Que yo sepa, nadie como Pedro Abelardo, al menos en unos cientos de años de estudios filosóficos, ha emprendido en nuestra España una aventura filosófica de semejante envergadura y radicalismo. Tal vez si nos detenemos en Fray Luis de León, encontremos algo parecido, pero por supuesto que no igual a las clases populares de Abelardo. Queda pendiente, también a mi modesto juicio, y anunciada, la elucidación del contenido final de una “ética fronteriza”, aunque el gran filósofo nominalista, lleva ya recorrido un largo camino que conduce, con mano experta, a las puertas incomparables del misterio, es decir, - como antes afirmamos- de la sabiduría. Con ello, el tiempo, nos habrá entregado el deseo de pensar y como Foucault, no se escribe para que lo encuentren a uno, sino para que analicen y descubran por sí mismos todo el mensaje íntimo de la más antigua filosofía.

Como final, sólo recordar que, cualquier lector de Abelardo sabe que la

atención que éste le prestó al lenguaje y en especial al lenguaje literario, no es el ocio de sus ratos libres. Antes que en sus libros, pero desde luego en ellos, en sus clases populares de la Sorbona, en sus años de vida, fue troquelando sus pensamientos filosóficos, a través de avances y retrocesos, cada uno de ellos significativo, para poder componer una auténtica ontología de la literatura filosófica. Supo, pero otros también lo sabían aunque no lo supieron o pudieron explicar como él, que la pregunta “¿qué es la literatura filosófica?”, es de cientos de años atrás, pero con la mirada del historiador de

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la cultura – que a su manera quiso ser- no dejó de sorprenderse de la insólita comunidad que producía en el interior de su época: La afinidad excepcional, profunda, que se establecía entre la filosofía y la literatura. Buscaba, naturalmente, la Razón de ello, el Por qué de esa afinidad, y la supo responder expresamente de los “límites” del ser, del hombre. Desde entonces, incluido Nietzsche, han sido constantes las llamadas de atención sobre la naturaleza bastarda de la Razón, pero Abelardo, como filósofo nominalista, quiso denunciar que cuando el sentido se ha convertido él mismo en el juez de lo insensato, ha hecho algo más que disimular su dudoso origen. Para un saber positivo, como la Filosofía, las ideas se expresan con palabras sin lenguaje y que avanzar hacia el conocimiento, significa tener presente la “arqueología del no saber, del desconocimiento.”

Y finaliza Pedro Abelardo: Poco importa “quien habla”, lo que importa es lo

“que dice y expresa”. Es el problema que se planteó desde siempre: Cuando se ha convertido en experiencia de sus límites, es decir, del límite mismo del lenguaje, cuando se ha dirigido su lenguaje hacia ese lenguaje neutro y primitivo, hacia las palabras que todavía no forman lenguaje y que pululan inquietas en el contínuo de un rumor indistinto, ese problema consiste en cómo hablar de forma que todos, con formación o sin ella, nos entiendan y sepan todo lo que deseamos y queremos transmitirles con el amor que desde el confín de los tiempos nos enseñó el Ser Supremo.

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EL NIHILISMO O REDENCIÓN EN RELACIÓN CON EL AMIGO Y EL PRÓJIMO

“Una amistad noble, sincera, es una obra maestra a dúo.” Paul Bourget Las relaciones entre la amistad y la projimidad son analógicas, ya que tienen

un elemento común: La creencia, pero a la vez, difieren cualitativamente entre sí, según Laín Entralgo en su conocida obra “Descargo de conciencia” (46) que nos explica que mientras la relación de amistad se establece mediante una creencia de carácter personal, la relación de projimidad se realiza a través de una creencia genérica: la existente entre hombre y hombre, simplemente. Por tanto, según entiendo yo, la amistad es amor a tal hombre, y la projimidad es amor al co-hombre.

Estas dos faces, estos dos supuestos de la cultura de todos los tiempos, nos

ofrecen las dos reacciones entre seres humanos más común: Ante la realidad de la finitud y en la búsqueda de la comprensión humana. El primero parte de la metafísica como aposentamiento de la realidad y de la esperanza militante como actitud ante el futuro. El segundo, el encuentro y comprensión que ha sido estudiado desde la más remota antigüedad y que tiene perspectivas de tipo, desde la lectura histórica y sistemática, hasta el nihilismo con incursiones teológicas tratados y textos de la más diversa procedencia: Desde San Anselmo y Santo Tomás a Schleirmacher y Barth. Pero todo ello, en un horizonte histórico-filosófico de absoluta redención, que no se resigna a perder la apoyatura de sentido que el cristianismo histórico hizo, en su peculiaridad: Sin virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, no es nada heredable y se difumina inmediatamente, es decir, que el hombre no puede des-atarse de su finitud, de su redención, ya que el hombre, no salta sobre su sombra ni sobre su finitud, ya que si eso es todo lo que hay en una amistad, no hay redención. Una esperanza sin trascendencia, carece de fundamento último.

En un giro del pensamiento a través de los diversos tratados del amigo o

sobre el amigo y el prójimo, podemos afirmar que el cristianismo ha introducido la finitud en el corazón del infinito. Bella fórmula si se la tiene presente en el corazón del ser humano, porque un hombre sin amistad del prójimo, es un hombre sin Dios, por más que se quiera ser heróico en otras virtudes. Tenemos que tener presente la tesis de que hay redención en relación al amigo o el prójimo, si hay liberación de amor mútuo, ya que desde siempre, en el corazón de la historia, ha existido alguien que, en su persona, ha superado la violencia por el amor, sintiéndose responsable de su hermano. Un claro ejemplo de ello, lo tenemos en la palabra Cristo, que es una palabra griega, que traduce la hebrea Mesías, el portador histórico de la salvación que Dios ofrece a los hombres como don y tarea, gracia y responsabilidad. Si no hay redención en el hombre, es que no hay amistad.

Nos podemos encontrar con un mundo materialista sí, pero en el que

siempre surge la chispa del corazón puro y sencillo ya que si no es así, ¿ qué queda de la ilusión por una fraternidad e igualdad universales…? ¿Qué queda del Evangelio como buena nueva de la salvación redentora…? La cultura leve que determina hoy la mayoría del mundo, esa versión de ignorarnos los unos a los otros, absortos en la búsqueda de placeres materiales, que es el vacío espiritual más absoluto, ¿olvidará, definitivamente, que el amigo, la projimidad está por encima de todo lo material? Sobre ese fondo del

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amigo, al que se puede llegar a considerar, incluso, más que un hermano, resuena la apelación divina de Caín: “¿Dónde está tu hermano, del que eres guardián y responsable? (Gen. 4,9) Una amistad tiene que ser real redención.

Sabemos que la Filosofía guarda intacta su prestigio, incluso lo ha

aumentado en los últimos años, especialmente después de la II Guerra Mundial. Hay casos únicos que lo demuestran, como es el autor Jostein Gaarder con su famosa obra “El mundo de Sofía”, libro que basado en una entrañable amistad hace que al acertar en el gesto, el público responde y el gesto es el de la Filosofía escrita de forma sencilla, comprensible para todos. El tema de la amistad, ha sido repetido una y otra vez en el ámbito filosófico y es que los autores, escriben desde dentro de un ámbito que tiene un claro camino por delante para expresar miles de ideas originales, con lo que el ensayo, promete una vitalidad en la comunicación y en la creación que ya no se alcanzan con el más sesudo Tratado o el artículo de tipo académico.

Se dice hoy que la Filosofía, y dentro de ello, los ensayos sobre amistad o

similares, es la llamada “Ciencia de la sabiduría de los modernos”, porque trata de responder a la eterna preocupación por encontrar palabras, oraciones nuevas, de algo que ha existido desde siempre. Los resultados reflejan lo acertado de esta idea, pues nunca se ha publicado y vendido tantos libros de Filosofía como hoy. Ya no es sólo como en el caso de los platónicos, en los que se busca una oportunidad para que se presente un pensamiento creador, aquí hay una presencia, muchas veces brillante, de cómo se pueden encarnar distintas posiciones filosóficas y situarse, emocionalmente, en el propio mundo. No se alcanzarán nuevas formas de pensamiento, cierto es, pero si se muestra que, contando con una formación, se puede vivir desde las antiguas ideas filosóficas, con tal de que se haga el esfuerzo de aplicarlas al acudir a la realidad. Y… en ese caso, ¿habrá algo más real, desde el principio de la existencia de las comunidades humanas, que la amistad…? El público de las conversaciones, como el lector que las ha de leer, tiene un función importantísima en los tratados, en los ensayos filosóficos, puesto que no se debe limitar a pensar que los colegas o los doctos, sino que queriendo, encuentre el ajuste de sus reflexiones a la realidad vivida por muchos a través de la relación amistosa.

Hay libros voluminosos, grandes, inacabables, que al final nos dejan

insatisfechos: Se ha hablado de todo, pero…¿se ha dicho lo esencial? ¿Se ha pisado sobre el fundamento verdadero de la realidad, de la vida humana, de la esperanza esencial del hombre…? Otros libros, en cambio breves, sobrios, de una autor tal vez desconocido para nosotros, carente de pretensiones, pero animado por una serena voluntad de realidad, nos dejan un admirable sosiego, una voluntad de realidad, una aposentamiento en las cosas, el hombre y el mundo, que nos ensancha y pacifica. Un “diálogo de Platón”, el “Evangelio de San Juan”, el “Discurso del Método” de Descartes, la “Metafísica” de Leibniz, etc., son libros breves, pero que han cambiado el rumbo de la conciencia humana y con ella la historia del mundo. Pienso que el autor, en temas tan ensayados como la amistad o la projimidad, debe ser sereno, objetivo y abrevar en los hontanares de la verdad en todo momento. Hay que encontrar la luz de nuevos conceptos que descubran partes nuevas, aún intocadas de este tipo de ensayos. La luz es para ver y en ella, las cosas son reales. Hay que hablar de la amistad, sí, pero también desde ella, así que… ¿cómo aparece la realidad del hombre, la projimidad del mismo, la historia, el futuro, el corazón humano, la responsabilidad de nuestros encuentros con el ser que amamos como amigo del alma…?¿Cómo nos instalamos en la

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realidad de unas vidas, cada una diferente, distinta de la otra o de las otras, por supuesto, si vivimos desde esa perspectiva…? En esa luz que decíamos antes, aparecen el dramatismo de la vida humana, la innovación y dignificación radical que suponen la encarnación, el hombre comprendido como criatura amorosa, la libertad y responsabilidad como don y reto, la resurrección de la carne como recreación y afirmación absoluta de un destino biográfico. Sí, pensemos, creemos páginas nuevas sobre la amistad, - hermosa palabra- pero siempre desde un pensar y saber rigurosos.

Decía Aristóteles que “tener amigos es bueno, pero que tener UN amigo, era

excelente.” Lo decía en su conocido ensayo “Prudencia y metafísica” (47) y de entonces acá, Aristóteles ha sido muy discutido, pero nunca en lo referente a esta sencilla afirmación. Afirmaba también que había que ser “prudente” con los amigos, pues no todos conocían la Ética de la amistad. En efecto, no olvidemos que en aquella idea aristotélica, la Ética, es Sabiduría Moral. Virtud que, aunque dianoética y unida al saber, no versa sobre lo necesario, sino sobre lo contingente. En cuanto a ser “prudente” con la projimidad, Aristóteles apunta a la contingencia humana que no es exacta y cuando el filósofo recorre estos grandes temas, a través de múltiples ideas y cuestiones sutiles, no hace falta decir que en ellas brilla el talento interpretativo hasta el detalle más nimio. Por ejemplo: El punto de vista humano, (limitado, contingente), era ya el deparado por la ontología: “Ciencia del ser en cuanto a ser” que, por no alcanzar nunca la esencia inmóvil, (objeto teológico) y por no moverse en un género exacto, no era en rigor “ciencia”, sino sentimiento del alma.

Si Aristóteles, ¡hace tanto tiempo!, escribía de esa forma sobre la amistad,

sobre la projimidad, hoy, en los días que vivimos, el profesor Laín Entralgo nos dice cosas tan bellas como las referidas y cuando analiza al ser humano, a la vida en amistad, escribe que está estructurada en una jerarquía de sistemas: átomo, molécula, célula, órgano, cuerpo, familia, tribu, (ahora se llama municipio), comarca, nación, estado, mundo. Cada nivel es necesario, por supuesto, ninguno es hegemónico, sólo se dice que lo sobrepasa a todo la amistad, el amor al ser humano. Y por ello vive, porque sin amistad, sin amor, no existiría nada y en al ámbito general, se entiende científicamente por la “Teoría General de Sistemas”, ideado por el biólogo Alexander Von Bertalamy y con el concepto de holon propuesto por Arthur Koestler.

Dice Entralgo, en “Sobre la amistad” (48), que si amamos al prójimo, es por

el holon que es uno de esos escalones en la jerarquía de conjuntos, una molécula que es a la vez todo y parte; como todo integra átomos, como parte se integra ella en una célula, que es el nivel inmediatamente superior, (en tamaño, que no en importancia, pues todos los niveles son decisivos e imprescindibles: sin átomos no habría moléculas, etc…) y así hasta alcanzar esa “química” especial que se establece entre los cuerpos humanos para que, sin saber cómo ni por qué, se establezca una unión especial de afecto, de amor, entre dos determinadas personas. Y es que cuando el holon se siente con “química”, afirma su identidad, resalta sus señas particulares: Etnia, lengua, historia, religión, cultura, etc. entre dos seres. Todo eso es, entonces, la base firme de la amistad, que rara vez, si se afianza, se perderá en el futuro. Hay “invasiones”, por supuesto, que intentan destruir esa especial comunión entre dos seres, porque la envidia, los resentimientos, los celos, son defectos connaturales con el ser humano, pero aquí tenemos que recordar a Herder cuando invocaba, contra esta invasiones, la afirmación del espíritu del Bien o como él decía, el “volkgeist”, en su orden de expresionismo

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romántico en defensa de los sentimientos del alma: “Sturn and Drang”: “Tormenta y tensión”. (49)

A través de la Historia, la Amistad, la Projimidad, ha evolucionado, -

naturalmente- en función de las profundas diferencias culturales, especialmente, que han hecho que el hombre sea distinto de generación en generación. Pero deseo hacer notar que la una, puede llevar a la otra generación. En nuestros días, se puede afirmar que somos herederos de la Ilustración y del Neo-Romanticismo. Y así vivimos divididos, adorando a dos conceptos diferentes sobre la amistad: El sacrosanto “volkgeist” ya expresado, de nuestro ancestros y el cosmopolitismo evolutivo de nuestros descendientes, de los que aún quedan, de la tradición ilustrada y racional unos valores cosmopolitas, aceptados por la comunidad internacional que se quieren imponer a los sentimientos del alma pura. Serán, a mi juicio, los reajustes inevitables de siempre entre la espiritualidad de unos sentimientos que hacen que nos sintamos mejor en nuestra relación con el prójimo y la lucha del materialismo que no acepta nada que no sea más que ventajas en las que no entre, para nada, la comprensión del “otro” u “otros”. Ya sé que somos ilustrados y románticos, porque miramos hacia el futuro y hacia el pasado, hacia arriba (en los sentimientos del alma) y hacia abajo, (en lo puramente material), en la escala de la evolución generacional, pero es evidente que pese a ir en distintas direcciones, no se detendrá el Bien.

Cuando se termina de leer el famoso ensayo citado de Herder: “Tormenta y

tensión”, si se reflexiona sobre sus hermosas y únicas páginas, se reconsidera, más que nunca, el valor excepcional de la Amistad ente el “otro” y el “Yo”. Es algo normal, producto de unos especiales sentimientos que nos hacen sentirnos mejor con nosotros mismos y que al se diferentes de otros sentimientos, abren posibilidades infinitas en nuestras vidas plenas de problemas inherentes a las circunstancias normales de cada día. Nuestros deseos y sentimientos evolucionan al compás de los años que vamos viviendo, pero la plenitud de una Amistad hacia alguien determinado, es muy difícil que cambie si se tiene una continuidad de trato, de contacto, que hace que se renueve de una forma natural esa plenitud. Herder afirma rotundamente que “el hombre se debe a sí mismo y a sus amistades, pero más que nada al sentimiento especial, único de plena “amicabilidad” con alguien definido”. También incluye páginas de ejemplos memorables de amistad en su “Tormenta y tensión”, de los que sale reforzado el vivir con el sentido de amistad valorado al máximo. En cuanto al Nihilismo o redención afirma que es posible en todo tiempo, pero que es superior el deseo de no romper la continuidad amistosa por concepto alguno, y por lo tanto y aunque a veces nos pueda parecer lo contrario, el Bien siempre vencerá al Mal.

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EMANCIPACIÓN ILUSTRADA DE LA FILOSOFÍA “Mil rutas se apartan del fín elegido, pero hay una que llega a él” Michel E. de Montaigne Hace unos años se publicaron por vez primera, en España, los escrito

polémicos de Immanuel Kant relacionados con la Ilustración, desde el punto de vista, naturalmente, de sus teorías filosóficas, entre los que estaban afirmaciones como: “Probablemente, una de las maneras más veraces de definir la virtud de los clásicos sea diciendo que siempre son oportunos” o también “Hay oportunidades en el campo filosófico, que se perciben como más adecuadas en el que se vive, que otras.” (Lo que significa, claro está, todas esas afirmaciones lo sean en la misma medida o idéntica forma.)

Tener, hoy, al alcance del lector en lengua castellana, la práctica totalidad de

los famosos escritos polémicos de I.Kant y más aún todos los relacionados con la Ilustración, constituye una forma ciertamente apropiada de incidir en uno de los debates más pertinentes de nuestra inquietud filosófica, cultural o intelectual, pues ello representa la vigencia del ideario ilustrado y el origen de la emancipación de sus ideas.

Desde el punto de vista de la resonancia pública, dicho debate,

probablemente, alcanzó su máximo nivel la pasada década, merced a la polémica intervención de los llamados postmodernos , que asumían ya, desde su misma denominación, la firme voluntad de dejar atrás el proyecto de la modernidad filosófica, vía Ilustración. Pero eso no significa, a mi modesto juicio, que anteriormente a la modernidad hubiera gozado de un consenso absoluto. Más bien al contrario, durante mucho tiempo uno de los lugares comunes de la crítica progresista al proyecto ilustrado, consistía en denunciar la enorme distancia existente entre sus postulados y las condiciones materiales para su realización. La denuncia solía desembocar en la global descalificación, o por interesado (clasista) o por ingenuo (idealista), del proyecto en cuanto tal.

Hoy se diría que el tópico ha invertido el signo, y que del convencimiento

acerca de las insuperables resistencias que ofrece lo real para su transformación, se ha extraído, como única consecuencia viable, - al margen del escepticismo postmoderno- la de la necesidad de un retorno a aquellos viejos ideales , retorno que apenas consigue ocultar su carácter manso y tristón tras el maquillaje de unas enfáticas apelaciones a lo incumplido del programa ilustrado.

Sin embargo, conformarse con una reivindicación “posibilista” de la

Ilustración, supone ignorar el aliento emancipatorio que la animaba. Probablemente hayan sido Michael Foucault y Jürgen Habermas, quienes, como señala con acierto el filósofo y teólogo Padre Camarasa Jover, (q.e.p.d.), “han colocado las propuestas kantianas en la perspectiva que hoy nos puede resultar de más interés debatir.” En efecto, Kant, han señalado ambos autores, es fundamentalmente un crítico del presente. De ello ejerce, desde luego, en estos escrito polémicos, en los que “responde a las

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provocaciones del momento histórico”, por decirlo en la misma expresión habermasiana.

Las propuestas kantianas no son ajenas, en concreto, a los proyectos de

transformación revolucionaria de la sociedad que, en aquel momento, estaban teniendo lugar en Europa. Hasta el extremo, no lo olvidemos, que Foucault ha llegado a afirmar que “la Revolución es aquello que acaba y continúa el proceso de la emancipación ilustrada de la Filosofía.” Ello es, a mi modo de ver y de pensar, una afirmación exacta, ya que esta última parte, carece de la voluntad de cambio radical que anima a la primera, ya que la desarrolla en otro plano, es decir, en un plano básicamente ético, moral.

Sin duda alguna, la idea que con mayor rotundidad define el ideario

ilustrado es la célebre exhortación: “¡Atrévete a saber!”. Sin embargo, esa invitación de Kant a que los hombres salgan de su “culpable minoría de edad”, se limita a nombrar una posibilidad que luego es tarea de ellos mismos materializar. Pues bien, la Revolución – en libertad por supuesto, no en anarquía- debe ser interpretada como un particular esfuerzo – cuyo destino, por definición, es siempre incierto- por configurar el “nosotros” adecuado a esta etapa nueva de la Historia. Posiblemente sea éste el lugar desde el que mejor evaluar tanto lo que nos une como lo que nos separa del programa kantiano. Claro que, fue un “nosotros” equivocado – transmutado en un mero “ellos”, en realidad- en que explica el fracaso de la Revolución, de la misma forma que sólo un nuevo y moderno intento de hallar el “nosotros” adecuado a través de la emancipación ilustrada de la Filosofía, será capaz de convertir aquella ambiciosa exhortación en empresa colectiva cultural.

En definitiva, la Ilustración, en el campo de la Filosofía, no puede quedar

convertida en el confortable refugio doctrinario en el que cobijarnos tras la derrota de la Revolución. Ha de ser más bien el escenario teórico sobre el que pensar aquello que debiera continuar importándonos, y eso – ahora lo sabemos, creo- no es la revolución, (con minúscula), sino la emancipación ilustrada de la Filosofía. La revolución fue síntoma, indicio u ocasión, pero no “cosa” misma. La cosa misma es – y que Kant nos perdones la licencia- un sueño de futuro, el sueño que viene relatado a lo largo de las hermosas páginas de la lectura consciente de todo lo que significa para el ser humano, la Filosofía eterna, desde hace miles de años, a hoy mismo.

Decía Georg Simmel, (1.858-1.918), considerado junto a Emile Durkheim y

Max Weber, como el fundador de la sociología moderna, al mismo tiempo que gran filósofo mundial, que “la emancipación ilustrada de toda la Filosofía histórica, es algo que a todos los que nos preocupa el destino del hombre, debemos tener en cuenta.” Pues bien, su concepto de la cultura influyó de forma determinante en el desarrollo de la teoría crítica. Conceptos clave como “interacción”, “diferenciación”, e “intercambio social”, mantienen hoy su vigencia y han sido reivindicados, entre otros muchos, por los teóricos de la postmodernidad. Como tantas personalidades de su talla, Simmel despertó sentimientos encontrados, desde la rendida admiración hasta el escepticismo, e incluso, a veces, el rechazo. Su discípulo predilecto, Georg Lukács, a pesar de haberse alejado de su maestro – principalmente a causa del entusiasmo guerrero de éste- dijo, sin embargo de él: “Georg Simmel fue, sin duda, una de las personalidades de transición más relevantes e interesantes de toda la Filosofía moderna, en especial sus teorías acerca de la emancipación ilustrada de la Filosofía.” También, filósofos como Ernst Bloch,

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Krakauer, y Walter Benjamín, reconocen el interés y la importancia de sus ideas filosóficas con respecto a la emancipación ilustrada, recalcando el estilo y la agudeza intelectual de todos sus ensayos.

Cuando se habla o escribe acerca de la emancipación ilustrada de toda clase

de Filosofía, el término de la “interacción” hay que aplicarlo, forzosamente, a la obre de que se trate. En efecto, algunos especialistas, comprenden perfectamente las ideas de Kant o de Simmel, por ejemplo, y hacen patente su pensamiento ideológico y sociológico como respuesta, no sólo científica, sino también personal, ya que añaden a la natural dificultad, las propias dificultades personales individuales y los problemas típicos de la época de quien expuso sus teorías. Y no digamos los otros términos, ya citados, como “diferenciación” o “intercambio social”. En todo estudio de emancipación ilustrada de la Filosofía están patentes, una y otra vez, ya que son espina dorsal de toda explicación normal.

En su mejor ensayo sobre la cultura filosófica de principios del Siglo XX,

Georg Simmel hace constar de una forma directa y sin intentar “disfrazarla”, que “… habrá que empezar a constatar que la cultura de la Humanidad no es, por su puro contenido material, algo carente de sexo y no se sitúa por su objetividad en un más allá del hombre y de la mujer: Por el contrario, nuestra cultura objetiva es, con excepción de muy pocos sectores, predominantemente masculina y universitaria, con grandes zonas de teología religiosa a través de los seminarios y estudios abadiales.” (50)

También en su célebre ensayo “Ensayos reunidos acerca de la Filosofía

ilustrada”, (51) Simmel, justifica la variedad temática y el estudio por grupos de teólogos o filósofos, de todo lo que significa la palabra “cultura” e idealiza el ensayo como medio ideal para aprehender la esencia de la Filosofía y la vida moderna, lo que nos recuerda, precisamente, que a él le corresponde el mérito de haber dignificado para el discurso científico este género tan difícil del puro “ensayo”, tan apreciado por insignes filósofos como Adorno o Benjamín.

No podemos terminar este capítulo, sin hacer lógica referencia a Xavier de

Zubiri que, en sus “Obras completas”, nos habla del impulso del ser para encontrar la posibilidad de hallar la fórmula adecuada que nos lleve a la emancipación ilustrada de la Filosofía.”(52) En efecto, puesto que la realidad es lo que se está realizando, el hombre, todo hombre, no cabe duda que es impulso de ser y como la existencia humana es coexistencia, el impulso de ser es impulso de ser-con, de con-ser, con lo que la actividad consciente intencional, tiende a convertirse en co-actividad consciente intencional de búsqueda de… Y es que, a mi juicio, al carácter constitutivamente dativo del hombre, corresponde necesariamente un carácter aceptivo de búsqueda de la verdad. Claro que, es lógico y natural que esa búsqueda se realice en libertad que es el eje de la vida humana en la cultura.

Cuando se busca, cuando se tiende a encontrar la fórmula mágica que nos

lleve de forma total a la emancipación ilustrada de la Filosofía, tantas veces anhelada, tenemos que recordar, a estos efectos, que la forma primaria del carácter constitutivamente dativo del hombre, del ser-para, es la manifestación a los otros del ser propio, mediante el habla o la escritura, puesto que no deseamos sólo tener para uno mismo el “misterio”, sino encontrarlo para darlo, para ofrecernos en inteligencia al “otro”, a los “otros”, que es dato realizado desde el principio de los tiempos y dentro de

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todas las cultural: Creas, conocer, entender, para dar, ofrecer, enseñar a los demás lo descubierto, lo entendido y aprendido por "uno" o por "nosotros". Recordemos, en otro aspecto, la célebre frase: “¡Dad y se os dará!”, y transformemos la petición espiritual en algo, también, muy lógico dentro del campo filosófico.

Decíamos que la existencia humana es “impulso de ser” y que se realiza

tendiendo hacia o para algo, es decir, para un fín. Por tanto, la actividad consciente es intencional porque ningún hecho es tan universal y significativamente humano como el habla. Sólo el hombre habla, ya que está orientado, esencial y ontológicamente, a comunicarse con otros. El habla es la expresión de la persona, de su realidad metafísica, con lo que en el habla, se realiza la persona humana como tal. Por esta razón, muchos filósofos, teólogos, sociólogos, pedagogos, etc., parten del habla en cuanto fundamento ontológico-existencial del lenguaje, para un hecho que, a su vez, es también fundamental: El conocimiento del hombre.

Y este hombre, con su “conocimiento”, es el que desea, el que necesita

descubrir nuevos campos para su inteligencia, entre los que se encuentra, que duda cabe, el interés de extender su cultura a “otros”, a los demás que no la tienen, y para ello anhela descubrir, trazar los datos exactos que le lleven a poder determinar uno de los temas candentes de todas la épocas: La emancipación ilustrada de la Filosofía, tanto en el campo de lo puramente teórico, como en el de la realidad del habla, de la escritura.

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KANT: EL CARTÓGRAFO DE LA RAZÓN “La mitad de nuestras equivocaciones en la vida nacen de que cuando debemos pensar, sentimos, y cuando debemos sentir, pensamos.” John Ch. Collins Apenas existe pensamiento filosófico contemporáneo que no tenga su origen

en Immanuel Kant. Con su sistema crítico, término que introdujo en el lenguaje de la filosofía, recoge el racionalismo, que nace con Descartes, y el empirismo de Bacon, inaugurando una nueva era en el desarrollo de esta disciplina. De él brotarán todas las doctrinas filosóficas que busca en la realidad una realización más que una comprobación. Creador de la moral como ciencia, justificó que la razón, la ciencia, el derecho y el arte peligraban ante el materialismo y el escepticismo de la época. Después de él, según Friedrich Hegel, “la independencia absoluta de la razón debe ser considerada un principio esencial de la filosofía y una de las creencias de nuestro tiempo.

Kant que nació el 22 de Abril de 1.724, en Könisberg, ciudad que en aquel

momento formaba parte de Prusia, fue el cuarto de nueve hijos que tuvieron Joseph Kant – modesto guarnicionero- y su esposa Anna Regina Reuter, mujer de poca instrucción pero de gran inteligencia natural. Ambos, muy devotos, educaron a su hijo con la Biblia en la mano, lo que tuvo gran influencia en el futuro filósofo.

A los ocho años, ingresa Kant en el Colegio “Frideniciarum” y en los ocho

años que permaneció en este Colegio, es donde nació su profundo amor por los clásicos latinos, sobre todo por Lucrecio. Sin embargo, cuando a los 16 años se inscribió en la Universidad de Könisberg, lo hizo como estudiante de Teología, aunque sentía también gran atracción por las Matemáticas y la Física. Martin Kuntzen, antiguo discípulo de Wolff- el sistematizador de la filosofía racionalista- y gran conocedor de Newton, inició a Kant en el estudio de la obra de ambos. De este dualismo, racionalismo de la filosofía teórica y empirismo en la filosofía científica, nació uno de los temas fundamentales de la filosofía de Kant que sobrepasó a los dos con su filosofía crítica.

Muere su padre – su madre lo había hecho antes- en el año 1.746 y desde

esta fecha a 1.755, fue preceptor de niños de familias acomodadas, pero decidido a seguir una carrera docente, a los 31 años consiguió, con dos disertaciones: “De igne y Principiorum primorum cognitis metaphysicae”, el título de doctor y la entrada en la universidad de su ciudad natal, como profesor auxiliar, cargo que le permitió atender mejor sus necesidades y dedicarse con más intensidad al estudio y la enseñanza.

Durante los 15 años que el joven profesor actuó de auxiliar, impartió clases

de casi todo: Geografía, Física, Matemáticas, Lógica, Metafísica y Filosofía teórica, siendo recordado por sus alumnos como un profesor lleno de humor y vitalidad, con una forma de actuar que contrastaba, en gran manera, con sus escritos, demasiado densos y sin ningún resquicio por donde pudiera colarse una sonrisa. En 1.755, inició su carrera de escritor con “Historia universal de la Naturaleza y teoría del Cielo”, en la que anunció la hipótesis nebular y una teoría sobre el posible origen del sistema solar, que

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sería formulada más tarde, en términos matemáticos, por Laplace y resultó ser de una contribución muy importante al mundo de la Ciencia y la inauguración de una larga lista de opúsculos sobre el referido tema.

En 1.770 obtuvo la cátedra de Lógica y Metafísica, con su tesis “Dissertatio,

de mundi sensibilis atque intellegibilis forma et principis”, en la que expone por primera vez las líneas de su pensamiento crítico. A partir de entonces, el filósofo activo y fecundo se adormece. Sus clases perdieron brillantez y la publicación de su obra general se detuvo.

Kant era un hombre rutinario: Seguía un régimen minuciosamente

estudiado, calculaba las horas que dormía y la duración de sus paseos. Es posible que este tipo de vida estuviese condicionado por su mala salud. Era de baja estatura, estrecho de pecho y hombros. Tenía el brazo derecho algo defectuoso en la articulación del hombro. Su amplia frente y unos profundos y serenos ojos azules, le daban un aspecto de fragilidad que desmentía su extraordinaria brillantez en la oratoria de cualquier tipo. Desbordante de ideas, era un observador sagaz y un narrador atractivo y ameno, muy apreciado por sus interlocutores.

Los once años de silencio terminaron en 1.781, con la “Crítica de la razón

pura”, que si bien fue el resultado de todos esos años de meditación profunda, fue escrita en unos pocos meses con la ayuda de un íntimo amigo que le sirvió de amanuense. Obra revolucionaria, en su prefacio, Kant exclama: “Me atrevo a decir que he encontrado la solución a todos los problemas metafísicos o al menos la clave para su resolución.” Trata de un nuevo método que propone y analiza los problemas filosóficos de diferente manera a la realizada hasta entonces. De todas formas, la “Crítica…”, no fue bien acogida. Larga en exceso para algunos, demasiado oscura para otros, mal comprendida por casi todos, escondía el nuevo mensaje que Kant pretende transmitir, que pasó inadvertido en gran parte a causa de una terminología nueva y mal conocida.

En el año 1.783, aparecen los “Prolegómenos a toda metafísica futura que

haya de presentarse como Ciencia”, en un intento por corregir las malas interpretaciones de la “Crítica…”, pero que no mejoran, en demasía, la incomprensión de los lectores. Finalmente, en la edición de 1.787, Kant corrigió las partes que consideró más complicadas, rehizo algunas por entero y orgullosamente se comparó en el prefacio con Copérnico, ya que se consideró el realizador de una revolución copernicana en la filosofía y también en la metafísica lógica.

Desinteresándose de si sus lectores comprendían o no su obra, se dedicó

por entero a su desarrollo, concentrando todas sus fuerzas en la redacción de su moral. No inventó ninguna ética nueva, sino que dio a la que ya existía, una formulación exacta. En el año 1.785, publicó sus “Fundamentos de la Metafísica de costumbres”, que consistía en el estudio de los elementos- a priori- que entran en nuestras reglas de conducta y cuyo contenido repitió de forma esencial: “Crítica de la razón práctica”. En 1.791 publicó “Crítica del juicio”, que puede considerarse el resultado de un esfuerzo de unificación, pues completa su sistema crítico.

Mientras Kant elaboraba su sistema, en Francia había estallado la

Revolución. Kant, profundamente religioso por educación, pero liberal en política y teología, simpatizó con los revolucionarios hasta que la implantación del “Terror”, -

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bajo Robespierre- le alejó de ellos. Una de sus máximas expresa el amor a la libertad que el filósofo sentía y explica, quizá, la causa de aquella simpatía: “Nada hay más horrible que la sujeción de las acciones de un hombre a la voluntad de otro.”

En sus últimos años, se le hacía dificultuoso dedicarse a escribir todos los

días. Notaba la falta de luz y se quejaba de estar sometido a una dieta que le debilitaba. Cada vez veía menos, hasta el extremo de perder totalmente la vista en el año de su muerte. Lleno, sin embargo, de una fuerza interior enorme, en esos últimos años de su vida, y según afirman sus allegados, su mente era muy clara y su sentido crítico para todos y para todo, era tan extremadamente sutil que, a veces, se le consideraba injusto en el trato personal aunque si se daba cuenta de la injusticia, enseguida pedía disculpas al afectado.

Otra de las curiosidades de su vida, era que manifestaba con frecuencia, su

deseo de llegar con vida al Siglo Diecinueve, puesto que presentía que en él, se sabría interpretar mejor su Filosofía y en especial su “Crítica de la razón pura”. (Evidentemente acertó en su idea y no sólo se entendió en ese Siglo, sino en el XX y posiblemente así seguirá en los siglos futuros.) Manifestaba su idea de que “ a los ensayos sobre la Filosofía, hay que dejarlos “descansar”, “reposar”, puesto que un excelente ensayo- como él decía de todos los suyos- no se puede valorar en poco tiempo y menos con terminología distinta.”(56). (De la misma forma pensaba el Rector Magnífico de la Universidad de Könisberg, Padre Ralph von Tarthauss, que estuvo siempre a su lado, incluso en el año de su ceguera, que tanto afectó a Kant).

En la noche del 11 al 12 de Febrero del año 1.804, la última de la vida de

Immanuel Kant, parece que el filósofo estaba muy lúcido y consciente de que se acercaba el fin. Hay dos versiones que se refieren a sus últimas palabras. Una de ellas es que tomó una cucharada de jarabe que le calmaba la tos que tenía y dijo “¡Basta!”. La otra versión es que dijo: ”Está bien, no sigamos más por este camino oscuro”. Fueran las que fueran sus últimas palabras parece que se tumbó en la cama en la actitud del que espera un acontecimiento solemne y ya no se movió más. Antes de que llegase en mediodía, había fallecido. Tenía 80 años, de ellos cincuenta dedicados a realizar una obra que, según él, “estaba adelantada a su época en cien años y sé muy bien lo que afirmo”.(57)

Fue enterrado en la catedral de Könisberg, la ciudad que nunca quiso

abandonar, y sobre su tumba se escribió el siguiente epitafio, por manos conocidas: “El cielo estrellado sobre mí; la Ley Moral en mí, que soy el cartógrafo de la Razón.”

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LA RIQUEZA DEL PASADO FILOSÓFICO ESPAÑOL “Entre dos hombre iguales en fuerza, el que tiene más razón es el más fuerte, por ser el más inteligente.” Pitágoras A través de los volúmenes de la monumental “Historia de la Filosofía

española”, del insigne ensayista Don Gonzalo Díaz Díaz, se desvela la riqueza del pasado filosófico en España y, a su vez, el presente y el futuro de tan significativa asignatura. Cuando pocos especialistas tenían en consideración a nuestra Filosofía, Don Gonzalo Díaz se dedicó a ella, y con el lenguaje de los hechos ha venido mostrando nuestra magnífica herencia cultural. (58)

Cuando una y otra vez acudimos a los volúmenes, (seis publicados ya), de

esta historia, observamos que son ya muchos los que reconocen el valor de la Filosofía española, pues es prueba fehaciente de lo que existe, aunque, en gran parte, desconocemos. Por ello, este trabajo de ensayo durante años, es imprescindible para conocer los hombres y los documentos de la Filosofía española. Los autores estudiados en estos seis volúmenes son 3.500 y se han hecho referencias a 3.800. En esta historia de nuestra Filosofía, hay un índice de revistas especializadas; una bibliografía general de fuentes, así como 1.540 autores y 615 referenciados, entre los que por destacar algunos, señalaremos: Quintiliano, Paulo Orosio, Ossio de Córdoba y Prisciliano, hasta el Siglo IV. Autores de los siglos medievales y del XIV al XVIII, escolásticos, ascéticos o místicos, canonistas. Del XVIII destacaremos a Pablo Olavide, Andrés Piquer y Arrufat y Bartolomé en Pou. El Siglo XIX, ha sido tratado en toda su riqueza: tradicionalistas, krausistas, institucionistas, neokantianos, etc., que conformaron este siglo complejo y rico en los debates filosóficos.

Entre los contemporáneos, ya fallecidos, citaremos a Antonio Rodríguez

Huéscar, discípulo predilecto de Ortega y Gasset y que escribió análisis innovadores sobre la obra de Ortega. Merece especial atención también, mencionar a pensadores como Eugenio D,Ors, Ramón y Cajal y Santayana, destacando, naturalmente, la gran cantidad de datos de Don José Ortega y Gasset. Entre estos datos, los poco conocidos de su formación en la Universidad de Marburgo y su magisterio, desde la cátedra y desde la vida pública donde “tomo posición frente a los problemas políticos más candentes del momento tan difícil en el que se vivía.” (59)

Ortega se constituye en la Universidad Central de Madrid en el maestro de

los jóvenes intelectuales que tanto en España, como a partir de 1.936, fuera de ella, contagian a muchas generaciones de una Filosofía vital e histórica, porque “descubría aspectos inéditos o sugerentes desvelamientos que embelesan a sus lectores, ofreciéndoles sobre las cosas en apariencia más fútiles, hontanares que nunca habían presentido.” Gonzalo Díaz destaca también la aportación filosófica de Ortega, a partir de 1.914 en su obra “Meditaciones del Quijote”, en la que afirma “un yo indisolublemente unido con su entorno, la única y verdadera realidad a la que nada en absoluto trasciende.” (60)

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Ortega y Gasset, desde este núcleo, gestará el raciovitalismo y la razón histórica. Cada una de estas etapas históricas-filosóficas, son analizadas de forma sucinta pero densa, en las páginas de esta historia de la Filosofía. Junto a su aportación filosófica se subraya también su indiscutible magisterio intelectual en todos los campos de la vida pública. Resulta importante señalar, a mi juicio, que además de la obra de Ortega, se citan más de 1.350 estudios sobre el gran filósofo español.

Igualmente constituyen estos volúmenes, una enorme fuente documental de

extensa y completas citas de profesores de filosofía, de investigadores en ejercicio, así como un amplio número de autores de todos los tiempos de España y de América, de uno u otro movimiento filosófico. Por supuesto, la apuesta abierta que Gonzalo Díaz propone de pensadores vivos, con una aportación original que, aún no siendo conocidos por todos, sin embargo, el autor ya conoce en su personal creación en lo que escriben y de ellos se escribe. Entre otros: Enrique Pajón, Raimundo Panikker, Fernando Rielo, Rivera de Ventosa, etc.

Nuestro autor, Don Gonzalo Díaz Díaz, prestigioso investigador,

galardonado con premios como el “Humboldt”, en el año 1.992, expondrá, resumidamente, los 6 tomos de la citada “Historia de la Filosofía española”, en unos índices, que vertebrará los principales movimientos filosóficos en España según los autores, las líneas de pensamiento, las órdenes religiosas y sus planteamientos reflexivos, los centros de investigación, etc., con especial incidencia en la historia pasada de nuestra Filosofía, desde sus orígenes, y con todo ello, no cabe la menor duda que permitirá tener en una sola obra ideada por un solo autor, de un solo golpe, la riqueza cultural máxima de nuestro pasado filosófico más preclaro.

Por último, dejar patente nuestra admiración por una de las mejores, por no

decir la mejor, obra de ensayo escrita en castellano, por un autor castellano, que de un modo ameno y muy fácil, nos permite conocer todo lo relacionado con nuestra historia filosófica.

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PEDRO LAÍN ENTRALGO Y EL OFICIO DE PENSAR “Hay que pensar mucho, durante mucho tiempo, para poder obte- ner algo de la inteligencia del saber.” Baltasar Gracián Tiene la razón humana, como sabemos cuanto menos desde Kant, el

singular destino de avanzar luchando contra sus propios límites, de buscar tenazmente las llaves de lo que hoy es todavía territorio salvaje y mañana será una provincia más de nuestra bien roturada geografía conceptual. Y al hacerlo, asume la tarea, honda y conflictiva, de problemizar cuanto afecta a sus grandes fines que es, como decir, al destino humano.

Fiel a este desafío, Pero Laín Entralgo ha problematizado a lo largo de una

obra extensa y modélica, que llena de décadas de la mejor vida cívica y cultural española, temas de muy hondo calado, desde el tema/problema de España, con especial atención a su pluralidad interior y a la necesidad de construir un marco en el que puedan vivir dialécticamente, pero no bélicamente, personas de creencias e ideas diferentes, una vez tentativamente superadas las tradicionales diferencias de nivel de vida y educación, al gran tema de sus últimos años y, en cierto modo, de siempre: El tema del hombre, en busca de su fin.

Debemos pues, a Pedro Laín Entralgo, muchas cosas, entre las que en la

actual cumbre de su buen hacer ha ido ganado espacio su buen trabajo antropológico, dentro de su bien trabada antropología. Una antropología integradora, para la que el hombre es “un ser simultánea y constitutivamente abierto, en el curso de sus presentes sucesivos, al pasado (Historia) al futuro (Esperanza), al cosmos (Ciencia natural), a los otros (convivencia) y al fundamento último de su realidad (Religión).” (61)

Es esta pues una especial Antropología que asume al hombre en su

condición radical e inalienable de proyecto de espacio vivo y consciente de una apertura al futuro tan definidora de él, como su propia relación con el “otro”, es decir, sintiéndonos parte integradora de los “demás”, con lo que estoy absolutamente seguro de que, incluso quienes consideran que la cultura no puede proponerse razonablemente otra cosa que conferir segmentos de sentido a un sinsentido global, asentirán moralmente a su ejemplar resistencia a aceptar que el hombre no sea sino una real “pasión inútil”, como ya nos anticiparon filósofos de la talla de Kierkegaard o más cercanos en el tiempo, Ortega y Fulhams.

De todas maneras, tenemos que agradecer a Pedro Laín su prueba viva de

que por lo menos, la pasión del pensar está ahí, patente, inexorable, en nuestra forma de ser superior a los demás seres vivos y es que nada menos que desentrañar la esencia del hombre y la evolución y el sentido de la vida, es en lo que se ha empeñado en las últimas décadas de su vida intelectual, como lo demuestra su última obra, “Qué es el hombre”, (62), que obtuvo recientemente el Premio Internacional de Ensayo “Jovellanos”. En ella, Laín, profundiza en Paracelso, Heidegger, Van Helmont, Fulhams, Karl Rahner, Ortega o Zubiri. En la herencia de todos ellos y algunos más

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aún, ha buceado para ofrecer una tesis nueva de lo que es el hombre y así lograr este ensayo que según manifiesta él mismo, “escribí con la intención de echar una cana al aire, a pesar de que ya he cumplido los 90 años de edad.”

Laín, deja claro en esta su última obra, que ha querido inmiscuirse en la

realidad del hombre sin usar el término equívoco del alma y afirma: “No soy el único, naturalmente. Filósofos españoles recientes rechazan también el empleo filosófico de la palabra alma o de la palabra espíritu. Pero renunciar a la idea del alma o del espíritu, no significa, ¡ni mucho menos!, ser ateo. ¡Nada de eso!. Porque mi idea de la realidad se funda en una afirmación de algo que trasciende esa realidad y que le da sentido. Yo acepto, como realidad del hombre, todo lo que, con sus mejores saberes y argumentos, han dicho los creyentes del alma o en el alma y en ello aludo a Ortega y Gasset, un hombre que no era ateo y a Zubiri, un hombre que se declaró abiertamente católico y que cuando habla de la estructura de la realidad del hombre, renuncia expresamente a emplear la palabra espíritu o alma.” (63)

Todos hemos recibido enseñanzas de Laín y nuestro ser, es el de un hombre

que es siempre extraño y con dolor salvaje, que va en búsqueda de algo situado más allá de lo que el mundo contiene, algo transfigurado e infinito. Y, además, el hombre de nuestra civilización, el hombre que es cristiano, está entre aquellos que han hecho del pensamiento una profesión de fé, porque como nos recuerda en sus variados libros con distintos temas, Sófocles ya consideraba al hombre lo más maravilloso y, a la vez, lo más terrible del mundo. Claro que, a la vez, también se pregunta ese ser superior: ¿Qué diría Sófocles hoy, viendo cómo los hombres han pisado la luna, se disponen a poner la planta en otros astros, continúan proclamando el ideal de justicia y de convivencia en paz pero al mismo tiempo, siguen matándose y opinando que oprimirse entre sí, a veces, es legal, justo e indispensable para lograr la paz…?

En este último libro de Laín, “Qué es el hombre”, por supuesto que no se

renuncia a los grandes temas de la Filosofía, como la materia, el mundo, la vida, el ser humano, la Historia, la Religión o Dios: “Ni el dualismo espiritualista, ni el monismo materialista, consiguen dar cuenta de lo que sobre el ser humano sabemos; de ahí que no busquemos denodadamente una nueva respuesta en nuestro oficio de pensar, que haga justicia a la riqueza y complejidad del hombre.” Y es que, además, a estas alturas de su vida, no es, desde luego Pedro Laín Entralgo, un autor que precise prolijas presentaciones. Ensayista caudaloso, dueño de un universo narrativo muy coherente, constituye un autor con contundentes e irrebatibles éxitos. En este libro que comentamos, hemos asistido a un resurgir de su fiebre creativa, donde vuelve a brillar su habilidad para la captación de psicologías incardinadas en sus circunstancias históricas, espirituales y también ese discreto lirismo que comunica a su prosa de honda y convincente humanidad.

Se inscribe este proceso de resurrección literaria de Laín Entralgo en su

forma natural de escribir, en donde el registro intimista no anula la peripecia narrativa, ni interfiere la limpidez de una escritura que anhela, sobre todo, conmover al lector. Se mantiene en una impertérrita forma de ser y de estar ante le mundo y donde se observa que está inmunizado frente a la adversidad. Además, todos los arañazos que le infligen desde el exterior, sirven de fecundo abono a una abnegación espiritual creciente. Su forma de exponer las tesis básicas, están siempre guiadas por una religiosidad que lucha por acogerse a la fortaleza redentora de la seguridad espiritual más profunda. Es una

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obra insólita, de una rara ucronía, en nuestro actual panorama narrativo. Un lector intransigente o envenenado de modernidad, podría aducir que la filosofía narrativa no puede constituirse en asunto narrativo, después que la depauperación moral del siglo ha llegado a extremos límites. Pero esta posible objeción la podría salvar Laín, a mi modo de entender su libro, proponiéndonos un libro donde la virtud no se erige en artificiosa realidad, sino en una especie de Numancia, sobria y recóndita que sobrevive al acoso del mal e irradia su luz, aferrada a un gran puñado de convicciones que nunca perecerán. No podemos negar que en algunos pasajes de “Qué es el hombre”, se escora hacia los territorios del ingenuismo o en determinadas ideas olvidadas del psicoanálisis, pero estos reparos que acabo de formular, pesan poco frente a la pujanza de un escritor superdotado para la exploración de sentimientos y la radiografía de almas, agudísima en la espeleología del dolor y en la captación de las motivaciones que mueven al ser humano; que, además, nunca decae en su fervor imaginativo. De esta simbiosis poco común entre fabulación e intimismo del alma humana, surge un libro atento por igual al remanso lírico y al desbordamiento narrativo, de una belleza austera y apenas susurrada que, como el propio tema indica, sabe callar a tiempo, dejando en el aire un temblor matinal que despoja al lector de sus posibles prejuicios más arraigados.

Cuando nos dice Laín Entralgo que el “oficio de pensar es el más duro que

existe, pese a lo que se pueda opinar en contra”, creemos, sinceramente, que está diciendo una verdad absoluta. Otro de los grandes aciertos del escritor, estriba en la inclusión de la confidencia en el amor, desde categorías genuinamente personales, y en definitiva, en la vinculación radical de la con-creencia, el amor y la esperanza, entre sí, como ocurre en el plano- tan bien descrito- de la analogía, entre las virtudes teologales Fe, Amor y Esperanza. Y es que señala la analogía entre la creencia mútua, la Esperanza y el Amor, y las virtudes teologales Fe, Esperanza y Caridad.

La creencia mútua, la Esperanza y el Amor, alcanzan su plenitud esencial

por su radical conexión entre sí. El Amor es amor a la realidad personal, a la que sólo se llega por la creencia mútua del ser humano. Además, el Amor genuino, es mútuo, dialógico y entraña, esencialmente, la Esperanza de ser correspondido libremente por el amado. También, entre las virtudes teologales, se da esa vinculación esencial: “La caridad espera porque es amor en el tiempo, -escribe Laín- y lo espera todo, omnia sperat, por lo mismo que omnia credit, porque es amor a todo lo real y porque amor y amar a una persona, es una evidente realidad.

Y siguiendo, para terminar estos comentarios a tan admirable libro, no

queremos dejar de reseñar determinadas ideas del autor, cuando matiza, en más de una ocasión y de una forma taxativa que “no puede negarse que la Fe, la Esperanza y la Caridad, se distinguen entre sí, terminológicamente y conceptualmente – con fundamento en la realidad- ni reducir la conexión de éstas a una mera y casi externa implicación funcional. Sólo es aprehensible en la Fe y la Esperanza que en el Amor al otro, podemos alcanzar una perfección, que supera toda comprensión humana.”

La fina intuición de Laín Entralgo, ha compendiado en lacónicas palabras,

su fecundo pensamiento antropológico, religioso, humano y de auténtico debate, vinculando esencialmente la concreencia, el Amor y la Esperanza, de suerte que los diversos grados de concreencia originan los distintos modos de relación inter-personal.

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¿TIENE ALGÚN FUTURO LA ÉTICA…? “El cuerpo humano no es más que apariencia, y esconde nuestra realidad. La realidad es la Ética.” Víctor Hugo Los que enseñan Ética, tienen un problema: ¿Cómo justificar los valores

sociales en un mundo que promueve el individualismo democrático? Con esta incógnita en la cabeza, tenemos que empezar a pensar, inmediatamente, en lo que sucedió hace al menos dos siglos, una época optimista y esperanzada que recibió el nombre de Ilustración, Iluminación, la Era de las Luces, en la que valerosos ciudadanos hicieron un pacto: Formar una sociedad civilizada, un contrato de todos con todos con objeto de poder ganar la libertad. Desde entonces, la cosa pública se ha complicado un poco. Es, más que nunca, la hora de la ética pública local y global. ¿Qué es imposible de alcanzar…? No. Sólo es preciso, necesario. Y para ello recordemos la famosa frase de Hans Albert sobre “lo que es necesario, es posible y tiene que hacerse real, cueste lo que cueste.” (64)

Es un hecho que en estos dos siglos, aproximadamente, que han transcurrido

desde la llamada “Era de las Luces”, los Estados se han quedado pequeños y por ello, la Ética, tiene que hacerse más grande, en el referido ensayo de Hans Albert o propugnar el “yo debo” kantiano, pero no para mí sólo, sino para mí y para todos los demás y por los demás. Debemos dejar de lado nuestro egoísmo, nuestra creencia en que seremos siempre más inteligentes que los demás.

¿Se acuerdan de la moda de lo “políticamente correcto”, fundada en los

E.E.U.U. y que constituye expresiones como las de “viejo” o “enano”, por “persona de la tercera edad” o “persona de poca estatura”…? Pues bien, esa Ética, es la nueva ortodoxia que lleva el lenguaje a lo ridículo. Puros discursos. Es imposible, naturalmente, que le Ética pública nazca de estas corrientes, menos aún del individualismo oficial que proclama la libertad personal por encima de todo, olvidándose de quienes están alrededor. No. Hay que construir una forma de ser, de pensar. Hay que construir un Estado de todos con todos, porque, como decía Immanuel Kant, incluso un pueblo de demonios sin sentido de la justicia, está interesado en construir un Estado de Derecho, donde la Ética, oficial y personal, sea el futuro de la Nación.

Si recordamos la Historia, pensemos ya no sólo en dos siglos atrás;

evoquemos el “modelo Ulises”, prototipo del hombre libre, del mortal que pone en práctica la libertad inteligente. Es prudente, justo y esforzado; cualidades homéricas y aristotélicas: “Desde el punto de vista social, la libertad (de los griegos), supone una fecundidad extraordinaria; en lugar de pensar uno por todos, piensan todos por sí mismos, y en lugar de trabajar todos para uno, trabajan todos para sí mismos.” (65)

El “desfile de modelos”, puede proseguir con el “hedonista”, por ejemplo.

Prototipo del placer que, como afirma un diálogo platónico entre Calicles y Sócrates, predica que “el que quiera vivir bien, debe dejar que sus deseos alcancen la mayor

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intensidad y no reprimirlos, sino poner todos sus valores e inteligencia en satisfacerlos.” O el erótico-freudiano que, desengañado de las promesas de felicidad del positivismo, edifica un nuevo mundo de ladrillos de placer con las patologías que surgen cuando se frustra ese instinto. Pero…, no; rotundamente no. La Ética, con futuro o sin él, de acuerdo con las opiniones particulares de los demagogos que sólo ven el “futuro” bajo el prisma de lo puramente material, debe quedar siempre con la esperanza del “deber moral”, nacido de la naturaleza humana, o sea el compromiso que todos adquirimos de salir de la selva para establecernos en los dominios de la dignidad, es decir, de la Ética.

Ya sabemos que este inmenso fundamento de la Ética, ha tenido grandes

enemigos. Uno fue el llamado “Círculo de Viena”, la escuela de los filósofos del lenguaje que consideraba “lo bueno”, “lo malo” o “el deber”, como unos seudo-valores. Otro enemigo fue el denominado “super-hombre” de Nietzsche, que como recordaremos, opone al “yo debo” kantiano, un “yo quiero” que se palpa en algunos personajes literarios como “Lobo Larsen”, de Jack London; el insaciable “Macbeth”, de William Shakespeare o el terrible personaje Raskolnikov, de Fedor Dostoievski que, después de perpetrar un crimen, se pregunta: ¡¿Crimen…? ¿Qué crimen…?” Y es que hoy se pretende acabar con el “deber” y sustituirlo por el “individualismo” sin ética, sin moral.

Hay también unas formas más duras o directas, de dejar si futuro la Ética,

como cuando nos dice Pere Ayllón. “La Ética es un imposición rigorista, sin futuro ninguno”, y nos añade: “El código genético y las democracias avanzadas es la verdadera ética universal y laica, muy lejos del catecismo de las obligaciones categóricas.” Es el llamado “post-deber”, (ahora todo es “post”), en una sociedad que, según el citado Ayllón, desprecia la abnegación y estimula, automáticamente, “los deseos inmediatos, sean cuales sean éstos.” Para este autor catalán contemporáneo, “los sentimientos carnales del amor, despreciados y adorados a lo largo de la Historia en todo el mundo, por platónicos, estóicos, kantianos y nietzscheanos, son los poderosos motores de arranque del comportamiento humano.

Pero también existen ardientes defensores del futuro de la Ética, de lo

Moral, como el gran filósofo Alain Renaut, catedrático de Filosofía Moral de la Universidad de la “Sorbona” de París, que en su último libro “¿Tenemos moral del yo universal?”, se interroga por la vigencia de la Ética. Es un libro para leer despacio, con amor a la filosofía y, si hace falta, volviendo páginas atrás para volver a ser leídas y comprenderlas mejor. Al principio de este libro moderno, al lector le parece que todos sus ensayos van a converger en un mismo punto único: “La modernidad, no nos ha hecho más sociales, sino más individualistas. Es más, en un mundo en el que las utopías políticas están “felizmente fallecidas, muertas” y la moral no tiene sustento, ¿cómo poder modelar la vida próxima con valores morales…? Máxime si tenemos en cuenta que el culto al consumo, fomenta la atomización social.” (66)

Siguiendo con su lectura y en contra de lo que pueda esperar el ávido lector,

Alain Renaut, se inclina por la validez total de lo subjetivo, con lo que invariablemente nos tenemos que preguntar: ¿un catedrático de “Ética” promoviendo el individualismo…? Entonces…, ¿tantos valores como seres humano haya en el mundo…? Pero no, afortunadamente no, porque dando un giro kantiano a su propuesta, Renaut, cruza la línea de la meta bien clara y definida, afirmando que “el individuo debe siempre reflexionar su subjetividad e identificarla con la comunidad de una Humanidad

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que se entiende respecto de la ley.” En definitiva, el autor, defensor con lógica aplastante del Yo universal, quiere hacer patente el dejar en manos de la conciencia la fuente de todas las decisiones del ser humano y por lo tanto, afirma, sí es de futuro el sentir la Moral y tener “Ética”.” (67)

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EL PAPA FILÓSOFO “La duda, es el gran principio de la Sabiduría.” Aristóteles Hubo un tiempo en que existió el Papa-Rey. Posteriormente, el 20 de

Septiembre de 1.870, los soldados del ejército italiano entraron en Roma, por la porta Pía y pusieron fin al poder temporal de los papas.

Hoy ya no existe el Papa-Rey, pero, en compensación, existe el Papa-

filósofo. De hecho, la última Encíclica de Karol Wojtyla, “Fides et Ratio”, (La Fe y la Razón), a pesar de estar dirigida, oficialmente, como todas las Encíclicas, a los “Venerables Hermanos en el Episcopado”, en realidad – y explícitamente- se dirige a todos los filósofos, cristianos o no, (p.56) justamente porque “a menudo el pensamiento filosófico es el único ámbito de entendimiento y diálogo con quienes no comparten nuestra fe.” Así pues, a mi modesto juicio y opinión, se trata de una confrontación entre filósofos.

En efecto, por lo menos en el vocabulario, la reina de esta Encíclica es la

Filosofía: “El hombre es naturalmente filósofo, porque es aquel que busca la verdad y la Iglesia ve en la Filosofía el camino para conocer verdades fundamentales relativas a la existencia del hombre.” De hecho, la Filosofía constituye la última instancia de unificación del saber y de los actos humanos y sólo la argumentación elaborada siguiendo rigurosos criterios racionales, es garantía para lograr resultados universales válidos. Entonces, Immanuel Kant, con su “Sapere Aude!”, no podía aspirar a más.

El del conocimiento, es un camino que no tiene descanso y que debe

avanzar a la luz de la razón según sus propios principios y metodología específicas. Si es así, aparentemente, estamos frente a un elogio ditirámbico de la autonomía de la razón, al que, sin embargo, se le de la vuelta inmediatamente después, contra toda lógica. Así, Juan Pablo II escribe que “una filosofía aislada y absolutamente autónoma en relación con los contenidos de la fe, constituye la reivindicación de una autosuficiencia del pensamiento que se revela claramente ilegítima.” También afirma que “el Magisterio eclesiástico puede y debe ejercer con autoridad, a la luz de la fe, su propio discernimiento crítico en relación con las filosofías y las afirmaciones que se contraponen a la doctrina cristiana.”

S.S. el Papa, Juan Pablo II, sigue en su citada “Encíclica”, manifestando de

forma clara cuanto le interesa la Filosofía y afirma en un párrafo magistral “que se tiene que llegar a la conclusión de que es muy deseable que los teólogos y los filósofos, se dejen guiar por la única autoridad de la verdad, de modo que se pueda elaborar una filosofía en consonancia con la Palabra de Dios.” Está claro pues que la pretensión de S.S. el Papa, de constituir la única autoridad de la verdad, no es nada escandalosa, ya que lo sorprendente sería lo contrario, pues un Papa de la duda sería, de hecho, un “oximoron” inédito. Pero no lo es y entonces queda perfectamente claro la voluntad del papa de se al mismo tiempo “Pastor fidei” y filósofo de la razón autónoma.

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La verdad es que Karol Wojtyla anima la filosofía en prácticamente todas sus manifestaciones y la autonomía se remonta en el tiempo y baja hasta hoy sin variación específica: “A partir de la baja Edad Media, la legítima distinción entre los dos saberes, Filosofía y Teología, se transformó progresivamente en una nefasta separación, cuando deberías manifestarse unidos y en constante apoyo.” Por tanto, a la vista de estas frases, la autonomía de la razón es necesaria, pero no debe ser absoluta. (Tengamos en cuenta, sin embargo, que es una autonomía “condicionada”, S.S. la llama más simplemente “anomalía”.)

Si las conclusiones a las que llega la razón no pueden diferir nunca de las

establecidas por la fe, es inútil hablar de colaboración según una autonomía recíproca. Así, la fe y la razón serán “las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación única de la verdad.” (“incipit” de la Encíclica). En estas circunstancias, es evidente que hoy en día y siguiendo la línea teológica de siempre, o al menos desde la baja Edad Media, como ya está escrito anteriormente, la Filosofía tiene para el Papa una “valor incomparable”, como también dijo Santo Tomás, con lo que el catálogo del anatema da un giro de 360 grados” Idealismo, humanismo, ateísmo, positivismo, racionalismo, nihilismo, eclecticismo, modernismo, historicismo, cientificismo, pragmatismo, etc., quedan en lo que S.S. Juan Pablo II, llama la “crisis del sentido”, “la debilidad de toda la filosofía moderna cuyos criterios de “verdad” ya no pueden hallar la certeza que dé sentido a la existencia del espíritu.” Es entonces cuando a través de la Fe y la Razón, el Papa busca una verdad diáfana que satisfaga al hombre contemporáneo – que está en poder de la duda- a través, repetimos, de las grandes narraciones ideológicas, pues el hombre está “huérfano” sin la verdad de la Filosofía.

Es una operación ciertamente difícil en los tiempos que vivimos pero que

podrá alcanzar grandes éxitos. No es por casualidad que el anatema de S.S. el Papa no afecta a las corrientes hermenéuticas de la Filosofía cristiana, es decir, a aquella filosofía heidggeriana y post-heideggeriana en la que la Religión podría encontrar un fiel aliado contra la tradición iluminista y su herencia materialista que no contemplan nunca la espiritualidad del ser humano, con lo que toparían con el hecho de una Religión “débil”, de un cristianismo sin Iglesia y sin jerarquía, bastante más protestante que católico.

Si se diese esta secuencia, se encontraría, además, la Religión, la

competencia de las nuevas formas de renacimiento de lo sagrado en Occidente, desde el budismo a la “new age” y el auge de las sectas de todo tipo y condición. Por ello, lo que desea, lo que quiere el Papa, es la Verdad con mayúscula, una e indivisible, que tenga en el trono de Pedro el único solio en la tierra. De este modo, la nueva estación de integrismo católico con la que el Papa Wojtyla abrió su excelso pontificado y está cerrando el milenio, se crece paso a paso y da un nuevo impulso religioso-filosófico auténtico, haciendo que la iglesia sea más perfecta día a día.

De hecho, el Papa articula su filosofía más sobre el deseo humano que sobre

la razón humana a ciegas o también que sobre la pascaliana a ciegas. El Papa va siempre en busca de la verdad y de la Fe, con razón porque apuesta siempre por la Fe en comunión con el pueblo cristiano. Búsqueda de la verdad y necesidad de sentido, se confunden e intercambian en el alma del ser que precisa del amor del Ser Supremo. Es otra de las frases claves de la Encíclica “Razón y Fe”: “La sed de verdad está tan

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arraigada en el corazón del hombre, que tener que prescindir de ella comprometería la existencia.”. Y no olvidemos que dicha sed se articula en las preguntas de fondo que caracterizan el recorrido de la existencia humana: - ¿Quién soy? - ¿De dónde vengo? - ¿A dónde voy? - ¿Por qué existe el mal? - ¿Qué será de nosotros después de esta vida?

Pero esta necesidad estructural e irrenunciable de preguntarse por el sentido

se convierte luego en la necesidad de poder encontrar una respuesta cierta y definitiva a esas preguntas. Y añade S.S.: “No se puede pensar que un búsqueda tan profundamente enraizada en la naturaleza humana, sea totalmente inútil y vana. La capacidad misma de busca la verdad y de plantear preguntas, implica ya una primera respuesta.”

Una necesidad de respuesta, sigue siendo una necesidad que no implica de

por sí, -lógicamente- su satisfacción. Si no fueses así, no existiría ni habría existido nunca el problema del hambre en el mundo entero. Ni ningún otro problema, a decir verdad. Deseo y realización sólo se corresponden en el “pensamiento” infantil.

La sustitución del principio de placer por el principio de la realidad, es el

mecanismo ordinario, aunque dolorosísimo, por medio del cual se realiza la llegada al mundo del hombre desde el punto de vista no sólo biológico, sino efectivo. La lógica del deseo es, en cambio, la lógica de la ilusión, como dejó perfectamente claro tantas veces Sigmund Freud. Y si la pregunta lleva implícita la respuesta, ya no se trata de una respuesta genuina, sino presupuesta y prefabricada. Y la búsqueda de la verdad, que, por su propia naturaleza, está dominada por la duda y en cuyos logros no tiene cabida los prejuicios, deja paso a la mera “reflexión sobre la verdad”, como nos dice el Papa, puesto que sus contenidos ya fueron adquiridos a través de la revelación. Con ello, la Filosofía, no será una mera glosa marginal, sino un apoyo a la Fe, una especie de homilía racional y lúcida como nos explica sabiamente, el Santo Padre.

Todo lo expuesto, tiene implicaciones relacionadas con las formas de

gobierno y con las leyes dictaminadas por los humanos. Así, por ejemplo, las leyes que autorizan y favorecen el aborto y la eutanasia, no sólo son juzgadas inmorales, lo que viniendo del Papa, es tan legítimo como obvio, sino que se declaran “totalmente privadas de auténtica validez jurídica y moral.” (“Evangelium vitae”). Recordemos que Karol Wojtyla se ha referido en multitud de ocasiones al nefasto aborto, como “el genocidio de nuestra época”.

Y para finalizar el ensayo, también recordemos que el gran filósofo francés,

director del Departamento de Filosofía de la Universidad de París, Paolo Flores d’Arcais, director de la revista filosófica “Micro-Mega”, dijo recientemente en una conferencia en la Universidad de Alcalá de Henares: “Tenemos la suerte inmensa de tener entre nosotros, vivo y lúcido, al más grande de los filósofos católicos, el Papa Wojtyla, cuyo saber y ciencia cada día apreciamos más y del que esperamos nuevas lecciones con vistas al ya próximo año 2.000.”

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EL HOMBRE Y LA VERDAD DE LA FILOSOFÍA

“Soy hombre; es decir: Hago cosas inútiles, pero amo la Filosofía”

Paul Valery Hasta ahora hemos visto las estructuras que el hombre tiene, en primer lugar

por el ejercicio del acto intelectivo y que le convierten en un individuo reflexivo y subjetivo; y en segundo lugar, desde el punto de vista de las cualidades por las que se encuentra afectado, por la verdad que posee al ejecutar su acto intelectivo, hemos visto que tiene una instalación en unas verdades establecidas, y que por tanto, tiene una figura determinada que culmina en una mentalidad; es decir, que tiene una serie de posibilidades que le permiten el descubrimiento y la adquisición de nuevas verdades, por modestas que éstas sean.

Sí, todo esto es cierto. Y es cierto pura y exclusivamente por una cosa:

Porque el hombre, con sus actos intelectivos, tal como hasta ahora los hemos descrito, posee las verdades, en realidad, la verdad. Pero puede llegar un momento en que la situación cambie. La verdad, efectivamente, consiste en la actualización misma de lo real en la inteligencia humana. Y esa inteligencia humana se apodera de la verdad. Ahora bien, puede apoderarse en una forma más sutil y precisa, en esa forma en virtud de la cual, no solamente el hombre posee verdades, la verdad, sino “está poseído por la verdad.”

A esta verdad y a esta realidad – por razones que no vamos a discutir aquí,

ya que se haría interminable el tema- es a lo que los griegos llamaban “tò theion”, lo divino, entendiendo por lo divino no un concepto religioso. Los griegos llamaban “theion”, divino, por ejemplo, a la Naturaleza en su espontaneidad y en su grandiosidad, etc.

Pues bien, el hallarse poseído por la verdad, es lo que los griegos llamaban

“en-thousiasmós”, el estar poseído por algo divino. De ahí vino el sustantivo griego que, a mi modo de ver, determina el orto de la vida intelectual: El “entusiasmo”. Entusiasmo es “enthousiasmós”, estar poseído, arrebatado por la divinidad y, en este caso, por eso que es la realidad del ser humano.

El hombre se encuentra no solamente en posesión de verdades y dominado

por una verdad y una realidad, sino que, esa dominación, puede ser tal que se encuentre entonces en relación inversa: Poseído, precisamente, por la verdad. Y el movimiento intelectual que despliega el hombre poseído por la verdad y que no solamente esté en posesión de unas cuantas verdades, es justamente lo que constituye la vida intelectual: Es entusiasmo en su sentido etimológico, como líneas arriba queda explicado y analizado.

Entusiasmo no significa una especia de gran fermentación subjetiva sino

estar poseído precisamente por algo; es “manía”, manía. Sin probablemente hacer la ecuación, manía, es decir, locura llamaba Platón en el “Fedro” a la Filosofía, cuando después de haber citado tres formas de locura, entra a desarrollar la idea de la dialéctica.

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Muchos intérpretes de Platón –creo que todos, en definitiva- han pensado que el citado diálogo carece de unidad, porque empieza hablando de lo que son los distintos tipos de manía y luego se ocupa de la Filosofía como dialéctica. Incluso se ha pensado que ese diálogo es una fusión arbitraria de dos escritos distintos de Platón. Yo creo que no; creo que el pensamiento soterrado de Platón consiste en decir que la Filosofía –dialéctica la llamaba él- es la forma suprema de manía: La que no es un delirio, sino justamente un entusiasmo, el arrastre por la verdad de la que se encuentra poseída la inteligencia humana, puesto que el ser humano, es agente, autor y actor, a la vez, de su propia vida. Y al analizar así las dimensiones de toda existencia humana, no hay que dudar que Platón o como Zubiri, por ejemplo, estaban describiendo también, primordialmente, la suya propia.

Zubiri, como cualquier otro ser, fue agente de los múltiples actos que

constituyeron la trama de su vida. Es el primer nivel de análisis de la biografía de una persona., el más superficial, las cosas que hizo y que le sucedieron. Es lo que se ha llamado mil veces la “historia externa”, o la “crónica” de una vida, el relato de la sucesión de acontecimientos que jalonaron su existencia. Pero hay otro nivel o niveles más profundos. La vida no se deja reducir a crónica, no es la mera sucesión de acontecimientos; tiene, como las novelas, argumento, que unas veces es –como la vida misma en sí- más interesantes que otras. (71)

Se pueden enumerar cronológicamente los sucesos de una vida sin

percatarse de su argumento. Es lo que hacen los historiadores, los meros eruditos, quienes se quedan en el nivel de la anécdota y resbalan sobre la categoría. No saben hallar al hombre y en él, la verdad de la Filosofía. El argumento entonces, es la categoría por antonomasia de toda vida humana; es lo que el hombre hace con los materiales que le han tocado en suerte ya que el argumento es siempre y necesariamente una creación personal, muy personal. Por eso de él es el hombre autor en el sentido más estricto de la palabra. Además de agente, el hombre es autor; en primer lugar y sobre todo, autor de sí mismo, de su propio argumento, del argumento de su vida. Esto es algo sobre lo que la Filosofía del Siglo XX ha llamado la atención como ninguna otra lo había hecho antes. Baste recordar los nombres de Sartre, en Francia y de Ortega en España.

Pero lo sorprendente no es eso, o al menos nos es sólo eso sino algo mucho

más sutil. Se trata de que nuestra condición de actores no es total, ni radical. Podemos dotar de argumento nuestra vida; más aún, tenemos que hacerlo. Pero dentro de unos límites que nos vienen impuestos. Tales límites tienen el carácter, vistos en una cierta dimensión, de barreras que nos constriñen y coartan y de las que no podemos desprendernos. Pero desde otra, sin duda más sorprendente, sucede todo lo contrario: Esos límites posibilitan nuestra propia condición de autores. Hay algo así como un argumento previo a nuestro propio argumento, que actúa como su necesaria condición de posibilidad. Por eso Zubiri dice que además de agentes y autores, somos actores. (72)

En este sentido la vida no es tanto una novela cuyo argumento vamos

creando con más o menos inventiva y originalidad, cuanto una ingente obra de teatro en la que todos participamos y en la que necesariamente hemos de representar nuestro propio papel. Esto es lo que expresa espléndidamente la figura calderoniana del “gran teatro del mundo”. La vida humana, toda obra humana, no acaba de cobrar sentido más que situada en ese escenario maravilloso que es el mundo. Hay algo, empero, que nos

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separa radicalmente de Calderón. Porque siempre ha existido la tentación de pensar, demasiado rápidamente, que ese gran teatro del mundo es a la postre un magno auto sacramental, en el que la o las deidades distribuyen los papeles que los hombres representan. Lo cual tiene el enorme peligro de acabar convirtiendo la función en un infantial teatro de marionetas.

Una parte muy significativa de la Filosofía del Siglo XX, aquella a la que

Zubiri pertenece por derecho propio, ha analizado este carácter de actor del ser humano de modo sensiblemente nuevo y distinto al de épocas anteriores. Cabría decir que por vez primera nos hemos tomado es serio eso de que el gran teatro lo es “del mundo”. Este, el mundo, es la gran categoría, el escenario dentro del cual hemos de representar la obra. El argumento lo hacemos o ponemos nosotros, pero el escenario no viene dado, impuesto. Hay algo que nos envuelve previamente a cualquier iniciativa nuestra y que es su condición de posibilidad. Por eso, todas las filosofías de la “posición” o de la “conciencia”, tan frecuentes en la época moderna, llegan necesariamente tarde. Antes de cualquier posición, está la realidad que se nos impone, que nos puede. Es lo que Zubiri llama “el poder de lo real”. No es el único en haber descrito este fenómeno de la Filosofía del Siglo XX. En Heidegger, la iniciativa la toma el Ser; Jaspers, habla de lo “abarcante”; en Lévinas, es el “otro”. Siempre se alude a algo muy similar, a eso previo que nos fundamenta y sobrepasa y que tiene, dice Zubiri, “carácter último, posibilitante e impelente”. Es la realidad, que trasciende toda cosa concreta, que tiene por ello mismo carácter trascendental , y que en consecuencia es el objeto propio de la Metafísica.

Cosa curiosa: La realidad, lo real, lo físico, aquello que nosotros, los

humanos podemos tocar, es a la vez lo metafísico por autonomasia. El “metá”, el más allá, es un más acá. Todo un cambio, toda una paradoja, pero no por ello menos cierta. Ya decía el insigne Leibniz que el misterio entero de la realidad, se encontraba concentrado hasta en el más mínimo grano de arena.

Zubiri fue a lo largo de su vida un gran buscador de la Verdad de la

Filosofía y, por ello mismo, agente y autor. Ahí están, entre otras muchas cosas, sus obras escritas para demostrarlo. Pero lo que llama más la atención al leer éstas, es su carácter, en cierto modo dramático. Toda esa obra intelectual es una lucha sin cuartel con la realidad en orden a hacerla confesar sus secretos, a abrir sus arcanos. Se trata siempre de un combate desigual entre el Goliat de la realidad y el David de la inteligencia humana. Esta lucha, a diferencia del relato bíblico, acaba siempre en mayor o menor medida, en fracaso. David tiene que rendirse ante Goliat; o mejor, tiene que plegarse a sus exigencias pues tiene que seguirle el paso. La realidad termina por imponerse. Esto es evidente siempre, y desde luego lo es leyendo la obra del propio Zubiri. Como ser humano, él intentó hacer decir a veces a la realidad lo que él quería que dijera. Sucede en esto como en aquella deliciosa anécdota que cuenta Ortega a propósito de Natorp y Platón: “Este Natorp, escribe Ortega, que era un hombre buenísimo, sencillo, tierno, con un alma de tórtola y una melena de Robinson Crusoe, cometió la crueldad de tener doce o catorce, o más años, a Platón encerrado en una mazmorra, tratándolo a pan y agua, sometiéndole a los mayores tormentos, para obligarle a declarar que él, Platón, había dicho exactamente lo mismo que Natorp.”

Todos somos un poco como Natorp; todos intentamos violentar la realidad,

someterla a una cierta tortura, a fín de que acabe declarando lo que nosotros creemos

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que debe de decir. Esto sucede también a Zubiri. Toda su vida fue un contínuo interrogatorio, para que ésta le revelara sus secretos. ¡Y vaya si los reveló!. Pero a veces, cuando la realidad, por lo que sea, no decía lo que él pensaba que debía decir, lo que tenía que decir, entonces empezaba a torturarla hasta hacerla confesar lo que ella no quería. Esto sucede alguna que otra vez en su extensa obra. Es el punto de máxima tensión dramática, ya que se produce el conflicto entre el autor y el actor.

Lo curioso, lo sorprendente, es que la cosa no acaba en estos momentos, no

acaba aquí, Porque poco a poco, la realidad le va haciendo rectificar su opinión, obligándole a cambiar de rumbo. Por eso en Zubiri hay un contínuo e ininterrumpido proceso de evolución, que no acaba nunca; y por eso su obra, como cualquier otra, se halla inacabada, abierta hacia el futuro. Cuando se estudia la evolución de las ideas de Zubiri en ciertos puntos fundamentales de su pensamiento, se ve muy bien cómo es la realidad la que se le impone, muchas veces en contra de sus propios deseos. Con lo que resulta que su filosofía es cualquier cosa menos algo inventado o creado por él mismo. Se trata más bien de todo lo contrario, de una especie de gran revelación, que él no hace sino transcribir e interpretar, es decir, testificar. ¿Qué quiere ello decir…? A mi juicio, Zubiri, como todo filósofo, quizá también como ser humano, lo que es, lo que llega a ser, es un gran testigo.

A pesar de lo sorprendente que todo esto pueda llegar a resultar, no tiene por

qué sonar a cosa nueva. Los primeros pensadores, filósofos griegos, fueron ya conscientes de esto y esa es la razón principal de que utilizaran, de que usasen para designar lo que hoy llamamos “verdad”, el término clásico de “alétheia”, que sin ninguna violencia puede ser traducido por “revelación”. En efecto, la revelación de la verdad, la que se busca, la que se desea encontrar en la lectura, en el estudio de la Filosofía y de la Metafísica. Quizá por eso también, los textos pre-socráticos, y a la cabeza de todos ellos el famoso “Poema de Parménides”, presentan la Filosofía como una especie de gran revelación. Desde entonces, los romanos, así lo entendieron siempre.

Y, en fín, eso es lo que probablemente llevó a Platón y a Aristóteles a decir

que en la “admiración” o el “asombro”, estaba el principio básico, fundamental de la Filosofía. Y el término griego significa también “milagro” o “hecho prodigioso”, fuera de lo corriente, de todo lo que es normal. Ese milagro, es la realidad, que se nos aparece como se de una revelación se tratase. Recordemos, como claro y evidente ejemplo, que el gran Aristóteles dice al comienzo de la “Metafísica” que los hombres comenzaron a filosofar “obligados por la verdad misma”. Pero lo curioso es que la traducción latina de Guillermo de Moerbeke – considerado el mejor traductor latino de todos los tiempos- es todavía más fuerte: “ab ipsa veritate coacti”, es decir, “coaccionados por la verdad misma.

No hay que duda que Zubiri se vió sí mismo, como persona y como filósofo,

exactamente así, como religado a la realidad y como impulsado por ella. Su vida y su obra no fueron otra cosa que un contínuo canto de la realidad que le rodeaba en todos los momentos. Digo de la “realidad” y no “a” la realidad, porque es la realidad la que canta a través suyo. Sucede en esto como en el famoso “Cantico delle Creature”, de San Francisco de Asís. No se trata del cántico a las criaturas, sino del cántico de las criaturas. Eso le pasa, eso le sucede al místico, le pasa al poeta y le sucede también al filósofo. Quizá no son tres cosas muy distintas, ya que es la realidad la que canta, y en

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ello consiste lo que Zubiri llama el poder de todo lo real. Esta es, quizá, su gran lección, su eterna lección, aquella que no debería ser olvidada y que conviene recordar con ocasión de su centenario: Zubiri, o el poder de la realidad y, especialmente, preferentemente: el hombre y la eterna, la constante verdad de la Filosofía.

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FILOSOFÍA DEL TODO “Si amamos la Filosofía, busquemos la incierta verdad. Está en nosotros mismos, aunque no la sepamos ver, notar o distinguir.” Jostein Gaarder El círculo de la sabiduría, como explican los chinos, es difícil de alcanzar,

estando el centro muy lejos de nosotros o de nuestros deseos. El tema de hallar la verdad, es quizá uno de los más atractivos de la cultura y el pensamiento de todos los tiempos, pues en él está en juego el universalismo intrínseco de la Cultura y la Razón última del ser humano. De ello nace la contemplación de la Cultura y en ésta, de la Filosofía, como un crisol que se enriquece y nos enriquece con sus mútuas y sucesivas asimilaciones de conocimientos, a la vista del Siglo XXI, que nos traerá muchas preguntas sobre el eterno tema de la Verdad. Unas preguntas que, por cierto, son las mismas que los humanos se han hecho desde el mismo origen de los tiempos, con lo que la experiencia de la Filosofía se integra en el ser en un círculo, como decíamos al principio, de sabiduría.

Es evidente que las relecturas de la historia del pensamiento desde

perspectivas insólitas que en su día inauguró Umberto Eco están, sin duda, de moda.. El éxito de ventas de “El mundo de Sofía”, de Jostein Gaarder – una “novela” en la que el autor dice al lector que asista, paso a paso, a la educación sentimental e intelectual de una niña sumamente avispada a través de su confrontación con los diferentes episodios de la Historia de la Filosofía- no aparece, en modo alguno, ajeno a ello. Ahí está, también, por ejemplo, el reciente intento de Catherine Clément de reescribir la Historia entera de la Filosofía, en el mundo, a través de la mirada de un adolescente enfermo. Por su parte, Matthew Stewart, ha descrito recientemente una historia irreverente de la Filosofía, subtitulada “en busca de la verdad”, con la perspectiva del iconoclasta absoluto. Pero además, haciéndolo tan tal coherencia y objetividad, que el resultado no es meramente innovador o vivificador, sino francamente demoledor.(73)

Lo que finalmente se nos propone en esta original forma de búsqueda de la

verdad, a través de la Filosofía, - o como el autor dice: o viceversa- pero Filosofía del Todo. Está escrita con notable ingenio y no es otra que llegar al fondo de la Filosofía – del Todo- con el final de la misma Filosofía y la apoteosis del hombre común capaz de asumir él mismo sus responsabilidades, de ser bueno y de pensar autónomamente. O lo que es igual, de incorporarse y hacer suyo lo único que de la Filosofía – una Filosofía bien “entendida”, claro es- nos cabe salvar: Una actitud o disposición a ver las cosas tal como son y a pensar con la mayor claridad posible.

Tan extrema conclusión exige, sin duda, planteamientos de partida e

instrumentos analíticos no menos extremos. Y así tenemos que ver el comienzo de la Filosofía, como una enmienda total hasta lo ahora conocido, pues lo que realmente interesa al hombre, es la búsqueda de la verdad del todo, tan ilusoria como condenada de antemano al fracaso. De modo que estaríamos simplemente ante un gran error, una idea que late implícitamente ya en la propia idea de las teorías filosóficas y que habrías dado de sí, siglo tras siglo, no sólo esa ignorancia particular que sería la cara efectiva de

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la imposibilidad verdad acerca de todo, sino una obsesión autorreferente, una inadmisible y errada pretensión a monopolizar la “racionalidad”, o, en fin, un repetirse a ciegas, siglo tras siglo, tras mil máscaras reducibles a una sóla e idéntica inanidad.

El hecho es que, las devastadoras reconstrucciones particulares de las

diferentes figuras, movimientos, escuelas e “ismos” histórico-filosófico, se mantienen rigurosamente fieles a estos presupuestos, base de la idea general de la que estamos tratando, o lo que es igual a su sustancia humana. Recordemos a estos datos que Hume, ocupa, ciertamente, un lugar en la Historia del pensamiento occidental muy relevante. Supo llevar como nadie la idea del empirismo radical a sus consecuencias auto-destructivas y rehabilitó genialmente nuestro sistema de hábitos y pautas de orientación, formando “un todo” que siempre ocupó punto principal en las teorías filosóficas de nuestro Occidente. Todo ello frente a las insuficiencias a tal efecto de la llamada lógica “pura”. Sólo que, tales méritos, dan poco de sí a la hora de reconstruir la historia de la Filosofía, que no deja de ser una actividad crítica destinada, muchas veces, a triturar, precisamente, nuestras evidencias de “sentido común”, de “razonamiento puro”. Es como la conocida frase de “que no hay un gran hombre para su mayordomo”, claro que por lógica filosófica también podríamos decir y señalar a esto que “es culpa del mayordomo, no por el gran hombre”.

En la llamada “Filosofía del Todo”, aparece, naturalmente, la cambiante

estructura del cerebro, puesto que la mente es maleable y el cerebro no es una masa inmutable, con lo que crecer, balbucear las primeras palabras, resolver problemas, aprender a tocar el piano, recuperarse de un trauma… Todo ello es posible gracias a una cualidad de la que las neuronas disfrutan como ninguna otra célula: La plasticidad, es decir, el amplio conjunto de procesos que permiten al cerebro adaptarse a un estímulo, a una patología o a unas condiciones ambientales determinadas, reaccionar ante situaciones adversas y evolucionar. Los últimos hallazgos de la neurología, arrojan luz sobre esta capacidad gracias a la cual el cerebro, el más inmaduro de los órganos al nacer, se termina convirtiendo en la compleja máquina que rige nuestros actos, emociones, pensamientos y sentimientos.

En el momento del alumbramiento, el cerebro de un bebé contiene unos

100.000 millones de neuronas, (casi tantas como el número de estrellas que brillan en nuestra maravillosa Vía Láctea). Junto a ellas, ya han aparecido billones de células gliales “ayudantes”, que, siguiendo el programa establecido por una legión de genes, forman el andamiaje perfecto para la actividad neuronal. Esto quiere decir que el ser humano llega al mundo poseyendo casi la totalidad de las células nerviosas que va a requerir, a necesitar de forma absoluta y total, en el transcurso de su vida.

Sin embargo y pese a lo anterior, el mapa de conexiones entre ellas, está

todavía por dibujar, por precisar de una forma perfecta. El recién nacido es capaz de oir, ver, oler y sentir caricias, pero de una forma muy débil. El tallo cerebral, la región primitiva que controla funciones automáticas como ña respiración y el latido del corazón, ya ha realizado sus múltiples conexiones, pero en el resto del cerebro, las neuronas, no han hecho más que desperezarse y empezar a realizar incipientes contactos con sus vecinas más cercanas. Durante los primeros meses de vida, se producirá una explosión sin precedentes en la actividad neuronal. Los centros superiores del cerebro, iniciarán una catarata de conexiones, (unas 250.000 por minuto), que irán activando, poco a poco, todas las funciones del complejísimo sistema neuro-vegetativo. Si un

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científico visitase la cabeza de un bebé, sería testigo de un frenesí sin igual: A los dos años, el cerebro del niño contiene el doble de la sinapsis, (los espacios de conexión entre las neuronas) y consume el doble de energía que un adulto.

El neurólogo de la Universidad de Chicago, (Howard University), Mr. Peter

Huttenlocher, realizó algo muy parecido a esa visita: Calibró el grado de actividad de esta etapa del desarrollo, mediante la autopsia de cerebros de niños que murieron de forma repentina (previa autorización de los padres, por supuesto). Así descubrió, por ejemplo, que el número de sinapsis en una sola capa del córtex visual, pasa de 2.000 –tras el parto- a 18.000 a los solos seis meses de vida. Pero lo más sorprendente de los nuevos hallazgos en la ciencia de la Neurología es que, en este proceso frenético de conexión, juega un papel clave la llamada función neuronal, es decir, lo que conocemos con el nombre de “experiencia”.

El cerebro del bebé es como un país en el cual se han tendido las redes de

las líneas telefónicas que conectan a casi todos los habitantes. Para saber qué línea une a cada quién, no hay más que marcar los números y comprobar, uno por uno, el nombre de cada ciudadano que contesta a la citada llamada. En el lenguaje de las neuronas, se trata de estímulos: Cada vez que un niño persigue torpemente un juguete por el pasillo de su casa, escucha la voz de su madre cantándole una nana, percibe el olor del biberón o recibe una caricia, una catarata eléctrica recorre su cerebro para empezar a despertar las conexiones neuronales aún dormidas. Las neuronas, estimuladas, iniciarán su proceso de adaptación a su nueva función y harán crecer la capacidad cerebral. La falta de estímulo, tendrá el mismo efecto que la falta de uso sobre las viejas líneas telefónicas de un viejo país.

No cabe duda que una experiencia rica, construye cerebros ricos. El influjo

del estímulo y el ambiente en las plasticidad de las neuronas es uno de los temas de estudio más fructíferos en la ciencia de la Neurología moderna, porque el gran reto del cerebro humano, es llegar a entenderse a sí mismo.

Los protagonistas de las especie humana, son el cerebro y la mente en

constante comunicación, porque son estructura y función de un mismo sistema, ya que el cerebro no llegaría a existir sin la mente, ni ésta sin el cerebro.

En un intento de determinar el origen de la mente humana, se ha estudiado

comportamientos de los seres vivos desde su nacimiento hasta la vejez de edades avanzadas. Se ha tomado desde los reflejos más elementales hasta capacidades de comprensión de altas matemáticas, de física cuántica y de análisis de Filosofía pura. El estudio de estas funciones constitutivas de nuestra arquitectura mental, percibe y permite concebir la mente como un mosaico de muchas capacidades y habilidades que han evolucionado de manera muy rápida. Es verdaderamente sorprendente cómo, en tan cortos espacios de tiempo, (desde el “homus erectus” hasta nuestros días), en la mente humana se han podido formar capacidades tan especiales como el desarrollo de las matemáticas, la capacidad de crear obras de arte o la representación de la realidad mediante símbolos, inexistentes en animales precedentes, que han elevado nuestra cultura y conocimientos en general. Se podría decir que estas habilidades han sido verdaderos inventos que se han ido enriqueciendo constantemente a medida que el nivel cultural asciende porque existe la llamada inteligencia “post-biológica”.

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Lo curioso de todo ello, es que el cerebro, la mente humana, no piensa de igual forma; evoluciona sí, pero todas las personas de un mismo nivel cultural no llegan a las mismas conclusiones. Por ejemplo, en la evolución hacia la búsqueda de la “Filosofía del Todo”, como dice Laín Entralgo, no se ha logrado nunca “una unificación de criterios que al ser más o menos unánimes, nos permiten llegar a una conclusión definitiva sobre la definición a adoptar para hoy y, por supuesto, para el futuro”. (74)

Se ha podido llegar, en el ámbito de la Ciencia, hasta conseguir siete

cuestiones básicas para entender el sustento del pensamiento, a través de la conocida como “Ortografía del lenguaje neuronal”, pero no se ha podido obtener un acuerdo entre los filósofos para llegar a definir de forma clara, precisa y sin dudas, la “Filosofía del Todo”. Entonces…, ¿no hay esperanzas de poder alcanzar la definición en un próximo futuro…? Pues, Laín Entralgo, en su referido libro, afirma también que “debido al universalismo intrínseco de la cultura, cada vez más extendida por todas las capas sociales, es de preveer que en las primeras décadas del próximo Siglo, (el XXI), se obtendrá un acuerdo filosofal y con é, la tan deseada y buscada definición de la llamada “Filosofía del Todo”. Y si lo dice el gran maestro, ¿cómo dudar de ello…? Recordemos, para terminar este ensayo tan peculiar por la mezcla de los científico-neuronal, con las cuestiones filosóficas, que la Filosofía es, nada más y nada menos, que la tradición del “querer saber más y más a través de la razón y la lógica; incluso sin lógica, pero sin con decisión de avanzar en la cultura”(75), en la conocida frase de Ernst Jünger.

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EL AMOR, PRINCIPIO ORIGINANTE DE LA LIBERTAD “El Amor es la base del Todo. Del Todo, en Todo y por Todo. Luego…, luchemos por el Amor.” Jaspers Desde la más remota antigüedad, se ha estudiado la posible relación

existente entre el Amor y la Libertad, pero tal vez nadie, como Jaspers, ha analizado, tan detenidamente, dicha relación. Por ello escribió su tan conocida frase: “El hombre sólo afirma y conquista su libertad mediante las relaciones amistosas.” También escribió: “Sólo el Amor hace al hombre verse libre, ya que el verdadero amante, quiere el bien de la persona amada, es decir, la misma liberación del propio amante, ergo…, el que ama, camina constantemente hacia la libertad.”(76)

La verdadera libertad se posee, se desarrolla y se perfecciona dándose a

Dios y a los demás hombres, porque las raíces más profundas de la libertad, no son la inteligencia o la voluntad, sino el Amor. Recordemos que el hombre si se realiza plenamente, es dándose a Dios y a los hombres y por ello, el Amor, es el real sacramento de la libertad.

Un hombre que no ama, que no vive un auténtico amor en su vida, no puede

llamarse un hombre completo y verdaderamente libre; seguirá prisionero de su egoísmo, cerrado en sí mismo, lejos de las maravillosas posibilidades que están inscritas en todo ser humano. Afirmemos pues que sólo el amor genuino, garantiza la libertad y puede ensanchar los límites cerrados –por el natural egoísmo- de su particular individualidad. Yo soy libre y me siento también libre si soy reconocido y estimado por los otros y si yo, a la vez por mi parte, reconozco y estimo a los demás. Es evidente que yo me hago verdaderamente libre si abro mi vida a los demás y si participo con ellos. Y si los demás abren su vida y me la comunican a mí, seremos todos uno. Es por lo que, entonces, el otro hombre, no es un límite a mi libertad, sino la compilación de mi personal libertad.

La relación amistosa en ser elegido y elegir, por tanto, es que la amistad no

puede ser forzada ni por apegos propios, ni por presiones ajenas; exige la libre decisión y correalización. Desea, ante todo, la libertad del otro y si hace el menor esfuerzo por compelerla, cesa en ese mismo instante, de ser amistad. El Amor es tan libre, que puede donarse a sí mismo sin perderse y se realiza precisamente en la donación de sí y ninguna forma de amor respeta tanto la libertad del otro como la amistad.

Cada ser, autónomo, existe por la libertad del otro; el hombre se constituye

formalmente por la relación amistosa –siempre tiene que ser libre- y la libertad de cada uno queda comprometida en el amor mútuo. De modo que, cuanto más se compromete uno por amor en la libertad del otro, tanto más alcanza su verdadera autonomía, ya que en la relación amistosa auténtica, el hombre no debe aspirar a que él sea como yo, otro yo de mi yo, sino que por el poder transformador y clarificante del amor recíproco, los amigos posean –en diáfana comunión- la amistad de su propia perfección natural, respetando y afirmando, con amor, la libertad del otro. Es indispensable el mútuo respeto, el hecho de amar sí, pero con respeto a la idiosincrasia del otro ser humano que nos concede su amistad y a la que le damos la nuestra.

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Es evidente que “el YO, apetece la persona del TU; se inclina hacia ella, en

cuanto anhela comunión personal partiendo de la base que sea de un modo, de una manera libérrima.” El amor es tan libre que puede donarse por sí mismo, sin perderse, y se realiza, precisamente, en la donación de sí. Recordemos a estos efectos al famoso poeta y escritor León Felipe, que llama “último piojo de la Historia”, al hombre egoísta que no sabe ni quiere darse, mientras, por el contrario, califica de “adelantado de la Historia”, a la persona que sabe y quiere darse sin límite, sin tasa, dándose a los amigos en todo momento y condición. Precisamente por ello nos dice en uno de sus más conocidos y famosos poemas:

“Cuando me pongo a pensar que tengo aún que vivir, tiendo la manta en el suelo y me jarto de dormir. Ahora me han despertado. ¿Para qué me han despertado?

¿Para ver que soy el último piojo de la Historia? ¡¡ Y de qué Historia!! De una Historia donde nadie sabe perder, Ni quiere perder. Yo tenía dos talentos…, -de aquellos talentos de que habla la Parábola- que le dan a uno cuando nace. Me los jugué todos a una sóla carta. ¡Y los perdí! ¿Y los perdí…? ¿Quién ha dicho que hay que perderlo todo, para poder ganarlo todo? Creo que fue Ese mismo que contaba la Parábola de los Talentos. Por esto pienso a veces, Que les llevo a los otros, A los que no han perdido, ni saben perder…, ¡una gran delantera en la Historia!” (77) Este ejemplo poético de León Felipe, es el que la relación amistosa que es

apertura del “Yo” al “Tú” en la llamada auto-donación y, a la vez, en la recepción del otro, y es que toda persona, ha de ser aceptada y recibida como lo que es: Un personal autónomo, con Amor suficiente, para conseguir el origen final de la Libertad.

En virtud de la comunicación amistosa, los amigos llegan a crear como una

nueva y completa realidad común, el existir de un “entre”, en el que ninguno puede atribuírsele como exclusivamente propio, pero es necesario tomar la conciencia de esa vinculación –que se pueda llamar “amorosa”, por supuesto- del “en” de implantación comunicativa. Entonces y precisamente por ello, por esa causa y consideración, la

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entrega y aceptación recíprocas son posibles si el hombre –libre- es consciente de que ama y es amado personalmente; porque la relación genuinamente amistosa, consiste en dar de sí, -con total intención amistosa- algo de lo que el hombre hace, para lograr un bien que se tiene de forma recíproca, tanto para quien lo ejecuta, como para el que lo recibe. Claro que, es imposible que el hombre dé todo su ser, -pese a que lo intente y desee- porque existen zonas subyacentes a su vida consciente o inconsciente y, sobre todo, porque su ser sólo le pertenece de forma parcial, consecutiva y ejecutivamente. “Entonces, darse sí, pero hasta el límite de lo humanamente posible, porque lo que no le pertenece, no puede darse.” (78)

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BIBLIOGRAFÍA

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(26). “Teoría y realidad del otro” (Tomo II), por Pedro Laín Entralgo Editorial Revista de Occidente 1.978 Madrid (27). “Encuentro inter-humano”, por Pedro Laín Entralgo Obras completas .Tomo II Editorial Revista de Occidente 1.968 Madrid (28). “Sobre la esencia”, por Xavier Zubiri Alianza Editorial 1975 Madrid (29). “El clan y el espíritu de la tribu en los diferentes estadios de la humanidad”, por Karl Popper Editorial “Espasa Calpe” 1.947 Madrid (30). “Introducción a la Filosofía”, por Julián Marías Editorial Nacional 1.947 Madrid (31). “Obras completas”, Tomo IV, por Pedro Laín Entralgo Editorial Revista de Occidente 1.972 Madrid (32). “El problema teologal del hombre”, por Xavier Zubiri Editorial Siglo XXI 1977 Madrid (33). “Sobre la esencia”, por Xavier Zubiri Alianza Editorial 1.975 Madrid (34). “Proyecto de la paz perpetua”, por Immanuel Kant Editorial Revista de Occidente 1.973 Madrid (35). “Encuentro del hombre con la Literatura”, por Romano Guardini Editorial Siglo XXI 1.977 Madrid (36). “Fenomonología de la percepción”, por Merleau-Ponty, Maurice Editorial “Plaza y Janés” 1.969 Barcelona

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(74). “¿Qué es el hombre?”, por Pedro Laín Entralgo Editorial “Círculo de lectores” 1.999 Barcelona (75). “”Obras completas” (Tomo II), por Ernst Jünger Editorial “Jaspe y Oro” 1.988 Oviedo (76). “La fé filosófica ante la razón”, por Karl Jaspers Editorial “Altera” 1.983 Barcelona (77). “Versos y oraciones del caminante”, por León Felipe Editorial “Nacional” 1.949 Méjico (78). “Dictados y sentencias”, por María Zambrano Editorial “Edhasa” 1.999 Barcelona