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Suplemento Letras para llevar U N I V E R S I D A D M I C H A O C A A N D E S AN N IC O L A S D E H I D A L G O Año 2, No. 4 Agosto 2014 Publicación eventual Sergio J. Monreal Francisco Valenzuela Víctor Manuel Ortega Magdiel Torres Lourdes Garibay Rubio Moisés García Hernández Fernando Salgado Antonio Monter Rodríguez Matías Fajardo Gustavo Ogarrio F.G.Marín Ilustraciones: Javier Silva Torres Almanaque de ansiedades

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Suplemento Letras para llevar

UNIV

ERSID

AD

MICH AO CA

ANDE SAN NICOLASDE HIDALGO

Año 2, No. 4Agosto 2014

Publicación eventual

Sergio J. Monreal Francisco ValenzuelaVíctor Manuel Ortega

Magdiel TorresLourdes Garibay Rubio

Moisés García HernándezFernando Salgado

Antonio Monter RodríguezMatías Fajardo

Gustavo Ogarrio F.G.Marín

Ilustraciones:Javier Silva Torres

Almanaque de ansiedades

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2 Suplemento Letras para llevar. Almanaque de ansiedades

DIRECTORIORectorDr. José Gerardo Tinoco Ruíz

Secretario GeneralDr. Alejo Maldonado Gallardo

Secretario AcadémicoM.C. David Rueda López

Secretaria AdministrativaMtra. María Eugenia López Urquiza

Secretario de Difusión CulturalDr. Orlando Vallejo Figueroa

Secretaria AuxiliarMtra. María Teresa Greta Trangay Vázquez

Abogada GeneralLic. Ana Teresa Malacara Salgado

TesoreroC.P. Horacio Guillermo Díaz Mora

ContralorMtro. Javier Alcántara Hernández

Coordinador de la Investigación Científi ca Dr. Luis Manuel Villaseñor Cendejas

Director de la Comisión de Planeación UniversitariaDr. Salvador García Espinosa

Coordinadora de Comunicación SocialPilar Ávila Cervera

Director de Gaceta NicolaitaDr. Mario Chávez-Campos

Coordinación de Gaceta NicolaitaM.D.G. Irena Medina Sapovalova

Jefe de RedacciónL.C.C. Antonio Robles Soto

DiseñoM.D.G. Ariadna Díaz BarajasM.D.G. Irena Medina Sapovalova

Responsable de página web/ Servicio socialL.I.A. Elizabeth Araceli Mejía Salgado

Responsable de redes socialesL.en P. Silvia Martínez Álvarez

Coordinadora de distribuciónKathya Guillén López

Editor de FotografíaGustavo Vega

Auxiliar en producción de contenidoJavier González Benavides

Suplemento Letras para llevar de Gaceta Nicolaita aparece eventualmente, publicado por la Secretaría General de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Ubicación: Centro de Información, Arte y Cultura (CIAC). Morelia, Michoacán. Tel: 3223500 ext. 1268. Certifi cado de licitud de título en trámite. Impresión: La Voz de Michoacán, S.A. de C.V. Av. Periodismo José Tocaven Lavin No. 1270, colonia Arriaga Rivera C.P. 58190, A.P. 121. Certifi cado de

reserva de derechos al uso exclusivo en trámite. En la sesión ordinaria del H. Consejo Universitario llevada a cabo el 27 de febrero de 2012, se aprobó por unanimidad que la Gaceta Nicolaita fuera el Órgano Informativo Ofi cial de la Universidad Michoacana de

San Nicolás de Hidalgo.Editor responsable

Dr. Mario Chávez-Campos. Año 2, No 4

Pronunciar la palabra es un acto creador tanto en el plano cognitivo como en la dimensión ontológica. Hablar es sa-ber y hacer el cosmos.

Por eso mismo, en la magia, la invocación pretende una ac-ción cierta y un dominio efectivo sobre el mundo; en la oración del mantra, la rítmica reiteración de las vibraciones fónicas –tales como palabras monosilábicas: om, versos: om namoh bhagavate vasudevaya krishnas tu vagaban svayam om nomah narayanah, o estribillos: hare krisna hare krisna krisna krisna hare hare hare rama hare rama rama rama hare hare, de la tradición Veda, por ejemplo-, genera una poderosa fuerza que actúa signifi cativamente sobre el estado de la existencia; la plegaria religiosa, por su parte, constitu-ye las condiciones de posibilidad sufi cientes para la apertura de los canales de comunicación y participación humana con la deidad; la letanía mántica permite que la conciencia transgreda las barreras del tiempo para apropiarse de los derroteros del futuro; y en el de-bate agónico, mediante la dialéctica argumentativa, se construyen las demostraciones de la verdad.

La palabra pronunciada no se reduce a la simple descripción comunicativa de lo real y de la verdad que le es correlativa, sino por el contrario, conforma la realidad, la subjetividad que intelige y la veracidad reconocida.

Parafraseando a Humboldt, (1990) bien se puede afi rmar que al hablar se funda el mundo que se habita, mientras que la verdad es una función de las diferentes modalidades del discurso humano sobre el cosmos –tales son: los relatos, las metáforas, las parábolas, los conceptos, las descripciones, etc., siguiendo el lance de Rorty-. (1991) En este sistema de organización socio-cultural, la escritura desempeña un ofi cio más bien marginal, en cuanto simple >>registro de la pragmática social<<.

FG Marín

Gaceta Nicolaitawww.gacetanicolaita.umich.mx

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3Suplemento Letras para llevar. Almanaque de ansiedades

Cuando Peter Frenkel murió, dejó de llover lo que llovía y la despachadora de la estación entregó el boleto al turista, tomó su lápiz labial más rojo, pintó sus labios y dijo: “seguro que ya dejó de llover porque Peter Frenkel ha muerto”. En esos días nadie sabía de la relación meteorológica entre Peter Frenkel y

la muerte. Sabían, eso sí, que los refrescos con gas no deben beberse estando acostados, que después de un tic siempre se escucha un tac y que el cajón número siete del ropero debe conservarse vacío. Pero es que este Peter Frenkel había sido siempre así; cuando contaba apenas seis años trabó amistad con la pared de su cuarto que por el descascaramiento que tenía debajo de un clavo, le hablaba, le decía: Peter, jura por el divieso de tu tío abuelo que pronto crecerás y vendrás a sacarme este clavo que me atormenta. Porque en la casa de Peter no había banco, silla o escalera que le ayudara a calmar el tormento de su amiga pared. Y Peter tenía muy buena memoria y prometió a la pared, y luego cuando por ese tiempo el pueblo sufrió una escasez de melancólicos, prometió también ser el que sirviera para remedio cuando supiera lo que era ser melancólico. ¡Peter Frenkel!, le llamaban los que conocían su naturaleza y él iba enseguida y decía que sí a peinar los cabellos de las ninfas de la fuente, que de polvo causaban tolvaneras y por edicto del comendador debían cepillarse cada seis horas. ¡Muy bien!, decían todos y Peter se encaramaba a la cintura de las ninfas y las palomas a la cintura de Peter y el polvo desaparecía. ¡Muy bien!, ¡ven siempre! decían, y al bajar le tenían lista la licorera con leche para que alimentara su luna. Así Peter Frenkel creció sin melancolía todavía, bebiendo, como todos, de pie y evitando usar el cajón número siete. La pared, ya sin clavo, seguía de su confidente y la despachadora de boletos no le confiaba nada, sólo lo miraba, pálida, pálida, tras la ventanilla mientras Peter iba de aquí para allá con los huesos que se le estiraban a la par que todo. Por eso ya no quería subir a la cintura de las ninfas y rogaba en todas las estaciones lluvia. De esto fue testigo la pálida, pálida despachadora que oyó decir cristalinamente desde el cielo “¡allá voy, Peter!” y durante cuarenta y cuatro años despachó boletos desfallecientes hasta que un día dijo con roja boca “seguro que ya dejó de llover porque Peter Frenkel ha muerto”.

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4 Suplemento Letras para llevar. Almanaque de ansiedades

Aún no le disparamos a la vaca. Esta cacería se ha vuelto monótona y la bestia es más astuta de lo que creíamos. Pace sin nada que le pre-

ocupe y en su mirada que parece ajena la vaca oculta la sospecha de nuestros movimientos. Es un animal difícil, le apuntamos constantemente en espera de un descuido para dispararle. Pero es complicado sacarla de su profunda concentración.

Las tropas se unieron en el estómago que es, como todos sabemos, el lugar en donde se despiertan las verdaderas pasiones.

Los soldados, valientes y con la seriedad que la ocasión ameritaba, soportaron tres días de retraso provocado por una leve diarrea que, sin embargo, ocasionó convulsiones esporádicas que incomodaron un tanto a los oficiales.

Cuando cesaron los inconvenientes, en un día casi feliz, se dio la orden de avanzar.

El enemigo, previsor, había ganado la parte alta, que en todo caso era el lugar en donde debería estar.

Las acciones militares fueron sorpresivas, como dictan los cánones, y el ataque al miocardio fue decisivo, mortal.

Los cronistas de la hazaña suelen ser un tanto lúgubres y el enemigo siempre aparece como un digno contrincante.

Apuntes desde el

frente

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5Suplemento Letras para llevar. Almanaque de ansiedades

Delirio Einsteiniano

F.G

.Mar

ín¡Me siguen! ¡Vienen detrás mío! No sé quiénes sean. No sé qué es lo que quie-ren. No sé qué buscan de mí. Pero. ¡Me persiguen por doquiera! No importa

donde me encuentre siempre avanzan hacia mí. Su persistente acoso es agobiante e invasivo. Se adentran en la soledad de mis pensamientos. Asaltan el desierto de mis sueños. Irrumpen el aislamiento de mis deseos. Sobrescriben mis pasos. Es una continua intrusión a lo que voy abandonando como pasado. Siempre a punto de alcanzarme. Siempre escapando apenas a su implacable persecución. Sin po-der evadirlos nunca. Sin lograr esconderme jamás de ellos.

¡Sí! Ya sé lo que piensan. Lo sé. No me engaño. Cualquier estudiante de primero de psicología, con apenas su primera lectura profesional, podría diagnos-ticarme sin titubear siquiera. ¡Delirio de persecución! ¡Delirio de persecución! Candidato a tratamiento psicológico. Tal vez psiquiátrico. No lo sé. Tampoco me importa demasiado. No soy experto en el tema. Sólo sé que mi angustia delirante se parece al delirio de persecución. Y que tal sería el diagnóstico sin mayor duda. Pero también sé que me persiguen. Y sé que se equivocan en el diagnóstico. ¡No padezco delirio de persecución! En verdad me persiguen. En realidad vienen detrás de mí. El que ustedes no puedan verlo no significa que lo imagine. Que lo invente. No. Desde luego que no. Ellos avanzan siempre siguiendo mis huellas.

No. No se equivoquen. No soy importante. Soy una persona cualquie-ra. Tampoco guardo ningún secreto extraordinario. Salvo mis ansias personales. ¡Cómo todos! ¡¿Quién no esconde algún deseo secreto?! Tampoco fui abducido por alienígenas! No dudo de su existencia. Pero. Tampoco tengo el placer de conocerles. O de presenciar su visita. Lo que sé de ellos lo vi en televisión. O en revistas. Como todo el mundo. Ni defiendo. Ni ataco la hipótesis de su presencia entre nosotros. Menos aún he atestiguado algún evento importante para el Es-tado. O cualquier otra cosa que atente contra oscuros y trascendentes intereses. Ni fraudes. Ni asesinatos. Ni robo ninguno. No he develado ningún misterio que revolucione el conocimiento actual del mundo. No he inventado nada que pueda interesarle a nadie. Carezco de una fortuna que alguien cualquiera pueda ambicionar. La experiencia de mi vida es intrascendente. ¡Como todas! Soy una persona común y corriente.

¿Entonces? ¿Por qué me persiguen? No lo sé. No tengo la menor idea de por qué lo hacen. No puedo imaginar qué quieren de mí. Lo único que puedo afirmar. Con toda convicción. Es que me siguen a do quiera voy. Lo he intentado

todo. Primero fue huir lo más rápidamente que me fue posible. Pero. Ellos arrecie-ron su acoso. Luego fue esconderme en todo lugar que me ofreciera refugio. Pero. Ellos fueron implacables en su continua acechanza. No hubo lugar donde ellos no me descubrieran. Más tarde. Ya desesperado. Me rendí. Y quise entregarme a lo que fuera. ¡Qué hicieran conmigo lo que venían decididos a hacer! Ya no me importaba. Por lo menos terminaría su empecinada caza. Me detuve a esperarles. Pero. Ellos también se detuvieron. Les grité que se alejaran de mí. Les amenacé para que de-sistieran. Traté de negociar la libertad de mi camino. Les supliqué me perdonaran. Cualquiera fuera el daño que les hubiera hecho estaba de verdad arrepentido. Les ignoré. Y finalmente. Les insté para que terminaran conmigo. Todo es mejor que sentir su perene presencia detrás mío.

Nada funciona. Vienen siempre tras de mí. No desisten de su implacable persecución. No veo la forma de huir de ellos… Empero. El problema se torna más grave aún… No sé cómo decirlo. No sé cómo sucedió. Pero. Debo confesarlo. De lo contrario perderé la poca cordura que me resta… ¡No estoy loco! ¡No he per-dido la razón!... Sé que no puedo explicarlo. Pero… Hoy sé que también persigo a alguien… ¡Créanme! ¡No tengo la menor intención de perseguir a nadie! Creo firmemente de cada cual debe ocuparse de su vida y dejar en paz a los demás. Toda mi vida he reclamado el respeto a mi vida. Y también he ofrecido el respeto a la vida de los demás. Nunca me he entrometido en la vida de nadie… Pero. Hoy. Es-toy seguro que soy un acosador. Persigo a alguien más sin dejarle que se pierda… ¡Soy un intruso!...

Quizás si me explico pueda encontrar una explicación satisfactoria a este aborrecible hecho. Hoy. Con estoica resignación. Pero con la esperanza de que hubieran desaparecido mis perseguidores. De que el cansancio le hubiera hecho desistir. Volví la mirada hacia atrás de mí. Como lo sabía en mi fuero interno. Se-guían ahí. Con un suspiro de impotencia. Dejé caer los hombros y traté de volver a lo mío. Pero… Es difícil decirlo. Quizás no puedan entenderme. Yo mismo no lo entiendo… Al tornar la mirada hacia el frente. Pude ver su gesto con toda claridad. Es el mismo gesto mío cuando miro hacia atrás y me percato de mis insistentes perseguidores. Me miró con la misma angustia con que yo miro a mis acosadores. La misma súplica en los ojos… ¡Y entonces estuve cierto! ¡Voy detrás de él como ellos vienen detrás mío!

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6 Suplemento Letras para llevar. Almanaque de ansiedades

Era yo un periodista fastidiado. Odiaba mi tra-bajo. Odiaba cubrir conferencias de gobierno y odiaba ir a exposiciones estúpidas. También

odiaba a mi jefe. Fui a la oficina. Ahí estaba él. Lo enfrenté.―¿Qué propones, Cachorro? ―me preguntó Matías Pérez, el tipo que tenía al periódico en caída libre. ―Necesito vida, jefazo. ―Te cambiaré de fuente; no más cultura, te vas a la nota roja. ―Ni lo pienses, mis nervios se alteran con un violín desafinado, así que ahora imagina lo que pasaría en cuanto vea un torso sin su cabeza respectiva. ¿Acaso pretendes volverme loco? ―Mira, Cachorro, estoy muy ocupado, y como veo que nada te gusta, pues adelante, puedes tomar algu-na otra decisión…

La advertencia del muy imbécil era clara, es-taba dispuesto a aceptarme una renuncia con el ries-go de que mis atentos lectores se le echaran encima en cuanto se enteraran. ―No te precipites, lo que te vengo a proponer, si es que ya me dejas hablar, es que me asignes reporta-jes especiales, notas callejeras, crónicas urbanas; ya sabes, lo que pasa en los suburbios, en los barrios perdidos, en…

Pérez cerró violentamente su agenda de pas-ta dura y me corrió de su oficina con un “haz lo que quieras, Cachorro, coordínate con Juárez y me pasan la agenda armada, ¿vale?”.

Ante el raro gesto de ese dictador, me apre-suré a planear una agenda acorde a mis absurdas promesas. Lo primero fue salir a la calle para buscar curiosidades, personajes pintorescos sobre los cua-les escribir, o lugares exóticos dignos de una jocosa

crónica. Mi figura atlética deambulaba en la calle Ma-riano Arista cuando me topé con el cartel:

¡SENSACIONAL FUNCIÓN DE LUCHA LI-BRE: MÍSTICO, BLACK WARRIOR, LOS PERROS DEL MAL Y LOS GLADIADORES QUE SIEMPRE QUISISTE VER!...

Miré la fecha y por suerte el espectáculo sería una noche después. Bastó con mandar un mail a la re-dacción para solicitar un fotógrafo y listo; por fin em-pezaban días emocionantes, un contacto con el pueblo y sus rituales modernos. Si Paz y Monsiváis (ambos en el infierno) aseguraban que las máscaras eran símbolo de identidad nacional, era el momento de comprobarlo o echarlo por la borda.

La arena improvisada era el Pabellón Don Vasco, un lugar que lo mismo da cabida a jaripeos que conciertos de rock nacional. En cuanto estuve ahí mostré mi credencial de reportero y pedí, amablemen-te, se me otorgaran todas las facilidades para entregar un buen trabajo a mis jefes, es decir, mis grandiosos lectores. Pero no era necesaria tanta formalidad, in-cluso logré que una amiga pasara sin pagar un centavo y ni quién reclamara. Encontrar a una mujer guapa y que le guste la lucha libre no es nada fácil; por ello le hice saber que a ese espectáculo acuden dos clases de personas: los vulgares y los estudiosos.―¿Y nosotros, qué somos? ―cuestionó la que por nombre de pila lleva Miriam. ―Somos curiosos, cariño, nos gusta observar moder-nos circos romanos. ¿Quieres una cerveza?

Sentados en primera fila observamos las pri-meras peleas de la noche: se trataba de unos enanos bastante ágiles, lucha de parejas a tres caídas sin límite de tiempo. Uno de ellos portaba el número de la Bestia en su espalda y aseguró, al inicio de la contienda, venir

desde las calderas del infierno para destrozar a la Mini Parka, otro hobbit panzón que ingresó al encordado bailando una canción de Michael Jackson, que para entonces permanecía en la otredad, pero al menos en el mundo de los vivos. Cuando uno de ellos lograba azo-tar a su rival, de inmediato trepaba a la tercera cuerda para golpear su pecho al estilo King Kong y alardear:―¡¿Quién es su padre, cabrones?!A lo que el respetable, en su mayoría niños de carácter iracundo, respondía:― ¡Chingas a tu madre, pendejo!

Entre esa clase de urbanidad y buenos tratos, yo anotaba las incidencias en mi cuaderno y de paso acercaba mis manos a las piernas de Miriam, que lle-vaba un vestidito azul bastante coqueto. La imaginé paseando en medio del cuadrilátero para anunciar el inicio de cada contienda, o mejor aún, en compañía de los gladiadores en su andar por el pasillo y así compla-cer los bajos instintos de la horda de caninos sedientos que ahí nos hallábamos.― Qué chistosos, me estoy divirtiendo de lo lindo ―aceptó mi acompañante.― Sí. Deberíamos ir a bailar después de esto, ¿no? ―le lancé. ―¿A bailar? Hablas como señor, Javier. ¿Pues cuántos años tienes?

Afortunadamente mi torpe sugerencia se vio interrumpida por los luchadores enanos que bajaron del entablado para pelearse entre el público. Fue ne-cesario que tomara de la mano a la bella Miriam, que la protegiera del peligro que representaban esos hom-brecillos de escasa estatura pero bastante rencor acu-mulado.

Al final de esa riña, que terminó en descali-ficación tras un supuesto golpe en los huevitos de la Parkita, me dieron ganas de visitar el excusado y re-galarle un poco de polvo a mis poros, pues ya un par de bostezos me estaban amenazando. Pero al llegar al retrete y siempre alerta de que no hubiera chismosos, esculqué mis bolsillos y nada: ni un gramo. Busqué en todas partes, en las bolsas del pantalón y la de la cami-sa, entre los zapatos, en la chamarra… fallé, no traía nada. Quise golpear mi cabezota contra la pared, pero antes de que lo lograra arribó un tipo de frente amplia y cintura descompuesta. ―¿Qué tal? ―dijo.―Buenas noches ―dije yo. ―Oiga ―se refería a mí, ya de salida.―Dígame ―dije yo, mientras lo observaba batallar para poder bajar su cierre.―Lo he estado observando… periodista, ¿ah?―Así es, tal vez pasado mañana salga la crónica.―Muy bien ―dijo mientras abría sus piernas para ori-nar.―Sí, muy bien. Buenas noches.―Espere, le quiero preguntar algo.―Hágalo, pero que sea afuera, ¿no?―Ok, espérame un segundo ―dijo, ahora tuteándo-me.

Contra las cuerdas

Fran

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7Suplemento Letras para llevar. Almanaque de ansiedades

Ya afuera, mientras esperaba a que el tipo sa-liera de aquel baño maltrecho, alcancé a observar que el campo de batalla ahora estaba invadido por mujeres, tres de ellas con cuerpos musculosos, ninguno sin em-bargo lo suficientemente capaz de soportar el peso de la cuarta en cuestión, un verdadero elefante inamovi-ble que apenas podía consigo mismo, pero a quien le bastaba extender los brazos y desvanecerse para hacer llorar a sus contrincantes. Miriam seguía en primera fila; su entrega al show era tal que nadie fue ajeno a los insultos que profería: “Gorda pendeja, pareces Keiko”… vaya cobre de la reinita, ni hablar.

Al fin, el hombre ése salía del baño y aún con las manos mojadas intentó saludarme, pero yo preferí sólo tocarle el hombro, cosa que tomó a bien.―Amigo ―dijo mientras volteaba a todas partes― no quiero que me malinterpretes, pero yo supongo que tú, como buen periodista, conoces los recovecos de esta ciudad, ¿no es así?―¿A qué se refiere? ―reviré mientras encendía un cigarrillo.―Verás ―continuó― sucede que en este ambiente de las luchas la gente trabaja mucho, ya viste, se agarran a madrazos y, bueno… al final buscan un poco de di-versión.―¿Quiere que le recomiende algún lugar? Conozco varios, muy buenos. ―No es un lugar lo que busco con exactitud, más bien… ―llevó uno de sus dedos a la nariz――Ah, ya.―¿Sabes dónde?―Seguro, hombre, ¿cuánto quieres? La consigo pron-to. ―Mira, ese cabrón que ves ahí ―señaló a un moreno y fornido― es el Black Warrior.―El Black Warrior, ¿eh?―Sí hombre, el luchador, el que le ganó el cinturón a Místico. ―Claro, él mismo, ¿y su máscara?―Al rato se la pone.―Bueno, ¿y qué hay con él? ―pregunté. ―Es un atascado, no tienes idea todo lo que se mete. Me ha dado mil pesos para que le consiga algo.―Mil pesos… No te garantizo gran cosa por mil pe-sos. ―Espera, son mil de él más una vaquita que hicimos los demás, incluyendo las edecanes.―¿También ellas?―Uy, mano, si son bien entronas, les encanta que le embarren esa madre en…―Está bien ―interrumpí― ¿cuánto es en total?―Dos mil quinientos. ―Ya está mejor. ¿Quieres que te la traigan aquí?―No, más bien que la lleven al hotel, estamos hospe-dados en el Centro.―Apúntame aquí el nombre de ese hotel mientras yo le llamo a mi contacto ―le ordené, y le di un papel arrugado que saqué de mi bolsillo.

Mi teléfono, un último generación activado para redes sociales, buscador satelital y otras linduras

más, buscó conectarse con el del Ganso, un jubilado de la policía estatal que ahora se dedicaba a vender relojes, al agiotismo, a componer autos importados, a rentar departamentos y, como puro entretenimiento, a la bonita profesión de dealer. Era de los pocos en que se podía confiar, pues su discreción y sobre todo sus contactos con la autoridad eran la garantía para que uno se destruyera a placer, sin necesidad de meterse en líos con las leyes moralistas. Pasaron tres, cuatro, cinco tonos y aquello me mandó al buzón donde te atiende una mujer mecánica. No era raro que el Ganso se hiciera el importante, que despreciara las llamadas de uno de sus mejores clientes. Le mandé un mensaje de texto explicándole la urgencia en la que me encon-traba y esperé varios minutos más. En tanto, regresé con Miriam para ver cómo el Vampiro Canadiense se enfrentaba en un mano a mano con Pierroth Jr. Am-bos estaban viejos y acabados: uno, el norteamerica-no, presumía sus tatuajes y gran estatura, mientras que el boricua estaba gordo y cansado, con chipotes en su frente y tristeza en los ojos. Imposibilitados para vuelos y acrobacias, optaron por la llamada lucha ex-trema, o sea, aventarse sillas y golpearse con cuantas armas blancas encontraban a su paso.

Una mano tocó mi hombro, era la de Checo, como se hacía llamar el promotor que conocí en el baño. Estaba ansioso por saber si ya había conectado al Ganso y su amplia dulcería. Ante mi respuesta nega-tiva, alzó los hombros y me pidió que insistiera. Y así lo hice, no sin llamar la atención de la joven Miriam. Quería saber qué tanto me traía con el hombre ese. ―Creo que no lo entenderías ―dije.―No me trates como una niña, ¿sale?―Quiere que le consiga drogas, ya sabes…―¿Y luego?―Pues no encuentro al Ganso, un amigo que la vende. ―Ay, Cachorro, tan seriecito que te ves y mira, toda una fichita.―No, Miriam, cómo dices eso. Es un amigo, es su negocio, ¿entiendes?―Déjate de hacer el santo, ¿ajá? Y si el tal Ganso no te contesta, mejor llámale a Caras. ―¿A quién?―Al Caras, un amigo rasta que vende de todo: surti-dito, papá.

Me sorprendió su ligereza; yo tan lleno de ro-deos y misterios y ella tan práctica, como si se tratara de cualquier cosa. ¡Carajo!, las mujeres en verdad que ya son distintas a las de antes. Obedecí y en menos de cinco segundos el famoso Caras estaba del otro lado del teléfono. Le indiqué cantidad, lugar y mate-rial. Cuando colgó, busqué al Checo, quien estaba con Black Warrior, ahora con máscara y mallas. ―Ya está, compadres, la llevan al rato, al hotel.―¡Eres un rey! ―dijo el promotor, para enseguida darle un mazapán al gladiador: ―Órale, cabrón, ¡a partirle la madre a Místico!

La pelea fue muy buena; Black Warrior hizo trío con el Perro Aguayo Jr. y Mr. Águila para darle una paliza a Místico, Olímpico y El Brazo de Plata,

también conocido como Porki. Incluso hubo tiempo para que el Perrito mordiera la frente de uno de sus enemigos y escupiera chorros de sangre que por poco salpicaban a Miriam, que como no queriendo la cosa, ya se dejaba abrazar.

Cuando la función hubo terminado me puse de acuerdo con el empresario o lo que fuera ese tal Che-co. Nos veríamos en el lobby del hotel. Le sugerí a Miriam que su presencia ya no era necesaria, pero me salió con otra de sus joyitas:―No te ofendas, Cachorro, pero ese Olímpico está para comérselo a besitos.― ¡Miriam!, por favor, tenme un poco de respeto.―A ver, nene, tú y yo sólo somos amigos, ¿ajá? ―sentenció la malvada princesa. ―Bueno, ¿y qué quieres? ¿Tirártelo?―Sí, ¿sabes?, le pedí un autógrafo y el muy cabrón me anotó su número de cuarto, jajaja ―su risa era como la de una hiena en la playa.

Ya en el lobby, vi descender al Caras de un auto gris manejado por una chica de cabellos crespos. Me dirigía hacia él cuando Miriam me detuvo.―Mejor yo voy, corazón, a ti ni te conoce.

Regresó armada hasta los dientes, con un ma-terial que supo esconder bien al interior de su bolsa y entre los accesos de su chamarra deportiva. Intenté atajarla a su regreso, pero ya la esperaba el Olímpico, que vestía un pants azul y una playera pegada, con lo que sus músculos lucían en todo su esplendor. El trato se cerró entre ellos dos y Black Warrior. Ninguno traía máscara y mi presencia ya estaba de más.

Casi abandonaba el hotel, derrotado, cuando vi pasar a una mujer de buenas piernas y pequeños pe-chos. ―Es Lady Apache ―aseguró el Checo.―Es verdad ―asentí.―Y viene sola, ¿eh?

Nos divertimos como enanos; nadie osó irrum-pir lo que sucedía en aquella habitación donde el Olím-pico acabó con Miriam y yo me dejé llevar por las su-gerentes llaves y contra-llaves de mi Lady Apache.

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8 Suplemento Letras para llevar. Almanaque de ansiedades

Al entrar a su departamento, Ramiro se en-cuentra con un silencio inusitado. “¡Cristi-na!”, llama a su esposa desde el sofá, pero

nadie le responde. “Esta mujer”, se queja en un mur-mullo. Enciende el televisor y va por una cerveza a la cocina. Al momento de destaparla, siente un pincha-zo en la cintura. —¡Cabrona, me espantaste! Su mujer lleva una toalla enroscada en la cabe-za y se la frota con ímpetu en la cabellera húmeda, carcajeándose. —No escuché cuando llegaste. Me estaba bañan-do —su apariencia sugiere unos treinta y dos años, pero su voz suena como de una mujer de cuarenta—. ¿Por qué tan temprano? —Hubo un problema con la maquinaria y nos dieron la tarde —dice él, ya de vuelta en el sofá—. ¿Dónde está Carmen? —Se fue a hacer una tarea de grupo —informa ella y toma asiento en un extremo. —¿Y la dejaste ir así nomás? —Ramiro la ve con enojo—, ¿después de lo que hizo? —¿Qué querías que hiciera? Son cosas de la es-cuela. ¿Por qué mejor no te olvidas un ratito de eso y aprovechamos la tarde? —dice ella mientras le quita la cerveza a su marido y después le da un trago lento. —No digas pendejadas —responde él, con las cejas fruncidas—. ¿Cómo dejaste ir así a esa escuin-cla? Nunca pensé que se atreviera a hacer algo así. Ahorita hay que traerla bien vigilada.

La sombra de la tarde se ha acentuado de a poco. Cristina se levanta del sofá y avanza aprisa hasta el interruptor. Una luz blanca se esparce de in-mediato por la sala. Ramiro aún logra mirar el trasero en forma de corazón de su mujer antes de perderse detrás de la mampara de la cocina.

Al poco tiempo ella se aproxima con una botella en cada mano. —¿Le dijiste que queremos hablar con la otra escuincla y el depravado ese? —pregunta él, al acep-tarle una cerveza a Cristina. —¿A quién? —Pues a Carmen, mujer.

Ramiro toma un trago profundo espe-rando la respuesta. Después se inclina para desatar las agujetas de sus zapatos. Ya erguido mira la botella vacía de Cristina y después a ella que señala con un gesto la suya. Él vierte todo el contenido de un sólo trago. La mujer se acerca y lo besa en un pómulo.

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9Suplemento Letras para llevar. Almanaque de ansiedades

—No sé cómo puedes estar tan tranquila —rezonga él, apartándose. Ella se pone de pie y vuelve a la cocina haciendo gestos de disgusto. Él

la escucha hablar desde allá, pero no distingue lo que dice. Un olor fétido le roza de pronto la nariz y él resopla con fuerza para ahuyentarlo. Cristina regresa enseguida con otras cervezas. —Te lo tomas muy a pecho —ha vuelto a sentarse a su lado, ahora con una pierna reposando sobre sus muslos y una mano acariciándole el pelo—. A mí tam-bién me dejó de a seis, pero sé que con preocuparme no soluciono nada. —Mujer, no me respondiste. —¿Qué cosa? —Te pregunté que si le habías dicho a Carmen que les dijera a sus “amiguitos” que queremos hablar con ellos —insiste él y se dedica a beber. —Sí, ya le dije —asiente ella, observando a Ramiro mientras toma.

Pasado un rato le ofrece su bebida una vez que él ha terminado la suya. Él la acepta y la coloca en la mesita. Siente los ojos crispados, las manos entumecidas y el estómago tenso. En ese instante percibe otro soplo de aquel olor nauseabundo. —¿No sientes un olor raro? —dice él, al tiempo que se cubre la nariz. —Sí, desde hace rato. Ramiro se calza los zapatos y va hacia la ventana, buscando el origen de la fetidez. Pero afuera sólo percibe una brisa limpia. —Regresando al punto —continúa, y se toma el resto de la bebida de Cristi-na—, ¿qué te dijo ella? —¿Carmen? —¡Que sí, mujer! ¿Qué te dijo? —Que les iba a decir a sus “amiguitos”, como les dices tú, pero no creo que lo haga —responde ella mientras se pierde en la cocina. —Esa mocosa —dice Ramiro. Después consulta el reloj adherido a la pa-red—: Ya es muy tarde y nada que llega esta escuincla. ¿Como a qué hora se fue? Te digo que no la hubieras dejado salir. —Y yo te digo que te calmes —dice ella al tiempo que le entrega una bote-lla—. Se fue como a las cuatro.

Cristina toma asiento, cruza las piernas y aparta la toalla de su ca-bellera roja y ondulada. Su cutis es limpísimo y los labios de apariencia suave y dulce. Beben en silencio, ella con las piernas trenzadas, como posando para una fotografía. Apenas Ramiro termina su cerveza, ella le alcanza la suya: —Ya no quiero —dice hastiada—. ¿A ti te traigo otra, no? —No, así está bien —disiente él y termina de ingerir el resto. Se ha percatado del embotamiento en la cara y del sueño que parece haberlo dominado de repente. Induce que ha bebido demasiado rápido. Procura sentarse, pero nuevamente aquel hedor, que ahora percibe como de excremento, le violenta el olfato. Deposita el envase en la mesita y se dirige al cuarto de baño, tropezando con los muebles. —¿A dónde vas? —pregunta ella, avanzando detrás de él. —A averiguar de dónde viene esa pestilencia. ¿Acaso no la sientes? —Sí, te digo que desde hace un rato. Algo ha de andar mal en la cañería. Ramiro levanta la tapa del inodoro, verifica que todo esté en orden y vuelve a sentarse a la sala. Siente que el cuero cabelludo le oprime el cráneo como si portara una boina muy ajustada en la cabeza.

—¿Dónde está Carmen, mujer? —bufa, sabiéndose precozmente embriaga-do—. Háblale al celular y dile por favor que se apure y tráeme otra cerveza.

Cristina aún está de pie. Contempla a su marido con las manos en la cintura y la mirada impertérrita. Desde esa postura un poco artificial le dice con tono conciliador: —Ahorita le marco. Tú quédate aquí. Ahorita te traigo la cerveza.

Ramiro procura recordar esa inflexión, ese acento particular: Quizá en una noche extraviada en lo remoto del noviazgo, o en la reconciliación después de una pelea, o el murmullo cuando en la noche se acerca para besarlo y desabotonarle la camisa, o aquella maldita tarde en que…

La mujer le alcanza una botella y teclea en su teléfono móvil, con las piernas tendidas a lo largo del diván. —Carmen, ¿dónde andas? Ya está aquí tu papá…

Por el móvil Ramiro distingue la voz de su hija que responde con tono de protesta, y entonces bebe largamente. —Les dieron la tarde… —dice la mujer y de nuevo se escucha la voz adoles-cente con aquella nota de reparo.

Él percibe por cuarta vez el olor fétido, ahora indudablemente de excremento, pero en ésta tiene la certeza de que proviene de adentro de la casa misma. Acaba de un trago su bebida y emprende el camino hacia el pasillo de las habitaciones. —El caso es que está aquí. ¡Ya vente! —dice Cristina al teléfono, molesta, en tanto camina apresurada detrás de Ramiro—. ¿A dónde vas? —Creo que el olor a mierda viene de nuestro cuarto —dice él, procurando en vano una pronunciación correcta.

Ya adentro el hedor se torna agresivo. Cristina entra con la blusa dispuesta como paño en la nariz.

—Quédate afuera —dice ella—. Yo busco qué huele. Yo me encargo. Con la luz ya encendida él explora toda su habitación: bajo la cama,

detrás de la mesita de noche. —Que te quedes afuera —insiste, exaltada—. Estás un poco tomado. Yo busco qué huele así.

Ramiro se asoma a la ventana y una brisa fresca disminuye por un instante la fetidez. Al abrir el armario el olor a excremento se vuelve tan fuerte que lo obliga a cerrar los ojos, pero la visión del principio lo fuerza a mirar de nuevo. Adentro hay un hombre alto, algo apuesto y apenas más joven que él. Tiene el rostro desencajado y pálido y su mirada expresa una vergüenza insólita. Ramiro se lanza con furia sobre él derribándolo con puñetazos y patadas. Recoge un tacón del armario y con él aporrea hasta el cansancio la cabeza del hombre. Cuando el olor a sangre supera la otra pestilencia, se vuelve hacia la mujer y con ella realiza lo mismo.

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10 Suplemento Letras para llevar. Almanaque de ansiedades

1 INTERIOR / SALA DE LA CASA / DÍAA cuadro MAURICIO (43), mira a SOFÍA (40), pregunta: Mauricio: ¿Una película?

Sofía: Sí, una película.

2. INTERIOR / SALA DE LA CASA / DÍAMAURICIO descorcha con parsimonia una botella de vino tinto: mira a contraluz la botella, con sumo cuidado le retira el plástico metalizado, hunde la punta del descorchador en el corcho, le da vueltas y revira a SOFÍA: Mauricio: Sofía, ¿estás loca? Sofía: ¿Te parece que lo estoy?SOFÍA mira a MAURICIO mientras espera respuesta, él sigue descorchando... Le cuesta un poco de trabajo sacar el corcho, lo logra y huele el aroma del vino. SOFÍA arrima su copa como indicando a MAURICIO que le sirva... Sofía: No es un insulto, ¿verdad? Mauricio: No, no, Sofía, pero entiende, no sé, sería muy raro. Sofía: Siempre fuimos un matrimonio raro... Mauricio: Pero hacer una película sobrepasa los límites... Sofía: (entre burlona e incrédula) ¿Tú hablando de límites? Mauricio: Con todo respeto, me parece una locura.MAURICIO sirve vino en la copa de SOFÍA. Se la entrega en la manos. Ella toma la copa y bebe todo de un sorbo. Se la regresa a MAURICIO en señal de que le sirva más. Sofía: Siempre dijiste que estábamos locos. Te creí. Por eso me casé contigo, para hacer locuras. Mauricio: No estoy tan convencido de hacer una película juntos. Sofía: Podemos hacer una última, ¿no veo por qué no? Somos maduros, abiertos, terminamos bien. Mauricio: ¿Pero hacer una película de nosotros? ¿De lo que fue nuestra vida juntos? Sofía: Tú lo dijiste una vez, para los temas de amor y desamor sólo tú y yo.SOFÍA enciende un cigarro y se le queda mirando a MAURICIO a la espera de su respuesta.MAURICIO sirve vino en la copa de SOFÍA, le pasa la copa, piensa, dice: Mauricio: ¿Supongo que no estarás pensando en exhibirla? Sofía: Podría ser, la llevamos a Cannes, tu amigo el francés te ofreció... ¿O, no?MAURICIO ríe sarcástico. Sofía: Bueno, ¿no te quieres internacionalizar?, mínimo un premio Ariel en nuestro maravilloso país... ¿No dijiste que tus colegas becarios y los niñitos recién egresados de las escuelas de cine han ganado premios con unos bodrios espantosos? Mauricio: Y con-tem-pla-ti-vos. Sofía: Creo que nuestro divorcio nos viene perfecto. Mauricio: ¿Por lo contemplativo?SOFÍA hace como que no escuchó y le da un sorbo a su copa, luego dice: Sofía: Hacemos el guión juntos, armamos el equipo con los amigos y listo. Mauricio: ¿Y la lana? ¿Con qué filmamos? Sofía: Tienes la beca y por derecho de bienes mancomunados me pertenece la mitad. Mauricio: Esa beca me la dieron para un documental sobre la violencia, bien lo sabes. Así que no me jodas. Sofía: (maquiavélica, conciliadora) No te jodo, te incito a que lo reconsideres… (haciendo con las manos la imagen de una marquesina) Te daría mayor fama, te buscarán los periodistas: Mauricio Aranda, el cineasta que se atrevió a contar en pantalla su vida sentimental con la escritora Ángela Galván, sin duda, la mejor poética cinematográfica de la ruptura amorosa de los últimos tiempos.

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ez MAURICIO se quiere morir de la risa pero se contiene. Mauricio: Ora sí te volaste la barda, ya estás fumando mariguana desde temprano. Sofía: No seas tarado, tengo que salir por los niños al rato, y ya sabes, ni pisca de yerba frente a ellos.MAURICIO se queda pensativo un tiempo, bebe su vino, se deleita, hace una pausa entre nerviosa y no. Luego dice: Mauricio: No sé, nuestro último trabajo juntos no terminó bien. Sofía: ¿La película con Manuela Olivo? Mauricio: (nervioso) ¿Es reclamo? Sofía: (sarcástica) ¿Reclamo? De qué, si la última vez que estuve en tu casa para ver los términos en que firmaremos el divorcio vi unas fotografías de ella, las tienes por todos lados, es muy bonita, tenía que ser. Mauricio: Sofía... Sofía: No, hombre, no pienses mal, es neta. Me gusta para ti aunque le lleves treinta años. Mauricio: Son veinte, veinte nada más.SOFÍA estira su brazo con su copa para brindar con Mauricio, y dice: Sofía: Ya pues, firmemos la pipa de la paz. ¿Acaso no hablamos de ser abiertos, tolerantes y comprensivos cuando tronáramos? Mauricio: (Un poco renuente a brindar, pero finalmente lo hace) Sí, pero escucharte nombrarla así nomás... y luego, ¿bonita? Sofía: (Maliciosa) ¿Y no lo es? Mauricio: (Confundido) Sí, bueno, no sé. Sofía: (Continúa con el sarcasmo, pero ya se filtra el reclamo y la herida) ¿No sabes? Si aparte de mirarla en cámara y aguantarle sus berrinches de diva, te la llevaste a nuestra cama ¿cómo no vas a saber? Mauricio: Sofía, no quiero discutir contigo ahora. Sofía: No estamos discutiendo, por primera vez estamos teniendo una plática de adultos. MAURICIO voltea hacia el lado opuesto hacia donde está SOFÍA que lo mira con sorna. Sofía: Yo sé cómo es este negocio, Mauricio. Manuela no fue la primera y está bien, fue un acuerdo no hablado ni escrito, pero acuerdo al fin, si no, te hubiera mandado al carajo desde Las Ninfas Indiscretas. Mauricio: Y me vas a decir que en esa película me acosté con todas... Sofía: No, sólo con tres, ¿o conté mal? Mauricio: Ya pues. Sofía: Ya pues ¿qué? Mauricio: Que ya le pares. Sofía: ¿Por qué? ¿Te da miedo enfrentar la realidad? Mauricio: Ya párale Sofía, eso lo hablamos. Sofía: ¿Lo hablamos? ¿Cuándo? Nunca abrimos la boca, aceptamos la separación por lo evidente, pero nunca dijiste nada. Mauricio: Tú tampoco. Sofía: (Ahora sí con todo el tono de reclamo) ¿Quién tenía que dar explicaciones? ¿Quién se enamoró de otra mujer? Mauricio: Tú anduviste con el Negro.SOFÍA se para en seco, desvía la mirada, busca los cigarros, enciende uno, da varias fumadas, luego ya en tono bajo, como arrepentida. Sofía: Eso fue una estupidez y lo sabes.SOFÍA Sigue fumando, toma vino, piensa, luego dice: Sofía: (Como niña chiquita dando la explicación a una travesura) Además andabas de viaje, meses en Europa buscando no sé qué. El Negro me pidió ayuda para la revisar los diálogos de su película.

Siempre te gusto el cine de Woody Allen

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11Suplemento Letras para llevar. Almanaque de ansiedades

Mauricio: ¿Y el favor incluía las cenas románticas y los moteles fuera de la ciudad? Sofía: El Negro no es nada romántico y tú lo sabes. Es igual que sus películas, violento y barrial. Mauricio: (Sarcástico, de ahora va la mía) ¿Entonces querías probar látigo? Sofía: Ahora no me jodas tú. Mauricio: No te jodo, mi amor, estamos teniendo una charla de adultos. Sofía: No me digas mi amor. Estamos separados desde hace cuatro meses. Mauricio: No hemos firmado el divorcio todavía.

3. INTERIOR / SALA DE LA CASA DE SOFÍA / DÍAA cuadro aparecen ambos, SOFÍA estira el brazo con su copa en la mano para brindar con MAURICIO, él duda: Sofía: Mauricio... Mauricio: Sofía... Sofía: (Calmada, en tono bajo, como recuperándose) Basta. Mauricio: Es lo que yo digo, basta.SOFÍA mira fijamente a MAURICIO, choca su copa con la de él y dice: Sofía: Pero hagamos la película. Mauricio: ¿Otra vez con eso? Míranos, capaz que nos sacamos los ojos. Sofía: Ándale, se puede llamar Ciegos forever. Mauricio: ¿Ciegos forever? qué pinche cursilería. No te pongas barata, Darling. Sofía: No te pongas caro, Juan Orol. Mauricio: Órale, eso sí estuvo fuerte. Sofía: Te mandaste con lo de pinche cursilería. Mauricio: Bueno, ¿y quién le metería mano al guión? Sofía: Tú y yo, ¿quién más? Mauricio: No estoy de acuerdo, tendría que haber una postura neutral y objetiva. Sofía: Ándale, pues, ¿y desde cuándo te hiciste amante de la imparcialidad? Es lo que menos has procurado en tus películas. Arrasas siempre. Lo entendí y por eso nunca cuestioné tu visión de las cosas, sólo me dediqué a corregir diálogos sin involucrarme en la psicología de tus personajes. Ay de mí, si te hubiera cambiado algo.

Mauricio: No seas tan extremista. Tú misma decías que en los buenos personajes no hay lugar para la tibieza. Y en todo caso, supongo entonces que ha sido algo aspiracional. Sofía: No sé, no soy tu terapeuta.Pausa larga, ambos se dedican a beber en silencio, como agotados, pensativos, como si

reflexionaran en torno a lo que han dicho. MAURICIO rompe el silencio. Mauricio: Yo me refería a que alguien desde fuera, sin ser juez y parte, nos diera asesoría para evitar cualquier lucha entre tú y yo. Sofía: ¿Lucha?, explícate. Mauricio: Que no fuera tu interpretación o la mía, sino la de ambos contenida en la misma historia. Sofía: ¿Quiere decir que estás aceptando?MAURICIO se echa para atrás en el sillón. Mauricio: No, lo pienso nada más. Sofía: Comencemos con una escaleta para tener una línea argumental que nos acomode a ambos, luego cada quien escribe una versión y confrontamos. Mauricio: Eso es precisamente lo que quiero evitar, la confrontación. Sofía: Mauricio, si te pones intolerante mejor no hacemos nada. Mauricio: No soy intolerante. A ver explícame cuál es tu idea. Sofía: Ya te dije, comencemos con un esquema. Una línea de tiempo, piensa en los momentos clave de nuestra relación, buenos y malos, anótalos y...Otra vez silencio, los dos beben, pasa algo de tiempo. Mauricio: (Pensativo, como para él, pero en voz alta) Los buenos y malos momentos. Sofía: Si quieres, puedes meter la escena del Negro conmigo. Mauricio: ¿En qué Motel fue? Sofía: En la recámara de aquí arriba te encontré con Manuela Olivo.Otra vez silencio los dos, beben, pasa algo de tiempo, pausa breve. Brindan, sonríen. Se van acercando hasta que sus rostros quedan muy cerca uno del otro... Mauricio: (proponiendo título para la película) ¿Sofía y Mauricio? Sofía: Mejor, Cama para cuatro. Mauricio: ¿A qué hora tienes que ir por los niños? Sofía: En realidad le pedí a tu hermana que pasara por ellos. Mauricio: ¿Y el casting para elegirnos a ti y a mí? Sofía: Lo hacemos tú y yo. Mauricio: ¿A cuántas puedo desnudar? Sofía: Proporcionalmente a los mismos que yo. Mauricio: Nunca le he sido infiel a mi amante con mi todavía esposa. Sofía: Siempre te gustó el cine de Woody Allen.

FADE OUTCRÉDITOS

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12 Suplemento Letras para llevar. Almanaque de ansiedadesFe

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2/Tragos de humo:

El olor del cigarro se consume. Hay quien prueba el plástico gritando en los cuartos perdidos, pero hoy encontramos a un viejo dudando de sí mismo. Aquel hombre no sabe si quemarse en gritos, salir disparado como la sangre a la banque-ta o ser el que espera dos alas en la punta del silencio. Existen cuevas luminosas que te atrapan y lo atrapan. En cada minuto, el espacio aumenta la temperatura. Se ladea en su asiento, saca unos cerillos: prende una nota triste. Abundan enfer-meras por todas partes, por las vías del tren, algunas hablan entre ellas y callan de golpe. Cerca de la oscuridad, están sentadas alrededor de todos. Él mira su cuerpo (se multiplica por cada mujer que lo rodea). Él es uno, dos, ocho, catorce, miles y ahora de nuevo uno. Se tranquiliza; no le gusta ver enfermeras, dice que las inyec-ciones son patadas en el trasero. Ya no tiene un cigarro en la mano, ahora eso no le importa, solo mira la otra banca.

—Aquella mujer recibe la mirada del hombre, muestra sus arrugas lenta-mente para atracarlo con su perfume añejo—. Suena un estruendo, la oscuridad impacta las luces; la mujer grita: tal vez de dolor o de miedo. El hombre suda frío. La banca lo sujetaba a su prisión de hielo. La oscuridad y los gritos aún no paran. Él toma su bolsa de plástico, desprende de ella otro puro usado. Los sonidos son vacíos pero a él no le importa que su imaginación asesine a esa mujer. Se acerca, un sonido agudo. Enciende de nuevo un cerillo y mira el cuerpo de la muerta. Vuelve la luz. Varios perros a su lado buscan cariño/ se tiran/ revolotean/ ladran/ desangran sus patas/ aún no se sacian de carne. Camina al fin de la acera. El sonido es más fuerte. Él emprende una carcajada.

En el hospital psiquiátrico corre el rumor de que Antonio Méndez escapó. Los internados piensan atacar. Saldrán por la puerta de adelante y acabarán con los doctores y enfermeras usando las agujas que los torturan. Algunos querrán ajustar su cuenta con el director.

En las oficinas del hospital el director se atrinchera con los familiares del susodicho. Emplea una buena cantidad de efectivo para desaparecer los archivos de él y dejar claro que nunca existió. Los hermanos de Antonio se miran, uno mueve su cabeza aclarando que aceptarán. Minutos después salen del hospital. Alguien toca la puerta del director.

... tiene el miedo muchos ojos y ve las cosas debajo de tierra…Don Quijote

Miguel de Cervantes Saavedra1 / Habitación negra

No sueñes demonios podrían acercarse en cada parpadeo. No dejes apagada la luz, pueden devorarte en el momento menos esperado. Intentarás salir de tu cuarto, buscar agua bendita, comerte las uñas

pero ellos te mirarán desde afuera. No les demuestres miedo tirándote al piso para gatear hacia la esquina y recorrer el mueble en el que tienes los fetiches o las imágenes para cubrirte. Tus ojos se humedecen, miras tu cuadro favorito: las personas retratadas comienzan a moverse, entran a la casa de paja, se escuchan gritos; en el lienzo brotan ratas hambrientas y engullen primero a los granjeros, después te contemplarán con sus colmillos. Coges tu almohada. Recuerdas a tu madre que te abrazaba cuando tenías miedo: preparaba té de limón, se acercaba a la cama y te contaba la historia de la gallina. Al verte tranquila con un beso en la frente se despedía de ti. Un murmullo planea en tus oídos. La sensación de escalofrío te avienta a la pared, giras tu cara a todos lados; se enciende la luz.

Es el momento para correr hacia la calle. Comienzas a andar: dejas atrás el pasillo, las zapatillas, tu reloj. Te acercas a la puerta. En pocos segundos te alejarás de este martirio. Ratas rabiosas te perciben, huelen tu horror, bloquea-rán la salida. Chillan y corren como locas. Les brotan cucarachas negras del hocico. Sientes asco al ver cómo las ratas dan a luz. Todo te trastorna. La luz se vuelve a apagar. Los demonios abren su hocico y dejan ver su lengua bífida. Lloras. Le pides perdón por haber intentado jugar con sus dedos.

Todo el hogar es acto de venganza. Los demonios gritan como tu pa-dre. Algunos se lamentan pero otros anhelan tus ojos para aprender a manejar el tiempo. No tienes otra opción: sólo resistir. Tienes que arrancarte los ojos y sumergirte en otro cuarto oscuro.

Umbrales

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13Suplemento Letras para llevar. Almanaque de ansiedades

Doblada salí una noche de un estrecho y oscuro cuarto de cartón. Además de la caja, un celofán herméticamente sellado me aprisionaba. Por mucho tiempo esperé con ilusión a que mi comprador desdoblara poco

a poco los pliegues de plástico de mi cuerpo desnudo. Aunque trascurrieron dos meses sin ver nada, reconocía perfectamente cada una de las costuras que delineaban mi contorno. Un ojo tocaba la bolsa y el otro se perdía más abajo, entre los demás dobleces. Tenía la boca abierta, recargada sobre el pezón izquierdo. Me habría encantado succionar para reconocer mi sabor, pero mis labios carecían de movilidad y mis pulmones de aire.

Al fin he vuelto a ver la luz, la última vez que lo hice fue en una fábrica, antes de que un empleado de ojos pequeños y rasgados me desinflara y doblara para meterme en ese horroroso empaque. No tuve tiempo para despedirme de mis compañeras, quienes también andaban en cueros y, a diferencia de mí, eran totalmente impúdicas. De ellas aprendí a no sentir vergüenza de mi apariencia. Jamás me preocuparía por no tener nada que ponerme. La noche de mi liberación significaba mucho para mí, estaba a punto de realizar la función para la cual había sido creada. Qué excitante.

Debo aclarar que los productos de nuestro tipo somos fabricados con una sola misión: hacer, sin oponer resistencia, todo lo que nuestro único dueño disponga de nuestro cuerpo, brindándole algunos minutos de felicidad efímera. Ellos y nosotras no somos de la misma especie. Aunque nuestros cuerpos se parezcan, no tenemos la misma piel. Presiento que esto muy pronto me hará desdichada porque, a pesar de que él me ha comprado y le pertenezco en cuerpo y alma, jamás seré su amante. Algo como yo ni siquiera es catalogado como la otra. Es muy triste estar ahí dispuesta para cuando nuestro amo lo necesite y ser arrumbada en un clóset cada vez que le incomode con sus amistades o nuevas conquistas. ¡Qué injusta es la vida conmigo y mis semejantes! Nuestros beneficiarios deberían sentirse orgullosos de tener a alguien como yo. Les damos demasiado y lo soportamos todo. Entonces, ¿por qué se avergüenzan los hombres de nosotras, si somos las únicas que realmente materializamos sus fantasías reprimidas? Razón de más para estar en deuda permanente de gratitud. Pero aún no ha llegado el día que nuestras quejas sean escuchadas. Miré hacia arriba y contemplé mi propio reflejo. Ignoraba que existieran espejos así. Mi amante humano me observó con gran emoción en el rostro.

―A partir de hoy te llamarás Mariana, como la mujer de quien me enamoré en la Facultad y no me quiso, a pesar de que la traté como una princesa. Por años deseé poseerla, pero ella nunca accedió a darme una oportunidad. Dentro de unas horas se casará con un tonto, pero tú serás ella ―dijo mi amo con la voz entrecortada, quien todavía era joven y no de mal ver.

Enseguida, me introdujo una válvula en una protuberancia botada que yo tenía en uno de mis tobillos y sentí cómo iba entrando aire a presión, fui testigo de cómo el soplo moldeaba mis dimensiones poco a poco. Quedé sorprendida al verme inflada. Recordé que tenía una boca profunda y dos orificios más entre las piernas, adelante y atrás.

Lo que pasó después me lo reservaré, pues el lugar de donde provengo tiene la estricta política de tratar con absoluta discreción cualquier cosa que ocurra tanto dentro como fuera de ella. Pero confieso que adoré la forma en que él y yo intimamos. Aquella noche no logré dormir sólo de pensar que ese hombre, a quien ya creía amar, tal vez pronto encontraría una mujer que no fuera una burda réplica antropológica, la traería a esta cama y a mí me arrojaría al piso o al bote de la basura. Entonces, en un arrebato de celos, imploré a la fortuna que mi dueño se convirtiera en lo mismo que yo, para ser al menos su amante y nunca más juguete.

A la mañana siguiente, Carlos amaneció convertido en una figura tiesa, carente de costuras. De mejor calidad y durabilidad que yo. Estaba desnudo, con el miembro erecto y la boca y los ojos abiertos, mirando hacia el espejo. Estrechaba mi mano, pero ya no sentía su calor. Él, a diferencia de mí, ya no sentía, ni hablaba, ni respondía a mis llamados melosos. No ha despertado desde aquel día. Me siento culpable de no haberme conformado con ser una más de sus aventuras.

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14 Suplemento Letras para llevar. Almanaque de ansiedades

En el principio fueron repartidas las espadas de hierro entre los corazones eremitas y los feligreses originarios, los abuelos de mármol separaron con férrea vocación celestial las aguas de los estanques de las aguas turbu-

lentas. Las tinieblas siempre imperfectas nacían en los cuartos desordenados o vacíos de los padres mientras los hijos se encontraron ante los besos melodra-máticos en el televisor con los ojos tapados, deseosos de que la luz eterna de los labios se filtrara en sus almas de pasto verde. Llegaron los ejércitos de ultramar y aunque esto no estaba contemplado se puede tomar como una exégesis del huerto y del aire y del fuego y de las olas y de los rascacielos y del hambre y del agujero en la capa de ozono y de las tiernas devastaciones en nombre de los párpados alegres de Caín, ese campesino siniestro que también colaboró en la demora de la sangre.

Después vino la expansión de los cielos y de la tierra y la guerra fría con sus cohetes y bombas nucleares, nos decían que todavía más fríos y certeros a la hora del gran encuentro con la materia. La maldad de los hombres se confundió con los negocios en la tierra y los cielos temblaron contra la demografía y la multiplicación de la especie; tantas bocas de plomo sin atajos para llegar a la felicidad. Entonces cayeron muertas millones de palomas sin hojas de olivo en el pico y ya nadie alcanzó a subir al Arca majestuosa y vil de las mercancías y de los centros comerciales y de las atmosferas climatizadas y de las camas de bron-ceado con feroces rayos ultravioleta. Y entonces el principio se transformó en el fin con un golpe de trueno sin señales para continuar. Embalsamados en vida volvimos rotundamente a los dominios de la nada, con el corazón hueco y los pulmones congestionados de tinieblas. El cielo y la tierra han dejado de temblar y todo indica que nuestro ataúd jamás estará de vuelta en Egipto.

En cada avenida languidece la sombra del dios del abismo y del asfalto, ningu-na de sus verdades de murmullo sirvió para destruir, con su furia sin océanos, esta ciudad estoica. Muchos afirman que murió atropellado y que su aliento

todavía caliente se desvaneció en el parabrisas roto de un tráiler cargado de plá-tanos y mesas. Otros sostienen que escapó hacia los volcanes la noche del último terremoto y que de su fuga surgieron los vientos que hacen retumbar los puentes peatonales y los anuncios luminosos en los que también agonizan hombres y muje-res en bikinis de colores divulgando el fin de los tiempos.

Se dice que de una mañana de tormentas eléctricas y de juramentos reful-gentes de lluvia nacieron pequeños dioses que ahora habitan las coladeras y los ríos entubados que cruzan la ciudad. Estos dioses menores, hijos del agua y de la sucie-dad, emascularon a los pordioseros que se escondían en esos pasillos subterráneos y libaron durante años el vino amargo de esas aguas negras. En el punto más alto de su miseria y de su gloria, se blasfema contra ellos en las plazas y en los mercados y corre el rumor de que en el mar subterráneo de líquidos turbulentos apenas hoy son enaltecidos en secretos rituales con sus pequeños trajes de buzo y su triste parodia de titanes de la mierda.

No tenemos esfinges, todas ellas murieron en combates incomprensibles. Los dioses de la justicia se quedan dormidos en algún vagón del Metro y por las tardes también cantan a todo pulmón insignes boleros de artistas muertos. Tampoco tenemos ya ningún destino que cumplir, ninguna gracia ultraterrena que ilumine nuestros momentos más infames o que nos obligue a la maldición secreta de nues-tros hijos o a la traición que rige calladamente nuestras desgracias. Nunca más tendremos alas de murciélago que nos transformen en emisarios de algunos casti-gados por el olvido. Ningún poeta ciego camina ya por nuestras calles. Ningún ojo inmortal nos lleva la cuenta de todos nuestros suplicios.

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15Suplemento Letras para llevar. Almanaque de ansiedades

¿Bárbara? Qué curioso. Hubiera esperado que me llamaras cualquier cosa. Cíni-ca, desvergonzada, perra o simplemente puta. Pero tienes razón. Otra vez tienes

razón. Lástima que rara vez sirva para algo esa cordura tuya. Con lo inteligente y sensato que eres, ya debías haber advertido hasta qué punto la capacidad de ex-plicar la vida va en dirección contraria a la capacidad de vivirla. Imposible, sería pedirte demasiado. Tan enamorado estás de lo lindos que te quedan los esquemas, que has acabado por entender cuanto sucede como puro pretexto de ingeniería.

¿O vas a negármelo? Para muestra, el botón más a mano. Ahora mismo, lo natural a los ojos de cualquiera sería que estuvieras horrorizado, indignado, es-candalizado. Después de todo, tu mujercita ha defraudado una por una todas las etiquetas bajo las cuales te habías esmerado en arroparla. No sólo hice cuanto me fue posible por llevarme a tu hijo a la cama; también he provocado que, sin crimen de por medio, te conviertas en el único responsable del modo estúpido y atroz en que acaba de matarse. Y sin embargo, al mirar con detenimiento tu gesto bajo la máscara de circunstancias que has elegido para la ocasión, queda perfectamente claro que no sientes ni horror, ni indignación, ni escándalo. Ni horror al saber que, sobre nuestra propia cama, me humillé hasta la más despatarrada ofrenda delante de tu santo primogénito. Ni indignación apenas comprendiste que mentía cuando, con lágrimas en los ojos, te aseguré que había sido él quien pretendiera forzarme a adornar contra todo deber filial tu bronceada y circunspecta frente. Ni escándalo al imaginarlo ahora mismo entre los fierros torcidos del coche en que lo obligaste a largarse.

Nada de eso. Pura y simple alarma, pues entiendes lo negras que vas a vér-telas para reducir a explicación y diseño el monumental desbarajuste en que, sin escapatoria posible, estás metido.

Sin escapatoria posible, mi amor. Porque vas a buscar por cuantos medios sea posible evitar el escándalo, y no hay nadie en quien confíes lo suficiente como para contarle con pelos y señales lo que ha sucedido; mucho menos para confiarle tu estupor. Así que no vas a ser capaz de tomar la iniciativa para divorciarte de mí. ¿Y sabes una cosa? Yo no tengo intención alguna de divorciarme de ti.

Así que seguiremos aquí, unidos por la nada, en espera del día que ella misma decida separarnos. Aunque te mudes de lecho, de recámara, de ciudad, de planeta, mañana tras mañana yo seré para ti recordatorio de que estamos parados encima de una pira de fuego enloquecido. Y tú serás para mí, noche tras noche, la sombra de aquel muerto que no pude tener, pus y gangrena de una herida que nunca llegó a abrirse.

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Page 16: Almanaque de ansiedades - Gaceta Nicolaita · as tropas se unieron en el estómago que es, como todos sabemos, el lugar en donde se despiertan las verdaderas pasiones. Los soldados,

16 Suplemento Letras para llevar. Almanaque de ansiedades

Gallo y campana

Menstrúan las campanassonidos por su glotisde péndulo

en las oscuras profundidadesde los pueblos sin dueño.

Su tañer lastimeroes lápizapilado de imágenes,ecos de la muerte del silencio,pétalos de pielque se desgranany desgarran en la vigiliade la espina.

Cuando habla la acampanacalla el galloy clava su picoen la metástasis del sueño.Mañana una orquestanacerá de ese pico.

Autodefensas

Les quitaron las tierras,les robaron sus vacas y ternerasy se llevaron todo,pero cuando empezarona llevarse a sus mujeres…Les quitaron el miedo.

Mat

ías F

ajar

do

Para Alejandro Delgado