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La VozNovela

Alma Maritano

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Fotografías de tapa: Juan Amador SánchezFotografías de autor: Jorgelina Giménez

© 2011 · Homo Sapiens EdicionesSarmiento 825 (S2000CMM) Rosario | Santa Fe | ArgentinaTelefax: 54 341 4406892 | 4253852E-mail: [email protected]ágina web: www.homosapiens.com.ar

Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723Prohibida su reproducción total o parcial

ISBN N° 978-950-808-654-9

Diseño de tapa: Lucas Mililli

Esta tirada de 1000 libros se terminó de imprimir en septiembre de 2011en ART de Daniel Pesce y David Beresi SH. | San Lorenzo 3255Tel: 0341 4391478 | 2000 Rosario | Santa Fe | Argentina

Alma MaritanoLa Voz. - 1a ed. - Rosario: Homo Sapiens Ediciones, 2011.308 p.; 22x15 cm. - (Ciudad y orilla / Marcelo E. Scalona)

ISBN 978-950-808-654-9

1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. Título.CDD A863

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A la memoria de mi abuelo Carlos Maritano,cuya voz poderosa y tierna me descubrió un mundo,y a mi nieto Juan Amador, que me ayudó a unir Yupanquicon Divididos.

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Mi agradecimiento

a Marcela Atienza, Raquel Bianco, Sandra Siemensy Silvina Tamous, porque asistieron solícitas a la con-cepción de Pina y me ayudaron a reconocerla en Mon-tevideo en el momento en que ella, sentada sobre untapial, comía una banana;

a Pablo Colacrai y Martín Sansarricq, porque me obli-garon, esgrimiendo corteses y respetuosas tijeras, apodar fragmentos prescindibles;

a Emilia Luppi, que me enseñó todo sobre los gatos;

a María Amalia Maritano, Marcelo Coronel, JuanAmador Sánchez y Jimena Sánchez, por respaldar congracia y profesionalismo la presentación de Pina ensociedad;

a Humberto Lobbosco, por haber enriquecido y mejo-rado el texto con fraterna generosidad y una lecturainteligente y minuciosa;

y a Ana Rebecchini, por haber asistido a vida, pasióny muerte de Pina, Malena y Víctor con sabiduría yabnegado estoicismo desde la primera hasta la últimacontracción.

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(“Toda voz está hechapara encontrar al otro”, R. Barthes, Variaciones sobre la escritura)

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Ejercicio de admiración

La rugosa sensación de estar anteponiéndome al puro placerdel lector me acoquina un poco, porque me parece una preten-sión desmedida el anteceder a un texto que se sostiene con crecespor sí mismo y no necesita de estas palabras por demás sumarias.Acometo sin embargo la tarea y confieso que tengo la dicha dehaber sido uno de los primeros lectores de esta magnífica obrade Alma Maritano.

Me dejo entonces a mí mismo en el puro placer de decir algode lo que pienso sobre La Voz. No quiero proponer una lectura,sino, en lo posible, sólo compartir la felicidad de un recorridoque me alzó de la incredulidad y me arrojó en el escenario lumi-niscente de una obra que se fue desplegando en una suerte deópera literaria cinematográfica que más me atrapaba cuanto másme metía fascinado en el laberinto de su trama.

Cuatro conjuntos conforman la gran estructura. La ciudad,ese fondo, el espacio escénico donde se presentan los pedazosde una —ésta— ciudad que muestra sin querer demostrar; gra-cias a lo que podemos conocer varios de los rincones o recovecosque, como ocurre en lo cotidiano, nunca son como se muestrano aparecen, porque siempre detrás de una luz puede haber unasombra, pero también detrás de cada oscuridad es posibleencontrar un espacio abierto a lo mejor de lo humano. Tres per-sonajes protagónicos formidables y entrañables, sólidos y bien

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construidos, que llevan todo el peso de la danza y en una coreo-grafía extraordinaria, muchas veces rozando lo fantástico, senos aparecen como una tríada de picos de iceberg —que giranal compás de un ritmo, en ocasiones de vértigo, que cobra alturay la mantiene—, cuyas masas sumergidas se van entremez-clando, a veces en anastomosis feroces y siniestras, en las pro-fundidades, mostrando lo mejor y lo peor de la humana condi-ción. La música es otro de los grandes protagonistas, y cobra unaespecial dimensión en el total de la obra, haciendo las veces deargamasa que va completando el volumen; sin estridencia va ocu-pando todo el cuerpo de la escritura para no dejar borde sueltoo arista descuidada que lacere la carne del relato y en ocasionesse nos impone con la belleza y la grandeza de lo clásico. Esmagistral la capacidad de Maritano para darnos una variedadenorme de registros, desde la ópera italiana al rock nacional, porejemplo, sin dejar que se produzcan cicatrices ripiosas en el texto.Aparece entonces el cuarto elemento, quizá el que hace que todala obra sea un conjunto perfectamente armado y en equilibrio:una escritura que se sabe segura y dueña de sí misma y que le espropia a la autora. Estos son los protagonistas principales deesta magnífica novela que nos hace recorrer un trecho impor-tante de nuestra historia y nos impele al mismo tiempo a reflexio-nar sobre lo que ésta hace con nosotros y a conjeturar lo quepodemos hacer nosotros con esa historia en la que nos desenvol-vemos siendo.

Uno entra a la obra como a un gran teatro. Porque de eso setrata: La Voz es una dramatización formidable, un espectáculoque tiene ritmo, cadencia, rigor, belleza y una desmesuradaarmonía, en la acepción musical y de conjunto, muy difícil delograr, que Maritano maneja con mano maestra. Pero es algo más,o mucho más, son diversos los niveles narrativos que, como enuna encrucijada múltiple, se van desarrollando en varias historiasque van a conformar un todo que descarnadamente nos dejapensando si es posible tener el control de lo que nos sucede o sies alcanzable la felicidad en un mundo lleno de mensajes quese contradicen, de historias que se entremezclan, de mandatosque no se cumplen, de ideologías que se conculcan, de deberes queno se hacen, de generaciones que no se comprenden entre sí o se

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ignoran porque no se pueden explicar a sí mismas, de humani-dades maleadas en la masa informe de una sociedad que se cons-truye a medida que se va haciendo como puede y en la cual losvalores son tan móviles como los sentimientos, las virtudes ylos defectos o casi incontrolables como las pasiones de cada unode sus protagonistas.

No quiero cerrar este ejercicio de admiración sin referirmea Pina, que es el centro y la circunferencia, la carne y el nervio deesta espléndida novela. Ella es un cuerpo desmedido, porque nohay cartabón para medir a este personaje magnífico, como salidode la tragedia griega o de la commedia dell'arte, una masa textualque se nos mete por todos lados. Por momentos no sabemos quéhacer con ella porque nos seduce y nos repele al mismo tiempo,nos subyuga, nos emociona y nos hace recorrer rincones y veri-cuetos, alcantarillas y cielos mientras sin solución de continui-dad pasa página y deja huellas del aluvión inmigratorio graciasal cual estamos y somos aquí… Pina nos sirve en misceláneosplatillos los miedos, las zozobras, las luces y las sombras del entre-mezcle de los hilos que hacen ser a nuestra cultura y nuestralengua y nuestro arte… Pina la linyera, la diva, la ruina, la estre-lla, la pecadora, la vieja, la niña, la hembra, la deseable deseaday deseante es también un poco más que eso. Es algo más, claro,porque Pina es eso que atraviesa la obra y la hace ser y la com-pleta y la mete en nosotros los lectores con la suave firmeza de suser especial, es La Voz, que parte de un tajo o suaviza como unacaricia, es el hilo de Ariadna que nos guía gracias a la mano maes-tra de la exquisita orfebre del lenguaje que es Alma Maritano.

Humberto Lobbosco

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INTRODUCCIÓN

Empezaste a odiarlo desde el mismo instante en que ella te abrióla puerta. No podías distinguir la cara de ninguno de los dos.La luz los empujaba de atrás y los dos se te venían encima defor-mados por las sombras.

Querrías empezar por él porque escribiendo desde el odio loque querés decir te sale mejor.

En el amanecer de la barranca venías cargada de furia, en eseestado de quien casi no ha dormido y se siente despegado de lascosas y al mismo tiempo encendido de lucidez. La otra, desdeel banco de siempre, percudido y agrietado, te estaba mirando.Te miraba y sonreía.

Se llamaba Pina y era igual a su voz. Una voz de metal hirviente que subía y se espesaba y te ponía

los pelos de punta cuando empezaba a escurrírsele de la boca.Ella a veces también te ponía los pelos de punta, escudriñandola nada con sus ojos de búho. No podés olvidar, pobre Magda, esamáscara de odio o deseo perforando el vacío, esos ojos de mieloscura mirando lejos. Porque muy rara vez fijaba la vista en al-guien, no parecía estar nunca adonde uno estaba. No, no es queparecía. No estaba. Siempre en otro mundo, en otra época, conotros, perdida en sus amores, en sus fantasmas, buscando a cie-gas el modo de atraparlos. Volvía con ellos a la rastra, y su modode aliviarse era compartirlos. Aquella mañana te miró porquenecesitaba que vos fueras la que ella estaba siendo en ese mo-mento. Estaba regresando de una de sus ausencias. Eso es lo que

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la hacía diferente, su ausencia y su silencio. El sonido dentro deella no existiendo todavía y recién entonces la voz, parida porel silencio.

A los animales los atan y los tumban y les estampan su marcaa fuego. Ella no precisó atarlos ni tumbarlos. Se dejaron marcar.Los tres fueron dejando fatalmente marcas sobre la alfombra,empapados como estaban en aquella voz de leche y sangre vol-cando sobre ustedes tantas historias, tanta vida.

El tajo de su boca empezó a entreabrirse despacio por pri-mera vez aquella madrugada, bajo el turbante de gasa azul, meti-das las dos en la borrachera, tremendamente felices y olvidadasdel mundo. Parecía una reina, decía la canción de tu abuela.Eso era. Una reina sobre el almohadón envilecido de abaloriosy desgarrones, la copa de coñac en el nido de la mano, las piernasblancas y carnosas, los muslos al aire, las tiras de las sandaliasenvolviendo como culebras sus tobillos y toda su voz desnudaenvolviéndote a vos. Empezaste a acercarte, pobre Magdalena,resbalando sobre tu propio almohadón hasta sus sandalias, hastasus rodillas. El olor se volvía más y más impuro a medida que teibas acercando, como aquella mañana en la barranca. Pero ya note hería ese olor a pasto recién cortado, a incienso o a jengibre.Un olor como el de la pensión de Víctor, el de un porro fumadodespacio. La voz te adormecía y al mismo tiempo tensaba tucuerpo y te quebraba el aliento.

Cómo no iba a pasar lo que pasó. Cómo soportar el descu-brimiento de Pina sin que se te revolviera la sangre. Cómo sopor-tar a Víctor saliendo de su cáscara y convirtiéndose en otro.

Muchas veces sospechaste o imaginaste que él conocía a Pinadesde siempre y nunca estuviste segura de no haber sido vos laculpable, la que inconcientemente forzó la situación hasta obli-garla a estallar.

Vos sos la que ha sufrido menos cambios. Seguís siendo vos,seguís siendo nada. Vos eras ellos, lo que escribís es ellos.Lo único que hacés es cambiarlos por palabras. Lástima que aPina no puedas ponerle música. Las palabras con las que preten-dés mostrarla salen así, sin sonido. Por eso, de haber sido posible,te hubieras cambiado por ella. Te hubieras cambiado por su voz.

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PRIMERA PARTE

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(“Vissi d´arte, vissi d´amore,non feci mai male ad´ anima viva”,G. Puccini, Tosca, Acto Tercero)

I

La mujer de la barranca está construyendo su propia soledad,minuto a minuto, igual que la noche. Alza el mentón y hundela mirada en lo oscuro. Cada latido de la noche se correspondecon uno de ella, con cada pulso de sus arterias ralentadas. Ellaes tan vieja como la noche. Y tan joven. Los sucesos se huelen,acontecen sin haber transcurrido todavía. Debería saberlo. No losabe, y eso vuelve posible una provisoria juventud.

Pasa gente cada tanto. Parejas, muchachitos, hombres solos.La descubren a la vuelta de un sendero, se apartan bruscos, cu-chichean. Ella ríe por dentro, poderosa. Ahora es ella la que ins-pira temor. Estas ropas anticuadas, este indecente abandono, nopodrían seducir a nadie.

Su vida, un tejido desgarrado. Tensar noche tras noche sobrelos instrumentos el hilo de la voz y luego inclinarse frente a mul-titudes (¡multitudes!) puestas de pie, aullando, perforándole lostímpanos. Ahora, por fin libre. Sin luces ni aplausos, sentada enun banco o sobre el pasto, a veces con restos de comida en unamano y una botella en la otra.

Ella y la noche, metidas las dos en un olor a podredumbrebarata. Los árboles respiran acompasados. Duermen. La mujerlos oye dormir, respirar un aliento desilusionado y triste.

Se toca el pecho. Una punzada. Entierra la punta de losdedos. Duele. Insiste, quiere llegar a sentir el hueso debajo de

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la carne. Prefiere este dolor a ese otro intangible, a la placentaen la que permanece envuelta, delirio disuelto en cada fibra.Aquí, donde sobresale un hueso, duele más. ¿Dónde? Aquí,aquí. Ah, qué alivio esta punzada rozando un nervio en su mismaraíz. (¿Está Bruno en ese dolor? Sí, y también los otros.) Coneste dolor preciso ella puede esfumarlos, hacerlos explotar enel aire en un estallido sordo, obligarlos a morir sin agonía, comolos pájaros.

La punzada desaparece. Termina su comida, estruja el papel,se pasa la mano por los labios, deja la botella en el suelo, revuelveentre sus ropas y saca un cigarrillo largo, moreno. Se lo lleva ala boca, lo enciende. Cruza las piernas dejando al descubiertouna rodilla blanca y carnosa. Curva el empeine y acerca perpen-dicular la palma a la cara, el cigarrillo metido hasta la base delas falanges, las yemas de los dedos al nivel de los ojos. Empiezala actuación. Aprieta el cigarrillo entre los labios, chupa confuerza y luego separa los labios con un chasquido permitiendoque el humo sobrevuele su cara por un momento. Con la bocaentreabierta inspira y el humo se precipita a la garganta. Despuésadelanta el labio inferior y lo ofrece al aire, soltándolo despacio.Hay estrías en la carne abultada de los labios. Un triangulito deluna le blanquea un costado del cuello. Esa luna. La que algunasnoches cae sobre ella como un cenital, cavándole de sombras losojos y la boca. Cabeza de luna sucia, calavera grotesca. Máscara.

Entre pitada y pitada, sonríe. Está actuando a Lidia. Lidiafumaba así y a ella le gustaba demorar los ojos en la actividad deaquellos labios pesados y perfectos. Tendrían quince años cuandocaminaban tomadas de la mano por callecitas angostas y empe-dradas, echando al aire voz y humo, promiscuas, cantando can-zonettas de amor apasionado, las mismas que cantaron despuéssobre el puente del barco. Hermosas, borrachas a veces. Desa-fiantes. Lidia murió. Ella, una vez más, estuvo lejos. (¿Murió?¿Junto con los otros?)

La punzada vuelve. Un largo quejido, un solo de violonce-llo largo y profundo se le escurre de la boca. Alza la botella,apoya el pico contra los labios, traga. La punzada huye y desdeel vientre trepa el deseo animal de soltar la voz en un grito detriunfo.

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De pronto el tirón de un calambre en las piernas rígidas yunas ganas irreprimibles de orinar. Se agacha, levanta las ropas,orina. Con alivio se reacomoda, se endereza y manda el airehacia las costillas. Da unos pasos penetrando la noche, pisandola blanda familiaridad de los yuyos. Ya no siente dolor. Imaginaque la están mirando, se representa a sí misma. Echa hacia atráslos hombros, alza el pecho, aplana el vientre, respira. (¿Tendríadoce años cuando aprendió a respirar de esta manera?)

Siguiendo el ritmo de esa respiración llega hasta las cerca-nías del muelle. La barranca no está solitaria esta noche. Pasanmuchachos y chicas en grupos cada vez más ruidosos, fastidio-samente felices, como si fueran a una fiesta. Necesita apartarsede ese camino, sentarse y mirar el cielo sobre el agua. Extiendeun chal sobre el pasto, se sienta tranquila, sin apuro. Enciendeotro cigarrillo. Nadie la espera. Extraordinario. Solo ella podíahaber tomado esta decisión salvaje. Nadie podría soportar estecorte de raíz, este tajo suicida.

Estar viva y separarse de la vida, amputarse del mundo.Seguir siendo la Tosca. Puro deseo, pasión pura. Tener el valorde entreabrir sus llagas con dedos perversos y escudriñar suspropios gestos, esos pequeñitos que se hacen en soledad, pro-fundamente íntimos, penetrados de una sinceridad hipócrita ydolorosa. Decirse de verdad (¡de verdad!), Dios mío, Dios mío,sabiendo que en ningún lado hay un diosmío, un diosmío quela escuche, un diosmío que tal vez tiemble dentro de ella comoun pájaro aterrado.

Da una última pitada y refriega el cigarrillo contra el pasto.Los árboles, quietos. Las cosas se estiran en el silencio, se des-perezan, se enroscan.

A la distancia empieza a retumbar una especie de música.Música selvática. Los ecos baten asordinados, resuenan contrasus costillas y golpean sobre el parche de su estómago. De un ra-bioso manotón aplasta un mosquito que acaba de hundir elaguijón en su antebrazo.

Por la rendija de los párpados asoma ahora la silueta de unpescador. De pie, inclinado sobre el borde del muelle, echa elbrazo hacia atrás y hacia arriba y arroja la línea con fuerza.

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La mujer se rasca aplicadamente mientras fija la vista en elhombre concentrado en su caña. La arroja, la recoge, la vuelvea arrojar. Se siente atrapada en el juego. Percibe una curiosaarmonía entre la caña, el hilo tenso, el arco del brazo en el airey el chasquido suave, el temblor del agua y la plateada serenidaddel río después. Al rato el brazo vuelve a elevarse, a retrocederen la altura y a prepararse para el próximo ataque. Los movi-mientos del pescador le producen la misma fascinación que lamano de Lidia retirándose desde la boca hacia atrás, dibujandouna curva en el aire. Años después ella controlaría en el espejola lengua y los labios cuando el chorro de sonido la atravesaravertical y se apoyara contra la frente, donde ella debía sentir quese amplificaba y reproducía. La columna de aire debía entrarpor su nariz como el humo por la boca de Lidia, y ella debía arro-jarla afuera y adelante (¡hacia la máscara!), con la misma fuerzacon que el pescador arroja su línea.

Se le entrecierran los ojos. Está fresco el aire. Lleva la manoa la garganta y se da unos golpecitos en la base del cuello con laspuntas de los dedos. Deja caer la botella vacía, acomoda sushuesos, vacila y finalmente se pone de pie y busca un lugar detrásde los galpones. Es hora de retirarse de la escena, la commediaè finita. Desde algún lugar siguen llegando ecos violentos demúsica salvaje, llamados de tambor, ambiguas señales de algunafiesta ajena y vulgar. Se sienta sobre el pasto, recuesta la espaldacontra una saliente y la cabeza sobre una planta pequeña de hojasfrescas. Tantea el turbante, estira las faldas sobre las piernas, seenvuelve en el chal, mete las manos en las mangas anchas de sucamisola. Jamás hubiera encontrado entre bambalinas la íntimaquietud que le ofrece este sitio abierto al cielo.

El remolcador de medianoche se arrastra abriendo el ríomuy despacio, impulsando el golpeteo del oleaje contra la orilla.Las nubes avanzan sobre la luna y las aguas se inquietan mien-tras la mujer se abandona al sueño, envuelta en una atmósferaamable y en un aire muy dulce.

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Índice

EJERCICIO DE ADMIRACIÓN ............................................................................... 13

INTRODUCCIÓN .......................................................................................................... 17

PRIMERA PARTE ......................................................................................................... 19

SEGUNDA PARTE ...................................................................................................... 73

TERCERA PARTE .................................................................................................... 129

CUARTA PARTE ....................................................................................................... 187

QUINTA PARTE ....................................................................................................... 259

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