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ALGUNOS ME LLAMAN El Rubio (Confesiones de José Martínez Gómez) Una obra de JUAN M. VELÁZQUEZ AA ediciones Colección TESTIMONIO

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ALGUNOS ME LLAMAN El Rubio (Confesiones de José Martínez Gómez)Una obra de

JUAN M. VELÁZQUEZ

AAedicionesColección TESTIMONIO

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En todas las librerías

desde el 10 de diciembre de 2016

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JOSÉ JUAN MARTÍNEZ GÓMEZ se hizo famoso al dirigir el atra-co al Banco Central, en Barcelona, el 23 de mayo de 1981, tres meses después del intento de golpe de Estado, el 23 F.

Los medios de comunicación contaron muchas cosas.

MOMENTOS DEL ATRACO: José Juan Martínez Gómez, el Número 1, encañonando al cajero del banco.

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También el cine.

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Un documental, 30 años después del ATRACO AL BANCO CENTRAL, recupera imágenes y testimonios vivos de aquel suceso.

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Ahora él cuenta su verdad.Su testimonio lo ha recogido el escritor y profesor de la UPV/EHUJUAN M. VELÁZQUEZ

José Juan Martínez Gómez, al que la prensa bautizó como el rubio, fue –y será para siempre- el número uno del atraco al Banco Central de Barcelona el 23 de mayo de 1981. Un episodio oscuro de la historia de España que se ha ido aclarando a medida que pasaban los años y se disipaban los miedos. Aquello le hizo famoso y casi le cuesta la vida.También fue el quinto hijo de unos feriantes honrados que se ganaban la vida por la provincia de Almería du-rante los años cincuenta y sesenta. Un niño que fue una mañana al colegio y no volvió más; que vagó solo con afán de aventura por muchos lugares de España fran-quista sin que nadie le preguntara nada y que se conoce de memoria las cárceles de este país donde ha pasado más años que en libertad. Ha sido también miembro de las centurias amarillas, anarquista exiliado en Francia y atracador de bancos. Ha recibido palizas y ha esquivado muchas balas, aunque no todas. Para unos es un chorizo, para otros un aventurero y para la primera psicóloga que le examinó en el refor-matorio, alguien que hubiera llegado a ser aquello que se hubiera propuesto.Camina mucho y duerme poco. Todo le llama la atención y disfruta con casi cualquier cosa que pueda saborear en libertad. No guarda rencor ni tampoco teme ya que los fantasmas del pasado vengan a recordarle cuentas pen-

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dientes. Le preocupa la falta de respeto y que los niños pasen poco tiempo con sus padres, quizás porque él hu-biera dado años de vida por poder estar con los suyos.Pero sobre todo, Jose, nunca se quejará de su destino por-que como repite a menudo, él ha elegido esta vida y hacer las cosas a su manera…

Juan M. Velázquez

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Mi dinero ha salido de los bancos, pero por la fuerza, no del cajero automático. Dejé de robar a joyeros cuando me caí en la cuenta de que la mayoría tenía parte de la mercancía sin asegurar. Cada uno tiene sus principios.

Me llamo José Juan Martínez Gómez, José Juan, Jose, Josico para los amigos de la infancia, o Pepe como me llaman algunos en la cárcel de Martu-tene. Algún policía me bautizó como el rubio y a los periódicos les cayó en gracias el mote pero yo nunca he sido rubio, más bien tirando a pelirrojo y con muchas pecas, al menos de jovencito. Nací en Almería hace 58 años cuando aquella tierra no se parecía a la de ahora. Mis padres eran feriantes, yo y mis hermanos nos hemos criado debajo de un mostrador. Nos conocían por los barquilleros.A veces pienso que lo que me gusta es la aventura, sim-plemente, no me explico si no las cosas que he hecho sin llegar a ponerme nervioso. Ni siquiera cuando com-prendí, en los sótanos del Central, que aquello era una trampa, que no había escapatoria y que nos iban a ma-tar a todos. Bueno, en aquella ocasión sí, pero esa es otra historia. Aunque para algunos yo sea solo ese, el cerebro del robo al Central, entre ellos están los que, todavía hoy, preferirían que yo estuviera muerto. No olvidan que de los once que entramos, solo yo puedo contar por qué y para qué entramos allá.

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Chirona, maco, talego, trullo, trena. He visitado mu-chas cárceles, de aquí y de Francia: Ibiza, Mallorca, Al-mería, Granada, Teruel, Ocaña I, Carabanchel, Modelo, Dueso, Burgos, Puerto I, Castellón, Daroca, Perpignan, Le Mans, Centrale de Moulins y Martutene. En total, contando el reformatorio, suman 41 años de condena de los casi 59 que tengo; a los que habría que descontar el tiempo que he pasado fugado. Yo acepto el castigo pero no el maltrato por el maltrato, la tortura, el abuso del que manda.

Conozco la vida de muchos, famosos y no tan famosos: atracadores, presos políticos, drogadictos que solo viven para buscar droga, maltratadores, pederastas, asesinos, violadores, mafiosos, etc.. Se podría elegir cualquier artículo del código penal de los últimos treinta años y seguro que he conocido a alguien que haya pasado una temporada en el talego por infringirlo.

Como ahora tengo mucho tiempo, a veces, me pierdo con el recuerdo en algún lugar que visité hace treinta y tantos años, en alguna iglesia o en algún museo de alguna capital de provincias que solía visitar antes o después de dar un palo. En esos sitios me pasaba horas, sin entender nada de las obras de arte que miraba pero disfrutando. A veces no hace falta entender las cosas, solo basta con apreciarlas, admirarlas, sentirse bien mi-rándolas.

Tengo buena memoria. Por suerte o por desgracia me ha tocado formar parte de la historia de este país pero no podría dar una explicación a todo lo que he hecho, no creo que nadie pueda.

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No me quejo de mi suerte ni guardo rencor a nadie, so-bre todo porque no sirve para nada, pero es hora de que cuente algunas cosas, a la vez que cuento parte de mi vida…, no solo he sido el cerebro del atraco al Banco Central.

La clave, lo supe desde esos campamentos de la OJE, está en la mirada y en el tono de la voz. A todas las perso-nas hay que buscarles los ojos, a partir de ahí la mirada tiene que ser segura y cálida pero no tierna, intentando penetrar en la del otro, conseguir que se olvide de todo, del miedo, de los nervios, del dolor, de la vergüenza, no sé, de la mierda que cada uno tenga dentro en ese mo-mento y le impida rendir al cien por cien. Si alguien no te mira, la cosa empieza mal. No te está haciendo caso o puede que esté atendiendo pero a la vez está valorando, sopesando, criticando o juzgando tu mensaje. Hay que traerlo a ti, recuperarlo suavemente, que no piense, que obedezca. Para eso sirve la voz. Algunos necesitan que se les chille, otros funcionan mejor con un poco de cariño. A veces, en los instantes previos a una acción, hay gente parali-zada por el miedo. Eso que parece una frase hecha, es algo que solo se entiende si se ha sufrido alguna vez. Los músculos se agarrotan y cuesta levantar las piernas como si estuvieran atornilladas al suelo, hay que utilizar las dos manos para sujetar cualquier cosa como si estu-viera embadurnada de jabón y parece que dentro del es-tómago rebotara una bola de pinchos. Es el pánico y, la mayoría de las veces, sólo se hace reaccionar a alguien dominado por el terror con una hostia. Si ni siquiera así reacciona, es mejor que no participe.

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Mi función principal es convencer a la gente que se crea lo que va a hacer, que se crea que puede robar un banco. La mayoría de los que han participado en robos con-migo no son profesionales, se trata de gente con una familia que vive asfixiada por la rutina y temerosa de perder lo poco que tienen. Eso les hace pensar que su vida no tiene sentido, que van a estar siempre sumergi-dos en esa mediocridad hasta que mueran. Una vez que empiezan a robar, si les sale bien les pica el gusanillo y no pueden parar. Por eso muchas veces elijo como par-te de la banda -no a todos- a gente con familia que no ha robado nunca, que pueda valorar lo que tiene y no convierta los atracos en una forma de vida. Algunos de ellos son directores de bancos que ven pasar el dinero por delante de sus ojos y saben la vida que se pegan los otros sabiendo que nunca será para ellos. En ocasiones, esos directores no pueden resistirse a la tentación al ver tantos billetes juntos, meten la mano en el montón y no saben cómo arreglar el desfalco. Algunas veces mis gol-pes han empezado con la necesidad de tapar el agujero de un empleado que nos ha facilitado la información necesaria.

A veces me siento en una terraza a tomar un café cuando he salido de permiso y me quedo embobado mirando a la gente que va de un lado a otro con un objetivo que cumplir, con un encargo, con una misión; de un punto de salida a un punto de llegada que puede ser el hogar, el trabajo, el colegio de los niños, la universidad, el mé-dico, el taller, el banco; y yo que nunca he tenido rutinas ni horarios, ni posesiones más que el dinero contante y sonante, les miro entre admirado y ajeno, extrañado y compasivo a veces teniendo la certeza de que ese mundo nunca fue para mí.

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Yo, en esos momentos críticos, tenía la capacidad de verlo todo en cámara lenta, desmenuzando los instan-tes, repasando los detalles, intentando acertar la se-cuencia que iba a suceder unos segundos después. Repasar. Prever. Anticiparse. Descomponer el tiempo en pequeñas fracciones y poder imaginar el futuro in-mediato. Parece mentira que seamos capaces de ver con claridad los puntos débiles de nuestras acciones cuan-do ya han sucedido y sin embargo no caigamos en la cuenta de ellos apenas unos minutos antes. La expe-riencia ayuda porque el pensamiento en abstracto no es suficiente.

Tal y como lo fui entendiendo, entonces, en los últi-mos días de Franco, había dos tendencias: la de Carre-ro Blanco, que quedó muy debilitada en diciembre de 1973, y la del “principito”, como se le conocía en nues-tro entorno.La segunda triunfó y muchos que eran partidarios del régimen franquista se pasaron de bando cuando lo vie-ron claro. Las centurias amarillas trabajaban para los partidarios de Carrero Blanco. Esa división continuó hasta el golpe de Tejero y fue la razón de que entrá-ramos en el Central en mayo del 81. Aunque en aquel momento yo no actuaba ya como miembro de las cen-turias amarillas, sino como mercenario libre de cual-quier compromiso ideológico, más allá del que el que he mantenido conmigo y con los míos.

Mi colaboración con ellos duró poco como miembro de las centurias amarillas, pero me siguieron llamando hasta el asalto al Banco Central, que fue el último tra-bajo que hice por encargo de Manglano. Cuando estaba

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dentro del Central recibí una llamada de alguien que se identificó como el legionario rojo y que era –le reconocí enseguida- el jefe de la Falange de Valladolid con el que colaboré en varias ocasiones durante esa época de miem-bro de las centurias amarillas. Ese fue mi último contacto con alguien de esa organización.

He secuestrado y robado documentos y dinero por encar-go de ellos. Siempre he sido consciente, y ellos también, de que si me cogían no diría nada y que nadie me ayu-daría, más bien todo lo contrario. Yo cobraba mi dinero y entregaba la mercancía, ya fuera una persona, dinero, documentos u otras cosas. En eso consiste el trabajo de un mercenario.

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ARTE ACTIVO EDICIONESQUINCE ANIVERSARIO

No es fácil ponerse en el lugar de alguien que ha pasado más de cuarenta años entre cárceles y reformatorios, sentirse cercano a un protagonista de historias que suceden lugares donde los códigos de comportamiento nada tienen que ver con los de fuera, pero él pone las cosas sencillas porque no parece que la prisión le haya amargado y sigue intentando disfrutar de lo que la vida le pone por delante. Es un conversador inagotable al que solo el asma le hace callar. Camina rápido, durante horas, mientras va hilando un tema con otro. No se lamenta de las equivocaciones y si lo hace se guarda para él los remordimientos. Lo suyo es ir hacia adelante hasta que el aliento dure.En un momento pensamos en escribir solo sobre el central pero su vida da más de sí que ese robo por el que se hizo famoso. Por ese atraco y, sobre todo, por los papeles que sacó de allí, casi pierde la vida, y también por eso su nombre ofrece muchas referencias si se mete en Google aunque él nunca lo haya hecho.El día 9 de enero de 2016, cuando José Juan cruzaba la última de las puertas de la prisión de Martutene después de cumplir su con-dena, cuatro agentes de la Ertzaintza le estaban esperando con una orden de arresto internacional cursada por un Tribunal de Bayona. Se le acusaba de dos atracos en las oficinas de correos de Urrugne y Bayona en el año 2008.Supongo que su destino le alejará un día de de San Sebastián -cuan-do ya no le queden sumarios abiertos ni órdenes de presentación semanales en la comisaría- y seguirá recorriendo el mundo como a él le gusta, con su macuto y la cartera bien llena, ese mundo que él dice –y repite- está hecho pedazos.

Juan M. Velázquez