algunos comentarios sobre literatura reciente acerca de la violencia y del estado en américa latina

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ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE ACERCA DE LA VIOLENCIA Y DEL ESTADO EN AMÉRICA LATINA MICHAEL RIEKENBERG * Consideraciones preliminares En el año 1985, Evans, Rueschemeyer y Skocpol publicaron el hoy en día famoso libro “Bringing the State Back in”. En él no trataron la estructura jurídica ni la ideología del Estado, sino que abarcaron las estrategias de poder y las dimensiones sociales del Estado desde una perspectiva weberiana. Frente a las clásicas teorías sobre el Estado, el libro de Evans y otros empezó a reconsiderar los procesos de formación y el papel del Estado. Esto tuvo también repercusión para Latinoamérica. El Estado en Latinoamérica fue hasta finales de los años 70 casi exclusivamente objeto de una positivista historia del derecho y de las instituciones. Esto considera al Estado como un conjunto sólido de instituciones y reglas, es decir como objeto concreto y claramente delimitado. Como resultado, una gran parte de los trabajos que había sobre el tema en el fondo se ocupaban sólo de lo que podemos llamar la superficie del Estado. Trataban el derecho público, las constituciones o la organización de la administración. Alguna literatura, y no me gusta tener que decir esto, recordaba al lector a una guía sobre las vías administrativas y no a un tratado sobre * Universidad de Leipzig.

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Page 1: Algunos comentarios sobre literatura reciente acerca de la violencia y del estado en América Latina

ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE ACERCA DE LA VIOLENCIA Y DEL

ESTADO EN AMÉRICA LATINA

MICHAEL RIEKENBERG*

Consideraciones preliminares

En el año 1985, Evans, Rueschemeyer y Skocpol publicaron el hoy en día famoso libro “Bringing the State Back in”. En él no trataron la estructura jurídica ni la ideología del Estado, sino que abarcaron las estrategias de poder y las dimensiones sociales del Estado desde una perspectiva weberiana. Frente a las clásicas teorías sobre el Estado, el libro de Evans y otros empezó a reconsiderar los procesos de formación y el papel del Estado. Esto tuvo también repercusión para Latinoamérica. El Estado en Latinoamérica fue hasta finales de los años 70 casi exclusivamente objeto de una positivista historia del derecho y de las instituciones. Esto considera al Estado como un conjunto sólido de instituciones y reglas, es decir como objeto concreto y claramente delimitado. Como resultado, una gran parte de los trabajos que había sobre el tema en el fondo se ocupaban sólo de lo que podemos llamar la superficie del Estado. Trataban el derecho público, las constituciones o la organización de la administración. Alguna literatura, y no me gusta tener que decir esto, recordaba al lector a una guía sobre las vías administrativas y no a un tratado sobre

* Universidad de Leipzig.

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y el tema conforme al nivel de las ciencias sociales a principios de los anos ochenta.1

En cuanto a los entrelazamientos entre el “Estado” y la “violencia”, la clásica doctrina sobre el Estado partía de una estricta separación entre poder legítimo y violencia ilegítima, entre la violencia en su función como organizador del Estado y la violencia destructiva. Comparándola con estas doctrinas, la violencia en Latinoamérica se trata de un fenómeno camaleónico. El Estado tiene en ello una participación decisiva (aunque esto no quiere decir que el tema de la violencia se agota en el Estado). Por un lado, en Latinoamérica el Estado pudo ejercer a partir de 1800 sólo de manera restrictiva o sea temporalmente, un monopolio de legítima violencia física que según Max Weber es el atributo del Estado por excelencia. De esta manera el Estado no fue capaz de controlar las amplias difusiones de diversas formas de violencia colectiva extra-estatal. Por el otro lado, el propio Estado fue el creador de una violencia de “anomía”2 e ilegal. El Estado toleró o alentó a grupos cuya finalidad era el mantenimiento del orden al margen de la ley y emplear la violencia por su propia cuenta. De esta forma el estado contribuyó a crear una violencia crónica o endémica como se la llama en la literatura.3 Su característica es, que a los ojos de los hombres aparece como algo ilimitado y que actúa por su propia dinámica independientemente de la acción humana o de los motivos de los actores. En parte, como en el caso de Colombia, esta violencia “endémica” se ha dirigido contra el Estado y amenaza con destruirlo. Es un poco sorprendente que las investigaciones han ignorado durante mucho tiempo estos procesos. Todavía en 1981 se leía en el Journal of Interdisciplinary History, la violencia en Latinoamérica “cries for research”.

Si contemplamos la literatura actual sobre el concepto de violencia, llama la atención que parte de los conceptos teóricos y de

1 Es de mencionar el trabajo de Horst Pietschmann sobre el Estado en América Latina. Véase p.ej. Horst PIETSCHMANN, Die staatliche Organisation des kolonialen Iberoamerika, Stuttgart 1980. 2 Véase sobre el estado y el concepto de la “anomía” Peter WALDMANN , “Einleitung”, en Ibero-Amerikansches Archiv 3. 4 (1997), pp. 317s. 3 P. ALVARENGA, Cultura y ética de la violencia: El Salvador 1880-1932, San José 1996, p. 142.

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los corrientes de investigación que marcaron las discusiones sobre la violencia durante los años setenta, hoy día solo jueguen un rol casi insignificante.4 Esto es lo que ocurre por ejemplo con el sicoanálisis o con la investigación sobre las agresiones. En su lugar, hay otros aspectos de la violencia que están en primer plano y que están marcando el actual discurso científico sobre el tema. Esto está relacionado con el hecho de que el propio concepto de violencia se ha transformado. En partes de la sociología, prevalece en la actualidad un concepto corporal de la violencia. La violencia es definida como un acto de poder que mediante “daño corporal intencionado” (Heinrich Popitz) se realiza a los otros. Este enfoque en el cuerpo que encontramos actualmente en la terminología sociológica sobre la violencia, tiene distintas causas. En parte, diferentes enfoques teóricos han de responder de este creciente interés por el cuerpo. Michel Foucault o Norbert Elias son de mencionar cuando se trata sobre la cuestión de la represión de la violencia corporal en las relaciones humanas en el curso de la formación del Estado “moderno”. Elias analizó el rol de los actos violentos abiertos en el trato de los hombres, los procesos del disciplinamiento social y el impacto que tenia la formación del Estado sobre la renuncia al uso de la fuerza física en la vida diaria. A mitad de los años ochenta, yo mismo he intentado debatir con el ejemplo de Guatemala la teoría de Elias y su utilidad para una sociología de la violencia en Latinoamérica.5 En parte, el cambio cultural puede ser responsable del nuevo interés por el cuerpo. En los ambientes urbanos occidentales el cuerpo ya no es la base de la fuerza de trabajo según decía Karl Marx, o el símbolo de la revolución sexual como fue el caso en el movimiento estudiantil tras 1968. Más bien, sociólogos “posmodernos” piensan que el cuerpo, vaciado de otros atributos significativos, amenaza más bien con convertirse en el último punto de mira de la identidad “posmoderna” y “hedonista”. De todos modos encontramos en la sociología actual un concepto sobre la

4 Me refiero aqui a H. TYRELL, “Physische Gewalt, gewaltsamer Konflikt und der Staat”, en Berliner Journal für Soziologie 2 (1999), pp. 269-28, pp. 269s. 5 Creo que fue el primer intento de aplicar la teoría de Elias en un pais no europeo. Véase Michael RIEKENBERG, Zum Wandel von Herrschaft und Mentalität in Guatemala, Köln, Wien 1990. Sobre la imparcial crítica acerca de este libro véanse las revistas “Mesoamérica” 25 (1993), pp. 134-144, o bien “Quetzal” cuaderno 10 (pp. 1-4) y cuaderno 11 (1995), pp. 1-3.

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violencia orientado hacia el cuerpo físico que favorece un acercamiento entre la sociología y la antropología. Volveré a ello más adelante.

A continuación comento alguna literatura reciente sobre el tema.6 Ciertamente no escribo ningún review essay sino que sigo mis impresiones personales. En este trabajo no persigo integridad enciclopédica así como tampoco en la elección de la literatura que menciono. Si en realidad se quiere establecer esta división, es más válida para mi interés la sociología histórica que la historia en estricto sentido. Yo subdivido (para una definición más detallada véase el Apartado 3) la literatura sobre el concepto de violencia en tres grupos a los que llamo los “contextualistas”, los “sensoriales” y los “sociables”. Con todo esto quiero admitir que esta nomenclatura es un poco voluntariosa. Pero espero que prevalezca su utilidad para una orientación sobre el tema. Además, aprovecho la ocasión para añadir algunas observaciones comparativas (véase el Apartado 4). Malcolm Deas ha mostrado a través del ejemplo de Colombia lo apropiada que puede ser un análisis comparativo de la violencia.7 En vista de la amplia difusión de la violencia en Latinoamérica se tiene en partes de la literatura la tendencia a extensas deducciones. Por ejemplo, se considera posible que la cultura política de una “Nación” entera como en el caso del México posrevolucionario, muestre un marcado “hábito” hacia la violencia. Comparaciones con otras dimensiones de la violencia, brutalidad y humillación (el verano de 1994 en Ruanda) o con otras regiones de las que se dice que hay altos grados de violencia, son válidas para reflexionar tales juicios.8

Estado/Cultura

Empecemos con el Estado. En el libro de Evans y otros autores, Charles Tilly se ocupa de la relación entre Estado y violencia. Tilly definió la formación del Estado como un violento racketeering. Si se abarca con exactitud, uno de los primeros en introducir el término 6 Quisiera agradecer a Natalie Clemente por su ayuda con la traducción del texto. 7 M. DEAS, “Reflections on Political Violence in Colombia”, en D.E. APTER (ed.), The Legitimization of Violence, New York 1997, pp. 350-404, pp. 353s. 8 Véase sobre una comparación de la violencia en Latinoamérica y en los Balcanes W. HÖPKEN, M. RIEKENBERG (eds.), Politische und ethnische Gewalt in Südosteuropa und Lateinamerika, Köln, Wien, Weimar 2000.

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racket en el lenguaje sociológico fue Max Horkheimer, un representante de la Kritische Theorie (Escuela de Francfort). Horkheimer, que emigró de Alemania en la época del nacionalsocialismo, se ocupó a finales de los anos treinta del deslizamiento de los Estados “burgueses” en una práctica criminal de la violencia durante el trasfondo del desarrollo político en Europa a partir del fin de la primera guerra mundial. Horkheimer definió rackets como grupos de poder dispuestos para la violencia que luchan contra sus rivales, sólo se rigen por las leyes para el mantenimiento de ellos mismos y ambicionan tributos. Horkheimer temía que el Estado burgués (civil) se depravara cada vez más en racket, así como que el tipo sociocultural de ciudadano desapareciera mediante las creaciones de monopolios y cárteles en la economía. Charles Tilly se ocupó de la creación del Estado “moderno” en Europa y la consideró como una forma de crimen organizado. Como racketeer, el naciente Estado amenazaría a otros grupos para poder imponer su custodia sobre la sociedad a cambio de retirar sus amenazas violentas. La tesis de Tilly ha sido discutida entre los estudiosos de Latinoamérica también, mientras que a Horkheimer y a sus ideas sobre prácticas ilegales del Estado no se los ha tenido en cuenta. Así, Robert Holden escribió en 1996 en un muy sugestivo artículo que los estudios de Tilly sobre la formación del Estado en Europa son un marco apropiado para el análisis del Estado en Latinoamérica. El libro de William Stanley sobre “The Protection Racket State” en El Salvador puede ser citado como un ejemplo de trabajar el Estado en Latinoamérica según el vocabulario de Tilly.9

9 Max HORKHEIMER, “Vernunft und Selbsterhaltung”, en Obras Completas. Vol. 5: Dialektik der Aufklärung und Schriften 1940-1950, Frankfurt M. 1987, pp. 320-350; M HORKHEIMER, “Die Rackets und der Geist”, en Obras Completas, Vol. 12: Nachgelassene Schriften 1931-1949. Frankfurt M. 1985, pp. 287-291. Para más detalle: W. Pohrt, Brothers in Crime, Berlin 1997, pp. 28ff. Véase también el artículo de S. BREUER, en Kriminologisches Journal 6, Suplemento 1997, pp. 20s. Véase también Charles TILLY , “War Making and State Making as organized Crime”, en P.B. EVANS, D. RUESCHEMEYER, T. SKOCPOL (eds.), Bringing the State Back in, Cambridge 1985, pp. 169-191; R. HOLDEN, “Constructing the Limits of State Violence in Central America: Towards a New Research Agenda”, en JLAS 28 (1996), pp. 435-459, p. 439; W. STANLEY , The Protection Racket State. Elite Politics, Military Extortion, and Civil War in El Salvador, Tempe 1996, pp. 56fs.

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El problema es que la composición de Tilly no afecta exactamente a lo que llamamos la “realidad” en Latinoamérica. Hay dos motivos que son responsables de ello. En los siglos XIX y XX, los Estados en Latinoamérica no poseían a menudo la fuerza necesaria para eregirse en racketeers, es decir en extorsionistas aventajados frente a grupos sociales, organizaciones comunitarias o comunidades étnicas. No pocas veces fueron más bien el Estado o el gobierno amenazados e intimidados por otros grupos. En la literatura encontramos la opinión de que esto es algo característico de Latinoamérica y que allí los roles están muy a menudo invertidos. No el Estado, sino otros actantes de la violencia son los que adoptan el rol de extorsionistas.10 Esto, para aclarar este punto, no presupone a la fuerza la existencia de un estado “acabado”. Hace años Pierre Clastres hizo alusión desde la perspectiva de la etnología a la extorsión de los mandatos (chieftains) en las sociedades “primitivas” de la zona del Amazonas.11 En este caso la extorsión representa un medio para la obstaculización del Estado, y no para su formación. Además, el libro de Evans y otros autores presupone una separación entre Estado y sociedad que no se ha dado en absoluto a partir de 1800 en Latinoamérica. Es cierto que en Latinoamérica hubo temporalmente sublevaciones muy bruscas del Estado sobre la sociedad. Un ejemplo (observamos aquí los regímenes revolucionarios de Cuba y México que concibieron la construcción de vigorosos y permanentes aparatos estatales) son los llamados regímenes burócraticos-autoritarios que como en el caso de la dictadura militar en Argentina tras 1976, trataron legitimarse totalmente ellos mismos. No obstante hubo otros procesos. Fueron procesos contrapuestos y dirigidos hacia la disolución del Estado en la sociedad. “(N)either is it possible to distinguish state from society”, comenta David Nugent este asunto respecto a las relaciones en Perú alrededor de 1900.12 Sobre esto hay distintas variantes. Hay que diferenciar si la disolución del Estado en 10 W WALDMANN , “Zur Transformation des europäischen Staatsmodells in Lateinamerika”, en W. REINHARD, (ed.), Verstaatlichung der Welt? Europäische Staatsmodelle und außereuropäische Machtprozesse, München 1999, p. 65. 11 P. CLASTRES, La societé contre l´Etat: recherches d´anthropologie politique, Paris 1976. 12 D. NUGENT, “State and Shadow State in Northern Peru circa 1900. Illegal Political Networks and the Problem of State Boundaries”, en J.M. HEYMAN (ed.), States and Illegal Practices, Oxford, New York 1999, pp. 63-98, p. 68.

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la sociedad se atribuyó a la acción de fuertes comunidades locales y relativamente cerradas que mantenían al Estado a distancia. O, si bien, tuvo que ver en primer lugar con el hecho de que el Estado y los principios que éste representa no encontraron respaldo en una sociedad dispersa y débilmente estructurada. Un ejemplo del primer caso se dió en los centros del dominio hispano en América (México, Perú, Guatemala, etc.). El segundo caso se dió en zonas marginales y de poca población (territorio de La Plata, por ejemplo). Debido a la intensa creación de una economía ilegal que produce enormes beneficios, podemos encontrar en la actualidad una tercera variante. Se caracteriza porque independientes y “ricos” actuantes de la violencia que disponen de grandes recursos, impiden por medio del uso de la fuerza al Estado establecer su soberanía en zonas de boom económico. Ejemplos de ello fueron la “República de Huallaga” en Perú o hoy día las regiones de próspera colonización en Colombia donde la (Narco)-Guerrilla, las bandas de droga o los paramilitares llevan la voz cantante.13

Al tratar la oposición entre el Estado y las estructuras segmentarias, la historia social lo hizo en términos como regionalismo, clientelismo, movimientos de protesta, etc. Pues desde hace algún tiempo en la discusión sobre el Estado (y esto también tiene consecuencias para el discurso acerca de la violencia) se aprecian algunos cambios conceptuales. Con el auge de lo que se llama la “nueva teoría cultural” pasaron a un primer plano otros conceptos como por ejemplo el hibridismo (Nestor García Canclini) o el criollismo (Ulf Hannerz). Como consecuencia, la atención de la

13 Véase entre otros J. GLEDHILL , “Legacies of Empire: Political Centralization and Class Formation in the Hispanic American World”, en GLEDHILL , J. & B. BENDER (eds.), State and Society. The Emergence and Development of Social Hierarchy and Political Centralization, Boston 1988, pp. 302-319; C.A. SMITH (ed.), Guatemalan Indians and the State, 1540 to 1988, Austin 1990; G URBAN & J. SHERZER (eds.), Nation-States and Indians in Latin America, Austin 1991; V.G. PELOSO & B.A. TENENBAUM (eds.), Liberals, Politics and Power. State Formation in Nineteenth-Century Latin America, Athens and London 1996. Veáse además M.B. SZUCHMAN, & J.C. BROWN (eds.), Revolution and Restoration. The Rearrangements of Power in Argentina 1776-1860. Lincoln, London 1995; J.A AVILA BEJARANO,.Colombia: Inseguridad, violencia y desempeño económico en las áreas rurales, Bogotá 1997, p. 250s.; D. POOLE, & G. RÉNIQUE, Peru. Time of Fear, London 1992, pp. 185f.; P.A. STERN, An Annotated Bibliography of the Shining Path Guerilla Movement, 1980-1993, Austin 1995.

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investigación se dirige hacia la dimensión cultural de la organización del Estado. Esto no es algo completamente nuevo. Hay que recordar que la ciencia histórica se empezó a ocupar a partir de principios de los años ochenta de las representaciones y discursos sobre el Estado y la “nación” en Latinoamérica. Uno de los trabajos orientados hacia este tema fue el destacado análisis de Hans-Joachim König trabajado profundamente desde los archivos sobre los orígenes del Estado y la nación en Nueva-Granada 1750-1856.14 Mediante su interés en símbolos, discursos e identidades, este corriente de la investigación histórica ayudó de cierto modo al ascenso de la “nueva historia cultural”, y esto es en donde reside primordialmente su calidad innovador. Sin embargo, estos estudios (y no excluyo de esta opinión a mi propio tesis de habilitación) la mayoría de las veces siguen, por causa de las fuentes que emplean, la perspectiva de las elites cultas y de los grupos claves que toman las decisiones políticas. El Estado apareció como una estructura construida “desde arriba” (lo que también era). Hoy día los trabajos tratan de ampliar la perspectiva de investigación y de tomar por el contrario, una tal llamada grassroots perspectivea o investigar las “Hidden Transcripts” en la sociedad. “Bringing the State Back In without Leaving the People Out”, es el lema.15 La formación del Estado no se concibió más como un proyecto estructurado “desde arriba” sino como un cambio en las formas de vida como resultado de complejas interacciones entre elites sociales, clases políticas, brokers y los estratos más bajos de la sociedad. Es cierto que este principio no es en estrecho sentido culturalista. Pero señala que el Estado también se formó en las transformaciones de los discursos cotidianos, en los modos de vida y en la rutina diaria y no

14 König, H.-J., Auf dem Wege zur Nation. Nationalismus im Prozeß der Staats- und Nationbildung Neu-Granadas 1750-1856, Stuttgart 1988. 15 G.M. JOSEPH & D. NUGENT (eds.), Everyday Forms of State Formation. Revolution and the Negotiation of Rule in Modern Mexico, Durham, London 1994, p.12. Véase también el excelente trabajo de F. MALLON , Peasant and Nation. The Making of Postcolonial Mexico and Peru, Berkeley 1995; F. MALLON , “Indian Communities, Political Cultures and the State in Latin America, 1780-1990”, en JLAS 24 (1992), pp. 35-53; P.GUARDINO, Peasants, Politics and the Formation of Mexicos´s National State: Guerrero 1810-1857, Stanford 1996. D. NUGENT, Modernity at the Edge of Empire: State, Individual and Nation in the Northern Peruvian Andes, 1885-1935, Stanford 1997. W. BEEZLY et al (eds.), Rituals of Rule, Rituals of Resistance. Public Celebrations and Popular Culture in Mexico, Wilmington 1994.

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simplemente en las “altas” esferas de la sociedad. Con esto se aproxima convenientemente a los enfoques culturales actuales.

¿Cómo se ve al Estado y en consecuencia de esto a la relación entre el Estado y la violencia desde la perspectiva de las teorías culturales? Aquí no me es posible seguir la problemática del concepto de cultura (para el caso alemán sería necesario considerar también la “grotesca modernización”16 de las historias culturales en la época del nacionalsocialismo; esto nos llevaría demasiado lejos como también la cuestión sobre cómo la historiografía alemana acerca de Latinoamérica se desarrolló de 1933 a 1945 y cuáles continuidades personales e ideales existieron después) en detalle. Hace poco George Steinmetz ha dado una panorámica muy precisa sobre la literatura y las diferentes corrientes teóricas que tratan del “Estado” y la “Cultura”.17 Aquí, sólo hay que subrayar un punto: para acabar con la oposición categórica entre “estado” y “cultura” se discute, por ejemplo, en los Cultural Studies el concepto de hegemonía. Este concepto lo empleó inicialmente Antonio Gramsci para aclarar el fracaso de las revoluciones en Centroeuropea durante 1918 y 1919. Cuando se habla de la hegemonía en los Cultural Studies, se trata de la hegemonía cultural que se genera en discursos, la atribución de identidades, los recuerdos y rituales.18 Sobre esto vemos sin embargo que la diferencia entre la historia social y la historia cultural no reside en que la historia cultural tratase asuntos que no fuesen accesibles a la historia social o al revés. La diferencia reside, más bien, en las categorías que se emplean para narrar la historia. De manera muy simplificada se podría decir que: mientras la historia social estructura primeramente sus temas tras las categorías de “arriba” y “abajo” (en el

16 P. SCHÖTTLER, “Die historische ‘Westforschung’ zwischen ‘Abwehrkampf’ und territorialer Offensive”, en P. SCHÖTTLER (ed.), Geschichtsschreibung als Legitimationswissenschaft 1918-1945, Frankfurt M. 1997, pp. 204-261, p. 224. 17 Introduction in G. STEINMETZ (ed), State/ Culture. State-Formation after the Cultural Turn, Ithaca, London 1999, pp. 1-49. 18 Véase J. BEASLEY-MURRAY, & A. MOREIRAS, “After Hegemony. Culture and the State in Latin America”, en JLACS 8 (1999), pp. 17-20. Véase también W. ADAMSON, Hegemony and Revolution. A Study of Antonio Gramsci´s Political and Cultural Theory, Berkeley 1980; D. HARRIS, From Class Struggle to the Politics of Pleasure: the Effects of Gramscianism in Cultural Studies, London 1992; K.H. HÖRNING & R. WINTER (eds.), Widerspenstige Kulturen. Cultural Studies als Herausforderung, Frankfurt a. M. 1999.

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caso de la violencia, se prefiere tematizar lo que se concibe como represión, protesta, revolución, etc.), la historia cultural prefiere las categorías de “dentro” y “fuera”. Desde este punto de vista desaparece, no obstante, la imagen del Estado como claro y compacto conjunto de instituciones y reglas. Desde la perspectiva de una “radical cultural construction” (George Steinmetz), el Estado aparece más bien como un trenzado o bien una red de símbolos, narraciones e infraestructuras que contribuyen a reagrupar a los cuerpos, lugares y objetos para producir de esta manera el poder estatal.19 Al mismo tiempo, el carácter institucional de la violencia pierde en interés. Más bien son las dimensiones corporales (antropológicas) y narrativas (simbólicas) de la violencia que están en el centro del interés investigativo. Un buen ejemplo es el excelente trabajo de Michael Schroeder sobre gang violence y el poner en escena de los actos violentos en Nicaragua en el tiempo de Sandino.20

Sin duda, la revalorización de la “cultura” producida desde hace algún tiempo en las ciencias sociales y como es sabido, no por todos aceptada (un poco sarcásticamente se escribe in The Hispanic American Historical Review, “The New Cultural History comes to old Mexico” 21), se ha beneficiado de ciertas transformaciones producidas afuera del terreno científico. “Globalización” es la palabra clave. Sin embargo, se omitirá algunas veces que el concepto de cultura se alimentó también del escepticismo frente a un concepto de modernidad o ideas de “modernización” tales y como los conocemos en las teorías de desarrollo de origen sea ilustrado, sea liberal o marxista.22 Partes considerables de la historia social “moderna” se encontraban (y se encuentran) envolvidos en meta-narraciones cuyas idea dominante es la existencia de time lags. Hay críticos que opinan sin embargo que la cultura se separa de este esquema. Comparado con

19 Véase también D. CARTER, “The Art of the State: Difference and other Abstractions”, en Journal of Historical Sociology 7 (1994), pp. 73-102; P. ABRAMS, “Notes on the Difficulty of Studying the State”, en Journal of Historical Sociology 1 (1988), pp. 58-89. Como ejemplo véase S. RADCLIFFE & S. WESTWOOD, Remaking the Nation. Place, Identity and Politics in Latin America, London, New York 1996. 20 M.J. SCHROEDER, “Political Gang Violence and the State in Western Segovias, Nicaragua, in the Time of Sandino”, en JLAS 28 (1996), pp. 383-434, pp. 410s. 21 HAHR 79 (1999), p. 211. 22 Véase W. SCHIFFAUER, “Die Angst vor der Differenz”, en Zs. für Volkskunde 92 (1996), pp. 20-31, p. 21.

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los procesos de “modernización” o los niveles de desarrollo, la cultura, se dice, es eso “which always escapes”.23 A grandes rasgos se perfila aquí la existencia de una “etnologización” del planteamiento y de los métodos de estudiar al Estado. Mientras que en la historia se ha efectuado algo sobre esto (se habla de “ongoing dialogues between social history and cultural anthropology”24), en la sociología, en donde prescindiendo de pocas excepciones la cultura sólo constituye un “enclave,”25 queda todavía mucho por hacer.

El cuadro de la violencia

En la literatura actual sobre la violencia en Latinoamérica diferencio tres grupos. Los primeros llamo los “contextualistas”. Estos se centran sobre todo en las causas y circunstancias de la violencia y buscan los links entre la violencia y la “sociedad”. El Estado juega, por lo general, un papel muy importante en sus reflexiones. Prefieren los macroestudios. “I will try to link violence to broader considerations about Mexican politics and society in the revolutionary period”,26 es una frase típica de un contextualista. En la mayoría de los casos se trata de historiadores sociales. Pero naturalmente también antropólogos, teóricos culturales, etc. pueden ser “contextualistas”. En estos casos sólo cambiaría respectivamente el “contexto” desde el que se sitúan. Ya que he hablado un poco de los contextualistas como ejemplo de la historia social no seguiré tratando más el tema.

El segundo grupo busca en sus fuentes la sensualidad de la violencia. La mayor parte de las veces es la unión de la violencia física al cuerpo humano su punto de partida. De manera metódica este grupo tiende al microanálisis. Ellos intentan aclarar al lector de manera plástica la corporeidad de la violencia. El dolor o el transcurso del tiempo en la violencia (cómo se diferencian la rápida cacería, el

23 Stuart HALL , citado en S. ALVAREZ y otros (eds.), Cultures of Politics, Politics of Cultures. Re-visioning Latin American Social Movements, Boulder 1998, p.4. 24 S. DEAN-SMITH , “Culture, Power and Society in Colonial Mexico”, en LARR 33, 1 (1998), pp. 257-277, p. 259. 25 Véase “Introduction”, en D.CRANE (ed.), The Sociology of Culture. Oxford 1994, p. 18. 26 A.KNIGHT, “Habitus and Homicide: Political Culture in Revolutionary Mexico”, en W. PANSTERS (ed.), Citizens of the Pyramid. Essays on Mexican Polical Culture, Amsterdam 1997, p.107.

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lento dolor en los campos de tortura, la breve producción de violencia de la redada, etc.27) son algunos de los temas de los que se ocupa este grupo. Esto no excluye que tanto comportamientos generales, como el Estado, también sean tenidos en cuenta. Es de considerar sobre todo la “marca estatal” del cuerpo humano. Teorías liberales del Estado parten de que en la sociedad “civil” existe una equilibrada balanza de poder entre el Estado y los ciudadanos que está regulada por la esfera pública política y un sistema de checks and balances. En Latinoamérica el equilibrio y la reciprocidad de esta mutua relación pasan por ser perturbados (y esto no sólo a partir de principios del siglo XIX28). En la nueva ciencia política se dice que el desarrollo del Estado en Latinoamérica padece del insuficiente desarrollo de una civil society. La otra cara de la medalla es que el Estado no establece ningún límite obligatorio a su ejercicio del poder. Esto es lo que ocurre con el empleo de la tortura como ha descrito Elaine Scarry en su impresionante libro The Body in Pain. Nancy Scheper-Hughes ha explicado para el caso de Brasil desde el punto de vista de la antropología que en el sistema de la violencia policial y la justicia penal, la tortura está instalada de manera fija como medio para ganar y demostrar poder. Igualmente lo argumenta la antropóloga Teresa Caldeira. Al débil reconocimiento de los derechos personales en Brasil, le acompaña una insignificante sensibilidad por la integridad y la inviolabilidad del cuerpo humano. El poder se marca en el cuerpo de los dominados. Sin embargo no es sólo el Estado el responsable de esta forma de la violencia. A menudo en Latinoamérica, actores individuales utilizan las zonas al margen de la violencia legal para llevar a cabo sus propios asuntos. Así diferencia un nuevo análisis sobre el ejemplo de la policía brasiliana a los “Lone-Wolf Police” del “ institutional functionary” que permanece leal al organismo de policía. El Lone-Wolf-Police es por el contrario un autor individual. Él emplea la violencia sobre todo cuando ve dañado su orgullo personal. Encontramos al Lone-Wolf-Police también en los pequeños países de Latinoamérica en donde había regímenes “sultánicos” (H.E Chehabi y

27 Véase W. SOFSKY, “Zivilisation, Organisation, Gewalt”, en Mittelweg 36, 3 (1994), pp. 57-67, y el ensayo de W. SOFSKY en TROTHA, Soziologie (nota 44). 28 Véase A. ALVES, Brutality and Benevolence. Human Ethology, Culture, and the Birth of Mexico, Westport 1996, que trata las relaciones de jerarquía y reciprocidad (p. 236) durante la creación de la sociedad colonial.

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Juan Linz mencionan entre otros los regímenes de Somoza en Nicaragua o de Duvalier en Haití). Allí, la arbitrariedad de los funcionarios particulares podía prevalecer de todos modos frente al respeto del orden burocrático.29 Hay que agregar que este aspecto toca también la dimensión afectiva de la violencia. Empleos de la violencia, guerras y demás, generalmente son situaciones en donde se concentran los “más intensos sentimientos” humanos.30 Hay casos de organización de la violencia que están muy impregnados de emociones. Pienso, por ejemplo, en el “Berserk Syndrome” que ha descrito el psicoterapeuta Jonathan Shay en un excelente estudio sobre la guerra de Vietnam.31 Queda claro que son diferentes las emociones en pequeños actos de violencia del tipo face to face a las emociones que surgen en actos de violencia organizados por parte de complejas instituciones y en el ramo de muy largas cadenas de personas. De igual forma varían los modos de controlar los sentimientos como partes de actos violentos. En las guerras entre sociedades “primitivas“, por ejemplo, puede desde un principio un “consenso social” limitar ascensos de violencia. Todavía en la actualidad, como por ejemplo en partes de Colombia, encontramos a los sistemas de venganza de la sangre los que se hacen cargo de este función en una manera similar. Ellos regulan los conflictos entre grupos ilegales que no se rigen por ninguna fuerza estatal. A la vez, normalizan los actos de violencia y de este modo la mantienen dentro del ámbito de lo que está permitido social- y culturalmente.32

29 Véase N. SCHEPER-HUGHES, Death without Weeping. The Violence of Everyday Life in Brazil, Berkeley 1992, pp. 227s.; M.K HUGGINS.& M. HARITOS-FATOUROS, “Bureaucratizing Masculinities among Brazilian Torturers and Murderers”, en L.H. BOWKER (ed.), Masculinities and Violence, Thousand Oaks 1998, pp. 29-54; H.E. CHEHABI, J.J. LInz, “A Theory of Sultanism”, en H.E. CHEHABI & J.J. LINZ (eds.), Sultanistic Regimes, Baltimore 1998, pp. 3-25. 30 L.H. KEELEY, War before Civilization, New York, Oxford 1996, p. 3. 31 Véase J. SHAY , Achill in Vietnam. Kampftrauma und Persönlichkeitsverlust, Hamburg 1997. Véase también G.B. PALERMO, “The Berserk Syndrome”, en Aggresion and Violent Behavior. A Review Journal 2 (1997), pp. 1-8. 32 Véase N. WHITEHEAD, “The Snake Warriors Sons of the Tiger´s Teeth: a descriptive analysis of Carib warfare”, en J. HAAS, (ed.), The Anthropology of War, Cambridge 1990, pp. 146-170, p. 167; P. WALDMANN , Rachegewalt. Vergleichende Beobachtungen zur Renaissance eines für überholt gehaltenen Gewaltmotivs in Albanien und Kolumbien (manuscrito 1998). Acerca de la “contingentación” (Bewirtschaftung) del

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El tercer grupo de los análisis de la violencia parte de la sociabilidad de la misma. En primer plano se encuentra la parte socializante de la violencia. Aquí se puede pensar en todos los tipos de variantes posibles, desde la organización de la violencia en corporaciones de hombres (Männerbünde) o instituciones militares33 hasta la etnologización de una “nación” durante una guerra. En la literatura se usa entre otros el concepto de cultura de la violencia o, más bien, de subcultura de la violencia cuando se trata la sociabilidad de la violencia. En Perú por ejemplo, una comisión senatorial realizó en 1989 una “cultura de la violencia” responsable de las causas de las guerras internas en el país. En un review essay sobre Colombia, la “cultura de la violencia” fue considerada hace pocos años como el más importante campo de trabajo de las investigaciones sobre la violencia en Latinoamérica.34 El concepto de “cultura de la violencia” puede tener distintos significados. Se define “cultura de la violencia” como el uso cotidiano de una defensa personal entre las bandas. O se entiende como un limitado medio de socialización productor de violencia que se da sobre todo entre los jóvenes (Outlaw Motorcycle Gang, crash kids, Hooligangs,35 etc.). O bien, como un concepto que describe la relación de las funciones rituales y ceremoniales con los actos de violencia. Esta última “cultura de la violencia” es la mayoría de las veces objeto de estudio por parte de la etnología o de la etnohistoria. No obstante se ha de considerar que este concepto de “cultura de la violencia” está bajo sospecha, por parte de los etnólogos, de no referirse tan sólo a la “realidad” misma, sino que también hace valoraciones capaces de desacreditar a sociedades o

miedo como una de las “causas más significativas del poder” véase N. ELIAS, Über die Einsamkeit der Sterbenden in unseren Tagen, Frankfurt a. M. 1982, pp.52s. 33 Véase P. BEATTIE, “Conflicting Penil Codes. Modern Masculinity and Sodomy in the Brazilian Military”, en D. BALDERSTON & D.J. GUY (eds.), Sex and Sexuality in Latin America, New York, London 1997, pp. 65-85, pp. 66s. 34 Véase R. PEÑARANDA, “Surveying the Literature o the Violence”, en C. BERGQUIST y otros (eds.), Violence in Colombia. The Contemporary Crisis in Historical Perspective, Wilmigton 1992, pp. 293-314, p. 312. Para el caso de Perú este concepto es discutido por D. POOLE, (ed.), Unruly Order. Violence, Power, and Cultural Identity in the High Provinces of Southern Peru, Boulder 1994; F. MAC GREGOR (ed.), Violence in the Andean Region, Van Gorcum 1994. 35 Véase p.e. A. PANFICHI, “Ritual und Gewalt in peruanischen Fußballstadien”, en Lateinamerika. Analysen und Berichte 19 (1995), pp. 42-65.

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culturas completas. Por este motivo en la nueva crítica cultural etnológica se trata de evitar este concepto.

A pesar de las diferencias, la mayoría de las variantes del concepto definen “cultura” como un conjunto de normas y pautas de comportamiento y como un objeto delimitado. En este sentido, una “cultura de la violencia” está unida a determinados grupos y se manifiesta mediante rituales, artefactos y una acción institucionalizada “fuera” del Estado. Esta claro que esta manera de abarcar el concepto de “cultura” no tiene mucho en común con las nuevas teorías culturales de los cuales traté más arriba. Esto se debe al origen del concepto. En las ciencias sociales el término “cultura de la violencia” se remonta a la antigua sociología criminal y a los escritos de los años veinte de la Chicago Schools of Sociology.36 Fue entonces cuando se originó el concepto de subcultura. Se definió violencia como una desviación de lo “normal” y se confrontó a una supuesta sociedad pacífica con grupos minoritarios violentos. Hasta el momento, este principio ejerce una gran influencia en la literatura sobre la violencia y también sobre la violencia en Latinoamérica. Así, por ejemplo, la violencia en Colombia se designa como una forma “irracional” de conducta por la cual es responsable una “subcultura de violencia”.37 Nuevas investigaciones insinúan que en Latinoamérica en la actualidad surgen “subculturas” de la violencia allí donde, o bien el estado entrega a otros actuantes de la violencia grandes territorios, barrios, etc. (por ejemplo Río de Janeiro) o donde se llevan a cabo reducciones de gastos públicos que desmontan estructuras sociales y comunitarias, y donde por esta razón, se pierde el control digamos comunal de la violencia (por ejemplo, Santiago de Chile).38 No está claro hacia dónde se desarrolla esta nueva “subcultura” de la violencia en una época de proximidad virtual en el Internet, en vista del continuo rejuvenecimiento de la población en Latinoamérica y de la relación de estas “subculturas” con la creciente comercialización de la

36 Véase K. GELDER, y S. THORNTON (eds.), The Subcultures Reader, Vol. 1. London, New York 1997; F. SACK, y R. KÖNIG (eds.), Kriminalsoziologie, Frankfurt M. 1968. 37 G. SÁNCHEZ, y D. MEERTENS, Bandoleros, gamonales y campesinos. El caso de la violencia en Colombia, Bogotá 1983, p. 29. 38 Véase B. HAPPE, y J. SPERBERG, “Gewalt und Kriminalität in den städtischen Marginalsiedlungen von Santiago de Chile und Rio de Janeiro”, en Lateinamerika. Analysen, Daten, Dokumentation 15 (1998), pp. 59-73.

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violencia. En los EEUU hay al parecer una “posmoderna” disgregación de las antiguas e históricas subculturas de la violencia. También como consecuencia de la informalización de la economía y de la disminución del sector público se produce en los EEUU una de-pacificación de grupos de jóvenes en zonas marginales, ghettos, etc. La violencia gana de este modo un importante significado como estrategia de supervivencia, mientras que otras formas de capital cultural pierden valor. Desde El Salvador se indica que adolescentes repatriados a la fuerza de los EEUU son portadores de esta “nueva” cultura de las bandas y que la traigan al sur del continente.39

De-culturalización de la violencia

Para el caso de África tituló hace poco la revista Jeune Afrique que la época de los “Cyber-Rebels” ha comenzado.40 En particulares países de África, la organización de la violencia se ejerce en la actualidad por warlords, cárteles de violencia o empresas privadas que trabajan con mercenarios y que salvaguardan el Estado frente a sus enemigos. Estos actores no poseen ningún interés en la organización estatal de la violencia. Sin embargo, por este motivo tampoco aparecen actuantes “culturales” de la misma. Es decir que no se someten (más) a la dicotomía entre “Estado” y “cultura” en la que tanto antes como después, se centra el discurso sobre la violencia en Latinoamérica.41

La creciente comercialización de la violencia en Latinoamérica es algo que llama progresivamente la atención de las investigaciones. Este interés no se centra sólo en las drug wars, en los desarrollos de criminalidad organizada o de violencia similar a la de la mafia. La debilidad del Estado en el control de la violencia produce

39 Véase S. AMOS, “Die US-amerikanische Ghettoforschung”, en Sozialwissen-schaftliche Literatur Rundschau 2 (1999), pp. 5-24, pp. 18s.; I. CASTRO, “Gewalt und Hoffnung in El Salvador”, en Der Überblick 1 (1998), pp. 127-129. 40 Edición No. 1985, 01.02.1999. 41 Véase H. HOWE, “Private Security Forces and African Stability. The Case of Executive Outcomes”, en Journal of Modern African Studies 36,2 (1998), pp. 307-331; véase tambien el destacado artículo de D. CRUISE O´BRIAN, “A lost generation? Youth identity and state decay in Westafrica”, en R. WERBNER y T. RANGER (eds.), Postcolonial Identities in Africa, London, New Jersey 1996, pp. 55-74; K. PETERS y P. RICHARDS, “Why we fight: Voices of Youth Combatants in Sierra Leone”, en Africa 68 (1998), pp. 183-210; P. RICHARDS, Fighting for the Rain Forest. War, Youth and Resources in Sierra Leone, Oxford 1996.

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una gran expansión de industrias privadas para la seguridad, que se benefician económicamente del control de esta violencia. De este modo se sigue ahondando en las pretensiones de soberanía del Estado.42 En otras partes del mundo, en una forma plenamente desarrollada por primera vez en el Líbano a partir de la mitad de los anos setenta, ha surgido una organizada “economía de guerra” a partir de los intereses comerciales en la organización de la violencia y bajo las condiciones de una guerra civil. Por ello la finalidad principal de los actuantes de la violencia es la de garantizar la existencia de la misma economía de guerra y emplear las posibilidades económicas que se dan en el mercado mundial con el comercio de armas, drogas, la explotación ilegal de materias primas, el pago de rescates, etc.43 Desde la perspectiva etnológica africana, se ha desarrollado el concepto de “mercado de la violencia” para describir estos procesos. Según la teoría es en estos “mercados de la violencia” donde la comercialización de la misma experimenta su máximo agravante. Los mercados de violencia forman, según la definición, regiones económicos dominadas por guerras civiles, warlords, bandas, etcétera. Son estructuras al margen del Estado. Surgen tras la unión de la economía mercantil con regiones o bien sectores de la sociedad “abiertos a la violencia” en donde no hay ningún tipo de límite estatal que rija el empleo de la misma.44 Restrictivamente se ha de tener en cuenta que la comercialización de la violencia en Latinoamérica (todavía) no ha alcanzado las dimensiones africanas. Además, el concepto de “mercado de la violencia” es problemático por diferentes razones. Las relaciones de los actores de violencia, por ejemplo, sólo en parte equivalen a las pautas de comportamiento que rigen a los actores de mercado. Además tal creación, según es definida, se tiende a agotar sus recursos para extinguir rápidamente. Parece que los “mercados de violencia” o mejor dicho: estructuras similares a este concepto, se forman en Latinoamérica sólo provisionalmente y en

42 Véase M. VELLINGA (ed.), The Changing Role of the State in Latin America, Boulder 1998; L. GERARDO GABALDÓN “Tendencias y perspectivas del control social en Venezuela en la década de los noventa”, en Ensayos en homenaje a Héctor Febres Cordero, Mérida 1996, pp. 15-35. 43 Véase F. JEAN y J.C. RUFIN (eds), Economie des guerres civiles, Paris 1996. 44 Véase G. ELWERT, “Gewaltmärkte. Beobachtungen zur Zweckrationalität der Gewalt”, en T.v. TROTHA (ed.), Soziologie der Gewalt, Opladen 1997, pp. 86-101.

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zonas periféricas. Durante el siglo XIX fue el caso en algunas zonas fronterizas (frontiers). En la actualidad las mejores condiciones en apariencia para la formación de “mercados de violencia” se dan en las zonas coloniales de Colombia.45

La sociología histórica ha establecida una estrecha relación entre la formación del Estado, la economía (naturaleza de los impuestos) y la estrategia de guerra. Se considera que en la temprana época moderna en Europa, la creación de instituciones burocráticas, así como la creciente efectividad de la recaudación de impuestos que entre aproximadamente 1.400 y 1.800 iban acompañados de las guerras, actuaron como poderosas fuerzas motrices para la organización del Estado. Si, por el contrario, observamos a Latinoamérica, llama la atención que las guerras con motivo de la organización del Estado en el siglo XIX y principios del XX tuvieran aquí un papel diferente. En Latinoamérica las guerras hasta el año 1800 tuvieron lugar casi exclusivamente en las zonas de paso como el Caribe, y los conflictos europeos fueron decisivos. Tras 1810 las guerras se trasladaron al interior de la región. Sin embargo, sólo se produjeron pocas guerras entre Estados y en el siglo XIX más bien se puede decir que disminuyó el número de guerras inter-estatales en Latinoamérica. En su lugar, se disputaron demasiadas pequeñas guerras en el interior de las estructuras socio-políticas denominados “Estados“, entre provincias, comunidades, etc.46 A decir verdad este tema todavía está poco trabajado para el caso de América Latina.47 Pero parece que las guerras latinoamericanas desarrollaron muy poca fuerza integrativa para el Estado y la “nación”. Además hubo otro factor. Al contrario que en los EEUU donde en las frontiers existían claras imágenes étnicas o racistas del enemigo, en Latinoamérica en el siglo XIX, por el contrario, hubo poca radicalización de la violencia

45 Para más información sobre el tema véase M. RIEKENBERG, “Gewaltmarkt, Staat und Kreolisation des Staates in der Provinz Buenos Aires, 1770-1830”, en W. REINHARD (ed.), Verstaatlichung (nota 10), pp. 19-36; N. RICHANI, “The Polical Economy of Violence: The War System in Colombia”, en Journal of Interamerican Studies and World Affairs 39 (1997), pp. 37-81. 46 Véase M.A. Centeno, “War in Latin America: The Peaceful Continent?”, en J. LÓPEZ-ARIAS, y G. VARONA-LACEY (eds.), Latin America. An Interdisciplinary Approach, New York 1999, pp. 121-136. 47 Véase Josefina VÁZQUEZ, “A cientocincuenta años de una guerra costosa”, en Historia Mexicana 186 (1997), pp. 257-259.

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motivada étnicamente. Formas extremas de la violencia étnica como por ejemplo guerras étnicas, faltaron en Latinoamérica en el siglo XIX, o sucedieron sólo de forma leve. Fue solo en algunas partes fronterizas, como en la región del Plata o en Yucatán, donde hubo formas de etnologizar la guerra hasta el ascenso de la guerra hacia una violencia de exterminio.48 Posiblemente esto se deba en primer lugar a que los Estados en Latinoamérica no ejercieron ninguna etnologización de la identidad de la “nación”.49 Quizá constituyó Paraguay una excepción en la guerra de la Triple Alianza, como ya mencionó una vez Eric Hobsbawm en su libro The Age of Capital, 1848 to 1875. De todos modos: Mientras que la violencia en otros lugares del mundo encontró un claro destino porque estuvo dirigida contra “forasteros” e out-groups, en Latinoamérica se centró la mayoría de las veces en conflictos internos. Esto favoreció la pérdida del control de la violencia por parte del Estado.

Las investigaciones las señalan la mayoría de las veces como guerras civiles a los conflictos violentos que surgieron en Latinoamérica tras 1810, 1820. También para el caso de Europa se puede leer que tras 1815 las guerras “... apenas se produjeron, mientras que las guerras civiles, por el contrario, aumentaron”.50 De todas formas, el concepto de guerra civil en cada caso indica algo muy diferente. En Europa describe los acontecimientos revolucionarios dentro de la consolidación del Estado en la época de la Restauración. Para Latinoamérica indica, sin embargo, la transferencia de recursos políticos y militares a grupos locales y a poderes segmentados como consecuencia de la caída del Imperio Español en gran partes de América. Esta diferencia entre violencia local, “guerra”, “guerra civil”, guerra “interna”, etc. tiene también impacto en el carácter de los actores de la violencia. Otra vez una perspectiva comparada puede ser de utilidad. Para el caso de los EEUU, por ejemplo, David

48 Véase M. RIEKENBERG, “ ‘Aniquilar hasta su exterminio a estos indios...’ Un ensayo para repensar la frontera bonaerense 1770-1830”, en Ibero-Americana Pragensia 30 (1996), pp. 61-75; D. WEBER “Borbones y bárbaros”, en Anuario IEHS Tandil 13 (1998), pp. 147-171. 49 Véase por ejemplo M. IRUROZQUI, “Ciudadanía y política estatal indígena en Bolivia, 1825-1900”, en Rev. de Indias 217 (1999), pp. 705-740; Rodolfo STAVENHAGEN, The Ethnic Question, Hongkong 1990, p. 47. 50 R. KOSELLECK, Das Zeitalter der europäischen Revolutionen 1780-1848, Frankfurt a. M. 1969, p. 202.

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Courtwright defiende la opinión de que la violencia extra-estatal en los EEUU en el siglo XIX fue realizada principalmente por hombres jóvenes, solteros, y “nómadas” (transiens). Los ámbitos típicos de esa violencia eran las ciudades mineras y los campamentos de la Union Pacific Railroad en la frontier. Esta violencia no estaba dirigida políticamente ni calculada de manera económica sino que más bien era una oportunidad de hacer negocio. Se puede criticar de exclusivista a la tesis de Courtwright (que aunque ya no nueva, ahora es mejor comprobada de forma empírica) por distintas razones.51 Para fines comparativos, es esta tesis sin embargo útil porque no hubo, o tan sólo de forma restrictiva, una cultura de la violencia de los single young men tal y como Courtwright la describe para el caso norteamericano. En Colombia por ejemplo, se estima que fue en la época de los sesenta por primera vez cuando surgen actores de violencia juvenil que se habían desencadenado de las antiguas bandas locales y lealtades clientelas.52 En diferencia a las investigaciones sobre los EEUU, en la literatura sobre Latinoamérica predomina, si la examino con detalle, un tipo de actor de violencia unido habitualmente a sistemas sociales que están estructurados de manera jerárquica. Es parte de las bandas familiares de carácter patriarcal. Representa la “combinación entre violencia y paternalismo”.53 Esto podría explicar por que tras las declaraciones de la Conferencia Mundial de la Mujer de 1995, en la actualidad mundial un porcentaje promedia del 21% de las mujeres casadas son maltratadas físicamente por sus maridos, mientras que en Colombia el porcentaje es del 65%. La característica principal de esta organización “familiar” de la violencia era que ella misma (e apoyada por estructuras pueblerinas, tradiciones corporativas y dependencias clientelas) se adhería a las estructuras del poder local. Las consecuencias de esto fueron intensas fragmentaciones del Estado. Mientras que en los EEUU, exceptuando

51 D. Courtwright, Violent Land. Single Men and Social Disorder from the Frontier to the Inner City, Cambridge, Mass. 1996. Véase también J. ARCHER, (ed.), Male Violence, London 1994; T. NEWBURN y E. STANKO (eds.), Just Boys doing Business? Men, Masculinities and Crime, London, New York 1994. 52 Véase D. BETANCOURT, y M.L. GARCÍA, Matones y cuadrilleros. Orígen y evolución de la violencia en el occidente colombiano, Bogotá 1991, p. 120. Sobre actantes juveniles de la violencia hoy, véase A. SALAZAR , Born to die in Medellin, London 1992. 53 A. FLORES GALINDO , La tradición autoritaria. Violencia y democratización en el Perú, Lima 1999, p. 43.

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los estados del sur, fue relativamente fácil reducir el nivel de violencia de los single young men pertenecientes al estatus de “subculturas” durante el período de desarrollo de la organización estatal a principios del siglo XX, en Latinoamérica fue por el contrario mucho más difícil para el Estado imponerse sobre una organización de la violencia basada en bandas familiares y estructuras de poder local. Aparentemente esto fue también el caso por que la integración de los actores de violencia en redes familiares formó solo una variante de una probada estrategia de supervivencia.

La violencia unida a la familia convierte en Latinoamérica al Estado, entendido como instancia de la disciplina social, en cierta manera en una superflua autoridad competente. Los cambios en la sociedad y sobre todo en la urbanización destruyen, no obstante, antiguas formas de control de la violencia no estatales.54 Sobre todo en los centros urbanos que se desarrollaron rápidamente en los grandes países de Latinoamérica a partir de 1880, el Estado tuvo que encargarse mucho más que antes de establecer un control social. Pero para ello estaba mal preparado. Como débil actante que disponía de pocos recursos, el Estado recurrió a la violencia física pública para poder establecer el control sobre la sociedad. Esto explica también la comparativamente alta tendencia a la violencia que tiene el Estado en su política interior en Latinoamérica. Los estudios sobre el Estado y su papel en la civilización de la sociedad en Latinoamérica han aumentado en los últimos años. Los trabajos de Foucault según los cuales se produce por un lado, una pacificación de la sociedad mediante un rutinario control policial y por otro, una internalización de la disciplina, tuvieron una gran influencia en muchos casos. Los estudios de Elias tuvieron poca aceptación en Latinoamérica (sí han sido muy discutidos en las investigaciones sobre la temprana edad moderna en Europa). El interés de estas investigaciones abarca la mayoría de los sectores de la sociedad. Son de mencionar, en este punto, las clásicas instituciones públicas como la policía, el sistema presidiario, la sanidad, etc. Muchos de estos estudios muestran qué límites tiene la influencia de las organizaciones estatales en partes de Latinoamérica. Especialmente extremo se muestra esto en los casos en 54 Véase la introductión, en S.M. ARROM y S. ORTELL (eds.), Riots in the Cities. Popular Politics and the Urban Poor in Latin Amerca, 1765-1910, Wilmington 1996, p. 7.

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los que la administración de la justicia en la actualidad no posee (casi) ninguna influencia en la organización interna de las cárceles.55

Epilogue

Aparentemente una causa del aumento del interés por parte de las ciencias sociales en las últimas dos décadas sobre el Estado y la violencia es, que la fase de expansión “del” modelo de Estado europeo está evidentemente rebasada. Formas estatales de la organización de la violencia se descomponen (nuevamente) en varias partes del mundo. El aumento del warlordism en África y partes de Asia o de las non-governmental areas en zonas urbanas lo parecen señalar.56

Ante el trasfondo de estos procesos y según los criterios del monopolio de la violencia y de los impuestos, entendidos como componentes imprescindibles de la soberanía estatal, se considera al Estado latinoamericano más bien débil.57 En lo que respecta al control de la violencia, el Estado latinoamericano esta confrontado a menudo con estructuras de organización autónoma de la violencia. Antes se trataba de poderes locales clientelistas, pueblos y comunidades, colectividades (Gemeinschaften) étnicas, movimientos milenarios, etc. Hoy día son grupos paramilitares, cárteles, subculturas, “mercados de

55 Véase p. e. Fundación Regional de Asesora en Derechos Humanos (ed.), La violencia intracarcelaria en el Centro de Detención Provisional de Quito, Quito 1997; J.L. PÉREZ GUADERLUPE, Una etnografia del penal de Lurigancho, Lima 1994, pp. 35f.; Human Rights Watch (ed.), Prison Conditions in Venezuela, New York 1997; P. ANDRADE

ROA, Carceles de Venezuela. Campos de exterminio, Caracas 1996. Sobre culturas “duales” véase N. ALVAREZ LICONA, “Las Islas Marías y la subcultura carcelaria”, en Boletin Mexicano de Derecho Comparado 91 (1998), pp. 13-29. Como orientación véase R.D. SALVATORE y C. AGUIRRE (eds.), The Birth of the Penitentiary in Latin America: Essays on Criminology, Prison Reform and Social Control, 1830-1940, Austin 1996). 56 Véase M. RIEKENBERG, “Warlords”, en Comparativ 6 (1999), pp. 187-205. 57 Hasta ahora, las comparaciones acerca del Estado en Latinoamérica estuvieron la mayorá de las veces orientadas de una forma funcional y para conseguir sus cometidos se cuestionaban cómo de “fuerte” o “débil” era el Estado latinoamericano y de qué recursos disponía. Véase E. Huber, “Assessments of State Strength”, en Latin America in Comparative Perspectives. New Approaches to Methods and Analysis, Boulder 1995, pp. 163-193, p. 165; , M.S. GRINDLE, Challenging the State. Crisis and Innovation in Latin America and Africa, Cambridge 1996; J. LINZ y A. STEPAN (eds.), Problems of Democratic Transition and Consolidation: Southern Europe, South America and Post-Communist Europe, Baltimore 1996.

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violencia“, etc. que toman del Estado partes de su soberanía. De todas formas se han de tener en cuenta las considerables diferencias entre los distintos países. Llama la atención que sean a menudo Colombia o El Salvador los más mencionados cuando se habla de violencia en “Latinoamérica”.

A pesar de las debilidades y de los componentes de “anomía” de la organización estatal, no presenciamos en Latinoamérica ninguna desintegración total del Estado. Quizá Colombia sea en este sentido una excepción: Paul Oquist ya diagnosticó en 1980 un “partial collapse of the state”. Pero en general Latinoamérica posee una fuerte tradición del Estado y de la urbanidad, así como de una organización social jerárquica. Esta tradición se puede observar incluso en el ámbito del tráfico de droga y de la criminalidad organizada, en donde se puede observar fuertes diferencias entre partes de Africa y de Latinoamérica.58 Por este motivo es poco probable que el Estado en Latinoamérica pierda totalmente su “right to rule”.59 De todas formas, el repliegue del Estado observado desde hace algunos años en sectores de la sociedad y de la economía en favor del crecimiento del mercado, podría significar que la esfera pública se descompone todavía más que antes en segmentos distintamente seguros.

58 Véase sobre esto en comparación con África J.F. BAYART et al. (eds.), The Criminalization of the State in Africa, Oxford 1998, p. 11. Véase también la excelente comparación entre la violencia mafiosa en Italia y Colombia de C. KRAUTHAUSEN, Moderne Gewalten. Organisierte Kriminalität in Kolumbien und Italien, Frankfurt, New York 1997. 59 I.W. ZARTMAN (ed.), Collapsed States. The Desintegration and Restoration of Legitimate Authority, Boulder 1995, p. 5.

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