algunos apuntes sobre el pensamiento económico en la edad media

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ALGUNOS APUNTES SOBRE EL PENSAMIENTO ECONÓMICO EN LA EDAD MEDIA

Santo Tomás de Aquino (1225-1274): Una característica muy relevante de la vida económica medieval fue la existencia de gremios (vendedores organizados en corporaciones; agrupaciones verticalistas que abarcaban tanto a los maestros como a los aprendices y compañeros). Su objeto era múltiple: garantizar la calidad de la mano de obra, organizar fiestas y otras celebraciones en fechas señaladas, ejercer influencia política y regular los precios y los jornales de los trabajadores. Pero luego hubo una deformación del fenómeno, un exceso

de protección que llevó a la presencia de monopolios y a la fijación de precios monopólicos. En tales circunstancias, se planteó la cuestión de la equidad o justicia del precio. Aquino planteó el justo precio como una obligación religiosa, pero nunca definió la forma de determinar el justo precio. Desde la época de Aquino, el conflicto entre la moralidad y el mercado se resolvió a favor del mercado. Aquino apuntó también a la obligación de los vendedores a ser transparentes (informar sobre la calidad). Afirmó que el vendedor no debe vender un producto defectuoso a sabiendas, y si llega a vender alguno por inadvertencia, debe indemnizar al comprador al descubrirse la falta. En

cuanto a la cuestión de si el vendedor debe advertir la existencia de una imperfección en un artículo por otros conceptos aceptable, desde luego que debe hacerlo, a menos que el defecto sea obvio. Santo Tomás sostuvo la proscripción del cobro de intereses y examinó la licitud del comercio en gral. En cuanto a esto, afirmó que era lícito cambiar cosas por dinero para satisfacer las necesidades naturales, pero no cambiar dinero por dinero o cosas por dinero para obtener beneficios. Santo Tomas de Aquino llegó a admitir el cobro de una ―prima de riesgo‖: quien hacía un préstamo tenía el riesgo de no recuperar el Capital.

Nicolás Oresme (12320-1382) afirma que el comercio era de primordial importancia; lo que debían hacer los príncipes era fomentar el comercio y crear para ello las condiciones favorables. Para Oresme, la principal de tales condiciones era la correcta administración financiera. A Oresme se lo considera el primer monetarista. Sostuvo que el príncipe no debía alterar el contenido metálico de la moneda, ya que la moneda fiable y buena favorecía al comercio. Por otra parte, advirtió que la moneda mala desplaza a la buena. Durante la Edad Media, no fue mucho lo que se escribió, porque la economía no existía separadamente de la vida económica. La rígida estructura jerárquica de la sociedad feudal encargaba y distribuía bienes y servicios, no con el incentivo de sus respectivos precios, sino en respuesta al imperio de la ley, la costumbre y el temor a un castigo indigno y notoriamente doloroso. El mercado constituía una excepción esotérica, y es lógico que los estudiosos no se ocuparan de él. Oresme,

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que en cambio lo hizo, reaccionó ante un mundo nuevo y en expansión, en el cual surgían con fuerza los mercados y el dinero.

La ruptura del sistema antiguo se da con la invasión de los árabes en el siglo XII. En el occidente del Mar Mediterráneo desaparece el comercio marítimo y la actividad se concentra en el campo agropecuario. El Imperio Carolingio se ve obligado a ocuparse de la agricultura, porque por el este estaban los árabes y por el occidente los vikingos. Más tarde comienza a desarrollarse comercio al norte, desde los Países Bajos hasta Rusia. En Holanda, se desarrollan las primeras industrias. Los comerciantes compran lana en Inglaterra, la llevan a Holanda donde se hace el primer procesamiento y luego las llevan a las ciudades donde los artesanos las terminan. A partir de aquí comienza a darse en las ciudades una división de los gremios: • Los que abastecen al mercado local, donde el jefe era el maestro. • Los que se dedicaban a la exportación, donde el maestro era un empleado del comerciante. Comienza a aparecer también con esto el problema del desempleo, cuando por ejemplo, se atrasaba el barco con la lana de Inglaterra. Hubo revueltas, pero los gremios no tenían suficiente poder. El comercio, si bien se estaba desarrollando, era aún pequeño. Las únicas industrias para exportación eran los paños flamencos, los vinos franceses y los metales. Se desarrolla por otra parte el proteccionismo urbano.

En la Edad Media, no había oportunidades de inversión; todo el excedente se destinaba a construcciones de carácter religioso u ostentoso. Cuando había oportunidades de inversión, se invertía en comercio. A partir del mayorazgo (el hijo mayor hereda todo => algunas personas de la flia se van) se da un recupero de tierras caídas o pantanosas que aumenta el área cultivable y genera un importante crecimiento de la producción agrícola. Esta gente era libre, e incluso crearon ciudades libres. Así, en esta etapa, surgen una serie de cambios que van creando las bases para el período siguiente. En la política, disminuye el poder de los señores feudales y aumenta el poder de los reyes => surgimiento de las primeras naciones => el proteccionismo urbano se va convirtiendo en protección nacional => mercantilismo.

"La ética protestante y el espíritu del capitalismo". Reflexiones a partir del pensamiento ético-económico de Martín Lutero

Dani

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el C. Beros

1. Introducción

El tema que me he propuesto compartir con ustedes en este panel sobre "Ética, Cultura y Religión" ha sido motivado por dos "conexiones". La primera de ellas es la que enlaza al "protestantismo" con el "capitalismo"; la otra es la que vincula al "capitalismo" con el mandamiento "no matarás".

Efectivamente: al menos desde Max Weber, en el mundo académico en particular y en la opinión pública en general, fue ganando espacio la tesis que identifica como uno de los factores preponderantes que dieron origen al capitalismo occidental al "espíritu", a la ética observada en determinados grupos religiosos protestantes. En ese contexto es posible observar que con frecuencia ha tenido y tiene lugar una tendencia a la pérdida de matices y a la simplificación de la fascinante y rica tesis weberiana, que lleva a hacer de los reformadores algo así como los "padres espirituales" del moderno capitalismo. Al respecto conviene volver a preguntarnos hasta qué punto tiene fundamento esa visión.

Por otra parte, al menos desde Karl Marx, la reflexión teórica y la práctica política han venido estableciendo una estrecha conexión entre el capitalismo y la explotación y la muerte de las mayorías — en una ligazón causal que en los últimos años se ha venido expresando con fuerza creciente en el clamor de millones de víctimas del sistema neoliberal globalizado, que se basa en una ideología absoluta del mercado, tanto en los países centrales del norte, como sobre todo en los países del sur, donde viven la gran mayoría de los pobres. En ese contexto surge la pregunta por modelos alternativos de entender y hacer economía, que sirvan y fomenten la vida de las personas, atendiendo y dando respuesta a las necesidades de las y los más pobres y desfavorecidos, a partir de una racionalidad que integre un profundo respecto por la naturaleza.

En el marco de la presente ponencia me propongo aportar algunos elementos al debate planteado en torno a ambas "relaciones": "protestantismo-capitalismo" y "capitalismo-quinto mandamiento". Para ello los invitaré a transitar por una vía indirecta y, en nuestro medio, poco frecuentada, como es la de pasar revista a la ética-económica de los propios reformadores, en este caso, la de Martín Lutero. Mi contribución, por tanto, se limitará a trazar brevísimamente los principios y motivos

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fundamentales del pensamiento del reformador en la materia. En el estrecho marco de la presente ponencia, no pretendo pues llevar adelante una discusión más detallada y profunda de complejas cuestiones de orden múltiple que surgen de ambas conjunciones. No obstante considero que volver a escuchar la voz de los reformadores puede contribuir, por un lado, a aguzar nuestra lectura de la mencionada tesis de Weber, evitando simplificaciones; por otro, a preguntar por la posible contribución que pueda hacer la herencia teológica de la Reforma a la común búsqueda de formas de "hacer economía" que sirvan a la vida.

Martín Lutero: Principios y motivos de su ética económica

Como hombre de la primera mitad del siglo XVI, a Martín Lutero le tocó vivir en un tiempo histórico de grandes transformaciones y convulsiones, como las que en Europa marcaron el avance y establecimiento del capitalismo

temprano. Ello no sólo dio lugar a una profunda transformación de las formas materiales de la economía y de la vida social, sino que impulsó también grandes cambios en la mentalidad de las personas. Desde su oficio de teólogo y pastor Lutero asumió la responsabilidad de esclarecer la relación entre fe y economía, ayudando también en este campo a agudizar la conciencia de las cristianas y los cristianos.

Los tres "pilares" de la ética económica luterana

Una característica esencial del modo en que Lutero abordó los problemas y desafíos que surgían del ámbito de la vida social en general y de la economía en particular, radica en que siempre tenía en vista a actores concretos, que eran llamados a obrar responsablemente de este o aquel modo, en consideración de su oficio, cargo y responsabilidad específica, así como de las estructuras sociales y políticas involucradas; el reformador no partía de normas morales generales, sino que preguntaba por las reglas y principios de acción que correspondían en cada caso a quienes concretamente interpelaba. Entre las distinciones y criterios que le permitieron discernir las implicancias éticas ligadas al actuar económico, pueden ser identificados algo así como tres "pilares" fundamentales:

a) El mandamiento de amor al prójimo

b) La doctrina de los dos regímenes

c) La doctrina de los tres órdenes creacionales

Esos tres núcleos doctrinales, que Lutero recibió de la tradición y reelaboró a partir de su teología bíblica, componen en su pensamiento un todo orgánico, y no deben

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ser vistos como meros esquemas inconexos. Podría comparárselos con "lentes" de distinto grosor, como las que poseen microscopios, largavistas y telescopios: si se los utiliza complementariamente, permiten observar la estructura y dinámica de la realidad en su diversidad de niveles y dimensiones. Del mismo modo los mencionados "núcleos": si bien cada uno tiene una función y una pertinencia propia, hacen posible una misma mirada, que busca identificar el modo en que el obrar humano con su "hacer economía" puede responder al obrar misericordioso y salvador de Dios en el mundo — cooperando con Él.

a) Dejando que se haga presente el prójimo en su necesidad

Para Lutero el criterio decisivo, también en la vida económica, es: si la fe y la confianza son "justas y verdaderas", sus obras serán buenas; si la confianza y la fe son "erróneas e injustas", sus obras serán malas.

La fe "justa y verdadera" es la que nace de la cruz: quienes viven de lo que Dios hizo y hace en su favor por medio de Jesucristo, confían en la fidelidad de su amor por sobre todas las cosas. Su decidir y actuar, en todos los ámbitos de la vida, se regirá por el decidir y actuar de Cristo, que Lutero encuentra reflejados con especial fuerza y claridad en el "Sermón del Monte". Por tal motivo todos sus escritos dedicados al tema se asientan en ese pilar fundamental, que él describe (según Mt 5, 40 + 42) como los "tres grados del obrar cristiano con bienes temporales":entregar nuestros bienes – tolerando que nos los quiten y roben, sin oponer resistencia; dar al que lo necesita – sin esperar devolución; prestar nuestros bienes a quienes lo necesitan – sin cobrar intereses, estando dispuestos a darlos por perdidos si no los traen de vuelta.

Para Lutero no se trata de opciones evidentes al "sentido común", que normalmente sólo sabe del amor a sí mismo y sólo ve la propia conveniencia. Así obra aquél cuya fe es "justa y verdadera", pues reconoce y cuenta con la misericordia y generosidad de Dios. Ello lo libera de la angustiosa compulsión a acumular para sí, posibilitando que los dones de Dios lleguen a quienes los necesitan, de modo que "todos alaben a su Padre, que está en el cielo" (Mt 5, 16). De allí que el reformador encuentre en el "Sermón del Monte" no ya los "consilia", que la iglesia medieval encomendaba sólo a aquellos que deseaban alcanzar un mayor grado de perfección religiosa, sino una especie de "introducción al oficio de prójimo", que mueve a la agudización de la conciencia de todo el pueblo de Dios, a una comprensión transformada de las situaciones humanas de vida de cada una y cada uno, a partir de la misericordia y la justicia de Dios (cf. Rom 12, 1-2).

Ese oficio de los cristianos también fue descrito por Lutero en su famoso "Tratado sobre la libertad cristiana", de 1520. Allí, en el primero de sus 30 párrafos, señala lo que es un cristiano, afirmando: "...El cristiano es libre señor de todas las cosas y no está sujeto a nadie. El cristiano es servidor de todas las cosas y está supeditado a todos...". La identidad cristiana es paradójica: "señor" y "servidor", "justo" y "pecador" — a la vez. Dicha identidad tiene su fundamento en la obra liberadora de Dios en Jesucristo: al aceptar por la fe el juicio de Dios sobre su

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condición de pecador, recibe la gracia del perdón, que lo hace una "nueva criatura" en Jesucristo. Para Lutero, quien le dice sí a la voluntad expresada por Dios en la cruz y resurrección de Jesús, cumple el primer mandamiento, y "quien cumple el primer mandamiento cumplirá también segura y fácilmente todos los demás"; de tal forma, servirá al prójimo libremente, como Cristo lo hizo con ella o él:

"...Sabrás que los bienes de Dios han de pasar de unos a otros y pertenecer a todos, o sea, cada cuál cuidará de su prójimo como a sí mismo. Los bienes divinos emanan de Cristo y entran en nosotros: de Cristo, de aquel cuya vida estuvo dedicada a nosotros, como si fuera la suya propia. Del mismo modo deben emanar de nosotros y derramarse sobre aquellos que los necesitan... (...) Se deduce de todo lo dicho que el cristiano no vive en sí mismo, sino en Cristo y el prójimo; en Cristo por la fe, en el prójimo por el amor..." .

En la "Disputación de Heidelberg" (1518) — un escrito temprano en que el joven monje expuso sintética y agudamente los fundamentos de su nueva teología, en la modalidad académica de su época — ese amor, a través del que se manifiesta la fe del cristiano, es caracterizado con mayor precisión al oponer dos clases de amor, el divino y el humano. Mientras que el amor del hombre parte de aquello que el juicio de mayoría de las personas y de la sociedad tiene por bello, bueno, justo, grande, valioso y santo, buscando apropiárselo para sí, el amor de Dios sigue otra "lógica", la de la cruz — aquella lógica que permite ver a los que el mundo no ve, pues los tiene por "nada": a las y los débiles, pobres y marginados. Ellos son reconocidos por aquel amor creador y solidario, que transforma la realidad en la fuerza de la resurrección, compartiendo todo aquello que necesitan para experimentar el consuelo y el bien que vienen de Dios. Así Lutero articula una ética que vive del amor preferencial de Dios por las víctimas de toda violencia — en particular de aquella que tiene raíces en el egoísmo y la avidez apropiadora/expoliadora de las personas — y se desarrolla como una praxis solidaria y transformadora, que sigue la lógica del "amor de la cruz, nacido en la cruz".

b) Identificando la "tarea" encomendada por Dios

Lutero sabía que los cristianos "son aves raras" en la tierra. De allí que consideraba necesario que haya un gobierno civil, que vele para que "el mundo no se vuelva un desierto, la paz no se pierda ni se destruyan del todo el comercio y la comunidad entre la gente".

La visión luterana "de los dos regímenes" (o, como se la conoce más comúnmente: "de los dos reinos") describe justamente el modo en que Dios lleva adelante su voluntad salvífica en y para con el mundo a través de la historia. Por su encargo específico y el medio o instrumento utilizado para cumplirlo, dicha visión distingue entre el "régimen espiritual", encarnado por la Iglesia, a través del que Dios obra la justicia de la fe, únicamente mediante su Palabra; y el "régimen

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temporal", encarnado por el Estado, que ha recibido de Dios el encargo de velar por el derecho y la paz, a través de la ley y los medios de coerción ligados a ella.

Dicha distinción apunta a preservar la unidad de la obra del Creador y Redentor frente a la permanente amenaza de la creación "buena" por parte de los seres humanos. Pues, para Lutero, es el ser humano quien "abusa de la naturaleza, al decir: yo haré, yo gobernaré y conduciré esos dones hacia este fin, y a partir de allí buscaré placer, gloria y tranquilidad, etc.". El ser humano, en su condición de pecador, procura elevarse sobre el resto de la creación, disponiendo de ella como un verdadero dios. De allí que ambos "regímenes" estén al servicio del mismo amor de Dios hacia sus criaturas, quien busca contener y transformar la lógica del "yo haré, yo gobernaré...".

Esa perspectiva le permite al reformador establecer criterios para la vida cristiana y para el ejercicio de la responsabilidad que surge del encargo específico que Dios realiza a las personas en ambos regímenes. Uno de los campos en que los explicita es el comercio. Lutero considera al comercio una actividad necesaria, que "bien puede usarse cristianamente". Sin embargo, al observar el modo en que generalmente se lleva adelante y al desimplicar la "lógica" que la preside, señala el peligro que encierra en su carácter ambiguo: frecuentemente "legal" (en la teoría) pero "injusto" (en la práctica).

En su escrito "Sobre el comercio y la usura" de 1524 trata una de las cuestiones de la práctica comercial en las que observa esa perniciosa ambigüedad y falsía: la fijación de precios. Allí Lutero critica lo que considera una "regla común" entre los comerciantes: vender su mercadería lo más caro que les sea posible. Para él ello se basa en un profundo desprecio por el prójimo. Así el comercio no es más que "robar y hurtar los bienes a los demás", como se ve en el seguimiento ciego de la famosa "ley de la oferta y la demanda": cuando el comerciante nota que el prójimo necesita de la mercadería que él posee, aumenta su precio; así al pobre "no se le vende la mercadería tal como es, sino con el agregado y la añadidura de que él necesita de ella".

Dado que el comerciar es una obra que se ejecuta para el prójimo, el principio que debería regir la fijación de precios de venta es: "venderé mi mercadería tan cara como deba o como sea justo y equitativo". Reconociendo la dificultad que radica en el carácter esencialmente incierto del asunto — que radica en la multiplicidad de factores no disponibles que intervienen en el proceso comercial — Lutero sugiere que el gobierno civil, ejerciendo su responsabilidad específica, designe una comisión de "personas sensatas y honradas" con el objetivo de evaluar los costos y proponer precios máximos de venta para las mercaderías, que a su vez contemplen la justa ganancia del comerciante.

En ese mismo texto Lutero también se ocupa de las grandes compañías comerciales (como las de los famosos Fugger, de Augsburgo), que controlaban el mercado en su propio beneficio, que "...suben y bajan los precios según su albedrío, y oprimen y arruinan a todos los comerciantes más débiles, como el lucio

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a los pequeños peces en el agua. Proceden como si fuesen señores sobre las criaturas de Dios y exentas de todas las leyes de la fe y el amor...". Dado su control monopólico de amplias ramas enteras del comercio, cuando tienden a perder con un producto, recuperan el doble aumentando el precio de otros; de lo que por naturaleza es peligroso, inseguro e incierto ellos hacen un negocio seguro, cierto y perdurable, asegurándose así su ganancia a costa de la explotación y empobrecimiento del resto de la población. Lutero sostiene que los gobernantes deberían intervenir en su contra, poniéndoles límite mediante leyes severas. Sin embargo ha oído "que se han conjurado con ellos", cumpliéndose para él la palabra de Isaías: "Tus príncipes son compañeros de ladrones" (Is 1, 23). Pero Dios no se quedará impasible, sino que descargará su ira sobre "príncipes y comerciantes".

c) Manteniéndose en el "lugar" en que Dios obra y otorga su bendición

Hacer buena economía, buena administración de la "casa común", para Lutero significa cumplir esa tarea trabajando en atención al obrar de Dios, reconociéndolo y dejando que se haga presente en la plenitud de sus dones. Interpretando el Salmo 127 ("Si el Señor no construye la casa, de nada sirve que trabajen los constructores...") — un texto clave para la comprensión de la ética económica del reformador — señala:

"...La administración de la casa debe ocurrir en la fe, entonces allí hay suficiente, para que se reconozca que ello no depende de nuestro hacer, sino de la bendición y el sostén de Dios. Pero ello no debe ser entendido como que Él prohibiese trabajar. Se debe trabajar, pero el sostén y la plenitud de la casa no debe serle adjudicada al trabajo, sino solo a la bondad y a la bendición de Dios... (...) Aquí Salomón quiere confirmar el trabajo, pero rechazar la preocupación y la ambición. Pues él no dice: el Señor construye la casa para que nadie tenga que trabajar en ella, sino así: si el Señor no construye la casa, trabajan en vano los que construyen en ella, como si quisiera decir: se debe trabajar, pero es en vano, cuando solamente por el trabajo uno cree poder alimentarse a sí mismo. El trabajo no lo hace, Dios lo debe hacer. Por ello trabaja de tal modo, que no trabajes en vano. Pero tú trabajas en vano cuando te preocupas y te confías en que tu trabajo es el que te alimenta. Trabajar te compete a tí, pero el alimentar y el administrar la casa le compete solo a Dios. Es por ello que tu debes distinguir, separando claramente ambas cosas, trabajar y administrar la casa o alimentar, tanto como están separados entre sí el cielo y la tierra, Dios y los seres humanos..."

En la perspectiva de la interpretación bíblica luterana el actuar económico humano debe permanecer estrechamente vinculado al actuar de Dios, debe estar abierto a la irrupción de Su economía. Para ello las personas han de mantenerse en los "espacios" donde el actuar de Dios encuentra al ser humano, allí donde éste experimenta su actuar bienhechor, donde recibe el consuelo y fortalece su esperanza de que Dios sostiene y sana la vida de sus criaturas: en y a través de las dimensiones fundamentales de vida, de los "órdenes" creados por Dios — politia, oeconomia y ecclesia. Al reflexionar sobre el Salmo 147 (vs. 13), Lutero

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afirma: "...qué otra cosa es, con respecto a Dios, todo nuestro trabajo en el campo, en el huerto, en la ciudad, en la casa, en la lucha, en el gobierno, sino una obra de criaturas tal, que a través suya Dios quiere dar su don en el campo, en la casa y en todas partes. Ellas son las máscaras (lit. "larvas") de nuestro Señor Dios, bajo las cuales Él quiere permanecer oculto y obrar todo...". Dios se hace presente con sus dones y su bendición, no sólo en el ámbito de lo "religioso", "espiritual" o "interior", sino en y a través de los tres "poderes" con que lleva a cabo su obra sustentadora y redentora en y para el mundo.

Sin embargo, la bendición de la que Dios hace partícipes a las personas a través de esos tres órdenes o poderes no se identifica con aquello que mayormente significa "tener éxito"; ser bendecido por el Dios Trino implica, ante todo, experimentar su fidelidad soberana y libre, no disponible a la instrumentalización manipuladora del hombre: Dios es su Creador y Señor, que obra en todas partes, pero permaneciendo a la vez oculto. Una de las "máscaras" a través de las que Él quiere obrar en su bien es el trabajo humano. Para Lutero el trabajo es una componente fundamental de la relación con Dios, quien honra al ser humano haciéndolo su colaborador en la tierra. Así, trabajar, es actuar por Dios al servicio de la creación. Sin embargo, al mismo tiempo, el trabajo esta sometido a la lógica del pecado. Como observa Lutero con respecto al primer mandamiento: o las personas llevan una vida con Dios, confiando su corazón y su vida sólo a Él, o ponen su corazón en las cosas que producen o desean. De allí que para el reformador la codicia sea expresión de aquella lógica errónea que, por tener raíces en una "mala fe", se orienta a una meta abstracta y pierde de vista a las personas concretas y sus necesidades.

Eso es lo que Lutero denuncia en las prácticas financieras y especulativas de su tiempo, al detectar una peligrosa modificación en la escala de valores y en la mentalidad de los cristianos (no por último en la teología y la iglesia), manifiesta en la consideración positiva y en el gran auge cobrado por los negocios basados en el cobro de intereses. De ese modo la codicia y la usura buscan pasar por algo justo y equitativo ocultando su maldad tras un vergonzoso "antifaz". El criterio que lo lleva a ese juicio es la observación de los "frutos" de dichas prácticas: la ruina y el perjuicio de pueblos enteros, que beneficia sólo a los capitalistas. Así pues, para él no hay duda de que se trata ésa de una práctica mala, que no está movida por el amor, sino por el egoísmo, dado que el "inversor" se desentiende de la suerte del prójimo, con tal de obtener un rédito seguro para sí, sin siquiera mover un dedo.

Al respecto Lutero observa que, al no tener en cuenta los riesgos inherentes a toda actividad económica — insegura por definición — la pretensión de obtener un interés fijo, no tiene sustento en la economía real, salvo por el hecho de que unos se apropian ilegítimamente del esfuerzo del trabajo de otros. Por eso la única forma admisible de esa clase de inversiones sería aquella en la que el prestamista comparta los riesgos de la empresa, ligando el cobro de interés a la suerte del trabajo – y no, por ejemplo, al prendamiento del suelo o de las herramientas de trabajo. Si hay ganancia, se comparten las ganancias, de lo contrario, se deben

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compartir equitativamente las pérdidas. En el caso en que ambas partes "necesiten de lo suyo para vivir", es admisible un interés moderado, que en ningún caso podrá ser superior a un 5 %. Contratos que obliguen en forma "automática" al pago de intereses aún mayores, deben ser anulados por la autoridad civil, pues "aquello que va en contra de Dios, el derecho y la naturaleza, es nulo", aunque haya sido "firmado con sangre" .

Así es que para Lutero "…no hay enemigo más grande para las personas (después del diablo) que un codicioso y usurero...", pues no roba y asesina sólo a unos pocos, sino a miles. Tales personas son idólatras, adoradores del Mamón: mediante su poder pretenden ellos mismos ser adorados como dioses por el resto de los personas, a quienes desean esclavizar eternamente. De allí que exhorte a los predicadores (y a los cristianos en general) a cumplir con su responsabilidad de desenmascarar los mecanismos que desatan y posibilitan semejante violencia material y simbólica a partir del principio evangélico: prestar y obligar a devolver más o mejor por lo prestado, es practicar la usura. Por otra parte le deberán recordar a la autoridad civil su deber de escuchar el clamor de los oprimidos, ayudando a liberarlos. Lutero insiste en que, de no hacerlo, ellos mismos serán castigados por Dios, porque Él es un defensor de los pobres y sufrientes, que quiere vida para todas sus criaturas.

3. Otra vez: la "ética protestante y el espíritu del capitalismo"

A partir de lo expuesto anteriormente retomaré lo esencial: para Lutero la ética y la racionalidad económica se "encuentran" cuando los seres humanos hacen economía y trabajan "en la fe", es decir en atención al obrar de Dios y a la plenitud de sus dones, cooperando con Él. Según sea su responsabilidad específica, los actores son remitidos al cumplimiento de una tarea determinada, que puede ser bien o mal cumplida, dependiendo de si reconocen aquella realidad fundamental: que solamente podrán hacerlo si perciben y aceptan los dones y la asistencia que reciben para ello de parte de Dios.

Así pues, las personas no son libradas a una racionalidad económica autónoma y abstracta, sino que son invitadas a reconocer un sentido "externo" a la misma: a la lógica que define como principio rector absoluto la maximización de las ganancias y subordina todos los motivos humanos a un criterio utilitarista, opone la afirmación de que la vida humana, en todos sus ámbitos, pertenece al actuar y gobernar de Dios, a su obra sustentadora y redentora en y para toda su creación. Por eso, en el campo de la economía, el enfoque del reformador implica el rechazo más tajante de todas aquellas ideologías que reclaman para ese campo de la actividad humana una supuesta autorregulación (como lo hace neoliberalismo), afirmando que la economía debe recibir sus metas desde "fuera de sí" para ser puesta al servicio de las personas.

Al no perder de vista al otro y sus necesidades concretas, al seguir la lógica de las "buenas obras" realizadas y queridas por Dios en Jesucristo, comenzando por los menos favorecidos, la perspectiva abierta por Lutero representa una verdadera

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transformación de la racionalidad económica. Ello no significa, por ej., que el reformador haya negado que la ganancia sea un elemento legítimo del actuar económico. Pero su predicación insistió permanentemente en que hacer economía es actuar comunicativo y recíproco, que se realiza junto a otros, que también necesitan participar en la vida económica. Es por eso que para el reformador la praxis económico-financiera en general y el trabajo en particular siempre deben tener lugar como un obrar determinado. Así por ej., no se trata de producir cualquier cosa en función de una meta cualquiera, sino que ese obrar productivo ha de estar unido a una tarea determinada y servir para hacer frente a una necesidad humana concreta; siempre es trabajo para otros y sigue la lógica de la cooperación: de la cooperación de Dios con los seres humanos y de los seres humanos con Dios.

Ahora bien, para evitar un falseamiento individualista y subjetivo de aquello que Lutero entiende como "amor al prójimo", es preciso ubicarlo en un marco institucional amplio, que posibilite su concreción a través de acuerdos y estructuras vinculantes. Con ello cabe mencionar otra consecuencia significativa, que se desprende del discurso ético-económico luterano: la importancia que cobran en él las instituciones, comprendidas como espacios de mediación entre el nivel particular/personal y el nivel sistémico/anónimo de la vida social. Desde esa perspectiva las instituciones están llamadas a ser lugares donde sea posible discutir reglas de interacción entre personas y grupos, dando lugar a cierta "fricción" entre los diferentes sistemas u "órdenes" de la realidad social (político, económico y cultural/religioso), que posibilite una interpelación correctiva y una limitación crítica entre los mismos.

Sobre dicho trasfondo es posible encuadrar además la responsabilidad "profética" de la Iglesia con respecto al gobierno del Estado, en vistas a la sanción de leyes y la disposición de medidas de ordenamiento político en el ámbito de la economía. Al mismo tiempo, es posible visualizar el llamado a articular en forma directa modos de "hacer economía" por parte de la comunidad cristiana que busquen configurar espacios de resistencia y cultivo de la esperanza, signos palpables de la voluntad de Aquel que vino a traer vida y vida en abundancia (cf. Jn 10,10). Desde aquí es necesario plantear la pregunta crítica, en primer lugar, a las propias iglesias de la Reforma, tanto en nuestro medio como en el hemisferio norte, sobre su propio compromiso al respecto.

Para finalizar vuelvo brevísimamente a aquellas "conexiones" de las que hablaba al inicio. Creo que lo dicho hasta aquí sobre la ética económica de Lutero permite cuestionar la linealidad que reviste con frecuencia la lectura y recepción de la tesis weberiana en nuestro medio. Lo mismo podríamos decir a partir del resto de los principales teólogos y líderes de la Reforma, como Ulrico Zuinglio o Juan Calvino, en cada caso con sus énfasis y matices propios. La mera referencia a las conocidas observaciones de Weber (el temor por la suerte del creyente con respecto a su destino eterno o la práctica de un ascetismo intramundano como medio para obtener certeza salvífica por parte del individuo como motivadores de

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la práctica laboral, etc) muestran qué lejos está ese "espíritu" del que trasunta el pensamiento y la ética auténticamente evangélica/protestante.

Por otra parte, respecto al vínculo "capitalismo-quinto mandamiento" creo que los impulsos que provienen del pensamiento de Lutero, si bien requieren de una adecuada mediación, proveen una orientación clara. No corresponde que reitere aquí nuevamente lo señalado más arriba al respecto. Me limito a subrayar que la ética económica de los reformadores mueve a un claro rechazo de los sistemas que sacrifican la vida de las personas a metas abstractas, como lo hace el neoliberalismo al hacer del mercado y su propia lógica el criterio y norma absoluta de toda la vida de la sociedad; y que frente a ello proclama y mueve a experimentar formas de "cooperación", que en su relevancia eminentemente política, se orientan — a partir del evangelio de Jesucristo — al servicio y la afirmación de la justicia y la vida.

La primera versión de Utopía se publicó en latín en 1516. La traducción al inglés no sepublicó hasta 1556, pero para entonces sus principales argumentos eran bien conocidos y

habían sido ampliamente debatidos. Utopía hizo de Moro uno de los pensadores y visionarioshumanistas más eminentes del Renacimiento. Aún hoy suscita vivas discusiones. Según

Turner, dos escuelas de pensamiento se oponen sobre su contenido y objetivos. Unos creenque Utopía es principalmente una obra católica, en la que el autor expone sus opiniones, y

donde todo lo que pueda parecer propaganda comunista es simple alegoría. Según otros, setrata de un manifiesto político en el cual todas las referencias a la religión deben pasarse poralto. Ambas interpretaciones son sólo parcialmente ciertas.

Utopía es una sátira política, pero también una obra alegórica y romántica. Pretende,como las sátiras de Horacio, ―decir la verdad a través de la risa‖, o, al igual que ―la Historia

verdadera‖ de Luciano, ―no solamente ser ingeniosa y entretenida, sino también decir algointeresante‖.

La historia se sitúa en una isla imaginaria donde no hay guerras, miseria, delitos,injusticias ni ningún otro de los males que aquejaban a la Europa contemporánea. Todos

reciben por igual riqueza, alimentos y pobreza. Nadie tiene más que otro. El Estado supervisay garantiza una justa distribución de los recursos, incluidos los cuidados de la salud. La jornadade trabajo se limita a seis horas, y el tiempo libre

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se dedica al estudio de las artes, la literatura yla ciencia. Como la enseñanza técnica y profesional está abierta a todos, cada uno puedeaprender al menos un oficio. Sólo se permite el combate en defensa propia, y los que infringen la ley son condenados a la esclavitud. La religión es un teísmo sin confesión particular y lossacerdotes son elegidos por su santidad. Cada niño y niña tiene derecho a una educacióncompleta, entendiendo por esto el estudio de la literatura, los clásicos, el arte, la ciencia y lasmatemáticas, lo que hoy día llamaríamos un ―programa equilibrado‖. A los niños se les despierta la conciencia política en clases de instrucción cívica. El Estado es responsable de laeducación y de garantizar una plantilla de maestros capacitados. Las niñas no deben recibir untrato distinto del de los niños.

El propósito evidente de Moro cuando escribió Utopía era abrir los ojos del pueblo a losmales sociales y políticos del mundo circundante, como la inflación, la corrupción, los malos

tratos a los pobres, las guerras sin finalidad alguna, la ostentación de la corte, el abuso delpoder por los monarcas absolutos, etc. Moro empleaba palabras derivadas del griego para

recalcar sus argumentos. Así pues, Hytlodeo significa ―narrador de cuentos vanos‖; ―utopía‖quiere decir ―ninguna parte‖; el río se llama ―Anhidros‖ (sin agua), y el magistrado supremo,

―Ademos‖ (sin pueblo).

Muchos lectores creen quelas ideas básicas expuestas en Utopía son comunistas. Incluso hoy día, Utopía sigue siendo unlibro de fácil lectura, pero hay que tener en

cuenta que no representa un ideal positivo, sinoque es una crítica de la perversidad europea tal como la veía Moro. Su objetivo era avergonzara los cristianos para que no se comportasen peor que los pobres paganos de Utopía, comoocurría entonces, sino mucho mejor.

―La obra utiliza un medio de expresión intemporal que lasaca de la época particular en que surgió, impidiendo que parezca lingüísticamente anticuada.Si te interesa seguir indagando mirá: