algunas historias de otrova gomas

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Algunas historias de Otrova Gomas. EL FANTASMA Haciéndole una concesión a los hados masoquistas que a veces se posan en mi espíritu, cada diez años suelo destinar unos días a visitar las viejas casas que habitaba en el  pasado. Com o guerrero entrena do en los ca mpos de la ab erración y del ab surdo, me enfrento a esta locura dispuesto a todo, aún consciente como estoy de las peligrosas cargas emocionales que conlleva, y el riesgo de que estas visitas me hagan perder la  perspectiva de los inestables mome ntos del prese nte. No es no rmal regresar a los sitios en donde uno vivió. Aunque por l o general la gente entristecida con los dolores del adiós se hace la promesa de no olvidar a los amigos y regresar semanalmente al sitio donde se estuvo por tanto ti empo, misteriosamente, y por una de esas fuerzas cuyo conocimiento sólo es asequible a los que manipulan los resortes de nuestras motivaciones ocultas, a los pocos días de la mudanza nos olvidamos para siempre del  juramento hech o y de aquel lug ar al cual jamás volv emos por ningu na circunstanc ia. En este viaje a mis tiempos y lugares idos suelo trasladarme caminando para observarlo todo con mayor detenimiento. Mi primera impresión al llegar a las calles donde se levantan los viejos edificios y las casas de otros tiempos es violenta. Todo lo veo más  pequeño. Es como si las lluvias de tantos inviernos las hubieran encogido de un a manera irremisible; hasta me cuesta imaginarme que puedan vivir adentro sus actuales habitantes. Me detengo en las esquinas en que solía hacerlo y por más que busco no me tropiezo con un solo rostro conocido; encuentro siempre edificacion es nuevas, y los cambios de color en los demás inmuebles -demasiado opaco s o demasiado chillones- hacen el lugar tan insoportable que r ápidamente decido guarecerme en el interior del que fue mi antiguo hogar. Una vez enfrente, abro la puerta con la llave que siempre he conservado , y sin llamar paso adelante como si nada hubiera ocurrido desde entonces. Adentro todo es más pequeño aún, casi asfixiante. Me encuentro unos muebles muy distintos a los que tuve, pero reaccionando al impacto insoportable de la estrechez y aquella decoración extraña me siento en la sala del recibo. Los actuales ocupantes al verme entrar se alarman de inmediato, pero al notar en mi rostro la expresión de curiosidad y ese semblante vacío y atemporal de los que vuelven a sus viejas moradas, se tranquilizan. Generalmente alguien se me acerca y tímidamente me pregunta cómo he entrado, qué hago allí y qué es lo que deseo. Yo casi sin tomarles en cuenta aún ensimismado observo el lugar y les respondo : - Nada, no se preocupen por mí, he vivido aquí durante muchos años. Y los sorprendo aún más al preguntarles por los rincones,  por los más mínimos d etalles, si tapa ron las goteras y arreglaron los grifos o xidados. Muchas de las personas al oírme hablar de esa manera se asustan creyendo que están enfrente de un fantasma y se quedan helados cuando todavía con la mirada transportada yo paso al interior de la vivienda. Siempre me dirijo al que era mi cuarto; me recuesto en la cama como antes, y me quedo observando el techo en busca de algún lejano  pensamiento q ue se haya q uedado prisione ro entre las viejas telarañas, o tal vez una  palabra de e sas que yace n arrinconadas entre los pequeñ os huecos de l cemento en las  paredes. Ellos afuera no hay an qué hacer conmigo. La idea de llamar a la policía se les  pasa de la mente al ver la calma y la tranquilidad con qu e yo lo obse rvo todo abstrayéndome de su presencia completamente secundaria. Luego piensan que estoy loco, pero reflexionan impresionados por mis gestos suaves y elegantes y al notar que conozco hasta los más ocultos vericuetos de la casa. Es bastante interesante, pero al final casi todos me confunden con un alma en pena. Mientras camino hipnotizado reproduciendo los instantes que viví en aquellos cuartos y pasillos, varias veces detrás de mí he escuchado la voz de algún anciano cuando dice que soy un espíritu que habita

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Algunas historias de Otrova Gomas.

EL FANTASMAHaciéndole una concesión a los hados masoquistas que a veces se posan en mi espíritu,cada diez años suelo destinar unos días a visitar las viejas casas que habitaba en el

 pasado. Como guerrero entrenado en los campos de la aberración y del absurdo, meenfrento a esta locura dispuesto a todo, aún consciente como estoy de las peligrosascargas emocionales que conlleva, y el riesgo de que estas visitas me hagan perder la

 perspectiva de los inestables momentos del presente. No es normal regresar a los sitiosen donde uno vivió. Aunque por lo general la gente entristecida con los dolores deladiós se hace la promesa de no olvidar a los amigos y regresar semanalmente al sitiodonde se estuvo por tanto tiempo, misteriosamente, y por una de esas fuerzas cuyoconocimiento sólo es asequible a los que manipulan los resortes de nuestrasmotivaciones ocultas, a los pocos días de la mudanza nos olvidamos para siempre del

 juramento hecho y de aquel lugar al cual jamás volvemos por ninguna circunstancia. Eneste viaje a mis tiempos y lugares idos suelo trasladarme caminando para observarlo

todo con mayor detenimiento. Mi primera impresión al llegar a las calles donde selevantan los viejos edificios y las casas de otros tiempos es violenta. Todo lo veo más

 pequeño. Es como si las lluvias de tantos inviernos las hubieran encogido de unamanera irremisible; hasta me cuesta imaginarme que puedan vivir adentro sus actualeshabitantes. Me detengo en las esquinas en que solía hacerlo y por más que busco no metropiezo con un solo rostro conocido; encuentro siempre edificaciones nuevas, y loscambios de color en los demás inmuebles -demasiado opacos o demasiado chillones-hacen el lugar tan insoportable que rápidamente decido guarecerme en el interior delque fue mi antiguo hogar. Una vez enfrente, abro la puerta con la llave que siempre heconservado, y sin llamar paso adelante como si nada hubiera ocurrido desde entonces.Adentro todo es más pequeño aún, casi asfixiante. Me encuentro unos muebles muydistintos a los que tuve, pero reaccionando al impacto insoportable de la estrechez yaquella decoración extraña me siento en la sala del recibo. Los actuales ocupantes alverme entrar se alarman de inmediato, pero al notar en mi rostro la expresión decuriosidad y ese semblante vacío y atemporal de los que vuelven a sus viejas moradas,se tranquilizan. Generalmente alguien se me acerca y tímidamente me pregunta cómo heentrado, qué hago allí y qué es lo que deseo. Yo casi sin tomarles en cuenta aúnensimismado observo el lugar y les respondo: - Nada, no se preocupen por mí, he vividoaquí durante muchos años. Y los sorprendo aún más al preguntarles por los rincones,

 por los más mínimos detalles, si taparon las goteras y arreglaron los grifos oxidados.Muchas de las personas al oírme hablar de esa manera se asustan creyendo que están

enfrente de un fantasma y se quedan helados cuando todavía con la mirada transportadayo paso al interior de la vivienda. Siempre me dirijo al que era mi cuarto; me recuestoen la cama como antes, y me quedo observando el techo en busca de algún lejano

 pensamiento que se haya quedado prisionero entre las viejas telarañas, o tal vez una palabra de esas que yacen arrinconadas entre los pequeños huecos del cemento en las paredes. Ellos afuera no hayan qué hacer conmigo. La idea de llamar a la policía se les pasa de la mente al ver la calma y la tranquilidad con que yo lo observo todoabstrayéndome de su presencia completamente secundaria. Luego piensan que estoyloco, pero reflexionan impresionados por mis gestos suaves y elegantes y al notar queconozco hasta los más ocultos vericuetos de la casa. Es bastante interesante, pero alfinal casi todos me confunden con un alma en pena. Mientras camino hipnotizado

reproduciendo los instantes que viví en aquellos cuartos y pasillos, varias veces detrásde mí he escuchado la voz de algún anciano cuando dice que soy un espíritu que habita

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allí desde hace muchos años y que recuerda haber oído durante bastantes noches elruido de cadenas y luces que titilan en plena madrugada; me siguen, pero luego sedetienen cuando alguien entre ellos les advierte: - No lo molesten, si a los fantasmas seles deja solos y uno se acostumbra a ellos se fastidian y se van. Así permanezco algunashoras, recordando, revisando, deslumbrándome en cada sitio, reconstruyendo mis

 pisadas, revisando las viejas romanillas, tocando las aldabas, curioseando en las canalesy los baños que encuentro ínfimos y en muy mal estado. Ellos me ven de reojo,temerosos, algunas veces fuertemente abrazados y poseídos por el pánico, otrosarmados, listos para rematarme al menor gesto sospechoso y enviarme aún más allá delotro mundo. Pero una vez cumplida mi tarea, con la misma calma que he llegado, sin nisiguiera despedirme me voy hacia la puerta y trancándola me retiro para siempre deaquel lugar en el que parece que se detuvo el tiempo. Me alejo silencioso. Ellosaglomerados en la puerta se persignan y me miran partir sin comprender qué es lo queha ocurrido. Así suelo pasearme por mis viejas casa, como un fantasma; como lo quesoy, uno de esos capítulos de la historia que no sé por qué injusticia de la vida siemprese disuelven en la nada.

De La Miel del Alacrán

LA FUGAHace un año, en una obscura noche en que era vilmente maltratado por el insomnio,

tomé la decisión de liberar mi cuerpo de la presencia intranquila de mi espíritu. Para ellodebería poner en práctica una vieja teoría zoroastriana aprendida en Madras durante losaños de mi juventud, mediante la cual, previa una concentración, se va sacandolentamente el espíritu del cuerpo hasta dejarlo completamente vacío, y luego,colocándole a un lado, se le pone a disfrutar de la absoluta quietud de su concha inermeantes de regresar a ella. Considerando que nunca había logrado poner en práctica

 plenamente el doloroso método aprendido del viejo Pilai, mi profesor de ociosidadesorientales, dudé un poco al principio. Debo reconocer que por cobardía; remotamenterecordaba lo que me había dolido sacarme apenas un octavo del alma en mis primeras

 prácticas de aquellos tiempos. Ya que a diferencia de una arraigada creencia popular, enestos ejercicios mágicos el alma no sale de un solo golpe. Según la técnica hindú debeirse sacando poco a poco, apenas sin moverse y respirando muy suavemente para que nose raye con las paredes del organismo de donde va saliendo. Pero a pesar de mistemores, viendo que no había forma de conciliar el sueño, tomé la decisión y meconcentré para salir un rato. No obstante que los primeros momentos fueron de una grantensión, apenas iniciaba la labor y al ir sintiendo cómo me iba escapando

 paulatinamente de mí mismo, me entusiasmé bastante y superé el impacto del tremendodolor inicial y el desagradable crujido del alma al despegarse del conjunto de la materiaorgánica. Aproximadamente a la hora ya estaba completamente afuera, sorprendido yfeliz de mi gran habilidad para volverme un desalmado. Ya repuesto, me senté (yo diríamás bien que floté) en un viejo sillón que se encuentra al lado de mi cama y desde allí,maravillado vi el milagro de mi cuerpo descansando sonriente y sudoroso en el lecho.Parecía un cadáver y apenas si respiraba. Sin hacer mucho ruido para no despertar anadie bajé hasta la cocina. Como sentía hambre traté de prepararme un emparedado,

 pero riendo me di cuenta de que no era posible. El recuerdo de mi apetito me habíahecho olvidar la peculiar condición en que me encontraba. Salí al jardín y caminé portodos los rincones en una larga hora plena de maravillosa ausencia de olores y sentidos.

Me puse a meditar sobre varios problemas que tendría que resolver al día siguiente, y alrato, sintiendo un poco de sueño decidí regresar al cuarto para reincorporarme a mi

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 persona. Lamentablemente allí empezó el problema. Al tratar de entrar por el mismocostado por el cual había salido, fracasé. Aún cuando cuidadosamente puse en prácticatoda la técnica que me habían enseñado no obtuve ningún resultado positivo. Mecoloqué del otro lado empujando con suavidad y nada. Empujé de nuevo, esta vez confuerza, pero tampoco. Definitivamente no podía volver a entrar dentro de mí. Ya

 próximo a la desesperación traté de despertar el cuerpo, colérico y con una ridícula vozque no se oía sino en mí mismo. Quise gritar, pero todo fué inútil, nadie me oyó. Lafuerza de mis existentes pulmones se perdió en el vacío retumbándome sin salida en lomás recóndito de la conciencia. Recuerdo claramente que mi cuerpo apenas si respirabay vi angustiado cómo su pulso se iba apagando a cada momento mientras se acentuabasu fría rigidez. Traté de producir ruido para pedir auxilio, pero todos fueron gestoscómicos e inútiles que se dieron en el infinito mundo de mi imaginación; ya al final,llorando como un niño me dejé abandonar y caí a un lado de mí mismo quedándomeadormitado fuertemente agarrado a mi querido cuerpo. Por la mañana me despertó elgrito de mi mujer angustiada confirmándome lo que temía: la presencia de mi cadáveren la cama. Lo demás ha sido puro recuerdo. Tal vez el hábito de imaginar y de

recordar. Una pesadilla única que no puedo expresar. El velorio. El entierro. Todaaquella gente llorando. Otras riendo y yo en el medio sin poderles decir que estaba vivo.Así vi cómo se acumularon todos los signos precursores de una horrorosa conmoción enmi existencia. Sabía que desde entonces viviría para siempre sólo, completamente solo.

 No volvería a hablar con nadie. No recibiría ni daría nada. Hoy maldigo el insomnio deaquella noche abominable en la que mi ociosidad sin límites y las malditas artesorientales me llevaron a ser lo que nunca quise: un anónimo sin voz, un ser inexistente,una opinión invisible que se pierde en silencio confundida con la inmensamuchedumbre que se arrastra por todos los rincones del planeta.De La Miel del Alacrán

LA BATALLA POR EL FLUORISTÁN Nada me apasiona tanto entre los ritos cotidianos, como el desafío de un tubo de pastade dientes cuando se está acabando. Desde hace mucho tiempo, ya en los días de lainfancia, pasando por la próspera época del cuatrotreinta y de la abundancia recadiana,siempre me sentí tentado a demostrar, tanto a las grandes transnacionales que noslimpian la boca, como a mis familiares incrédulos, como a mí mismo y a losabanderados de la paranoia consumista, que no obstante una apariencia de vacío, a todotubo de pasta de dientes que se ha acabado siempre se le puede exprimir más, bajo elamparo de no me acuerdo cuál de las leyes de la termodinámica. El inicio de esta batallasilenciosa y casi siempre sin audiencia suele comenzar con una presión complementaria

de los dedos sobre el tubo cuando éste da la sensación de estar fofo y sin aliento. Unassemanas más tarde, en el instante en que las malvadas maquinaciones del fabricante nosllevan a pensar que se llegó al vacío absoluto, a mí se me agudiza el espíritu decombate. Es el momento de comenzar a ejercer las primeras presiones serias sobre elendeble cucurucho plástico, y tomándolo con firmeza empiezo a apretarlo entre la manoy el borde del lavamanos; en esa etapa, aún sencilla y que no requiere de esfuerzosespeciales, debo contenerme para no vaciarlo completamente, ya que ante las primeras

 presiones la crema suele desbordarse generosa y sin control. Este período debeconsiderarse como el más importante en el aprovechamiento de un recurso artificial norenovable, el cual con inteligencia y el espíritu de ahorro de un monje budista catalán deorigen judío se puede prolongar hasta por dos semanas. Cuando ya el recipiente ha sido

 bien apretado por todos lados, constato que en la parte superior del tubo y por las rosasde la tapita se ha concentrado suficiente pasta como para limpiarme por un mes,

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administrando así le peligrosa tentación de derroche que suelen producir los grandestriunfos económicos. Para la época en que los más comedidos de los miembros de mifamilia ya van por dos tubos de pasta nuevos, el mío empieza a dar las primerasapariencias de un real agotamiento, pero es allí cuando se inicia la auténtica contienda:vuelvo a empezar a apretar desde atrás, pero esta vez doblando el tubo sobre sí mismo,

milímetro a milímetro auxiliado con un alicate de presión; de tal forma se da inicio allento pero productivo proceso de extracción de los residuales pesados del dentífrico queaún producen pasta para tres días. Concluido este tramo de la lucha, cuando el tubo detanto apretarlo ha quedado como billetico de vieja, lo desenrollo cuidadosamente, loabro por detrás, y con una espátula muy finita o un pequeño destornillador de lentes,empiezo a sacarle pequeños residuos de crema que aún me mantienen el cepillo lleno

 por diez días extras. Entonces he llegado al momento de mayor trascendencia para elafianzamiento de mi fe en las posibilidades de la voluntad humana cuando se proponemetas imposibles, es la hora de iniciar el proceso de arrase total de la materia dentrífica

 por la cual he pagado mi dinero: tomando el ya tantas veces martirizado recipiente, locoloco sobre una mesa y con un movimiento firme de las manos le introduzco un bisturí

 por el trasero abriéndolo en dos como si fuera una flor. Allí, indefensa y sometida a losmartirios de la luz para la que no fueron preparadas, aparecen regadas en las dosláminas de plástico las últimas adherencias fluorisadas, las que por varios días voyraspando directamente con el cepillo hasta ver que ya no queda absolutamente nada. Esentonces cuando empiezo a pensar en la casi inevitable necesidad de comprarme otrotubo, el cual sin duda, durante casi un año habrá de producirme nuevos retos einconmensurables sensaciones de alegría. De Confesiones, Invenciones y MalasIntenciones

LA RUPTURASoy uno de los que hablan solo. Pero además soy de los que se contestan. Esto notendría nada de particular si no fuera porque a consecuencia de ese hábito de hablar ycontestarme solo, generalmente entro en violentas discusiones y termino insultándome,y enfurecido conmigo mismo me quito la palabra dejando nuevamente de ha hablar solo

 por largo tiempo. Así llevo ya seis meses sin dirigirme la palabra. La situación es por lodemás insoportable porque como después de todo soy yo mismo, y en el fondo meguardo respeto y consideración, me molesta no poder cambiar impresiones ni comentarsobre tantas cosas importantes que son de mi incumbencia. Las otras personas no se dancuenta de mi pelea. Como vivimos en un mundo de apariencias y de engaños, todos meven sonriente y de más unido sin saber que dentro de mí existe una terrible discrepancia,una absoluta falta de comunicación, la cual, estoy convencido, a la larga me llevará a un

rompimiento total. Algunas veces trato de reconciliarme. De decirme que uno no debetomar las cosas de esa manera; pero corto rápidamente. El rencor que me han dejado losinsultos que me ha dado y las ofensas tan graves que me hice en la última discusión nome permiten perdonar. Con otros tal vez, pero conmigo, conociéndome, no es posibleolvidar lo que me he hecho. Tengo varios amigos íntimos a los cuales les he planteadola desagradable situación por la que estoy atravesando, que como es lógico me tienetenso y malhumorado. Ellos han tratado de interceder, de conciliar. Me explican que lavida es corta y el amor por uno es lo más grande en este mundo; que la armonía interiores la base de la felicidad y el bienestar de la familia y la sociedad. Pero soy muy terco,conozco el problema a fondo y a pesar de que los oigo prefiero no tomar en cuenta suopinión. No puedo permitir que yo mismo me haya hecho esto, porque crearía un

 precedente muy grave que a la larga redundaría contra mi dignidad. Desde la última vezque discutí solo apenas me he cruzado un sí o un no en momentos de mucha

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trascendencia. Pero la mayor parte del tiempo prefiero dejarme llevar por los instintos yno me pongo a analizar los pro y los contra de centenares de problemas. Sé que estasituación no se puede prolongar demasiado porque la diferencia de criterios que hay estan grave que prácticamente ya no es posible hacer nada por unirme. A pesar de que pormuchos años traté de soportarme, de ceder y disimular para no agudizar más estas

diferencias, hoy por hoy, muerta la ilusión de los años juveniles y el amor de los primeros tiempos, y pasada la época en que admiraba ciegamente mis virtudes y misméritos, he llegado a la conclusión de que lo mío no es posible. Es necesaria unaseparación definitiva. No quiero alarmarme, pero secretamente he consultado unabogado para que me explique los detalles de este complejo caso. ¿Para qué seguirmoritificándome? ¿Cuál es el objeto de alargar este martirio, de ver esa carota arrugadacada día ante el espejo? De verdad que estoy cansado de todas mis impertinencias y noaguanto más ese carácter. Estoy convencido de que esto no tiene razón de ser. Por eso,la próxima vez que me dirija la palabra será para pedirme la ruptura. Soy una persona

 joven y sé que aún puedo rehacer mi vida.De Divertimentos

EL OFENDIDOReconozco que hice mal, pero no pude contener las ganas. Era algo que me había

 propuesto desde hace mucho tiempo, hasta que me despojé de ciertos resquemores ydecidí llevar a cabo el sanguinario plan. Debo aclarar antes que soy una persona deimpecable cuidado por su presencia, elegantes modales y una dicción perfecta;igualmente poseo una enorme experiencia sobre los mas variados aspectos de la vida,

 producto de innumerables viajes por todo el mundo, cuidadosas lecturas y dos carrerasuniversitarias que me han permitido el ejercicio con éxito en distintas profesiones pormás de veinte años. Con ello he tenido oportunidad de conocer muy bien el carácter delas personas y resolver problemas de la más variada índole. Como agravanteimperdonable de mi acción, soy sumamente cuidadoso y detallista, amante de las artes yla filosofía y curioso de las ciencias, que conozco bastante bien, al igual que variaslenguas en las que puedo mantener amenas conversaciones sazonadas de un ingenio yun humor difícilmente superable. Con este handicap, propio de un alto dignatariodestinado a desempeñar tareas de suma importancia y responsabilidad, aquella mañanatomé la decisión de jugarle una broma a un ricachón y su familia. Después de buscar enlos avisos clasificados del periódico y haber encontrado lo que quería, me vestí con unamodesta y raída ropa que guardaba especialmente para la ocasión; y con el diario bajo el

 brazo me trasladé al lugar seleccionado. Era una enorme mansión disfrazada de chaletsuizo en el Country Club. Me abrió la puerta la elegante señora de la casa a la que le

comuniqué la razón de mi presencia: estaba interesado en el trabajo que ofrecían comochofer y mayordomo, para lo cual llevaba amplias recomendaciones de lo mejor que se podía presentar en estos círculos. La señora me observó cuidadosamente y en el acto mehizo pasar. Después de haber revisado los documentos, pero más impresionada por mismodales y la amabilidad con que le hablaba, me contó su tragedia por la falta de gentecompetente para los trabajos de servicio. Yo le garanticé que conmigo no tendría ese

 problema y de inmediato me contrató para desempeñar el cargo. El sueldo era dedoscientos mil bolívares mensuales, y mis obligaciones: atender los asuntos de la casa,hacerle las diligencias y manejar los carros. En la continuación de mi vergonzosaconducta, acepté y empecé con el programa. Una vez instalado y familiarizado con losdetalles de la casa, de inmediato propuse varios cambios, que en base a mi experiencia y

a la ventaja de ver las cosas desde afuera, resultaron más provechosos para elmantenimiento general y el confort de los patronos. Inicialmente el señor los aceptó a

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regañadientes, pero pronto los encontró perfectos. A medida que me fue conociendomientras lo llevaba a la oficina o de un lugar a otro, obtuvo de mi parte informaciones yconsejos de los cuales unos les salvaron miles de bolívares y otros le proporcionaron

 pingües ganancias; ya que entre otras cosas le di datos de caballos, subidas de precios deacciones y remates de terreno por los que había pagado secretamente a gente muy bien

relacionada. Al poco tiempo el hombre no cabía de gozo cuando después de una amenaconversación conmigo sobre las últimas tendencias de plástica o la música, al dejarlo enel club le abría la puerta como a uno de esos magnates de película, y deseándole que sedivirtiera le pasaba el cepillo por el saco para quitarle unas motitas; no sin antesrecordarle de tres compromisos que tenía asentados en su agenda. El jefe impresionadode vez en cuando se asomaba por la ventana del salón para cerciorarse de que aún yo loesperaba, y me veía ligeramente recostado del carro con mi uniforme y mi gorro muy

 bien puesto, los cuales yo mismo había pedido para mejorar mi apariencia en el trabajo.Al salir con alguno de sus amigos extranjeros yo le atendía en su propia lengua,contestando a sus preguntas con una profundidad, para lo cual debo admitir que noestaban preparados. En la casa era lo mismo. Apenas llegaba de la calle me ponía mi

uniforme de mayordomo que había hecho confeccionar a la medida y cuidaba de todocon una diligencia complaciente y efectiva, al igual que reparaba artefactos rotos y losdetalles del jardín. En el atardecer me ponía espontáneamente un smoking de servicio, ycada noche personalmente les servía la mesa de una forma en que pocas veces habíandisfrutado en esa casa; como soy aficionado a la cocina, seleccionaba con esmero elvino y las comidas y cuidaba de que siempre hubiera flores. Una vez terminada la cenasubía al cuarto de mis amos y les ponía en la cama las pijamas limpias, las pantuflas yalgún libro que había escogido meticulosamente para cada uno de sus gustos. A él ledaba un ligero masaje para revitalizarlo del trajín del día, y la señora viendo como lequedaba el marido también empezaba a desearlo para ella; lo mismo que las dos hijas, alas cuales siempre -guardando las distancias y con respeto a toda prueba- les ayudaba ensus estudios aclarándoles problemas que para mí eran juegos infantiles. Acostumbraba alevantarme a las cinco de la mañana y acostarme a las doce de la noche. Trabajaba sin

 parar los sábados y domingos, y mi única diversión era ver un poco de televisióncuando ellos no necesitaban nada. El patrono encantado de mi competencia, a los veintedías espontáneamente decidió aumentarme cien mil bolívares de sueldo; yo, en pruebade agradecimiento aumenté el ritmo del trabajo. Qué feliz se puso. Pero a los dos mesesde aquella increíble gesta de servicio, una noche, mientras le daba el masaje, lemanifesté que tenía que dejar el cargo porque alguien en la casa me había ofendidoinjustamente y yo no quería causar problemas. El hombre pegó un brinco. Me agarró el

 brazo y me pidió que no dijera eso, que fuera lo que fuera él lo resolvía. Me negué. Le

dije que él no tenía la culpa y yo no me iba a aprovechar de su confianza. Insistió,ofreció aumentarme doscientosmil bolívares. Le dije que no era cosa de dinero sino dedignidad. Entonces ofreció subirme a quinentos mil. Al verlo así me dio lástima y le dijeque lo pensaría. Así terminó aquella noche en la que no durmieron. A la mañanasiguiente cogí mis maletas, y aprovechando que les llevaba el desayuno a la cama -otrade las innovaciones mías- me despedí de ellos. Aquello fue una verdadera conmoción.Él me agarró del saco. Ella se puso a llorar echándole la culpa al marido por hacermealgo. Él se la echó a ella. Los dos llamaron a las hijas y a la cocinera; todos decían queno habían hecho nada, pero yo ahí parado con mis dos maletas insistí; les dije queestaba muy dolido por la ofensa y que no podía decir quién era porque no estabaacostumbrado a chismes e intrigas de ese tipo. Y diciéndoles adiós me fui con la misma

elegancia y el viejo traje roto con que había llegado. Pobre gente, desde la puerta merogaban que no me fuera que los perdonara; el sueldo me lo llevaron casi a ocho cientos

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mil bolívares. Después supe que se pelearon varias semanas entre todos acusándosemutuamente de ofenderme, y hasta ahora han botado como a veinte candidatos parasustituirme. La señora está desesperada y a todo el mundo le dice que no sirve, él por su

 parte cayó en una profunda depresión y no quiere hablar con nadie. He sentidocompasión de ellos; por eso el otro día, mientras comía en un lujoso restauran de Roma

que siempre visito en los meses del otoño, los llamé desde el lugar diciéndoles queestaba trabajando de mesonero y alguien me había ofendido, y si todavía estabaninteresados en mis servicios estaba dispuesto a regresar. Ya han pasado tres meses, perocreo que con la esperanza que les di al menos ya están bastante reconfortados.De El Jardín de los Inventos