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126 reseñas ALFONSO REYES: DE LA DIPLOMACIA CONSIDERADA COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES Adolfo Castañón Y en cuanto a nuestras repúblicas hermanas, ya se sabe que son singularmente afectas a emplear los cargos diplomáticos como un recurso para deshacerse de políticos indeseables. Alfonso Reyes: “En torno a la diplomacia” [1952], en Marginalia, Obras completas, XXII, p. 184. Alfonso Reyes salió de México en sep- tiembre de 1913 con su esposa Manuela y su hijo recién nacido. Iba a ocupar un pues- to de secretario en la legación mexicana en París, para el que fue designado por el ge- neral usurpador Victoriano Huerta, a cuya causa antimaderista contribuyeron tanto su hermano Rodolfo, que llegó a figurar en su gabinete, como su padre, que cayó durante la semana sangrienta de febrero de 1913, en uno de los levantamientos en el Zócalo con- tra el gobierno constitucional de Madero. El estallido de la primera guerra mun- dial coincide con la caída de Victoriano Huerta. Lo sucede en el poder el constitu- cionalista Venustiano Carranza, quien de in- mediato procede a la remoción de todo el cuerpo diplomático del antiguo régimen. Al joven Reyes le toca no sólo despedirse de su pequeño puesto en la embajada, sino ayudar a la salida de muchos latinoamerica- nos residentes en París. Así, llega a desem- peñar un papel decisivo en la salida de todos los hispanoamericanos de París: “Nunca ha existido más nuestra legación en Francia –escribe Alfonso Reyes en 1914– que cuando dejó de existir” (t. I, p. 19). Siguen seis años heroicos en los que Alfonso Re- yes se gana la vida en Madrid empuñando la pluma, que es tanto como –le dice a Fran- cisco A. de Icaza– levantar sillas con pali- llos de dientes. Hay que aclarar que la lu- cha por la sobrevivencia no le impedirá redondear su estética y perfeccionar su arte de la mirada. Esos fecundos y heroicos años concluyen en 1920, cuando es llama- do por el gobierno del general Álvaro Obregón –el mismo presidente que llamó a José Vasconcelos a la Secretaría de Edu- cación Pública– a reintegrarse al servicio exterior mexicano. Así, en 1920 inicia su trabajo diplomático en España, donde per- manecerá hasta 1923, reanudando las re- laciones entre ambos países, interrumpidas por la Revolución. Alfonso Reyes vivió casi veinte años al servicio de la vida diplomática, desde 1920 hasta 1937, a lo que hay que añadir su pri- mer año de trabajo en París, 1913-1914, y su último en 1938, en una misión especial. Su Misión diplomática transcurre entre paí- ses latinos: España, Francia, Argentina y Bra- sil. Si no consideramos el primer año y arrancamos en 1920, veremos que desem- peña sus tareas de representante de Méxi- co cuando cuenta entre 30 y 50 años. In- cluso quienes le regatean a Alfonso Reyes su originalidad creadora, como lo hace el

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ALFONSO REYES: DE LADIPLOMACIA CONSIDERADACOMO UNA DE LAS BELLAS ARTES

Adolfo Castañón

Y en cuanto a nuestras repúblicas hermanas, ya se sabe que son singularmente

afectas a emplear los cargos diplomáticoscomo un recurso para deshacerse de

políticos indeseables.

Alfonso Reyes: “En torno a la diplomacia”[1952], en Marginalia, Obras completas,

XXII, p. 184.

Alfonso Reyes salió de México en sep-tiembre de 1913 con su esposa Manuela ysu hijo recién nacido. Iba a ocupar un pues-to de secretario en la legación mexicana enParís, para el que fue designado por el ge-neral usurpador Victoriano Huerta, a cuyacausa antimaderista contribuyeron tanto suhermano Rodolfo, que llegó a figurar en sugabinete, como su padre, que cayó durantela semana sangrienta de febrero de 1913, enuno de los levantamientos en el Zócalo con-tra el gobierno constitucional de Madero.

El estallido de la primera guerra mun-dial coincide con la caída de VictorianoHuerta. Lo sucede en el poder el constitu-cionalista Venustiano Carranza, quien de in-mediato procede a la remoción de todo elcuerpo diplomático del antiguo régimen.Al joven Reyes le toca no sólo despedirsede su pequeño puesto en la embajada, sinoayudar a la salida de muchos latinoamerica-

nos residentes en París. Así, llega a desem-peñar un papel decisivo en la salida de todoslos hispanoamericanos de París: “Nunca haexistido más nuestra legación en Francia–escribe Alfonso Reyes en 1914– quecuando dejó de existir” (t. I, p. 19). Siguenseis años heroicos en los que Alfonso Re-yes se gana la vida en Madrid empuñandola pluma, que es tanto como –le dice a Fran-cisco A. de Icaza– levantar sillas con pali-llos de dientes. Hay que aclarar que la lu-cha por la sobrevivencia no le impediráredondear su estética y perfeccionar suarte de la mirada. Esos fecundos y heroicosaños concluyen en 1920, cuando es llama-do por el gobierno del general ÁlvaroObregón –el mismo presidente que llamóa José Vasconcelos a la Secretaría de Edu-cación Pública– a reintegrarse al servicioexterior mexicano. Así, en 1920 inicia sutrabajo diplomático en España, donde per-manecerá hasta 1923, reanudando las re-laciones entre ambos países, interrumpidaspor la Revolución.

Alfonso Reyes vivió casi veinte años alservicio de la vida diplomática, desde 1920hasta 1937, a lo que hay que añadir su pri-mer año de trabajo en París, 1913-1914, ysu último en 1938, en una misión especial.Su Misión diplomática transcurre entre paí-ses latinos: España, Francia, Argentina y Bra-sil. Si no consideramos el primer año yarrancamos en 1920, veremos que desem-peña sus tareas de representante de Méxi-co cuando cuenta entre 30 y 50 años. In-cluso quienes le regatean a Alfonso Reyessu originalidad creadora, como lo hace el

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poeta brasileño Haroldo de Campos,1 ad-miten la consistencia de su “cultura diplo-mática”. En efecto, como deja en claroJavier Garcíadiego en su ensayo “Cosmo-politismo diplomático y universalismo lite-rario”, la obra literaria y ensayística de Al-fonso Reyes se desborda hacia el terrenodiplomático, mientras que el trabajo delembajador se beneficia de la acción del es-critor. De ahí que a la hora de escribir labiografía diplomática de Alfonso Reyes hayaque tener en cuenta ya no sólo estos textosoficiales escritos para el servicio diplomáti-co, sino también la compleja red de efemé-rides literarias configurada por los diversosactos sociales en que participa el escritor yde los cuales va dejando constancia a lo lar-go de su obra literaria. Más allá, insistamosen que entre la obra de Alfonso Reyes pro-piamente dicha (por ejemplo, algo de laque está reunida en el tomo IX) y los escri-tos oficiales recopilados en los dos tomosde Misión diplomática aquí comentados,existen trasvases y traslapes.

Entre 1920 y 1938 gobiernan en Méxi-co Álvaro Obregón, Abelardo L. Rodríguez,Pascual Ortiz Rubio, Plutarco Elías Callesy Lázaro Cárdenas. Son los presidentes cons-titucionales, de extracción militar, a quienestoca gobernar y, más aún, inventar el gobier-no y las instituciones después de la Revo-lución Mexicana. A Reyes le corresponderáfungir como representante diplomático delos primeros gobiernos de la Revolución,

afirmar los intereses, la soberanía y la esta-bilidad de un país en vías de reconstruccióny que aún se encuentra expuesto a conflic-tos políticos y militares, como los asesinatosde Álvaro Obregón y Francisco Serrano o laguerra cristera, a cuyos partidarios en Fran-cia o en Argentina debe enfrentar a vecescon polémicos artículos periodísticos, comoél mismo confiesa (artículos anónimos o aveces firmados con seudónimos, a veces consu propio nombre, que no han sido ni iden-tificados ni recogidos).

La vida diplomática de Alfonso Reyestranscurrirá en el periodo de entreguerras,en un momento de peculiar inestabilidadpolítica y económica no sólo en México,sino en todo el mundo; es la hora en que serecomponen las antiguas formaciones polí-ticas y sociales con vistas a la instauraciónde un nuevo orden entre las naciones, quepresupone el declive de las potencias colo-niales tradicionales y el advenimiento deotras nuevas (en particular los Estados Uni-dos). Dicha inestabilidad de la política yano sólo mundial sino del orden político in-terno en cada uno de los países donde letoca trabajar es patente a lo largo de los di-versos informes escritos por Alfonso Re-yes: la disolución de las cortes y las diver-sas crisis políticas en la España anterior a lasegunda República de Alfonso XIII –conquien cumple una delicada misión por en-cargo de Álvaro Obregón–, De la Sierva,Millán Astray, Romanones y Primo de Ri-vera; el hervidero político en la Francia deCaillaux, Poincaré, Charles Maurras y Aris-tide Briand; las huelgas, paros y conflictos1 Citado por F. P. Ellison.

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para qué escribe: para México y para quesus superiores en la cancillería puedan to-mar decisiones, y para que sepan tambiénen qué mundo vive México después delaislamiento revolucionario.

De los cuatro países observados desta-can sus informes sobre Francia y Brasil. Dehecho, no es irrelevante que haya dedica-do a este último país y a su vida política in-terna más espacio que a los otros, y es queAlfonso Reyes pasa en Brasil una terceraparte de sus años diplomáticos y le toca in-formar del desarrollo del proceso que llevade la caída del presidente Washington Luisy de la revolución de los tenientistas al ad-venimiento de Getulio Vargas al poder, a laAsamblea constituyente convocada por éstey a los episodios que configurarán su lla-mada Primera República. Cabe señalar almargen y entre paréntesis que Alfonso Re-yes llegará a establecer con el presidenteGetulio Vargas una firme amistad personaly que el presidente tendrá el gesto de des-pedirlo públicamente durante un programade radio transmitido por todo el país. Perola relación con Getulio Vargas no es más quela punta del iceberg amistoso que logracrear Alfonso Reyes en sus años brasileñoscon escritores y personalidades de toda layaideológica, desde Tristao de Athayde (seudó-nimo de Alceu Amoroso Lima) y los poetasManuel Bandeira y Cecilia Meireles, el pe-riodista y militante Carlos Lacerda, el poe-ta y diplomático Roland de Carvalho, Gra-ciliano Ramos, Buarque de Holanda y otroseminentes artistas brasileños, como lospintores Cándido Porinati y Cicero Días. A

en la Argentina del presidente Alvear y du-rante la hegemonía radicalista; en Brasil estestigo de la revolución de los tenientistasy de todo el agitado periodo que se conocecomo “Primera República de Getulio Var-gas”. Le toca también cumplir misionesasociadas con los conflictos internacionalesde El Chaco y del amazónico caso Leticia,y participar en varias conferencias interna-cionales, entre las que destaca la de Mon-tevideo, en 1933, para la cual escribirá alalimón con Manuel J. Sierra el significati-vo documento “Código de la Paz”, un ins-trumento jurídico que llega a tener recono-cimiento continental y que crea todo unprecedente en esta materia. En lo personalno parece afectarlo demasiado la crisis eco-nómica de 1929, pero el ascenso del movi-miento comunista en el mundo, el adveni-miento y la consolidación del fascismoitaliano y el agresivo armamentismo ale-mán son circunstancias que no deja de re-gistrar puntualmente.

Alfonso Reyes salió de México en 1913huyendo del fantasma de la política, perola maldita política será precisamente la ma-teria prima de su observación diplomática.El poeta y agudo crítico literario demos-trará, además, ser un perspicaz observadorpolítico, un conocedor profundo de la ana-tomía y la fisiología de los cuerpos socialesobservados. El analista Reyes condensa in-formación periodística, pondera rumores ynoticias, retrata personalidades con un ca-racterístico sentido práctico y, a veces, undejo humorístico. Nada se le escapa, todolo observa, sin olvidar nunca para quién y

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su vez, no sobra decirlo, Brasil dejará algu-na huella en la obra del regiomontano: laestancia brasileña agudiza su inteligenciaamericana y los años cariocas serán decisi-vos para su creación poética y sus futurastareas de “afición a Grecia”.

Con sus mil quinientas páginas, los dostomos de la Misión diplomática de AlfonsoReyes, impecablemente reunidos, ordena-dos y prologados por Víctor Díaz Arciniegay coproducidos por la Secretaría de Rela-ciones Exteriores y el Fondo de CulturaEconómica de México, vienen a sumarse,como un cuerpo documental, a los veinti-séis tomos de la obra completa (alrededorde catorce mil páginas), al conjunto de epis-tolarios del autor (que darían aproximada-mente otros siete u ocho tomos, entre seismil y siete mil páginas) y al todavía inédi-to Diario. Cuando surgió la idea de publi-car estas cartas e informes del diplomático,las posibles dudas sobre si era legítimo,desde la hipotética perspectiva editorialdel autor, se disiparon en cuanto recorda-mos que el mismo Alfonso Reyes ya habíaemprendido esta labor en la serie de títu-los (de edición limitada y aun limitadísi-ma) que él mismo publicó con el título deArchivo. Lo inaccesible y disperso de estaspublicaciones, aunado al valor histórico yaun literario de los documentos inéditos(sustancialmente las partes cuarta y quinta,correspondientes a Argentina, y la sexta, aBrasil) nos afirmaron en el proyecto y nosanimaron a proseguir con él. Por supuesto,también surgieron dudas a propósito de sino sería mejor obrar con un criterio antoló-

gico y sólo publicar, a manera de ejemplossobresalientes, algunos de los documentos.Pensamos que esta medida desvirtuaría elvalor medular de la empresa, que estribaprecisamente en la oportunidad histórica(entiéndase en varios sentidos) de armar yorganizar, primero, y luego difundir, un con-junto de documentos que arrojan luz yayudan a uniformar el criterio en varios pla-nos; en primer lugar, con esta publicación–sigo aquí el prólogo de Víctor Díaz Arci-niega, verdadero editor, en el sentido fuer-te de la palabra, de esta obra–: “La imagende un Alfonso Reyes poco conocido: el po-lítico, en su más alta y refinada acepción, ladel versado en el gobierno y los negociosde Estado y que cuida el decoro de la Re-pública”; en segundo término, pensamosque la publicación trascendía hacia una do-cumentación de innegable utilidad social:la de ensanchar y profundizar en el cono-cimiento de la historia de México a travésde la exposición de un conjunto de docu-mentos reveladores de esa “diplomacia enacción” –para evocar el título con que Jor-ge Álvarez Fuentes ha reunido los diversosescritos de Genaro Estrada–, de esa políti-ca exterior mexicana en el periodo que vade Álvaro Obregón a Lázaro Cárdenas, y desu articulación con la historia de México yde América Latina en general.

La misión diplomática de Alfonso Re-yes –como lo han sabido apuntar Díaz Ar-ciniega y Javier Garcíadiego– desbordaesta reunión de informes, relaciones, cartasreservadas, memorandos, proyectos y tele-gramas. Si hemos de seguir a Alfonso Re-

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hecho de enviar a alguien con un encargo ofunción; 2) la que se desprende de un des-tino, vocación o providencia espiritual, y 3)la que designa al cuerpo o entidad colecti-va llamada a dar realidad a una tarea efec-tuada en tierras extranjeras o entre pobla-ciones con creencias y culturas diversas.

Esa familia de escritores llamada Al-fonso Reyes, desde luego, supo cumplirejemplarmente con su misión de funcio-nario de un gobierno nacional –y más aúnde un Estado en proceso de reconstruccióne institucionalización después de un pro-ceso revolucionario–, pero probablementeno hubiese podido con estos trabajos si susdías no hubiesen estado iluminados por lacerteza de que en cada acto público proto-colario, en cada informe secreto, en cadapequeño litigio burocrático, estaba en jue-go el sentido personal y el destino familiar,el interés superior de la nación, el servicioa la humanidad y a la cultura mexicanas,alimentados por la piedad dolorosa de losdifuntos. A diferencia de los simuladores,Alfonso Reyes supo tomarse en serio sutrabajo y entregarse a él, abandonarse, conobstinada pero lúcida inteligencia, a lasexigencias de una tarea que se condensaen estos escritos pero que de ninguna ma-nera se sabría reducir a él. Esa seriedad,esa lucha contra la negligencia, se traduceen precisión y minucia, y es la prenda sub-yacente al valor histórico de estos docu-mentos escritos por un hombre que andapor el mundo español, francés, argentino ybrasileño mirando qué lección puede ex-traerse para la causa mexicana de los efec-

yes cuando advierte que el del diplomáti-co es un trabajo de tiempo completo y decuerpo entero, tendremos que inscribir es-tas expresiones oficiales en el cuerpo másamplio de la vida escrita de Alfonso Reyes,y habría que leer estos tomos junto con en-sayos y discursos como “Atenea política” o“Notas sobre la inteligencia americana” ycon los poemas de Cortesía, pues en ellosse tiende un puente entre el oficio públicodel diplomático y el quehacer del escritor através de lo que debe llamarse una “políti-ca del espíritu”.

Diversos testimonios asientan que Al-fonso Reyes fue un buen diplomático. Perosu éxito no fue una casualidad: el hijo me-nor del general Bernardo Reyes llevaba lapolítica en la sangre y pertenecía –señalaGarcíadiego– a “un inocultable linaje polí-tico”; sus coincidencias con los señores deSonora, Obregón y Calles, los dos presi-dentes que lo atrajeron al servicio público,pasando por encima del antimaderismo desu padre y de su hermano, se pueden re-montar a los tiempos en que, a través desus amigos Alberto J. Pani y Martín LuisGuzmán, el propio Francisco I. Madero lepide a Reyes que convenza a su padre deque desista de sus proyectos de insurrec-ción; y en última instancia esas coinciden-cias ideológicas con sus jefes trasciendenlas circunstancias y coyunturas para crista-lizarse en la idea republicana del servicio ala nación. En ese sentido, hay que recono-cer que el título puesto a la obra no deja deser adecuado: la palabra “misión” tiene tresacepciones principales: 1) la derivada del

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tos históricos que le toca atestiguar, ganan-do amigos para el país y para sí mismo.

No extraña que a lo largo de estas pági-nas afloren de tanto en tanto alusiones me-xicanas que de alguna manera centran enla perspectiva nacional los hechos externosque se van narrando, como cuando en rela-ción con la sociedad y las ideas que podíandarse en México a propósito de la importa-ción de orientales, dice Reyes:

En cuanto a la raza adecuada para la mezcla

con nuestras poblaciones rurales, corren en

México –al parecer– dos o tres nociones

empíricas que, a veces, proceden de meras

inclinaciones sentimentales. No quiere esto

decir que no haya quien, con estudio y mé-

todo, se dedique a tales cuestiones y obten-

ga teóricamente sanas conclusiones. Pero me

refiero aquí a las ideas que corren la calle.

Así, hay quien desearía atraer a los orienta-

les, por simple esnobismo literario o por va-

gas generalidades antropológicas sobre los

pómulos salientes y los ojos oblicuos, o en

vista de la eterna historia del indio y del

chino que se entendieron un día, hablando

cada uno en su lengua propia. Quien tal

piensa, olvida que, precisamente, los orien-

tales sólo cuentan en el mundo actual hasta

donde han logrado “desorientalizarse”, y

sustituir las pasividades del budismo y la no

resistencia al mal por el victorioso optimis-

mo activo, creador del Mediterráneo y de

Occidente. Y es increíble que, por simple

manía libresca más o menos directamente

traducida del inglés (y, sobre todo, del in-

glés de los Estados Unidos, y más bien, del

de los ligeros aficionados que no del de los

profesionales del pensamiento y de la cul-

tura septentrionales; moda, en suma, que

tiene su origen en las librerías para familias

con sala de té anexa), los mismos que ha-

blan de sacudir la modorra tradicional y el

semisueño en que viven ciertos autóctonos

mexicanos, consideren, como remedio a ta-

les obstáculos, la conveniencia de la cruza

con otra modorra semejante. ¡Sobre el pul-

que y la melancolía –por si eran poco–, el

opio y el nirvana!

Hay también quienes hablan de mezclas ger-

mánicas, simplemente por aficiones a cierta

disciplina militar o aun por mera aversión

contra Francia, a la que en el fondo no co-

nocen. Hay quien sueña en poblaciones

hasta hoy profundamente ignoradas por el

ambiente mexicano –húngaros, polacos,

checos– simplemente por amor a las nove-

dades. Hay quienes recuerdan el ejemplo

fecundo (aunque no sin peligros) de la in-

migración italiana en la Argentina o en Nue-

va York... (t. I, pp. 450-451).

O como cuando comentando con el Mar-qués de Lema la crisis de 1923 en Madriden torno del gobierno de Primo de Rivera,aquél le dice: “Esta Revolución se ha he-cho sin disparar un tiro”, y Alfonso Reyesconfiesa espantado a sus superiores en Mé-xico: “Es horrible confesarlo: me asustan lasrevoluciones mansas por lo que se guardanen la barriga, también fue relativamentemansa la revolución maderista en Méxi-co”. Y luego, en una nota al pie escrita añosmás tarde, en 1947, al hacer la publicación

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Su afirmación de la política exteriormexicana y de la soberanía nacional sabráinscribirse en proyectos más amplios, ocomo cuando redacta el documento “Coor-dinación y perfeccionamiento de los ins-trumentos internacionales existentes parala consolidación de la paz”, en 1936, o es-cribe la memoria titulada “Medidas parapromover el fomento de relaciones inte-lectuales y culturales más estrechas entrelas repúblicas americanas y para desarrollarel espíritu del desarme moral”. Esta adhe-sión a la política exterior mexicana se ma-nifestará ostensiblemente en sus infati-gables oficios, primero, por respaldar algobierno republicano español desde Ar-gentina, y luego al tejer la trama políticaque permitirá abrir las puertas de México alos intelectuales de la derrotada Repúblicaespañola, como queda claro en el episto-lario –compilado por Alberto Enríquez Pe-rea para El Colegio de México, titulado Elllanto de España en Buenos Aires–.

A pesar de lo meritorio de esta compi-lación de Víctor Díaz Arciniega y del me-siánico título que la ampara, habrá que se-ñalar al lector que quien quiera tener unavisión más completa del ejercicio diplo-mático de Alfonso Reyes deberá hacer pa-sar por la tela del juicio la correspondenciaque nuestro autor sostuvo con diversos co-rresponsales y, en particular, con GenaroEstrada, a quien le habla franca y abierta-mente de asuntos que en los papeles ofi-ciales no siempre se registran en toda sugravedad y vivacidad. Dos ejemplos: lacarta de Alfonso Reyes a Genaro Estrada

de Momentos de España en una edición“limitadísima”, Reyes subraya: “Me com-probaría años más tarde el triunfo pacíficode la República española seguido despuésde tantos males” (t. I, p. 223).

Reyes no sólo da conferencias sobreMéxico o sobre asuntos mexicanos, comola que dicta en Argentina en 1937 durantela segunda embajada sobre “la poetisa me-xicana Sor Juana Inés de la Cruz, deslizan-do con este motivo algunas explicacionessobre la política del señor presidente Cár-denas en materia de voto femenino quemerecieran los aplausos del nutrido audi-torio” (t. I, p. 776); no sólo se manifiestapúblicamente alzando el estandarte de lahistoria y la cultura mexicanas, sino queactúa eficaz pero sigilosamente: en su pri-mera misión en España le toca restablecerlas relaciones entre ambos países, inte-rrumpidas después de la Revolución; enFrancia, reanimar los intercambios comer-ciales, auspiciar la apertura de una repre-sentación en Suiza y la pertenencia a la So-ciedad de Naciones, y aun polemizar desdela trinchera periodística para defender lapolítica del presidente Calles en materiareligiosa; en Argentina, además de esto úl-timo, le toca promover la línea de navega-ción México-Argentina; en Brasil, ser testi-go de uno de los procesos sociales máscomplejos y apasionantes de la historia deAmérica Latina en el siglo XX, y del quedeja constancia en la extensa Introducciónal estudio económico de Brasil, además de lasnumerosas cartas reservadas que escribesobre la política interna de aquel país.

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escrita desde Buenos Aires (17 de noviem-bre de 1927) donde le hace una dramáticadescripción de los problemas de higiene yplomería que aquejan a la residencia de laembajada:

I. Sea lo primero insistir, de la manera más

respetuosa pero más firme, en las no sacia-

das necesidades económicas de esta Emba-

jada, tonel de las Danaides donde todo el

dinero cae y desaparece. Es esta casa un

elefante blanco que me está consumiendo,

en el sentido nervioso y en el financiero.

Ahora acabo de descubrir que vivíamos so-

bre un montón de perfecta mierda, y que

hacía varios años estaban atascadas las cloa-

cas de esta chingadísima mansión. Ya están

limpias, naturalmente. A mí se me puede

acabar el dinero, pero no la conciencia de

mis responsabilidades inmediatas. Ya hice

pasar por ahí el oscuro ejército de caqueros

subterráneos, de olorosos pies. Ya, a la hora

casi inverosímil de la madrugada, funcionó

la bomba aspirante y comedora de caca,

trasladando a su hediondo vientre todos los

tesoros diplomáticos aquí acumulados por

tantas generaciones reflexivas e intestina-

les. Ya las abiertas ventanas dejan salir los

últimos vapores pestilenciales; ya se quema

el espliego en los salones que pronto holla-

rán los pies de Alvear (porque le doy una

cena –reglamentaria y obligatoria– el próxi-

mo día 24). Aquí hace falta una partida de

mantenimiento del edificio, y aquí hace fal-

ta un hombre dedicado a cuidarlo perma-

nentemente, a las órdenes del movible jefe

de Misión. Tiene sus inconvenientes, pero

no siempre es seguro que venga a habitar

aquí gente humilde y cuidadora de sótanos,

de llaves de luz, de gas, de agua, de obreros

pícaros, de servidumbre internacional y ca-

nalla.2

El otro ejemplo se refiere a una cues-tión por demás espinosa: las reacciones delembajador Reyes ante las manifestacionesque surgen en Argentina con motivo de laruptura del gobierno mexicano con la Igle-sia católica en el contexto más amplio delconflicto cristero. El anticlericalismo deAlfonso Reyes es espontáneo y aun entu-siasta. Nunca llegó a comprender –y acasoni siquiera podía haberlo intentado dadasu formación– el fondo histórico y culturalde la cuestión cristera. Queda claro tam-bién que su simpatía hacia Calles va másallá de lo institucional. Quizá en las reac-ciones del embajador adulto (en 1928cuenta alrededor de cuarenta años) estánpresentes como un pueril atavismo los as-pavientos anticlericales del niño que recha-zaba la primera comunión berreando: “Yosoy librepensador; yo soy librepensador”.3

Así escribe Alfonso Reyes a Genaro Es-trada en un mensaje “personal y confiden-cial” fechado en Buenos Aires el 1º de ju-nio de 1928:

2 Con leal franqueza. Correspondencia entre AlfonsoReyes y Genaro Estrada, compilación y notas de Ser-ge I. Zaïtzeff, II, 1927-1930, El Colegio Nacional,México, 1993, p. 70. 3 Alfonso Reyes, “Bautizo de invierno”, en Obrascompletas, XXIV. Crónica de Monterrey, Fondo deCultura Económica, México, 1990, p. 538.

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ción y mis esfuerzos por una parte, y porotra, la Idea mexicana, platónicamenteemancipada de todo accidente presidencialo político”, según le escribe a Martín LuisGuzmán en una carta no mandada peroescrita el 17 de mayo de 1930 desde Río deJaneiro.

El itinerario dibujado por el tránsitodiplomático de Alfonso Reyes no concluyeestrictamente con la última misión extraor-dinaria que en 1938 le encarga realizar enBrasil el presidente Cárdenas, sino con sudesignación como director presidente de laCasa de España en México, como bien loha sabido señalar Javier Garcíadiego. Esepuesto reconocerá oficialmente que el pe-regrino de Monterrey será en adelante “pe-regrino en su patria”. Paradójicamente,México, al volver a él, se le alejará; la me-xicana se le tornará –como dice en uno desus poemas–: “Ciudad remota”:

¿Por qué te acercas de lejos,México, ciudad famosa,y estando cerca de ti,te me apareces remota?

(México, 1938)

Peregrino en su patria, Alfonso Reyes–nos dice Octavio Paz, evocando a otro di-plomático cristalino: Rodolfo Usigli– “enapariencia festejado, decía con frecuencia

Gordo impoluto: ésta es carta No. 13, carta

de agüero. Que lo sea de felicidad para Ud.,

y que lo encuentre –si cabe (si cabe en el

Espacio)– más gordo todavía.

I. Bombas y cohetes: Irigoyen a la vista.

Esto basta para desatar en el país algo como

un nudo antiguo, para soltar las ganas de

“hacer trastadas” entre la gente del pueblo.

Al instante han empezado a “pasar las co-

sas”. Los obreros hacen huelgas y se matan

a tiros en Rosario; una bomba estalla en el

Consulado Gral. de Italia; otra en la casa de

un Coronel fascista italiano. Otra dicen los

anónimos de los católicos que me van a po-

ner a mí. Yo la deseo, para acabar con el pro-

blemita de la casa; pero ¡cá! No caerá esa

breva! En todo caso, soy la única casa de

Embajada que no tiene policía a la puerta.

No sé por qué será. Cuando me lo pregun-

tan, contesto con voz de Irigoyen: “Porque

la casa de México la cuida el pueblo”. Hace

dos días rompieron una puerta de un corra-

lón que hay al lado de la Embajada: yo creo

que son los atorrantes, para poder ¡los po-

bres! meterse a dormir ahí por la noche.

Pero Villatoro frunce el ceño, pasa por sus

ojos una sombra de locura solemne que

dentro de dos años lo hará parar en un ma-

nicomio —pues va para manía— y asegura

que son los preparativos para la bomba que

van a ponernos HOY MISMO.4

Para Alfonso Reyes la diplomacia no esnada más un ejercicio servicial. Desde laperspectiva de una cierta geometría mesiá-nica, él la llega a concebir “como una rela-ción abstracta y pura entre mi buena inten-

4 Con leal franqueza. Correspondencia entre AlfonsoReyes y Genaro Estrada, compilación y notas de Ser-ge I. Zaïtzeff, II, 1927-1930, El Colegio Nacional,México, 1993, p. 137.

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a todos los que quisiéramos oírlo que vivíaexiliado en su propia tierra” (Octavio Paz,“Rodolfo Usigli en el teatro de la memo-ria”, t. XIV, Miscelánea II, p. 126).

Alfonso Reyes supo hacerse ciudadanode cada ciudad y país por los que pasó,como atinadamente escribió Borges, perotambién supo evitar que se lo tragara la tie-rra y la cruz del cacto. Salió de México hu-yendo temeroso de los efectos que produ-cen al “descastado”, temeroso de versetransformado en un “Príncipe sin corona[…] un príncipe internacional / que va cha-purreando todas las lenguas y viviendo portodos los pueblos, entre la opulencia desus recuerdos”. Su destino diplomático secierra en un círculo: si empieza haciendode España su casa y ganándose ahí la vidacontra viento y marea, su arte de haceramigos lo lleva a concluir fundando en Mé-xico la Casa de España. Vive durante vein-te años en casa ajena como si fuese propia,pero al fin y al cabo su verdadera casa estáentre las palabras y su servidumbre es, enúltimo término, en primer lugar la de laconsonante forzada. A lo largo de estas nu-merosas páginas, una cosa que queda claraes que la lucidez no está reñida con el sen-tido del humor. Alfonso Reyes sabe deciradiós a la jaula dorada de las embajadascon una sonrisa traviesa:

Al Abate J. M. G. de M.(a consonante forzada)

Yo, que ayer fui diplomático,aunque un tanto morganático,

y hoy las doy de catedrático,de lo español y lo ático,temí parar en maniático,entre el trajín burocrático,y hui, como del tifo exantemáticodel trato chirle y del estilo enfático.

Ay, Abate magnífico y simpático,Es dura la pensión del diplomático,él llora siempre su destino errático,y, para que le sea más umbrático,la Superioridad, monstruo miasmáticole acorta el pienso y le recorta el viático.

BIBLIOGRAFÍA

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dor de la Esperanza”, en Alfonso Reyes y el

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tismo diplomático y universalismo litera-

rio”, en Escritores en la diplomacia mexicana,

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co, 1998.

Reyes, Alfonso, Misión diplomática, tomo I: El

servicio diplomático mexicano (1933), Mo-

mentos de España (1920-1923), Crónica de

Francia (1925-1927), Argentina (1927-1930),

y Argentina (1936-1937); tomo II: Brasil

(1930-1936) y Apéndice. Compilación y pró-

logo de Víctor Díaz Arciniega, Secretaría de

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––––, La era de Vargas, estudio introductorio, se-

lección y notas de María Celina D’Araujo,

traducción de Eduardo L. Suárez, Fondo de

Cultura Económica, Colección Tierra Fir-

me, México, 1998, 252 pp.

LA MORISMA DE ZACATECAS

Guillermo de la Peña

Jorge Vértiz (ensayo fotográfico), Alfonso Alfaro(texto), Moros y cristianos. Una batalla cósmica,México: Libros de la Espiral (Revista Artes de Mé-

xico), 2001, 128 pp., fotografías.

Al comienzo de cada estación veraniegalos miembros de la Cofradía de San JuanBautista de Zacatecas se reúnen a celebrar,durante cuatro días y tres noches, la fiestade su santo patrono. El lugar de la celebra-ción, conocido como Lomas de Bracho, seubica en las afueras de la ciudad minera;originalmente los cofrades procedían de losbarrios y pueblos de los alrededores, perohoy muchos viven en la capital del país, oen Guadalajara, o en diversas partes de losEstados Unidos. Fielmente, año con año,todos acuden a esta festividad, conocidacomo “la Morisma”, en la que reviven lostemas de los espectáculos de “moros y cris-tianos” que nos son familiares en muchasregiones de México; empero, la celebra-ción zacatecana sorprende porque en ellaintervienen más de ocho mil actores, em-peñados en recuperar una secuencia dra-mática que los enlaza con sus raíces comu-nitarias, con el ciclo cósmico y humano de

estaciones y familias renovadas, y con suindividual destino trascendente. Los acom-pañan otras tres mil personas, que ayudancon labores de organización, intendencia,tramoya y primeros auxilios, o simplemen-te que expresan su devoción al Bautista.Hace cien años los actores llegaban al mi-llar; vinieron después épocas de violenciarevolucionaria, de persecución religiosa yde repliegue comunitario, que llevaron a lasuspensión de la fiesta durante dos o tresdécadas. Cuando reapareció, gracias a la per-sistencia de los devotos cofrades, apenasreunía a doscientos participantes. Sin em-bargo, en los últimos cuarenta años ha cre-cido vertiginosamente, tal vez como respues-ta vigorosa a las fuerzas centrífugas traídaspor una modernidad impersonal y ajena.

Este libro captura, con imágenes y pa-labras, la experiencia plástica, y sobre todovivencial, de la Morisma. Tuvo una largagestación, que comenzó en 1973, cuandoun joven estudiante y aspirante a fotógra-fo, Jorge Vértiz, acudió por primera vez alfestival zacatecano para tratar de cautivarcon su cámara, en medio de la lluvia ines-perada y de las descargas de pólvora, aqueltorbellino de rostros expresivos, colinas detierra roja y arbustos verdes, nubes, cielosradiantes y oscuros, y muchedumbres enmovimiento. Fascinado por lo que vio ysintió, regresó muchas veces. A lo largo detres décadas, la comprensión de la drama-turgia y de su sentido profundo, adquiridaen diálogo de amistad con varios actores yorganizadores, le permitió construir un do-cumento fotográfico excepcional. En el li-

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bro aparecen más de cuarenta fotografías acolores, muchas desplegadas en dos páginas,en las que podemos seguir las evolucionesde los ejércitos moros, que han adoptadolos uniformes de los zuavos que acompa-ñaron a Maximiliano, así como las de losejércitos cristianos, que visten como solda-dos mexicanos de las guerras de Reforma ocomo zapadores de la intervención france-sa; nos deslumbran las armaduras de loscenturiones romanos y casi escuchamos elgalope de los caballos de los reyes islámi-cos y de los doce pares de Francia, lo mismoque el estruendo acompasado de las bandasmilitares que agrupan a cientos de tambo-res y clarines. Las imágenes nos hablan deuna vivencia colectiva, de un ritual multi-tudinario en el que se alternan la aparien-cia del caos y el retorno pertinaz del orden;pero también de fuertes vivencias perso-nales, capturadas en las expresiones graveso alegres, pero siempre atentas, de quienesgozan plenamente su participación.

En armonía con estas imágenes, Alfon-so Alfaro ha urdido un texto no menosexcepcional, que reúne la erudición delhistoriador, la comprensión analítica delantropólogo y la mirada del esteta. Invita-do por su amigo el fotógrafo, el escritoracudió durante dos años a la festividad yentrevistó largamente a varios miembros dela cofradía; además, rastreó en la literaturalos orígenes y connotaciones del rito. Éstese divide en tres representaciones que, aun-que pueden contemplarse independiente-mente, deben comprenderse en conjunto.

La primera representación conmemorael martirio de San Juan Bautista, el últimoy más grande profeta del Antiguo Testa-mento, pariente y precursor de Jesús, a ma-nos de Herodes Antipas, tetrarca de Galilea.Como se sabe, el Bautista fue encarceladopor reprender públicamente el adulterio deHerodes con su cuñada Herodías, y luegodecapitado; su ejecución la pidió Salomé,hija de Herodías, en recompensa por susbailes, que mucho agradaban al tetrarca. Enla puesta en escena zacatecana, repetida lastres noches de la fiesta, abundan los centu-riones empenachados, las princesas y las es-clavas; por su parte, el público resiste desdelas graderías de madera, durante más de treshoras, el viento helado y a veces la lluvia.

La segunda representación, que se de-sarrolla durante las mañanas y al comienzode las tardes, revive el Coloquio de los DocePares de Francia, donde el emperador Car-lomagno, al frente de sus esforzados pala-dines, derrota a las fuerzas sarracenas en elpaso de Roncesvalles. El emperador vencecon la ayuda divina, pero también gracias ala princesa musulmana Floripes, enamora-da del caballero franco Oliveros; y ademáslogra la conversión de los príncipes enemi-gos, tan nobles y esforzados como los cris-tianos. En las Lomas de Bracho, unos y otroscontendientes visten armaduras y yelmosde supuesta inspiración medieval, mientrasla hermosa princesa, rodeada de su guardiade honor, observa impávida las escaramuzas.

Finalmente, la tercera representación,que es la de mayor fuste, implica desplie-

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gues y evoluciones de vastos contingentesarmados en torno de un castillo (de utile-ría) asentado en la parte más alta de las co-linas. Los batallones de la cristiandad sonahora comandados por Felipe II de Espa-ña, su medio hermano don Juan de Austriay el capitán Alonso de Guzmán, mientrasque los de la Media Luna obedecen las ór-denes del sultán turco Selim y del nobleguerrero Argel Osmán. En el segundo día,el príncipe Juan resulta victorioso, por laintervención milagrosa del Bautista, peroal caer la tercera tarde el mismo príncipe escapturado y llevado preso al castillo. Al díasiguiente, gracias a una estratagema de Guz-mán, quien penetra el castillo disfrazado,el prisionero escapa, y en la última, terriblebatalla, los propios moros reconocen que elcielo favorece a los españoles. En las últi-mas escenas del espectáculo ocurre “algoespantoso”: a pesar de que se ha converti-do al cristianismo, Osmán es decapitado yla efigie de su cabeza puesta en una pica;más aún, cuando su alma, convertida enpaloma, asciende al cielo, es abatida por lafusilería hispana.

Las tres narrativas tienen orígenes ytemporalidades diferentes, pero están uni-das por la figura de San Juan Bautista, pues-to que tanto los francos como los españolesostentan la misión de rescatar su cuerpo demanos de los musulmanes; incluso, en elataque al castillo, los cristianos se recomien-dan cuidar que la venerable reliquia no sedañe. (Alfaro nos informa que, según la tra-dición, el Bautista está enterrado en la Mez-quita de Damasco, y que Juan Pablo II oró

ante su tumba en uno de sus viajes.) En latercera representación el nombre del pre-cursor es invocado y su auxilio es determi-nante del triunfo; además, la figura de donJuan de Austria lleva su nombre e igual-mente cumple con el cometido –por me-dios bélicos– de anunciar a Cristo. Ahorabien, a los autores de este libro les intere-sa indagar acerca del significado que la se-cuencia ritual cobra para los propios parti-cipantes. ¿Qué relación tienen con estoshombres, mujeres, jóvenes y niños entusias-tas las narraciones dramáticas de sucesoslejanos en el espacio y en el tiempo, que serefieren a personajes ignotos y expresanvalores aparentemente ajenos? La respues-ta fundamental es que las representacio-nes simbolizan la tradición de pertenenciaa una comunidad, es decir, a la Cofradía deSan Juan Bautista, que ha unido desde hacesiglos –literalmente– a grupos de familias yvecinos. En Zacatecas, uno de los puntosmás importantes en la “ruta de la plata”que atravesaba la zona conocida durante laColonia como la Gran Chichimeca, las co-fradías y sus festividades marcaban puntosde convergencia para una población re-ciente y heterogénea –forjada en el crisoldel mestizaje– de trabajadores y buscado-res de fortuna. La dedicación de una co-fradía a San Juan denotaba su enjundia:junto al del apóstol Santiago, el culto delprecursor era uno de los más importantes,desde la evangelización temprana, por susimbolismo de “abrir paso” al Salvador, yquizá por ser el santo patrono del primerobispo de la Nueva España. Según el tes-

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timonio de Motolinía, uno de los primerosauto-sacramentales escritos en lengua ná-huatl fue La natividad de San Juan Bautista,representado precisamente el día de la fes-tividad del santo, en 1538. No sería extra-ño que entre las obras de teatro edificantepromovidas en el siglo XVI por los frailes–las cuales, en palabras de Robert Ricard,“ha[n] sobrevivido a mil tempestades”– seencontrara asimismo una escenificación delcrimen de Herodes Antipas. Si bien la ver-sión que encontramos hoy en día en lasLomas de Bracho parece haber sido intro-ducida en una época relativamente recien-te, su conexión con tradiciones escénicasremotas parece probable; y lo que sí es se-gura es su vinculación con una devoción quese ha prolongado por siglos. A todo esto hayque añadir la seducción intrínseca de lahistoria, en la que la inocencia y el heroís-mo del Bautista se oponen a la lujuria y lacrueldad de Herodes y Herodías; y dondeel erotismo de Salomé se conecta directa-mente con la muerte y la traición. Como lodestaca Alfonso Alfaro, tal seducción al-canzó a Gustave Moreau y a Óscar Wilde,y yo agregaría en la lista al zacatecano JulioRuelas.

En cuanto a las escenificaciones de ba-tallas entre musulmanes y cristianos, debe-mos situarlas en una tradición que se inicióen la península ibérica inmediatamentedespués del triunfo de los Reyes Católicossobre la ciudad de Boabdil, que puso fin ala Reconquista. En España, las morismas–como se les llamaba desde entonces– eranparte integrante de una cultura centraliza-

dora –hoy la llamaríamos “nacionalista”–que justificaba la unidad de todos los rei-nos peninsulares y se erigía como repre-sentante de la cristiandad ante la amenazapolítica del imperio otomano, las incursio-nes deprededoras de piratas turcos y ber-beriscos, y la resistencia interna que se tor-nó violenta en la rebelión de las Alpujarras.Alfaro nos recuerda que esta oposiciónentre dos supuestos bloques homogéneos,el islámico y el cristiano, se fue constru-yendo lentamente y tuvo un momento cul-minante en el siglo XVI, al enfrentarse lasvoluntades de poder de los Reyes Católi-cos y los Austrias, por un lado, y el emer-gente liderazgo de Istambul, por el otro.Con todo, lo que en realidad encontramosen los siglos anteriores son alianzas cruza-das entre reinos y señoríos tanto cristianoscomo musulmanes, y revueltas popularesque aprovechaban las escaramuzas para supropios fines. Por ejemplo, en el célebrepaso de Roncesvalles no combatieron cris-tianos y “moros”, sino francos y vascos, yestos últimos resultaron vencedores. Encualquier caso, tras la caída de Tenochti-tlán las morismas pasan al Nuevo Mundoya como versiones de una historia en la quelos conquistadores son aliados y represen-tantes de las figuras celestiales. La realidadimitaba al arte: así como en las morismaspeninsulares el apóstol Santiago y otrossantos irrumpían en los campos de batallapara dispersar a los mahometanos, del mis-mo modo los soldados españoles asegura-ban que en sus batallas contra los aztecas ocazcanes las mismas figuras les concedían

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la victoria. En las morismas novohispanaslos indios desempeñaban tanto el papel decristianos como el de moros, de modo queno se les excluía de la cristiandad triunfan-te. De nuevo es Motolinía quien nos cuen-ta que en 1538 y 1539 se escenificaron, enMéxico y en Tlaxcala, dos grandes batallasde las Cruzadas: la toma de Rodas y la tomade Jerusalén, el día de Corpus Christi; paraello se edificó una fuerte plaza (de utilería,como el castillo de Zacatecas), con torre delhomenaje y torreones, que era capturadapor los ejércitos del emperador. Poco a poco,a lo largo de décadas y centurias, fueronapareciendo variaciones y subvariacionesde la estructura fundamental de las moris-mas; por ejemplo, el llamado ciclo carolin-gio de danzas de moros y cristianos, lejana-mente inspirado en la Canción de Roldán,donde campean Carlomagno y sus valero-sos pares, o bien los espectáculos vincula-dos con la batalla de Lepanto, que tienencomo uno de sus protagonistas principalesa don Juan de Austria, pero donde tambiéndebe mostrarse a Felipe II –aunque éstenunca conoció ningún combate–, para noopacar la gloria de la corona. Sin embargo,la transformación y diversificación no obe-decía simplemente a la intervención de losmisioneros; por el contrario, los indígenasy los grupos populares se fueron apropian-do de las narrativas, de los diálogos y de lossímbolos, hasta producir secuencias franca-mente subversivas, como la de los tastoa-nes del valle de Atemajac, donde Santiagoes inmolado y, tras su resurrección, conver-tido en aliado de quienes fueran original-

mente sus enemigos, o la de la danza azte-ca-chichimeca (en ciertas variantes), dondela invocación a Dios y a Santiago se susti-tuye por la exaltación de Ometéotl y Quet-zalcóatl. Y hay que recordar que los viejoscristeros de Jalisco, Zacatecas y Michoa-cán, a quienes Jean Meyer entrevistó hacemás de treinta años, al hablar de sus haza-ñas en contra de los callistas se compara-ban con los Doce Pares de Francia.

La Morisma de Zacatecas no posee uncarácter explícitamente subversivo, pero sísignifica la apropiación popular de los per-sonajes y de las secuencias, la nivelaciónsocial a través de la devoción religiosa y delfervor teatral; la capacidad de innovar yreinventar los trajes y las coreografías, o deusar gafas de motociclista bajo una coronasarracena; la posibilidad de reclutar indis-tintamente hombres, mujeres y niños, o decambiar de un ejército a otro según se quie-ra estar cerca de la familia o de la novia, osimplemente experimentar el gozo de fa-bricar cada etapa de las batallas, con súbi-tos cañonazos y elaborados duelos de espa-dachines. Lo importante de la Morisma, afin de cuentas, es la solidaridad, que la len-te de Jorge Vértiz ha captado en forma in-superable cuando culmina en el gran desfi-le por el centro de Zacatecas, el último día,antes de la misa compartida en la catedraly del asalto final al castillo. Alfonso Alfarosostiene que, junto al individualismo y alconsumismo de la cultura capitalista domi-nante, donde el tiempo se concibe comoalgo que también se consume y se dese-cha, coexisten culturas comunitarias que

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prefieren la donación al consumo egoísta, yel gasto suntuario en el regocijo comparti-do a la acumulación de objetos caducos.Desde la visión comunitaria, el tiempo noes lineal, sino cíclico; puede recuperarseen el ritual y en la convivencia que une alos vivos con los muertos, a los presentes ya los ausentes, a lo corpóreo con lo intangi-ble. En sus palabras:

El tiempo que promete, el tiempo que des-

lava. Gracias a este rito, su paso no es lineal

y caótico, trazo endeble que va dando tum-

bos guiado por su propio capricho, sino una

espiral ascendente que nos va acercando al

cielo; una curva que describe exactamente

las mismas circunvoluciones de otra, dibu-

jada desde la eternidad, donde tuvieron –y

tienen– lugar las batallas que conmemora-

mos: la de los ángeles y los demonios cuyos

capitanes fueron San Miguel y Luzbel; la

que libró el sagrado Bautista contra la ce-

guera y la maldad; la de la muerte contra la

vida que se dirime en la redención y se re-

nueva en la eucaristía, la de unos persona-

jes llamados moros y cristianos, cuya ima-

gen está situada más allá de la historia y

que supieron asumir con honor el papel que

el destino les había deparado.

Los antropólogos entendemos el ritocomo una compleja articulación de ideas yemociones, de palabras y emblemas, de ac-tos y contextos, que involucra a un gran nú-mero de personas, y se repite y renueva altravés de las generaciones. Desafía el pasodel tiempo porque enarbola valores perdu-

rables y, sobre todo, el valor de la comuni-dad. Este libro nos adentra en el misteriode un rito; pero es, asimismo, como todacreación artística, un reto a la caducidadtemporal, “un gozo que pervive”, gracias ala prosa de Alfonso Alfaro, a las imágenesde Jorge Vértiz, y a la espléndida edición deArtes de México.

LECTURAS: RECIENTES, PERSONALES Y BRASILEÑAS

Mauricio Tenorio Trillo

Creo que cuando un amigo nos pregunta:“¿qué has leído últimamente?”, entre másdescontrolada y generosa es la lista de re-comendaciones, mejor es nuestra respues-ta. He aquí mis lecturas más recientes, per-sonales y brasileñas.

Más allá de la “tierra de zamba y pandero”

Son legión los llamamientos a la desna-cionalización de las distintas historiografías,mea culpa que cargamos los historiadoresde oficio. En Francia, por ejemplo, MarcelDetienne recientemente planteó la ideade comparar lo incomparable al superar laobsesión nacionalista de la historiografíafrancesa.1 En España, Josep Fontana, entrabajo erudito más allá de las parroquiasibéricas y de las modas teóricas, convoca ala rigurosidad empírica y a desencantarse

1 Comparer l’incomparable, Seuil, París, 2000, edi-ción castellana de Península, Barcelona, 2001.

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por igual de los grandes paradigmas expli-cativos y de los mitos nacionales. Mientrastanto, en los Estados Unidos, ya hace algu-nos años varios historiadores iniciaron lainternacionalización de la historia estadou-nidense, aunque los frutos estén aún porverse.2 Por contraste, en el resto del conti-nente americano ha reinado esa otra “comu-nidad” de cuento, “América Latina”, quenarra siempre la misma historia de buenosy malos. Son pocos los que han pedido ladesactivación del término a cambio de pro-ducir historias más interesantes, más alláde la nación, pero también más allá delmito colectivo de nuestra latinidad.3

En Brasil, paradigma universal del tró-pico, larga sede de la esclavitud, ese peca-do compartido y mito de la democracia ra-cial, siempre ha habido una cierta veta másque nacional, aunque reine, como en todoslados, la historia nacional y nacionalista.Tres trabajos recientes de la historiografíabrasileña presentan una sólida perspectivamás allá de la nación; el primero a travésde una posición atlántica (O Trato dos Vi-ventes. Fomação do Brasil no Atlântico Sul) ylos otros dos (O imperialismo sedutor. A ame-ricanização do Brasil na época da SegundaGuerra y Americanos. Representações da iden-tidade nacional no Brasil e nos EUA) gracias auna suerte de espejos cruzados entre losdos grandes mitos continentales, la naciónde os sortões y el país of the frontier. De estostres libros quiero hablar.

O Trato dos Viventes. Formação do Brasilno Atlântico Sul (Sao Paulo, Companhia dasLetras, 2000), de Luiz Felipe de Alencas-

tro, lanza una nueva mirada sobre la histo-riografía brasileña. No me detendré muchoen este libro. Es demasiado importante yrequiere de un tratamiento minucioso den-tro de los estudios de la esclavitud y de laformación y disolución de los imperios. Esobra que debe leerse a coro y a contrapelode recientes trabajos (sobre épocas variadasy sitios diferentes) que brindan una pers-pectiva del pasado más allá de la nación yde las áreas etno-culturales a que estamosacostumbrados (Europa, Asia, América La-tina). Me refiero a trabajos como los deSanjay Subrahmanyam, Anthony Pagden yDaniel Rotdgers, por citar pocos pero ex-celentes, y a cuya estirpe pertenece O Tra-to dos Viventes. La claridad de la prosa delautor hace que no haya nadie mejor que élpara explicar la trascendencia del libro:

siempre se pensó a Brasil fuera de Brasil,

pero de manera incompleta: el país aparece

como una prolongación de Europa. Sin em-

bargo, la idea expuesta en este libro es di-

ferente y relativamente simple: la coloniza-

ción portuguesa sostenida en la esclavitud

dio lugar a un espacio económico y social

bipolar, uno que englobaba una zona de

producción esclavista situada en el litoral

de la América del Sur y una zona de repro-

2 Consúltese el ensayo y la bibliografía que sobreesta materia presenté en la publicación Estudoshistóricos, Río de Janeiro, núm. 27, 2001, pp. 9-30.3 Pionero en esto fue Mario Sambarino; véase el ar-gumento y bibliografía que presento en Argucias dela historia, México, Paidós,1999.

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ducción de esclavos con sede en Angola.

Desde finales del siglo XVI surge un espacio

aterritorial, un archipiélago lusófono com-

puesto de los enclaves de la América portu-

guesa y de las feitorias de Angola. Es de ahí

que surgió Brasil en el siglo XVIII. No se

trata, a lo largo de estos capítulos, de estu-

diar de forma comparativa las colonias por-

tuguesas en el Atlántico. Al contrario, lo

que se quiere es mostrar cómo esas dos par-

tes unidas por el océano se complementan

en un solo sistema de exploración colonial

cuya singularidad aún marca profundamen-

te al Brasil contemporáneo [p. 9].

De Alencastro nos revela la otra cara dela “Tierra de la Santa Cruz”; esto es, unacolonia que, a diferencia de las visiones deilustres historiadores (Capistrano de Abreuo Sérgio Buarque de Hollanda, como DeAlencastro mismo señala) no puede asumirla conclusión y el axioma de la historianacional: Brasil. “Es en el espacio más am-plio del Atlántico del Sur –dice De Alen-castro– que la historia de la América por-tuguesa, y la génesis del imperio del Brasil,adquieren toda su dimensión. La continui-dad de la historia colonial no se confundecon la continuidad del territorio de la colo-nia” (pp. 20-21). Lo mismo ha sostenido, ycon largueza, otro lúcido historiador brasi-leño, José Murilo de Carvalho: “Cuando lastropas del general Junot forzaron a la Corteportuguesa a abandonar Lisboa con destinoa Río de Janeiro a fines de 1807, no existíaBrasil ni política, ni económica, ni cultural-mente. Existía un archipiélago de capita-

nías que, según Saint-Hilaire, el botánicofrancés que recorrió buena parte del país aprincipios del siglo XIX, frecuentementeignoraban la existencia unas de otras”.4

Por tanto, O Trato dos Viventes es unahistoria ilegal en muchas historiografías na-cionales. Es a un tiempo parte y negaciónde la historia portuguesa, la historia de An-gola, Mozambique, Cabo Verde, África engeneral, Brasil, Perú, Holanda, Inglaterra ysus colonias. Goa, Luanda, Lisboa, Salva-dor, Recife, Sao Paulo... son los escenariosde una “globalización”, como todas, defi-nitiva y trágica. Miles de almas traficadasde uno a otro lado del Atlántico por un im-perio marítimo y comercial que no halló oroo plata que valiera más que el tráfico depersonas. O Trato dos Viventes abarca mucho:el lado africano, el europeo, el americano;la captura de esclavos, la complicidad de losreinos y las tribus africanas, los problemasde transportación, las epidemias y sus efec-tos en africanos y portugueses, los cambiosen la relación con los indios de América, lamutua influencia en la búsqueda de formasde gobernar colonias entre España, Portugale Inglaterra. En definitiva, un libro destina-do a ser un clásico, impresionantementebien documentado no sólo de viejos pape-les y libros raros y olvidados, sino de poe-sía, literatura, cálculos estadísticos y toda

4 Véase De Alencastro, 1999, p. 23, otro libro de re-ciente aparición que pone a la mano del lector,experto y no, artículos, antes dispersos en variaspublicaciones, de este importante historiador bra-sileño.

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suerte de filigrana para deleite de historia-dores. Un clásico y un pionero de una his-toria más allá de las naciones; un libro, ade-más, favorecido por la excelente y bellaproducción de Companhia das Letras. “Elbuen historiador que escribe mal”, decíaPaulo Mendes Campos, una suerte de H. L.Mencken brasileño, activo por la décadade 1950, “debe entregar su material al malhistoriador que escribe normal”. De Alen-castro no tuvo necesidad de entregar suabundantísimo material a nadie, pues su es-critura es parte esencial del regalo que es OTrato dos Viventes.

Con un giro a la lente por largo tiempodesenfocada, De Alencastro nos descubreun mundo entretejido de rutas comerciales,contactos culturales, tráfico de ideas, cuer-pos y almas, entre Europa, Asia, África yAmérica. Y esto para el siglo XVI y XVII.Pero otras mundializaciones habrían de caer-le a este universo ya mundializado, y a ellose dedica O imperialismo sedutor. A america-nização do Brasil na época da Segunda Gue-rra (Sao Paulo: Companhia das Letras, 2000)de Antonio Pedro Tota. Se trata de un es-tudio minucioso del kulturkampf a la mane-ra brasileña durante la décadas de 1930 y1940; de la batalla entre los defensores del“verdadero” Brasil, el profundo, el autén-tico, y los mesías del Brasil moderno, cos-mopolita, “americanizado”. Esta es una con-troversia que se remonta a finales del sigloXIX y que tuvo su expresión, como puedeimaginarse, en cada país del continente.Tota se detiene en los aspectos más cerca-nos a la historia de los intercambios cultu-

rales, más de oficinas privadas y estatalesencargadas de la promoción cultural. O im-perialismo sedutor es un libro muy cercano auna veta, productiva y prometedora, de es-tudios “trasnacionales” o de nueva historiadiplomática. Para el caso de los Estados Uni-dos, trabajos como los de Emely Rosen-berg, Micol Seigel y Penny von Eschencuentan la misma historia que Tota, perodesde el punto de vista de la autopromo-ción de imágenes raciales, favorables a losEstados Unidos, en África, Europa y el res-to de América. Para el caso de México, pordar otro ejemplo, tres trabajos recorren sur-cos comunes a los de Tota: Helen Delpar,Seth Fein y Alicia Azuela. La cosa se estávolviendo moda entre el latinoamericanis-mo estadounidense que maquila todo loque toca.5

Pero el libro de Tota es más que moda.En verdad se trata de un trabajo rico en in-vestigaciones, anécdotas e ideas. Tres ejesconceptuales atraviesan el libro: el ameri-canismo entendido como doctrina estadou-nidense de seguridad nacional, protecciónhemisférica y agenda comercial, pero tam-bién como nueva e inevitable cara del pro-greso y la libertad. Es decir, americanismocomo “imperialismo seductor” y como an-helo, global y popular, de una era brasileñay mundial. Un segundo eje es, en las déca-das de 1930 y 1940, la alternativa, el germa-nismo y todo lo que tal término conllevaba:antiliberalismo, industrialización rápida, di-

5 Considérese, por ejemplo, el volumen coordina-do por Gilbert M. Joseph, 1998.

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sciplina, antiamericanismo, alta cultura… Esteeje nos parece hoy lejano, pero Tota se en-carga de recordarnos cuán presente estabaentonces en la mirada de políticos, de inte-lectuales y de la gente en general. El ter-cer eje es más complejo: la existencia deun intercambio cultural (Brasil-Estados Uni-dos) el cual se sustenta en la aparentemen-te incuestionable existencia de algo asícomo una cultura brasileña y una estadou-nidense. Al asumir la existencia de talesculturas, Tota sostiene no la simple imita-ción brasileña sino una resistencia, una muyparticular antropofagia brasileña y unmuy estadounidense exotismo.

O imperialismo sedutor estudia sobre todocuatro cosas: primero, la creación y funcio-namiento a partir de 1940 de la Office forCoordination of Commercial and CulturalRelations between the Americas, luego lla-mada Office of the Coordination of Inter-American Affairs, dirigida por NelsonRockefeller durante la administración deF.D. Roosevelt; en segundo lugar, y comoparte de lo anterior, la presencia brasileñaen la exposición universal de Nueva York(1939); en tercer término, la industria delcine y la radio durante las guerras de pro-paganda y el papel que el Brasil jugó en esascampañas; y finalmente la influencia de unintelectual bien conocido en el resto deAmérica, Waldo Frank. Para cada uno de es-tos temas Tota presenta una investigaciónrigurosa, bien ejemplificada, mejor conta-da y llena de ilustres momentos: OrsonWells en Brasil, Carmen Miranda y sus ava-tares en Brasil y Estados Unidos, los usos y

abusos de la música popular brasileña, laconsagración del Brasil de venta interna-cional, el de “Aquarela do Brasil” de AriBarroso, ese país de “zamba y pandero”,“tierra de Nuestro Señor”.

El libro de Tota es un anecdotario delas gansadas estadounidenses en la compren-sión del Brasil. Si De Alencastro estudiacómo las políticas de Carlos V frente a losindígenas del Perú fueron punto de refe-rencia para el quehacer portugués en Áfri-ca, Tota, en cambio, falla al no reconocerque la comprensión del estereotipo de laAquarela do Brasil pasa por México, ¡quése le va a hacer! Es decir, la Aquarela doBrasil fue pintada sobre la tela ya dibujadapor el conjunto de prejuicios y visiones mu-tuamente creadas entre Estados Unidos ysu frontera hispánica. Por ello, si algo pue-de reprochársele al trabajo de Tota es nohaber considerado, a no ser el libro de Fre-derick Pike, la nueva historiografía deltema.6 Pero si el de Tota es el anecdotariode los gazapos estadounidenses sobre Bra-sil, el libro de Lucia Lippi, Americanos. Re-presentações da identidade nacional no Brasile nos EUA (Belo Horizonte, UFMG, 2000) esla cuenta de los gastos del otro ojo: el bra-sileño viendo a Estados Unidos.

Americanos intenta hacer, primero, un ba-lance de las miradas cruzadas entre EstadosUnidos y Brasil, sobre todo en el siglo XX;

6 Libro que informa pero que deja las cosas sinanalizar. Tota, por ejemplo, podía haber considera-do el libro antes citado de Von Eschen y RobertRydell, 1993, y R. H. Haddow, 1997.

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también quiere ser un llamado al estudio yconocimiento de Estados Unidos en Brasil.Por ello, el libro de Lippi es uno en la tra-dición que la autora misma revisa –que vade la crítica antimodernista de Eduado Pra-do (A ilusão americana, 1893), los viajesoptimistas de Oliveira Lima (Pelos EstadosUnidos, 1899), los penetrantes, aunque con-servadores, comentarios de Alceu AmorosoLima (A realidade americana, 1954), la iro-nía fina de Érico Veríssimo (Gato Preto emCampo de Neve, 1939) y los desplantes ana-líticos, muy de la década de 1950, época deEl laberinto de la soledad (Octavio Paz) ode People of Plenty (David Potter), de VianaMoog (Bandeirantes e pioneiros, 1955); sagaque llega hasta el propio libro de Lippi y atrabajos como el de Tota o el coordinadopor Guillermo Giucci–.7 Pero al mismo tiem-po, Americanos es una revisión de la institu-cionalización del estudio de Estados Uni-dos en Brasil y del estudio del Brasil enEstados Unidos. Mejor aún, como muestraLippi, es la narración de la constante fija-ción de académicos, políticos e intelectua-les brasileños con Estados Unidos, perotambién el anuncio del fracaso en la con-formación de una verdadera perspectivabrasileña, documentada y seria, acerca delos Estados Unidos. Así, Lippi revisa elpapel jugado por la institucionalización delbrasilianismo en Estados Unidos, la impor-tancia del estilo norteamericano de univer-sidad en la profesionalización de las huma-nidades y las ciencias sociales en Brasil, yel papel de la Ford Foundation en ello.Como en su momento Sérgio Miceli –pero

sin los desplantes antiimperialistas del doc-tor Miceli–, Lippi escribe la historia de lasciencias sociales relacionadas con el mutuoconocimiento entre Brasil y los EstadosUnidos.8 Y al hacer esto revisa todas las con-tribuciones, entre ellas la de un favorito dequien esto escribe, Gerson Moura, a quienleí por primera vez a principios de la déca-da de 1990. Moura fue uno de los pionerosen el conocimiento del entramado teóricoque sostiene el edificio de las ciencias so-ciales estadounidenses. Soy uno de sus be-neficiarios, y transcribo aquí el párrafo que,con justicia, le dedica Lippi:

En este cuadro de desconocimiento, el tra-

bajo de Gerson Moura, estudioso de las re-

laciones exteriores brasileñas, constituyó una

excepción. Su investigación, interrumpida

por la muerte prematura, fue la que más se

acercó al estudio del universo de la historio-

grafía estadounidense entre nosotros. Autor

de Autonomia na dependência y de Tio Sam

Chega ao Brasil, Gerson se dedicó a exami-

nar el diálogo entre la historia y las ciencias

sociales en Estados Unidos durante el siglo

XX, y apunta aproximaciones, impasses y

retrocesos [p. 32].

7 La citada tesis de Seigel recorre igual terreno, es-pecialmente al examinar a autores como OliveiraLima y Arthur Ramos que, en constante interac-ción con el pensamiento estadounidense, presen-taron visiones de una democracia racial no sólo bra-sileña.8 Los trabajos de Miceli son clásicos en la sociolo-gía de los intelectuales y en la historia de la acade-mización de las ciencias sociales en Brasil.

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Como parte del estudio del brasilianis-mo estadounidense y del “americanismo”brasileño, Lippi examina la recepción delos trabajos del historiador estadounidense,recientemente desaparecido, Richard Mor-se. Y aquí Lippi diseca el fuego cruzadoentre Morse e intelectuales brasileños a fa-vor y en contra de las ideas presentadas enEl espejo de Próspero, de Morse (autores comoSimon Schwartzman, José Guilherme Me-quior, Wanderley Guilherme dos Santos,Antonio Candido, entre otros). A la distan-cia de unos años, la controversia apareceahora como el encuentro de dos posicionesinteligentes y bien sustentadas: una ver-sión cuasihabermasiana del Brasil, margende Occidente pero proyecto mejorable dela modernidad occidental (Schwartzman),y la visión neorromántica de la vuelta a lasraíces y al Brasil, la sociedad alternativa.Esta dicotomía hoy parece anacrónica y ac-tual. Anacrónica porque ninguno de los dosproyectos es siquiera discutible, no ya rea-lizable, en su versión pura. Actual porque¿qué otra cosa es la traída y llevada globa-lización que debatir la posibilidad de exis-tencia de estas opciones civilizacionales?–cuando en realidad la civilización y la glo-balidad no está en una u otra versión sinoen la posibilidad de discutirlas, y en los tér-minos que Schwartzman, Morse y Lippimisma establecen–.

Lucia Lippi encuentra en el espacio unaobsesión común entre las definiciones na-cionales de Estados Unidos y Brasil.9 Elsertão y la frontier son el obstáculo, el atra-so, la barbarie y el reto, pero también la

renovación, la pureza y la autenticidad.Americanos examina esta problemática yvuelve a analizar Bandeirantes e pioneiros,de Viana Moog, al tiempo que reconstruyedos visiones de la frontera norteamericana:la del historiador académico Frederick Jack-son Turner y las del historiador presidenteT.D. Roosevelt. Estas consideraciones re-gresan al lector a un debate que parecíaenterrado en la prehistoria romántica denuestras naciones. La identitología nacio-nal dio frutos mohínos e intolerantes, aun-que también elegantes creaciones artísti-cas (como Raízes do Brasil), y experimentaen estos principios del siglo XXI un revivalacadémico e intelectual. Y es nuevamenterelevante la pregunta central de Moog, enpalabras de Lippi: “¿cómo fue posible quelos Estados Unidos llegaran a la vanguar-dia de las naciones y que el Brasil tuvieraun futuro tan incierto?” (p. 104). Raza, cli-ma, historia y naturaleza ocupan a Moog,quien, como cita Lippi, consideraba a Bra-sil “la única civilización tropical realmente

9 Una nueva visión de los sertões también apareceen un libro de reciente publicación, Trindade Lima,1999. Se trata de un lúcido y completo estudio delas visiones literarias, higienistas, sociológicas, sim-bólicas de los sertões ora como la barbarie en buscade conquista, ora como fuente inagotable de la ori-ginalidad brasileña; un estudio que revisa, con unadmirable bagaje teórico, desde las visiones de Eu-clides da Cunha hasta los trabajos de naturistas ehigienistas poco conocidos, así como el surgimien-to de una perspectiva sociológica profesional enBrasil. Otro estudio fresco en relación con lossertões y la aparición de una medicina tropical, bra-sileña y moderna, en Bahía, es Peard, 1999.

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mencionable”. Como Gilberto Freyre an-tes, Moog afirma la ausencia de problemasraciales graves. Este “mito” sugiere otrolegendario participante en este debate, Pe-ter Fry. Las revisiones del pensamiento so-cial brasileño, por lo visto, no terminaráncon la simple desmitificación de esta pro-verbial creencia brasileña; llevarán a pre-guntarse para qué servía el mito y si aúnresulta útil, aunque sea como mito.10

Por extraño que parezca, la materiaexaminada por Lippi es hoy de vanguar-dia. No es una falla de esos hacedores demitos –ya de la democracia racial, de la su-perioridad espiritual del Brasil, o del melt-ing pot estadounidense– de las identidades“verdaderas” de mexicanos, brasileños, es-tadounidenses, franceses… cualesquieraque éstas sean, sino de nuestros tiempos queaún encuentran interesante regodearse enla posibilidad de existencia de algo asícomo “razas” e “identidades”. El diagnós-tico de Lucia Lippi sólo nos recuerda queel historiador nunca hace consigo mismo loque hace con los demás –y fue Göethequien pedía al historiador meterse consigomismo con la saña con que se entrometecon otros–. Porque la fiebre identitológicade hoy, de los multiculturalismos de losBrasiles profundos, los Méxicos profundos,los Estados Unidos profundos es, creo, unamezcla inútil de mea culpa con autocom-placencia.

Aquí la relevancia de la última partedel libro de Lippi: un hacerse de palabrascon la idea del multiculturalismo a la ma-nera estadounidense, y esto desde el pun-

to de vista del país de la supuesta demo-cracia racial, de la innegable diversidad ge-nética, política y económica. Dice Lippi,“así como en los Estados Unidos se pasóa combatir el melting pot, aquí también secombate el mito de la democracia racial. Enese combate se vuelven a afirmar las dife-rencias raciales; se da incluso una lucha porla racialización, por la etnización de la vidasocial” (p. 184). En un país donde reina“un orden social asimilacionista, con un or-den público clientelista, familiarista”, don-de “prevalece la noción de a los amigostodo, a los enemigos la ley’”, en ese Brasil,se pregunta Lippi, “¿es posible desechar elcamino de la universalidad de los derechosdel individuo por la garantía de los dere-chos de las etnias?” (p. 185). Lippi res-ponde a coro con Caetano Veloso al afirmarla de facto e irrenunciable mestización delpaís, y al ponerse del lado de la noción deciudadanía. Dice Lippi que dice Veloso:

Al contrario de esos brasilianistas que nos

querían mostrar que el Brasil cultivaba un

racismo hipócrita y por lo tanto más nocivo

que el racismo abierto y un día institucio-

nalizado que experimentaron los Estados

Unidos, yo –además de preferir que un ra-

cista sea, al menos, constreñido a fingir que

no lo es– pienso que la confusión racial bra-

sileña revela una mezcla profunda que ocu-

rrió también, inevitablemente, entre los

norteamericanos, a pesar de que ellos finjan

10 Véase también Jesse Souza (coord.), 1997.

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–con sus leyes racistas y con sus leyes de

compensación antirracista– que esa mezcla

no se dio allá.11

Y Lippi dice: es muy difícil el trans-plante...

tout court del nuevo modelo de construcción

de identidades del mundo norteamericano

al brasileño. Aunque la cultura y la socie-

dad brasileña estén pasando por enormes

transformaciones, a pesar de que la identi-

dad nacional sea hoy menos homogénea de

lo que fue en el pasado y asuma un perfil

mucho más pluralista sin optar por un único

padrón, aún así, creemos que el paradigma

asimilacionista, que valoriza el mestizaje y

la consecuente personalización de las rela-

ciones sociales, continúa siendo muy fuerte

y sobrevive a las dificultades concretas de

implantación de los valores abstractos y uni-

versalistas, que están contenidas en la lu-

cha por el establecimiento de la ciudadanía

[p. 188].

El libro de Lippi, pues, nos recuerdaque nuestros asumidos post-tiempos soncomo los ángeles de esa gran poetisa brasi-leña, Cecilia Meireles, ángeles que tienden“sus convites divinos”, y entonces “soña-mos que ya no soñamos”. Pero aún so-ñamos, unos en acentuar las diversidades,incluso inventarlas, en nombre de una mul-ticulturalidad políticamente correcta; otrosen seguir aspirando a las viejas nociones dederechos civiles y a la ciudadanía univer-sal. Pero todos, en Brasil, en Estados Uni-

dos o en México, “soñamos que ya no so-ñamos”, que esta vez va en serio.

“Numa terra radiosa vive um povo triste”:12

Las nuevas visiones del pensamiento brasileiro

En la última década han sido publicadosvarios trabajos sobre el pensamiento socialbrasileño; algo más allá de las historias delliberalismo –o del positivismo– comunesen todo el continente.13 Más bien historiasdel devenir de la concepción científica de lasociedad, la naturaleza, el Estado, el bie-nestar. A tal tendencia se ha sumado otra,ora comercial, ora de política cultural, quees el auge de la industria editorial brasile-ña. Las ediciones brasileñas de historia yensayo han crecido en cantidad y calidad.Entre estos trabajos recientes, y que de cier-ta manera tratan sobre el pensamiento bra-sileño, está Historia da vida privada noBrasil, coordinado por Fernando A. Novais(São Paulo, Companhia das Letras, 1997-2000), que va en su cuarto volumen. Enespecial los dos últimos volúmenes de estacolección contienen importantes revisio-nes de los clásicos del pensamiento brasi-leño en la tinta de los mundillos cotidianosde ciudades como Río, Sao Paulo o BeloHorizonte.

11 El texto es de Veloso, citado en el libro de Lippi,p. 185.12 La frase es de Eduardo Prado, Retrato do Brasil(1928).13 Sobre Brasil, véase Renato R. Boschi, 1985; An-tonio Pim, 1998; Wanderley Guilherme, 1999; Re-nato Lemos, 1999.

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Además de esta obra de varios volúme-nes, Introdução ao Brasil. Um Banquete noTrópico, coordinado por Lourenço DantasMota, proporciona una colección de traba-jos sobre libros claves del pensamiento bra-sileño; es un “estado del arte” en el estu-dio del pensamiento social brasileño y unaútil referencia para la enseñanza y la inves-tigación. Incluye ensayos sobre los clási-cos textos del pensamiento brasileño: losSermões del padre Vieira, el Proyecto para elBrasil de José Bonifácio, Os sertões de Eu-clides da Cunha, Retrato do Brasil de PauloPrado, Raízes do Brasil de Sérgio Buarquede Hollanda, Casa-grande e senzala de Gil-berto Freyre, la Formação da literatura Bra-sileira de Antonio Candido, entre otros. Larevisión de cada título no sólo presenta losdatos básicos y el contexto general del au-tor y del libro en cuestión, sino que revisalas interpretaciones que el libro ha mereci-do a través del tiempo. Más aún, saca im-portantes lecciones para el presente. Porejemplo, entre 1897 y 1899 fueron publica-dos los tres volúmenes de Um estadista doimpério de Joaquim Nabuco. En tal estu-dio, sostiene Luiz Felipe de Alencastro,encargado de examinar este libro en Intro-dução ao Brasil, el prominente liberal y an-tiesclavista brasileño hizo una defensa mi-nuciosa e inteligente del parlamento y dela necesaria continuidad del Estado de lamonarquía a la República. Y por ello, aña-de De Alencastro, el libro ganó una nuevavigencia en dos momentos más recientesde la historia brasileña, cuando fue necesa-rio reforzar la importancia del Congreso en

contra de poderes dictatoriales (al final dela era Vargas en 1945 y al final de la dicta-dura militar en 1985). El texto, sugiere DeAlencastro, también contiene advertenciaspara el futuro:

El congreso no es el Parlamento y la Brasi-

lia de fines del siglo XX no tiene, ni jamás

tendrá, la importancia y la influencia nacio-

nal que Río de Janeiro ejercía a fines del

siglo XIX. Además, Um estadista en vez de

estimular el optimismo acerca de la eficacia

y perennidad de la política parlamentaria

brasileña, puede también dar lugar a una

lectura pesimista. Después de todo, el libro

narra la historia de una miopía política casi

secular que redunda en un fiasco enorme:

al enfrentar la esclavitud desde su funda-

ción, el Parlamento ganó cuanto tiempo

pudo, dejó que el problema tomara dimen-

siones nacionales e internacionales insoste-

nibles y, cuando resolvió actuar, provocó la

quiebra de la monarquía y del régimen par-

lamentario [p. 131].

De este tipo de lecciones está lleno ellibro. De igual manera, en el tratamientode Raízes do Brasil, Brasílio Sallum recuer-da al lector la belleza e importancia de unlibro originalmente publicado en 1936. (Unode los iconos de un importante momentocontinental de crítica social y cultural –ladécada de 1930– y uno de los pocos librostratados en Introdução ao Brasil que algunavez fuera traducido al castellano, por ciertogracias a la clarividencia de Cosío Villegasen el Fondo de Cultura Económica.) Pero

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Sallum también nos recuerda cómo un librotan poético era también una sólida crítica alautoritarismo que Buarque de Hollanda veíavenir, una mano dura que pretendía susti-tuir los fracasos de una república oligárqui-ca con la firmeza de una dictadura igual-mente oligárquica. Había que hacerse,creía Buarque de Hollanda, la gran Revo-lución brasileña, la que acabara con las vie-jas oligarquías e incluyera a las nuevas ma-sas y clases medias.

Como toda recopilación de artículos,Introdução ao Brasil tiene descalabros y de-sequilibrios en el examen de los diferenteslibros. Pero no deja de ser una gran idea yun elemental recurso bibliográfico y peda-gógico, además de una importante propues-ta de reinterpretación contemporánea demuchos de los textos clásicos del pensa-miento brasileño.

Si bien este último libro alcanza a exa-minar autores contemporáneos como An-tonio Candido, Celso Furtado o FlorestanFernandez, no incluye un capítulo sobreuno de los educadores y antropólogos másimportantes del siglo XX brasileño: DarcyRibeiro. Darcy Ribeiro, sociologia de um in-disciplinado de Helena Bomeny (Río de Ja-neiro, UFMG, 2001) es otro estudio recienteque reinterpreta el pensamiento social bra-sileño a partir del análisis de Darcy, el an-tropólogo, el indigenista brasileño, el hombrede izquierda, el funcionario, el educador,el Don Juan y el escritor. Darcy es sin dudauno de los más interesantes científicos so-ciales del siglo XX, especialmente por elpapel que jugó en los planes educativos de

Brasil y por su último gesto: unas monu-mentales memorias; memorias que, Bome-ny muestra, nos obligan a pensar la teoríasocial a la luz de la autobiografía y a contra-luz de pensadores como Raymond Aron,Robert Merton o Richard Bendix. Desdeesta perspectiva la teoría social resulta seralgo más que una lucha de letras y paradig-mas; es la vida. Weber así, pues, vendría aser sus lecturas y su vida, y es irrepetible eindescifrable. La búsqueda del método sevuelve otro nombre para decir “ir vivien-do”, sobre todo en un bon vivant comoDarcy.

Darcy Ribeiro. Sociologia de um indisci-plinado es en verdad una reinterpretacióndel desarrollo de las ciencias sociales enBrasil (a partir de la década de 1940) desdeel eje de la educación, y por ello desde lasuma más obvia de ciencia, educación, pa-sión y nacionalismo: Darcy. Pero es al mis-mo tiempo un estudio de la vida y papelinstitucionalizador de Darcy y de cuatro per-sonalidades más: Anísio Teixeira, Fernan-do de Azevedo, Florestan Fernandez y Ro-berto da Matta. Los dos primeros, junto conel ministro Gustavo Capanema, y el propioDarcy, fueron importantes educadores den-tro de la llamada Escola Nova. Teixeira fueel traductor de John Dewey al portuguésy el estratega de la reforma de la educaciónpública a finales de la década de 1950 ydurante la de 1960. El libro de Bomeny es,en efecto, una historia de la educación pú-blica en Brasil. Como dice Bomeny: “Laaproximación simultánea a Fernando deAzevedo y Darcy Ribeiro representa, teóri-

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ca y políticamente, la posibilidad de com-binar el legado de la escuela sociológicafrancesa con el individualismo democráti-co de la escuela de Chicago. Y si el trazomás sobresaliente del proyecto de Anísiode Teixeira es la defensa de la democracia,no le fueron indiferente la fidelidad, la pa-sión, el compromiso y la militancia de Dar-cy con las causas populares” (p. 255).

Bomeny contrapone a Darcy y Aron enlo concerniente a la búsqueda de método,poder y estilo. Las impresionantes memo-rias publicadas en el ocaso de sus vidas haceesto posible. En ellas podemos ver al cien-tífico enfrentar al político, al Don Juan, alescritor, al estratega y al mesías que todosllevamos dentro. Así, si Aron es el especta-dor comprometido que actúa de acuerdocon las posibilidades del momento, Darcyes el mesías apasionado: la seducción deDarcy –dice Bomeny– por las salidas mi-sionarias y salvacionistas encuentra enAron el contrapunto realista de la accióncircunscrita a la lógica de lo posible (p. 25).

Darcy es también el megalómano irre-verente que, como W. H. Auden, para quienla modestia o era mentira o no era modes-tia, creía que “os modestos têm razão, cadaum sabe de si”. Bomeny reconstruye la tra-yectoria intelectual de Darcy, desde susorígenes en la escuela antropológica de SaoPaulo, muy cercana al nuevo estructuralis-mo culturalista estadounidense, hasta sugiro de educador y político internacional,crítico de las nuevas teorías antropológicas(por ello enfrentado a los nuevos antropó-logos, como Roberto DaMatta, menos cre-

yente en los paradigmas científicos, menosnacionalista). Pero, en el fondo, Darcy fueel eterno huérfano que buscó en ser forja-dor de patria la compensación a no habertenido una y no haber sido padre. Una tra-yectoria apasionante y llena de matices. Enel medio de todo, una ingente labor educa-dora que Bomeny resume al detalle, tantoen sus estadísticas y logros como en sus in-fluencias internacionales (especialmente elpragmatismo educativo de Dewey). Peroal final, la melancolía, la misma que PauloPrado, en su Retrato do Brasil (1928), habíaseñalado como elemento esencial de labrasilianidad. Dice Bomeny de Darcy:

El sumergirse en la brasilianidad –como

[Darcy] mismo cuando en la escuela paulis-

ta–, la penetración en el interior del alma

brasileña, el autoconvencimiento de que

tenía que construir una teoría que explicase

la originalidad brasileña [...] hicieron de Dar-

cy un creyente en su potencialidad de ge-

nio, héroe, solitario traductor e intérprete

de los auténticos sentimientos nacionales.

Luchaba contra la muerte porque no podría

librarse en cuanto no formulase la teoría ex-

plicativa del Brasil, cubriendo la laguna aún

existente en nuestra tradición. La urgencia

en hacerlo empeñando la vida, a pesar de

las incursiones de la muerte, lo aproxima a

Dios; la certeza de que la auténtica inter-

pretación de Brasil dependía de su talen-

to… [hacía] de él el traductor privilegiado,

el intelectual que piensa el Brasil, el no aca-

démico, el indisciplinado portador de do-

nes excepcionales, el vanidoso confeso…

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Él, que no obstante se vuelve, nos re-cuerda Bomeny, un ser frágil y vulnerablepor su misma vanidad y su infranqueablemelancolía. Bomeny impulsa a pensar queDarcy, si no más, queda como un baluartedel género autobiográfico en portugués y/ocomo un monumento al proyecto fallidoque venimos arrastrando desde el siglo XIX:una ciencia real, verdadera, objetiva y útilde lo social.

�No quise ser irrespetuoso al juntar todosestos libros. Seguro que no hay razón paraque vivan juntos. Sucede que los leí re-cientemente y que me gustaría darlos a co-nocer y verlos, por qué no, traducidos pormanos más peritas que las mías. Queríaparticipar mi emoción y recomendarlos,cosa que, a luces vistas, ya he hecho.

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