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¡Que viva la música!

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Andrés Caicedo

¡Que viva la música!

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© 2012, H erederos de Andrés Caicedo c/o Indent Literary Agency w w w.indentagency.com

© D e «Cogiéndole el paso a la Siem previva»: Bernard Cohen © D e «M is días y noches con Andrés»: Jaim e M anrique © D e «Caicedo y yo, destinitos fatales»: M arco Cassini © D e «Planeta Caicedo»: Alberto Fuguet

© D e esta edición: 2012, D istribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A. Carrera 11A N º 98-50, o+cina 501 Teléfono (571) 7 057777 Bogotá - Colom bia

Av. Leandro N . Alem 720 (1001), Buenos Aires

Avda. U niversidad, 767M éxico, D .F. C. P. 03100. M éxico

Torrelaguna, 60. 28043 M adrid

ISBN : 978-958-758-366-3Im preso en Colom bia - Printed in ColombiaPrim era edición en Colom bia, m arzo de 2012

D iseño:Proyecto de Enric Satué

© Fotografía de cubierta: Santiago M osquera M ejía D iseño de cubierta: Ana Carulla y Santiago M osquera M ejía

Todos los derechos reservados.

Esta publicación no puede ser

reproducida, ni en todo ni en parte,

ni registrada en o transm itida por

un sistem a de recuperación

de inform ación, en ninguna form a

ni por ningún m edio, sea m ecánico,

fotoquím ico, electrónico, m agnético,

electroóptico, por fotocopia,

o cualquier otro, sin el perm iso previo

por escrito de la editorial.

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Contenido

Cogiéndole el paso a la Siem previva ixBernard Cohen

M is días y noches con Andrés xviiJaime M anrique

Caicedo y yo, destinitos fatales xxviiM arco Cassini

Planeta Caicedo xxxiiiAlberto Fuguet

¡Q ue viva la m úsica! 1

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Planeta CaicedoAlberto Fuguet*

Lo he contado antes, lo he escrito por ahí: hasta hace poco — bueno, ya no tan poco— no conocía a Andrés Caicedo. N o sabía de su existencia. Claro: no soy colom biano, no soy caleño, no estudié ni fui joven en Colom bia. Y aquí es donde m e quiero detener antes de seguir: no leí a Andrés Caicedo en el m om ento jus-to, en ese instante en que «todo estalla», en que uno está vulnerable y a la deriva, pero al m ism o tiem po curioso y buscando aliados y herm anos y padres que no deseen m atarse.

Leí tarde a Caicedo. Ya no era un pelado, ya era un escritor. A veces m e pregunto: si hubiera leído antes a An-

drés (Caicedo es de esos autores que cuesta llam arlo por su apellido; uno tiende, com o fan, a designarlo com o Andrés), ¿m e hubiera convertido en escritor? ¿H ubiera valido la pena hacer el esfuerzo? ¿N o pudo ocurrir lo que a veces les sucede a tantos? Es tal la im presión que te causa un texto (la sum a de ¡Q ue viva la música! + O jo al cine + el m ito Andrés en un com bo tenaz) que puede rem ecer a un escritor en ciernes y dejarlo m ás en la vere-

* N ació en Santiago de Chile. Es autor de las novelas M ala onda; Por favor, rebobinar; Tinta roja; Las películas de mi vida; M issing y Aeropuer-tos. Fue «director y m ontajista» de M i cuerpo es una celda, la autobiografía de Andrés Caicedo. H a dirigido varios clips, los largom etrajes Se arrien-da, Velódromo y M úsica campesina. Su sitio de cine garage es w w w.cinepa-

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da de los fans que en la avenida de los creadores. Porque el huracán Caicedo, si te golpea desprevenido, te puede cam biar la vida: para bien (quieres leerlo todo; te im - pulsa a escribir siguiendo su ejem plo; te vuelves un adic-to y acaso un groupie) o definitivam ente para m al (de-cides ser un groupie y un adicto; sólo te dedicas a leer y a subrayar a Caicedo; te refirm a tus inseguridades y m iedos, y m ás que pensar en escribir, com ienzas a pen-sar en cóm o m atarte o, al m enos, en cóm o vivir una vida caicediana).

Pero la vida es m isteriosa. O lo era antes de in-ternet. N o dependía de uno lo que leía porque era clave aquello que estaba disponible en las librerías y eso de-pendía en parte del canon. Los autores que ya habían sido bendecidos eran los que form aban el canon y, por lo tanto, esos llegaban a las librerías y esos eran a los que accedías. N o podías leer lo que no estaba ni siquiera en las librerías de libros usados.

Andrés no era parte de la mafia y quizás ni si-quiera sabía dónde quedaba Barcelona en el m apa. Él soñaba con revistas de cine, con H ollyw ood, creía que los jóvenes podían ser sus lectores y sentía que el rock era tan o igual de potente que las novelas o el cine. Adem ás estaba m uerto. Joven y m uerto.

¿Q ué futuro literario podía tener?El 4 de m arzo de 1977, día en que llegó el pri-

m er ejem plar de ¡Q ue viva la música! a su departam ento en Cali, Andrés se suicidó a los veinticinco años. U na tragedia, sin duda, pero tam bién el m ayor de los actos m ediáticos. Andrés tenía claro qué había sucedido con Jim M orrison, con Janis Joplin. Sabía que Jam es D ean ya estaba m uerto para el estreno de Rebelde sin causa. Es im posible analizar o tratar de entender un suicidio.

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En parte he tratado de hacerlo al ingresar a sus papeles personales y cartas y arm ar su autobiografía: M i cuer-po es una celda. N o tengo una respuesta. Lo que, claro, aum enta el m isterio, enciende el m orbo. Pero una cosa está clara: m ás allá del trem endo dolor, la inm ensa sen-sación de soledad y de estar a la deriva, Caicedo siem pre tuvo claro que su fam a y su conexión con los lectores sería después. Q uería dejar obra. Intentó m atarse varias veces. N o era un autor que quería hacer una carrera; era un autor díscolo, nuevo, en ciernes, que no deseaba m a-durar o crecer o envejecer, pero que sí quería dejar obra.

Y la dejó.D ejó una obra llena de vida, im perfecta, quizás,

pero im presionante, real, honesta, desgarrada y desnu-da. Y, con el tiem po, este legado se fue escindiendo de m anera natural en su obra de ficción (libros para jo-vencitos) y su no-ficción teñida por las drogas, el cine, la am bigüedad, el terror, la disfunción fam iliar y las tem poradas en los psiquiátricos. ¡Q ue viva la música! es la obra cum bre de un autor que está em pezando; M i cuerpo es una celda, su obra póstum a, es el testim onio de alguien que quiere claudicar.

***

Lo m ás fascinante de ¡Q ue viva la música! es ser una suerte de m anifiesto de M aría del Carm en H uerta, una jovencita bien que desciende a la Cali profunda de la salsa y la rum ba. La novela está narrada en prim era persona y term ina con una especie de bonus track don-de anota la banda sonora de la novela que acabam os de leer. Pero justo hacia el final, cuando el viaje y el libro es-tán llegando a su térm ino, algo raro sucede: la narradora va cam biando de voz y se va volviendo m ás m asculina,

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com o si el verdadero autor se aburriera o no fuera capaz de m antener la im postación para escribir con seguridad absoluta un tipo de proclam ación que com ienza sien-

el m om ento de m ás significado en la historia de la hu-m anidad») para, poco a poco, ir transform ándose en el credo del propio Caicedo. Es en este libro donde sale la fam osa frase «Si dejas obra, m uere tranquilo, confiando en unos pocos buenos am igos». M uchas de estas sen-tencias/órdenes/recom endaciones a sus lectores son del todo sobregiradas y m ás tienen que ver con el autor que con la narradora, y que, si se leen línea a línea, son in-cluso contradictorias, pues quieren tanto el anonim ato com o la fam a, y transform an sus im pulsos suicidas en m andatos para no crecer: «N unca perm itas que te vuel-van persona m ayor, hom bre respetable. N unca dejes de ser niño… Para la tim idez, la autodestrucción».

Caicedo va escribiendo un par de páginas que lue- go podrán transform arse en frases de afiches o m ensajes de Tw itter: «El sexo es el acto de las tinieblas y el enam o-ram iento la reunión de los torm entos». Pregona olvi-darse de «alcanzar alguna vez lo que llam an “norm alidad sexual”» y recom ienda no esperar «que el am or te traiga paz».

La novela celebra la m úsica y la salsa, pero al final es el cine el m ejor refugio: «Adonde m ejor se practica el ritm o de la soledad es en los cines, aprende a sabotear los cines». Llam a a pagarles con «m ala m oneda» a los padres, pues deben com pensar y alim entar siem pre a sus hijos por haberlos tenido. «Jam ás ahorres.»

N o es raro que Andrés Caicedo se haya suicida-do después de haber escrito todo esto: «M uérete antes que tus padres para librarlos de la espantosa visión de

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tu vejez». Lo que impresiona y acaso nunca se sabrá es cuántos lectores intentaron hacerle caso.

***

La vida tiene sus vueltas, sí. Es misteriosa. La justicia, lo tengo claro, no existe, pero sí creo en la justi- cia artística. A la larga, con el tiempo, las cosas se orde-nan. El gran best seller de su momento desaparece y un autor del que nadie supo de su existencia termina in-fluyendo a los demás. ¡Que viva la música!, novela con-denada por su autor, quizás, a la muerte, no sólo lo so-brevive, lo hace renacer cada vez que se reedita —como ahora, en Alfaguara, al igual que Vargas Llosa, su ídolo literario— y, cómo no, cada vez que se lee por primera vez.

Eso tiene Andrés Caicedo que pocos tienen: se sigue leyendo, lo siguen leyendo. Como me comentó un amigo suyo en Cali: mientras nazcan jovencitos en Colombia habrá lectores de Andrés. Yo acoto: mientras nazcan jovencitos y jovencitas que vayan pasando la ado-lescencia en cualquier parte del mundo —porque ahora Andrés es latinoamericano y mundial— habrá nuevos lectores de Andrés.

El chico de moda de los setenta sigue estando de moda, lo que prueba que no es una moda, que lo que es-cribe trasciende idiomas, ciudades, grupos, tendencias. Lo que parecía «tan caleño» termina siendo más bien urbano y del mundo. En esta era de Twitter y iPhones, chats y Skype, WhatsApp y YouTube, Caicedo parece el autor natural para narrar esta nueva generación: perso-nas conectadas y desconectadas, con una sobredosis de información pero con emociones que no entienden del todo o que no pueden controlar. Caicedo es disasocia-

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do y border, lim inal y bisexual, pop y m ediático, retro y adelantado. N o es raro que se entienda a la perfec-ción en el siglo XXI. N o es de extrañar que se vuelva fe- tiche de aquellos que sólo pueden expresarse usando m e- dios que los protegen. Andrés era tartam udo y usaba los libros, las cartas y los artículos para conectarse con el m undo. Andrés blogueaba antes de los blogs; Andrés enviaba m ails — cartas, en rigor— a gente que ni siquie-ra conocía contándole de los dolores y penas que lo con-fundían.

Caicedo es de nicho, sí, y quizás ese nicho sean sus fans. Este Planeta Caicedo fusiona lo que podría de-nom inarse la sensibilidad emo con la furia del fanboy (los cinéfilos acérrim os y fetichistas) con la de un autor lite-rario, una suerte de Cesare Pavese tropical. Triunfa tanto en la ficción com o en la no-ficción. Sabe de drogas, de cine, de m úsica, se viste vintage, entiende el valor del personaje detrás del autor, posa com o rockero, se desnu-da frente a cám aras de 16 m m , deja todo por escrito para que alguien haga la crónica, para que los lectores de la m oral Instagram puedan conectar con él com o si fuera un tipo que viviera en Finlandia o Seúl.

Caicedo es una suerte de K urt Cobain literario y cinéfilo que es capaz de unir a los fans de André Bazin

m ism o año, se m aravillaba con las m ariposas am arillas, Caicedo se obsesionaba con Travis Bickle y Taxi D river.

***

Aún m e cuesta creer que supe de la existencia de Caicedo hace tan poco. M ucho después de que Andrés Caicedo se hubiera convertido en Andrés Caicedo, el rockstar literario colom biano, el K urt Cobain de Cali,

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el cineasta que no film ó pero term inó transform ándo-se en la estrella de cine m ás grande que ha producido Colom bia.

La am istad com enzó el año 2000. Andrés ya lle-vaba m ás de veinte años m uerto y sus libros estaban en las estanterías colom bianas hacía rato.

¿D ónde estaba yo? ¿D ónde estaban sus libros? En rigor: ¿dónde estaba él cuando m ás lo nece-

sitaba? Lo encontré en una de m is librerías favoritas: la

El O livar, en pleno San Isidro. Ahí estaba, haciendo ho-ra, esperando un avión. H abía entregado m i cuarto en el hotel El O livar y esperaba un taxi para partir rum bo al aeropuerto Jorge Chávez. Así que m e puse a m irar libros, que no es una m ala m anera de m atar el tiem po. D e pronto la palabra cine se fijó en m i radar. D e entre los m iles de libros que tapizaban las estanterías de esa casa pintada de verde, m e fijé en un grueso volum en azul oscuro titulado O jo al cine.

D ejé los otros textos que tenía en la m ano para tom ar este volum en desconocido. Exagero si escribo que m is m anos tiritaban, pero casi. Al m enos deseaba que lo hicieran (close-up a m anos que tom an libro). Intuí que m ás que enfrentarm e a un libro, m e estaba enfrentando a una persona.

La persona que años después se transform aría en parte de m í y yo, para bien o para m al, no lo sé, en parte de su fam ilia.

¿Por qué un autor suicida atrae tanto? ¿Por qué un cinéfilo suicida m e im pactó así? ¿Era Caicedo, entonces, el Pavese de los fanáticos

del cine? O sea que de hecho el cine podía m atar. ¿Era

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la cinefilia una adicción peligrosa? ¿Y no sólo un refugio para cobardes?

Com pré el libro de inm ediato y no paré de leer-lo: en el taxi, en la sala de espera, en el avión. N o era una novela, sino el guión de su vida, una m uestra de las m i-les de películas que vio.

D e nuevo: ¿cóm o no había sabido de él antes? Caicedo, capté pronto, fue el cinépata m ás cinépata de todos, aunque nunca usó esa palabra. Yo pensé que sí y, por error, pero pensando en él, a los pocos m eses fundé m i em presa de producciones audiovisuales y la bauticé, en su hom enaje, Cinépata. Andrés Caicedo se conside-raba m ás bien un cinéfago y una víctim a de lo que él de-nom inaba la cinesífilis. Su m eta era clara: tragarlo todo y, luego, escribir sobre todo lo que veía, para así, en el acto de escribir, volver a ver lo que ya había visto. Su pasión y la desm esura lo llevaron a acum ular toda la inform ación posible hasta convertirlo, con el tiem po, en un cinéfago incondicional.

A veces pienso que quizás la tecnología hubiera salvado a Caicedo. Internet M ovie D atabase hubiera sido un lugar ideal donde volcar su trivia, los chats lo hubie-ran conectado con otros freaks, las cám aras digitales lo hubieran ayudado a film ar sus cintas de terror y una co-lección de DVD piratas lo hubieran dejado dorm ir tran-quilo: ahí, en un estante, en orden alfabético, hubiera podido guardar todas esas im ágenes que ya no le cabían en su cabeza.

***

Caicedo fue siem pre un creador m ás que un críti-co. Sus escritos bordeaban los lím ites de la ficción y cuan-do se puso a inventar cuentos y novelas y teatro, todo le

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salía con olor a pantalla. N unca sabrem os cóm o hubieran resultado los film es de Caicedo. Lo principal en Caicedo es Caicedo m ism o. Siempre. Era narciso, inseguro y joven, m ezcla un tanto fatal. El cuento de m i vida, m i vida com o novela, una vida en tres actos. Yo, yo, yo.

M e gusta im aginarlo encarnando la idea del ci-néfilo com o m ártir, el postadolescente latinoam ericano alienado por H ollyw ood, el solitario que se com prom e-tió con la pantalla m ientras todos solidarizaban con la causa, el herm ano m ayor de M cO ndo, el link perdido al siglo XXI, el fan que escribía guiones de w esterns y de pe-lículas de terror, y devoraba las cintas de Rosen y Truffaut en los cines del centro de Cali.

Andrés fue un adelantado, sí, pero tam bién un tipo fuera de foco, desincronizado, lim ítrofe. Caicedo no bailaba salsa; quería, pero no podía. Caicedo no ha-blaba, escribía. Todo el día: y tal com o hoy hay gente que no concibe su día sin postear, Caicedo se escribía constantem ente a sí m ism o.

¡Q ue viva la música! es la rum ba que quiso bailar; la novela juvenil con un título que celebra la vida pero que term ina con un llam ado a m atarse, a no creer y no crecer, que evangeliza no confiar en nadie m ayor y ben-dice la idea de autodestruirse.

Es, sin duda, una novela intensam ente caleña, rum bera pero, sobre todo, joven. Y term inal.

Por algo es la novela final de Andrés.La novela final, la novela inicial, la novela que de

alguna m anera le dio origen a todo. El m ito, la obra, el planeta.Aquí va, aquí está. Escrita contra el tiem po a los

veinticinco años, antes de ese m arzo de 1977.

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