alberti, rafael. don luis de gongora o el primor de lo barroco

14
DON LUIS DE GÓNGORA O EL PRIMOR DE LO BARROCO De la generación de poetas espaiioles surgida hacia 1923, yo fui el más gongo- rino. Y a veces, todavía, abierta o soterradamente, lo sigo siendo. Todos los anda- luces somos gongorinos de nacimiento, por carta de naturaleza, como se dice. Don Luis de Góngora, al abrir los ojos a este mundo, en la ciudad de Córdoba, ya lo era y, naturalmente, el mejor y más gongorino de todos, pues iba a ser con su apellido el bautizador, no diré de una escuela, sino de una manera de ver, una cualidad o condición de ver y, por lo tanto, de sentir. El andaluz es acumulativo, hablador, por lo general,barroco. El que habla y habla acumula, hace fuentes de la conversación, surtidores y juegos: arabescos. Góngora, su poesía, es el más complicado, el más rico, el más serpeante, el más primoroso arabesco espaiiol. Arábigoandaluz. Una Alhambra con todas sus ataujias de colores, sus geométri- cas aguas y jardines. En Andalucía, en el mediodía de Espaiia y cuanto más al sur más todavía, todo se perfila, se recorta, se acusa, hasta con violencia.Nunca el impresionismo hubiera nacido allí. Una rosa, una berenjena, un olivo jamás serán un vaho de nube, una pincelada de humo. El humo, la neblina destruyen el primor, lo esfu- man, le ahorran el detalle, lo desvanecen. Y el impresionismo -humo, nebli- na- es eso: ausencia de primores, de detalles; y el barroquismo, el gongorismo, lo contrario: nada de humo, de neblina, de nube. Perfil y precisión, línea, color, forma y, por lo tanto, relieve. En la luz y sobre todo cuando el sol se halla encum- brado en el cenit, las sombras, aunque existen, no se ven, están recogidas. Tendrá la luz que ponerse en marcha para que ellas se asomen; mas cuando así lo hacen, son allí de tal manera transparentes, que en vez de ennegrecer, de abrir un hoyo, afiaden un color, una luz más: la azul. En el barroquismo, andaluz, de Góngora, todo es luminoso, todo se encuentra como bajo las doce de un día de verano, y si Anterior Siguiente Buscar Imprimir Inicio Índice

Upload: gastonmieres

Post on 26-Dec-2015

40 views

Category:

Documents


4 download

TRANSCRIPT

Page 1: Alberti, Rafael. Don Luis de Gongora o El Primor de Lo Barroco

DON LUIS DE GÓNGORA O EL PRIMOR DE LO BARROCO

De la generación de poetas espaiioles surgida hacia 1923, yo fui el más gongo- rino. Y a veces, todavía, abierta o soterradamente, lo sigo siendo. Todos los anda- luces somos gongorinos de nacimiento, por carta de naturaleza, como se dice. Don Luis de Góngora, al abrir los ojos a este mundo, en la ciudad de Córdoba, ya lo era y, naturalmente, el mejor y más gongorino de todos, pues iba a ser con su apellido el bautizador, no diré de una escuela, sino de una manera de ver, una cualidad o condición de ver y, por lo tanto, de sentir. El andaluz es acumulativo, hablador, por lo general, barroco. El que habla y habla acumula, hace fuentes de la conversación, surtidores y juegos: arabescos. Góngora, su poesía, es el más complicado, el más rico, el más serpeante, el más primoroso arabesco espaiiol. Arábigoandaluz. Una Alhambra con todas sus ataujias de colores, sus geométri- cas aguas y jardines.

En Andalucía, en el mediodía de Espaiia y cuanto más al sur más todavía, todo se perfila, se recorta, se acusa, hasta con violencia. Nunca el impresionismo hubiera nacido allí. Una rosa, una berenjena, un olivo jamás serán un vaho de nube, una pincelada de humo. El humo, la neblina destruyen el primor, lo esfu- man, le ahorran el detalle, lo desvanecen. Y el impresionismo -humo, nebli- na- es eso: ausencia de primores, de detalles; y el barroquismo, el gongorismo, lo contrario: nada de humo, de neblina, de nube. Perfil y precisión, línea, color, forma y, por lo tanto, relieve. En la luz y sobre todo cuando el sol se halla encum- brado en el cenit, las sombras, aunque existen, no se ven, están recogidas. Tendrá la luz que ponerse en marcha para que ellas se asomen; mas cuando así lo hacen, son allí de tal manera transparentes, que en vez de ennegrecer, de abrir un hoyo, afiaden un color, una luz más: la azul. En el barroquismo, andaluz, de Góngora, todo es luminoso, todo se encuentra como bajo las doce de un día de verano, y si

UAM EdicionesAnteriorAnterior SiguienteSiguiente BuscarBuscar ImprimirImprimir InicioInicio ÍndiceÍndice

Edad de Oro. VI. 1987. pp 5-18.
Page 2: Alberti, Rafael. Don Luis de Gongora o El Primor de Lo Barroco

6 DON LUIS DE GÓNGORA O EL PRIMOR DE LO BARROCO

algunas sombras asoman, por algún corrimiento de la luz, tan claras y brillantes suelen ser, que tanto o más que el sol nos hieren, nos golpean la retina, cegándonosla.

Se dijo de Góngora, de su poesía llana y de la difícil, culta, barroca: ángel de luz y ángel de tinieblas. Esta división viene -Luzbel y San Miguel- desde los propios días del poeta, a raíz de conocerse su Polifemo y Soledades. Y desde enton- ces -y hasta hace muy poco todavía- todos los papagayos y papagayescos manuales de literatura lo andan repitiendo. Mas para no tener que seguir hablando de esto, debemos declarar que las tinieblas del tal ángel de la oscuridad sólo se hallan en los ojos de los que con la lógica o la razón quisieron penetrar en la poesía de don Luis, malos guías para moverse en su radiante laberinto. Angel de sombra, sí, pero con el ala nocturna luminosa de estrellas. Ya Dámaso Aionso lo precis6 en dos versos tomados de Las Soledades, puestos al frente de su magis- tral edición, publicada en 1927 con motivo de celebrarse el tercer centenario de la muerte del poeta:

Aun a pesar de las tinieblas, bella. Aun a pesar de las estrellas, clara.

Pero ¿cómo era Góngora, este monstruo, esta fiera brava, este toro andaluz de nuestra lírica? Debemos familiarizarnos con él un poco antes de que lo perda- mos de vista al arriesgarnos por la intrincada selva de su invento poético. Le conocemos físicamente por un retrato, de Velázquez, que desde que llegáramos a Madrid vimos cada maAana en las paredes del Museo del Prado. Ailí se ve enso- tanado, de medio busto, calva la cabeza, una nariz de alcuza, una soberbia frente, que le abre un ángulo facial casi más obtuso que recto, una mirada persistente, insufrible, un labio inferior ancho, respingado, y una color morena, quizá aceitu- nosa, como de buen cordobés, formando toda una expresión severa, concen- trada, parecida a la de un ave melancólica, ganchuda, tal vez no muy simpática. Una cara más bien de pocos amigos, conveniente con seguridad al Góngora del soneto o la décima temibles, a aquel mismo que dijo de su Musa quecantó burlasy etemiza veras.

Pero, mucho más amable que el pintado por Velázquez, es el retrato poético que el propio don Luis se dibuj6 para satisfacer a las curiosas que tenían cosqui- llas por conocerle. Romancillo lleno de gracia y picardía. Autorretrato minu- cioso, a la manera llana, simple, donde la complacencia en el detalle le da un carácter casi de miniatura, primores de la mano de don Luis al llevar del espejo al papel la visión burlesca de su todavía joven imagen. Es uno de los pocos poemas donde el poeta, puesto de pie, tranquilo ante sí mismo, se ha dispuesto a contar- nos algo suyo, cosas de su carácter y su propia vida, disefiadas con la punzante deformación del andaluz que está dispuesto hasta a reírse de su sombra. Escu-

UAM EdicionesAnteriorAnterior SiguienteSiguiente BuscarBuscar ImprimirImprimir InicioInicio ÍndiceÍndice

Page 3: Alberti, Rafael. Don Luis de Gongora o El Primor de Lo Barroco

RAFAEL ALBERTI 7

chad, porque don Luis, tatuado con las ramas, envuelto en l'as tupidas enredade- ras de sus bosques difíciles, ya no va a permitir traslucir nada de lo que le anda debajo, aunque esto sea la sangre, y bien caliente, de un corazón humano capaz de todas las tormentas.

Hanme dicho, hermanas, que tenéis cosquillas de ver al que hizo a Hermana Marica. Porque no os mováis, él mismo os envía de su misma mano su persona misma; digo su aguilefía filomocosía, ya que no pintada al menos escrita; y su condición, que es tan peregrina como cuantas vienen de Francia a Galicia.

Luego, continua pintándose como mozo alegre, haciendo zumba de su pobreza, de su bondad, de sus amores, de sus aficiones, de sus costumbres ... Un gracioso autorretrato de cura provinciano andaluz, no tan inocente como a sim- ple vista y a causa de la sonrisa con que está hecha la pintura, pudiera parecer:

no es grande de cuerpo, pero bien podria de cualquier higuera alcanzaros higas ...

Es hermano este romancillo de aquel otro -"Hermana Marica..."- citado por Góngora al comienzo, popularísimo ya cuando el poeta se dispuso, para dar gusto a curiosidades femeninas, a dibujar su imagen y lanzarla a los cuatro vien- tos. Tanto el de la "Hermana Marica" como este corresponden al llamado, por el oficialismo académico, Ángel de Luz, es decir, al don Luis anterior a la Fábula de Polifemo y Galatea y a las Soledades.

Como estos dos poemitas -a pesar de lo cefiido de su gracia y perfección- hay muchos en nuestra lírica del XVi y XVII, y aun en la posterior. Casi todos los grandes poetas de la epoca de don Luis pueden ofrecernos ejemplos semejantes. El llamado Góngora popular, junto, pongo por caso, al genio verdaderamente popular de Lope de Vega, es el que menos hoy nos satisface, el que menos nos llena la memoria. No tiene don Luis la frescura matinal de Lope, su sentido musical del canto. Los frescos airecillos gongorinos no lo son tanto como los

UAM Ediciones

AnteriorAnterior SiguienteSiguiente BuscarBuscar ImprimirImprimir InicioInicio ÍndiceÍndice

Page 4: Alberti, Rafael. Don Luis de Gongora o El Primor de Lo Barroco

oreados de brisas y de sales lopescos. Los aires de Lope los puede repetir el propio aire de las plazuelas, al son del agua de las fuentes, en el sotillo junto al no, como que han salido, y a veces sin quitarle o aiiadirle una hoja, de esos mismos lugares. Cuando Lope se aprovecha de un estribillo del campo o de la calle, la copla que él le aiiade, pudiera, por lo general, seguir comendo anónima, sin firma. No así en Gdngora. Sus estribillos populares, en caso de tomarlos, los glosa de manera muy distinta. Lo popular en sus letrillas líricas y sobre todo en las correspondientes a los batalladores aiios del Polifemo y las Soledades, es ya invento, recreación, nueva piedra preciosa desprendida. Aire y agua que, conforme don Luis los va fil- tra.ndo, les va haciendo perder origen y procedencia. Y entonces, si, este Góngora inventor de su canto popular nos admira tanto como el de los poemas mayores. Este canto menor suyo se podría cantar, qué duda cabe, pero su mérito no sería el aireado y abierto de Lope sino otro más íntimo, más ensimismado, con unas celosías cerradas, dejando entrever secretos y difíciles jardines, de arboledas pulidas, geométricas aguas, peinados amates.

No es la sintaxis de su música para oídos primerizos. A pesar de su halago rít- mico, lo que la melodía representa, lo que la letra seiiala, escapan, así, de pronto, al disefio. Hay sonidos, colores, palabras que vibran de pronto como una flecha, como trallazos luminosos, objetos que relampaguean, cosas que fulgen y desapa- recen, cegándonos, primores y detalles que parecen que van a diluir el arabesco, a romper en mil trozos el dibujo. Pero no. El canto todo es de una pieza. Su aire zigzaguea de un solo aliento y los oídos y los ojos afinados pueden, aun sin recla- mar el bis como en los conciertos, gustarlo plenamente:

No son todos rukefiores los que cantan entre las flores, sino campanitas de plata, que tocan a la olba, sino trompeticas de oro que hacen la salva a los soles que adoro.

No todas las voces ledas son de Sirenas con plumas, cuyas humidas espumas son las verdes alamedas: si suspendido te quedas a los suaves clamores, no son todos rukefiom los que cantan entre las flores, sino campanitas de plata, que tocan a la alba, sino trompeticas de oro que hacen la salva a los soles que adoro.

UAM Ediciones

AnteriorAnterior SiguienteSiguiente BuscarBuscar ImprimirImprimir InicioInicio ÍndiceÍndice

Page 5: Alberti, Rafael. Don Luis de Gongora o El Primor de Lo Barroco

RAFAEL ALBERTI 9

Lo artificioso que admira, y lo dulce que consuela, no es de aquel violín que vuela, ni de esotra inquieta lira; otro instrumento es quien tira de los sentidos mejores: no son todos rukeriores los que cantan entre las flores, sino carnpanitas de plata que tocan a la alba, sino nompericas de oro que hacen la salva a los soles que adoro.

¿Qué andaluz, qué infancia andaluza no han crecido comendo entre patios de cal y jardines? Nuestras madres del sur cultivaban sus flores, sabían del injerto y la poda de los rosales, conocían las leyendas mil veces reinventadas de los nar- cisos, las pasionarias, las anémonas, las siemprevivas ...; recordaban por centena- res los nombres populares de las florecillas silvestres, que ellas nos enseiiaban en la práctica cuando los días de fiesta salíamos al campo: la flor del candil, los zapatitos de la Virgen, varitas de San José, rabos de zorra, la palabra del hom- bre ... En Góngora se advierte esta educación familiar, esta infancia cargada de visiones de patios y jardinillos llenos del alboroto susurrante del agua, ya en los jardines grandes sometida al diableo complicado de las acequias, al arabesco de los surtidores. Si la poesía de cada poeta esta centrada por alguna flor preferida, la de don Luis de Góngora nos lo parece estar por el clavel, un clavel rojo violento sobre un extenso fondo de cal reverberante.

Aili, en nuestra Andalucía, ya desde que nacemos, es lo blanco, lo níveo, lo pri- mero que nos deslumbra, que nos toca los ojos. El lujo de la cal, que hoy sigue grande, llegó en los árabes andaluces a ser un frenesí. Aimotamid, el albo y triste rey de Sevilla, ordenó, bajo amenaza para los desobedientes, que los moradores de las casas, sobre todo de aquellas que caían al río Guadalquivir, las encalaran siempre y tuvieran siempre lustroso el dorado de los ventanales. Amor del sur a lo claro, a lo limpio, a lo definido y perfecto. Pues Góngora encala sus estrofas y peina los claveles de sus versos con el mismo rigor con que Almotamid, el blanco rey poeta de los sevillanos, exigía la cal sobre los muros para que sus jardines se perfilaran y reflejaran definitivamente en las aguas del río.

He dicho peinar; peinar es término, es verbo preferido por Góngora, palabra definidora de su estética: peinar el viento ..., elpeinadojardín ..., elpeinado clavel, dice el poeta aquí y allá, como para mostrarnos siempre su cuidado, como para adver- timos que toda su aparente marafía, su complicada cabellera se mueve, se despa- rrama en orden, alisada, peinada por su exigente, rigurosa mano. ¿No le vendrá quizá a Don Luis este amor suyo al dédalo, a lo intrincado y mareante, de sus

UAM EdicionesAnteriorAnterior SiguienteSiguiente BuscarBuscar ImprimirImprimir InicioInicio ÍndiceÍndice

Page 6: Alberti, Rafael. Don Luis de Gongora o El Primor de Lo Barroco

1 0 . DON LUIS DE G ~ N G O R A O EL PRIMOR DE LO BARROCO

antepasados los poetas arábigo-andaluces? Peinadores, ensortijadores de las más inextricables metáforas fueron aquellos poetas orientales nuestros de Occi- dente, capaces en sus gacelas, zéjeles y casidas de agotar hoja a hoja todas las sugerencias de una rosa, todas las múltiples afinidades del jazmín, las relaciones más extrañas de una alcachofa, un ojo, un lunar, un talle flexible. Miniaturistas barrocos, cinceladores, arquitectos, enredadores de estrofas sobrecargadas y estallantes. Pues, sin duda, a esta poesía enredadera pertenece la más enredada de don Luis, aquella que con todas sus lianas, yedras, madreselvas, enamoradas del muro quiso envolverle, apresarlo, liarlo hasta intentar hundirlo, ángel de las tinieblas, en el infierno.

Pero todavía no hemos penetrado en la selva. Estamos en un jardinillo, un jardinillo popular si se quiere, visto y vivido por el poeta allá en sus anos cordo- beses, pero reelaborado, regado, peinado en su recuerdo. Se le enguimaldan las flores a don Luis, y ya en la cuesta abajo de la vida, se le suben, lo trepan y lo alzan formando alegoría, haciéndole parangonar lo efímero de su existencia con la brevedad de las cosas humanas:

Aprended Flores, en mí lo que va de ayer a hoy, que ayer maravilla fui, y hoy sombra mia aun no soy.

La aurora ayer me dio cuna, la noche ataúd me dio; sin luz muriera si no me la prestara la Luna: pues de vosotras ninguna deja de acabar así, aprended Flores, en mi lo que va de ayer a hoy, que ayer maravilla fui y hoy sombra mía aun no soy.

Consuelo dulce el clavel es a la breve edad mía, pues quien me concedió un día, dos apenas le dio a él: efímeras del vergel, yo cirdena, 61 carmesi, aprended, Flores, en mi lo que va de ayer a hoy, que ayer maravilla fui y hoy sombra mfa aun no soy.

El alheli, aunque grosero en fragancia y en color,

UAM EdicionesAnteriorAnterior SiguienteSiguiente BuscarBuscar ImprimirImprimir InicioInicio ÍndiceÍndice

Page 7: Alberti, Rafael. Don Luis de Gongora o El Primor de Lo Barroco

RAFAEL ALBERTI 11

más dias ve que otra flor, pues ve los de un Mayo entero; morir maravilla quiero y no vivir alhelí. Aprended, Flores, en mi lo que va de ayer a hoy, que ayer maravilla fui y hoy sombra mía aun no soy.

A ninguna flor mayores términos concede el Sol que al sublime girasol, Matusalén de las flores: ojos son aduladores cuantas en él hojas vi. Aprended, Flores, en mí lo que va de ayer a hoy, que ayer maravilla fui y hoy sombra mía aun no soy.

Popular culto, gongorino, peinado, lejos de la transcripción lopesca, del aca- rreo fácil, que diría después Juan Ramón Jiménez. Hay en estos poemas menores de don Luis una serie destinada a cantar el nacimiento del Nilio Dios, tema tam- bitn muy preferido de Lope y de todos los poetas de su escuela. Maravillas cuenta la lírica espaliola en este género de poesía, de villancicos de Navidad. Y es a Lope, seguramente, a quien por los suyos deliciosos, encantadores, los ángeles le entregan la palma. Recordad sus pastores de Belén, sus dina-duna, sus cantares de cuna para dormir al Niño, para adorarle, para ofrendarle los tres Magos de Oriente la mirra, el oro y el incienso. ¡Nacimiento, retablo de figurillas, de copli- llas tocadas de gracia y de frescura! ¡Ritmos saltones, melodías bailables, versos ligeros para zambombas, castaliuelas y panderetas! Los zagales pintados condu- cen sus rebafios de barro cocido por simuladas pradenas, serranías de corcho y papeles nevados de albayalde. Aroma de lentisco, olor a trementina del pinar, a candela encendida, a lágrimas de cera resbalando.

De lejos, de muy lejos nos viene esta poesía de piececillos cortos y alas revola- doras. Gómez Manrique, hvarez Gato, Montesino, Juan del Encina, Gil Vicen- te ...; y luego, Lope y Valdivieso y tantos más ... Pero don Luis de G6ngora en medio de este coro de ángeles y pastores también metió su voz, también puso su canto, a veces parecido al de los otros, pero afiadiendo en un momento un tono singular, un destello de estrellas inconfundible. Y entonces el villancico, el humilde cantar de rústicos, se levanta a cielos de invención y maravilla, en donde el resplandor de lo alegórico nos deja ya entrever la palabra y los ámbitos escéni- cos de Calderón de la Barca.

UAM Ediciones

AnteriorAnterior SiguienteSiguiente BuscarBuscar ImprimirImprimir InicioInicio ÍndiceÍndice

Page 8: Alberti, Rafael. Don Luis de Gongora o El Primor de Lo Barroco

12 DON LUIS DE G ~ N G O R A O EL PRIMOR DE LO BARROCO

Caído se le ha un Clavel hoy a la Aurora del seno: iqué glorioso que está el heno, porque ha caído sobre él!

Cuando el silencio tenía todas las cosas del suelo, y, coronada de yelo, reinaba la noche fría, en medio la monarquía, de tiniebla tan crilel. caldo se le ha un Clavel hoy a la aurora del seno: iqué glono~o que está el heno porque ha caído sobre él!

De un solo Clavel cefiida, la Virgen, Aurora bella, al mundo se lo dio, y ella quedó cual antes florida; a la púrpura caída solo fue el heno fiel. Caído se le ha un Clavel hoy a la aurora del seno: iqué glorioso que está el heno porque ha caido sobre él!

El heno, pues, que fue dino, a pesar de tantas nieves, de ver en sus brazos leves este rosicler divino, para su lecho fue lino, oro para su dosel. Caído se le ha un Clavel hoy a la aurora del seno: [que glorioso que es?& el heno porque ha caldo sobre él!

Cumbre de la letrilla, del cantar luminoso de Góngora, de su primoroso, tras- parente y complicado zkjel arábigoandaluz. Como Lope, bien merece asimismo de los ángeles la gloria de una palma. La de don Luis, barroca, trenzada, ago- biada de lazos y de flores de tela; y la de Lope, fresca palma natural, de Domingo de Ramos pueblerino.

Y ahora vamos a penetrar, aunque brevemente, en sus poemas más insignes, a entrar en su Parakro cerrado para muchos, aplicándoles un titulo de Pedro Soto de Rojas, poeta granadino, amigo suyo y estrella de primera magnitud en la cons- telación gongórica andaluza.

UAM Ediciones

AnteriorAnterior SiguienteSiguiente BuscarBuscar ImprimirImprimir InicioInicio ÍndiceÍndice

Page 9: Alberti, Rafael. Don Luis de Gongora o El Primor de Lo Barroco

RAFAEL ALBERTI 13

No eran los metros cortos -a pesar de la gran maestría alcanzada en ellos por don Luis, como lo acabamos de ver- los más aptos para el extraordinario movimiento de su imaginación y su aparato técnico, su mecánica celeste. Se necesitaba del endecasílabo y todas sus posibles combinaciones para lograr, dentro de esta nueva dimensión, una más amplia desenvoltura, un campo más extenso para el libre caballo de la palabra. Desde que la revolución de Garcilaso llevara a plenitud la recién nacida octava real castellana -en su "Tercera Églogaw- y las estancias largas -en su primera-, y los tercetos -en su segunda y sus epístolas- y los sonetos y el verso blanco y el leonino, comprendieron los poetas, casi todos sus contemporáneos y desde luego los posteriores, que le habían llegado a la lengua de la poesía unos nuevos senderos, unos desconocidos surcos donde mejor hundirse, levantarse, tenderse, plegarse y desplegarse, llevándola a más ambiciosas creaciones, a mares y cumbres y cielo hasta entonces inal- canzados.

No había conseguido el idioma poético todo su poder, toda su dimensión y capacidad hasta aquella revolución del endecasílabo de Boscán y Garcilaso. ¿Cómo se hubieran expresado un fray Luis de León y un san Juan de la Cruz sin la lira, esa estrofa toda delicadeza en el poeta de Toledo y toda anhelo y arrebato en el gran agustino y el arcangélico carmelita? ¿Y qué hubiera sido de un Herrera, de un Pedro Espinosa, de un Lope y qué del gran Quevedo de los sonetos de la muerte y las octavas a Cristo resucitado? Y sobre todo, ¿qué de Góngora y el barroco espaiiol, de sus máximas invenciones poéticas: el Polifemo y las Soleda- des? ¿A qué estancamiento habría llegado la lírica espaiiola sin el endecasílabo y todo el estrófico concierto desatado por él? Desde luego, la gran arquitectura del barroco poético jamás hubiera podido contar entre sus templos esas dos maravi- llas, esos dos altares solitarios, esos dos imponentes ornamentos -las Soledades y el Polifemo- formados por el genio andaluz, visual, acumulativo, de don Luis. Cuando este cordobés toma en sus manos aquel verso que le entregara Garcilaso, ya pasado por los trastornos sintácticos y verbales de otro gran visual, Herrera, lo lleva a tales extremos, le provoca tales saltos y sobresaltos, le arranca tales chis- pas y refulgencias, lo revoluciona de tal modo, que se puede decir que es otro verso el que él inaugura para la lengua poética castellana. No se puede volcar sobre once sílabas, ya solas o combinadas con otras siete, más novedad, más con- secutiva sorpresa. Dibujo, color, música, forma, relieve van en la estrofa gongo- rina de estas silvas -o selvas- de sus Soledades tan íntimamente ligados, tan apretadamente unidos, que nunca se logró plasticidad poética mas saliente, dejándolas allí como cristalizadas, piedras rutiladoras, seiiales que nos hieren y no se marchan más de la memoria.

Una de las cosas extraordinarias que consiguió Góngora y yo creo que debido a su manera magistral de emplear el hipérbaton, fue la supresión de esa como torcedura espantosa, ese horroroso esguince, que a veces y en cuántos grandes

UAM EdicionesAnteriorAnterior SiguienteSiguiente BuscarBuscar ImprimirImprimir InicioInicio ÍndiceÍndice

Page 10: Alberti, Rafael. Don Luis de Gongora o El Primor de Lo Barroco

14 DON LUIS DE G ~ N G O R A O EL PRIMOR DE LO BARROCO

poemas, sufre un verso y que en la preceptiva literaria se conoce con el calami- toso nombre de ripio. Tales habilidades zigzagueantes encuentra don Luis para escaparle airoso, tales salidas imprevistas para burlarlo, que cuando todo empieza a parecer forzado, nada lo es, todo se justifica dentro de su especial y natural manera de conducir las cosas. En esto de torear los ripios y salir con garbo de la faena, es un verdadero maestro, el mejor torero de Espaiia. A él me encomendaba yo en mis lejanos anos gongorinos, pidiéndole el oportuno quite, cuando sentía algún verso en peligro de muerte:

¡Tu capotillo, don Luis, tu capotillo de oro, mira que me coge el toro!

En la orquesta de Góngora o todo es disonancia o todo es armonía. Cuando él toma en su mano la batuta, verdadera vara de virtud, provoca un movimiento en el lenguaje, en la visión, en el sonido, que es como si enhebrara un invisible hilo que sólo él conoce y devanara ante nosotros un mundo múltiple e inusitado. En la más chica estrofa de sus Soledades bullen y saltan tantas cosas, hierven tantas prensadas sensaciones, que otro poeta encontraría materia para un poema extenso. Góngora no consiente que a sus ojos, a su sentir escape nada. Se le ve sufrir, angustiarse por las sugerencias, por las comparaciones, las imhgenes. Es avariento, glotón. Padece gula de las palabras. Piensa que se le pueden ir, hgar sin él probarlas, o por lo menos sin examinarlas por sus cuatro costados, porque cuatro costados o más él les ha descubierto. No se puede conformar con lo que ellas significan, sino con lo que parece que significan. Y, a veces, ni aun con esto. La palabra árbol para él quiere decir lira; viento, cortina de volantes; cristal, plata sonora, río; ave, cítara; ojos, soles, estrellas ... Llega a inventar un lenguaje en el que parece que todo estuviera cambiado y se necesitara con urgencia el auxilio de un diccionario. Con esto crea, qué duda cabe, una selva difícil, un bos- que por el que hace falta cierto arrojo para amesgarse en su marafia. Pero el pri- mer valiente es él, pues ya desde que pasa el primer tronco, sigue avanzado con fruición, con verdadera locura exploradora de afanoso buscador de tesoros. Avanza y avanza, adelgazándose, llegando a ser casi un perfil entre las ramas, sintiendo tironazos aquí y allá de la maleza, trampas de las lianas, lazos y abra- zos invencibles de las enredaderas. Y se deja vencer, pues él anda buscando en cierto modo enredarse para desenredarse victorioso y surgir a la luz por la brecha abierta de su desenredo: aceptadme este lenguaje un tanto bergaminesco, os lo pido.

Y es que Góngora es el inventor de la poesía enredadera, del verso serpeador al par que definido, detallado, del mismo modo que lo es cualquier guía suelta perteneciente al todo compacto de la más verde y enmarafiada trepadora. Y por eso, para su más luminoso enredo, eligió una forma -como dice Dámaso

UAM EdicionesAnteriorAnterior SiguienteSiguiente BuscarBuscar ImprimirImprimir InicioInicio ÍndiceÍndice

Page 11: Alberti, Rafael. Don Luis de Gongora o El Primor de Lo Barroco

RAFAEL ALBERTI 15

Alonso- cuyas estrofas ampliables o reducibles a voluntad permitían los mayo- res atrevimientos y complejidades sintácticas: la silva, la enredadora silva, madreselva de todas las cargazones y adornos, de todas las vueltas y revueltas, idas y venidas, pormenores, primores, detalles. La silva, selva peinada y virgen del barroco poético espaiíol. Intentemos, si no, acompailar dentro de ella al pere- grino de la "Primera Soledad" y ved cuán poco espacio, en el que va de la playa adonde arriba naufrago y desdeiíado por la que ama hasta que llega al albergue de unos sencillos cabreros, enreda y desenreda Góngora un portentoso campo visual, en el que sonidos y colores crean el mas sorprendente y abigarrado concierto:

Era del aiio la estación florida en que el mentido robador de Europa, media luna las armas de su frente, y el Sol todo los rayos de su pelo, luciente honor del cielo, en campos de zafiro pace estrellas, cuando el que ministrar podía la copa a Júpiter mejor que el garzón de Ida, naufrago y desdeiioso sobre ausente, lagrimosas de amor dulces querellas da al mar; que condolido, fue a las ondas, fue al viento el mísero gemido, segundo de Arión dulce instrumento. Del siempre en la montaiia opuesto pino al enemigo Noto, piadoso miembro roto, breve tabla, delfín no fue pequeiio al inconsiderado peregrino que a una Libia de onda? su camino fió, y su vida a un leiio. Del Océano, pues, antes sorbido y luego vomitado no lejos de un escollo coronado de secos juncos, de calientes plumas, alga todo y espumas, ha116 hospitalidad donde ha116 nido de Júpiter el ave.

l...] No bien, pues, de su luz los horizontes que hacían desigual, confusamente, montes de agua y piklagos los montes, desdorados los siente, cuando, entregado el mísero extranjero en lo que ya del mar redimió fiero, entre espinas crepúsculos pisando,

UAM EdicionesAnteriorAnterior SiguienteSiguiente BuscarBuscar ImprimirImprimir InicioInicio ÍndiceÍndice

Page 12: Alberti, Rafael. Don Luis de Gongora o El Primor de Lo Barroco

16 DON LUIS DE GÓNGORA O EL PRIMOR DE LO BARROCO

riscos que aun igualara mal, volando, veloz. intrépida ala, menos cansado que confuso, escala. Vencida al fin la cumbre, del mar siempre sonante, de la muda campaña árbitro igual e inexpugnable muro, con pie ya más seguro declina al vacilante breve esplendor de mal distinta lumbre: farol de una cabaíia que sobre el ferro está en aquel incierto golfo de sombras anunciando el puerto.

Si para las Soledades escogió Góngora la silva enredadera, para su Fábula de Poliferno y Galatea prefirió la octava real. Es esta Fábula de Polifemo, como todos sabéis y ya dijimos, la otra cumbre del barroco gongorino, del barroco poético espafiol. Se prestaba más esta estrofa cerrada, verdadero bloque marmóreo, para tema tan definido como los amores de Acis y Galatea y los celos furiosos, vengati- vos, del gigantesco cíclope Polifemo. Y no es que Gdngora pierda en ella el carác- ter esencial de su estilo desarrollado con tan movida libertad en su otro gran poema. Lo que en éste sucede es que los límites impuestos por la estrofa, ese punto final cuando se acaba el octavo verso, hacen que don Luis sea más rotundo en su enredo, más cefiido en su luz, en su pintura. También el relato en que se basa su poema es conocido y aunque don Luis lo cubre con esas hojas y relámpa- gos de su invención, quiere permanecerle fiel. Para mi gusto, es su obra más per- fecta, la más, seguramente, de la poesía castellana de todos los tiempos. Sesenta y tres octavas reales. Nada más. Con la "Tercera Églogaw de Garcilaso y la "Faibula del Genil", de Pedro Espinosa, escritas también en esa misma estrofa, esta Fábula de Polifemo y Galatea forma el trío de los grandes poemas del Renaci- miento espafiol.

Hay que hacer justicia a Pedro Espinosa, que con su "Fábula del Genil", su "Soledad de Pedro Jesús" y sus "Salmos Penitenciales" es uno de los otros gran- des poetas, andaluces, de Espafia. También lo es Soto de Rojas. Quiero citarlos aquí, de pasada, al hablaros de Góngora, no sólo porque participan de esos mis- mos lujos y visuales explosiones de la lírica ítalo-árabigo-andaluza del maestro cordobés, sino porque deseo que sus nombres sean retenidos por aquellos que todavía no los conozcan. Soto de Rojas, además de ser el autor -ya lo dije- de Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertospara pocos, y el Adonis, lo es también de una maravillosa égloga enumerativa donde los zumos del Góngora de las Soledades y el Polifemo están vertidos con verdadera personalidad y maestría. Barroco aun más lujoso que el de don Luis, catarata de frutos, animales, flores, peces y piedras

UAM Ediciones

AnteriorAnterior SiguienteSiguiente BuscarBuscar ImprimirImprimir InicioInicio ÍndiceÍndice

Page 13: Alberti, Rafael. Don Luis de Gongora o El Primor de Lo Barroco

RAFAEL ALBERTi 17

Pero no nos alejemos del cíclope de nuestra fábula. Allí está, preso en los andamiajes de las octavas, acechando, feroz, el idilio inocente de Acis y Galatea. Ya, mordido de los celos, va a levantarse, expeliendo humo, relinchando llamas y en lo más alto de una roca va a advertir a los jóvenes amantes, soplando en su albogue de pastor y gritando a la ninfa su amor desesperado. Aquí las imágenes que emplea don Luis por boca de Polifemo para decir éste su estatura, sus rique- zas, su estirpe, sugieren techos y proporciones miguelangelescas. Son las estrofas más altas del poema, de las más insignes del poeta. Y en el primer piropo que el gigante le grita a Galatea van las flores preferidas de Góngora. Y esa blancura de cal, ese resplandor níveo, esa luz alba de su poesía nos vuelven a inundar por entero los ojos, a bailarnos de gracia, de perfección, de orden:

iOh bella Galatea, más süave que los claveles que troncó la aurora; blanca más que las plumas de aquel ave que dulce muere y en las aguas mora; igual en pompa al pájaro que, grave, su manto azul de tantos ojos dora cuantas al celestial zafiro estrellas! iOh tú, que en dos incluyes las más bellas!

[...] Pastor soy, mas tan rico de ganados, que los valles impido más vacíos, los cerros desparezco levantados y los caudales seco de los nos; no los que, de sus ubres desatados o derivados de los ojos míos, leche corren y lágrimas, que iguales en número a mis bienes son mis males.

l...] Sentado, a la alta palma no perdona su dulce fruto mi robusta mano; en pie, sombra capaz es mi persona de innumerables cabras el verano. iQut mucho, si de nubes se corona por igualarme la montaiia en vano, y en los cielos desde esta roca puedo escribir mis desdichas con el dedo?

Así era, sin hipérbole, la estatura de Polifemo y así es y lo seguirá siendo en el tiempo y en el espacio, la de la poesía de don Luis de Góngora y Argote.

Cuando en el ailo 1927 iba a cumplirse el tercer centenario de su muerte, mi generación se preparó a celebrarlo. El Góngora nuestro, el que habíamos hecho revivir, convivir con nosotros en todo instante, era muy distinto al de las genera- ciones anteriores, incluso a la de Rubén Darío, pues aunque ésta también tenía el

UAM EdicionesAnteriorAnterior SiguienteSiguiente BuscarBuscar ImprimirImprimir InicioInicio ÍndiceÍndice

Page 14: Alberti, Rafael. Don Luis de Gongora o El Primor de Lo Barroco

18 DON LUIS DE G ~ N G O R A O EL PRIMOR DE LO BARROCO

suyo, era un Góngora bastante superficial, oído casi a la ligera. La estética del poeta cordobés venía a coincidir con la nuestra, o con parte de ella, en cosas muy esenciales: nuestro culto de entonces por la metáfora, la imagen, el nuevo giro sintáctico, el vocablo preciso, el orden, el rigor, hallando en Góngora un maestro y una oportuna bandera que agitar contra viejos profesores, malos poetas,'insti- tutos y universidades. Y lo elegimos general en jefe para dar la batalla. Sabíamos que la Real Academia de la Lengua iba a oponerse a la celebración de su cente- nario, silenciándolo o llenándolo de alusiones despectivas. Nos dispusimos a salir al paso, en periódicos, revistas, actos, reuniones ... Hoy podríamos publicar una muy buena y nutrida antología de insultos cruzados entre los campos con- tendientes. El crítico que diariamente atacaba más a don Luis, descargando de paso toda su furia contra nosotros, era el sefior Astrana Marín, la antipoesia per- sonificada. Se decidió romperle el alma; pero, al fin, pareciéndonos esto excesivo y considerando que no la tenía, cambiamos de método, mandandole a su casa, en la misma maííana que se cumplía la fecha, una corona de alfalfa entretejida de cuatro herraduras, acompaliada, por si era poco, con una décima de Dámaso Alonso.

La Real Academia recibió también su merecido, que me callo porque el rubor no suba de repente en algunas mejillas. Las revistas juveniles dedicaron a Gón- gora sus homenajes: Litoral, en Málaga; La Gaceta Litera?ia, en Madrid; y Carmen, que publicaba Gerardo Diego en Santander, registró en su hermana satirica y suplementaria Lola todos los incidentes serios y divertidos de la conmemora- ción. Don Manuel de Falla musitó el magnífico soneto a la ciudad de Córdoba. La Revista de Occidente comenzó la edición de todas las obras de don Luis, dirigi- das y estudiadas, cual hasta entonces no lo habían sido, por poetas y escritores como Jorge Guillén, Pedro Salinas, José María Cossío, Dámaso Alonso ... La batalla había sido ganada. Y el prestigio de don Luis de Góngora y Argote, lim- pio, rejuvenecido, victorioso.

UAM EdicionesAnteriorAnterior SiguienteSiguiente BuscarBuscar ImprimirImprimir InicioInicio ÍndiceÍndice