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“¿Dónde están los Spurgeons de esta generación?”. Así concluye R. Albert Mohler su llamado a una predicación expositiva en los púlpi- tos actuales. ¡Gracias a Dios que el hombre que ocupa la presidencia del Seminario Teológico Bautista del Sur escribe un libro como este! Este libro, profundamente teológico, interesante y certero, está clara- mente escrito para transmitir un importante mensaje sobre un tema crucial para las iglesias y los predicadores de estos días. — Mark Dever, pastor principal de la iglesia Capitol Hill Baptist, Washington, DC y fundador de 9Marks. Este libro muestra una faceta del Dr. Mohler que muchos no ven. Además de sus funciones como presidente de un seminario, observa- dor crítico de la cultura y orador evangélico, el Dr. Mohler sobresale como un predicador apasionado por la Palabra de Dios y seguro de su poder para salvar. Proclame la verdad nos instruye en, y nos exhorta a, una perspectiva de la predicación que es teológicamente profunda, culturalmente consciente, pastoralmente sensible y espiritualmente edificante. Los pastores evangélicos necesitan desesperadamente la respuesta clara, certera y urgente que surge de estas páginas. — C. J. Mahaney, presidente, Sovereign Grace Ministries Yo predico porque no hay nada que pueda satisfacer la urgencia y la pasión que Dios ha despertado en mi corazón por su verdad y su pueblo. Lo mismo debería pasarle a usted. Si usted es capaz de ven- der automóviles o mover mercancías en vez de ser pastor y predicar la Palabra de Dios, entonces hágalo. En cuanto al resto de nosotros, estoy agradecido a mi amigo y mentor Albert Mohler, que nos reta a pensar más allá de las asignaturas del seminario y de una homilética inofensiva. ¡Cuidado, este libro puede cambiar su ministerio! — James MacDonald, pastor principal de Harvest Bible Chapel y maestro de la Biblia de Walk in the Word.

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“¿Dónde están los Spurgeons de esta generación?”. Así concluye R. Albert Mohler su llamado a una predicación expositiva en los púlpi-tos actuales. ¡Gracias a Dios que el hombre que ocupa la presidencia del Seminario Teológico Bautista del Sur escribe un libro como este! Este libro, profundamente teológico, interesante y certero, está clara-mente escrito para transmitir un importante mensaje sobre un tema crucial para las iglesias y los predicadores de estos días.

— Mark Dever, pastor principal de la iglesia Capitol Hill Baptist, Washington, DC y fundador de 9Marks.

Este libro muestra una faceta del Dr. Mohler que muchos no ven. Además de sus funciones como presidente de un seminario, observa-dor crítico de la cultura y orador evangélico, el Dr. Mohler sobresale como un predicador apasionado por la Palabra de Dios y seguro de su poder para salvar. Proclame la verdad nos instruye en, y nos exhorta a, una perspectiva de la predicación que es teológicamente profunda, culturalmente consciente, pastoralmente sensible y espiritualmente edi0cante. Los pastores evangélicos necesitan desesperadamente la respuesta clara, certera y urgente que surge de estas páginas.

— C. J. Mahaney, presidente, Sovereign Grace Ministries

Yo predico porque no hay nada que pueda satisfacer la urgencia y la pasión que Dios ha despertado en mi corazón por su verdad y su pueblo. Lo mismo debería pasarle a usted. Si usted es capaz de ven-der automóviles o mover mercancías en vez de ser pastor y predicar la Palabra de Dios, entonces hágalo. En cuanto al resto de nosotros, estoy agradecido a mi amigo y mentor Albert Mohler, que nos reta a pensar más allá de las asignaturas del seminario y de una homilética inofensiva. ¡Cuidado, este libro puede cambiar su ministerio!

— James MacDonald, pastor principal de Harvest Bible Chapel y maestro de la Biblia de Walk in the Word.

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Albert Mohler es uno de los analistas del cristianismo y la cultura más mordaces e incisivos. En este libro apasionante hace un plan-teamiento persuasivo de la clase de predicación que nuestra cultura necesita: la 0el exposición de las Sagradas Escrituras, en la que el trino Dios pronuncia su evangelio que da vida para la salvación de los pecadores y la santi0cación de su pueblo.

— Philip Graham Ryken, pastor principal de la Décima Iglesia Presbiteriana y maestro de la Biblia en Every Last Word.

Como presidente del Seminario Teológico Bautista del Sur, el Dr. Albert Mohler capacita a miles de pastores y ministros para que puedan proclamar la Palabra de Dios con integridad y claridad. El libro que usted tiene es el resultado de toda una vida de retos y de formación de predicadores bíblicos e0cientes. Sé que llegará a ser un clásico para la preparación y la exposición de sermones que exalten a Cristo y fortalezcan a la Iglesia de Dios para las futuras generaciones.

— Dr. Jack Graham, pastor de la iglesia Prestonwood, Plano, Texas.

“Según la Biblia, exponer es predicar. Y predicar es exponer”. La declaración del Dr. Albert Mohler resume muy bien este poderoso volumen sobre la teología de la predicación. Deseo que cada joven llamado a predicar pueda disponer de una copia de este excelente volumen sobre la necesidad de una predicación expositiva. Este libro puede transformar la predicación de cualquier pastor. ¡Sería bueno que lo leyeran predicadores de todas las edades!

— Jerry Vines, pastor emérito de la Primera Iglesia Bautista de Jacksonville, Florida, y presidente de Jerry Vines Ministries, Inc.

“Mohler en uno de sus mejores momentos. ¡Tan solo por el capítulo siete vale la pena comprar este libro!”.

— Alistair Begg, pastor principal de la iglesia de Parkside, Cleveland, OH

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PROCLAME LA

P R E D I Q U E E N U N

M U N D O P O S T M O D E R N O

R. ALBERT MOHLER, JR.

VERDAD

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La mi sión de Edi to rial Por ta voz con siste en pro por cio nar pro duc tos de ca li dad —con in te gri dad y ex ce len cia—, desde una pers pec tiva bí blica y con 0a ble, que ani men a las per so nas a conocer y servir a Jesucristo.

Título del original: He Is Not Silent © 2008 por R. Albert Mohler Jr. y publicado por Moody Publishers, 820 N. LaSalle Boulevard, Chicago, IL 60610. Traducido con permiso.

Edición en castellano: Proclame la verdad © 2010 por Editorial Portavoz, 0lial de Kregel Publications, Grand Rapids, Michigan 49501. Todos los derechos reservados.

Traducción: Rosa Pugliese

Ninguna parte de esta publicación podrá reproducirse de cualquier forma sin permiso escrito previo de los editores, con la excepción de citas breves en revistas o reseñas.

A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas han sido tomadas de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso. Reina-Valera 1960™ es una marca registrada de la American Bible Society, y puede ser usada solamente bajo licencia.

EDITORIAL PORTAVOZ

P.O. Box 2607Grand Rapids, Michigan 49501 USA

Visítenos en: www.portavoz.com

ISBN 978-0-8254-1811-2

1 2 3 4 5 / 14 13 12 11 10

Impreso en los Estados Unidos de AméricaPrinted in the United States of America

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A los pastores de mi niñez

T. Rupert Coleman

Southside Baptist Church

Lakeland, Florida

Robert L. Smith

First Baptist Church

Pompano Beach, Florida

A nuestro pastor

Kevin Ezell

Highview Baptist Church

Louisville, Kentucky

Y a todos los #eles siervos de la Palabra

que predican la Palabra en todo tiempo,

conocidos y desconocidos para el mundo,

conocidos para los creyentes y para Dios.

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CONTENIDO

Reconocimientos 9 Prólogo 11 Prefacio: El estado de la predicación en la actualidad 15

1. La predicación como adoración: La parte central de la adoración cristiana 23

2. El fundamento de la predicación: Nuestro Dios trino 40 3. La predicación es expositiva: Una teología de la exposición 50 4. Predicación expositiva: Su de0nición y sus características 66 5. Un administrador de los misterios: La autoridad y

el propósito del predicador 78 6. ¿No ardía nuestro corazón en nosotros?: Cómo predicar

la gran historia de la Biblia 89 7. El pastor como teólogo: La predicación y la doctrina 105 8. Algo cada vez más raro: Cómo predicar a una cultura

postmoderna 115 9. La necesidad urgente de la predicación: Una exhortación

para los predicadores 133 10. Cuando se les predica a huesos secos: Un estímulo para

los predicadores 145

Epílogo: Una pasión por predicar: Charles Haddon Spurgeon 159

Notas 171

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RECONOCIMIENTOS

Este libro ha surgido de una seria preocupación por el estado de la predicación en la iglesia, y ha tomado forma en el transcurso de

largas horas de pensamiento, re�exión, enseñanza y predicación. A lo largo de todo este proceso, la obra ha sido a0anzada y enriquecida mediante incontables conversaciones y el compromiso con otros que tienen la misma preocupación y creencia de que la gloria de la predi-cación es la primera marca de una iglesia auténtica.

Estoy especialmente en deuda con el Dr. John MacArthur, el Dr. Mark Dever, el Dr. Ligon Duncan, el Dr. John Piper, el Dr. Hershael York, el Dr. Danny Akin, el Dr. Russell Moore, C. J. Mahaney, el Dr. James Merritt, el Dr. Robert Vogel, John Stott, el difunto Dr. James Montgomery Boice y otros predicadores que se quedaron despiertos hasta altas horas de la noche para hablar acerca de la predicación expositiva.

Este proyecto no podría haberse llevado a cabo sin la colabora-ción de Greg Gilbert, quien ha aportado su buen ojo editorial y su dedicación a este manuscrito debido a su propia pasión por la pre-dicación bíblica. Mi tristeza al permitir que asuma nuevas respon-sabilidades en otro lugar sólo se supera por el orgullo de saber que será un buen pastor; el más supremo de los llamamientos. Sé que predicará con 0delidad y excelencia.

Un equipo del Southern Seminary, compuesto especialmente por Jason Allen, Russell Moore, Doug Walker y Dan Dumas, también

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10 PROCLAME LA VERDAD

colaboró para hacer posible este proyecto. Además quiero agradecer al gran equipo de Moody Publishers y a mi representante, Robert Wolgemuth, que creyó en este proyecto desde el principio.

Finalmente, escribo esto con el pleno conocimiento de que nada puedo lograr en esta vida sin la gran contribución de mi esposa, Mary, cuyo amor abnegado hace que todo lo que yo haga sea más excelente, valioso y 0able. Como siempre, nuestros hijos, Katie y Christopher, hacen que la vida sea más alegre, apremiante, animada y graciosa. ¿Quién puede ponerle precio a esto?

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PRÓLOGO

Una de las lecciones más claras que aprendimos de la historia de la Iglesia es que la predicación consistentemente bíblica es tras-

cendental para la salud y la vitalidad de la Iglesia. Desde el inicio de la iglesia del Nuevo Testamento hasta la actualidad, cada etapa signi0cativa de genuino avivamiento, reforma, expansión misionera o fuerte crecimiento de la Iglesia también ha sido una era de predi-cación bíblica.

La predicación de la Palabra de Dios es, sin duda, uno de los sellos de la era apostólica. Los padres de la iglesia postapostólica más in�uyentes, entre los que se incluyen los primeros apologistas, tam-bién fueron predicadores prominentes y poderosos de las Escrituras. De igual modo, los teólogos primitivos como Tertuliano, Jerónimo y Agustín, fueron predicadores expertos y eruditos bíblicos brillantes. Hombres destacados entre los Lolardos, los reformadores magiste-riales y los puritanos fueron algunos de los predicadores expositivos más excelentes y valerosos que el mundo haya conocido. Los grandes avivamientos, el avivamiento de Gales y los primeros movimientos misioneros estudiantiles, todos surgieron como resultado de una poderosa predicación de la doctrina bíblica.

Esto no es ninguna sorpresa. Las Escrituras dicen que la predi-cación es el medio principal por el cual Dios escogió salvar a los que creen (1 Co. 1:21). La predicación también es el vehículo principal mediante el cual el Espíritu Santo escogió sustentar e instruir a la

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12 PROCLAME LA VERDAD

Iglesia corporativamente (1 Co. 2:1-16). Y la misma Palabra de Dios constituye la única sustancia válida del mensaje de cualquier predi-cador (2 Ti. 4:2-4).

No es casualidad que, originalmente, la Iglesia haya nacido y se haya desarrollado en el primer siglo de este mundo, mayormente a través de la predicación. De hecho, casi cada vez que Lucas hizo alguna observación acerca de los patrones de crecimiento de la igle-sia primitiva, se expresó en términos como estos: “Y crecía la palabra

del Señor” (Hch. 6:7; cp. 12:4 y 19:20). Una predicación clara —espe-cí0camente bíblica— es la estrategia principal que Dios ha ordenado para el crecimiento de la Iglesia y la conducción y sustento de su rebaño. Desde luego, ésta es la única estrategia que, en realidad, Él siempre ha bendecido.

Es preocupante, pues, que desde mediados del siglo pasado (o más) los evangélicos hayan dedicado tanta energía y tantos recursos a estrategias novedosas para el crecimiento de la Iglesia que tienden a restarle importancia a la predicación bíblica. Incluso, a veces, este tipo de estrategias evita deliberadamente hacer cualquier referencia a la Biblia, en especial cuando hay incrédulos presentes. En cambio, el objetivo es atraer a las personas por medio de campañas de merca-deo, entretenimientos, actividades sociales y otras técnicas similares. Muchos de los líderes de la Iglesia evangélica de hoy han tomado prestadas las 0losofías administrativas del mundo empresarial; han sacado los indicios de lo que se usa de las industrias del entreteni-miento; han imitado el estilo de comunicación de los medios de comunicación de masas seculares (que pre0eren los breves discursos en vez de la sustancia), y han empleado todos los accesorios extra de la tecnología moderna designados principalmente a asombrar e impresionar en vez de enseñar y edi0car. La Iglesia visible actual re�eja el mundo en un grado inquietante. Una gran parte del cris-tianismo padece de malnutrición espiritual; y la predicación con-vincente y bíblica se ha convertido en un elemento extremadamente poco frecuente.

Hay varias señales alentadoras de que esta tendencia podría estar cambiando. Hay cristianos hambrientos de la Palabra de Dios que

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13Prólogo

suplican a sus iglesias que recuperen la prioridad de la predicación y la enseñanza 0dedignas, exhaustivas y bíblicas. (Cada semana escu-cho que personas de todo el país piden que les recomienden iglesias donde se predique la Biblia en serio). Muchos jóvenes que actual-mente entran en el ministerio tienen el nuevo compromiso de predi-car la Palabra de Dios, y están siendo formados y preparados para ser verdaderos expositores en vez de directores de espectáculos y orado-res incitantes.

Albert Mohler encabeza a unos cuantos hombres de esta gene-ración que están ayudando a renovar, estimular y satisfacer el ape-tito de la Iglesia por la predicación expositiva. Como presidente de un seminario, su pasión es la de preparar a los jóvenes y enviarlos a predicar la Palabra de Dios. Su liderazgo valeroso es un modelo para sus estudiantes, y sus logros ya son legendarios. Pero estoy seguro de que su continuo legado será incluso más profundo y de mucho más alcance; principalmente, por lo que ha hecho y lo que está haciendo para devolver a la predicación bíblica su lugar adecuado en las igle-sias bautistas.

El Dr. Mohler es un estudiante diligente de la predicación, y un excelente predicador por méritos propios. Está sumamente dotado de una capacidad extraordinaria para combinar una meticulosa erudición con una profunda pasión espiritual. Por muchos años, ha sido un puntal en nuestras conferencias para pastores [Shepherds’

Conferences], con una sólida reputación bien merecida por una sana doctrina, una denodada claridad y (sobre todo) un ferviente com-promiso con la exposición bíblica. Hace algunos años, cuando los ancianos de la iglesia Grace Community estaban planeando la cele-bración de mi trigésimoquinto aniversario como pastor principal, decidieron que fuera un día de predicación. Querían centrarse en el mandato bíblico de que los líderes de la iglesia prediquen la Palabra, y querían que un gran predicador condujera el acontecimiento. El Dr. Mohler fue la primera opción, y de0nitivamente fue la opción correcta. Aquel día, su mensaje conmovió nuestro corazón y renovó nuestro compromiso de persistir en la labor que Dios nos ha enco-mendado.

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14 PROCLAME LA VERDAD

Es por ello que me alegra mucho ver este libro. La pasión del Dr. Mohler por la predicación es contagiosa. Su diagnóstico de la enfermedad que aqueja a la predicación contemporánea es acertada, y sus sugerencias de lo que se debería hacer al respecto son muy pers-picaces y retadoras. Mi oración es que muchos predicadores y lai-cos puedan leer este volumen, y que el Señor lo use para hacer que una generación de creyentes 0eles (e in0nidad de iglesias también) se aparten de todo lo trivial y terrenal, y vuelvan a lo que realmente importa.

—John MacArthur

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PREFACIOEl estado de la predicación

en la actualidad

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de

la incredulidad…” Con estas famosas palabras, Charles Dickens pre-sentó su gran novela A Tale of Two Cities [Historia de dos ciudades]. Desde luego, Dickens estaba pensando en las ciudades de Londres y París, y gran parte de su historia dejaba traslucir que el tenor de los tiempos dependía de la ciudad donde se viviera.

En gran medida, eso sigue siendo cierto al considerar el estado de la predicación en la actualidad. Si es el mejor de los tiempos o el peor de los tiempos depende mayormente de la dirección desde donde se opte por mirar.

Por otro lado, hay señales muy prometedoras y alentadoras. Por ejemplo, actualmente hay gran cantidad de pastores evangélicos jóvenes que no se avergüenzan de comprometerse con la exposi-ción bíblica. Éstos representan el resurgimiento de la genuina expo-sición bíblica en los púlpitos de las iglesias de todo el país, desde las situadas en zonas céntricas hasta las que están más allá de los suburbios. Esta nueva generación está demostrando una vez más que la exposición e0caz y 0el de la Palabra de Dios atrae a personas a Cristo y conduce al crecimiento espiritual y a la salud de la Iglesia.

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16 PROCLAME LA VERDAD

De hecho, esta generación de ministros jóvenes, que junto a otros se está abriendo camino por una educación universitaria y teoló-gica, podría indicar un renacimiento de la predicación bíblica en los próximos años.

Por otro lado, las últimas décadas han constituido un período de licenciosa experimentación en muchos púlpitos. Una de las evolucio-nes más preocupantes es la decadencia y el eclipse de la predicación expositiva. Numerosas voces in�uyentes dentro de las iglesias evan-gélicas sugieren hoy que la era del sermón expositivo ya ha pasado. En su lugar, algunos predicadores contemporáneos lo sustituyen por mensajes intencionalmente designados para alcanzar a congregacio-nes seculares, o super0ciales; mensajes que evitan predicar el texto bíblico y, de ese modo, evitan una vergonzosa confrontación con la verdad bíblica.

¿Cómo sucedió esto? Dado el lugar central de la predicación en la iglesia del Nuevo Testamento, parecería que la prioridad de la predi-cación bíblica no debería discutirse. Después de todo, como destacó excelentemente John A. Broadus, uno de los facultativos fundado-res del Southern Baptist %eological Seminary [Seminario Teológico Bautista del Sur]: “La predicación es característica del cristianismo. Ninguna otra religión congrega regular y frecuentemente a grupos de personas para escuchar instrucciones y exhortaciones religiosas, una parte integral de la adoración divina”.1

Creo que el debilitamiento de la predicación al comienzo del siglo XXI es resultado de varios factores, que constituyen preocupaciones genuinas e importantes, y que han funcionado conjuntamente para socavar el papel de la predicación en la Iglesia y rede0nirla como algo diferente de la exposición y la aplicación del texto bíblico.

Primero, la predicación contemporánea padece de una pérdida de

con(anza en el poder de la palabra.

Los estadounidenses de hoy día están rodeados de más pala-bras que cualquiera de las generaciones anteriores de la historia humana. Estamos bombardeados por palabras que nos llegan de muchas maneras: cantadas, retransmitidas, por medios electrónicos,

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impresas y habladas. Las palabras se han digitalizado, comerciali-zado y sometido a teorías lingüísticas postmodernas.

Tomado en su conjunto, todo esto equivale a una pérdida signi-0cativa de con0anza en la palabra tanto escrita como hablada. Hace varios años, el fotógrafo Richard Avedon dijo que “las imágenes sus-tituyen rápidamente a las palabras como nuestro lenguaje principal”. Del mismo modo, en %e Rise of the Image, the Fall of the Word [El auge de la imagen, la caída de las palabras], el autor Mitchell Stephens de la Universidad de Nueva York sostiene que “la imagen está reem-plazando a las palabras como el medio predominante de la comuni-cación intelectual”.

Puesto que la predicación en sí misma es una forma de “comuni-cación intelectual”, toda pérdida de con0anza en la palabra conduce a una pérdida de con0anza en la predicación. Finalmente, la predi-cación dejará de ser una predicación cristiana si el predicador pierde con0anza en la autoridad de la Biblia como la Palabra de Dios y en el poder de la palabra hablada para comunicar el mensaje salvador y transformador de la Biblia. El predicador debe pararse y hablar con con0anza, para declarar la Palabra de Dios a una congregación bombardeada con cientos de miles de palabras cada semana, muchas de ellas transmitidas mediante una banda de sonido o imágenes en movimiento. La predicación cristiana a0rma osadamente que la declaración 0el de la Palabra de Dios, por medio de la voz de un predicador, es incluso más poderosa de lo que cualquier música o imagen pueda comunicar.

Segundo, la predicación contemporánea padece de un engreimiento

tecnológico.

El 0lósofo francés Jacques Ellul fue verdaderamente profético al indicar el auge de la tecnología y la técnica como uno de los retos más grandes a la 0delidad cristiana en nuestros tiempos. Vivimos días de arrogancia tecnológica y de ubicuidad de la asistencia tecno-lógica. En la actualidad, pocas tareas de las que realizamos, físicas o mentales, carecen de asistencia tecnológica. Para la mayoría de noso-tros, al usar estas tecnologías no consideramos cómo la tecnología

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18 PROCLAME LA VERDAD

moderniza la tarea y la experiencia. Lo mismo ocurre en el caso de los predicadores, que rápidamente han incorporado la tecnología y los medios visuales a sus predicaciones.

No hay duda de que el esfuerzo es bien intencionado, impulsado por el interés misionero de alcanzar a personas, cuya forma principal de “comunicación intelectual” ha llegado a ser visual. De modo que los predicadores usan fragmentos de películas, grá0cos dinámicos y otras tecnologías atractivas para captar y retener la atención de la congregación. Pero el peligro de este enfoque radica en el hecho de que lo visual supera rápidamente a lo verbal. Además de esto, lo visual suele ir dirigido a una parte muy pequeña de la experiencia humana, particularmente enfocado a los aspectos afectivos y emo-cionales de nuestra percepción. Las películas nos conmueven por la hábil manipulación de las emociones, estimuladas por bandas sono-ras y manipuladas por hábiles técnicas de dirección.

Esto es exactamente lo que el predicador no debe hacer. El poder de la Palabra de Dios, comunicada mediante la voz humana, radica en el poder exclusivo de la Biblia para penetrar en todas las dimen-siones de la personalidad humana. Como Dios dejó claro, incluso en los Diez Mandamientos, Él quería que lo escucharan, no que lo vieran. El uso de tecnologías visuales amenaza con confundir este hecho básico de la fe bíblica.

Tercero, la predicación contemporánea padece de un sentido del ridí-

culo ante el texto bíblico.

A lo largo de los años, he escuchado innumerables sermones de predicadores evangélicos; y no puedo dejar de notar que algu-nos tienden a dejarse llevar por un sentido del ridículo ante el texto bíblico. Los ataques persistentes sobre la autoridad bíblica y las sen-sibilidades de nuestros tiempos han hecho estragos en la con0anza que el predicador tiene en el verdadero texto de la Biblia.

En cuanto a la izquierda teológica, la respuesta es bastante sim-ple: es tan solo la eliminación del texto por considerarlo patriarcal, opresivo y completamente inaceptable a la luz de un concepto actua-lizado de Dios. Entre los evangélicos, podemos estar agradecidos de

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que pocos predicadores estén dispuestos a desechar o descartar el texto por considerarlo sub-bíblico o deformado por prejuicios anti-guos. Pero aun así, muchos de estos predicadores simplemente pasan por alto e ignoran amplias secciones de las Escrituras, al centrarse en textos que son más placenteros, agradables y menos polémicos para la mente moderna. Ésta es una forma de negligencia o mala práctica pastoral, que solo se corrige con la aceptación integral de la Biblia —en su totalidad— como la Palabra de Dios inspirada, infalible y absoluta. Toda la Biblia es para nuestro bien. Como Pablo le dijo a Timoteo. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil” para noso-tros (2 Ti. 3:16, cursivas añadidas).

Cuarto, la predicación contemporánea padece de un vacío de conte-

nido bíblico.

El último punto tenía que ver con pasajes de las Escrituras que nunca se predicaron, pero, ¿qué sucede con los textos que se pre-dican? ¿Estudian los predicadores de hoy realmente el contenido del pasaje? En muchos casos, parece que el texto se convierte en el punto de partida de algunos mensajes —insisto en que, sin duda, son bien intencionados— que el pastor desea predicar a la congre-gación. Fuera de esto, el texto de las Escrituras muchas veces está vacío —ausente— de contenido bíblico cuando, a pesar de la forma textual o contextual de un pasaje, el contenido se presenta de manera uniforme como un conjunto de “puntos” concisos que forman un boceto general básico.

Cada texto contiene una idea, desde luego, y la preocupación principal del predicador debería ser comunicar la verdad central. De hecho, debería preparar el sermón de modo que tuviera este propó-sito central. Además, el contenido del pasaje debe aplicarse a la vida; pero la exposición debe determinar la aplicación, no viceversa.

Otro problema que lleva a una ausencia de contenido bíblico es la pérdida de la “visión general” de las Escrituras. Son demasiados los predicadores que le prestan poca atención al contexto canónico del pasaje a predicar y del lugar que ocupa en la historia central del propósito de Dios de glori0carse por medio de la redención de los

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pecadores. Sacado del contexto, y sin prestar una atención clara a la teología bíblica, la predicación se convierte en una serie de discursos inconexos acerca de textos inconexos. Esto está demasiado lejos de la gloria de la verdadera predicación bíblica.

Quinto, la predicación contemporánea padece de un enfoque en las

necesidades palpables.

El debate actual sobre la predicación se explica comúnmente como un argumento acerca del enfoque y esquema del sermón. ¿Debería el predicador tratar de predicar un texto bíblico por medio de un sermón expositivo? ¿O debería dirigir el sermón a las “necesi-dades palpables” y las preocupaciones percibidas de los oyentes?

Harry Emerson Fosdick, pastor de la iglesia Riverside de la ciu-dad de Nueva York, y tal vez el predicador más famoso (o tristemente célebre) de las primeras décadas del siglo XX, una vez de0nió la tarea de predicar de la siguiente manera: “La predicación es una consejería personal de un modo colectivo”. Los evangélicos del pasado reco-nocieron el enfoque de Fosdick como un rechazo a la predicación bíblica. Como teólogo liberal imperturbable, Fosdick alardeó de su rechazo a la inspiración, infalibilidad y autoridad bíblica; y también rechazó otras doctrinas centrales de la fe cristiana. Apasionado por la tendencia de la teoría psicológica, Fosdick llegó a ser el satisfe-cho terapeuta de púlpito del protestantismo liberal. El objetivo de su predicación queda bien plasmado en el título de uno de sus muchos libros, On Being a Real Person [Ser una persona real].

Sorprendentemente, este enfoque es evidente en muchos púl-pitos evangélicos de la actualidad. Impulsados por los devotos de la “predicación basada en las necesidades”, muchos evangéli-cos han dejado de lado el texto bíblico sin reconocer que lo han hecho. Puede que estos predicadores recurran al texto en el trans-curso del sermón, pero éste no lleva la voz cantante ni constituye la estructura del mensaje. El púlpito se ha convertido en un centro de consejería, y el banco de la iglesia se ha convertido en el sillón del terapeuta. Las inquietudes prácticas y psicológicas han despla-zado la exégesis teológica, y el predicador dirige su sermón a las

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necesidades percibidas de la congregación y no a la necesidad que tienen de un Salvador.

El problema, desde luego, es que el pecador no sabe cuál es su necesidad más urgente. Está ciego a su necesidad de redención y reconciliación con Dios, y se centra en unas necesidades potencial-mente reales pero temporales, tales como sus logros personales, su estabilidad 0nanciera, la tranquilidad familiar y los ascensos profe-sionales. Demasiados sermones se conforman con responder estas necesidades y preocupaciones expresadas, y dejan de proclamar la Palabra de Verdad.

Sexto, la predicación contemporánea padece de una ausencia de

evangelio.

La predicación de los apóstoles siempre presentaba el kerigma, el punto central del evangelio. La clara presentación del evangelio debe ser una parte del sermón, independientemente del texto bíblico esco-gido. Como expresó tan elocuentemente Charles Spurgeon, hemos de predicar la Palabra, colocarla en su contexto canónico y “dirigir-nos directamente a la cruz”.

El enfoque de muchos predicadores está en presentar mensajes útiles y prácticos; a menudo con contenido cristiano en general; pero sin ninguna presentación clara del evangelio, un llamado a tomar una decisión, ni un discernimiento del texto o de las a0rmaciones de Cristo. Los apóstoles deberían ser nuestro modelo en esto, dado que constantemente predicaban acerca de la muerte, la sepultura y la resurrección de Jesucristo. Desde luego, para que el evangelio tenga sentido, la auténtica predicación también debe abordar franca-mente la realidad del pecado humano, y debe hacerlo con la misma franqueza del texto bíblico. Todo esto le presenta al predicador algu-nos retos signi0cativos en nuestra era de “sensibilidades”. Pero a 0n de cuentas, la predicación de contenido vacío —la predicación que evade el texto bíblico y la verdad bíblica— está muy lejos de denomi-narse correctamente predicación cristiana.

Realmente éstos son los mejores de los tiempos y los peores de los tiempos. Estoy agradecido por un renacimiento de la predicación

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expositiva, especialmente entre muchos predicadores jóvenes. Estoy agradecido por los ejemplos de hombres fuertes en el púlpito, que ahora se desempeñan como mentores para una generación ham-brienta de ver cómo la exposición bíblica constituye el mismo centro de un ministerio e0caz y poderoso. Y también agradezco la serie de programas sobresalientes que tienen los seminarios con el propósito de alentar y capacitar a esta generación para cumplir dicho deber.

Al mismo tiempo, también me preocupa que muchas de las ten-dencias peligrosas y los ejemplos populares amenacen con socavar la centralidad de la exposición bíblica en los púlpitos evangélicos. En última instancia, el predicador cristiano simplemente debe confron-tar a la congregación con la Palabra de Dios. Esta confrontación, a veces, será embarazosa, retadora y difícil. Después de todo, ésta es la Palabra que nos traspasa como una espada. El predicador evangélico debe estar dispuesto a sostener la espada en alto, no a esconderla ni a permitir que pierda su 0lo.

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CAPÍTULO 1

LA PREDICACIÓN COMO ADORACIÓN

La parte central de la adoración cristiana

En este momento, el tema de la adoración es uno de los asuntos más controvertidos de la congregación local, según lo revela una

encuesta informativa sobre adoración, y lo que se habla actualmente en las iglesias. De hecho, muchos de los títulos de libros evangélicos actuales sugieren que, en estos días, la Iglesia se enfrenta a una “guerra de adoración”. La frase misma —la combinación de las palabras ado-

ración y guerra— debería llevarnos a una re�exión sobria y sincera. Es cierto que la adoración nos ha llevado a cierto grado de gue-

rra. Y en las congregaciones locales no solo vemos confusión, sino también peleas, controversias y divisiones. ¿Qué signi0ca todo esto? Temo que la adoración no solo de0na los cultos de nuestra iglesia, sino también nuestra teología y nuestras creencias sobre Dios. No hay asunto más importante para la Iglesia del Señor Jesucristo que adoremos a Dios como Él quiere que lo hagamos.

¿Y como debemos adorarlo? La mayoría de los evangélicos esta-rían de acuerdo rápidamente en que la adoración es central para la vida de la Iglesia; pero aparte de eso, no lo estarían en cuanto a varias preguntas inevitables: ¿Qué es la adoración? ¿Qué desea Dios que

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hagamos cuando adoramos? Aunque la mayoría de los evangélicos se re0ere a la predicación de la Palabra como una parte necesaria o acostumbrada de la adoración, el modelo predominante de ado-ración en las iglesias evangélicas se caracteriza cada vez más por la música, además de innovaciones como el teatro y el video. La predi-cación, en gran parte, se ha eliminado, y en su lugar se llevan a cabo diversas innovaciones de entretenimiento.

Cualquier re�exión en la predicación cristiana debe comenzar por entender que la predicación es esencialmente un acto de adora-

ción. Por consiguiente, para entender qué se nos pide como predi-cadores, debemos primero entender qué signi0ca adorar. El mismo Señor nos recordó que Dios busca adoradores que le adoren en espí-ritu y en verdad (Jn. 4:23). Pero ¿qué signi0ca adorarlo en verdad? Y ¿cómo encaja la predicación en todo esto?

QUÉ RELACIÓN TIENE LA ADORACIÓN CON LA TEOLOGÍA

En realidad, adorar a Dios es fundamentalmente una cuestión de teología. Sin embargo, por naturaleza, la teología no es una disciplina académica. No es simplemente una forma de discurso académico. Cuando se la implementa correctamente, la teología es la conversa-ción del pueblo de Dios que busca entender al Señor al que adoramos y saber cómo quiere que lo adoremos. Geo�rey Wainwright de la Universidad de Duke agudizó notablemente este concepto al titular su libro de teología sistemática Doxology [Doxología]. La teología y la adoración están indisolublemente relacionadas.

De esta manera, debería recordarse que el propósito del teólogo —y del predicador— es servir a la Iglesia de modo que el pueblo de Dios lo adore con mayor devoción. Al entender la revelación de Dios en su Palabra, sabemos cómo Él desea que lo adoren. Por lo tanto, en tal sentido deberíamos preguntarnos: ¿Cuáles son las condicio-nes adecuadas de la adoración evangélica? ¿Cómo deberían adorar aquellos que a0rman cimentarse en el evangelio y estar sujetos a la Palabra de Dios?

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Conocemos la historia de la adoración a través de los tiempos. Sabemos qué aconteció en la Reforma y qué ocurrió en el movi-miento de la Reforma anglicana. Sabemos qué sucedió al eliminarse características que no se consideraban bíblicas y, sin embargo, ahora vemos que, en muchos sentidos, vuelven a aparecer las mismas cosas. ¿Cuál es el estado de la adoración evangélica en el presente? Para responder a esta pregunta, no sería exagerado sugerir palabras como caos, confusión y consternación.

En medio de este caos, podemos obtener una gran perspectiva al leer al desaparecido A. W. Tozer. Esto es lo que dijo hace algunas décadas:

Tenemos cristianos despreocupados y seguros de sí mismos con poca afinidad por Cristo y su cruz. Tenemos mozos joviales que andan por ahí, parecidos a maestros de ceremonias de espectá-culos. Pero, ¡¿lo están haciendo por amor a Cristo?! ¡Hipócritas! No lo están haciendo por amor a Cristo; lo están haciendo para beneficio de su propia carne, y usan la iglesia como teatro, por-que aún no han conseguido un legítimo teatro que los albergue.1

Tozer continúa su argumento de la siguiente manera:

Hoy día, en la mayoría de las iglesias evangélicas, es una prác-tica común ofrecer a las personas, especialmente a los jóvenes, un máximo de entretenimiento y un mínimo de instrucción formal. En la mayoría de los lugares, es difícil conseguir que la gente asista a reuniones donde la única atracción es Dios. Solo se puede concluir que los que profesan ser hijos de Dios están cansados de Él, pues hay que perseguirlos con caramelos mul-ticolores en forma de películas, juegos y refrigerios religiosos.

Esto ha influenciado todo el patrón de la vida de la Iglesia, e incluso la ha transformado en un nuevo tipo de arquitectura eclesiástica diseñada para albergar al becerro de oro.

De modo que padecemos la extraña anomalía de la ortodo-xia en el credo y la heterodoxia en la práctica. La técnica de los

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caramelos multicolores se ha integrado tanto en nuestro pensa-miento religioso actual, que simplemente se da por hecho. Sus víctimas nunca se enteran de que aquello no forma parte de las enseñanzas de Cristo y sus apóstoles.

Ante cualquier objeción con respecto a nuestro actual becerro de oro, el cristianismo recibe la respuesta triunfalista: “¡Pero los estamos ganando!”. ¿Y para qué los estamos ganando? ¿Para el verdadero discipulado? ¿Para llevar la cruz? ¿Para la abnegación? ¿Para una separación del mundo? ¿Para la cruci-fixión de la carne? ¿Para vivir santamente? ¿Para una nobleza de carácter? ¿Para despreciar las riquezas de este mundo? ¿Para una severa autodisciplina? ¿Para amar a Dios? ¿Para una total entrega a Cristo? Desde luego, la respuesta a todas estas pregun-tas es “no”.2

Estas palabras se escribieron hace varias décadas, pero induda-blemente Tozer divisaba el futuro.

TENGAMOS CUIDADO CON CORROMPER NUESTRA ADORACIÓN

Kent Hughes, pastor principal emérito del College Church en Wheaton, Illinois, también ha escrito atinadamente sobre este asunto. Hughes lo expresa de esta manera:

La suposición tácita, pero cada vez más común del cristianismo de estos días, es que la adoración es principalmente para noso-tros, para la satisfacción de nuestras necesidades. Tales servi-cios de adoración están orientados hacia el entretenimiento, y los adoradores son espectadores no comprometidos que eva-lúan en silencio la actuación. Desde esta perspectiva, la pre-dicación se convierte en una homilética de consenso —una predicación dirigida a las necesidades palpables— según el plan consciente del hombre y no de Dios. Este tipo de predica-ción siempre es temática y nunca está basada en el texto bíblico.

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La información bíblica se minimiza, y los sermones son breves y están llenos de anécdotas. Todo lo que se sospeche que pueda hacer sentir incómodo al más mínimo asistente, se elimina del servicio… Llevado a un enésimo grado, esta filosofía inculca un trágico egocentrismo. Es decir, que todo se juzga por cómo afecta al hombre. Y esto corrompe terriblemente nuestra teología.3

Hughes está en lo cierto. Nuestra ado-ración confusa corrompe nuestra teología, y nuestra débil teología corrompe nues-tra adoración. ¿Son alarmistas estas voces? Estas voces disparan la alarma. Pero hay muchas otras voces que están diciendo: “No se preocupen. Sean felices. Adoren”. Un autor reciente que trata el tema del crecimiento de la Iglesia ha escrito:

La adoración es como un automóvil que nos lleva desde donde estamos hasta donde Dios quiere que estemos. El transporte y la comunicación son imperativos; el modo o el vehículo no lo son. Algunos adoran a Dios en catedrales, al son de los selectos tonos de órgano tradicionales de Bach y Feuer, de los clásicos de Europa. Éstos son los que viajan en Mercedes-Benz. Algunos adoran a Dios en simples iglesias de madera que tienen un campanario en su cúpula. Éstos cantan los himnos de Carlos Wesley o Fanny Crosby, y son los que viajan en un Ford o un Chevy. Otros adoran a Dios con la suave música de alabanza contemporánea. Éstos son los que viajan en un cupé deportivo descapotable. Y otros adoran a Dios al son del punteo de una guitarra con amplificadores a máximo volumen. Éstos son los que viajan en motocicleta sin silenciador.4

Pero seguramente la adoración consiste en algo más que en el espectro de preferencias que va de un Mercedes-Benz a una moto-cicleta. Debe contener algo de mayor peso. “La adoración es como

¿Le importa a

Dios cómo lo

adoramos?

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un automóvil que nos lleva desde donde estamos hasta donde Dios quiere que estemos”. ¿Podemos decir esto con propiedad cuando escuchamos lo que las Escrituras dicen de la adoración?

Desde un principio, sabemos que hay muchas opiniones cristia-nas diferentes con respecto a la adoración. Esto no es nada nuevo. Pero la cuestión real aquí es si Dios tiene una opinión respecto a este asunto. ¿Le importa a Dios cómo lo adoramos? ¿O es una especie de deidad liberal, a la que no le importa cómo lo adora su pueblo, sino que, en cambio, se contenta con la esperanza de que en cierto lugar haya personas que lo adoren de la manera que sea?

Las Escrituras revelan que a Dios, en efecto, le importa cómo lo adora su pueblo. Levítico 10:1-3 da testimonio de esto.

“Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensa-rio, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová. Entonces dijo Moisés a Aarón: Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado”.

Nadab y Abiú eran los hijos de Aarón. Eran sacerdotes, por lo cual tenían el derecho de ofrecer sacri0cios a Dios en adoración. Pero ellos hicieron lo que Dios no les había encomendado hacer. Ofrecieron fuego extraño en el altar y, debido a ello, fueron consumidos. Es evi-dente, pues, que Dios tiene una opinión con respecto a la adoración. Él es un Dios celoso; un Dios que nos ama, pero un Dios que también instruye y manda a su pueblo que lo adore como es debido.

Las Escrituras dejan claro que la adoración es algo que hacemos, no algo que tan solo presenciamos. No es meramente un asunto para el pastor y los otros ministros, ni para los músicos y aquellos que pla-ni0can el servicio. La adoración es para toda la congregación, pues la adoración es algo que hacemos juntos. Es nuestra responsabilidad común y corporativa adorar a Dios como Él quiere.

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UN PATRÓN DE ADORACIÓN EXTRAÍDO DE LA PALABRA DE DIOS

Entonces, ¿a dónde debemos recurrir para recibir instrucción de cómo deberíamos adorar? Hay tan solo un sitio al que podemos recu-rrir: la Palabra de Dios. La norma de nuestra adoración debe ser la Palabra de Dios, la Palabra que Él mismo ha hablado. Al recurrir a su Palabra, encontramos un patrón de adoración aceptable, un patrón que se repite de principio a 0n de las Escrituras. Las Escrituras son, según la confesión de los reformadores, norma normans non nor-

mata: “la norma de las normas que no puede normativizarse”. Esto es lo que signi0ca cuando decimos “sola scriptura”: que la Escritura es la norma de nuestra adoración. No hay nada externo a las Escrituras que pueda “normativizarla” o corregirla.

Las mismas Escrituras establecen los términos; por ello recurri-mos a la Biblia para aprender cómo quiere Dios que lo adoremos.

CÓMO COMIENZA LA ADORACIÓN AUTÉNTICA: CON UNA VERDADERA VISIÓN DEL DIOS VIVO

Isaías 6:1-8 nos brinda una ilustración de la verdadera adoración, que nos enseña lo que Dios espera de su pueblo cuando éste lo adora. Ante todo, el profeta Isaías experimentó una teofanía, una visión del Dios vivo y verdadero. Y si hemos de adorar a Dios como Él quiere que lo hagamos, también debemos ver a Dios como Él es. La adora-ción correcta comienza con una visión del Dios vivo y verdadero.

Isaías relata que, en el año de la muerte del rey Uzías, vio al Señor sentado en un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. El trono es un símbolo de realeza y soberanía, lo cual indica que el que está sentado en el trono es rey y juez al mismo tiempo. Representa la autoridad y la justicia a la vez. Pero hay más, pues Aquel cuyas faldas llenaban el templo no está solo. El versículo 2 nos dice que “por encima de él había sera0nes; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban”. Las seis alas de estos sera0nes —que literalmente signi0can “llamas

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ardientes”— tienen mucho simbolismo. Las alas con las que cubrían sus rostros, sin duda, indican humildad; en tanto que las que cubrían sus pies representan pureza. Los sera0 nes sabían en presencia de quién estaban, y no se atrevían a mirar su rostro.

Estas criaturas con alas no se limitaban a volar, suspendidas en el aire en silencio. Se daban voces una a la otra y decían: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria”. Esas palabras —“Santo, santo, santo”— se conocen como el “trisa-gio”. En el lenguaje hebreo no hay una forma comparativa o superla-tiva adecuada, por lo cual se hace uso de la repetición para rea0 rmar algo. Encontramos nuevamente este patrón repetitivo en Apocalipsis 4:8: “Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y alrede-dor y por dentro estaban llenos de ojos; y no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir”. La Iglesia primitiva encontró en este

patrón una referencia a la Trinidad, y si lo analizamos nuevamente con la perspectiva del Nuevo Testamento, sin duda, podemos entender esa a0 rma-ción. De modo que el punto central de esta estructura parece ser el énfasis.

Tómese Génesis 14:10, por ejemplo, donde el original hebreo habla de algu-nos que cayeron en un “pozo-pozo”. Esta estructura podría traducirse como un “pozo grande y profundo”. La cues-

tión es que cuando los sera0 nes claman “Santo, santo, santo”, están declarando la esencia, la identidad y el ser de Dios en lo que respecta a su incomparable santidad.

La santidad de Dios hace referencia a su separación de su crea-ción. Él no es como nosotros. Nosotros somos 0 nitos; Él es in0 nito. En otras palabras, Dios es trascendental, y su santidad revela la dife-rencia y el in0 nito contraste entre su naturaleza y la nuestra. J. Alec Motyer de0 ne la santidad como “la majestad moral total y única de Dios”. ¡Qué expresión tan maravillosa! La majestad moral de Dios

Él no es como

nosotros. Nosotros

somos finitos;

Él es infinito.

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es total y no tiene rival. De igual modo, E. J. Young sugiere que la santidad es la totalidad de la perfección divina que separa a Dios de su creación. Aquello que casi trasciende nuestra de0nición es lo que hace que Dios sea Dios. La santidad incluye todos los atributos de Dios. Su santidad es lo que lo de0ne.

Me pregunto si la visión de Dios que tienen muchos de los que adoran se parece a lo que los sera0nes nos están diciendo aquí. ¿Adoramos con el entendimiento de que Dios es Santo y que “toda la tierra está llena de su gloria”? Creo que no. Me pregunto si en nuestra adoración hallamos algo parecido a esta visión de Dios. ¿Se encuentran cara a cara con la realidad de Dios aquellos que vienen a nuestros servicios de adoración? ¿O se van con una visión de un Dios más pequeño, de una deidad marchita? La adoración es la reunión del pueblo de Dios, que se congrega para confesar que Él es digno de ser adorado. ¿Cómo podemos adorarlo si no tenemos claro quién es Dios? Nuestro patrón de adoración debe declarar el carácter de Dios.

La adoración tiene componentes tanto objetivos como subjetivos. Desde luego, la adoración es subjetiva. Hay una experiencia personal e individual, que se experimenta en la adoración. Pero las Escrituras también dejan claro que la experiencia subjetiva de la adoración debe predicarse sobre la verdad objetiva del Dios vivo y verdadero, el Dios que se ha revelado en las Escrituras.

Roger Scruton, un 0lósofo británico de renombre, ha sugerido que la adoración es el indicador más importante de que una persona o grupo de personas cree realmente en Dios. Éste escribe: “La adora-ción de0ne a Dios mucho mejor que la teología”.5 En otras palabras, si usted quiere conocer lo que las personas realmente creen de Dios, no pierda tiempo leyendo a los teólogos. Obsérvelos adorar. Escuche qué cantan y cómo oran. Luego, sabrá qué creen de este Dios al que adoran.

Me preocupa que en la iglesia evangélica normal y corriente, el Dios de la Biblia nunca llegaría a conocerse al observar nuestra manera de adorar. En cambio, lo que tenemos en muchas iglesias es la “McAdoración” de una “McDeidad”. Pero ¿qué clase de Dios es tan super0cial, tan insustancial y tan insigni0cante? ¿Tendría el

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observador alguna idea del Dios de la Biblia 0 jándose en nuestra manera de adorar? A veces me pregunto si este es un hecho acciden-tal o una evasiva intencional.

George Hunter III sugiere que una iglesia próspera debe practicar la “adoración de celebración” por dos razones: “1) Para proporcionar una celebración con la que los pre-cristianos se puedan relacionar y a la que encuentren signi0 cado. 2) Para eliminar el factor de espanto, de modo que se brinde un servicio al que nuestros miembros quieran invitar a sus amigos”.6 Aquí hay una inversión fascinante. Primero, el propósito de la adoración de celebración es proporcionar “una cele-bración con la que los pre-cristianos se puedan relacionar”. Pero,

segundo, sugiere eliminar algo que identi0 ca como “el factor de espanto”, de modo que se brinde un servicio al que nuestros miem-bros quieran invitar a sus amigos, no un servicio al que el mero pen-samiento de invitar a sus amigos les produzca horror.

Pero ¿no hay bastante factor

de espanto en las Escrituras? Si se elimina el factor de espanto de las Escrituras, entonces quedará

reducido a un libro muy 0 no. Hebreos 10:31 revela que “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” Me pregunto si hay algo que, aunque sea remotamente, pudiera describirse como “horrendo” acerca del Dios que presentamos en nuestros servicios de adora-ción, “que no espantan para nada”. Tan solo observemos la carencia de majestuosidad y temor reverencial de los cánticos evangélicos. Vemos en éstos un abandono de la convicción y una adaptación a la cultura, que en verdad no es nada menos que “rebajar” el contenido de nuestros cánticos. Hemos ido de “Santo, Santo, Santo” a “Dios, el buen compañero”.

¿Y cuál es el resultado de este tipo de cristianismo adaptado? Vuelvo a citar a Tozer:

¿Tendría el observador

alguna idea del Dios de

la Biblia fijándose en

nuestra manera

de adorar?

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Hemos simplificado el cristianismo hasta este extremo: Dios es amor; Jesús murió por ustedes; crean, acepten, gócense, disfru-ten y cuéntenselo a los demás. Y esto es todo; éste es el cristia-nismo de nuestros días. Yo no daría ni cinco centavos por este tipo de cristianismo. De vez en cuando, Dios tiene una pobre oveja herida que logra sobrevivir en medio de todo esto, y yo me pregunto cómo lo consigue.7

La verdadera adoración comienza con una visión del Dios de la Biblia; una visión del Dios vivo y verdadero.

ADÓNDE NOS LLEVA LA ADORACIÓN AUTÉNTICA: A LA CONFESIÓN DE PECADOS

La adoración auténtica no solo comienza con una verdadera visión del Dios vivo, sino que además nos lleva a la confesión de pecados, tanto individual como corporativa. Esto también está claro en Isaías 6:5. Al ver a Dios en su trono, Isaías dijo: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos”. Isaías se encontró “perdido” cuando vio al Dios vivo y verdadero en su santidad. Llegó a conocer la natu-raleza majestuosa y moral de este Dios, y vio la justicia y la santidad divinas. Como resultado, Isaías vio automáticamente la magnitud de su propio pecado. No podía verse a sí mismo sino como un pecador perdido, desecho y humillado. Se veía condenado a muerte.

Quiero dar a entender que esto también debería suceder en nuestra adoración. Si no llegamos a estar frente a frente con nues-tro pecado como individuos y como congregación, no hemos visto a Dios y tampoco lo hemos adorado. Pues cuando conocemos a Dios en la adoración, nos vemos como Dios nos ve. Nos vemos como peca-dores. El Salmo 51:1-4 ejempli0ca esta clase de confesión:

“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; con-forme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.

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Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio”.

Cualquier padre conoce la diferencia entre una disculpa genuina y otra para salir del paso, un rápido “lo siento, lo siento” mientras el niño sale corriendo por el pasillo. Lo que Isaías experimentó fue una verdadera convicción y arrepentimiento, el corazón contrito y humillado de alguien que sabe que ha hecho algo malo y ha vitupe-rado al Dios vivo y verdadero. Sin embargo, creo que mucho de lo que pensamos que es confesión, no lo es en absoluto. Es simplemente una disculpa apresurada, no la clase de quebranto que vemos en el Salmo 51 o Isaías 6. Es necesario que lleguemos a estar frente a frente con nuestro pecado.

ADÓNDE NOS LLEVA LA ADORACIÓN AUTÉNTICA: A LA PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO

Tercero, la adoración auténtica nos llevará a una manifestación de la redención, es decir, a la proclamación del evangelio. Lo que encontramos en Isaías 6:6-7 es una manifestación de la redención: “Y voló hacia mí uno de los sera0nes, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado”.

Esta escena es una clara anticipación de la obra de Cristo. Es un acto unilateral de Dios, un sacri0cio propiciatorio unilateral. Es una descripción de la expiación. Isaías no dio absolutamente nada a Dios. Se encontró frente a frente con su pecado, y entonces se dio cuenta de que la redención es por la gracia absoluta, y es costosa. Después de todo, el carbón encendido provino del altar del sacri0cio, no de una fogata.

Martín Lutero dijo que Isaías se vio primero como realmente era —un pecador que estaba perdido— y después como alguien que

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conoce la redención. Lutero dijo: “Pero esto redundó en la salvación del profeta, que de tal manera fue lanzado al in0 erno, para poder ser rescatado y rescatar a otros de la inmundicia de la ley a la pureza de Cristo, de modo que solo Él pudiera reinar. Aquí ahora se produce una resurrec-ción de los muertos”.8 Esto también debería suceder en nuestra adoración. Para una verdadera adoración es necesario ver al Dios vivo y verdadero, y después vernos a nosotros mismos como realmente somos en nuestro pecado. Al acudir a Dios en confesión, experimentamos la visualización y proclamación de la redención.

La verdadera adoración siempre proclama el evangelio, las bue-nas nuevas de lo que Dios ha hecho en Jesucristo. Proclama la obra de Cristo, y se centra en la cruz. Con el apóstol Pablo decimos: “lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”. Proclamamos libertad a los cautivos, y gracia y perdón a todos los que creen en su nombre.

QUÉ SE NECESITA PARA UNA ADORACIÓN AUTÉNTICA:UNA RESPUESTA

Cuarto, dado lo que Dios ha hecho, para una adoración auténtica se necesita una respuesta. Isaías relata: “Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces res-pondí yo: Heme aquí, envíame a mí” (v. 8). En este pasaje vemos una comisión similar a la de Mateo 28:18-20, cuando el Señor mandó a sus discípulos: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id…”. Esos discípulos tenían que ir y hacer discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guardasen todas las cosas que les había mandado. La adoración requiere una respuesta constante

Al acudir a Dios en con-

fesión, experimentamos la

visualización y proclamación

de la redención.

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que se pueda ver en la proclamación del evangelio, en la evangeliza-ción personal y en las misiones. Si nuestra adoración es débil, nues-tra testi0cación misionera será débil también. Nos olvidaremos del Dios que nos ha enviado e ignoraremos el contenido del mensaje de redención con el que Él nos ha enviado.

Un escritor reciente que trata el tema de la adoración ha comen-tado: “No se trata de cómo se adora, sino de a quién se adora”. Y yo agregaría que el quién determina el cómo. Tal vez éste sea el motivo por el que muchas iglesias han rechazado, o al menos ignorado, el com-ponente central de la adoración cristiana, que es la predicación de la Palabra. Sé que podría parecer osado —e incluso quizás escandaloso para algunos— decir que la predicación es el componente central de la adoración cristiana. Pero ¿cómo podría ser de otra manera? Pues es principalmente a través de la predicación de las Escrituras que obte-nemos una verdadera visión del Dios vivo, reconocemos nuestros pro-pios pecados, escuchamos la proclamación de la redención y somos llamados a una respuesta de fe, arrepentimiento y servicio.

A pesar de todo esto, es probable que la mayoría de los que obser-van desde afuera crea que la música constituye la parte central de nuestra adoración. El hecho es que, en la actualidad, la música llena el espacio vacío de gran parte de la adoración evangélica y aporta el mayor dinamismo a los servicios de adoración. En la dimensión musical de la adoración se invierte mucha plani0cación, recursos 0nancieros y preparación. Equipos profesionales y un ejército de voluntarios dedican gran parte de la semana a ensayos y sesiones de práctica, ya que al parecer muchas iglesias evangélicas están muy interesadas en reproducir la calidad de un estudio musical en sus reuniones. Todo esto no pasa desapercibido en la congregación. Algunos cristianos, en realidad, van buscando iglesias que ofrezcan el estilo y la experiencia de adoración que satisfagan sus expectativas. En muchas comunidades, las iglesias se conocen por su estilo de ado-ración y sus programas musicales. Aquellos que no están satisfechos con lo que encontraron en una iglesia pueden ir rápidamente a otra, a veces con el pretexto de que la nueva iglesia “suple nuestras necesi-dades” o “nos permite adorar”.

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37La predicación como adoración

La inquietud por una verdadera adoración bíblica constituía la idea central de la Reforma. Pero incluso Martín Lutero, que escribía himnos y exigía que sus predicadores aprendieran canto, no recono-ció que esta inquietud moderna por la música fuera legítima o posi-tiva. ¿Por qué? Porque los reformadores estaban convencidos de que la

parte central de la verdadera adoración bíblica era la predicación de

la Palabra de Dios. La música es una de las dádivas más preciadas de Dios para su

pueblo, y es el lenguaje con el cual podemos adorar a Dios en espí-ritu y en verdad. Los himnos de la fe transmiten un valioso conte-nido confesional y teológico, y muchos coros modernos recuperan el sentido de la doxología que se había perdido en muchas iglesias evangélicas. Pero la música no constituye el acto central de la adoración cristiana; tampoco lo es la evangelización, ni siquiera las ordenanzas. La parte cen-tral de la adoración cristiana es la predicación auténtica de la Palabra de Dios.

Esta centralidad de la pre-dicación se encuentra en ambos Testamentos de las Escrituras. Por ejemplo, el apóstol Pablo le dijo a Timoteo de manera muy clara: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogidos, que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad”. En Nehemías 8, como veremos con más detalle en el próximo capítulo, encontramos una ilustración excelente de predi-cación expositiva, cuando el pueblo le demandaba a Esdras el escriba que trajera el libro de la ley a la congregación. Esdras se puso de pie en una plataforma elevada y leyó el libro de la ley “traduciéndolo y dándole el sentido para que entendieran la lectura” (Neh. 8:8 BLA). Cuando él abrió el libro para leer, la congregación se puso de pie en honor a la Palabra de Dios, y su respuesta a la lectura fue: “¡Amén, Amén!”.

La parte central de la

adoración cristiana es la

predicación auténtica de

la Palabra de Dios.

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38 PROCLAME LA VERDAD

Este pasaje es una crítica aleccionadora de gran parte del cristia-nismo contemporáneo. Según el texto, una demanda por la predica-ción bíblica surgió en los corazones del pueblo. El pueblo se reunía como congregación y convocaba al predicador. Esto re� eja una gran hambre y sed de la predicación de la Palabra de Dios. ¿Dónde se puede ver este deseo entre los evangélicos de nuestros días? Y no solo esto, ¿dónde están los predicadores 0 eles que confrontan a sus miembros con la predicación de la Palabra de Dios? Al parecer, se cree que el evangelio causará mejor impresión a las personas si se

les presenta mediante una producción de multimedia llamativa, o incluso si direc-tamente prescindimos de la predicación en pro de una “experiencia” de adoración puramente subjetiva y emocional. Sin embargo, ¿qué fue lo que llevó a los israeli-tas a dar una respuesta de honra a Dios al decir “¡Amén. Amén!”? Fue la exposición de la Palabra. Esdras no hizo una repre-

sentación ni orquestó un espectáculo. Simple y esmeradamente pro-clamó la Palabra de Dios.

En demasiadas iglesias, la Biblia casi ni se abre. La lectura pública de las Escrituras se ha eliminado de muchos servicios, y el sermón se ha mantenido al margen, reducido a un breve devocional adosado a la música. Muchos predicadores aceptan esto como una concesión necesaria para la era del entretenimiento, de modo que se conforman con la somera esperanza de incluir un breve mensaje de aliento y exhortación antes de la conclusión del servicio.

Michael Green resume el problema con mordacidad: “Ésta es una era de sermones mediocres, y los sermones mediocres producen cris-tianos mediocres”.9 La anemia de adoración evangélica —dejando de lado toda la música y energía— se atribuye directamente a la ausencia de una genuina predicación expositiva. Si a nosotros como pastores nos importa de veras brindar a nuestros miembros una verdadera visión de Dios, mostrarles su propio pecado, proclamarles el evan-gelio de Jesucristo y animarles a un servicio obediente en respuesta

En demasiadas

iglesias, la Biblia

casi ni se abre.

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39La predicación como adoración

a ese evangelio, entonces dediquemos nuestra vida a predicar la Palabra. Éste es nuestro deber y nuestro llamado: confrontar a nues-tras congregaciones nada menos que con la Palabra de Dios viva y activa, y orar para que el Espíritu Santo, por consiguiente, abra los ojos, produzca convicción en las conciencias y aplique la Palabra en los corazones humanos.