al otro barrio

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Un homenaje a mi Barrio. Un hombre moribundo en un hospital remomora los días de vida comunitaria, en un barrio obrero.

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Page 1: Al Otro Barrio

AL OTRO BARRIO

Dolor punzante el de la nostalgia. Ni tan siquiera me conmueven los seres queridos, aquí postrados,

esperando calladamente mi anunciada muerte. Siguen trayendo ramos de flores, enviando obsequios, que si me

quedaran fuerzas los tiraba desde este sexto piso de hospital. A mis ojos, se transforman en coronas, tristes

coronas que quieren enterrarme en vida. Angela me observa con su nerviosa mano apoyada a un lado de la

cama, muerta ella también de miedo. Y otra vez es la nostalgia, esa suerte de veneno que me va robando el

aliento poco a poco. Cada vez que la miro, me parece que retorna a ella el gesto de ensueño y profunda ilusión

que portaba el día que el sorteo, nos dio a conocer nuestra casa. También la veo regañándome, aquel invierno

que me deslome apartando nieve para despejar nuestra calle, Federico Mayo, cuando sus arboles apenas

asomaban, hoy viejos ya y podridos.

El día en que Perico me gritaba desde abajo, habían avisado a Sebastián, el patrón, que tú estabas de

parto. Y yo que casi pierdo el equilibrio al bajar de aquella mala estructura que llamaban andamio. La alegría

compartida, es doble. Y en el Felix, echando unos chatos de aquel vino que se estiraba entonces, recibí las

palmadas de los amigos, encantados más por la invitación, que por la nueva boca que debía alimentar. Si mal no

recuerdo allí estaba Santos, el difunto Santos, que se quejaba siempre por los terrenos, y la cantidad de piedra

que hubo que sacar “ nos han traído a un cascajal, a un cascajal para que nos deslomemos”, protestaba el

cascarrabias. Y Martín, que todos los años me traía de su pueblo aquel chorizo picante y aceite de trujal, como

no lo he vuelto a probar en décadas. El bueno de Serapio que entre despido y despido lo único que sabía hacer

era traer niñas al mundo, siete estómagos que ya no se conformaban con las sopas de ajo y pan. Y toda la tropa

de la que no quedamos ni dos.

Miro a mi izquierda, y el que fue niño es padre, de dos hijos uno de ellos en la cárcel. Mi hijo me

hecha la culpa a mí, dice que yo le metí en la cabeza todo el rollo de la política. Él sabe que no es cierto. Mi

nieto tarde o temprano abrió los ojos a la vida. Eso es fácil en los barrios de tercera. Barrio conflictivo. Quién se

lo iba a decir al Generalísimo, el que con tanta pompa y grandeza inauguro la gran obra social de su patronato.

¡Ah, hay llega!. Es él. “ Alcalde”, le llaman en el barrio. Un pobre diablo metido a héroe. Siempre los

hubo. Se alimentan de fama, prestigio, deseos de fortalecer su imagen y su nombre. Mientras el trabajo callado lo

hacen otros. Estos aparecen en las fotos, en cualquier circulo de amigos sueltan la gracia oportuna, van

ofreciendo la mano como si la amistad estuviera en venta. A la vuelta de la esquina, reparten maledicencias y

trapos sucios, construyen bulos y escarnios, contra el primer desgraciado confiado que les fía sus sentimientos.

Todo con tal de ganar posiciones, hacerse acreedor del favor de alguno de los que corta el bacalao, ganarse a

pulso el linaje de correveidile. Carnaza, carnaza fresca en el puesto maloliente de la verdulería. Y siempre

alimañas dispuestas a pegarse el gran atracón. Lo extraño es que viene solo, malo, feo asunto. Trae como un

gesto de arrepentimiento, y ahora creo que desea purgar sus malos demonios. Lo dejare, a ver.

Ya marcha. Total, nada. Lo mismo de siempre, se deshizo en halagos, sonrisas y chovinismo de barrio.

Nausea y ganas de graparle la boca. Pero de viejos litigios nada. Los cobardes encuentran su mejor escudo en el

silencio. Ya se sabe, cuando la herida no se purga, a uno se le come la pus. Él vera.

Um. Huele a comida. Ya la deben andar repartiendo. Lo que no he perdido es el olfato. Gracias a el aún

logró rescatar esos raticos nobles que nos da la vida en tan contadas ocasiones. Aún me parece remover entre mi

boca, la sabrosa carne que tú, Angela, preparaste con el primer conejo. Sí, que hermoso era. Le clavaste no muy

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convencida el cuchillo en los ojos, poco antes de sesgarle el gaznate. Creció junto a las gallinas, y allí mismo

junto a la verde puerta del gallinero, diste muerte al primer fruto de tus trabajos de cría y cuidado. Casí hubo

fiesta. Es como si sintiera aún en mi brazo derecho, tu fuerza ¡Como me agarrabas de la mano, te brillaban los

ojos, tuve que hacer como que me secaba los morros con la servilleta! ¡ Y que va, quise ocultar la emoción que

sentí ante tu profunda ternura!. Con los años todo llego a su fin. Desaparecieron los animales. La vecina

Josefina, quito las gallinas, y adecuó el gallinero de asador, para que los hijos hicieran meriendas con los amigos

por San Fermin. Les montó una cocina vasca, con su ladrilleta roja brillante, que aún la recuerdo. Que olorico a

costillas salía de la chimenea, que jolgorío se traían aquellos chavales. Recuerdo la gamberrada que una vez les

prepararon entre el hijo y la madre, a toda la comparsa que allí se juntaban. Josefina cocino natillas, con tan

mala baba, que llevaban guindilla picante. Y según contó a los días, en la merienda de los toros, todos se dieron

cuenta de la faena, menos uno cortico que salía en la cuadrilla de sus hijos que decía, “ estan muy buenas, ¡ Pero

el caso es que siento como un calorico en el estomago!”. Figurate, los chavales se tiraban de la risa hasta

andanada.

Ah, los tiempos cambian. Recuerdo que odiaba a mi padre intensamente cuando constantemente repetía,

“ Ya cambiaras, y pensaras que son los tiempos, pero eres tu el que cambias, al final te adaptas, no queda otro

remedio”. No sé si me he adaptado o no, pero todo ha cambiado e imagino que también yo. Lo hacen las gentes,

los paisajes, y no digamos ya las costumbres. Si hecho cuarenta años la vista atrás, ya no queda ni tan siquiera el

espacio publico del que gozábamos. Que amplitud la de Federico Mayo, cuando tan solo existían cuatro o cinco

coches aparcados. Con que rapidez se estrecharon las calles, se colapsaron las aceras de críos inseguros jugando

al balón, las carreteras ya no presentaban el silencio y la amplitud de antaño. Como pasamos de los seiscientos a

los cuatro por cuatro. Los cuatro latas aquellos, cuanto servicio hicieron para muchos tenderos y comerciantes,

cuando acudían a por huevos a las monjas recoletas, reponían aquellos enormes sacos de alubias a granel,

garbanzos, jabón del de trozo, que se hecha de menos, junto a la piedra pómez, para rascar la mugre de brea que

portaban los obreros, los obreros de antaño que se partían el espinazo a trabajar. Echo de menos todo aquello.

Incluso a los críos que nos hacían la vida imposible, un día te rompían la luna del portal de un balonazo, otro se

divertían llamando a los timbres, echándose a correr y escondiéndose picaronamente en las entrecalles

regocijándose del cabreo del vecino extrañado. Dicen que los jóvenes de ahora son más descarados, no sé yo si

eso será cierto. Antaño tenían formas curiosas de divertirse. Pasaban tardes enteras en la “ calle A” tirando

castañas pilongas a los conductores de microbús, aquellos autobuses pequeños que tan buen servicio nos hacían.

El último billete que pagué, lo recuerdo perfectamente, me costó siete pesetas. Después los hicieron desaparecer.

Con los años los críos se hicieron mozalbetes, y las calles aparecieron desiertas. Ya no encontrabas aquella

algarabía jugando al burro, al bote-bote, policías y ladrones, a pillar, el escondite, ¡ carabin-caraban que miro

ya!. Mas tarde aparecieron las gomas aquellas con las que se emperro una de tus nietas, Angela, tú se la

compraste para su cumpleaños. Y con el aro aquel, el hulahop ese. Pero poco a poco, las calles quedaron

desiertas, la alegría y vitalidad de los muetes de antaño fue muriendo entre televisores y aparatos electrónicos,

aislando a los chavales en las casas, constriñéndolos entre cuatro paredes. A mi me daban pena, y mis hijos me

llamaban antiguo. ¡Antiguo yo, cuando siempre he dicho que hay que evolucionar, avanzar, cambiar! ¡ Pero

leñes, para cambiar que sea a mejor, para peor, mejor quedarse uno donde esta!

¡Caramba, pero si es Federico, el jodido de Federico, con su camisa de cuadros, la mismica que usaba en

verano para arrejuntar a toda la chavalería, para bajar a los sótanos la leña de la calefacción!. Otro que le da por

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traer zarandajas. ¡ Coño, ele que sí, esto si que da gusto. Ha traído la leche frita de Lucia, que tan agusto yo

comía en verano, por nuestro aniversario!. Esa jodida santa de mujer no lo olvidaba nunca, y todos lo años se

presentaba en casa con algún postre de los suyos. A los chavales también se los ganaba. Unas veces con

buñuelos, y otras cagadicas de gato, como llamaba ella a las rosquillas que ella las freía alargados como los

churros. Después de cada partida de leña, toda la chavalería a codazo limpio para hacerse con la merienda. El

caso es que esos críos la gozaban apilando leños, uno encima de otro, sudorosos pero contentos de contribuir a

tan honroso trabajo. Los dulces que Juana cocinaba, eran una compensación más, porque lo cierto es que con

laminerías o sin ellas, los críos se peleaban por situarse junto al agujero que comunicaba con los sótanos.

Observe muchas veces a mis hijos laboriosos, bajo la satisfecha sonrisa de nuestro buen vecino. Nos fumamos

los dos algún que otro cigarrillo, sentados a la sombra, mientras los chicos la gozaban entre el delicioso olor de

la madera a veces aún húmeda. Qué pellizcos recibían en sus garrillas cuando en un infortunado despiste, se

desprendían del montón unos cuantos maderos, sin tiempo para sacar los pies de aquel atolladero. Aún lo

recuerdo, con su boina verde y el escudo de la piscina, salir las tardes de los sábados a hacer guardia para recoger

entradas, en el club. Y ese genio que se le ponía cuando perdían los azules, y alguno comentaba la victoria de

Osasuna, equipo que despreciaba: “ al barrio, al barrio hay que defender, y no a los grandes”, escupía con genio.

Luego vinieron sus problemas en la fabrica, las negociaciones, y al final, la jubilación anticipada. Tardes enteras

pasamos en la huerta, al calor de Julio, cuando anochecía, comentando historias del pueblo, de los primeros años

en el barrio, de las penurias y alegrías de antaño. Ahora lo veo asustado. Me mira, se sonríe, pero se que esta

acojonado. Me voy a morir, Federico, sí, no me mires así, hombre. Es duro, lo se, pero no tengo excesivo miedo,

al menos, no muchas cosas de las que arrepentirme. Sí, so jodido, sí, no puedo hablarte con vocablos porque no

tengo voz, pero se que me entiendes con que tan solo te mire a los ojos. Eres un sentimental. Yo también. El

problema tuyo es que eres incapaz de disimularlo, y claro, ahora mi mujer te acompaña a la puerta, con uno de

sus pañuelos para que no me impresionen tus lloriqueos, no vaya ser que me de cuenta que la cosa anda muy

jodida. Ay, parece mentira tantos años juntos y que todavía no sepan que a mi no se me pilla “en un solo

renuncio”.

Se acerca San Juan. Leí hará un mes en el periódico, no sé que de unas quejas de los vecinos de

Donibane, porque no les daban subvención para las fiestas. Más de lo mismo. En el barrio siempre las pagamos y

organizamos los vecinos. Y los primeros años, cada calle se lo montaba como podía. Como nos reíamos en las

primeras hogueras. Quemábamos las sillas viejas, algún mueble que se trajo del pueblo al principio y que había

quedado en desuso. Y la chavalería, que entonces abundaba, se desvivía por saltar, con los enfados de las

madres, que temían por sus hijos, y los tragos de la bota y el pinchico de chistorra, que alguno se las había

apañado para asar en la llama viva del fuego. Alguno contaba historias de su pueblo, de cuando cogían trébol

esperanzados de que surgiera algún romance, o de cuando pescaron a tres mozas bañándose en el río para

purificarse. Como la gozaban. La cosa se fue creciendo, hubo quién acordó hacerlo de forma más organizada, y

de hay se paso a las hogueras de San Juan en Irubide, además de las espontáneas que surgían en las campas de

Orvina. Y siempre algún grupo amenizaba aquellas mágicas noches, repartían vino, merienda, alegría y

convivencia, compañerismo sano y jovial. Música, teatro, parodias con las problemáticas del barrio. Qué las

hubo, vaya que sí las hubo. El mismo Irubide, que era un barrizal, cuantos años pasarían hasta que por fin, a

cuenta de dar mucho la tabarra se decidieron ha hacer algo. Aunque luego plantaron allá además de arbolicos,

una polémica piedra, como llamaban algunos a la escultura. Hombre, a mi, particularmente, ya me gusta. No es

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fea, pero es que gastarse semejante millonada con las necesidades que tiene la vecindad. Cuantos muertos tuvo

que haber durante años hasta que tomaron medidas con los semáforos, y cuantos sustos en la avenida Villava,

que parecía un billar de la de baches que tenía. Todo un mes salimos en manifestación, parando el trafico,

exigiendo que se tomaran medidas.

Leñe, el que faltaba: Suescún, que jodido, el rey del chiquiteo. Aja, viene con el hijo. Como lo apreció,

recuerdo como me ayudo con lo del chaval mío. ¡Que mal lo pasamos en aquella terrible semana en la que lo

detuvieron!. Toda la Txantrea estuvo en un vilo. Gentes de las parroquias, juventud que se movía en las

asociaciones y organismos. Cada dos días noticias con nuevas detenciones. Movilizaciones. Y muy malos tragos.

Rabia, impotencia, desazón. Mucho jaleo en las calles, pelotazos, carreras, barricadas, no se podía caminar

porque si te veían en grupo te buscaban rápidamente las cosquillas. Cuando no zarandeaban a alguna pobre

anciana que les plantaba cara. Y las asambleas. Recuerdo perfectamente una en la que las FOP arrodearon

Auzotegi. ¡Qué tensión, qué miedo, no sabíamos que podía ocurrir, algunos decían que saldríamos por el tejado,

otros que no!. Aquel día fue cuando yo caí en la cuenta que estaba un poco mayor ya para esos sobresaltos.

Había que dejar paso a la juventud, que venía fuerte, empujando. El chico de Suescún acabó metido en la

comisión de fiestas. Sí. Jope, era el que más la gozaba, con los tiestos rellenos de harina y cuatro chucherías,

colgándolos en la plaza del Felix. Allí se las ingeniaban para colocar la cuerda tirante y móvil con la que subir y

bajar los tiestos. Verdaderas disputas entre los mozalbetes, para agarrar el palo, y probar con los ojos vendados a

romper el tiesto. Y ala, golpe que te endiño, el tiesto hecho añicos, el chaval pringao perdido de harina, y un gran

griterío de muetes corriendo a por ese sifonico de chochos, los caramelos, los soldaditos de plastico, etc.

No tiene una idea buena, este bandido. ¡Pero si no puedo ni comer ni beber, estoy con suero, y

me trae una botella de vino de la ribera!. Ya, sí, sí, ya quisiera yo que no fuera en broma eso que haces de

cambiar la bolsa esa por la botella y que me enchufen el vinico ese que traes a la vena, pero no puede ser. Te

agradezco si no con palabras con gestos, ese humor que siempre mantienes en pie, porque a mi las lagrimas no

me ayudaran, tan solo gentes con ganas de vivir, de sentir esa camaradería que jamás debiera perderse. El hijo de

Sueskún, me agarra de la mano. Ah, toma, mira que buena idea, me trae la última revista del barrio, para estar al

día. Y claro, ahora conversa con mi hijo, que para eso eran cuadrilla. ¡Qué calderetes en fiestas! Yo y Suescun

nos apuntábamos de invitados, pero todos los años acabábamos cocinando para toda la cuadrilla. Los jodidos de

ellos, querían empezar a cocinar a las dos de la tarde, para esas horas, ya teníamos nosotros el caldico haciendo

bor,bor, bor, y probábamos las primeras patatas. En realidad, siempre sobraba, comían los que todavía se

mantenían en pie, solían liarla gorda los tres días. Un año nos quedamos sin caldero. En una pelea de cachondeo,

acabaron sentados sobre el conejo con patatas, y el culo escaldao. Corriendo para Urgencias. No se pudieron

sentar en tres semanas.

Estoy cansado. Me pone nervioso toda esta gente a mi alrededor. Angelita parece que se haya

percatado, porque todos recogen sus abrigos, sonríen, parece que van a marchar. Pobrecica, tiene hambre. Parece

ser que el trozo de pan que dejó de la cena, y el poco pollo frito que todavía tuvo agallas de guardarse en el

termo, lo va a disfrutar ahora. Se ha hecho de noche muy aprisa. Y yo, hasta que me entre el sueño voy a mirar

las estrellas y esa luna que tantas veces espié entre las hierbas, de enano, allá en el pueblo. Mira, parece que me

estén esperando, locas de contentas a que vaya a reunirme con ellas, es como si la luna ahora mismo me

estuviera guiñando un ojo. Al menos, soñare, solo me queda eso, agarrarme a los sueños.

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¿ Que me ocurre? ¿Estoy soñando? No veo nada. Quiero abrir los ojos, todo esta oscuro. Quizás

borroso. Noto movimiento a mi alrededor. Me tocan. Ah, sí, todavía no llego la hora. Es la enfermera, sus

manos son inconfundibles. Una chica joven, guapa, pero sería, muy responsable. Quisiera verla, pero es

como si me fallara la vista. ¿Angelita? ¿Angelita, estas ahí?. No puedo saberlo, tan solo oigo a la

enfermera, saludándome como cada mañana. Quizás este dormida. Daría cualquier cosa por desayunar.

Sí, desayunar Angelita, esas tostadas que hacías en la económica, con el pan de tu pueblo. Te enfadabas

porque a las mañanas yo le restregaba bien de ajo, las bañaba en aceite de oliva, y desayunaba dos o tres

de ellas. Decías que nadie podría acercarse a mi, con el pestazo que echaba. “ Mejor, menos enemigos a

mi alrededor, si los espanto, eso que he ganado”, bromeaba consiguiendo arrancarte alguna sonrisa.

Después ese café ardiendo, como a ti te gustaba, que más de una vez apunto estuvo de costarme una

ampolla en la lengua. Una de esas manías tuyas a las que los años me acostumbraron. Como ese miedo

tuyo a lo que pensara la gente. No podemos dejarnos condicionar por eso, mujer. Y yo te lo repetía y te lo

repetía hasta la saciedad. Sí, ya se, siempre metido en jaleos, en follones, en reuniones, en mil historias.

Pero es que no me puedo aislar. Si no somos pueblo, comunidad, barrio, que demonios vamos a ser

familia ni tan siquiera personas. En todo esto halle yo la escuela de la vida. En compartir con los vecinos

todo cuanto viví por muchos años. Luego otros hallaron otros caminos, buscaron otras peleas, dejaron

cansados nuestras utopías, y yo no lo veo mal, cada cual ya sabe hasta donde puede y no puede, cuando

apartarse a un lado, y cuando descubrirse prescindible. Pero a mi, no se me puede aislar entre cuatro

paredes. Yo tenía que enredar, salir a pasear al parque Irubide, escribir unas cartas al director, porque las

aceras están de asco, ver pasar la Korrika por el barrio con una gran envidia de no agarrar el testigo y

desgañitarme a kilómetros. ¿Tú sabes que gusto observar a chavalicos de ocho años plantando retoños en

la morea, regándolos, y a los años verlos crecidicos, sin que nadie, ni ayuntamiento ni gobiernos, hayan

intervenido en ello?. Todo como por generación espontánea, como por curso natural. Iniciativa popular de

gente que sabe que sí el sol quema, hay que procurarse sombra, porque nadie la va a regalar. Ay, me

duele el costado. Buf, me mareo. No quiero más potingues de esos para el dolor, me dejan muy ido, como

mareado, no entiendo lo que me dicen ni que ocurre cuando empiezan sus efectos. Auuh, tendré que

pedirlos. No tengo fuerzas para aguantar estas punzadas. ¡ Coño, que extraño! Veo una maleta. Es

igualica a la que hicimos para bajar al barrio. Jesús, Angelita,¿ Que te ha pasado?. Estas guapísima. Ea,

¿Porque tiras de mi? ¿ Que quieres? ¿ A donde vamos?. No sé, mujer, no me gusta nada todo esto. Es

como si lleváramos horas caminando, y todavía no has dicho ni pío. Hombre, pero esto no puede ser.

Todos los compañeros de trabajo, de la obra, y allí al fondo los del barrio, y mis hijos, y hasta Sebastián,

José el panadero, y Federico, mi patrón. Me saludan, parece una despedida, uy, mi cabeza no anda bien.

¿ O sí?. Parece que es una despedida Ahora ya sé. Llego la hora. Me marchó para el otro barrio. ¡ Qué se

preparen pues, que va un Txantreano!

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