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Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

llegaron a sonar fuertemente a raíz de la rebelión cí-

vica. Las letras de algunas sirven para introducir re-

latos y poemas.

Si tiene cuenta Spotify, lo invito a escanear el código

QR para acceder a la lista de canciones escogidas y

oírlas mientras lee.

La lista se titula:

Nicaragua entre lucha y esperanza

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Dedicado a la persistencia de luchar,

y la esperanza de una Nicaragua libre.

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Néstor Cedeño

Entre lucha

y esperanza

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Entre lucha y esperanza

ISBN: 9798677713002

Autor: Néstor Cedeño

Poesía: Arlen Margarita Padilla

y Carlos Alemán Rivas

Editor: Mario Urtecho

Arte de portada: @LaHormigaNica

Arte de interior: @skinny.yosh ,

Kevin Rojas - @entre_lineas_kevin

y Kevin Alemán

Fotografía del padre Román: Carlos Herrera

Fotografía de Francys Valdivia y Wendy Juárez son

usadas con su permiso.

© Néstor Cedeño

® Todos los derechos reservados, 2020

Miami, FL – Estados Unidos

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♫ Hola que tal, soy la Nicaragua.

La valiente mujer pencona

que a sus hijos llora hoy. ♫

Jandir Rodríguez

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♫ Quiero ver, tu cielito azul sin más llorar.

No quiero que corra sangre dentro de tu ser. ♫

Ana Rodríguez

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7

¿En qué ruta venía la vieja?

Presentación ................................................................. 9

Prólogo ....................................................................... 13

Ave María, un canto para Olesia ......................... 19

Candelas para la oscuridad .................................. 35

Carta de una ex presa política .............................. 49

La otra pandemia ..................................................... 59

Cristo en llamas ........................................................ 73

Indiferente.................................................................. 85

El éxodo de Sayra .................................................... 93

Carta de una activista universitaria .................. 103

Palabras de Francys Valdivia Machado .......... 113

Tu música siempre estará en mi vida .............. 117

La estrella y la flor .................................................. 131

Carta de una tranquera exiliada ........................ 153

Sueño de lucha y esperanza ............................... 167

Epilogo ...................................................................... 179

Agradecimientos.................................................... 185

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♫ Nicaragua es poderosa

con la gente que te roza. ♫

Erick Nicoya

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Presentación

Cuando publiqué mi primer libro, Entre rebelión y dic-

tadura, creí que no podría construir una nueva obra

que continuara contando los altibajos de aquellos

que dieron todo por una Nicaragua libre.

Claramente estaba equivocado.

La experiencia adquirida desde mi primer relato, es-

crito a inicios de mayo del 2018, hasta la fecha de pu-

blicación en enero del 2020, me ayudó y motivó a se-

guir trazando nuevas historias.

En este nuevo capítulo, mejor dicho, continuación,

decidí enfocarme en algunos efectos que nacieron

desde abril.

Los temas abordados los percibí en la depresión y

desesperación de quienes se ven frustrados por las

circunstancias en que se encuentran y la admiración

por aquellos que, pese a no conocerlos personal-

mente, siento conexión especial, sentimientos que es-

toy seguro muchos comparten.

Además, quería rendir homenaje a la valentía de las

mujeres que se levantaron de una u otra manera.

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Muchos de los relatos y poemas tienen un contexto

femenino, más que en mi obra anterior.

Esta publicación te llevará al pasado de muchas per-

sonas, y quizá a un posible futuro. Cada relato narra

momentos sumamente dolorosos y episodios increí-

bles, que quizás solo suceden en Nicaragua.

Tener la oportunidad de seguir siendo una voz para

mi pueblo es lo mínimo que puedo hacer. Traté de

escribir sobre quienes son apreciados por muchos, y

también sobre los que han generado polémica; todos

han dado algo a esta lucha. Conocer e interactuar con

diversas personas a través de #SosNicaragua ha sido

un gran honor.

Contar relatos, algunos reales y otros basados en he-

chos reales, contribuye a preservar el recuerdo de

una lucha que inició con el grito ¿Cuál es la ruta?, y la

esperanza de ¡que se vaya ese hijueputa!

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Mis motivos

Un disparo en el cuello

me dejó sin respiración.

Los gritos de mis hermanos

me hicieron pronunciar.

La sangre sobre mi bandera

derramaron mis lágrimas.

Mientras los abusos a inocentes

sacó mi enojo y rencor.

La injusticia me dio la valentía

de escribir al no poder marchar.

Alzando mi voz con fortaleza

al contar historias de mi pueblo.

El que me hizo y moldeó

y el que me motivó a protestar.

Para aquellos que no pueden

respirar aire de libertad.

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♫ Aunque siempre nos sigan amenazando.

Aunque repriman seguiremos marchando.

Vamos con Dios, la iglesia va mediando.

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ♫

J. Nova

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Prólogo

El ser humano debe ser

el constructor de su pro-

pia historia, constructor

de su propio destino.

Los seres masas y veletas

deben, por dignidad

propia, dejar de existir. No tienen cabida en un

mundo de libre pensamiento.

Por consiguiente, se debe luchar con esperanza de

edificar un mundo mejor, una Nicaragua verdadera-

mente libre y soberana; teniendo como base hombres

y mujeres que la amen y le sirvan; sin servirse de ella,

sin saquearla, sin violarla, sin venderla ni sangrarla.

El mismo Dios nos hizo libres y respeta nuestra liber-

tad a toda costa. Nadie, absolutamente nadie, tiene el

derecho, bajo ningún pretexto, a usurparla. Por ello

es mi obligación como sacerdote, recordar siempre

que solo a Dios, como Creador y Señor, le debemos

nuestra creación y libertad y nadie puede arrebatár-

nosla, bajo ninguna argucia.

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En este momento los nicaragüenses estamos llama-

dos a poner las bases de una auténtica democracia,

justicia y libertad en nuestra patria. Estamos cansa-

dos de venir viviendo vida de esclavos, sin futuro, en

donde no hay esperanza.

Suenen, entonces, tambores monimboseños, que te-

nemos que seguir conquistando los derechos que

nos han sido usurpados por dictadores, traidores a la

patria y politiqueros baratos, que solo buscan sus

propios beneficios.

Hago un ferviente llamado a preservar en el camino

iniciado el 18 de abril del 2018 para construir nuestra

REPÚBLICA.

Nicaragua necesita de hijos que la amen porque está hecha

de vigor y de gloria; está hecha para la libertad.

Agradezco a Néstor la oportunidad de haberme to-

mado en cuenta y asimismo ser parte de su escrito

sobre la vivencia en San Miguel… que no termina

hasta no ver libre nuestra patria.

Bendiciones y un abrazo.

Padre Edwin Román Calderón

Iglesia San Miguel Arcángel, Masaya.

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Volviendo a abril

Iniciaron las quemas, más balas por allí.

Y así se encendió Indio Maíz.

Esa llama dio chispa a la furia.

Las reformas provocaron protesta

de viejitos que no tenían nada.

Y la respuesta de unos cuantos

a los que quisieron callar.

Los estudiantes en manifestación,

la guardia con intimidación,

protestas por donde quiera…

de ambos lados, de lejos y de cerca.

Y así fue como Nicaragua nunca sería igual.

Lluvia de piedras, truenos de morteros

neblina de fuego, lágrimas de gas.

Las balas volando y los cuerpos cayendo.

En el bastión se levantaron

mientras en Tipitapa, cayó Pavón.

Ya Nicaragua nunca sería igual.

Trataron de silenciar a los que informaban.

Los quisieron callar.

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Hicieron lo posible por llamar a la paz.

Los quisieron tildar.

Pero no pudieron, los minúsculos eran más.

Después murió Álvaro

y ya nadie podía respirar.

Franco tampoco podrá cantar.

Nicaragua nunca será igual.

Las latas luminosas cayeron como El Maíz.

Arrancaron las marchas y el pueblo salió.

El dictador se pronunció

y un diálogo aceptó.

En la costa murió un Ángel

dejando atrás su retoño.

Y al cortarle sus alas

Nicaragua nunca sería igual.

El dictador revocó y también concedió,

pero el daño ya estaba hecho.

Hubo torturas, varias calumnias

y la protesta continuó.

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Llegaron los campesinos, los curas también.

Y todos unidos marcharon sin cesar.

Porque en Nicaragua ya nada sería igual.

Con el son de tapar, pidieron vivir.

Con actos, tributos y falsos llamados.

Así la dictadura no pudo, ni podrá

La patria… ¡libre será!

Porque si bien el mes terminó

y otro arrancó…

En Nicaragua, cuando mayo empezó

abril volvió.

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♫ Un grito fuerte, desde abril.

Todos gritan ¡presente!

Un estallido sobre mí.

Un murmullo entre la gente (¡Justicia!) ♫

Monroy y Surmenage

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Ave María,

un canto para Olesia

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Recuerdo la primera vez que realmente le puse

mente a la música de ópera. Fue durante los inicios

de la rebelión, cuando las escuelas se suspendieron

porque era demasiado peligroso mandarnos a clases,

especialmente cuando aparecieron los tranques; los

buses no podían circular, y peor aún, cuando los del

gobierno mandaron a su gente a limpiar las calles. La

única música de ópera que realmente conocía era la

de Andrea Bocelli.

Mi mamá me mantenía ocupada en la casa. Me de-

cía:

—Mira hija… ¡el hecho que Nicaragua esté paralizada no

significa que vos vas a pasarla sin hacer nada!

Así que cada día, muy a las seis de la mañana, esa

señora me despertaba para ayudarla con los queha-

ceres de la casa.

Mi despertador no era un timbre. Mi mamá siempre

escuchaba las noticias por la radio para así estar al

tanto de lo que estaba pasando en el país. Y como no-

sotros no somos sapos, pero tampoco muy liberales

que digamos, la única emisora que mi mamá ponía

era La Corporación. Antes, ella decía:

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—Esa Corporación es la emisora de los liberales y los con-

tras; solo viven echándole tierra a Daniel.

Pero ahora:

—La Corporación es la única emisora que le echa tremenda

tierra a Daniel; ta ́bueno.

¡Quién la entiende!

Mi despertador era un anuncio muy peculiar de esa

emisora. Allí fue donde siempre escuchaba una voz

masculina que cantaba la canción Ave María, antes no

le prestaba mucha atención, pero eventualmente le

pregunté a mi mamá quién cantaba:

—Ni la menor idea, hija, pero está bien bonita la canción,

¿verdad? Me encanta la música de ópera. Lástima que no

es una mujer que la canta.

Debido a la curiosidad que me había entrado, tomé

mi celular y encontré una lista de canciones que, se-

gún el título, eran Las mejores canciones de ópera del

mundo. En esa lista aparecía la famosa Ave María.

Puse a sonar la lista y le subí el volumen a mi par-

lante. Mi mamá no se quejó, más bien me dijo:

—¡Wow… de algo sirvió ponerte ese despertador!

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Así que durante esos días sin tener que ir a clase,

aquel hombre desconocido me despertaba cada ma-

ñana con su voz suave cantando ♫Aaaaaaave Ma-

riiiiiiiiaaaaaaa♫, pero como no le entendía para nada

a la letra, más allá de esa parte, tuve que buscarla por

internet. Allí me di cuenta de que la letra era en latín

y que jamás iba a entenderlo si no lo traducía. Así que

la busqué en español para aprendérmela.

Todos los días me ponía a practicar la letra; a las seis

de la mañana, cuando La Corporación la sonaba, yo

todavía estaba con los ojos cerrados, tarareaba la can-

ción sin abrir mi boca y la letra se repetía en mi

mente. Cuando mi mamá me ponía a limpiar o lavar,

yo cantaba en voz baja, y un día mientras le ayudaba

a preparar la comida, me escuchó y me dijo que no

tuviera pena:

—Dale chavala… súbele a ese volumen tuyo que no te es-

cucho.

Y yo la complací…

♫Ave María.

Madre de amor y de bondad.

Alumbra mi alma, sé mi guía.

Madre mía, de mí ten piedad.

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Solo tú podrás mis pesares calmar.

Mis pesares calmar. ♫

Cuando tuvimos que volver a clases, habían pasado

casi tres meses. Logré aprenderme la canción en dos

semanas y cantarla al estilo ópera, según yo, al mes.

Mi mamá me grabó cantando con la escoba, que era

mi micrófono cuando estaba barriendo, sin que yo

me diera cuenta, y el vídeo lo subió a Facebook. A

pesar de la vergüenza de que todos me vieran en pi-

jama, el video fue visto por mis familiares y amista-

des y todos dieron su respectivo like. Mi mamá hasta

llamó a la Corporación para decirles que su hija can-

taba mil veces mejor que la grabación que ponían a

las seis de la mañana y que deberían poner a sonar a

una mujer.

En la escuela me empezaron a llamar La Pavarotti y

que Laureano Ortega debería tener cuidado que yo

le iba a quitar el puesto. Yo les decía que Ortega era

un cantante de ópera de quinta y que los únicos que

lo aplaudían eran sus amigos y los J.S.

En julio vi una noticia sobre el arresto de una mujer,

soprano en el coro de su iglesia en Niquinohomo, su

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nombre es Olesia Muñoz; cuando mi mamá llamó a

la emisora para pedir que pusieran mi voz yo pen-

saba que la que deberían sonar cada mañana era la

de la Olesia.

Con el tiempo aprendí más sobre ella; de su amor

por la música y su voz espectacular; supe cómo había

sido apresada y llevada a la cárcel y cómo la tortura-

ron, igual como torturaron a muchos que participa-

ron o apoyaron la rebelión. Traté de buscar vídeos de

ella cantando, pero no encontré uno solo.

Mientras la Olesia pasaba sus días en prisión, yo se-

guía cualquier noticia sobre ella. Cuando supe que

fue una de las presas que salió muy golpeada, me

llené de mucha tristeza. También me di cuenta

cuando fue declarada culpable de todos esos cargos

falsos. Dicen que ella se rehusó a ir a escuchar el ve-

redicto y que cuando llegó alguien a leer su senten-

cia, en vez de firmar su nombre, escribió:

¡Que se rinda tu madre!

Durante todos esos meses yo seguía escuchando

ópera. Desde Verdi hasta María Callas, me enamoré

de cada canción y cada verso. Lloraba cada vez que

escuchaba la Casta Divina y su letra de amor:

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♫ ¡Oh, hermoso! Vuelve e a mí

a tu fiel primer amor.

Y contra todo el mundo

yo seré tu escudo. ♫

Se me salían las lágrimas cada vez que llegaba a esa

parte, ya que mi novio de antes de abril es de familia

sandinista. Cuando la situación se puso fea y las cla-

ses se suspendieron, no nos pudimos ver. Pero en las

redes su familia estaba muy presente, hablando mal

de los puchos y los golpistas, palabras que la Chayo (la

mujer del dictador y dizque vicepresidenta) usaba a

cada rato en la televisión. Eventualmente él también

llegaría a publicar cosas bien feas sobre los Azul y

Blanco y antes de volver a clases terminé la relación;

siempre pienso que volverá a mí como dice la can-

ción, pero…

Un día salió Laureano cantando en la televisión. Mi

mamá y yo poníamos cara de repudio.

Mi mamá opinó:

—Ése no canta ni papa… vos lo hacés mejor hija.

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Yo solo me reí un poco y después respondí que la

que dejaría nuevo a ese Ortega era la Olesia, y que a

pesar de que nunca la había escuchado cantar estaba

segura que lo hacía mejor que él.

Yo me imagino que algún día, cuando se vaya esta

dictadura, la Olesia cantará en el Teatro Rubén Darío

y al terminar su presentación toda la audiencia se

pondrá de pie y le darán su merecida ovación, y yo

estaré allí, contenta y orgullosa de ser testigo.

Un día de junio, mi mamá me despertó gritando:

—¡Hija, hija… soltaron a más presos! ¡Allí vi a la Olesia!

Al oír esas palabras me levanté rápidamente y corrí

hacia la televisión. La Olesia estaba en un microbús, al

lado de Irlanda Jerez, la emoción que sentí me hizo

saltar de alegría. Vimos la trayectoria del microbús

que llevaba a los presos por las calles de Managua

hacia la catedral. Afuera de mi casa y por toda Nica-

ragua se oían gritos de felicidad.

Cuando todos se bajaron del vehículo, la Olesia se

paró frente a los periodistas y cantó. Finalmente

pude escuchar su voz. Durante esos minutos mi

atención absoluta era para el canto angelical de una

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mujer que no conocía, pero sentir la magia de su voz

me dejó hipnotizada. Y por casualidad de la vida, mi

héroe, Olesia Muñoz, cantó aquella canción que me

despertaba cada mañana y que ahora es parte de mi

ser…

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♫ El grito es con esperanza,

lo que nunca hemos perdido.

Avanzamos con obreros,

indígenas y con campesinos.

Forjadores de los sueños.

Sembradores de sus sueños. ♫

Moisés Gadea

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La mujer del sacuanjoche

Irlanda desde lejos

desea regresar

a seguir con su lucha

desde Nicaragua, su hogar.

Su misión firme

es también su deber.

Con sacuanjoche en lo alto

Irlanda va por doquier.

Vestida de azul

como el día que salió.

Con colores de la patria,

pero también de la prisión.

El constante recuerdo

de un sacrificio dado.

Irlanda siempre levanta puño

por su país tan amado.

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Con su voz exclama

lo que muchos deben saber.

Irlanda piensa y lo proclama,

porque querer es poder.

Mujer indomable

dirán por ser Jerez,

pero Irlanda es inquebrantable

no se rinde ante un revés.

La niña de Siuna

creció y se hizo mujer

que lucha por su patria

dando todo por su bien.

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Insurrección

Sufrías, sufrías y sufrías,

pero el silencio terminaría.

Pasó el tiempo

y la herida profunda se haría.

Generaciones pasaron

y no sanarías.

Un batallón de valientes,

jóvenes estudiantes

se resistirían

a la maldad y crueldad

de la tiranía.

¡Nicaragua mía,

tu pueblo se levantó!

No había armas

ni granadas.

Solo libros, huleras

y mochilas sobre las espaldas.

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Salieron los morteros,

pero también los sombreros

danzando, bailando,

y recitando.

Muchos cantaron

y hacían consignas.

También, la marimba sonó

al son de Monimbó.

Todo un pueblo en insurrección.

Nos vestimos de azul

y blanco.

Pintamos al Macho Ratón

y guardabarrancos.

Las mujeres penconas

llevaban sacuanjoches.

Y en las esquinas de las barricadas,

daban café por las noches.

Siempre no faltaba la que daba las aguas.

También fueron pico rojos

en todo el mundo.

Nunca dejarán de protestar por sus hijos

con solo un grito:

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—¡Prohibido olvidar!

Nicaragüita, esta es tu dicha

de tener mujeres con valentía.

De norte a sur,

de este a oeste.

Somos los nicas

clamando justicia.

¡Oh, Nicaragua libre serás!

En un futuro no muy lejano

te encontrarás

con aires de libertad.

Arlen Margarita Padilla

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♫ Marchemos hermanos con paso de titan.

Marchemos unidos a la libertad.

Marchemos sin miedo, sin ver hacia atrás. ♫

Mortero

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Candelas para la oscuridad

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El olor a cera quemada y el calor que desprende,

sirve de consuelo a muchos feligreses congregados

en la iglesia San Miguel Arcángel. Estos fieles a Dios

y Cristo, escuchan atentos al padre Edwin Román,

mientras ofrece su sermón dominical. Las personas

sentadas en bancas de madera se acomodan de la

mejor manera posible para escuchar las palabras del

cura, que a su vez hace un esfuerzo por hablar alto y

que su voz se pueda oír hasta el fondo.

—Hermanos, sean firmes y valientes, no teman ni se ate-

rroricen ante ellos, porque el Señor tu Dios es el que va con-

tigo; no te dejará ni te desamparará –decía el padre Ro-

mán, tomando palabras del Deuteronomio, para

trasmitir su mensaje ante los retos que la parroquia y

el pueblo nicaragüense están enfrentando.

Desde que el suministro de energía eléctrica le fue

cortado a la iglesia el 14 de noviembre, las misas y

reuniones de grupos para organizar actividades y

eventos han sido severamente afectadas. El padre

Román ha visto cómo por las noches las personas no

se acercan mucho al templo por motivos de seguri-

dad. Ha sido difícil ofrecer misas en la noche, aunque

sean iluminadas con filas de candelas, ubicadas en

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toda la iglesia, imagen que ha circulado en todas las

redes.

La escena de feligreses atendiendo servicios religio-

sos casi en la oscuridad, mientras afuera la ciudad

está iluminada, es casi surrealista. Muchos llegan con

sus propias luminarias y los monaguillos se prepa-

ran con ayuda de lámparas.

—Amigos, yo sé que ha sido dura esta situación. Muchos

me han preguntado durante este tiempo por qué no he

vuelto a demandar que reconectan la electricidad… la ver-

dad, hermanos, es que ellos saben lo que hacen; saben que

nosotros no les debemos nada, pero aun así nos dejan sin

luz. Como le dije a un periodista: si yo fuera un cura afín a

esta dictadura, esta parroquia la mantendrían súper ilumi-

nada. ¿Pero a qué costo?, ¿la de mi conciencia vendida? El

día vendrá cuando esta parroquia tenga electricidad… por

ahora, la luz de nuestra fe iluminará nuestro templo y ca-

mino.

Al culminar el servicio, una muchacha, ubicada al fi-

nal de las bancas, era la última sentada. Las puertas

se estaban cerrando y el padre Román, después de

despedirse de varias señoras afuera, entró.

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El cura vio a la joven sentada adentro y decidió acer-

carse. La muchacha lucía triste, con su mirada fija en

el altar y la cruz que colgaba en la pared.

—¿Todo bien, hija? –preguntó– observando que la

muchacha se notaba nerviosa.

La joven hizo señas con la cabeza de que estaba bien.

—Sólo pensando padre… pensando en cosas.

El padre Román no estaba convencido con su res-

puesta y le preguntó si tenía algo que deseaba plati-

car. Después de una pausa, ella volvió a mover la ca-

beza: —Sí.

—Padre Edwin… no sé cómo empezar. Mi mente me está

traicionando y siento que he perdido fe y esperanza para se-

guir. Estoy en una encrucijada emocional y siento que en

cualquier momento terminaré escogiendo el camino equi-

vocado.

El padre Román, que la oía atentamente, se sorpren-

dió. Notó que las lágrimas empezaban a correr sobre

su cara y cómo temblaban sus manos. Escuchó sus

palabras con mucha tristeza y tono de voz casi que-

brantado. El sacerdote levantó una mano, la puso so-

bre su hombro y le dijo:

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—Veo que quieres decirme más de lo que me has dicho

hasta ahora. Adelante hija… esta es tu oportunidad; es tu

momento de hablar con Dios. Dime todo lo que te tiene así.

La joven levantó cabeza y respiró profundo. Sus ma-

nos estaban sudadas y moviéndose entre piernas y

banca… nerviosa. En su mente pensó que era hora

de hablar con alguien y finalmente se animó… por

eso había ido a la iglesia, a pesar de que no se consi-

deraba muy apegada a la religión, pero sentía moti-

vación por ver al padre Román.

—Padre, no sé cómo describir lo que me sucede con otras

palabras que no sean estas.

Por casi treinta segundos y varios intentos de sacar

palabras, la joven empezó su confesión diciendo:

—A veces, por la noche, siento que todo es diferente y un

frío penetra hasta mi corazón y viaja por cada una de mis

arterias. Siento que ese frío pasa a través de mi cuerpo.

El cura escucha y le pide que continúe.

—La oscuridad que veo es tan densa, padre, y me envuelve

en un mar de imágenes de otro tiempo. Siento que en cada

imagen veo reflejado mi dolor a través de otros ojos. En mi

casa hay un reloj… de esos que uno escucha el tic-tac…

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siento que ese sonido retumba por todos lados y no me deja

tranquila. Padre, siento que estoy flotando sobre todas estas

emociones y sentimientos. No me deja dormir y si logro

conciliar el sueño, siento que mi piel se desgarra y cada

hueso de mi cuerpo se rompe. Padre, así pienso que es la

muerte.

Cuando el padre Román escuchó sus últimas pala-

bras, se acomodó en la banca, de manera que sus ojos

vieran de frente a la muchacha que, de tanta emo-

ción, sacaba más lágrimas. La joven aún tenía cosas

que decir y antes que el cura se pronunciara, levantó

la mano en señal de espera y le dijo que aún no ha

terminado.

—Siento que el tiempo que pasa es cada vez más eterno.

Sigo sintiéndome en aquel abril tan doloroso y a la vez tan

latente, donde mis amigos van y vienen, mientras otros pa-

san a un segundo plano.

—¿Al más allá? –preguntó el cura.

—Si padre… es tan difícil… Ahora, sus lágrimas eran

abundantes. La muchacha no puede contener su

frustración y en su cara se ve la depresión masiva

que siente.

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Esta muchacha, al igual que muchos como ella, sen-

tía rabia, porque después de casi dos años de lucha

cívica, su esfuerzo y el de muchos jóvenes estudian-

tes que sacrificaron su futuro y hasta sus vidas para

salir de un gobierno que reprime y roba a su pueblo,

ha sido en vano.

—Hija, entiendo muy bien lo que estás sintiendo. Esta lu-

cha ha sido difícil y ha drenado a muchos. La muerte de

amigos y seres queridos no es fácil de aceptar, especialmente

cuando nuestra situación no ve mejoría. Mira esta igle-

sia… tenemos más de dos meses sin electricidad, pero sé

que Dios está con nosotros y que este es solamente un obs-

táculo más en el camino hacia la libertad y la justicia. Dios

te quiere viva… viva para que puedas seguir aportando a

nuestro bello país. Los jóvenes como tú son el futuro que

necesitamos. Ten fe hija… Dios está con nosotros.

—Sí, padre, pero…

—¿Qué, hija? Yo entiendo que tu alma está rota y hasta

agotada. He visto cómo el odio de pocos ha causado dolor en

muchos. Pero la muerte… o pensar en ella, no es la solu-

ción. Dios tiene un plan para ti, y morir joven no es parte

de su plan, te lo aseguro.

Page 43: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

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Mientras la conversación entre el padre Román y la

joven continuaba, afuera en la ciudad de Masaya,

alumbrada con fluido eléctrico, los ciudadanos se-

guían con sus vidas. Muchos de ellos sintiendo un

dolor similar al de la joven, otros, tratando de asimi-

lar cierta normalidad. La oscuridad dentro de la igle-

sia era más evidente. Tanto el salón como la joven re-

querían de algo que los iluminara y llenara de espe-

ranza. El padre tomó una de las candelas que estaban

en el suelo. La cera blanca llenaba el vaso y el calor

del fuego se acercaba a los dos.

—Cuando la oscuridad domina nuestras vidas, la luz nos

trae esperanza. Cuando la llama de la esperanza quiere apa-

garse tenemos que procurar cuidarla, dándole motivo para

seguir y no solo alumbrar, sino también llenar de calor

nuestras vidas. ¿Ves todas estas candelas?

La joven, ahora un poco más calmada respondió:

—Si padre… se ven bellas y alumbran la iglesia entera.

—Así es hija… ellos han tratado de llenar este lugar de

Dios con oscuridad. Han tratado de apagar nuestra luz,

nuestra fe. Pero no han podido, porque no necesitamos de

electricidad para alumbrar nuestros corazones…

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—¿Estas candelas representan fe y esperanza, padre?

En vez de responder, el padre preguntó su nombre.

—Me llamo Vale –contestó la joven.

—¿Y cuántos años tienes, hija?

—Veintidós, padre… y le seré honesta, en mis pocos años

de vida, el tiempo cuando me sentí realmente viva fue

mientras me reía en la barricada donde me atrincheré. Fue

allí donde me reía con personas que no he podido volver a

ver ni abrazar. Me siento perdida…

—Bueno, Vale, entonces llévate esta candela para que llene

de luz tu camino y mitigue la oscuridad que sientes. Con

solo el hecho de venir aquí y platicar conmigo, Dios te ha

iluminado un poco la ruta que debes seguir. No debes apa-

gar esa luz, hija; Nicaragua te necesita.

La joven tomó la candela y el padre le dio la bendi-

ción, haciendo la señal de la cruz sobre ella y la vela.

—Fe y esperanza –dijo la joven mientras miraba la

llama bendecida.

—Fe y esperanza hija… fe y esperanza.

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Al salir de la iglesia, la joven secó sus lágrimas y es-

bozó una sonrisa. Cuando entró a la parroquia de

San Miguel estaba decidida a dejar que la oscuridad

apagara su ser. Pero al platicar con el cura y salir del

templo, sostenía una candela que la iluminaría y

ayudaría a no perder su rumbo.

El padre Román, de pie en la puerta de su parroquia,

vio la joven caminar hacia lo desconocido…

—Vaya con Dios hija –dijo en voz alta y cerró.

Page 46: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

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Ms. Coppens goes to Washington

Volando por lo alto

la señorita llegó a la capital.

A ser reconocida

por su lucha digna.

A representar a un país en rebelión.

En casa la señorita es sinónimo

de valentía.

Con puño en alto y voz firme,

ella es una luchadora.

La señorita llegó a la tierra del águila,

al “imperio”, como dicen algunos.

Llegó a ser homenajeada

por su firmeza y dignidad.

Por representar a su patria

y aquellos que han sido callados.

Llegó con su constante sonrisa

y la cabeza en alto.

Llegó para decir “gracias”.

La señorita llegó a la capital.

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♫ Desde esas veces que empecé a saber de ti,

mi vida ya no era color gris.

Como el azul y blanco eres para mí. ♫

Harvin Lesage

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Hago una pausa para introducir la primera de tres

cartas. Cada una está dedicada a nuestra Querida Pa-

tria y fueron escritas por tres mujeres, cada una muy

distinta y especial.

Tres mujeres que han luchado, sacrificado y perdido

cosas que quizás no volverán.

Estas mujeres escriben a la Patria como si fuera una

mujer presente en sus vidas, que ha sufrido y lu-

chado tanto como ellas.

Cada mujer, sin importar si estás de acuerdo con ella

o no, tiene una voz que merece ser escuchada.

Page 49: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

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Arte: @Skinny.Yosh

♫ Las mujeres de mi tierra tienen tanto que decir.

Tienen la mirada firme

y un mundo por construir. ♫

Ceshia Ubau

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Carta de una

ex presa política

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Querida Patria,

quién diría que lo que me pasaría y lo que hoy hago

es por quererte tanto. Fue un sábado cuando llevé a

mis hijos a la finca de su padre, ya que ese día asistiría

a una marcha en Chinandega. Mis hijos estaban en la

piscina, mientras yo descansaba en una hamaca en

espera de la hora para irme. A eso de las once y me-

dia llegó la Policía departamental.

Joaquín –el padre de mis hijos– se me acercó y me

pidió mi celular; me dijo que mantuviera la calma.

Ese día amanecí con un mal presentimiento y no

quería estar en mi casa. Cuando supe que la Policía

estaba allí, por un momento, honestamente, pensé en

escapar. Pero rápido imaginé lo que pasaría después.

Mis hijos hubieran visto a los agentes y quizás el mo-

mento cuando terminara capturada. Yo no quería

que ellos vieran eso.

Siempre supe que ese día llegaría. Le pedía a Dios

que, si eso sucedía, no lo presenciaran mis hijos.

Llegué donde la Policía estaba esperándome – con la

frente en alto. Los agentes me enchacharon con mis

manos hacia atrás y me subieron a la patrulla. Solo

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estuve veinte minutos en la estación y luego me tras-

ladaron a las mazmorras de El Chipote, en Mana-

gua… allí estuve encerrada cuarenta y ocho días.

Dos días antes, durante una marcha, unos paramili-

tares nos encañonaron. Le dije a mi amiga Marjorie

que prefería que me pegaran un balazo que ir a la

cárcel. Esas palabras volvieron a mi mente mientras

me llevaban en la patrulla. Tenía un miedo terrible y

trataba de prepararme psicológicamente porque los

rumores sobre las torturas en El Chipote eran aterra-

dores. No podía creer que, por participar en marchas

en contra del régimen, yo cayera presa. Pensé mucho

en mis padres y en el sufrimiento de ellos al saber la

noticia. Sentí que esa pesadumbre sería peor que la

de mis hijos. Al mismo tiempo sentí algo de seguri-

dad, pues era completamente inocente, no tenía por

qué tener miedo, pero lo tenía. Miedo de ser abusada

sexualmente; un miedo que, para mí, era lo peor.

Eran tantos sentimientos encontrados en tan poco

tiempo.

Durante mi tiempo en El Chipote pasaron muchas

cosas. Cuando me sacaron por cuarta vez a una en-

trevista, querían obligarme a grabar un vídeo que in-

culpaba de delitos graves a numerosas personas que

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ni siquiera conocía. Al negarme me enseñaron varias

fotos y vídeos que tenían de mis hijos. Me comenza-

ron a amenazar con matarlos si no grababa mi su-

puesta confesión. Pusieron una laptop sobre una

mesa y apuntaban una pistola sobre sus cabezas. En-

tre risas me decían: —Mirá hacia la laptop. Luego me

pusieron una bolsa negra en mi cabeza y empezaron

a golpearme… cabeza, cuerpo y dedos de mis pies,

con la culata de un arma, que imagino era un AK-47,

ya que había de nueve a once guardias con esa arma,

gritando: —¡Perra hijueputa te vas a morir… aquí valés

verga!, entre muchas cosas más.

Sentir esos golpes fue uno de los momentos más di-

fíciles de mi vida. Son hombres cobardes. Luego de

varios minutos de golpes e insultos me quitaron la

bolsa e intentaron obligarme a grabar el vídeo… me

negué. Estaba claro de lo que podían hacerme, pero

esta vez, una mujer se me presentó. Se hacía llamar

detective Rosa y dijo: —Póngale la dosis.

Me inyectaron en el brazo derecho una droga que me

durmió. Me llevaron a la celda y allí pasé el resto de

la noche. Cuando desperté, el dolor en todo mi

cuerpo, cabeza y pies llenos de sangre era horrible;

me sentía rara.

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Hubo momentos que pensé que me iban a asesinar,

pero tenía la certeza que eso no les sería fácil, ya que

estaba segura de que había denuncias en las redes y

medios de comunicación.

Cada nuevo día, miraba al techo al despertar y sentía

impotencia y desesperación. No podía creer que es-

taba en una celda donde ni siquiera podía ver la luz

del día ni saber la hora. Trataba de calmarme, ya que

sabía que no estaba en mis manos salir de allí. Pensar

en volver a mi casa y ver a mi familia me daba segu-

ridad; poder decirles a mis hijos:

—Aquí estoy… no tengo nada de qué avergonzarme y us-

tedes tampoco.

Eso, y mi inocencia, me daban la motivación necesa-

ria.

Cuando mi hijo mayor cumplió años yo tenía cua-

renta y un días de estar en El Chipote. Creí que al me-

nos podía llamarlo y decirle que estaba bien y que

cuidara a su hermanito. Pedí que me permitieran

una llamada y me dijeron:

—No… no tienes derecho a nada.

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Me tomaron por sorpresa ese famoso 20 de mayo.

Me dijeron que tenía una entrevista con la Cruz Roja

y les creí. Me llevaron a la prisión La Modelo y nos

metieron en una sala; había como cien hombres allí.

Entonces pensé: —Nos van a dejar libres.

Querían llevarme en un vehículo sola; no quería

subirme.

Les dije: —Llévenme de regreso a mi celda.

Intentaron convencerme, pero fue imposible. Al final

me entregaron a mi familia que, al ser llamados por

la Cruz Roja, tuvieron que llegar a Tipitapa a reco-

germe. Salí caminando de La Modelo al lado de Joa-

quín y mi hermano Álvaro.

Aún llevaba puesto mi uniforme azul. Cuando inten-

taron quitármelo les dije: —Es mío y así voy a salir.

Al salir pensaba en mis hijos, pero también en el en-

tendimiento de que mi vida había cambiado y ya

nada sería igual. Solo quería llegar a casa y que nadie

me mirara.

En el fondo deseaba abrazar a mis hijos y encerrarme

sin tener que socializar con ninguna persona. Pero al

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salir de la prisión fui al hospital; estaba muy adolo-

rida de las golpizas que me dieron el 13 y 17 de mayo.

Mi gente me encontró antes de ir al hospital. Reco-

nozco que fui muy fría con ellos, mientras lloraban y

me abrazaban. Ni una lágrima derramé cuando me

vio mi amiga Marjorie; fui tan distante con ella, como

si nada. Llegué a sentirme muy mal por portarme así

con los que me habían esperado con tantos detalles.

Como mujer y ciudadana tuya, mi linda Patria,

siento la obligación, responsabilidad y ganas de lu-

char por nuestras libertades plenas. Perdí el miedo

por completo, ya que mis hijos y todo lo que he su-

frido me ha dado las fuerzas que necesito para estar

en esta lucha más firme que nunca. Pero, como ma-

dre, ha sido muy difícil separarme de mis hijos.

Nunca había estado sin ellos y siento la necesidad de

cuidarlos, darles amor y cariño, regañarlos de vez en

cuando, lavarles su ropa, cocinarles y ayudarles con

las tareas del colegio. Es difícil, amada Patria, y no es

justo todo lo que sucede y lo que ha sucedido.

La crueldad y las injusticias por pensar diferente y la

ambición de una pareja o de unos cuantos, es inhu-

mano.

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Pero… te amo, Nicaragua.

Te amo y me duele tanto tu sufrimiento. Estoy dis-

puesta a todo por verte libre. No ha sido nada fácil

tanta angustia que sentí por querer tu libertad, pero

todo ese dolor solo me ha fortalecido y llenado de es-

peranza de que pronto sanarán tus heridas. Sé que

pronto seremos libres Patria mía… como tanto lo so-

ñamos y necesitamos.

Tuya siempre.

Kenia

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A ti, Madre

Miles y miles más,

de la mano y enlazados

caminando en unísono.

Con fe y alegría madres…

y sus hijos.

Hijas y sus hijos;

esos hijos cayendo.

Madres de luto y sin razón

de celebrar.

Madres de luto y sin motivos

de felicitar.

Hijos que ya no están…

Madres tristes porque no vendrán

más.

Miles y miles más

con dolor para la madre…

Patria.

Deseando libertad y exigiendo

justicia.

Derramando lágrimas por esas

madres.

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Que vieron derramar sangre de

hijos.

A ti, Madre…

No te felicito, sino te admiro.

Tu fortaleza y dedicación;

tu incansable determinación

para ver a tus hijos volver a casa.

Donde su memoria será

y su lucha seguirá.

Sin olvidar…

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La otra pandemia

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La fila en un supermercado Palí de la ciudad se ex-

tendía casi hasta la calle. El guardia de seguridad, un

señor de edad media, y una joven empleada del sú-

per, estaban en la única puerta abierta, dejando pasar

a las personas poco a poco, para que el local no se lle-

nara demasiado y así evitar problemas, especial-

mente si empieza una disputa por algún producto

que ya está en escasez.

La muchedumbre, congregada en la puerta, hacía

casi imposible que una pareja de ancianos pudiera

salir sin ser empujados.

—Señores… den la pasada por favor; ¡tengan un poco de

cortesía! -dijo la joven.

—Pero es que este muchacho se coló y quiere hacerse el vivo

–dijo una señora.

—¡Vos sos loca, vieja gorda! –dijo el muchacho. Tengo

rato de estar aquí esperando. Te estás haciendo la “vistima”

para que la chavala te dé entrada. Aquí todos saben que yo

estaba antes que vos, ¿verdad?

El muchacho ve las caras de las demás personas,

pero ninguna le da la razón.

Page 62: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

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—Ideay, esa maje está entrando al suave amor… fíjate bien

– dice otro a la joven que, de tanto estrés, estaba llena

de sudor.

La joven grita: —Miren… si no hacen bien la fila voy a

cerrar la puerta y nadie entra, ¿entendido?

Esas palabras fueron suficientes para levantar una

ola de gritos, alaridos y unas cuantas palabras del

buen léxico nicaragüense.

Hacía un par de horas que, Rosario Murillo, vicepre-

sidenta y vocera venenosa del gobierno, había anun-

ciado el segundo caso oficial de Coronavirus en el

país. Al oírla, muchos se rieron de lo absurdo del co-

municado. Después de convocar a marchas, bailes,

canciones y caravanas promoviendo el Amor en tiem-

pos de Covid-19, la pandemia entró al país y la pobla-

ción se burlaba de los Zekeda. La gente no creía ese

cuento. Muchos estaban seguros de que se ocultaba

la cruda realidad.

—Oe… ¿qué hijuepúchica vas a hacer con ese carro lleno

de aceite para cocinar?

—Si hombre… clase loquera la tuya; dejá para los pobres.

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—¿Y vos qué hablas? –responde el dueño del montón

de aceite —¿pensás morir con el culo limpio con todo ese

papel higiénico?

La gente se puso a reír.

En otro rincón de la ciudad

—Cuarenta, papá… ya te la llevás y no te enfermás.

¿Cuántas te doy? -grita un vendedor ambulante.

Un periodista independiente se acerca al vendedor

de mascarillas y pregunta sobre su negocio y la razón

por tan elevado precio.

—Vos sabés, hermano, hay que aprovechar la demanda.

—Pero están muy caras –dice un señor. Si normalmente

cuestan quince.

—¿Quince? Sería en otros tiempos, abuelo. Las vas a que-

rer, ¿sí o no?

—Bueno, dámelas, ¡y me das el vuelto correcto!

El señor toma su cubre boca y se va hablando:

—Cara esta verga. A ver si a los del Carmen los va a reven-

tar como a nosotros.

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En una casa capitalina

Una agente policial recién graduada de la Academia

se acerca a una casa. A un lado de la puerta hay un

rótulo viejo y sarroso que dice: “Para el alivio del do-

lor, compre Paracetamol”. La joven toca y abre un jo-

ven, médico.

*Nota de autor: la mala ortografía en esta sección es

a propósito.

—Ola, vuenas. – dice la policía.

—Buenas. – responde el médico.

—No ce asuste, no ando aciendo nada malo.

—Ah, ok.

—¿Sabe lavarse las mano?

El joven médico decide seguirle la corriente a la poli-

cía para así ver si puede sacarle algo de información.

—Ah sí… es un señor, pero no ce contagió aki. Parece que

tiene “VH” y “Epertencion”.

“VIH e Hipertensión”, pensó el médico, pero decidió

mejor dejar las cosas así.

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Horas después, cuando el joven, bajo el seudónimo

Dr. Paracetamol contó lo sucedido por las redes, con-

fesó que dejó entrar a la policía por lástima. Sabe que

ella simplemente es un instrumento más.

Durante una conversación por texto

—¡Dios mío!

—Si…

—Y todas esas personas que están allí con vos… también

son sospechosas de virus?

—Si.

Dos médicos, vestidos de verde de pies a cabeza, ha-

cen preguntas a una mujer en cama. Ella lleva puesto

una máscara de las que venden en las ferreterías.

Otra está en la cama siguiente… tosiendo. La per-

sona que está chateando con su amiga también está

en el mismo salón, esperando que le digan si está

contagiada o no.

Quienes trabajan en hospitales confiesan que los que

dirigen esos centros no les permiten usar mascarillas

“para no alarmar a la gente”. Tampoco los dejan usar

Page 66: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

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alcohol gel o que la gente los mire lavándose las ma-

nos a cada rato. Además, los comentarios están

prohibidos.

Al contrario de lo que dice el gobierno, los hospitales

públicos están llenos de casos sospechosos, pero solo

han reportado dos hasta el momento. Se dice que

puede haber muchos más, pero ahí, los casos y muer-

tes los diagnostican neumonía atípica. Los expedien-

tes los esconden para que nadie sepa la verdadera ra-

zón de la visita de cada paciente. Y aunque se dice

que cualquiera que llegue con síntomas sospechosos

es aislado de los demás, la verdad es que están re-

vueltos -según dicen los que hablan desde el anoni-

mato.

—¡Vieja mentirosa de mierda!

—¿Qué pasó?

—El viejo del segundo caso… se dijo que tenía rato de

sentirse mal y que, en vez de ir al Hospital Alemán, como

le dijo su doctor, se fue al Vivian Pellas.

—Pero la bruja dijo…

—¡Tapudencias!

—No me extraña.

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En una carretera cualquiera

La Policía detuvo a un grupo de opositores que via-

jaban en vehículo. Los bajaron y empezaron a requi-

sar cada rincón; de arriba hacia debajo del automóvil.

Alguien los estaba filmando y a la vez brindando co-

mentarios a su reportaje. El vídeo fue publicado en

las redes.

—Bueno… ay tienen a la Policía haciendo el trabajo sucio

a este gobierno corrupto. Mírenlos… en vez de atrapar a

los verdaderos criminales o ayudar con esta peste que anda

rondando…

Otro hombre interrumpe:

—Pero si ellos mismos son los criminales. ¿Y qué peste

más grande que ellos? Mira cuántos han muerto a manos

de esos poli-sapos. ¡Qué Corona ni qué nada! Lo que hay

en Nicaragua se llama dictadura.

—Bueno… eso también -dice el que está filmando.

La Policía también ha amonestado y hasta confis-

cado mascarillas a personas que las llevan puestas en

supermercados, bancos y hasta en la calle. Le están

diciendo a la población que no hay de qué preocu-

parse y que no deben de incitar al pánico.

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En una casa sandinista

El comunicado de la compañera Rosario, de que las

escuelas públicas se deben de mantener abiertas y

que actividades de Semana Santa y el Plan Verano

no se han cancelado, ha dividido hasta a las familias

sandinistas.

—Pero, ¿cómo se te ocurre mandar a los chavalos al cole-

gio?

—Si no los mandamos nos van a joder. Van a venir hasta

aquí a averiguar por qué no fueron. Las escuelas recibieron

su comunicado, y está claro que pretenden controlar la si-

tuación lo más que puedan.

—Y qué, ¿te importa más que cuestionen tu pinche lealtad

que la salud de tus hijos?

—No exagerés, por favor. Esta chochada del Corona es una

pendejada que la derecha está usando para desestabilizar

más al país. ¿Viste qué llegaron médicos cubanos? Tran-

quilízate, que esta loquera fabricada por los gringos no es

para tanto. Nuestra economía no puede seguir sufriendo a

causa de estos golpistas.

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—Como que no… si los mandaron a marchar, a hacer un

supuesto simulacro. Los están exponiendo innecesaria-

mente.

—Ya vas de dramática. Espero que no te portés así cuando

vayamos a la playa.

—¿Qué?, ¿ya viste las calles? Si parece paro nacional allá

afuera. La gente tiene miedo. Déjate de estar de pendejo,

oyendo a la vieja ésa. A ver si ella anda en caponera por las

calles o sus nietos andan marchando. ¿Dónde está Daniel?

¿Por qué no sale? ¿Por qué no habla?

—Para eso está la compañera…

—¡No… para eso está el presidente, no ella! ¿Acaso tiene

miedo? Tal vez está pegado… ja, ja, ja, ¿te imaginas?

—¿Me imagino qué?

—Que a Daniel le dé el Coronavirus y se muera. Dicen que

el estilista estuvo en la boda de la Camila. Seguro el maje

estuvo besuqueando a toda la familia. Ya me imagino a la

gente celebrando si se palma.

—Pero ¿qué te pasa?, ¿querés meternos en problemas con

esos comentarios?

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—No, pero ya estoy cansada. Este país va de mal en peor y

al ver cómo actúa el gobierno ante esta situación me ha de-

jado… Solo te digo, los muchachos se quedan en la casa. Y

olvídate de la playa. ¡En esta casa nadie se va a enfermar!

Le duela a quien le duela…

Y en El Carmen

—Y, para terminar, compañeras y compañeros, tenga-

mos mucha fe de que Nicaragua seguirá en victorias.

Nuestra tarea esencial es promover más y más Valentía y

Compromiso de Presente y Futuro, en Patria, Paz y Por-

venir a través de la educación, todas las formas de trabajo

en nuestra Economía Familiar y Creativa, en el campo y la

ciudad. No dejen de mandar a sus hijos a la escuela para

recibir esa Educación Espectacular y salgamos sin miedo a

celebrar en familia este verano maravilloso. Nicaragua

está siempre bendecida – tiempos de Dios, tiempos mejo-

res…

Rosario cuelga el teléfono mientras Daniel la ve con

la misma cara estoica de siempre.

—Eh… ¿Todo tranquilo? ¿Crees qué se tragaron el

cuento?

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—Todo normal. Aquí no pasa nada, estamos hechos de vi-

gor y gloria –responde Murillo.

—Eh… ¿en serio? -pregunta Ortega, confundido.

—Claro, el virus más peligroso es la mentira.

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Fuego en el barrio

Tocaron la puerta

ya que querían entrar.

Pidieron subir para así

poder matar.

Querían dar PLOMO,

pero no había modo

de lograr ingresar.

Prendieron fuego.

Incendiaron aquel hogar.

Los atraparon adentro

al no poder lograr.

Las llamas harían función

y en sus manos yace destrucción

de una familia entera.

El calor se encargó

de llenar de dolor

a un pueblo enardecido.

Dos pequeños adentro,

sin culpa de tanto horror.

Murieron por odio enloquecido.

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♫ Que caigan flores sobre los muertos.

Que caiga lluvia sobre la sangre. ♫

Perrozompopo

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Cristo en llamas

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—Era un joven, un joven así de mi tamaño, delgado,

encapuchado con una camisa. Traía algo envuelto en

la mano. Llegó hasta donde nosotros. Alba Ramírez.

El encapuchado llegó a la puerta de la capilla

después de haber preguntado dónde estaba. Al-

guien que conoce la catedral de Managua no

preguntaría algo así; él nunca había puesto un

pie ahí, jamás había entrado a oír una misa, po-

nerse de rodillas a orar o encender una vela para

algún ser querido. No, el encapuchado nunca

había ido a ese templo – no sabía dónde estaba

la Sangre de Cristo.

Sacó lo que tenía envuelto en su mano y, en

poco tiempo, la capilla estaba consumiéndose

en llamas que salían por una puerta que lleva

hacia afuera. Las paredes cambiando su color

rojo original a gris, por el concreto, y finalmente

a negro por el humo de las llamas. La burbuja

de aluminio y vidrio que protegía la imagen de

Jesús, llegada hace tres siglos a lo que hoy es Ni-

caragua, era calcinada por el inmenso calor. El

encapuchado no se quedó para atestiguar su ac-

ción; salió tirado de ese lugar, corriendo hacia

donde tendría que haber una verja, la cual había

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sido robada. Por ahí hizo su retirada victoriosa

– había cumplido su misión.

Cristo en llamas… Nicaragua en destrucción.

Cuando por fin llegaron los bomberos a apagar

el incendio, el daño ya estaba hecho y los feli-

greses que estaban en la catedral lloraban de an-

gustia y dolor. El olor a quemado penetraba el

templo entero y cuando pudieron ver el efecto

de lo ocurrido notaron que toda la capilla estaba

entre quemada y destruida… pero la Sangre de

Cristo a pesar de estar totalmente calcinada aún

seguía en pie.

—Jesucristo ha sido crucificado una vez más en Ni-

caragua, en su pueblo, en los injustamente privados

de libertad, en los humillados, en los torturados, en

cada inocente que ha sido asesinado. El rostro de Je-

sús crucificado y quemado es el rostro mismo de un

pueblo que sufre. Magda Alonso.

El humo que subía al cielo desde la catedral se

empezó a notar por muchos lados en Managua.

Poco a poco la gente salía a sus patios o solares,

ventanas y puertas para ver lo que estaba pa-

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sando. Las redes sociales anunciaban la atroci-

dad y la gente inundaban páginas con comenta-

rios de tristeza y enojo. Un joven salió para ver

el humo negro y lloró. Él había vivido un dolor

similar, una tortura parecida. Durante lo fuerte

de la insurrección, fue secuestrado. Mientras es-

taba raptado fue víctima de torturas… quemado

con ácido de batería por paramilitares que deja-

ron en su brazo un recuerdo para toda la vida,

una cicatriz que, en ese momento mientras mi-

raba el humo que salía de catedral, le volvió a

llamar la atención… FSLN.

Lo sucedido en la capilla era una forma más de

tortura. Muchos dirán que fue terrorismo, pero

al final el nombre realmente no importa.

—Y no es la primera vez que hacen algo así. Sigue

doliendo ver la “Jean Paul Genie” convertida en circo

sin chiste cuando había cruces en memoria de las per-

sonas asesinadas por el régimen – Y ni olvidar el des-

piadado incendio en el Karl Marx, ¡basta de impuni-

dad!... Y eso resume el legado y acciones del FSLN:

quemar para callar y pretender olvidar. Rey Mapa-

che.

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Cuando la Policía inició las investigaciones, mu-

chos estaban claros que la guardia orteguista

buscaría cómo manipular la escena y después

sacar un comunicado falso, a favor de la injusti-

cia. Tanta era la burla que el comisionado Julio

Sánchez, que todos conocen como beisbolero y

partícipe de la Operación Limpieza, antes de la

quema se tomó una “selfie” para su baúl de re-

cuerdos, mientras una anciana rezaba de rodi-

llas y su cabeza agachada.

Horas antes de que de la Policía emitiera su co-

municado oficial, la vicepresidenta y vocera del

gobierno, que hablaba por el canal oficialista de

siempre al mediodía, dijo: —Somos devotos de la

Sangre de Cristo… lamentablemente se combustionó

la estructura por la presencia de veladoras que coloca

la feligresía…

—La señora de los anillos afirma que fuego que car-

bonizó imagen de la Sangre de Cristo en su capilla en

catedral, no fue producto de una bomba lanzada por

una persona no identificada, a como afirman testigos,

sino producto de una veladora puesta por los feligre-

ses. ¡Resuelto! Luis Galeano.

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Cuando el padre Edwin Román vio la publica-

ción de Café con Voz, donde además había una

imagen famosa de la “compañera”, muy mal

pintada y con la boca abierta –enseñando su

dentadura podrida- no pudo contener su moles-

tia ante las palabras de la esposa del dictador

Ortega. Y en las redes sociales hizo públicos sus

pensamientos al respecto:

—Me da repulsión esta imagen, porque representa

para Nicaragua: odio, destrucción y muerte. El fuego

en la Biblia es signo de purificación; para el demonio

es lo contrario. Ud. Rosario, piense en su alma,

Cristo a ud. también la llama, el tormento es también

para la eternidad.

El cardenal Brenes salió hacia donde estaban los

periodistas que esperaban comentarios del líder

religioso. Con mascarilla puesta, el cardenal ha-

bló con calma y desmintió las palabras de Muri-

llo. Contó que cuando aún vivía Miguel Obando

y Bravo, le había dicho que era mejor no dejar

veladoras o cortinas dentro de la capilla y que

eso seguía hasta el día de hoy. Brenes fue claro

ante los periodistas al decir que lo sucedido fue

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“un acto planificado con mucha calma… un

acto de terrorismo”.

Pero cuando se emitió el comunicado de la Poli-

cía Nacional, no hubo ninguna mención de te-

rrorismo. El anuncio, además de desmentir in-

directamente las palabras de la vice dictadora

solo decía que no encontraron “residuos de pól-

vora artesanal, sustancias explosivas de origen

industrial, ni acelerante”, o sea, combustible.

También descartaron algún fallo eléctrico, pero

sí hallaron un atomizador plástico con alcohol

adentro, pero aún en buenas condiciones… ¡No

se derritió como el aluminio y vidrio que había

dentro de la capilla!

Sobre eso la gente empezó a opinar.

—Que megapayasada. Ni rastro de las famosas “ve-

ladoras” y ahora el alcohol “de alta combustión”

quemó todo, MENOS el recipiente que lo contenía.

Pensar que Nicaragua entera se deja manosear por

este nivel de imbecilidad desde El Carmen. Pedro

Molina.

Muchos imaginaban el poder de la bomba que

puso aquel hombre encapuchado, una bomba

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que quemó de arriba hacia abajo –destruyendo

metal, techo y azulejos, pero dejando intacto

una botella plástica color naranja. Hablaban en

voz alta sobre la historia y cómo en su tiempo,

Mussolini, Franco e Hitler quemaron y destru-

yeron iglesias debido a que no compartían la

misma ideología. Mencionaban cómo la Chayo

había dictado sobre los hechos, aun cuando las

autoridades hacían sus investigaciones… ade-

lantándose -dirían muchos- para meter sus

mentiras.

—Actos de odio contra la institución que ha sido más

beligerante en la lucha por la democracia en Nicara-

gua: la iglesia católica. Quieren sembrar el terror de-

mostrando otra vez que no respetan nada. Ni los tem-

plos. Amalia del Cid

La gente recordaba las otras instancias donde

los mismos personajes hicieron la noche impo-

sible al Papa Juan Pablo II durante aquel acto en

el Malecón con gritos de “queremos la paz” o

cuando hirieron a monseñor Silvio Báez en Di-

riamba y cómo saquearon la iglesia de Jinotepe

o tiraron piedras dentro de templos en Masaya,

Matagalpa y León. O peor aún… esa noche

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eterna para aquellos universitarios que tuvieron

que aguantar balas y ver muerte en la Divina

Misericordia. Pero también recordaban –con el

sarcasmo que se merece–, a esa pareja… esa fa-

milia que en búsqueda de volver al poder re-

tornó a la iglesia que ahora intentó destruir,

para pedir perdón y apoyo.

El día siguiente –1º de agosto– La Prensa, que ha-

bía publicado una portada acusadora, mostró la

catedral cercada por antimotines. La iglesia

Santo Domingo, en Las Sierritas, mantenía sus

puertas cerradas, pero afuera un grupo de per-

sonas querían entrar y llevarse al santo, mien-

tras otro grupo de “feligreses”, sin guardar nin-

gún tipo de distanciamiento, hacían la caminata

desde las sierritas hasta la vieja Managua, con

un santo que no era el verdadero.

Agentes policiales llegarían de nuevo a catedral

y se llevaron a Alba Ramírez, mientras limpiaba

los escombros. Fue jalada a la fuerza para su-

puestamente interrogarla sobre los sucesos del

día anterior.

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—No me deje sola, padre –dijo al ser transportada

al nuevo Chipote.

Horas más tarde, un nuevo comunicado fue pu-

blicado con el testimonio de dos personas que

aseguraron que no vieron a un tal encapuchado

y que sí había una candela encendida sobre un

candelabro, además del atomizador color na-

ranja. Ahora sí: la Policía daba la razón a la jefa.

Ese domingo, la catedral permaneció ocupada

por agentes policiales y el cardenal Brenes no

pudo entrar a la capilla para celebrar misa. Tu-

vieron que celebrar con la presencia de una

cinta amarilla que cruelmente decía “prohibido

pasar”.

La Sangre de Cristo se volvió una víctima más…

un preso político más en Nicaragua.

A raíz de la rebelión de abril, la Catedral Metro-

politana ha sido sede de múltiples eventos:

cuando la rusa llegó a tirar ácido al padre Mario;

cuando turbas llegaron a acosar la misa de

cuerpo presente del sacerdote y poeta Ernesto

Cardenal, volviendo a reclamar la “paz” que

tanto dicen querer, pero demostrando todo lo

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contrario al agredir a periodistas independien-

tes y otros asistentes. También el día que un

hombre entró con todo y su moto a las gradas

del altar y las veces que el templo sirvió como

centro de acopio y asistencia médica para los

Azul y Blanco.

En ese lugar durmió Tamara Morazán mientras

su hermano Jonathan yacía muerto en el hospi-

tal Vivían Pellas.

—Con este acto terrorista Cristo ha sido golpeado,

porque Él recibe los golpes que no quiere que su pue-

blo reciba. Esa imagen de la Sangre de Cristo, así

cómo está carbonizada también resucitará. Monse-

ñor Silvio Báez.

Los feligreses pidieron que ni la capilla ni la

Sangre de Cristo fueran restauradas. Quieren

que todo quede como un recuerdo más de la

persecución y odio de la pareja dictatorial y sus

fieles seguidores.

Al concluir la supuesta investigación de la Poli-

cía, se “dio por esclarecido” que el vapor del al-

cohol que salió del atomizador subió hasta ser

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alcanzado por el calor dentro de la capilla, vere-

dicto que causó risas, comentarios sarcásticos y

otros no apropiados y hasta videos de pruebas

científicas que algo así es imposible de ocurrir,

a menos que fuese en la Nicaragua de los Or-

tega-Murillo.

En las redes sociales también volvió a circular

un video grabado en un pasado no muy lejano,

y que muchos usaban para describir al sandi-

nismo y aquellas personas que todavía creen en

ello:

—El sandinismo es lo único que saben… el capricho,

el garrote, la sangre, el asalto, las turbas, el incendio,

la asonada… Qué triste. Deberían civilizarse algún

día. Expresidente Enrique Bolaños.

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Indiferente

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Pocas horas antes de su muerte, la respiración era

casi imposible de lograr. El dolor en sus pulmones

era inaguantable. La culebra que recorría su esófago

y llevaba oxígeno al órgano necesitado de aire era lo

único que mantenía con vida al pobre en su cama

hospitalaria. Las lágrimas que corrían por sus cache-

tes, sus manos empuñadas por el dolor y la soledad

que había a su alrededor eran suficientes para desear

la muerte que muchos prefieren huir.

Una enfermera se acercó al paciente para revisar sus

signos vitales; seguían iguales… muy mal. Ella lo

quedaba viendo con mucho pesar y miedo. Esa mu-

jer no deseaba contagiarse y ser una más. Mientras lo

chequeaba, el hombre intubado deseaba hacerle pre-

guntas, pero sus palabras no lograban salir. Los pen-

samientos quedaron frustrados en su mente y eso le

proporcionó aún más dolor.

—Señora, escúchame, ¿estoy mejorando? ¿será que me

pueda dar algo para este dolor? –eran sus pensamientos.

Él sabía las repuestas, pero no quería aceptarlas.

La noche anterior había soñado que departía con

amigos en algún bar en Managua. Cuando los dife-

rentes movimientos pedían a la población quedarse

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en sus casas, como acto de paro de consumo, él no

hacía caso a esos comunicados. Pasaba sus fines de

semana saliendo con amigos, comiendo en el Fri-

day’s y bebiendo en bares de la Zona Hippo’s. Salía

con su novia a algún club para gozar una noche de

bailes pegados y momentos románticos.

Leía en las redes a quienes apoyaban la rebelión.

Cuando alguien le preguntaba por qué él no se que-

daba en casa y apoyaba la iniciativa de no darle más

dinero al gobierno, siempre contestaba de la misma

manera:

—Necesito salir maje, no soy de quedarme en casa.

Y así es la mentalidad de muchos nicaragüenses…

las excusas quizás distintas, pero el mensaje, pare-

cido.

Cuando la amenaza del COVID-19 llegó al país, mu-

chos tomaron la decisión de imponerse la auto cua-

rentena, encerrarse en sus casas para cuidarse del vi-

rus que, pese a ser negado por el MINSA, a través de

comunicados de la Compañera, era más que evi-

dente que estaba atacando personas que no se esta-

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ban cuidando adecuadamente y que no era un sim-

ple virus de ricos y burgueses, como dijo un propagan-

dista del régimen.

Cuando la comunidad sandinista fue convocada a

numerosas actividades, dándole la bienvenida a la

pandemia con “amor” socialista y cristiano, él salía a

pasear; visitaba gente en sus casas, vagaba en Gale-

rías o se tomaba sus tragos en algún restaurante. Su

novia no lo acompañaba. Ella le dijo que era mejor

prevenir que lamentar, pero él hizo caso omiso.

Sentado y bebiendo, el hombre veía las pocas perso-

nas que circulaban en el centro comercial. Algunos

llevaban puestas mascarillas, otros no. Les parecía lo-

cura usarlas. Con cada trago analizaba la situación,

pero no llegaba a ninguna conclusión.

Cuando un compañero de trabajo se enfermó, la em-

presa mandó a todos a practicar “distanciamiento fí-

sico”, pero dijeron que nadie tenía Covid. Ese com-

pañero nunca volvió. Una semana después fue de-

clarado muerto. Había ido a un hospital público,

donde ingresó, pero jamás salió… vivo.

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Durante una llamada con su novia, la muchacha le

pidió que no llegara a su casa por un tiempo. Sus pa-

dres no querían enfermarse y lo mejor era protegerse

ante cualquier peligro. Estaba molesto, pero enten-

dió.

En casa, su familia estaba haciendo lo necesario para

protegerse de la pandemia. Solo iban al supermer-

cado cada dos semanas y se las ingeniaban para no

aburrirse del encierro. Pero él no podía con eso. Salía

a pasear en su carro por las zonas usualmente fre-

cuentadas. La mayoría de los lugares estaban casi va-

cíos o cerrados por falta de clientes. Optó por ir a ver

una película.

Una noche de verano despertó con mucho calor, a

chorros de sudor. Se levantó a buscar pastillas y un

vaso de agua para bajar su calentura

Al despertarse sintió un pequeño dolor en el pecho.

Al final del día, la tos y otros síntomas se le habían

desarrollado. La segunda noche fue fatídica.

Al pasar los días sentía que estaba empeorando. Le

costaba respirar. Su novia, preocupada por él, le im-

ploraba que fuera al hospital.

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Su padre lo ayudó a subirse al carro y lo trasladó al

hospital más cercano. En la entrada, el personal de

recepción dijo al padre que no podía pasar más allá

de la sala de espera y que lo mejor era que se fuera a

casa. El señor firmó el papeleo nombrándolo respon-

sable del paciente ingresado y este fue llevado aden-

tro, hacia un salón donde estaba una cama.

Tenía mucho miedo y veía a otros pacientes en peo-

res condiciones que él. Una enfermera llegó a tomar

sus signos vitales; le dijo que no estaba mal y que,

cuidado, se recuperaría pronto y saldría rápido de

allí. Pero no fue así.

Al día siguiente su estado desmejoró muchísimo. Pa-

saban las horas y se agravaba. Un médico dio la or-

den de intubarlo cuando vio que se estaba ahogando.

El dolor del paciente era insoportable y nomás le

quedaba llorar de angustia.

Lo único que le venía a la mente eran todas las for-

mas con las que pudo evitar caer en esta situación. Si

tan solo se hubiera quedado en casa, usado mascari-

lla o practicado el distanciamiento.

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Otra enfermera llegó a revisarlo. No le dijo que todo

estaba bien. Creyó que su paciente dormía y antes de

irse movió su cabeza en señal de “pobrecito”. El

hombre alcanzó a verla y cuando dio la vuelta dijo en

voz baja a otra enfermera que seguro él era de los que

tampoco practicaron los paros de consumo.

El hombre no sabía qué pensar. Estaba ante la mer-

ced del hospital y de Dios. No sabía si vivirá o mori-

ría. Las lágrimas brotaban, la desesperación no ce-

saba y el dolor dominaba su cuerpo.

Murió esa noche. Su indiferencia lo mató. Pasó a ser

un número más, en un país donde las estadísticas

son manipuladas a favor del gobierno. Su entierro

fue exprés y nadie pudo decirle adiós.

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Dos señoras

Mientras viajan por el mundo

dos señoras hablan de su nación.

Buscando justicia ante un moribundo;

unidas bajo una misma causa.

Cobijadas por la patriótica manta

dos señoras hablan de dolor.

Siempre llenas de esperanza;

manchada de sangre la bicolor.

Aún con el recuerdo de una bala sin detente

dos señoras expresan su emoción.

Una en el cuello y otra en la frente.

Si no hay justicia tampoco habrá perdón.

No olviden de esa lucha civil,

dos señoras nos traen en mente.

De los que cayeron desde abril

y los que se alzan en alto la frente.

Para Lizeth Dávila y Josefa Meza, de las Madres de Abril.

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El éxodo de Sayra

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En Ciudad de Guatemala, Sayra Laguna camina

hasta llegar a la séptima avenida, una de las calles

más transitadas de la ciudad. Ahí, frente a la Plaza de

la Constitución, está la Catedral Metropolitana del

apóstol Santiago. Al llegar al templo, Sayra ve algo

que le llama la atención y se acerca. En la parte iz-

quierda de catedral hay una imagen de la virgen Ma-

ría cargando a su bebé, Jesús, con las palabras Reina

de la paz – ruega por nosotros.

De su bolsito marrón –colgado sobre su hombro, Sa-

yra saca su bandera azul y blanco y la extiende; su

cara tapada con la máscara que la protege del conta-

gio brutal de una pandemia que no ha perdonado.

Esa máscara esconde sus emociones de esperanza, la

misma que muchos deben sentir cuando saben que

están cerca de volver a casa. Alguien le toma una foto

para la memoria. Sayra tenía varias semanas de ha-

ber partido hacia Nicaragua, pero apenas iniciaba su

verdadera odisea rumbo a “La Bendición”, en la

frontera entre Guatemala y Honduras.

•••

Page 96: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

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Un 6 de diciembre, Sayra fue tildada de “golpista”.

Al ganar la medalla de oro en los Juegos Panameri-

canos, aprovechó el momento para dar su apoyo a la

lucha contra de las múltiples injusticias en el país.

Con la cabeza en alto dio un respiro profundo y llena

de nervios, por saber el pronto efecto de su acción,

sacó un papel que enviaba un mensaje claro a su pa-

tria:

De lo más profundo de mi corazón

dedico esta medalla a mi Jesús

y a todas las personas que

han muerto en mi país.

Aquellos individuos, fieles al régimen, dijeron que

era una “malagradecida” y la acosaban a diario.

Cuando el Instituto Nicaragüense de Deportes deci-

dió honrar al comisionado Ramón Avellán, Sayra no

pudo más y sus palabras publicadas en las redes so-

ciales dieron pautas a nuevos rumbos en su vida:

Son una mierda. Premian hasta a los

asesinos. Sí que este país necesita

un gran cambio, hasta en el más

último rincón del Instituto.

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•••

El grupo de 44 varados llegó a la zona fronteriza en-

tre Guatemala y Honduras llamada Corinto, igual

que el puerto en Chinandega. La frontera está cerca

de la Bahía de Omoa en el caribe y Amatique Bay por

el lado de Belize. Corinto sería el lugar donde el

grupo tendría que esperar hasta que el gobierno de

Nicaragua, por medio de su embajada en Ciudad de

Guatemala, otorgara carta de solicitud para que el

gobierno hondureño diera permiso especial de “tras-

lado humanitario”. Pero la representante de la dicta-

dura, de manera pedante, como muchos empleados

del régimen, se negó a aceptar la solicitud del grupo.

Después de varios días, algunos hablaban de pasar

al territorio catracho por algún punto ciego y con la

ayuda de coyotes. Al escuchar esto, Sayra se rehusó a

aceptar esa opción ilegal. Ella deseaba ver de nuevo

a su familia y terminar con un viaje del cual sentía

cierto arrepentimiento, ya que las cosas no resultaron

como ella había pensado; pero prefirió pisar tierra

hondureña por las buenas. Mientras tanto, ella y el

resto del grupo esperaban en la gasolinera “La Ben-

dición”, a escasos metros de la línea fronteriza.

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•••

Cuando Sayra supo que su padre se contagió de Co-

vid y sus dos abuelas estaban delicadas por otros ma-

les, tomó la angustiada decisión de poner en pausa

su sueño de salir adelante en el deporte y hacer un

éxodo de regreso a Nicaragua, a pesar de ser una

opositora, que tuvo que salir debido al acoso y hosti-

gamiento de gente de mal corazón. A pesar de las cir-

cunstancias respecto a la pandemia, ella estaba ha-

ciendo lo posible por salir adelante en algo que le en-

cantaba hacer: el CrossFit.

Su viaje por México fue agradable y linda experien-

cia, pasando por el desierto del país azteca rumbo a

Guatemala a bordo de un furgón. Fue cuando entró

a territorio chapín que su odisea se convirtió en fea y

frustrante. Al pasar los días y los kilómetros, la co-

mida escaseaba, siendo sacada de varios lugares

donde lograba obtener posada. En su mente, pasar

por Guatemala era la peor decisión que pudo haber

tomado, pero no le tocaba más que seguir adelante,

ya que viajar por El Salvador no era opción viable,

debido a las fuertes restricciones de ese gobierno ante

la pandemia.

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El éxodo de nicaragüenses ha crecido por motivos

políticos, sociales y económicos. muchos han tenido

que regresar a su patria debido a las circunstancias

generadas por el famoso Coronavirus, incluidas

1,008 personas que viajaban de Panamá y los vara-

dos en la costa Caribe. A pesar de que las fronteras

de Nicaragua nunca fueron cerradas, fue nulo el

apoyo del gobierno para repatriar a sus ciudadanos,

que pedían los dejaran entrar.

•••

La gasolinera “La Bendición” está sobre la carretera

CA-13, que lleva a la frontera con Honduras. De allí

son diez horas de viaje en bus, pasando por San Pe-

dro Sula, hasta llegar a Las Manos, puesto fronterizo

con Nicaragua en el departamento de Nueva Sego-

via. De allí, son cinco horas más a Managua.

Al fondo de esa gasolinera, donde furgoneros y otros

viajeros se detenían a buscar combustible y después

seguir su camino, había un minisúper. Los dueños

dieron permiso al grupo de utilizar el pasillo para

descansar y dormir por la noche. Todos se acostaban

en el piso, aguantando frío bajo las estrellas. Entre el

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grupo había una muchacha con ocho meses de em-

barazo y sus pies inflamados; una niña pequeña, que

caminaba con diminutos zapatos grises de cordones

rosados y unos señores hipertensos o diabéticos. Las

normas de distanciamiento son difíciles de respetar,

pero todos hacían el esfuerzo. Al avanzar los días, a

Sayra le dio alergia en todo el cuerpo; recibió medi-

camento, pero no le había funcionado.

No todo fue malo. El grupo recibió asistencia de

Cruz Roja, ACNUR (Agencia de las Naciones Uni-

das para Refugiados) y de un padre salesiano; no les

faltó comida ni atención médica. El Ejército de Hon-

duras dejó cruzar temporalmente a los varados para

que pudieran asearse. Aquella niña de zapatos grises

saltaba de alegría cada vez que cruzaba la frontera,

mientras los adultos caminaban, sabiendo que ten-

drían que regresar al otro lado.

Después de ocho días y durante una tarde de lluvia

torrencial -que provocó que el agua subiera sobre el

pasillo donde el grupo pasaba sus noches- apareció

un enorme grupo de haitianos. La cantidad de per-

sonas en un solo lugar y bajo las condiciones de la

pandemia ponían de punta los nervios de Sayra.

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El Ejército de Guatemala guardaba el orden, mien-

tras muchas personas buscaban cómo acomodarse

en un espacio que, para empezar, ya estaba lleno.

Dos días después, Sayra recibió una noticia que ja-

más quiso tener en las circunstancias en que estaba:

su bisabuela, su “mamita Tona” había fallecido y ella

no pudo estar a su lado para darle un último abrazo

de despedida. Las emociones no dejaban de gol-

pearla, quitándole el sueño mientras todos dormían.

A pesar de que Sayra haya pasado malos ratos mien-

tras circulaba por Guatemala, las experiencias solo la

fortalecieron y su fe nunca se desvaneció. Por las no-

ches, mientras fijaba su mirada hacia la luz de las es-

trellas, pensaba en el porvenir. La incertidumbre de

volver a su país mientras el régimen seguía en el po-

der, sin respetar ni responder ante la pandemia del

Covid la hicieron pensar en lo que haría después. Sus

planes siempre han existido y su deseo de superarse

siempre estará…

Sayra no se da por vencida –es una guerrera. Sueña

con llegar a su casa y abrazar a sus padres y sobrina,

que cariñosamente llama la Pikiloco; sabe muy bien

que ha sacrificado mucho para estar en ese puesto

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fronterizo. Pero igual que durante una pelea compe-

titiva, de las muchas en su carrera, si ella está en el

piso y su contrincante tiene la ventaja, esperando que

el juez detenga el combate, ella no se rinde y lucha

por levantarse.

Finalmente, el gobierno de Honduras otorgó per-

miso para ingresar y transitar por el país para llegar

a la frontera con Nicaragua. El apoyo recibido de go-

biernos, organismos e individuos ayudó a que este

momento llegara.

En su mente, Sayra Laguna repite con ansias las pa-

labras: Ampáranos, Señor, a miles de kilómetros de su

patria y su familia, esperando el momento de po-

nerse sus zapatos blancos, montar su bolsito marrón

sobre su hombro y cruzar por debajo del rótulo

verde que divide un país de otro y que dice:

“Feliz viaje – Bienvenido a Honduras”.

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♫ ¿Qué vas a hacer cuando lleguen a tu casa? ♫

Milly Majuc

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Carta de una

activista universitaria

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Querida Patria.

Jamás creí que estaría aquí, escribiéndote de esta ma-

nera. La chavala que fui no es la mujer que soy ahora.

Las emociones y sentimientos que se apoderaron de

mí, durante mi juventud y antes de aquel abril, fue-

ron de apatía y conformismo. Antes había mucha

falta de información y desinterés total. Siempre,

cuando estaban las noticias, prefería cambiar el canal

o simplemente apagar el televisor. La política tradi-

cional: corrupción de los que mandaban “desde

abajo” y la oposición falsa de esa época, que se la pa-

saban haciendo pactos de conveniencia, aislaba a

muchos jóvenes, como yo.

Pero siempre he sido pinolera. De chavala me identi-

ficaba con cuestiones culturales y la gastronomía lo-

cal. Pero, en cuanto a ser una nicaragüense que de-

fendiera la importancia de los derechos humanos o

que las cosas, políticamente hablando, se hicieran

bien… eso nació en abril.

Todo inició con las protestas de Indio Maíz. Estaba

molesta con la pasividad sobre el manejo de nuestra

reserva. Contrario a lo que puedan pensar muchos,

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nunca había participado en alguna protesta o activi-

dad de tema político, ambiental o feminista… ¡Nada!

Pero cuando iniciaron esas protestas, no estaba en

Managua y no pude asistir. Cuando regresé era jus-

tamente el 19.

Un día antes habían golpeado a los viejitos en León,

y eso para mí fue una detonante – estaba arrecha,

llena de indignación e impotencia. Recuerdo muy

bien las palabras que corrían por mi mente:

— ¡Puta… esos majes siempre han hecho lo que han que-

rido!

Pero ya… era demasiado; era suficiente y había que

hacer algo para ponerle un alto a eso.

Te seré honesta, Patria mía, ese 19 –al volver a Mana-

gua y salir de mi casa para ver lo que pasaba en mi

UNI querida, se me hizo imposible dar vuelta atrás.

Vi como los antimotines y Juventud Sandinista ata-

caban con bombas lacrimógenas y balas de salva a

muchachos indefensos que solo portaban piedras.

Las emociones que sentía y las ganas de hacer algo,

la necesidad de un cambio y transformación pro-

funda fue lo que hizo que me quedara a luchar y ser

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solidaria con los que estaban a mi alrededor. Empecé

a usar mi casa como refugio y llegué a albergar varias

personas. Después me metí en problemas, los que

causarían persecución en mi contra.

Durante mi exilio de casi cuatro meses, la crisis había

explotado. Me ubiqué en Costa Rica para ayudar en

temas humanitarios a miles de exiliados. Mientras

estaba ahí, cociné para los refugiados, creé y entregué

paquetes, organicé censos, entre otras cosas. Mi tra-

bajo era ayudar a los que, como yo, tuvieron que salir

huyendo.

Fue una etapa sumamente difícil en mi vida, pues

nunca había vivido afuera. Eso me agobiaba y me

dejaba con una depresión que me hacía colapsar; lo

llamaba mi mal de patria. Lloraba por las ganas de vol-

ver y hacer oposición, que solo es posible desde

adentro. Luego, esa desesperación por regresar me

obligó a entrar por veredas. Aún me río al pensar en

aquel momento que tuve que tirarme el famoso mu-

rito. No andaba botas puestas y había un lodazal por

la lluvia que caía. El hombre que nos estaba pasando

y que llevaba mi mochila se cayó de lo resbaloso del

camino, mientras yo me pegué una descachimbada

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cuando me tiré por ese muro y terminé con el brazo

rayado.

Ya de vuelta en Managua, los piquetes habían ini-

ciado. No creas que al regresar había salido de una

vez a la calle. A pesar de que estaba de vuelta me sen-

tía aterrorizada y con síndrome de persecución. Pasé

un mes encerrada en el cuarto de una casa y para mí

fue difícil salir. Al pasar ese tiempo y con valor para

emerger, parecía venado corriendo por todos lados,

queriendo hacer protesta donde fuera, como las que

hacíamos en Metrocentro, donde multitudes mani-

festaban su rechazo a la dictadura.

Aquel secuestro, que todos conocen, no era el primer

escenario de persecución que había vivido. Nunca se

lo había contado a nadie ni lo había hecho público en

las redes o noticieros; tampoco lo denuncié, pero ha-

bía sufrido un momento que me asustó mucho.

Duró más de dos horas y fue una operación bien

coordinada. Presumí que eran policías por la vesti-

menta que tenían. Eran como diez motos, pero al fi-

nal quedaron tres, y aunque siempre mantenían su

distancia, lo hacían de forma específica; acosando y

llenándome de estrés.

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Pensaba en mi familia. Es difícil explicar la sensación

que sentía al pensar en ellos. He vivido golpes y per-

secuciones, y me considero una persona mental-

mente preparada para enfrentar cualquier conse-

cuencia, pero la familia de uno nunca está lista para

sufrir un daño emocional… y uno sufre por los su-

yos. Sufre porque la otra parte está devastada y en

constante agonía.

El amor que tengo a mi familia es igual al que siento

por ti, amada Patria. Mi familia despierta en mí un

sentimiento de sobreprotección; he llegado a ser la

Superwoman, la que cuida a todos.

He sido una especie de madre para mi hermana y es-

toy segura de que ella me ve de la misma manera.

Así que, cualquier tortura que recibí cuando me se-

cuestraron no pasó a más, pero saber que estaba cau-

sando daño a mi familia, en especial a mi hermanita

que me quiere… eso es difícil. Ella me contó después

que no podría sobrevivir otra situación como ese se-

cuestro. Todos en mi familia pensaban en lo peor.

En los primeros días, después de ese evento, tenía pe-

sadillas de estar amarrada de manos y pies – lo sentía

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físicamente a pesar de estar dormida. También so-

ñaba que los antimotines llegaban a mi casita para sa-

carme. Es horrible estar dormida y pensar que te es-

tán buscando, que tenés que tirarte muros, escon-

derte y hacer miles de cosas para que no te atrapen.

No me arrepiento de haber hecho lo que llevaría a mi

secuestro. Estoy totalmente segura y convencida de

que, si llegase a pasar nuevamente, lo haría todo de

nuevo con más fuerza y consciencia. Uno sabe a qué

y contra quiénes se mete y, aunque sea difícil, hay

que asumirlo con responsabilidad. Eventualmente

llegué a superarlo a pesar de que a veces tengo esos

sueños, pero mi familia no.

Era importante para mí pasar a otro capítulo en mi

vida, ya que había mayores cosas de qué preocu-

parse y sentía que mi voz se necesitaba escuchar.

Pero reconozco, Patria mía, que soy mujer de criterio

propio y no tengo problema en expresar mis puntos

de vista de manera libre. Simplemente… soy inde-

pendiente. Pero, lastimosamente eso significa que

me hayan convertido en “divisionista” y “propagan-

dista”.

Yo sé… hay quienes dicen:

Page 111: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

110

—No, es que a esta chavala le encanta llevar la contraria.

—Quiere protagonismo.

—No sabe lo que dice.

Me han puesto en primera fila y buscan cómo desca-

lificarme. Pero gracias a que he sido consecuente con

lo que digo y hago, la gente ve y me da la razón.

Si… yo critico y trato de que se corrijan esos errores

que cometemos, pero eso no significa que quiero lle-

varme cierto mérito o dañar a alguna persona, todo

lo contrario…

Siento que hay quienes me ven de forma equivo-

cada. Estoy convencida de que puedo aportar…

Pero es difícil hacerlo cuando los espacios son her-

méticos y te llaman divisionista cuando tu voz entra

en desacuerdo y no cumple con ciertos "estándares

políticos".

No es que tenga la verdad absoluta, pero cuando su-

cede algo, hay que denunciarlo. Algo que nadie

puede negar es que siempre he hablado claro y con

la verdad. Y aunque no sé qué escribirán de mí en un

futuro, cuando esta dictadura finalmente se vaya, me

Page 112: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

111

gustaría creer que dirán que tuve carácter y determi-

nación, y que logré lo que a otros les fue difícil; que

demostré a la juventud lo que es tener valor y cons-

ciencia crítica. Y que los nicaragüenses puedan tener

nuevamente confianza en que sí existimos personas

capaces de entregarlo TODO sin obtener nada a cam-

bio.

Solo los guerreros más fuertes son sometidos a prue-

bas tan duras como las que estamos pasando, pero

después de tanto sacrificio la recompensa será inva-

luable. Y estoy más que clara… mi querida Patria,

que estoy dispuesta a seguir pagando ese precio por

querer verte libre.

Con amor siempre, de esta pinolera.

Zayda

Page 113: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

112

Arte: Kevin Rojas - @entre_lineas_kevin

♫ No existe silencio

ni mordaza que me calle.

Que me acompañe Nicaragua,

azul y blanco en las calles. ♫

Luis Enrique

Page 114: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

113

Palabras de Francys Valdivia Machado

Los niños y niñas que que-

daron sin padres porque

fueron asesinados por las

fuerzas represoras del go-

bierno de turno están cre-

ciendo entre el miedo, la in-

seguridad y el dolor de ha-

ber perdido a sus padres.

Les fue robada su inocencia; esa inocencia de niños

que nunca debieron haber perdido. Cambiaron la

inocencia de sus juegos para jugar ahora a policías,

paramilitares y vandálicos de corazón azul y blanco.

Ellos y ellas están creciendo, entendiendo que la po-

licía no te protege y que asesinan a las personas. Pero

también que los gobiernos son malos, a como lo ex-

presó un niño de nueve años originario de Masaya,

a quien conocí y escuché atentamente:

--Verdad que los gobiernos son malos; asesinan a la gente.

Cuando yo sea grande quiero ser como mi papá, pero no

quiero que me maten, como a mi papá.

Page 115: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

114

Como sociedad y país tenemos una gran responsabi-

lidad con esta generación de niños y niñas a quienes

les fueron arrebatados cruelmente sus padres. Sin

duda alguna debemos asumir, garantizar, facilitar y

luchar para que estos niños sepan que, a pesar del

dolor de crecer con la ausencia de sus padres, es po-

sible construir y darles un país mejor por y para ellos

y con conciencia social. Es posible vivir y crecer en un

país libre, y que los responsables, los perpetradores

de los asesinatos de sus padres, fueron condenados

según lo que la ley establece para quienes cometen

estos delitos. Pero, sobre todo que, como sociedad no

permitimos el olvido ni la impunidad como un ciclo

de repetición.

Mi hermano Franco fue asesinado y los mercenarios

dejaron a una niña sin padre; una niña de cuatro años

en ese momento y que no entendía por qué de la no-

che a la mañana dejó de ver a su papá, pero que sabía

que en el parque donde ella solía jugar con él, ahí en

ese mismo lugar asesinaron a su papá. También sabe

que su papá está en el cielo y que Diosito le compuso

el ojo a su Nico.

Page 116: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

115

Franco, como todo joven, estaba experimentando va-

rias facetas. Los últimos años de su vida se dedicó a

tratar de ser alguien mejor; maravillado y apasio-

nado por los libros, enfrascado en las bibliotecas, le-

yendo y estudiando. En la fase de padre igualmente

estaba aprendiendo.

Recuerdo que en una de nuestras conversaciones me

había preguntado sobre un libro que se llama El len-

guaje de amor de los niños, ya que los temas de la pater-

nidad y los hijos era común entre nosotros. Busqué el

libro e iba a entregárselo la próxima vez que nos re-

uniríamos, pero ya no existió una próxima, porque

fue asesinado por los esbirros de la dictadura de Da-

niel Ortega y Rosario Murillo.

Cuando leí el relato sobre mi hermano, fue inevitable

llorar; todo aún es reciente – duele y dolerá.

Gracias a Néstor, por su aporte a la construcción de

la memoria.

Francys Valdivia Machado

Asociación Madres de Abril

Page 117: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

116

♫ No van a desaparecerme

a la sombra de su mentira.

Me van a recordar para siempre. ♫

Garcín

Page 118: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

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Tu música siempre estará

en mi vida

Page 119: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

118

Juro decir la verdad y nada más que la verdad… tu

música siempre estará en mi vida. Aunque poco a

poco los recuerdos van cambiando, todavía cierro

mis ojos e imagino la primera vez que mi padre sonó

la canción La última decisión. A la edad que tenía no

entendía mucho de lo que estaba hablando, pero mi

papá me aseguraba que el mensaje era claro, y que

canciones como ésa se escucharían en toda Nicara-

gua y quizás en el mundo.

—Será famoso –pensaba.

En ese momento, tus palabras empezaron a penetrar

en mi cerebro aún joven. Mientras crecía, cada can-

ción fue formándome hasta llegar a ser la persona

que soy hoy en día. Existe una gran conexión con mi

padre; la letra de esta canción explica el porqué:

♫ Tú mi dueña, yo tu dueño

protegerte será mi empeño.

Tranquila con estabilidad…

…Tú te convertiste en mí,

eres pedazo de mí,

lo nuestro no es cuestión de suerte. ♫

Page 120: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

119

En el país, las cosas iban empeorando con el pasar

del tiempo. Mi padre decía que el gobierno al suave

se estaba convirtiendo en lo mismo que habían de-

rrotado en el ’79. Expresaba lo que muchos en el pue-

blo murmuraban y después llegarían a pintar sobre

muros –tanto reales como virtuales:

Ortega y Somoza, son la misma cosa.

Tu música sonaba a cada rato en mi casa. Mi papá

escribía palabras en un cuaderno y cantaba tus can-

ciones; inspirado por tu voz, tu mensaje y por lo que

veía con sus propios ojos, ya sea por televisión o en

la calle. Nunca pude verte cantar en vivo, pero los

que sí tuvieron esa oportunidad dicen que eras de

aquellos de que, al subir a una tarima, las palabras

salían de la nada. El flow que tenías hacía menear las

cabezas de los presentes de arriba hacia abajo; unos

fumando, otros bebiendo, pero todos atentos a tu es-

cuela del pensamiento. Eso lo vería después en videos

publicados. Siempre tendré la canción Wake up en

mente, ya que el mensaje que transmitías era claro

para mi padre y ahora para mí:

♫ Aprende a ser positivo,

que todo comienzo es muy duro.

Page 121: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

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Pero dormido te quedas.

¿Qué recompensa dará tu futuro? ♫

Mi padre me repetía que yo era muy inteligente.

Quizá tenía razón, porque a pesar de los años aún

conservo la memoria de tus canciones y las diferen-

tes letras que las componen. Las que no recuerdo

bien las he escrito en mi propio cuaderno, igual como

hacían las personas cuando no existía Google para

buscar y guardarlas. Ese cuaderno también contiene

algunas frases mías – frases que buscan una melodía,

así como las tuyas las buscaban. De repente y sin

pensar, tus palabras salen de mi boca. Lo hago

cuando veo algo y mi mente lo relaciona con alguna

frase o si estoy platicando con amistades. Mis ojos se

vuelven cristales o mi cara se pone rojiza. Muchas ve-

ces me quedan viendo, pero creo que entienden los

motivos.

Cuando golpearon a los viejitos, mi padre estaba bas-

tante indignado. Me explicó, con palabras aptas para

alguien joven, que nadie merecía ser tratado de esa

manera, que el pueblo se estaba levantando y que él

tenía obligación de aportar de alguna manera. No

entendía a que se refería cuando dijo eso, pero vi la

Page 122: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

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molestia en su cara mientras pasábamos viendo las

noticias, acostados en su cama.

Muchos creerán que los jóvenes de edad primaria no

pueden comprender lo que está sucediendo a su al-

rededor, en casa o el país, pero yo sabía muy bien que

algo importante estaba pasando.

El día siguiente iba a haber una manifestación en la

ciudad. Mi padre no le dijo a nadie que planeaba par-

ticipar; todos creían que iba hacia su trabajo, donde

había pedido permiso para no asistir. No lo vi ese día,

pero me imagino a mi papá, con su cara de determi-

nación frente al espejo, y las palabras fluyendo en su

mente, como cascada, queriendo hablar, pero sin de-

cir nada. Si eso hubiera sido cierto, es una lástima que

no puso esas palabras en papel. Lo veo escuchando

Pilatos. Él siempre subía el volumen justo cuando de-

cías:

♫ Que la muerte me regrese

lo que la vida me ha quitado.

Y si antes de irme me despido

quizás volverán a mirarme.

Pero si un día no lo hago

entonces aquí te dejo mis palabras.

Page 123: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

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No hay olvido con sepultura

para quien lucha por lo que es. ♫

Yo llegaría después a la casa, pero, para entonces mi

padre ya no estaba.

Durante la manifestación empezaron a disparar con-

tra la muchedumbre. Personas afines al gobierno es-

taban amenazando y acercándose poco a poco; listos

para un enfrentamiento sangriento. Mi padre reco-

gió un objeto redondo e inmediatamente fue filmado

en un Facebook Live, denunciando y dejando en evi-

dencia de que estaban tirando a matar. Yo no lo pre-

sencié en el momento, llegaría a ver esa imagen más

adelante.

Tus canciones siguen vivas en nuestro país. El tema

With honesty fue usado por la periodista Nydia Mon-

terrey como tema de su “Noti-Cero”. He visto pintas

con frases tuyas y hubo una campaña para que la

gente se suscribiera a todas las plataformas donde tu

música estaba disponible. Tus canciones siguen so-

nando en los teléfonos de aquellos que te conocían o

supieron de tu trágico fin.

Page 124: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

123

♫ Por delito de franqueza

querrán mi mente encerrada.

Pues de justo tu justicia

jamás ha tenido nada. ♫

Ese fin también le llegaría a mi papá. Esa noche, a po-

cos minutos de ese vídeo, unos hombres se le acerca-

ron. Uno apuntó su arma y disparó a quemarropa a

su cabeza. Mi padre cayó muerto instantáneamente

-cerca del lugar donde me llevaba a jugar- con una

bala en el ojo izquierdo. En ese momento el cuerpo

de mi padre, Franco, quedaría sin vida, pero el espí-

ritu de Renfan quedaría por siempre en los oídos de

quienes te siguen escuchando. Tu cuerpo fue arras-

trado y tu sangre creó un camino que se extendió por

una cuadra, un camino que llevaría al odio y la

muerte, que Nicaragua tendría que perdurar du-

rante la rebelión cívica.

Llegarían a lavar ese camino ensangrentado; tra-

tando de borrar no solo evidencia, sino también cual-

quier recuerdo de tu existencia. Pero, como muchas

de las atrocidades que ellos alcanzarían a hacer, esa

evidencia – tu cuerpo arrastrado, tu sangre sobre el

piso de la alcaldía… Todo quedó grabado.

Page 125: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

124

Los recuerdos de mi niñez están divididos en dos

etapas: un antes y un después. Antes de tu muerte

eras mi papá, aquel hombre que luchaba por su hija

y por su país; un gran hombre… joven, que escribía

y rapeaba; querido por su familia y adorado por una

niña de tan solo cuatro años.

Y después de que te arrebataron la vida – algo aún

sumamente difícil de pensar, eres Franco Renfan Val-

divia -mi Nico, mi Nano- asesinado el mismo día que

Álvaro Conrado y recordado de la misma manera.

Moriste joven y con una vida por delante. No entré

cuando fuimos a la morgue, pero sabía que eras tú, a

pesar de que mi mamá me dijo lo contrario. No co-

nocí los detalles hasta después, pero cuando mi

abuela me contó la verdad, estaba claro que no vol-

verías más. De niña llegaba a tu tumba, donde llo-

raba y te abrazaba. Hoy, llego y te hablo de mi vida

y de las navidades que paso sin ti, para que no te

pierdas de nada, como aquellos fines de semana que

tanta falta me hacen.

Aún pienso en esos días donde te veía cantando o es-

cribiendo las lecciones de la vida en ese cuaderno; ja-

más lo olvidaré. Camino por las calles y bloqueo al

Page 126: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

125

mundo con tus palabras que ahora son mías… Por-

que tu música siempre estará en mi vida.

*Dedicado la niña que algún día será la mujer de este

relato. Franco Valdivia – ¡Presente!

♫ Que me espere

que reitere

que tendrá

mis cosas buenas.

Mis canciones redactadas

con la tinta de mis venas. ♫

Renfan

Page 127: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

126

Ángel de la Guarda

A la memoria de Franco Valdivia

— ¿Dónde está tu padre? – le preguntaron.

—En el cielo – susurró ella.

—¿Comprendés que está muerto? – volvie-

ron a preguntarle.

—No – dijo la niña-. Todas las noches

baja del cielo a jugar conmigo.

De repente alzaron la vista

y descubrieron una puertecilla abierta

que daba al entretecho

y conectaba con el cielo.

Carlos Alemán Rivas

Page 128: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

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♫ Sin tu voz no hay nada que celebrar.

El niño Dios te espera en un mejor lugar.

No pude decirte adiós… ♫

Nina y Sebastián

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Cuántos no sabemos

Una conversación entre madre e hijo

Hijo…

¿Te acuerdas cuando salí

de esa UNI?

Era el 30

y como en una película

me sentí.

La radio en llamas

Caruna también.

Mamá…

Yo también lo viví.

Mucho miedo sentí.

En esa marcha

donde todo pasó.

Hijo…

Jamás me detuve;

no te pregunté.

Me limité

a lo que yo viví.

Se me olvidó que estuviste

allí.

Mamá…

Mi papá me cubrió

y salimos a buscar

refugio.

Sentía nervios.

Page 130: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

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Yo vi lo que pasó.

Tus lágrimas

escondidas

antes de partir.

Hijo…

Viví mi duelo

sin imaginar

que tú también

lo viviste.

Dos años pasaron

para saber tu sentir.

¡Puta!

Me paraliza.

¡Cuántos no sabemos

lo que nuestros hijos

sufren!

Palabras de Tamara Morazán

Asociación Madres de Abril

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♫ Los Masaya son el pecho de la patria;

un enorme corazón.

Monimbó marcha adelante,

disparando dignidad. ♫

Los Minúsculos

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La estrella y la flor

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Chéster Navarrete está corriendo en el jardín central

del campo “Elio Cuaresma” en Masaya. El béisbol

era uno de sus pasatiempos. Iba por las tardes, des-

pués de clases, a recibir entrenamiento. Era rápido y

felizmente corría de un lado al otro, atrapando bata-

zos y lanzando dardos desde su posición a otros ju-

gadores de su equipo para atrapar corredores que

trataban de estirar un hit o los que intentaban alcan-

zar el plato y anotar.

Mientras fue alumno del Colegio Bautista el enfoque

hacia el estudio siempre fue primero y salir en el cua-

dro de honor era una exigencia en su casa. No tenía

permiso de hacer actividades extracurriculares si no

obtenía buenas notas. Pero al pasar de los años no ju-

gaba tanto el béisbol, pero seguía siendo deportista.

Ahora jugaba balonmano y baloncesto, y corría de

un extremo de la cancha a otro, siempre incansable,

siempre corriendo, siempre con mucha energía. Qui-

zás no fue el mejor, pero tenía el deseo de hacer las

cosas bien.

En la secundaria quería formar parte de la banda rít-

mica. Participaba en un coro de la iglesia El Calvario,

donde también fue monaguillo. Chéster tocaba

bongo y timbales, y con el tiempo fue creciendo hasta

Page 134: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

133

que -en quinto año- su padre le dio permiso de inte-

grarse a la banda del Bautista.

Chéster también quiso unirse al Ejército; era su sueño

desde pequeño. A los pocos días de haber salido del

Bautista ya estaba en la Academia Militar José Dolores

Estrada en Managua. Pero no aguantó mucho tiempo

en ese centro superior; no por problemas disciplina-

rios ni por rebeldía -pese a ser una persona medio re-

belde- simplemente fue porque sufrió casitis aguditis.

Extrañaba su hogar y familia. Tenía apenas dieciséis

años y no estaba preparado para estar lejos de casa.

Pidió la baja después de siete meses.

Con el tiempo llegó a estudiar enfermería. Cuando

pasaba por el cuartel de los bomberos siempre los

veía afuera, pasándola bien. Los miraba de uniforme

y decía que era deacachimba vestirse así. Le gustó

tanto que tomó la decisión de integrarse al Benemé-

rito Cuerpo de Bomberos después de haber tomado

un curso para aspirantes, en coordinación con los

scouts. Desde el 2011 es miembro y fue ascendido al

rango de sargento. Ser bombero fue la mejor etapa de

su vida. Le encantaba la adrenalina, sentir el miedo

que venía con su trabajo, el gusto de poder ayudar y

hacer algo útil por los demás.

Page 135: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

134

Pronto llegaría esa oportunidad.

•••

Cuando inició la rebelión de abril, Chéster tenía otra

misión en mente… participar en los tranques. En

conjunto con scouts, bomberos, estudiantes de medi-

cina, enfermería y otras personas que él conocía bien,

empezaron la planificación y movilización de mate-

riales de reposición para lo que serían puestos médi-

cos. Al mismo tiempo, miembros de la J.S. lo estaban

jodiendo. Por un tiempo, en el 2015, fue coordinador

ambiental de la Juventud Sandinista, pero decidió

desligarse de ese organismo debido a que no se sen-

tía a gusto con lo que observaba. Llegaron a visitarlo

a su casa para tratar de convencerlo de seguir parti-

cipando, pero él estaba claro que eso era algo a lo cual

no quería pertenecer más.

Sentía miedo de lo que pasaría cuando el pueblo de-

cidió levantarse en contra del régimen, pero los sen-

timientos de impotencia y frustración por todo lo

que estaba sucediendo eran mayores. Para Chéster el

miedo no fue algo al que le podía poner mente, lo te-

nía que canalizar de otra manera. A pesar de cual-

quier miedo, debía tener mentalidad de “vale verga,

Page 136: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

135

seguí corriendo, seguí de frente”. La adrenalina lo te-

nía a mil.

El puesto médico ubicado en la primera entrada del

barrio Fox –cerca de la rotonda San Jerónimo– fue

uno de los lugares donde él se ubicó. Allí tenía un si-

tio bastante grande y completo. Desde ese lugar daba

atención médica y curación. Si alguien necesitaba

una receta, Chéster la conseguía a como fuera con al-

guna farmacia. También llegaban amigos médicos a

brindar consulta. De repente algún negocio donaba

cajas de pollos enteros para repartir o las señoras que

estaban encargadas de cocinar preparaban comida

para todos los que se encontraban allí. El puesto del

Fox estaba siempre activado, ya que Chéster se en-

tregó totalmente a los distintos sitios como ése…

24/7. Solo iba a su casa a descansar un par de horas y

allí nomás volvía.

Además del puesto en el Fox existía otro en el barrio

San Miguel –al otro extremo de la ciudad. Chéster

también mantenía ese sitio, pero la verdad es que él

estaba en constante movimiento. Un día había un en-

frentamiento por lado del campestre El Paraje. Inme-

diatamente se movilizó a pie hasta ese punto para

asistir heridos. En otra ocasión, consiguió un aventón

Page 137: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

136

en moto hasta Niquinohomo, para atender a perso-

nas allí. Al llegar, todos los que estaban en el lugar

sabían bien quién era y siguieron con la lucha, te-

niendo en cuenta que tenían su propio médico dis-

ponible por si alguien salía herido.

Chéster se quedó esa noche a dormir en una finca

hasta las tres de la mañana. Durante esa misma no-

che, la Policía había disparado a su papá; el señor te-

nía la espalda llena de charneles. Al darse cuenta, de-

cidió salir hacia Masaya –de nuevo a pie– y caminó

cuatro horas hasta llegar a casa. En otro episodio, en

momentos donde los enfrentamientos estaban en su

apogeo, le tocó viajar desde Managua a Masaya,

pero, como toda esa zona estaba trancada, tuvo que

caminar hasta la zona de Los Altos -alrededor de

veinte kilómetros- donde llegó a la finca de una

amiga que le prestó una moto y así volvió a la Ciudad

de las Flores.

Así es Chéster … siempre “pedaleando”, en cons-

tante movimiento y descansando poco.

Era tan poco su descanso durante esos días que su

misma mamá lo despertaba para decirle:

—Chéster… ya comenzó.

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Pero lo que él entendía era: —¡Anda volá verga hijo!

Por las noches en tranques como el del Fox, a pesar

de que el ambiente era de tensa vigilancia, todos los

que ahí se mantenían hacían lo mejor para sentirse

relajados. Sacaban camas plegables y se ponían a be-

ber y fumar cigarrillos, pero si alguien llegaba a bus-

car atención, Chéster y sus compañeros resolvían…

quizás algo tomados, pero resolvían. Eran estas per-

sonas -sus amigos, scouts, bomberos y demás- quie-

nes ayudaban detener a alguien que no podía ni que-

ría mantenerse en un solo lugar.

Cuando se involucró en su primera cachimbeadera

en Monimbó, Chéster vio que algunos de la zona es-

taban bebiendo algún licor sin marca – guarón, lija,

cususa… quién sabe, pero al ofrecérselo, no la pensó

dos veces y tomó del líquido para tener un poco de

valentía y entrar en ambiente. Según él, uno a veces

debía tener algo en la cabeza que ayudara a entrar en

calor para situaciones como ésas. Muchos bebían, no

para emborracharse, sino para armarse de algo para

confrontar un futuro incierto.

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La gente de Monimbó llegó a conocerlo muy bien.

Durante los enfrentamientos más duros, Chéster es-

taba allí, atendiendo a cualquiera que resultaba he-

rido. Corría hacia la barricada y ante el peligro de los

balazos se ponía a ayudar; no esperaba a que se lo

llevaran al puesto médico. Al terminar de atender al

herido le decía entre sonidos de morteros, balas y gri-

tos:

— ¿Te sentís bien?

—Si hombre.

—¡Ah, pues seguí volando verga!

En su mochila, que servía de botiquín y otra bolsa

más pequeña, nunca faltaba lo esencial para atender:

solución salina, de Hartmann (solución lactato) y

dextrosa; tres líquidos esenciales. Además, cargaba

apósitos, vendas, cicatrizantes, yodo, y varios instru-

mentos que fueron necesarios para atender durante

la lucha. Siempre llevaba una ambulancia sobre su

espalda, pero también algunos efectos personales y

de repente una cerveza o dos.

Cuando fue incendiada la alcaldía de Masaya, el 12

de mayo, también hubo saqueo. Dentro del edificio

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había un museo con diferentes piezas, entre ellos

múltiples balas. Chéster había suturado a un hombre

herido durante esa situación y, como pago, le regaló

un tiro de rifle calibre .53, de los grandes. Desde ese

momento, ese tiro lo mantenía al fondo de su bolsita

con sus instrumentos médicos, pero nunca lo sacaba.

En su mente pensaba:

—Ese hijueputa tiro tiene su nombre… ¡Avellán!

No usaba armas; era contradictorio a su misión du-

rante la lucha. Su compromiso era ayudar a quien

fuera, sin importar color, religión o afiliación política.

Una vez en Catarina, a inicios de los enfrentamien-

tos, Chéster llegó a la rotonda donde se encontró con

una barricada, pero era de antimotines. Tres hom-

bres apuntaron sus armas:

— ¡¿Que venís a hacer vos, hijueputa?!

— Oye, calmate broder, ¡vengo a atenderles a ustedes! ¡Soy

de la Juventud Sandinista!

Esa embarcada pudo haber sido peor si no hubiera

sido que, por suerte, estaba un secretario político en

el tranque y casualmente lo conocía.

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—Ves… ¡allí está Chavo! – decía, mientras apuntaba al

conocido.

Pero allí también estaba el comisionado Avellán,

quien lo agarró y lo montó a una camioneta para re-

quisarlo. Dentro de su mochila también andaba un

broche del servicio militar, que fue de su padre.

—Aitá, viste… ¡si vengo a atenderles a ustedes!

Ese día, Chéster tuvo que atender veinte antimotines

con diferentes dolores. A cada uno lo revisó como si

fuera un Azul y Blanco, con la excepción de que cada

inyección que administraba era de Lidocaína, la cual

causa una reacción que hace dormir a cada miembro

afectado. Solo bastaban 3cc y “buenas noches”. Ese

día se salvó de algo feo, pero literalmente le tocó dor-

mir con el enemigo.

Alrededor de seis personas murieron en sus brazos.

Cuando el régimen inició su sanguinaria “Operación

Limpieza”, la parte norte del Fox fue de los lugares

más golpeados. Entre diez y quince personas fueron

atendidas y dos fallecieron ahí. En el puesto estaban

claros que venían por ellos. Chéster llegó al Fox a eso

de las tres de la mañana y a las cinco les notificaron

que iban entrando. Al escuchar que habían botado a

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141

alguien cerca de El Coyotepe, agarró su mochila y sa-

lió corriendo – como aquel jardinero central en el

campo “Elio Cuaresma”– para atender cualquier he-

rido que estuviera ahí. A pesar de que sabía cómo lle-

gar sin ser visto, oyó tres disparos –¡Plam - plam -

plam! A esa hora regresó corriendo a la barricada,

porque lo estaban blanqueando.

Sin mucha resistencia, entraron los sicarios del régi-

men. Un muchacho llegó con su padre en estado de

shock.

—Chéster, es mi papá… salvámelo.

Luchó con el señor durante media hora e hizo lo que

pudo por él… pero el padre de aquel muchacho mu-

rió. En el puesto médico quedó el cuerpo sin vida,

preparado por Chéster y después entregado.

A los veinte minutos lo llamaron de nuevo; había un

chavalo con impactos de bala en el abdomen y brazo.

Chéster luchó con ese chavalo casi dos horas. Suero

y solución salina caían a chorro, a como pudo le hacia

una bolsa de ventilación, pero ya se veían los signos

agónicos. Chéster alistó adrenalina entre otras cosas,

pero el muchacho también murió.

Page 143: Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas

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La impotencia que sentía en ese momento, debido a

todo lo que estaba pasando a su alrededor y las dos

muertes, víctimas de los asesinos de la dictadura,

causó de que Chéster no pudiera más; se fue al fondo

de un barrio cualquiera a llorar por más de media

hora. No tenía forma alguna de frenar lo que estaba

pasando.

Esa noche… Chéster durmió en el cuartel de los

bomberos.

Masaya cayó.

•••

Al llegar al penitenciario La Modelo, después de ha-

ber sido capturado y pasado semanas en El Chipote,

Chéster arribó sin nada y los otros presos políticos le

dieron la bienvenida. Todos los tranqueros fueron

puestos en la misma galería, así que no le costó mu-

cho adaptarse a su nuevo entorno y convivir con per-

sonas que no conocía. Y como tenía la experiencia del

ejército, scouts y bomberos, de estar en espacios pe-

queños y con numerosas personas, la sensación

claustrofóbica no lo afectó.

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143

Muchos hacen lo que pueden bajo las condiciones en

que están. La ayuda del exterior importa mucho. Ja-

más le faltó un plato de comida gracias a su familia y

la bondad de personas que simplemente querían

aportar, como la vendequesillo, que mandaba una li-

bra semanal o la viejita canastera que daba un pa-

quete de galletas. Y aunque Chéster no fumaba, los

paquetes de cigarrillos siempre eran bienvenidos,

pues servían como forma de dinero para hacer cam-

balache con otros. A Chéster le decían “El Bombero”;

si alguien tenía algún mal lo llamaban para que lo

atendiera. Debido a eso, muchas cosas que pedía a su

mamá eran materiales de reposición.

Numerosos presos pasaban su tiempo tejiendo pul-

seras, mientras Chéster participaba en juegos de

mesa o leía. Leyó las conspiraciones de Dan Brown:

El símbolo perdido y El código Da Vinci. Y cuatro veces

El Principito. Su mamá le llevó la Biblia, además, leía

muchos textos de medicina. Leía tanto que cuando

estaba en El Chipote, donde ni la Biblia te permitían

tener, leía los ingredientes y datos nutricionales de

las botellas de gaseosas, agua y áloe vera.

En la cárcel se jode mucho, y si uno no aguanta la jo-

dedera termina mal. Quizás alguien está leyendo y

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144

otro se le acerca para darle un galletazo… no puede

molestarse; tampoco puede decir: —¡¿Qué es la

verga?!, porque sabía que algo le iba a pasar.

Con quienes más se mantenía eran Nahiroby Olivas

y Hansel Vásquez. Los tres eran buenos para joder.

Cuando inició la huelga y los presos subieron al te-

cho de su galería, allí estaba Chéster y sus amigos ar-

mando la jodedera. Pasaron ocho días sin luz ni agua

o comida. Escarbaron entre todos para encontrar una

tubería con algo de agua; llegaron hasta los golpes

para poder beber un solo vaso.

•••

Mayorga era conocido por muchos presos como un

comemierda, lleno de odio. Era el que los maltrataba

más a todos. Si ibas a los juzgados con ese guardia,

era seguro que volvías con las esposas para atrás,

bien golpeado, inclinado y hecho mierda por el do-

lor. Su maltrato y el de los demás guardias envenenó

el cerebro de los presos y llegaron a un punto donde,

según ellos, valía verga la vida.

Durante una de tantas protestas, un guardia que es-

taba arriba de un torreón dentro del perímetro em-

pezó a apuntar a Chéster con un rifle AK.

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145

—Dale hijueputa, ¡dispárame… dale! – decía Chéster,

entre otras barbaridades.

El guardia solo se puso a reír.

Y como a esas alturas ya estaban cansados del mal-

trato, Chéster y otros presos agarraron colchones y

otras cosas que tenían cerca y le prendieron fuego al

torreón. El guardia tuvo que escapar por el otro lado

con ayuda de una escalera.

En otro caso, muy a las seis de la mañana, otro guar-

dia disparaba desde lo alto, mientras setenta tiraban

piedras desde abajo para bajarlo. Al día siguiente en-

tró Mayorga y los presos empezaron a reunirse para

lo que sería una batalla. Mayorga se dispuso a dispa-

rar balas de goma a los reos y eso fue el detonante.

Rompieron los portones y con varillas crearon lan-

zas; los viejitos hacían las puntas. En ese momento el

ambiente era de matar o morir. Iniciaba una guerra.

Mientras se daba la trifulca, Chéster trataba de me-

diar, pero en eso se escuchó:

—¡Le pegaron, le pegaron…jueputa!

•••

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146

Eddy Montes estaba jugando ajedrez. La alerta sonó

en todo el penal porque los que peleaban se salieron

del perímetro. Weeeee… weeeee… sonaban las boci-

nas, salieron más guardias y policías; los presos se-

guían tirando piedras. Eddy Montes se levantó y se

unió a la situación. En eso comenzaron a disparar…

—Le pegaron… le pegaron… Chéster… Chéster…

Cuando se acercó a atender a don Eddy, Chéster no

lograba ubicar de dónde sangraba. Le bajó el short ne-

gro que siempre andaba y vio que la bala había en-

trado por la pelvis; la hemorragia era fuerte. Lo tras-

ladaron adentro del perímetro mientras las ráfagas

seguían. Chéster, concentrado en su paciente y no en

las balas, pidió una toalla. Don Eddy entró en shock

hipovolémico y todo indicaba que moriría.

—¡Necesito un médico! – gritaba entre lágrimas y aga-

rrado del portón.

—¡Por lo menos que me traigan la mierda!

—No, sacalo…sacalo… respondían los guardias.

Entre 400 guardias, Chéster y un grupo cargaron el

cuerpo de don Eddy que yacía sobre un colchón. Ca-

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minaron hasta un pasillo de la galería; eran 200 me-

tros de angustia. Lo único que se podía hacer por don

Eddy era tratar de contener la hemorragia; él necesi-

taba intervención quirúrgica inmediata y no se la

iban a dar.

Los guardias tardaron casi quince minutos para to-

mar una decisión. Las caras de los empleados del Sis-

tema Penitenciario eran de que estaban claros que la

habían cagado; la situación era grave. Al entregar a

don Eddy, Chéster se regresó, mientras los demás

reos le preguntaban cómo estaba el señor. Fue claro

y les dijo que don Eddy moriría. Los guardias estú-

pidamente le habían dicho a Chéster:

—Pedile a Dios que ojalá viva.

—Decíselo a un idiota… a un pendejo, no a mí… Él está

muerto.

Explotaron las emociones y sin pensar salieron de

nuevo a la batalla. Chéster intentó mediar en la situa-

ción, pero no lo logró y ese jueves sangriento todos

los involucrados salieron bien cachimbeados.

Freddy Navas tomó a Chéster y se lo llevó.

—Metete, porque a vos te van a buscar – le dijo.

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Dicho y hecho… lo encontraron, se lo llevaron y lo

desnudaron. Alguien de alto rango le dijo:

—¿Querías medir fuerzas con nosotros?

Chéster no recuerda más, porque después de esas

palabras lo bañaron con gas pimienta que lo dejó

enardecido de dolor. Al finalizar la tortura los guar-

dias se fueron y Chéster se tiró al piso, revolcándose

y echándose de todo para reducir los fuertes dolores.

Aún tiene lesiones en sus genitales.

Cuando Radio Corporación anunció la muerte de

Eddy Montes, todos los reos políticos de La Modelo

lloraron. Fue algo muy duro para ellos.

Después de eso, Chéster siguió con su función de

médico. Los guardias le dieron lo que fue necesario

para tratar a cada herido. Ningún reo quiso ir donde

los doctores de la prisión. Chéster atendió a todos sus

compañeros.

•••

A los cinco días de haber sido excarcelado y dado nu-

merosas entrevistas, Chéster se hizo un tatuaje. Era el

primero, ya que sus padres no permitían eso. A pesar

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de ser una persona que vive a mil por hora, él siem-

pre ha respetado mucho a sus padres. Mientras es-

taba preso, su padre le había dicho que no se podría

hacer un tatuaje hasta que regresara a casa.

Desde que estaba con los bomberos siempre quiso ta-

tuarse la Estrella de la Vida, pero quizás no había reci-

bido un momento impactante para hacerlo… hasta

que llegó abril y todo lo que pasó. La estrella azul con

la imagen de la vara de Esculapio significa la aten-

ción que dio en las trincheras, los barrios, los puestos

médicos y la prisión.

Debajo de la estrella se tatuó una flor de sacuanjoche

con la leyenda “Nic.19A”. Esa flor de todos los nica-

ragüenses representa la lucha, patriotismo y levanta-

miento popular que él y los demás Azul y Blanco hi-

cieron.

Le envió una foto a su mamá mientras se hacía el ta-

tuaje…

—Qué lindo el niño – respondió su mamá, con un tono

entre sarcástico y de orgullo.

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Dedicado a los bomberos, que dan lo mejor de sí mismos

cada día, y a la memoria de Eddy Montes, quien está ha-

ciendo su trabajo desde el cielo.

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El Señor de los Montes

Yo jamás te conocí, pero sé de quiénes saben de ti -

aquel hombre de Matagalpa.

Lucho por tu misma causa, uso mi voz para de-

nunciar a como tú hiciste en este mundo.

Por todos aquellos que dieron todo -su libertad y

sus vidas, por una patria mejor.

Ustedes sufrieron barbaridades, mientras noso-

tros gritábamos.

Porque esta rebelión no hubiera sido, sin que us-

tedes estuvieran en la delantera y nosotros siguién-

dolos.

Mi reconocimiento es para la valentía y la entrega

sin dudar de ti y los demás.

Tiempo vendrá para honrar por la libertad que

anhelaban.

Ya existe razón para seguir con puño en alto.

Pasó tu tiempo, pero tu aporte no será en vano.

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♫ Sangre rebelde y guerrera.

Amazona de Diriamba.

Llevas un sueño en el pecho

y el miedo guardado en tu pantalón. ♫

Porfirio Zúniga

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Carta de una

tranquera exiliada

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Querida Patria…

Me encuentro lejos de ti, pero sin importar esa dis-

tancia, tenía que decirte lo siguiente:

No siempre fui la que todos llegaron a conocer.

Cuando era más chavala no opinaba mucho pública-

mente en cuanto a la política. Nunca me gustó que

él… el dictador fuera presidente, aunque muchos sa-

bemos que la que hace todo es ella. Yo miraba las po-

cas cosas que hacían, especialmente en mi querida

Diriamba y sabía que con eso engañaban al pueblo.

Todos saben sobre mi condición antes y durante

aquel abril. No escribo estas palabras para resaltarlas.

Más bien, quiero que sepas que a pesar de que mi

diagnóstico de cáncer cambió mi vida por completo

y me lanzó a una depresión de dos meses, nunca fue

un detente a la hora de unirme a lucha.

El 18 fue mi despertar. Vi por las redes cómo trataron

a los ancianos. Cuando observé cómo las mujeres sa-

lían afectadas pensé: —Esas golpeadas podrían ser mi

abuelita. Mi sentimiento de enojo y deseo de hacer

algo, lo que fuera para apoyar a los indefensos, fue

suficiente para llevarme a tomar la decisión que mu-

chos hicieron al igual que yo. El día siguiente fui con

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155

mis amigas a Jinotepe a sumarnos a la primera mar-

cha que hicieron.

Y desde ese entonces, yo dejé de ser Nahomy.

Mi mamá no estuvo muy contenta con mi decisión

de participar. No supo de lo que había hecho hasta

mucho después. Llegó a pedirme que nos fuéramos,

ya que, según ella, las cosas no iban a terminar bien.

Yo le fui sincera… le dije que, si me iban a buscar,

pues ya lo hubieran hecho. Muchos sandinistas me

veían salir de mi casa y seguro sabían que me trasla-

daba a Jinotepe. A mi madre no le quedaba de otra

más que apoyarme.

Mamá, te agradezco que siempre has estado con-

migo, sin señalarme.

Cuando me integré a los tranques de Jinotepe, mu-

chos, como yo, pensábamos que la situación acabaría

pronto y que estaríamos celebrando un país libre. Te-

níamos la esperanza y certidumbre de que el go-

bierno dejara el poder, ya que el pueblo se puso en

su contra por estar harto de tantas injusticias. Pero,

desgraciadamente no fue así.

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El ataque del 8 de julio contra los tranques en Jino-

tepe fue el más fuerte. No tuve miedo al inicio, pero

sí estaba en shock. Con la excepción de verlo en pelí-

culas de acción, nunca había escuchado el disparo

constante y ruidoso de armas de fuego. El “PANG –

PANG – FFFT “de las balas que cruzaban a nuestro

lado fueron respondidos por piedras y sonido de

morteros.

Durante ese día fatídico de julio, anduve con otros

por varias partes de la zona de San José en Jinotepe,

corriendo y tratando de escondernos de aquellos que

buscaban hacernos daño; estábamos tratando de ver

qué podíamos hacer. Llegamos hasta un grupo de

muchachos en un lugar conocido como La Villa. Esos

valientes se dividieron entre balas para poder reco-

ger a un amigo que estaba sin vida. No voy a men-

tir… allí si estaba asustada. Los muchachos gritaban:

— ¿Dónde lo llevamos?

—Lo podemos salvar…

—¡Hagamos algo!

Entre seis cargaron ese pobre cuerpo y se lo lleva-

ron… dónde, no lo sé. También de ellos no supe más,

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157

pero es hoy y admiro lo que hicieron… arriesgán-

dose la vida por un amigo.

En varias ocasiones pensé que moriría entre esos

adoquines. Ese sentimiento creció más cuando no

pude regresar a mi casa debido a las amenazas que

crecían a diario. El cansancio era obvio, no solo por

mi condición, pero también por la tensión constante

aun en momentos de alegría. Uno de esos momentos

que siempre recordaré durante mi tiempo allí fue ha-

berme hecho amiga de un grupo de niños como de

14 a 16 años que se auto llamaban Los Cachorritos –

siempre estaban allí a pesar del peligro.

Jamás he llegado a arrepentirme de haber partici-

pado en los tranques. Sentí que estaba haciendo algo

justo y necesario para ti, mi querida Patria. Si me to-

cara hacerlo de nuevo –luchar por mi país- lo haría

sin pensarlo dos veces. Pero, a pesar de sentir que

hice algo correcto, no puedo negar que esa etapa de

mi vida no me dejó algunas secuelas.

Muchas noches son de insomnio. Ese sufrimiento de

no poder dormir trae recuerdos de todo lo que llegué

a vivir desde abril hasta ahora. Veo las caras y escu-

cho aquellos sonidos de nuevo. La gente me dice que

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158

debería visitar a un psicólogo, pero por alguna razón

inexplicable no he aceptado ir.

El día que supe que estaba embarazada, entre todo

lo que estaba pasando en mi vida, yo estaba feliz y

muy aferrada a mi bebita. Estaba clara que no sería

nada fácil… ser madre durante esta situación. Pero la

decisión de seguir no me fue difícil. Pronto sería

mamá.

La vida de un exiliado en Costa Rica es muy dura.

He pasado por muchas cosas que no se las deseo a

nadie. Algunas personas que se llamaron “amigos”

luego me hicieron mucho daño. Hay días que siento

mucha tristeza y no logro adaptarme a la vida aquí.

Creo que nunca podré sentirme a gusto, lejos de ti,

Patria mía. Y a pesar de que ha habido momentos

donde no tengo cómo pagar el alquiler o comprar co-

mida, yo sé que existen personas que están pasando

momentos peores que los míos, Como todos los que

estamos exiliados, pienso mucho en regresar a casa

algún día y estar con mi familia.

Espero que cuando exista un futuro mejor en Nica-

ragua, los libros de historia lleguen a contar que no-

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sotras, las mujeres, hicimos mucho por la lucha cí-

vica. No somos ese sexo débil que algunos creen y

muchas veces nos hacen creer. Somos fuertes y lu-

chamos a la par de cualquier hombre. Y en cuanto a

mí, como persona, quiero que sepan que nunca me

metí a luchar por política; tampoco esperé algo en re-

torno. Al contrario, me metí de corazón, buscando

un cambio positivo.

Quiero que mi hija sepa lo que hice por ti, Patria mía,

a lo que me enfrenté.

Victoria, quiero que conozcas la historia de nuestra

lucha, en la que yo participé. Quiero que recuerdes

cada relato que te he contado y que aún te contaré.

Quiero que aprendas de eso y sepas que puedes ha-

cerlo todo, que nunca pongas frenos en tu vida. Y

que, si fracasas en algo, intenta levantarte. Porque así

fui yo, no la “comandante”, como la gente me llamó,

sino simplemente tu mamá.

Y así eres tú, querida Patria, fuerte como una mujer

que cae y sabe que tiene que levantarse de nuevo. Yo

prometí cuidarte y respetarte… espero que sientas

orgullo de mí y de mi contribución hacia tu libera-

ción.

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Queriéndote mucho.

Masha

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♫ Nicaragua, tierra mía

pronto vamos a triunfar.

Junto caminaremos

hacia la libertad. ♫

Elena & Los Fulanos

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Arte: Kevin Alemán

♫ Sos el vientre de las flores y las luchas.

Sos rebelde poema entre dos mares.

Sos la chavala linda, Nicaragua sos. ♫

Ale y Luis Pastor

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S.O.S

Sos de un pueblo fuerte

Sos de un país pequeño

Sos nicaragüense

Sos el que dejaste todo

Sos el que dejaste tu patria

Sos el que vio la muerte

Sos el que dejaste tu tierra

Sos el que viste a un hermano ser asesinado

Sos el que perdiste mucho

Sos el que hoy sufre

Sos el que hoy en tierras lejanas empiezas de

cero

Sos el que vive marginado

Sos el valiente

Sos el estudiante

Sos el cantante

Sos el trabajador

Sos el doctor

Sos el pintor

Sos el escritor

Sos el maestro

Sos el abogado

Sos el campesino

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Sos el indígena

Sos el periodista

Sos el exiliado

Que un día te fuiste

triste,

al verte con la decisión

de poder vivir

en otro país.

Nunca pensaste en abandonar tu patria,

en dejar tus metas

y poner tus sueños en una maleta.

¡Maldita dictadura!

¿Qué hiciste de nuestra Nicaragua?

Que se desangra

Que llora

Que sufre

Tus hijos en otros países

Sufriendo, llorando,

esperando

el retorno hacia vos.

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Se fueron, pero lucharon por amor

para un futuro mejor.

Arlen Margarita Padilla

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♫ Soñemos, la lucha es de verdad.

Unidos, lo vamos a lograr. ♫

Lecheburra

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Sueño de lucha y esperanza

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—Amor, tengo que contarte sobre el sueño que acaba de

tener…

Las lágrimas bajaban lentamente de los ojos de la jo-

ven hasta mojar la almohada donde descansaba su

cabeza. Su mirada estaba fija en el techo del cuarto

semi oscuro donde vivía con su novio.

—Soñé que nos habíamos conocido mucho antes que en el

exilio en que vivimos. Algunas cosas fueron diferentes para

nosotros, no precisamente mejor, solo… distintas.

Soñé que nos conocimos en una marcha. Nos habíamos to-

pado entre banderas y trompetas. Ambos gritábamos las

consignas que todos conocemos y caminábamos con nues-

tras amistades –hombro con hombro– con el sonido de mor-

teros en el fondo. Llegamos a caminar uno a la par del otro,

pero ni una palabra salía de nuestras bocas. Bajaste tu pa-

ñoleta por un breve momento para darme una sonrisa y yo

contesté con otra, más un saludo. Fue la primera sonrisa

tuya, pero no la última.

La marcha se detuvo cuando empezaron a disparar. Todos

salimos corriendo frenéticamente y sin rumbo. De repente

me separé de mi grupo y me entró tanta ansiedad y miedo

que me congelé en el sitio donde estaba. Fue allí, en medio

de esa locura, que me tomaste de la mano y me dijiste: —

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“Mírame, tranquila… ven conmigo – sin miedo. Yo te

ayudo”. Volví a ver tu sonrisa –creo que sonreíste para

tranquilizarme. Te di mi mano y salimos corriendo, bus-

cando un lugar seguro, lejos de las balas.

Cuando logramos alejarnos del peligro, me compraste algo

de tomar y me sentaste, para descansar y respirar un poco.

Te inclinaste hasta tener tu cara frente a la mía. Me pre-

guntaste si estaba bien y te respondí que sí. Me dijiste tu

nombre y de dónde eras; yo respondí con la mía. Allí supi-

mos que no éramos de la misma ciudad. Platicamos un rato

antes que sonara mi celular –eran mis amigos. Antes de

irme te di las gracias e intercambiamos números. Prometi-

mos comunicarnos en los próximos días.

La joven no podía contener sus lágrimas al despertar.

Se tapó la boca para que ningún sonido saliera, su

mano temblaba de emoción. Después de unos se-

gundos, siguió.

—Platicábamos todos los días, día y noche. Nos mandába-

mos mensajes cuando las llamadas no eran posibles. Nos

dijimos lo que estábamos haciendo como aporte a la lucha;

cada uno en su ciudad. Nos decíamos que tuviéramos mu-

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cho cuidado, ya que ambas situaciones eran de mucho peli-

gro. Había abundancia de policías y paramilitares bus-

cando a quién joder.

Compartimos nuestra música favorita de Jandir y Mario;

cantando sus canciones una tras otra. Lograba escuchar tu

voz y tú la mía. Yo empezaba con un “Hola que tal…” y

vos con un “¿Qué vas a hacer?” Imaginé esa sonrisa una

y otra vez y me preguntaba si también pensabas en la mía.

Esos días de lucha fueron duros, pero en mi sueño nuestras

llamadas los hacían valer la plena. De repente aparecieron

las palabras sobre un muro que siempre me fascinaba ver:

“Seguí tu corazón, di no a la dictadura”. Y eso fue exacta-

mente lo que hice al enamorarme de ti.

Pero el sueño cambió y todo se puso oscuro por un tiempo.

Vi cuando estuviste al borde de la muerte y el momento

cuando tus amigos perdieron la vida. Vi el dolor en tus ojos

y el llanto de los que estaban presentes. Quería correr hacia

ti y abrazarte, decirte lo mismo que me dijiste la primera

vez: —“Tranquilo, ven conmigo – sin miedo”. Pero no es-

taba realmente allí. Quería viajar adonde estabas, pero mi

situación tampoco era la mejor y mi vida también corría

peligro.

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La joven se detuvo otra vez. Se levantó, caminó hacia

el baño y encendió la luz. Cara a cara con el espejo,

vio las lágrimas derramadas y sus ojos rojos. Su tris-

teza era evidente, pero antes de apagar la luz se tomó

un vaso de agua y logró esbozar una pequeña son-

risa. Aún tenía más que contar…

—Tuvimos que irnos –igual que en la vida real–, pero esta

vez lo hicimos juntos. Viajamos de la mano y me asegura-

bas que todo iba a salir bien; esa sonrisa tuya bastaba para

creerte. Pero el exilio está lejos de ser “bien” y eso nos ha

llenado de desconsuelo… en mi sueño y en nuestra reali-

dad, amor.

Hemos tenido que luchar contra otro tipo de batalla. En mi

sueño sigue siendo difícil encontrar un trabajo digno, algo

que nos dé de comer y un lugar donde podamos vivir solos

tú y yo. Soñé que a pesar de eso éramos felices y llenos de

esperanza… porque estábamos juntos. Soñé que el futuro

sería mejor y que nosotros estaríamos tranquilos a pesar de

nuestro dolor… nuestro enojo con todo y todos… y aquello

que ambos mantenemos guardado en el fondo de nuestro

ser.

Entonces, la joven se volteó para abrazarlo, ambos en

la misma cama y en ese cuarto semi oscuro.

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—Así terminó mi sueño amor. Cuando desperté te vi y sa-

bía que tenía que contártelo antes de que quedara en el ol-

vido. No sé si lo escuchaste todo, pero no importa… igual

lo tenía que contar por mí, por la esperanza que tengo. Todo

saldrá bien, vas a ver.

El joven no se movió mientras su amada contaba su

sueño ni dio señal de que estaba despierto escu-

chando todas sus palabras. Estaba de espaldas a ella,

su cara lejos y no visible, pero tenía sus ojos abiertos

y también llenos de lágrimas. A pesar de sentir su

tristeza, compartía la misma esperanza.

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Justicia para la Costa

Desde niña escuché a la gente que comentaba

de un lugar no muy lejano

donde el agua es cristalina

y la arena casi blanca.

Es rica en fauna, flora y también en pesca

y sus habitantes hablan otra lengua.

Dicen que al que llega le encanta.

La Costa Caribe se llama.

En ella viven ramas, miskitos y mayangnas.

Llegaron los ingleses

y acostumbraron reyes.

No todos se sometieron;

los Ramas difícil perdieron.

A lo criollo hablan el inglés, y el

rama cay.

Hablan el miskitu y rama también.

Pero, no todos los idiomas se salvan

porque otros ya no se hablan.

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Sus tierras han sido codiciadas

por muchos de por aquí y por allá.

Hubo un tratado con los ingleses

que les permitía su autonomía.

Llegó José Santos de presidente

y regresó la pesadilla.

Han pasado de Zelaya a RAAN y RAAS.

Hoy llevan nuevas siglas,

pero siempre controlados por alguien más.

La historia de su pueblo en Resistencia.

Siempre luchando,

siempre caminando

por su porvenir;

sin tener más donde ir.

Luchando contra todo

y todos.

Hoy en día hay nuevos colonos.

No son ingleses

ni tampoco españoles;

son los mismos nicas.

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¡Vos, mestizo de sangre indígena!

no te portes como el ladrón

que te invadió.

Hoy actúas como todo un opresor.

Han vivido toda una vida de opresión.

De ellos en el Pacífico no sabemos mucho.

Los llaman traficantes y delincuentes

cuando los criminales son los del poder.

Les invaden sus tierras.

Los dejan sin hogares.

La resistencia ha sido

toda su existencia.

Se movilizan en movimientos

y protestas.

Los han querido silenciar

hasta en navidad.

Hoy toda Nicaragua

pide libertad.

¿Dónde está tu hermandad?

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Ellos también han puesto muertos

por denunciar la crueldad.

Reportando los acontecimientos

en su misma ciudad

muere Ángel Gahona

en el complejo judicial.

El gobierno como siempre

apresando gente inocente.

Brandon y Glen fueron encarcelados

por el crimen de los mismos soldados.

Diajaira Lacayo, solo una adolescente

Un disparo recibió por ser miskita,

dejándole una fractura e hiriendo su carita.

¿A qué se debe tanta violencia?

Por las tierras de pertenencias.

Ya lo dijo Mama Grande

¡El hombre en la tierra nos está

exterminando, nos están matando!

Desde Bluefields llegó Jeffrey Jarquín,

un costeño con huevos

y un loco de alegría

que al dictador no le temía.

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177

Desde el tercer piso de la UPOLI,

él defendió a la que llama su nación.

¿Dónde está la Justicia?

Todos somos de un mismo país.

Solo quieren autonomía.

Sus tierras no son tuyas

ni mías.

Vos que bailas el Palo de Mayo

orgulloso en cualquier lado.

No te olvides de tu hermano.

De ellos debemos aprender

a luchar por la libertad.

De ellos debemos aprender,

llegar a resistir,

para poder vivir.

Regresémosles sus tierras

porque ellos nos dicen:

Won tasbaika kli taui briaia.

¡Retomaremos nuestras tierras!

Arlen Margarita Padilla

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♫ El cielo nos trae los vientos de abril.

Las aguas de mayo están por venir.

La lucha florece en cada rincón.

Regala tu agua, valiente aguador. ♫

Pancho Cedeño

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Epílogo

Las mujeres nicara-

güenses estamos escri-

biendo un nuevo capí-

tulo en nuestra historia

y en la de nuestro país,

retomando la participa-

ción de forma directa

en la toma de decisiones y enfrentándonos con

ideas, sueños y pensamientos libres contra ase-

sinos armados, que no hacen distinción al mo-

mento de intimidar, golpear, secuestrar, tortu-

rar y matar; buscando callar esa voz que no grita

sin sentido, sino que está gritando, deman-

dando un ideal de libertad y justicia, cargando

en sus hombros, desde hace mucho tiempo, una

batalla silenciosa contra la invisibilidad y ahora

contra las injusticias del desgobierno déspota y

cruel, que nos ha convertido en víctimas direc-

tas de su tiranía.

La participación de la mujer a lo largo de los

años se ha transformado a una muy activa en la

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sociedad, asimismo en la política, donde nos he-

mos enfrentado a problemas profundos, como

el machismo y el adultismo, muy arraigados en

la cultura nicaragüense. Recordando siempre

que no somos una cuota en la participación, sino

que luchamos mano a mano con la fuerza y arre-

chura que nos caracteriza al lado de los hom-

bres, con voz y derecho a voto en la toma de de-

cisiones para la transformación de la nueva Ni-

caragua que soñamos.

Queremos construir un futuro, pero también un

presente, donde seamos valoradas y visibiliza-

das no por apariencias, sino porque, de verdad,

somos agentes activos e indispensables para la

transformación social y política, promoviendo

la igualdad y equidad de derechos. Nuestra lu-

cha ha sido y será desde diferentes trincheras, y

lo demostramos en la insurrección de aquel

abril del 2018, donde estuvimos en la primera

línea de las barricadas asumiendo diferentes ro-

les, como atender a los heridos en los puestos

médicos, alimentar a los que día a día resguar-

daban las barricadas de cada calle, defendiendo

y atrincherándonos en nuestras universidades y

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creando diferentes maneras de protestas que

rompieron las fronteras, como Marlen Chow,

con su pico rojo, doña Coquito y doña Dorita, la

abuelita vandálica de Matagalpa -quien partió

al cielo- doña Flor, que en cada marcha vestía

orgullosamente de güipil y bailaba al son de las

marimbas. Hemos estado en cada marcha, en

cada tranque, en cada universidad, en las igle-

sias, protestando en la entrada de las mazmo-

rras del régimen y llevando agua a las madres

que hacían huelga de hambre exigiendo la libe-

ración de las presas y presos políticos en nuestra

emblemática Masaya. Por estas y muchas pro-

testas pacíficas, hemos sido acusadas, persegui-

das, encarceladas y enjuiciadas.

Los problemas que enfrentamos son de carácter

cultural y de sistema. Por eso es que las voces de

diversas mujeres se han escuchado y hemos sa-

bido reconocer esas hermosas figuras que nos

llenan de fuerza y valentía. Marchar junto a las

abuelitas vandálicas, que a pesar de sus avanza-

das edades caminaban las mismas distancias

que las más jóvenes; ver y escuchar a esas ma-

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dres poderosas que hoy siguen exigiendo justi-

cia por el asesinato de sus hijos y que trabajan

fuerte construyendo una memoria para que la

historia no se repita. Reconocemos el dolor y la

fuerza de aquellas mujeres, madres, que han te-

nido que exiliarse dejando atrás su hogar y su

familia. Tal es el caso de mi mamá, quien por

cuarenta y seis días exigió mi libertad en el por-

tón de las celdas de El Chipote y luego tuvo que

exiliarse para resguardar la vida de su hijo me-

nor, dejando así a su hija en Nicaragua, quien

no goza de total libertad, ya que vive una libe-

ración parcial bajo un régimen de convivencia

familiar. Y así es el caso de cientos de madres

nicaragüenses, que han tenido que dejar todo

atrás para seguir luchando por la vida de su fa-

milia y la de sí mismas.

No queremos ser recordadas solo como la

abuela fuerte que mimaba a sus nietos y que

quizás le tocó llorar la pérdida de uno en la in-

surrección de abril; o como la madre que se de-

dicaba día y noche al hogar dejando atrás su

sueño de ser profesional; o la que estuvo llo-

rando en el portón de El Chipote por sus hijos o

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hijas, detenidos ilegalmente o desaparecidos.

No queremos ser recordadas como la mamá

de… y no recordada por su nombre y por su

aporte a esta lucha. Fuerte, arrecha, dulce, ho-

nesta, fiel, trasparente, luchona, amorosa, cui-

dadosa, soñadora, inteligente, persistente, apa-

sionada, determinada, audaz… ¡Ésa es la mujer

nicaragüense, que lucha y no se rinde!

Porque no descansaremos hasta respirar libertad.

Wendy Juárez

Movimiento Construimos Nicaragua

e integrante de “La Banda de los Aguadores”.

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♫ No tengo miedo, tengo algo que decir…

¡Viva Nicaragua libre! ♫

Ximena

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Agradecimientos

Muchas gracias a las siguientes personas por brin-

darme el apoyo y bendición para poder contar los re-

latos que acabas de terminar de leer.

Al padre Edwin Román, por su prólogo y por conce-

derme un espacio para leer el relato basado en él y

ayudar a que lograra describir cómo es su persona:

un hombre de valores y fe.

A Valeska Sandoval, por su aporte como coautora en

el relato Candelas. Sus palabras fueron la inspiración

para el personaje de Vale. Espero que tu deseo de co-

nocer al padre Edwin se cumpla.

A Chéster Navarrete, por platicar conmigo durante

la cuarentena del COVID-19 en Estados Unidos.

Aprendí mucho sobre tu tiempo en los tranques de

Masaya y espero que tus esfuerzos sean reconocidos

algún día.

A Kenia Gutiérrez, Zayda Hernández y Nahomy

Urbina, la comandante Masha, quienes no dudaron en

colaborar conmigo para crear las cartas a nuestra

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“Querida Patria”. Cada una es digna de reconoci-

miento por ser ejemplos de mujeres fuertes en un

mundo lleno de machismo.

A Stephany Martínez por su aporte para crear una

versión futura de su hija con Franco Valdivia. Espero

que algún día esa niña pueda escribir su propia his-

toria dedicada a su padre.

A Francys Valdivia por sus palabras de introducción

en memoria a su hermano y los niños y niñas que lle-

garon a perder a sus padres.

A Carlos Alemán por su apoyo y por permitirme

usar su poema a la memoria de Franco.

A Sayra Laguna quien, desde la frontera entre Gua-

temala y Honduras, compartió palabras conmigo

para así contar su increíble odisea.

A las personas que leyeron los diferentes escritos de

este libro y me ayudaron a mejorarlos: Mario Urte-

cho, quien editó las palabras que llegaste a leer, Anais

González, Joel Herrera El Oso y Arlen Padilla, quien

también brindó su aporte poético.

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A Wendy Juárez por su epilogo sobre la importancia

de la mujer nicaragüense -no solo en la lucha, sino

también en la sociedad.

A La Hormiga Nica por permitirme usar su bello arte

para la portada. Vi a nuestra querida Patria, la va-

liente mujer pencona, plasmada en colores y sabía

que tenía que formar parte de la cara de esta obra.

A Skinny.Yosh y Kevin Alemán por permitirme usar

su arte dentro de este libro.

A los diferentes cantautores que crearon música que

llegó a sonar fuertemente a raíz de lo acontecido en

abril. Sus canciones influenciaron mucho mis escri-

tos.

Los dejo con las palabras de alguien que transmite

claramente el pensar de muchos como yo, que apo-

yamos la rebelión contra de la dictadura y que lucha-

mos desde nuestras distintas trincheras, con la espe-

ranza de ver una nueva – y mejor Nicaragua…

♫ Mi patria me duele en abril.

Pero en abril floreció el árbol de la ESPERANZA

que a mi pueblo despertó. ♫

Luis Enrique Mejía Godoy

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Néstor Cedeño es producto de la educación jesuita

de Universidad Centroamericana – UCA, en Nicara-

gua. Nacido en Estados Unidos, pero nicaragüense

por gracia de Dios, ha publicado Entre rebelión y dic-

tadura en enero del 2020. Además, ha aportado escri-

tos y poemas a Revista Cultura Libre y Revista Abril.

Hoy, Néstor transmite su conocimiento hacia nuevos

pensantes, con el deseo de aportar a un mundo de

mentes críticos.

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Entre lucha y esperanza, es una de las últimas producciones literarias nacidas des-

pués de la Insurrección de Abril del 2018. No hay duda que constituye la obra más

entrañable del escritor Néstor Cedeño y un hito de ejemplaridad. En sus páginas —

siempre nuevas, como recién brotadas del alma—, vemos cristalizado, y comuni-

cado intensamente un hondo y maduro amor por una patria libre.

Con extraordinaria habilidad, entre retazos de una realidad creíble y de una increí-

ble realidad de pesadilla, Néstor Cedeño, ha plasmado en esta obra la atmósfera

dantesca de un pueblo marginado por una dictadura, y denuncia la sustancia de un

poder maléfico con deseos de eternizarse en el poder con mano de hierro. Encon-

tramos en la pluralidad de voces y estructura de esta obra, la unicidad expresiva de

un mismo sentimiento de libertad siempre latente.

Por lo tanto, Entre lucha y esperanza no es solo teoría; es también —gran singulari-

dad en este tipo de obras literarias— ejercicio vivo, practicado limpiamente ante no-

sotros; este libro resulta, pues, un verdadero organismo conceptual y afectivo. Nés-

tor, aplica sus métodos estilísticos —distintos según los casos pues no hay una téc-

nica única, sino variable según la insustituible intuición del artista—. Por esa razón

esta estructura literaria dio ocasión para que voces como la de Francys Valdivia,

Wendy Juárez y el sacerdote Edwin Román vinieran a corroborar punto por punto,

el anhelo, la pasión y la fuerza evocativa de un país que clama libertad y justicia,

junto a la voz de Néstor Cedeño, que nos dice:

“La injusticia me dio la valentía

de escribir al no poder marchar.

Alzando mi voz con fortaleza

al contar historias de mi pueblo.

El que me hizo y moldeó

y el que me motivó a protestar.

Para aquellos que no pueden

respirar aires de libertad”.

Me parece justo concluir aquí asentando una vez más el valor permanente y la ope-

rante actualidad de Entre lucha y esperanza de Néstor Cedeño. Mucho tiene que

enseñarnos esta obra, y está destinada todavía a enseñar a, “los niños y niñas —

como dice Francys— que quedaron sin padres porque fueron asesinados por las

fuerzas opresoras del gobierno de turno (y) están creciendo entre el miedo y la inse-

guridad y el dolor de haber perdido a sus padres”.

Carlos Alemán Rivas.