al leer este libro hallará textos de canciones. todas
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Al leer este libro hallará textos de canciones. Todas
llegaron a sonar fuertemente a raíz de la rebelión cí-
vica. Las letras de algunas sirven para introducir re-
latos y poemas.
Si tiene cuenta Spotify, lo invito a escanear el código
QR para acceder a la lista de canciones escogidas y
oírlas mientras lee.
La lista se titula:
Nicaragua entre lucha y esperanza
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Dedicado a la persistencia de luchar,
y la esperanza de una Nicaragua libre.
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Néstor Cedeño
Entre lucha
y esperanza
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Entre lucha y esperanza
ISBN: 9798677713002
Autor: Néstor Cedeño
Poesía: Arlen Margarita Padilla
y Carlos Alemán Rivas
Editor: Mario Urtecho
Arte de portada: @LaHormigaNica
Arte de interior: @skinny.yosh ,
Kevin Rojas - @entre_lineas_kevin
y Kevin Alemán
Fotografía del padre Román: Carlos Herrera
Fotografía de Francys Valdivia y Wendy Juárez son
usadas con su permiso.
© Néstor Cedeño
® Todos los derechos reservados, 2020
Miami, FL – Estados Unidos
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♫ Hola que tal, soy la Nicaragua.
La valiente mujer pencona
que a sus hijos llora hoy. ♫
Jandir Rodríguez
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♫ Quiero ver, tu cielito azul sin más llorar.
No quiero que corra sangre dentro de tu ser. ♫
Ana Rodríguez
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¿En qué ruta venía la vieja?
Presentación ................................................................. 9
Prólogo ....................................................................... 13
Ave María, un canto para Olesia ......................... 19
Candelas para la oscuridad .................................. 35
Carta de una ex presa política .............................. 49
La otra pandemia ..................................................... 59
Cristo en llamas ........................................................ 73
Indiferente.................................................................. 85
El éxodo de Sayra .................................................... 93
Carta de una activista universitaria .................. 103
Palabras de Francys Valdivia Machado .......... 113
Tu música siempre estará en mi vida .............. 117
La estrella y la flor .................................................. 131
Carta de una tranquera exiliada ........................ 153
Sueño de lucha y esperanza ............................... 167
Epilogo ...................................................................... 179
Agradecimientos.................................................... 185
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♫ Nicaragua es poderosa
con la gente que te roza. ♫
Erick Nicoya
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Presentación
Cuando publiqué mi primer libro, Entre rebelión y dic-
tadura, creí que no podría construir una nueva obra
que continuara contando los altibajos de aquellos
que dieron todo por una Nicaragua libre.
Claramente estaba equivocado.
La experiencia adquirida desde mi primer relato, es-
crito a inicios de mayo del 2018, hasta la fecha de pu-
blicación en enero del 2020, me ayudó y motivó a se-
guir trazando nuevas historias.
En este nuevo capítulo, mejor dicho, continuación,
decidí enfocarme en algunos efectos que nacieron
desde abril.
Los temas abordados los percibí en la depresión y
desesperación de quienes se ven frustrados por las
circunstancias en que se encuentran y la admiración
por aquellos que, pese a no conocerlos personal-
mente, siento conexión especial, sentimientos que es-
toy seguro muchos comparten.
Además, quería rendir homenaje a la valentía de las
mujeres que se levantaron de una u otra manera.
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Muchos de los relatos y poemas tienen un contexto
femenino, más que en mi obra anterior.
Esta publicación te llevará al pasado de muchas per-
sonas, y quizá a un posible futuro. Cada relato narra
momentos sumamente dolorosos y episodios increí-
bles, que quizás solo suceden en Nicaragua.
Tener la oportunidad de seguir siendo una voz para
mi pueblo es lo mínimo que puedo hacer. Traté de
escribir sobre quienes son apreciados por muchos, y
también sobre los que han generado polémica; todos
han dado algo a esta lucha. Conocer e interactuar con
diversas personas a través de #SosNicaragua ha sido
un gran honor.
Contar relatos, algunos reales y otros basados en he-
chos reales, contribuye a preservar el recuerdo de
una lucha que inició con el grito ¿Cuál es la ruta?, y la
esperanza de ¡que se vaya ese hijueputa!
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Mis motivos
Un disparo en el cuello
me dejó sin respiración.
Los gritos de mis hermanos
me hicieron pronunciar.
La sangre sobre mi bandera
derramaron mis lágrimas.
Mientras los abusos a inocentes
sacó mi enojo y rencor.
La injusticia me dio la valentía
de escribir al no poder marchar.
Alzando mi voz con fortaleza
al contar historias de mi pueblo.
El que me hizo y moldeó
y el que me motivó a protestar.
Para aquellos que no pueden
respirar aire de libertad.
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♫ Aunque siempre nos sigan amenazando.
Aunque repriman seguiremos marchando.
Vamos con Dios, la iglesia va mediando.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ♫
J. Nova
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Prólogo
El ser humano debe ser
el constructor de su pro-
pia historia, constructor
de su propio destino.
Los seres masas y veletas
deben, por dignidad
propia, dejar de existir. No tienen cabida en un
mundo de libre pensamiento.
Por consiguiente, se debe luchar con esperanza de
edificar un mundo mejor, una Nicaragua verdadera-
mente libre y soberana; teniendo como base hombres
y mujeres que la amen y le sirvan; sin servirse de ella,
sin saquearla, sin violarla, sin venderla ni sangrarla.
El mismo Dios nos hizo libres y respeta nuestra liber-
tad a toda costa. Nadie, absolutamente nadie, tiene el
derecho, bajo ningún pretexto, a usurparla. Por ello
es mi obligación como sacerdote, recordar siempre
que solo a Dios, como Creador y Señor, le debemos
nuestra creación y libertad y nadie puede arrebatár-
nosla, bajo ninguna argucia.
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En este momento los nicaragüenses estamos llama-
dos a poner las bases de una auténtica democracia,
justicia y libertad en nuestra patria. Estamos cansa-
dos de venir viviendo vida de esclavos, sin futuro, en
donde no hay esperanza.
Suenen, entonces, tambores monimboseños, que te-
nemos que seguir conquistando los derechos que
nos han sido usurpados por dictadores, traidores a la
patria y politiqueros baratos, que solo buscan sus
propios beneficios.
Hago un ferviente llamado a preservar en el camino
iniciado el 18 de abril del 2018 para construir nuestra
REPÚBLICA.
Nicaragua necesita de hijos que la amen porque está hecha
de vigor y de gloria; está hecha para la libertad.
Agradezco a Néstor la oportunidad de haberme to-
mado en cuenta y asimismo ser parte de su escrito
sobre la vivencia en San Miguel… que no termina
hasta no ver libre nuestra patria.
Bendiciones y un abrazo.
Padre Edwin Román Calderón
Iglesia San Miguel Arcángel, Masaya.
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Volviendo a abril
Iniciaron las quemas, más balas por allí.
Y así se encendió Indio Maíz.
Esa llama dio chispa a la furia.
Las reformas provocaron protesta
de viejitos que no tenían nada.
Y la respuesta de unos cuantos
a los que quisieron callar.
Los estudiantes en manifestación,
la guardia con intimidación,
protestas por donde quiera…
de ambos lados, de lejos y de cerca.
Y así fue como Nicaragua nunca sería igual.
Lluvia de piedras, truenos de morteros
neblina de fuego, lágrimas de gas.
Las balas volando y los cuerpos cayendo.
En el bastión se levantaron
mientras en Tipitapa, cayó Pavón.
Ya Nicaragua nunca sería igual.
Trataron de silenciar a los que informaban.
Los quisieron callar.
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Hicieron lo posible por llamar a la paz.
Los quisieron tildar.
Pero no pudieron, los minúsculos eran más.
Después murió Álvaro
y ya nadie podía respirar.
Franco tampoco podrá cantar.
Nicaragua nunca será igual.
Las latas luminosas cayeron como El Maíz.
Arrancaron las marchas y el pueblo salió.
El dictador se pronunció
y un diálogo aceptó.
En la costa murió un Ángel
dejando atrás su retoño.
Y al cortarle sus alas
Nicaragua nunca sería igual.
El dictador revocó y también concedió,
pero el daño ya estaba hecho.
Hubo torturas, varias calumnias
y la protesta continuó.
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Llegaron los campesinos, los curas también.
Y todos unidos marcharon sin cesar.
Porque en Nicaragua ya nada sería igual.
Con el son de tapar, pidieron vivir.
Con actos, tributos y falsos llamados.
Así la dictadura no pudo, ni podrá
La patria… ¡libre será!
Porque si bien el mes terminó
y otro arrancó…
En Nicaragua, cuando mayo empezó
abril volvió.
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♫ Un grito fuerte, desde abril.
Todos gritan ¡presente!
Un estallido sobre mí.
Un murmullo entre la gente (¡Justicia!) ♫
Monroy y Surmenage
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Ave María,
un canto para Olesia
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Recuerdo la primera vez que realmente le puse
mente a la música de ópera. Fue durante los inicios
de la rebelión, cuando las escuelas se suspendieron
porque era demasiado peligroso mandarnos a clases,
especialmente cuando aparecieron los tranques; los
buses no podían circular, y peor aún, cuando los del
gobierno mandaron a su gente a limpiar las calles. La
única música de ópera que realmente conocía era la
de Andrea Bocelli.
Mi mamá me mantenía ocupada en la casa. Me de-
cía:
—Mira hija… ¡el hecho que Nicaragua esté paralizada no
significa que vos vas a pasarla sin hacer nada!
Así que cada día, muy a las seis de la mañana, esa
señora me despertaba para ayudarla con los queha-
ceres de la casa.
Mi despertador no era un timbre. Mi mamá siempre
escuchaba las noticias por la radio para así estar al
tanto de lo que estaba pasando en el país. Y como no-
sotros no somos sapos, pero tampoco muy liberales
que digamos, la única emisora que mi mamá ponía
era La Corporación. Antes, ella decía:
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—Esa Corporación es la emisora de los liberales y los con-
tras; solo viven echándole tierra a Daniel.
Pero ahora:
—La Corporación es la única emisora que le echa tremenda
tierra a Daniel; ta ́bueno.
¡Quién la entiende!
Mi despertador era un anuncio muy peculiar de esa
emisora. Allí fue donde siempre escuchaba una voz
masculina que cantaba la canción Ave María, antes no
le prestaba mucha atención, pero eventualmente le
pregunté a mi mamá quién cantaba:
—Ni la menor idea, hija, pero está bien bonita la canción,
¿verdad? Me encanta la música de ópera. Lástima que no
es una mujer que la canta.
Debido a la curiosidad que me había entrado, tomé
mi celular y encontré una lista de canciones que, se-
gún el título, eran Las mejores canciones de ópera del
mundo. En esa lista aparecía la famosa Ave María.
Puse a sonar la lista y le subí el volumen a mi par-
lante. Mi mamá no se quejó, más bien me dijo:
—¡Wow… de algo sirvió ponerte ese despertador!
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Así que durante esos días sin tener que ir a clase,
aquel hombre desconocido me despertaba cada ma-
ñana con su voz suave cantando ♫Aaaaaaave Ma-
riiiiiiiiaaaaaaa♫, pero como no le entendía para nada
a la letra, más allá de esa parte, tuve que buscarla por
internet. Allí me di cuenta de que la letra era en latín
y que jamás iba a entenderlo si no lo traducía. Así que
la busqué en español para aprendérmela.
Todos los días me ponía a practicar la letra; a las seis
de la mañana, cuando La Corporación la sonaba, yo
todavía estaba con los ojos cerrados, tarareaba la can-
ción sin abrir mi boca y la letra se repetía en mi
mente. Cuando mi mamá me ponía a limpiar o lavar,
yo cantaba en voz baja, y un día mientras le ayudaba
a preparar la comida, me escuchó y me dijo que no
tuviera pena:
—Dale chavala… súbele a ese volumen tuyo que no te es-
cucho.
Y yo la complací…
♫Ave María.
Madre de amor y de bondad.
Alumbra mi alma, sé mi guía.
Madre mía, de mí ten piedad.
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Solo tú podrás mis pesares calmar.
Mis pesares calmar. ♫
Cuando tuvimos que volver a clases, habían pasado
casi tres meses. Logré aprenderme la canción en dos
semanas y cantarla al estilo ópera, según yo, al mes.
Mi mamá me grabó cantando con la escoba, que era
mi micrófono cuando estaba barriendo, sin que yo
me diera cuenta, y el vídeo lo subió a Facebook. A
pesar de la vergüenza de que todos me vieran en pi-
jama, el video fue visto por mis familiares y amista-
des y todos dieron su respectivo like. Mi mamá hasta
llamó a la Corporación para decirles que su hija can-
taba mil veces mejor que la grabación que ponían a
las seis de la mañana y que deberían poner a sonar a
una mujer.
En la escuela me empezaron a llamar La Pavarotti y
que Laureano Ortega debería tener cuidado que yo
le iba a quitar el puesto. Yo les decía que Ortega era
un cantante de ópera de quinta y que los únicos que
lo aplaudían eran sus amigos y los J.S.
En julio vi una noticia sobre el arresto de una mujer,
soprano en el coro de su iglesia en Niquinohomo, su
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nombre es Olesia Muñoz; cuando mi mamá llamó a
la emisora para pedir que pusieran mi voz yo pen-
saba que la que deberían sonar cada mañana era la
de la Olesia.
Con el tiempo aprendí más sobre ella; de su amor
por la música y su voz espectacular; supe cómo había
sido apresada y llevada a la cárcel y cómo la tortura-
ron, igual como torturaron a muchos que participa-
ron o apoyaron la rebelión. Traté de buscar vídeos de
ella cantando, pero no encontré uno solo.
Mientras la Olesia pasaba sus días en prisión, yo se-
guía cualquier noticia sobre ella. Cuando supe que
fue una de las presas que salió muy golpeada, me
llené de mucha tristeza. También me di cuenta
cuando fue declarada culpable de todos esos cargos
falsos. Dicen que ella se rehusó a ir a escuchar el ve-
redicto y que cuando llegó alguien a leer su senten-
cia, en vez de firmar su nombre, escribió:
¡Que se rinda tu madre!
Durante todos esos meses yo seguía escuchando
ópera. Desde Verdi hasta María Callas, me enamoré
de cada canción y cada verso. Lloraba cada vez que
escuchaba la Casta Divina y su letra de amor:
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♫ ¡Oh, hermoso! Vuelve e a mí
a tu fiel primer amor.
Y contra todo el mundo
yo seré tu escudo. ♫
Se me salían las lágrimas cada vez que llegaba a esa
parte, ya que mi novio de antes de abril es de familia
sandinista. Cuando la situación se puso fea y las cla-
ses se suspendieron, no nos pudimos ver. Pero en las
redes su familia estaba muy presente, hablando mal
de los puchos y los golpistas, palabras que la Chayo (la
mujer del dictador y dizque vicepresidenta) usaba a
cada rato en la televisión. Eventualmente él también
llegaría a publicar cosas bien feas sobre los Azul y
Blanco y antes de volver a clases terminé la relación;
siempre pienso que volverá a mí como dice la can-
ción, pero…
Un día salió Laureano cantando en la televisión. Mi
mamá y yo poníamos cara de repudio.
Mi mamá opinó:
—Ése no canta ni papa… vos lo hacés mejor hija.
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Yo solo me reí un poco y después respondí que la
que dejaría nuevo a ese Ortega era la Olesia, y que a
pesar de que nunca la había escuchado cantar estaba
segura que lo hacía mejor que él.
Yo me imagino que algún día, cuando se vaya esta
dictadura, la Olesia cantará en el Teatro Rubén Darío
y al terminar su presentación toda la audiencia se
pondrá de pie y le darán su merecida ovación, y yo
estaré allí, contenta y orgullosa de ser testigo.
Un día de junio, mi mamá me despertó gritando:
—¡Hija, hija… soltaron a más presos! ¡Allí vi a la Olesia!
Al oír esas palabras me levanté rápidamente y corrí
hacia la televisión. La Olesia estaba en un microbús, al
lado de Irlanda Jerez, la emoción que sentí me hizo
saltar de alegría. Vimos la trayectoria del microbús
que llevaba a los presos por las calles de Managua
hacia la catedral. Afuera de mi casa y por toda Nica-
ragua se oían gritos de felicidad.
Cuando todos se bajaron del vehículo, la Olesia se
paró frente a los periodistas y cantó. Finalmente
pude escuchar su voz. Durante esos minutos mi
atención absoluta era para el canto angelical de una
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mujer que no conocía, pero sentir la magia de su voz
me dejó hipnotizada. Y por casualidad de la vida, mi
héroe, Olesia Muñoz, cantó aquella canción que me
despertaba cada mañana y que ahora es parte de mi
ser…
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♫ El grito es con esperanza,
lo que nunca hemos perdido.
Avanzamos con obreros,
indígenas y con campesinos.
Forjadores de los sueños.
Sembradores de sus sueños. ♫
Moisés Gadea
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La mujer del sacuanjoche
Irlanda desde lejos
desea regresar
a seguir con su lucha
desde Nicaragua, su hogar.
Su misión firme
es también su deber.
Con sacuanjoche en lo alto
Irlanda va por doquier.
Vestida de azul
como el día que salió.
Con colores de la patria,
pero también de la prisión.
El constante recuerdo
de un sacrificio dado.
Irlanda siempre levanta puño
por su país tan amado.
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Con su voz exclama
lo que muchos deben saber.
Irlanda piensa y lo proclama,
porque querer es poder.
Mujer indomable
dirán por ser Jerez,
pero Irlanda es inquebrantable
no se rinde ante un revés.
La niña de Siuna
creció y se hizo mujer
que lucha por su patria
dando todo por su bien.
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Insurrección
Sufrías, sufrías y sufrías,
pero el silencio terminaría.
Pasó el tiempo
y la herida profunda se haría.
Generaciones pasaron
y no sanarías.
Un batallón de valientes,
jóvenes estudiantes
se resistirían
a la maldad y crueldad
de la tiranía.
¡Nicaragua mía,
tu pueblo se levantó!
No había armas
ni granadas.
Solo libros, huleras
y mochilas sobre las espaldas.
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Salieron los morteros,
pero también los sombreros
danzando, bailando,
y recitando.
Muchos cantaron
y hacían consignas.
También, la marimba sonó
al son de Monimbó.
Todo un pueblo en insurrección.
Nos vestimos de azul
y blanco.
Pintamos al Macho Ratón
y guardabarrancos.
Las mujeres penconas
llevaban sacuanjoches.
Y en las esquinas de las barricadas,
daban café por las noches.
Siempre no faltaba la que daba las aguas.
También fueron pico rojos
en todo el mundo.
Nunca dejarán de protestar por sus hijos
con solo un grito:
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—¡Prohibido olvidar!
Nicaragüita, esta es tu dicha
de tener mujeres con valentía.
De norte a sur,
de este a oeste.
Somos los nicas
clamando justicia.
¡Oh, Nicaragua libre serás!
En un futuro no muy lejano
te encontrarás
con aires de libertad.
Arlen Margarita Padilla
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♫ Marchemos hermanos con paso de titan.
Marchemos unidos a la libertad.
Marchemos sin miedo, sin ver hacia atrás. ♫
Mortero
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Candelas para la oscuridad
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El olor a cera quemada y el calor que desprende,
sirve de consuelo a muchos feligreses congregados
en la iglesia San Miguel Arcángel. Estos fieles a Dios
y Cristo, escuchan atentos al padre Edwin Román,
mientras ofrece su sermón dominical. Las personas
sentadas en bancas de madera se acomodan de la
mejor manera posible para escuchar las palabras del
cura, que a su vez hace un esfuerzo por hablar alto y
que su voz se pueda oír hasta el fondo.
—Hermanos, sean firmes y valientes, no teman ni se ate-
rroricen ante ellos, porque el Señor tu Dios es el que va con-
tigo; no te dejará ni te desamparará –decía el padre Ro-
mán, tomando palabras del Deuteronomio, para
trasmitir su mensaje ante los retos que la parroquia y
el pueblo nicaragüense están enfrentando.
Desde que el suministro de energía eléctrica le fue
cortado a la iglesia el 14 de noviembre, las misas y
reuniones de grupos para organizar actividades y
eventos han sido severamente afectadas. El padre
Román ha visto cómo por las noches las personas no
se acercan mucho al templo por motivos de seguri-
dad. Ha sido difícil ofrecer misas en la noche, aunque
sean iluminadas con filas de candelas, ubicadas en
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toda la iglesia, imagen que ha circulado en todas las
redes.
La escena de feligreses atendiendo servicios religio-
sos casi en la oscuridad, mientras afuera la ciudad
está iluminada, es casi surrealista. Muchos llegan con
sus propias luminarias y los monaguillos se prepa-
ran con ayuda de lámparas.
—Amigos, yo sé que ha sido dura esta situación. Muchos
me han preguntado durante este tiempo por qué no he
vuelto a demandar que reconectan la electricidad… la ver-
dad, hermanos, es que ellos saben lo que hacen; saben que
nosotros no les debemos nada, pero aun así nos dejan sin
luz. Como le dije a un periodista: si yo fuera un cura afín a
esta dictadura, esta parroquia la mantendrían súper ilumi-
nada. ¿Pero a qué costo?, ¿la de mi conciencia vendida? El
día vendrá cuando esta parroquia tenga electricidad… por
ahora, la luz de nuestra fe iluminará nuestro templo y ca-
mino.
Al culminar el servicio, una muchacha, ubicada al fi-
nal de las bancas, era la última sentada. Las puertas
se estaban cerrando y el padre Román, después de
despedirse de varias señoras afuera, entró.
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El cura vio a la joven sentada adentro y decidió acer-
carse. La muchacha lucía triste, con su mirada fija en
el altar y la cruz que colgaba en la pared.
—¿Todo bien, hija? –preguntó– observando que la
muchacha se notaba nerviosa.
La joven hizo señas con la cabeza de que estaba bien.
—Sólo pensando padre… pensando en cosas.
El padre Román no estaba convencido con su res-
puesta y le preguntó si tenía algo que deseaba plati-
car. Después de una pausa, ella volvió a mover la ca-
beza: —Sí.
—Padre Edwin… no sé cómo empezar. Mi mente me está
traicionando y siento que he perdido fe y esperanza para se-
guir. Estoy en una encrucijada emocional y siento que en
cualquier momento terminaré escogiendo el camino equi-
vocado.
El padre Román, que la oía atentamente, se sorpren-
dió. Notó que las lágrimas empezaban a correr sobre
su cara y cómo temblaban sus manos. Escuchó sus
palabras con mucha tristeza y tono de voz casi que-
brantado. El sacerdote levantó una mano, la puso so-
bre su hombro y le dijo:
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—Veo que quieres decirme más de lo que me has dicho
hasta ahora. Adelante hija… esta es tu oportunidad; es tu
momento de hablar con Dios. Dime todo lo que te tiene así.
La joven levantó cabeza y respiró profundo. Sus ma-
nos estaban sudadas y moviéndose entre piernas y
banca… nerviosa. En su mente pensó que era hora
de hablar con alguien y finalmente se animó… por
eso había ido a la iglesia, a pesar de que no se consi-
deraba muy apegada a la religión, pero sentía moti-
vación por ver al padre Román.
—Padre, no sé cómo describir lo que me sucede con otras
palabras que no sean estas.
Por casi treinta segundos y varios intentos de sacar
palabras, la joven empezó su confesión diciendo:
—A veces, por la noche, siento que todo es diferente y un
frío penetra hasta mi corazón y viaja por cada una de mis
arterias. Siento que ese frío pasa a través de mi cuerpo.
El cura escucha y le pide que continúe.
—La oscuridad que veo es tan densa, padre, y me envuelve
en un mar de imágenes de otro tiempo. Siento que en cada
imagen veo reflejado mi dolor a través de otros ojos. En mi
casa hay un reloj… de esos que uno escucha el tic-tac…
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siento que ese sonido retumba por todos lados y no me deja
tranquila. Padre, siento que estoy flotando sobre todas estas
emociones y sentimientos. No me deja dormir y si logro
conciliar el sueño, siento que mi piel se desgarra y cada
hueso de mi cuerpo se rompe. Padre, así pienso que es la
muerte.
Cuando el padre Román escuchó sus últimas pala-
bras, se acomodó en la banca, de manera que sus ojos
vieran de frente a la muchacha que, de tanta emo-
ción, sacaba más lágrimas. La joven aún tenía cosas
que decir y antes que el cura se pronunciara, levantó
la mano en señal de espera y le dijo que aún no ha
terminado.
—Siento que el tiempo que pasa es cada vez más eterno.
Sigo sintiéndome en aquel abril tan doloroso y a la vez tan
latente, donde mis amigos van y vienen, mientras otros pa-
san a un segundo plano.
—¿Al más allá? –preguntó el cura.
—Si padre… es tan difícil… Ahora, sus lágrimas eran
abundantes. La muchacha no puede contener su
frustración y en su cara se ve la depresión masiva
que siente.
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Esta muchacha, al igual que muchos como ella, sen-
tía rabia, porque después de casi dos años de lucha
cívica, su esfuerzo y el de muchos jóvenes estudian-
tes que sacrificaron su futuro y hasta sus vidas para
salir de un gobierno que reprime y roba a su pueblo,
ha sido en vano.
—Hija, entiendo muy bien lo que estás sintiendo. Esta lu-
cha ha sido difícil y ha drenado a muchos. La muerte de
amigos y seres queridos no es fácil de aceptar, especialmente
cuando nuestra situación no ve mejoría. Mira esta igle-
sia… tenemos más de dos meses sin electricidad, pero sé
que Dios está con nosotros y que este es solamente un obs-
táculo más en el camino hacia la libertad y la justicia. Dios
te quiere viva… viva para que puedas seguir aportando a
nuestro bello país. Los jóvenes como tú son el futuro que
necesitamos. Ten fe hija… Dios está con nosotros.
—Sí, padre, pero…
—¿Qué, hija? Yo entiendo que tu alma está rota y hasta
agotada. He visto cómo el odio de pocos ha causado dolor en
muchos. Pero la muerte… o pensar en ella, no es la solu-
ción. Dios tiene un plan para ti, y morir joven no es parte
de su plan, te lo aseguro.
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Mientras la conversación entre el padre Román y la
joven continuaba, afuera en la ciudad de Masaya,
alumbrada con fluido eléctrico, los ciudadanos se-
guían con sus vidas. Muchos de ellos sintiendo un
dolor similar al de la joven, otros, tratando de asimi-
lar cierta normalidad. La oscuridad dentro de la igle-
sia era más evidente. Tanto el salón como la joven re-
querían de algo que los iluminara y llenara de espe-
ranza. El padre tomó una de las candelas que estaban
en el suelo. La cera blanca llenaba el vaso y el calor
del fuego se acercaba a los dos.
—Cuando la oscuridad domina nuestras vidas, la luz nos
trae esperanza. Cuando la llama de la esperanza quiere apa-
garse tenemos que procurar cuidarla, dándole motivo para
seguir y no solo alumbrar, sino también llenar de calor
nuestras vidas. ¿Ves todas estas candelas?
La joven, ahora un poco más calmada respondió:
—Si padre… se ven bellas y alumbran la iglesia entera.
—Así es hija… ellos han tratado de llenar este lugar de
Dios con oscuridad. Han tratado de apagar nuestra luz,
nuestra fe. Pero no han podido, porque no necesitamos de
electricidad para alumbrar nuestros corazones…
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—¿Estas candelas representan fe y esperanza, padre?
En vez de responder, el padre preguntó su nombre.
—Me llamo Vale –contestó la joven.
—¿Y cuántos años tienes, hija?
—Veintidós, padre… y le seré honesta, en mis pocos años
de vida, el tiempo cuando me sentí realmente viva fue
mientras me reía en la barricada donde me atrincheré. Fue
allí donde me reía con personas que no he podido volver a
ver ni abrazar. Me siento perdida…
—Bueno, Vale, entonces llévate esta candela para que llene
de luz tu camino y mitigue la oscuridad que sientes. Con
solo el hecho de venir aquí y platicar conmigo, Dios te ha
iluminado un poco la ruta que debes seguir. No debes apa-
gar esa luz, hija; Nicaragua te necesita.
La joven tomó la candela y el padre le dio la bendi-
ción, haciendo la señal de la cruz sobre ella y la vela.
—Fe y esperanza –dijo la joven mientras miraba la
llama bendecida.
—Fe y esperanza hija… fe y esperanza.
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Al salir de la iglesia, la joven secó sus lágrimas y es-
bozó una sonrisa. Cuando entró a la parroquia de
San Miguel estaba decidida a dejar que la oscuridad
apagara su ser. Pero al platicar con el cura y salir del
templo, sostenía una candela que la iluminaría y
ayudaría a no perder su rumbo.
El padre Román, de pie en la puerta de su parroquia,
vio la joven caminar hacia lo desconocido…
—Vaya con Dios hija –dijo en voz alta y cerró.
45
Ms. Coppens goes to Washington
Volando por lo alto
la señorita llegó a la capital.
A ser reconocida
por su lucha digna.
A representar a un país en rebelión.
En casa la señorita es sinónimo
de valentía.
Con puño en alto y voz firme,
ella es una luchadora.
La señorita llegó a la tierra del águila,
al “imperio”, como dicen algunos.
Llegó a ser homenajeada
por su firmeza y dignidad.
Por representar a su patria
y aquellos que han sido callados.
Llegó con su constante sonrisa
y la cabeza en alto.
Llegó para decir “gracias”.
La señorita llegó a la capital.
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♫ Desde esas veces que empecé a saber de ti,
mi vida ya no era color gris.
Como el azul y blanco eres para mí. ♫
Harvin Lesage
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Hago una pausa para introducir la primera de tres
cartas. Cada una está dedicada a nuestra Querida Pa-
tria y fueron escritas por tres mujeres, cada una muy
distinta y especial.
Tres mujeres que han luchado, sacrificado y perdido
cosas que quizás no volverán.
Estas mujeres escriben a la Patria como si fuera una
mujer presente en sus vidas, que ha sufrido y lu-
chado tanto como ellas.
Cada mujer, sin importar si estás de acuerdo con ella
o no, tiene una voz que merece ser escuchada.
48
Arte: @Skinny.Yosh
♫ Las mujeres de mi tierra tienen tanto que decir.
Tienen la mirada firme
y un mundo por construir. ♫
Ceshia Ubau
49
Carta de una
ex presa política
50
Querida Patria,
quién diría que lo que me pasaría y lo que hoy hago
es por quererte tanto. Fue un sábado cuando llevé a
mis hijos a la finca de su padre, ya que ese día asistiría
a una marcha en Chinandega. Mis hijos estaban en la
piscina, mientras yo descansaba en una hamaca en
espera de la hora para irme. A eso de las once y me-
dia llegó la Policía departamental.
Joaquín –el padre de mis hijos– se me acercó y me
pidió mi celular; me dijo que mantuviera la calma.
Ese día amanecí con un mal presentimiento y no
quería estar en mi casa. Cuando supe que la Policía
estaba allí, por un momento, honestamente, pensé en
escapar. Pero rápido imaginé lo que pasaría después.
Mis hijos hubieran visto a los agentes y quizás el mo-
mento cuando terminara capturada. Yo no quería
que ellos vieran eso.
Siempre supe que ese día llegaría. Le pedía a Dios
que, si eso sucedía, no lo presenciaran mis hijos.
Llegué donde la Policía estaba esperándome – con la
frente en alto. Los agentes me enchacharon con mis
manos hacia atrás y me subieron a la patrulla. Solo
51
estuve veinte minutos en la estación y luego me tras-
ladaron a las mazmorras de El Chipote, en Mana-
gua… allí estuve encerrada cuarenta y ocho días.
Dos días antes, durante una marcha, unos paramili-
tares nos encañonaron. Le dije a mi amiga Marjorie
que prefería que me pegaran un balazo que ir a la
cárcel. Esas palabras volvieron a mi mente mientras
me llevaban en la patrulla. Tenía un miedo terrible y
trataba de prepararme psicológicamente porque los
rumores sobre las torturas en El Chipote eran aterra-
dores. No podía creer que, por participar en marchas
en contra del régimen, yo cayera presa. Pensé mucho
en mis padres y en el sufrimiento de ellos al saber la
noticia. Sentí que esa pesadumbre sería peor que la
de mis hijos. Al mismo tiempo sentí algo de seguri-
dad, pues era completamente inocente, no tenía por
qué tener miedo, pero lo tenía. Miedo de ser abusada
sexualmente; un miedo que, para mí, era lo peor.
Eran tantos sentimientos encontrados en tan poco
tiempo.
Durante mi tiempo en El Chipote pasaron muchas
cosas. Cuando me sacaron por cuarta vez a una en-
trevista, querían obligarme a grabar un vídeo que in-
culpaba de delitos graves a numerosas personas que
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ni siquiera conocía. Al negarme me enseñaron varias
fotos y vídeos que tenían de mis hijos. Me comenza-
ron a amenazar con matarlos si no grababa mi su-
puesta confesión. Pusieron una laptop sobre una
mesa y apuntaban una pistola sobre sus cabezas. En-
tre risas me decían: —Mirá hacia la laptop. Luego me
pusieron una bolsa negra en mi cabeza y empezaron
a golpearme… cabeza, cuerpo y dedos de mis pies,
con la culata de un arma, que imagino era un AK-47,
ya que había de nueve a once guardias con esa arma,
gritando: —¡Perra hijueputa te vas a morir… aquí valés
verga!, entre muchas cosas más.
Sentir esos golpes fue uno de los momentos más di-
fíciles de mi vida. Son hombres cobardes. Luego de
varios minutos de golpes e insultos me quitaron la
bolsa e intentaron obligarme a grabar el vídeo… me
negué. Estaba claro de lo que podían hacerme, pero
esta vez, una mujer se me presentó. Se hacía llamar
detective Rosa y dijo: —Póngale la dosis.
Me inyectaron en el brazo derecho una droga que me
durmió. Me llevaron a la celda y allí pasé el resto de
la noche. Cuando desperté, el dolor en todo mi
cuerpo, cabeza y pies llenos de sangre era horrible;
me sentía rara.
53
Hubo momentos que pensé que me iban a asesinar,
pero tenía la certeza que eso no les sería fácil, ya que
estaba segura de que había denuncias en las redes y
medios de comunicación.
Cada nuevo día, miraba al techo al despertar y sentía
impotencia y desesperación. No podía creer que es-
taba en una celda donde ni siquiera podía ver la luz
del día ni saber la hora. Trataba de calmarme, ya que
sabía que no estaba en mis manos salir de allí. Pensar
en volver a mi casa y ver a mi familia me daba segu-
ridad; poder decirles a mis hijos:
—Aquí estoy… no tengo nada de qué avergonzarme y us-
tedes tampoco.
Eso, y mi inocencia, me daban la motivación necesa-
ria.
Cuando mi hijo mayor cumplió años yo tenía cua-
renta y un días de estar en El Chipote. Creí que al me-
nos podía llamarlo y decirle que estaba bien y que
cuidara a su hermanito. Pedí que me permitieran
una llamada y me dijeron:
—No… no tienes derecho a nada.
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Me tomaron por sorpresa ese famoso 20 de mayo.
Me dijeron que tenía una entrevista con la Cruz Roja
y les creí. Me llevaron a la prisión La Modelo y nos
metieron en una sala; había como cien hombres allí.
Entonces pensé: —Nos van a dejar libres.
Querían llevarme en un vehículo sola; no quería
subirme.
Les dije: —Llévenme de regreso a mi celda.
Intentaron convencerme, pero fue imposible. Al final
me entregaron a mi familia que, al ser llamados por
la Cruz Roja, tuvieron que llegar a Tipitapa a reco-
germe. Salí caminando de La Modelo al lado de Joa-
quín y mi hermano Álvaro.
Aún llevaba puesto mi uniforme azul. Cuando inten-
taron quitármelo les dije: —Es mío y así voy a salir.
Al salir pensaba en mis hijos, pero también en el en-
tendimiento de que mi vida había cambiado y ya
nada sería igual. Solo quería llegar a casa y que nadie
me mirara.
En el fondo deseaba abrazar a mis hijos y encerrarme
sin tener que socializar con ninguna persona. Pero al
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salir de la prisión fui al hospital; estaba muy adolo-
rida de las golpizas que me dieron el 13 y 17 de mayo.
Mi gente me encontró antes de ir al hospital. Reco-
nozco que fui muy fría con ellos, mientras lloraban y
me abrazaban. Ni una lágrima derramé cuando me
vio mi amiga Marjorie; fui tan distante con ella, como
si nada. Llegué a sentirme muy mal por portarme así
con los que me habían esperado con tantos detalles.
Como mujer y ciudadana tuya, mi linda Patria,
siento la obligación, responsabilidad y ganas de lu-
char por nuestras libertades plenas. Perdí el miedo
por completo, ya que mis hijos y todo lo que he su-
frido me ha dado las fuerzas que necesito para estar
en esta lucha más firme que nunca. Pero, como ma-
dre, ha sido muy difícil separarme de mis hijos.
Nunca había estado sin ellos y siento la necesidad de
cuidarlos, darles amor y cariño, regañarlos de vez en
cuando, lavarles su ropa, cocinarles y ayudarles con
las tareas del colegio. Es difícil, amada Patria, y no es
justo todo lo que sucede y lo que ha sucedido.
La crueldad y las injusticias por pensar diferente y la
ambición de una pareja o de unos cuantos, es inhu-
mano.
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Pero… te amo, Nicaragua.
Te amo y me duele tanto tu sufrimiento. Estoy dis-
puesta a todo por verte libre. No ha sido nada fácil
tanta angustia que sentí por querer tu libertad, pero
todo ese dolor solo me ha fortalecido y llenado de es-
peranza de que pronto sanarán tus heridas. Sé que
pronto seremos libres Patria mía… como tanto lo so-
ñamos y necesitamos.
Tuya siempre.
Kenia
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A ti, Madre
Miles y miles más,
de la mano y enlazados
caminando en unísono.
Con fe y alegría madres…
y sus hijos.
Hijas y sus hijos;
esos hijos cayendo.
Madres de luto y sin razón
de celebrar.
Madres de luto y sin motivos
de felicitar.
Hijos que ya no están…
Madres tristes porque no vendrán
más.
Miles y miles más
con dolor para la madre…
Patria.
Deseando libertad y exigiendo
justicia.
Derramando lágrimas por esas
madres.
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Que vieron derramar sangre de
hijos.
A ti, Madre…
No te felicito, sino te admiro.
Tu fortaleza y dedicación;
tu incansable determinación
para ver a tus hijos volver a casa.
Donde su memoria será
y su lucha seguirá.
Sin olvidar…
59
La otra pandemia
60
La fila en un supermercado Palí de la ciudad se ex-
tendía casi hasta la calle. El guardia de seguridad, un
señor de edad media, y una joven empleada del sú-
per, estaban en la única puerta abierta, dejando pasar
a las personas poco a poco, para que el local no se lle-
nara demasiado y así evitar problemas, especial-
mente si empieza una disputa por algún producto
que ya está en escasez.
La muchedumbre, congregada en la puerta, hacía
casi imposible que una pareja de ancianos pudiera
salir sin ser empujados.
—Señores… den la pasada por favor; ¡tengan un poco de
cortesía! -dijo la joven.
—Pero es que este muchacho se coló y quiere hacerse el vivo
–dijo una señora.
—¡Vos sos loca, vieja gorda! –dijo el muchacho. Tengo
rato de estar aquí esperando. Te estás haciendo la “vistima”
para que la chavala te dé entrada. Aquí todos saben que yo
estaba antes que vos, ¿verdad?
El muchacho ve las caras de las demás personas,
pero ninguna le da la razón.
61
—Ideay, esa maje está entrando al suave amor… fíjate bien
– dice otro a la joven que, de tanto estrés, estaba llena
de sudor.
La joven grita: —Miren… si no hacen bien la fila voy a
cerrar la puerta y nadie entra, ¿entendido?
Esas palabras fueron suficientes para levantar una
ola de gritos, alaridos y unas cuantas palabras del
buen léxico nicaragüense.
Hacía un par de horas que, Rosario Murillo, vicepre-
sidenta y vocera venenosa del gobierno, había anun-
ciado el segundo caso oficial de Coronavirus en el
país. Al oírla, muchos se rieron de lo absurdo del co-
municado. Después de convocar a marchas, bailes,
canciones y caravanas promoviendo el Amor en tiem-
pos de Covid-19, la pandemia entró al país y la pobla-
ción se burlaba de los Zekeda. La gente no creía ese
cuento. Muchos estaban seguros de que se ocultaba
la cruda realidad.
—Oe… ¿qué hijuepúchica vas a hacer con ese carro lleno
de aceite para cocinar?
—Si hombre… clase loquera la tuya; dejá para los pobres.
62
—¿Y vos qué hablas? –responde el dueño del montón
de aceite —¿pensás morir con el culo limpio con todo ese
papel higiénico?
La gente se puso a reír.
En otro rincón de la ciudad
—Cuarenta, papá… ya te la llevás y no te enfermás.
¿Cuántas te doy? -grita un vendedor ambulante.
Un periodista independiente se acerca al vendedor
de mascarillas y pregunta sobre su negocio y la razón
por tan elevado precio.
—Vos sabés, hermano, hay que aprovechar la demanda.
—Pero están muy caras –dice un señor. Si normalmente
cuestan quince.
—¿Quince? Sería en otros tiempos, abuelo. Las vas a que-
rer, ¿sí o no?
—Bueno, dámelas, ¡y me das el vuelto correcto!
El señor toma su cubre boca y se va hablando:
—Cara esta verga. A ver si a los del Carmen los va a reven-
tar como a nosotros.
63
En una casa capitalina
Una agente policial recién graduada de la Academia
se acerca a una casa. A un lado de la puerta hay un
rótulo viejo y sarroso que dice: “Para el alivio del do-
lor, compre Paracetamol”. La joven toca y abre un jo-
ven, médico.
*Nota de autor: la mala ortografía en esta sección es
a propósito.
—Ola, vuenas. – dice la policía.
—Buenas. – responde el médico.
—No ce asuste, no ando aciendo nada malo.
—Ah, ok.
—¿Sabe lavarse las mano?
El joven médico decide seguirle la corriente a la poli-
cía para así ver si puede sacarle algo de información.
—Ah sí… es un señor, pero no ce contagió aki. Parece que
tiene “VH” y “Epertencion”.
“VIH e Hipertensión”, pensó el médico, pero decidió
mejor dejar las cosas así.
64
Horas después, cuando el joven, bajo el seudónimo
Dr. Paracetamol contó lo sucedido por las redes, con-
fesó que dejó entrar a la policía por lástima. Sabe que
ella simplemente es un instrumento más.
Durante una conversación por texto
—¡Dios mío!
—Si…
—Y todas esas personas que están allí con vos… también
son sospechosas de virus?
—Si.
Dos médicos, vestidos de verde de pies a cabeza, ha-
cen preguntas a una mujer en cama. Ella lleva puesto
una máscara de las que venden en las ferreterías.
Otra está en la cama siguiente… tosiendo. La per-
sona que está chateando con su amiga también está
en el mismo salón, esperando que le digan si está
contagiada o no.
Quienes trabajan en hospitales confiesan que los que
dirigen esos centros no les permiten usar mascarillas
“para no alarmar a la gente”. Tampoco los dejan usar
65
alcohol gel o que la gente los mire lavándose las ma-
nos a cada rato. Además, los comentarios están
prohibidos.
Al contrario de lo que dice el gobierno, los hospitales
públicos están llenos de casos sospechosos, pero solo
han reportado dos hasta el momento. Se dice que
puede haber muchos más, pero ahí, los casos y muer-
tes los diagnostican neumonía atípica. Los expedien-
tes los esconden para que nadie sepa la verdadera ra-
zón de la visita de cada paciente. Y aunque se dice
que cualquiera que llegue con síntomas sospechosos
es aislado de los demás, la verdad es que están re-
vueltos -según dicen los que hablan desde el anoni-
mato.
—¡Vieja mentirosa de mierda!
—¿Qué pasó?
—El viejo del segundo caso… se dijo que tenía rato de
sentirse mal y que, en vez de ir al Hospital Alemán, como
le dijo su doctor, se fue al Vivian Pellas.
—Pero la bruja dijo…
—¡Tapudencias!
—No me extraña.
66
En una carretera cualquiera
La Policía detuvo a un grupo de opositores que via-
jaban en vehículo. Los bajaron y empezaron a requi-
sar cada rincón; de arriba hacia debajo del automóvil.
Alguien los estaba filmando y a la vez brindando co-
mentarios a su reportaje. El vídeo fue publicado en
las redes.
—Bueno… ay tienen a la Policía haciendo el trabajo sucio
a este gobierno corrupto. Mírenlos… en vez de atrapar a
los verdaderos criminales o ayudar con esta peste que anda
rondando…
Otro hombre interrumpe:
—Pero si ellos mismos son los criminales. ¿Y qué peste
más grande que ellos? Mira cuántos han muerto a manos
de esos poli-sapos. ¡Qué Corona ni qué nada! Lo que hay
en Nicaragua se llama dictadura.
—Bueno… eso también -dice el que está filmando.
La Policía también ha amonestado y hasta confis-
cado mascarillas a personas que las llevan puestas en
supermercados, bancos y hasta en la calle. Le están
diciendo a la población que no hay de qué preocu-
parse y que no deben de incitar al pánico.
67
En una casa sandinista
El comunicado de la compañera Rosario, de que las
escuelas públicas se deben de mantener abiertas y
que actividades de Semana Santa y el Plan Verano
no se han cancelado, ha dividido hasta a las familias
sandinistas.
—Pero, ¿cómo se te ocurre mandar a los chavalos al cole-
gio?
—Si no los mandamos nos van a joder. Van a venir hasta
aquí a averiguar por qué no fueron. Las escuelas recibieron
su comunicado, y está claro que pretenden controlar la si-
tuación lo más que puedan.
—Y qué, ¿te importa más que cuestionen tu pinche lealtad
que la salud de tus hijos?
—No exagerés, por favor. Esta chochada del Corona es una
pendejada que la derecha está usando para desestabilizar
más al país. ¿Viste qué llegaron médicos cubanos? Tran-
quilízate, que esta loquera fabricada por los gringos no es
para tanto. Nuestra economía no puede seguir sufriendo a
causa de estos golpistas.
68
—Como que no… si los mandaron a marchar, a hacer un
supuesto simulacro. Los están exponiendo innecesaria-
mente.
—Ya vas de dramática. Espero que no te portés así cuando
vayamos a la playa.
—¿Qué?, ¿ya viste las calles? Si parece paro nacional allá
afuera. La gente tiene miedo. Déjate de estar de pendejo,
oyendo a la vieja ésa. A ver si ella anda en caponera por las
calles o sus nietos andan marchando. ¿Dónde está Daniel?
¿Por qué no sale? ¿Por qué no habla?
—Para eso está la compañera…
—¡No… para eso está el presidente, no ella! ¿Acaso tiene
miedo? Tal vez está pegado… ja, ja, ja, ¿te imaginas?
—¿Me imagino qué?
—Que a Daniel le dé el Coronavirus y se muera. Dicen que
el estilista estuvo en la boda de la Camila. Seguro el maje
estuvo besuqueando a toda la familia. Ya me imagino a la
gente celebrando si se palma.
—Pero ¿qué te pasa?, ¿querés meternos en problemas con
esos comentarios?
69
—No, pero ya estoy cansada. Este país va de mal en peor y
al ver cómo actúa el gobierno ante esta situación me ha de-
jado… Solo te digo, los muchachos se quedan en la casa. Y
olvídate de la playa. ¡En esta casa nadie se va a enfermar!
Le duela a quien le duela…
Y en El Carmen
—Y, para terminar, compañeras y compañeros, tenga-
mos mucha fe de que Nicaragua seguirá en victorias.
Nuestra tarea esencial es promover más y más Valentía y
Compromiso de Presente y Futuro, en Patria, Paz y Por-
venir a través de la educación, todas las formas de trabajo
en nuestra Economía Familiar y Creativa, en el campo y la
ciudad. No dejen de mandar a sus hijos a la escuela para
recibir esa Educación Espectacular y salgamos sin miedo a
celebrar en familia este verano maravilloso. Nicaragua
está siempre bendecida – tiempos de Dios, tiempos mejo-
res…
Rosario cuelga el teléfono mientras Daniel la ve con
la misma cara estoica de siempre.
—Eh… ¿Todo tranquilo? ¿Crees qué se tragaron el
cuento?
70
—Todo normal. Aquí no pasa nada, estamos hechos de vi-
gor y gloria –responde Murillo.
—Eh… ¿en serio? -pregunta Ortega, confundido.
—Claro, el virus más peligroso es la mentira.
71
Fuego en el barrio
Tocaron la puerta
ya que querían entrar.
Pidieron subir para así
poder matar.
Querían dar PLOMO,
pero no había modo
de lograr ingresar.
Prendieron fuego.
Incendiaron aquel hogar.
Los atraparon adentro
al no poder lograr.
Las llamas harían función
y en sus manos yace destrucción
de una familia entera.
El calor se encargó
de llenar de dolor
a un pueblo enardecido.
Dos pequeños adentro,
sin culpa de tanto horror.
Murieron por odio enloquecido.
72
♫ Que caigan flores sobre los muertos.
Que caiga lluvia sobre la sangre. ♫
Perrozompopo
73
Cristo en llamas
74
—Era un joven, un joven así de mi tamaño, delgado,
encapuchado con una camisa. Traía algo envuelto en
la mano. Llegó hasta donde nosotros. Alba Ramírez.
El encapuchado llegó a la puerta de la capilla
después de haber preguntado dónde estaba. Al-
guien que conoce la catedral de Managua no
preguntaría algo así; él nunca había puesto un
pie ahí, jamás había entrado a oír una misa, po-
nerse de rodillas a orar o encender una vela para
algún ser querido. No, el encapuchado nunca
había ido a ese templo – no sabía dónde estaba
la Sangre de Cristo.
Sacó lo que tenía envuelto en su mano y, en
poco tiempo, la capilla estaba consumiéndose
en llamas que salían por una puerta que lleva
hacia afuera. Las paredes cambiando su color
rojo original a gris, por el concreto, y finalmente
a negro por el humo de las llamas. La burbuja
de aluminio y vidrio que protegía la imagen de
Jesús, llegada hace tres siglos a lo que hoy es Ni-
caragua, era calcinada por el inmenso calor. El
encapuchado no se quedó para atestiguar su ac-
ción; salió tirado de ese lugar, corriendo hacia
donde tendría que haber una verja, la cual había
75
sido robada. Por ahí hizo su retirada victoriosa
– había cumplido su misión.
Cristo en llamas… Nicaragua en destrucción.
Cuando por fin llegaron los bomberos a apagar
el incendio, el daño ya estaba hecho y los feli-
greses que estaban en la catedral lloraban de an-
gustia y dolor. El olor a quemado penetraba el
templo entero y cuando pudieron ver el efecto
de lo ocurrido notaron que toda la capilla estaba
entre quemada y destruida… pero la Sangre de
Cristo a pesar de estar totalmente calcinada aún
seguía en pie.
—Jesucristo ha sido crucificado una vez más en Ni-
caragua, en su pueblo, en los injustamente privados
de libertad, en los humillados, en los torturados, en
cada inocente que ha sido asesinado. El rostro de Je-
sús crucificado y quemado es el rostro mismo de un
pueblo que sufre. Magda Alonso.
El humo que subía al cielo desde la catedral se
empezó a notar por muchos lados en Managua.
Poco a poco la gente salía a sus patios o solares,
ventanas y puertas para ver lo que estaba pa-
76
sando. Las redes sociales anunciaban la atroci-
dad y la gente inundaban páginas con comenta-
rios de tristeza y enojo. Un joven salió para ver
el humo negro y lloró. Él había vivido un dolor
similar, una tortura parecida. Durante lo fuerte
de la insurrección, fue secuestrado. Mientras es-
taba raptado fue víctima de torturas… quemado
con ácido de batería por paramilitares que deja-
ron en su brazo un recuerdo para toda la vida,
una cicatriz que, en ese momento mientras mi-
raba el humo que salía de catedral, le volvió a
llamar la atención… FSLN.
Lo sucedido en la capilla era una forma más de
tortura. Muchos dirán que fue terrorismo, pero
al final el nombre realmente no importa.
—Y no es la primera vez que hacen algo así. Sigue
doliendo ver la “Jean Paul Genie” convertida en circo
sin chiste cuando había cruces en memoria de las per-
sonas asesinadas por el régimen – Y ni olvidar el des-
piadado incendio en el Karl Marx, ¡basta de impuni-
dad!... Y eso resume el legado y acciones del FSLN:
quemar para callar y pretender olvidar. Rey Mapa-
che.
77
Cuando la Policía inició las investigaciones, mu-
chos estaban claros que la guardia orteguista
buscaría cómo manipular la escena y después
sacar un comunicado falso, a favor de la injusti-
cia. Tanta era la burla que el comisionado Julio
Sánchez, que todos conocen como beisbolero y
partícipe de la Operación Limpieza, antes de la
quema se tomó una “selfie” para su baúl de re-
cuerdos, mientras una anciana rezaba de rodi-
llas y su cabeza agachada.
Horas antes de que de la Policía emitiera su co-
municado oficial, la vicepresidenta y vocera del
gobierno, que hablaba por el canal oficialista de
siempre al mediodía, dijo: —Somos devotos de la
Sangre de Cristo… lamentablemente se combustionó
la estructura por la presencia de veladoras que coloca
la feligresía…
—La señora de los anillos afirma que fuego que car-
bonizó imagen de la Sangre de Cristo en su capilla en
catedral, no fue producto de una bomba lanzada por
una persona no identificada, a como afirman testigos,
sino producto de una veladora puesta por los feligre-
ses. ¡Resuelto! Luis Galeano.
78
Cuando el padre Edwin Román vio la publica-
ción de Café con Voz, donde además había una
imagen famosa de la “compañera”, muy mal
pintada y con la boca abierta –enseñando su
dentadura podrida- no pudo contener su moles-
tia ante las palabras de la esposa del dictador
Ortega. Y en las redes sociales hizo públicos sus
pensamientos al respecto:
—Me da repulsión esta imagen, porque representa
para Nicaragua: odio, destrucción y muerte. El fuego
en la Biblia es signo de purificación; para el demonio
es lo contrario. Ud. Rosario, piense en su alma,
Cristo a ud. también la llama, el tormento es también
para la eternidad.
El cardenal Brenes salió hacia donde estaban los
periodistas que esperaban comentarios del líder
religioso. Con mascarilla puesta, el cardenal ha-
bló con calma y desmintió las palabras de Muri-
llo. Contó que cuando aún vivía Miguel Obando
y Bravo, le había dicho que era mejor no dejar
veladoras o cortinas dentro de la capilla y que
eso seguía hasta el día de hoy. Brenes fue claro
ante los periodistas al decir que lo sucedido fue
79
“un acto planificado con mucha calma… un
acto de terrorismo”.
Pero cuando se emitió el comunicado de la Poli-
cía Nacional, no hubo ninguna mención de te-
rrorismo. El anuncio, además de desmentir in-
directamente las palabras de la vice dictadora
solo decía que no encontraron “residuos de pól-
vora artesanal, sustancias explosivas de origen
industrial, ni acelerante”, o sea, combustible.
También descartaron algún fallo eléctrico, pero
sí hallaron un atomizador plástico con alcohol
adentro, pero aún en buenas condiciones… ¡No
se derritió como el aluminio y vidrio que había
dentro de la capilla!
Sobre eso la gente empezó a opinar.
—Que megapayasada. Ni rastro de las famosas “ve-
ladoras” y ahora el alcohol “de alta combustión”
quemó todo, MENOS el recipiente que lo contenía.
Pensar que Nicaragua entera se deja manosear por
este nivel de imbecilidad desde El Carmen. Pedro
Molina.
Muchos imaginaban el poder de la bomba que
puso aquel hombre encapuchado, una bomba
80
que quemó de arriba hacia abajo –destruyendo
metal, techo y azulejos, pero dejando intacto
una botella plástica color naranja. Hablaban en
voz alta sobre la historia y cómo en su tiempo,
Mussolini, Franco e Hitler quemaron y destru-
yeron iglesias debido a que no compartían la
misma ideología. Mencionaban cómo la Chayo
había dictado sobre los hechos, aun cuando las
autoridades hacían sus investigaciones… ade-
lantándose -dirían muchos- para meter sus
mentiras.
—Actos de odio contra la institución que ha sido más
beligerante en la lucha por la democracia en Nicara-
gua: la iglesia católica. Quieren sembrar el terror de-
mostrando otra vez que no respetan nada. Ni los tem-
plos. Amalia del Cid
La gente recordaba las otras instancias donde
los mismos personajes hicieron la noche impo-
sible al Papa Juan Pablo II durante aquel acto en
el Malecón con gritos de “queremos la paz” o
cuando hirieron a monseñor Silvio Báez en Di-
riamba y cómo saquearon la iglesia de Jinotepe
o tiraron piedras dentro de templos en Masaya,
Matagalpa y León. O peor aún… esa noche
81
eterna para aquellos universitarios que tuvieron
que aguantar balas y ver muerte en la Divina
Misericordia. Pero también recordaban –con el
sarcasmo que se merece–, a esa pareja… esa fa-
milia que en búsqueda de volver al poder re-
tornó a la iglesia que ahora intentó destruir,
para pedir perdón y apoyo.
El día siguiente –1º de agosto– La Prensa, que ha-
bía publicado una portada acusadora, mostró la
catedral cercada por antimotines. La iglesia
Santo Domingo, en Las Sierritas, mantenía sus
puertas cerradas, pero afuera un grupo de per-
sonas querían entrar y llevarse al santo, mien-
tras otro grupo de “feligreses”, sin guardar nin-
gún tipo de distanciamiento, hacían la caminata
desde las sierritas hasta la vieja Managua, con
un santo que no era el verdadero.
Agentes policiales llegarían de nuevo a catedral
y se llevaron a Alba Ramírez, mientras limpiaba
los escombros. Fue jalada a la fuerza para su-
puestamente interrogarla sobre los sucesos del
día anterior.
82
—No me deje sola, padre –dijo al ser transportada
al nuevo Chipote.
Horas más tarde, un nuevo comunicado fue pu-
blicado con el testimonio de dos personas que
aseguraron que no vieron a un tal encapuchado
y que sí había una candela encendida sobre un
candelabro, además del atomizador color na-
ranja. Ahora sí: la Policía daba la razón a la jefa.
Ese domingo, la catedral permaneció ocupada
por agentes policiales y el cardenal Brenes no
pudo entrar a la capilla para celebrar misa. Tu-
vieron que celebrar con la presencia de una
cinta amarilla que cruelmente decía “prohibido
pasar”.
La Sangre de Cristo se volvió una víctima más…
un preso político más en Nicaragua.
A raíz de la rebelión de abril, la Catedral Metro-
politana ha sido sede de múltiples eventos:
cuando la rusa llegó a tirar ácido al padre Mario;
cuando turbas llegaron a acosar la misa de
cuerpo presente del sacerdote y poeta Ernesto
Cardenal, volviendo a reclamar la “paz” que
tanto dicen querer, pero demostrando todo lo
83
contrario al agredir a periodistas independien-
tes y otros asistentes. También el día que un
hombre entró con todo y su moto a las gradas
del altar y las veces que el templo sirvió como
centro de acopio y asistencia médica para los
Azul y Blanco.
En ese lugar durmió Tamara Morazán mientras
su hermano Jonathan yacía muerto en el hospi-
tal Vivían Pellas.
—Con este acto terrorista Cristo ha sido golpeado,
porque Él recibe los golpes que no quiere que su pue-
blo reciba. Esa imagen de la Sangre de Cristo, así
cómo está carbonizada también resucitará. Monse-
ñor Silvio Báez.
Los feligreses pidieron que ni la capilla ni la
Sangre de Cristo fueran restauradas. Quieren
que todo quede como un recuerdo más de la
persecución y odio de la pareja dictatorial y sus
fieles seguidores.
Al concluir la supuesta investigación de la Poli-
cía, se “dio por esclarecido” que el vapor del al-
cohol que salió del atomizador subió hasta ser
84
alcanzado por el calor dentro de la capilla, vere-
dicto que causó risas, comentarios sarcásticos y
otros no apropiados y hasta videos de pruebas
científicas que algo así es imposible de ocurrir,
a menos que fuese en la Nicaragua de los Or-
tega-Murillo.
En las redes sociales también volvió a circular
un video grabado en un pasado no muy lejano,
y que muchos usaban para describir al sandi-
nismo y aquellas personas que todavía creen en
ello:
—El sandinismo es lo único que saben… el capricho,
el garrote, la sangre, el asalto, las turbas, el incendio,
la asonada… Qué triste. Deberían civilizarse algún
día. Expresidente Enrique Bolaños.
85
Indiferente
86
Pocas horas antes de su muerte, la respiración era
casi imposible de lograr. El dolor en sus pulmones
era inaguantable. La culebra que recorría su esófago
y llevaba oxígeno al órgano necesitado de aire era lo
único que mantenía con vida al pobre en su cama
hospitalaria. Las lágrimas que corrían por sus cache-
tes, sus manos empuñadas por el dolor y la soledad
que había a su alrededor eran suficientes para desear
la muerte que muchos prefieren huir.
Una enfermera se acercó al paciente para revisar sus
signos vitales; seguían iguales… muy mal. Ella lo
quedaba viendo con mucho pesar y miedo. Esa mu-
jer no deseaba contagiarse y ser una más. Mientras lo
chequeaba, el hombre intubado deseaba hacerle pre-
guntas, pero sus palabras no lograban salir. Los pen-
samientos quedaron frustrados en su mente y eso le
proporcionó aún más dolor.
—Señora, escúchame, ¿estoy mejorando? ¿será que me
pueda dar algo para este dolor? –eran sus pensamientos.
Él sabía las repuestas, pero no quería aceptarlas.
La noche anterior había soñado que departía con
amigos en algún bar en Managua. Cuando los dife-
rentes movimientos pedían a la población quedarse
87
en sus casas, como acto de paro de consumo, él no
hacía caso a esos comunicados. Pasaba sus fines de
semana saliendo con amigos, comiendo en el Fri-
day’s y bebiendo en bares de la Zona Hippo’s. Salía
con su novia a algún club para gozar una noche de
bailes pegados y momentos románticos.
Leía en las redes a quienes apoyaban la rebelión.
Cuando alguien le preguntaba por qué él no se que-
daba en casa y apoyaba la iniciativa de no darle más
dinero al gobierno, siempre contestaba de la misma
manera:
—Necesito salir maje, no soy de quedarme en casa.
Y así es la mentalidad de muchos nicaragüenses…
las excusas quizás distintas, pero el mensaje, pare-
cido.
Cuando la amenaza del COVID-19 llegó al país, mu-
chos tomaron la decisión de imponerse la auto cua-
rentena, encerrarse en sus casas para cuidarse del vi-
rus que, pese a ser negado por el MINSA, a través de
comunicados de la Compañera, era más que evi-
dente que estaba atacando personas que no se esta-
88
ban cuidando adecuadamente y que no era un sim-
ple virus de ricos y burgueses, como dijo un propagan-
dista del régimen.
Cuando la comunidad sandinista fue convocada a
numerosas actividades, dándole la bienvenida a la
pandemia con “amor” socialista y cristiano, él salía a
pasear; visitaba gente en sus casas, vagaba en Gale-
rías o se tomaba sus tragos en algún restaurante. Su
novia no lo acompañaba. Ella le dijo que era mejor
prevenir que lamentar, pero él hizo caso omiso.
Sentado y bebiendo, el hombre veía las pocas perso-
nas que circulaban en el centro comercial. Algunos
llevaban puestas mascarillas, otros no. Les parecía lo-
cura usarlas. Con cada trago analizaba la situación,
pero no llegaba a ninguna conclusión.
Cuando un compañero de trabajo se enfermó, la em-
presa mandó a todos a practicar “distanciamiento fí-
sico”, pero dijeron que nadie tenía Covid. Ese com-
pañero nunca volvió. Una semana después fue de-
clarado muerto. Había ido a un hospital público,
donde ingresó, pero jamás salió… vivo.
89
Durante una llamada con su novia, la muchacha le
pidió que no llegara a su casa por un tiempo. Sus pa-
dres no querían enfermarse y lo mejor era protegerse
ante cualquier peligro. Estaba molesto, pero enten-
dió.
En casa, su familia estaba haciendo lo necesario para
protegerse de la pandemia. Solo iban al supermer-
cado cada dos semanas y se las ingeniaban para no
aburrirse del encierro. Pero él no podía con eso. Salía
a pasear en su carro por las zonas usualmente fre-
cuentadas. La mayoría de los lugares estaban casi va-
cíos o cerrados por falta de clientes. Optó por ir a ver
una película.
Una noche de verano despertó con mucho calor, a
chorros de sudor. Se levantó a buscar pastillas y un
vaso de agua para bajar su calentura
Al despertarse sintió un pequeño dolor en el pecho.
Al final del día, la tos y otros síntomas se le habían
desarrollado. La segunda noche fue fatídica.
Al pasar los días sentía que estaba empeorando. Le
costaba respirar. Su novia, preocupada por él, le im-
ploraba que fuera al hospital.
90
Su padre lo ayudó a subirse al carro y lo trasladó al
hospital más cercano. En la entrada, el personal de
recepción dijo al padre que no podía pasar más allá
de la sala de espera y que lo mejor era que se fuera a
casa. El señor firmó el papeleo nombrándolo respon-
sable del paciente ingresado y este fue llevado aden-
tro, hacia un salón donde estaba una cama.
Tenía mucho miedo y veía a otros pacientes en peo-
res condiciones que él. Una enfermera llegó a tomar
sus signos vitales; le dijo que no estaba mal y que,
cuidado, se recuperaría pronto y saldría rápido de
allí. Pero no fue así.
Al día siguiente su estado desmejoró muchísimo. Pa-
saban las horas y se agravaba. Un médico dio la or-
den de intubarlo cuando vio que se estaba ahogando.
El dolor del paciente era insoportable y nomás le
quedaba llorar de angustia.
Lo único que le venía a la mente eran todas las for-
mas con las que pudo evitar caer en esta situación. Si
tan solo se hubiera quedado en casa, usado mascari-
lla o practicado el distanciamiento.
91
Otra enfermera llegó a revisarlo. No le dijo que todo
estaba bien. Creyó que su paciente dormía y antes de
irse movió su cabeza en señal de “pobrecito”. El
hombre alcanzó a verla y cuando dio la vuelta dijo en
voz baja a otra enfermera que seguro él era de los que
tampoco practicaron los paros de consumo.
El hombre no sabía qué pensar. Estaba ante la mer-
ced del hospital y de Dios. No sabía si vivirá o mori-
ría. Las lágrimas brotaban, la desesperación no ce-
saba y el dolor dominaba su cuerpo.
Murió esa noche. Su indiferencia lo mató. Pasó a ser
un número más, en un país donde las estadísticas
son manipuladas a favor del gobierno. Su entierro
fue exprés y nadie pudo decirle adiós.
92
Dos señoras
Mientras viajan por el mundo
dos señoras hablan de su nación.
Buscando justicia ante un moribundo;
unidas bajo una misma causa.
Cobijadas por la patriótica manta
dos señoras hablan de dolor.
Siempre llenas de esperanza;
manchada de sangre la bicolor.
Aún con el recuerdo de una bala sin detente
dos señoras expresan su emoción.
Una en el cuello y otra en la frente.
Si no hay justicia tampoco habrá perdón.
No olviden de esa lucha civil,
dos señoras nos traen en mente.
De los que cayeron desde abril
y los que se alzan en alto la frente.
Para Lizeth Dávila y Josefa Meza, de las Madres de Abril.
93
El éxodo de Sayra
94
En Ciudad de Guatemala, Sayra Laguna camina
hasta llegar a la séptima avenida, una de las calles
más transitadas de la ciudad. Ahí, frente a la Plaza de
la Constitución, está la Catedral Metropolitana del
apóstol Santiago. Al llegar al templo, Sayra ve algo
que le llama la atención y se acerca. En la parte iz-
quierda de catedral hay una imagen de la virgen Ma-
ría cargando a su bebé, Jesús, con las palabras Reina
de la paz – ruega por nosotros.
De su bolsito marrón –colgado sobre su hombro, Sa-
yra saca su bandera azul y blanco y la extiende; su
cara tapada con la máscara que la protege del conta-
gio brutal de una pandemia que no ha perdonado.
Esa máscara esconde sus emociones de esperanza, la
misma que muchos deben sentir cuando saben que
están cerca de volver a casa. Alguien le toma una foto
para la memoria. Sayra tenía varias semanas de ha-
ber partido hacia Nicaragua, pero apenas iniciaba su
verdadera odisea rumbo a “La Bendición”, en la
frontera entre Guatemala y Honduras.
•••
95
Un 6 de diciembre, Sayra fue tildada de “golpista”.
Al ganar la medalla de oro en los Juegos Panameri-
canos, aprovechó el momento para dar su apoyo a la
lucha contra de las múltiples injusticias en el país.
Con la cabeza en alto dio un respiro profundo y llena
de nervios, por saber el pronto efecto de su acción,
sacó un papel que enviaba un mensaje claro a su pa-
tria:
De lo más profundo de mi corazón
dedico esta medalla a mi Jesús
y a todas las personas que
han muerto en mi país.
Aquellos individuos, fieles al régimen, dijeron que
era una “malagradecida” y la acosaban a diario.
Cuando el Instituto Nicaragüense de Deportes deci-
dió honrar al comisionado Ramón Avellán, Sayra no
pudo más y sus palabras publicadas en las redes so-
ciales dieron pautas a nuevos rumbos en su vida:
Son una mierda. Premian hasta a los
asesinos. Sí que este país necesita
un gran cambio, hasta en el más
último rincón del Instituto.
96
•••
El grupo de 44 varados llegó a la zona fronteriza en-
tre Guatemala y Honduras llamada Corinto, igual
que el puerto en Chinandega. La frontera está cerca
de la Bahía de Omoa en el caribe y Amatique Bay por
el lado de Belize. Corinto sería el lugar donde el
grupo tendría que esperar hasta que el gobierno de
Nicaragua, por medio de su embajada en Ciudad de
Guatemala, otorgara carta de solicitud para que el
gobierno hondureño diera permiso especial de “tras-
lado humanitario”. Pero la representante de la dicta-
dura, de manera pedante, como muchos empleados
del régimen, se negó a aceptar la solicitud del grupo.
Después de varios días, algunos hablaban de pasar
al territorio catracho por algún punto ciego y con la
ayuda de coyotes. Al escuchar esto, Sayra se rehusó a
aceptar esa opción ilegal. Ella deseaba ver de nuevo
a su familia y terminar con un viaje del cual sentía
cierto arrepentimiento, ya que las cosas no resultaron
como ella había pensado; pero prefirió pisar tierra
hondureña por las buenas. Mientras tanto, ella y el
resto del grupo esperaban en la gasolinera “La Ben-
dición”, a escasos metros de la línea fronteriza.
97
•••
Cuando Sayra supo que su padre se contagió de Co-
vid y sus dos abuelas estaban delicadas por otros ma-
les, tomó la angustiada decisión de poner en pausa
su sueño de salir adelante en el deporte y hacer un
éxodo de regreso a Nicaragua, a pesar de ser una
opositora, que tuvo que salir debido al acoso y hosti-
gamiento de gente de mal corazón. A pesar de las cir-
cunstancias respecto a la pandemia, ella estaba ha-
ciendo lo posible por salir adelante en algo que le en-
cantaba hacer: el CrossFit.
Su viaje por México fue agradable y linda experien-
cia, pasando por el desierto del país azteca rumbo a
Guatemala a bordo de un furgón. Fue cuando entró
a territorio chapín que su odisea se convirtió en fea y
frustrante. Al pasar los días y los kilómetros, la co-
mida escaseaba, siendo sacada de varios lugares
donde lograba obtener posada. En su mente, pasar
por Guatemala era la peor decisión que pudo haber
tomado, pero no le tocaba más que seguir adelante,
ya que viajar por El Salvador no era opción viable,
debido a las fuertes restricciones de ese gobierno ante
la pandemia.
98
El éxodo de nicaragüenses ha crecido por motivos
políticos, sociales y económicos. muchos han tenido
que regresar a su patria debido a las circunstancias
generadas por el famoso Coronavirus, incluidas
1,008 personas que viajaban de Panamá y los vara-
dos en la costa Caribe. A pesar de que las fronteras
de Nicaragua nunca fueron cerradas, fue nulo el
apoyo del gobierno para repatriar a sus ciudadanos,
que pedían los dejaran entrar.
•••
La gasolinera “La Bendición” está sobre la carretera
CA-13, que lleva a la frontera con Honduras. De allí
son diez horas de viaje en bus, pasando por San Pe-
dro Sula, hasta llegar a Las Manos, puesto fronterizo
con Nicaragua en el departamento de Nueva Sego-
via. De allí, son cinco horas más a Managua.
Al fondo de esa gasolinera, donde furgoneros y otros
viajeros se detenían a buscar combustible y después
seguir su camino, había un minisúper. Los dueños
dieron permiso al grupo de utilizar el pasillo para
descansar y dormir por la noche. Todos se acostaban
en el piso, aguantando frío bajo las estrellas. Entre el
99
grupo había una muchacha con ocho meses de em-
barazo y sus pies inflamados; una niña pequeña, que
caminaba con diminutos zapatos grises de cordones
rosados y unos señores hipertensos o diabéticos. Las
normas de distanciamiento son difíciles de respetar,
pero todos hacían el esfuerzo. Al avanzar los días, a
Sayra le dio alergia en todo el cuerpo; recibió medi-
camento, pero no le había funcionado.
No todo fue malo. El grupo recibió asistencia de
Cruz Roja, ACNUR (Agencia de las Naciones Uni-
das para Refugiados) y de un padre salesiano; no les
faltó comida ni atención médica. El Ejército de Hon-
duras dejó cruzar temporalmente a los varados para
que pudieran asearse. Aquella niña de zapatos grises
saltaba de alegría cada vez que cruzaba la frontera,
mientras los adultos caminaban, sabiendo que ten-
drían que regresar al otro lado.
Después de ocho días y durante una tarde de lluvia
torrencial -que provocó que el agua subiera sobre el
pasillo donde el grupo pasaba sus noches- apareció
un enorme grupo de haitianos. La cantidad de per-
sonas en un solo lugar y bajo las condiciones de la
pandemia ponían de punta los nervios de Sayra.
100
El Ejército de Guatemala guardaba el orden, mien-
tras muchas personas buscaban cómo acomodarse
en un espacio que, para empezar, ya estaba lleno.
Dos días después, Sayra recibió una noticia que ja-
más quiso tener en las circunstancias en que estaba:
su bisabuela, su “mamita Tona” había fallecido y ella
no pudo estar a su lado para darle un último abrazo
de despedida. Las emociones no dejaban de gol-
pearla, quitándole el sueño mientras todos dormían.
A pesar de que Sayra haya pasado malos ratos mien-
tras circulaba por Guatemala, las experiencias solo la
fortalecieron y su fe nunca se desvaneció. Por las no-
ches, mientras fijaba su mirada hacia la luz de las es-
trellas, pensaba en el porvenir. La incertidumbre de
volver a su país mientras el régimen seguía en el po-
der, sin respetar ni responder ante la pandemia del
Covid la hicieron pensar en lo que haría después. Sus
planes siempre han existido y su deseo de superarse
siempre estará…
Sayra no se da por vencida –es una guerrera. Sueña
con llegar a su casa y abrazar a sus padres y sobrina,
que cariñosamente llama la Pikiloco; sabe muy bien
que ha sacrificado mucho para estar en ese puesto
101
fronterizo. Pero igual que durante una pelea compe-
titiva, de las muchas en su carrera, si ella está en el
piso y su contrincante tiene la ventaja, esperando que
el juez detenga el combate, ella no se rinde y lucha
por levantarse.
Finalmente, el gobierno de Honduras otorgó per-
miso para ingresar y transitar por el país para llegar
a la frontera con Nicaragua. El apoyo recibido de go-
biernos, organismos e individuos ayudó a que este
momento llegara.
En su mente, Sayra Laguna repite con ansias las pa-
labras: Ampáranos, Señor, a miles de kilómetros de su
patria y su familia, esperando el momento de po-
nerse sus zapatos blancos, montar su bolsito marrón
sobre su hombro y cruzar por debajo del rótulo
verde que divide un país de otro y que dice:
“Feliz viaje – Bienvenido a Honduras”.
102
♫ ¿Qué vas a hacer cuando lleguen a tu casa? ♫
Milly Majuc
103
Carta de una
activista universitaria
104
Querida Patria.
Jamás creí que estaría aquí, escribiéndote de esta ma-
nera. La chavala que fui no es la mujer que soy ahora.
Las emociones y sentimientos que se apoderaron de
mí, durante mi juventud y antes de aquel abril, fue-
ron de apatía y conformismo. Antes había mucha
falta de información y desinterés total. Siempre,
cuando estaban las noticias, prefería cambiar el canal
o simplemente apagar el televisor. La política tradi-
cional: corrupción de los que mandaban “desde
abajo” y la oposición falsa de esa época, que se la pa-
saban haciendo pactos de conveniencia, aislaba a
muchos jóvenes, como yo.
Pero siempre he sido pinolera. De chavala me identi-
ficaba con cuestiones culturales y la gastronomía lo-
cal. Pero, en cuanto a ser una nicaragüense que de-
fendiera la importancia de los derechos humanos o
que las cosas, políticamente hablando, se hicieran
bien… eso nació en abril.
Todo inició con las protestas de Indio Maíz. Estaba
molesta con la pasividad sobre el manejo de nuestra
reserva. Contrario a lo que puedan pensar muchos,
105
nunca había participado en alguna protesta o activi-
dad de tema político, ambiental o feminista… ¡Nada!
Pero cuando iniciaron esas protestas, no estaba en
Managua y no pude asistir. Cuando regresé era jus-
tamente el 19.
Un día antes habían golpeado a los viejitos en León,
y eso para mí fue una detonante – estaba arrecha,
llena de indignación e impotencia. Recuerdo muy
bien las palabras que corrían por mi mente:
— ¡Puta… esos majes siempre han hecho lo que han que-
rido!
Pero ya… era demasiado; era suficiente y había que
hacer algo para ponerle un alto a eso.
Te seré honesta, Patria mía, ese 19 –al volver a Mana-
gua y salir de mi casa para ver lo que pasaba en mi
UNI querida, se me hizo imposible dar vuelta atrás.
Vi como los antimotines y Juventud Sandinista ata-
caban con bombas lacrimógenas y balas de salva a
muchachos indefensos que solo portaban piedras.
Las emociones que sentía y las ganas de hacer algo,
la necesidad de un cambio y transformación pro-
funda fue lo que hizo que me quedara a luchar y ser
106
solidaria con los que estaban a mi alrededor. Empecé
a usar mi casa como refugio y llegué a albergar varias
personas. Después me metí en problemas, los que
causarían persecución en mi contra.
Durante mi exilio de casi cuatro meses, la crisis había
explotado. Me ubiqué en Costa Rica para ayudar en
temas humanitarios a miles de exiliados. Mientras
estaba ahí, cociné para los refugiados, creé y entregué
paquetes, organicé censos, entre otras cosas. Mi tra-
bajo era ayudar a los que, como yo, tuvieron que salir
huyendo.
Fue una etapa sumamente difícil en mi vida, pues
nunca había vivido afuera. Eso me agobiaba y me
dejaba con una depresión que me hacía colapsar; lo
llamaba mi mal de patria. Lloraba por las ganas de vol-
ver y hacer oposición, que solo es posible desde
adentro. Luego, esa desesperación por regresar me
obligó a entrar por veredas. Aún me río al pensar en
aquel momento que tuve que tirarme el famoso mu-
rito. No andaba botas puestas y había un lodazal por
la lluvia que caía. El hombre que nos estaba pasando
y que llevaba mi mochila se cayó de lo resbaloso del
camino, mientras yo me pegué una descachimbada
107
cuando me tiré por ese muro y terminé con el brazo
rayado.
Ya de vuelta en Managua, los piquetes habían ini-
ciado. No creas que al regresar había salido de una
vez a la calle. A pesar de que estaba de vuelta me sen-
tía aterrorizada y con síndrome de persecución. Pasé
un mes encerrada en el cuarto de una casa y para mí
fue difícil salir. Al pasar ese tiempo y con valor para
emerger, parecía venado corriendo por todos lados,
queriendo hacer protesta donde fuera, como las que
hacíamos en Metrocentro, donde multitudes mani-
festaban su rechazo a la dictadura.
Aquel secuestro, que todos conocen, no era el primer
escenario de persecución que había vivido. Nunca se
lo había contado a nadie ni lo había hecho público en
las redes o noticieros; tampoco lo denuncié, pero ha-
bía sufrido un momento que me asustó mucho.
Duró más de dos horas y fue una operación bien
coordinada. Presumí que eran policías por la vesti-
menta que tenían. Eran como diez motos, pero al fi-
nal quedaron tres, y aunque siempre mantenían su
distancia, lo hacían de forma específica; acosando y
llenándome de estrés.
108
Pensaba en mi familia. Es difícil explicar la sensación
que sentía al pensar en ellos. He vivido golpes y per-
secuciones, y me considero una persona mental-
mente preparada para enfrentar cualquier conse-
cuencia, pero la familia de uno nunca está lista para
sufrir un daño emocional… y uno sufre por los su-
yos. Sufre porque la otra parte está devastada y en
constante agonía.
El amor que tengo a mi familia es igual al que siento
por ti, amada Patria. Mi familia despierta en mí un
sentimiento de sobreprotección; he llegado a ser la
Superwoman, la que cuida a todos.
He sido una especie de madre para mi hermana y es-
toy segura de que ella me ve de la misma manera.
Así que, cualquier tortura que recibí cuando me se-
cuestraron no pasó a más, pero saber que estaba cau-
sando daño a mi familia, en especial a mi hermanita
que me quiere… eso es difícil. Ella me contó después
que no podría sobrevivir otra situación como ese se-
cuestro. Todos en mi familia pensaban en lo peor.
En los primeros días, después de ese evento, tenía pe-
sadillas de estar amarrada de manos y pies – lo sentía
109
físicamente a pesar de estar dormida. También so-
ñaba que los antimotines llegaban a mi casita para sa-
carme. Es horrible estar dormida y pensar que te es-
tán buscando, que tenés que tirarte muros, escon-
derte y hacer miles de cosas para que no te atrapen.
No me arrepiento de haber hecho lo que llevaría a mi
secuestro. Estoy totalmente segura y convencida de
que, si llegase a pasar nuevamente, lo haría todo de
nuevo con más fuerza y consciencia. Uno sabe a qué
y contra quiénes se mete y, aunque sea difícil, hay
que asumirlo con responsabilidad. Eventualmente
llegué a superarlo a pesar de que a veces tengo esos
sueños, pero mi familia no.
Era importante para mí pasar a otro capítulo en mi
vida, ya que había mayores cosas de qué preocu-
parse y sentía que mi voz se necesitaba escuchar.
Pero reconozco, Patria mía, que soy mujer de criterio
propio y no tengo problema en expresar mis puntos
de vista de manera libre. Simplemente… soy inde-
pendiente. Pero, lastimosamente eso significa que
me hayan convertido en “divisionista” y “propagan-
dista”.
Yo sé… hay quienes dicen:
110
—No, es que a esta chavala le encanta llevar la contraria.
—Quiere protagonismo.
—No sabe lo que dice.
Me han puesto en primera fila y buscan cómo desca-
lificarme. Pero gracias a que he sido consecuente con
lo que digo y hago, la gente ve y me da la razón.
Si… yo critico y trato de que se corrijan esos errores
que cometemos, pero eso no significa que quiero lle-
varme cierto mérito o dañar a alguna persona, todo
lo contrario…
Siento que hay quienes me ven de forma equivo-
cada. Estoy convencida de que puedo aportar…
Pero es difícil hacerlo cuando los espacios son her-
méticos y te llaman divisionista cuando tu voz entra
en desacuerdo y no cumple con ciertos "estándares
políticos".
No es que tenga la verdad absoluta, pero cuando su-
cede algo, hay que denunciarlo. Algo que nadie
puede negar es que siempre he hablado claro y con
la verdad. Y aunque no sé qué escribirán de mí en un
futuro, cuando esta dictadura finalmente se vaya, me
111
gustaría creer que dirán que tuve carácter y determi-
nación, y que logré lo que a otros les fue difícil; que
demostré a la juventud lo que es tener valor y cons-
ciencia crítica. Y que los nicaragüenses puedan tener
nuevamente confianza en que sí existimos personas
capaces de entregarlo TODO sin obtener nada a cam-
bio.
Solo los guerreros más fuertes son sometidos a prue-
bas tan duras como las que estamos pasando, pero
después de tanto sacrificio la recompensa será inva-
luable. Y estoy más que clara… mi querida Patria,
que estoy dispuesta a seguir pagando ese precio por
querer verte libre.
Con amor siempre, de esta pinolera.
Zayda
112
Arte: Kevin Rojas - @entre_lineas_kevin
♫ No existe silencio
ni mordaza que me calle.
Que me acompañe Nicaragua,
azul y blanco en las calles. ♫
Luis Enrique
113
Palabras de Francys Valdivia Machado
Los niños y niñas que que-
daron sin padres porque
fueron asesinados por las
fuerzas represoras del go-
bierno de turno están cre-
ciendo entre el miedo, la in-
seguridad y el dolor de ha-
ber perdido a sus padres.
Les fue robada su inocencia; esa inocencia de niños
que nunca debieron haber perdido. Cambiaron la
inocencia de sus juegos para jugar ahora a policías,
paramilitares y vandálicos de corazón azul y blanco.
Ellos y ellas están creciendo, entendiendo que la po-
licía no te protege y que asesinan a las personas. Pero
también que los gobiernos son malos, a como lo ex-
presó un niño de nueve años originario de Masaya,
a quien conocí y escuché atentamente:
--Verdad que los gobiernos son malos; asesinan a la gente.
Cuando yo sea grande quiero ser como mi papá, pero no
quiero que me maten, como a mi papá.
114
Como sociedad y país tenemos una gran responsabi-
lidad con esta generación de niños y niñas a quienes
les fueron arrebatados cruelmente sus padres. Sin
duda alguna debemos asumir, garantizar, facilitar y
luchar para que estos niños sepan que, a pesar del
dolor de crecer con la ausencia de sus padres, es po-
sible construir y darles un país mejor por y para ellos
y con conciencia social. Es posible vivir y crecer en un
país libre, y que los responsables, los perpetradores
de los asesinatos de sus padres, fueron condenados
según lo que la ley establece para quienes cometen
estos delitos. Pero, sobre todo que, como sociedad no
permitimos el olvido ni la impunidad como un ciclo
de repetición.
Mi hermano Franco fue asesinado y los mercenarios
dejaron a una niña sin padre; una niña de cuatro años
en ese momento y que no entendía por qué de la no-
che a la mañana dejó de ver a su papá, pero que sabía
que en el parque donde ella solía jugar con él, ahí en
ese mismo lugar asesinaron a su papá. También sabe
que su papá está en el cielo y que Diosito le compuso
el ojo a su Nico.
115
Franco, como todo joven, estaba experimentando va-
rias facetas. Los últimos años de su vida se dedicó a
tratar de ser alguien mejor; maravillado y apasio-
nado por los libros, enfrascado en las bibliotecas, le-
yendo y estudiando. En la fase de padre igualmente
estaba aprendiendo.
Recuerdo que en una de nuestras conversaciones me
había preguntado sobre un libro que se llama El len-
guaje de amor de los niños, ya que los temas de la pater-
nidad y los hijos era común entre nosotros. Busqué el
libro e iba a entregárselo la próxima vez que nos re-
uniríamos, pero ya no existió una próxima, porque
fue asesinado por los esbirros de la dictadura de Da-
niel Ortega y Rosario Murillo.
Cuando leí el relato sobre mi hermano, fue inevitable
llorar; todo aún es reciente – duele y dolerá.
Gracias a Néstor, por su aporte a la construcción de
la memoria.
Francys Valdivia Machado
Asociación Madres de Abril
116
♫ No van a desaparecerme
a la sombra de su mentira.
Me van a recordar para siempre. ♫
Garcín
117
Tu música siempre estará
en mi vida
118
Juro decir la verdad y nada más que la verdad… tu
música siempre estará en mi vida. Aunque poco a
poco los recuerdos van cambiando, todavía cierro
mis ojos e imagino la primera vez que mi padre sonó
la canción La última decisión. A la edad que tenía no
entendía mucho de lo que estaba hablando, pero mi
papá me aseguraba que el mensaje era claro, y que
canciones como ésa se escucharían en toda Nicara-
gua y quizás en el mundo.
—Será famoso –pensaba.
En ese momento, tus palabras empezaron a penetrar
en mi cerebro aún joven. Mientras crecía, cada can-
ción fue formándome hasta llegar a ser la persona
que soy hoy en día. Existe una gran conexión con mi
padre; la letra de esta canción explica el porqué:
♫ Tú mi dueña, yo tu dueño
protegerte será mi empeño.
Tranquila con estabilidad…
…Tú te convertiste en mí,
eres pedazo de mí,
Sí
lo nuestro no es cuestión de suerte. ♫
119
En el país, las cosas iban empeorando con el pasar
del tiempo. Mi padre decía que el gobierno al suave
se estaba convirtiendo en lo mismo que habían de-
rrotado en el ’79. Expresaba lo que muchos en el pue-
blo murmuraban y después llegarían a pintar sobre
muros –tanto reales como virtuales:
Ortega y Somoza, son la misma cosa.
Tu música sonaba a cada rato en mi casa. Mi papá
escribía palabras en un cuaderno y cantaba tus can-
ciones; inspirado por tu voz, tu mensaje y por lo que
veía con sus propios ojos, ya sea por televisión o en
la calle. Nunca pude verte cantar en vivo, pero los
que sí tuvieron esa oportunidad dicen que eras de
aquellos de que, al subir a una tarima, las palabras
salían de la nada. El flow que tenías hacía menear las
cabezas de los presentes de arriba hacia abajo; unos
fumando, otros bebiendo, pero todos atentos a tu es-
cuela del pensamiento. Eso lo vería después en videos
publicados. Siempre tendré la canción Wake up en
mente, ya que el mensaje que transmitías era claro
para mi padre y ahora para mí:
♫ Aprende a ser positivo,
que todo comienzo es muy duro.
120
Pero dormido te quedas.
¿Qué recompensa dará tu futuro? ♫
Mi padre me repetía que yo era muy inteligente.
Quizá tenía razón, porque a pesar de los años aún
conservo la memoria de tus canciones y las diferen-
tes letras que las componen. Las que no recuerdo
bien las he escrito en mi propio cuaderno, igual como
hacían las personas cuando no existía Google para
buscar y guardarlas. Ese cuaderno también contiene
algunas frases mías – frases que buscan una melodía,
así como las tuyas las buscaban. De repente y sin
pensar, tus palabras salen de mi boca. Lo hago
cuando veo algo y mi mente lo relaciona con alguna
frase o si estoy platicando con amistades. Mis ojos se
vuelven cristales o mi cara se pone rojiza. Muchas ve-
ces me quedan viendo, pero creo que entienden los
motivos.
Cuando golpearon a los viejitos, mi padre estaba bas-
tante indignado. Me explicó, con palabras aptas para
alguien joven, que nadie merecía ser tratado de esa
manera, que el pueblo se estaba levantando y que él
tenía obligación de aportar de alguna manera. No
entendía a que se refería cuando dijo eso, pero vi la
121
molestia en su cara mientras pasábamos viendo las
noticias, acostados en su cama.
Muchos creerán que los jóvenes de edad primaria no
pueden comprender lo que está sucediendo a su al-
rededor, en casa o el país, pero yo sabía muy bien que
algo importante estaba pasando.
El día siguiente iba a haber una manifestación en la
ciudad. Mi padre no le dijo a nadie que planeaba par-
ticipar; todos creían que iba hacia su trabajo, donde
había pedido permiso para no asistir. No lo vi ese día,
pero me imagino a mi papá, con su cara de determi-
nación frente al espejo, y las palabras fluyendo en su
mente, como cascada, queriendo hablar, pero sin de-
cir nada. Si eso hubiera sido cierto, es una lástima que
no puso esas palabras en papel. Lo veo escuchando
Pilatos. Él siempre subía el volumen justo cuando de-
cías:
♫ Que la muerte me regrese
lo que la vida me ha quitado.
Y si antes de irme me despido
quizás volverán a mirarme.
Pero si un día no lo hago
entonces aquí te dejo mis palabras.
122
No hay olvido con sepultura
para quien lucha por lo que es. ♫
Yo llegaría después a la casa, pero, para entonces mi
padre ya no estaba.
Durante la manifestación empezaron a disparar con-
tra la muchedumbre. Personas afines al gobierno es-
taban amenazando y acercándose poco a poco; listos
para un enfrentamiento sangriento. Mi padre reco-
gió un objeto redondo e inmediatamente fue filmado
en un Facebook Live, denunciando y dejando en evi-
dencia de que estaban tirando a matar. Yo no lo pre-
sencié en el momento, llegaría a ver esa imagen más
adelante.
Tus canciones siguen vivas en nuestro país. El tema
With honesty fue usado por la periodista Nydia Mon-
terrey como tema de su “Noti-Cero”. He visto pintas
con frases tuyas y hubo una campaña para que la
gente se suscribiera a todas las plataformas donde tu
música estaba disponible. Tus canciones siguen so-
nando en los teléfonos de aquellos que te conocían o
supieron de tu trágico fin.
123
♫ Por delito de franqueza
querrán mi mente encerrada.
Pues de justo tu justicia
jamás ha tenido nada. ♫
Ese fin también le llegaría a mi papá. Esa noche, a po-
cos minutos de ese vídeo, unos hombres se le acerca-
ron. Uno apuntó su arma y disparó a quemarropa a
su cabeza. Mi padre cayó muerto instantáneamente
-cerca del lugar donde me llevaba a jugar- con una
bala en el ojo izquierdo. En ese momento el cuerpo
de mi padre, Franco, quedaría sin vida, pero el espí-
ritu de Renfan quedaría por siempre en los oídos de
quienes te siguen escuchando. Tu cuerpo fue arras-
trado y tu sangre creó un camino que se extendió por
una cuadra, un camino que llevaría al odio y la
muerte, que Nicaragua tendría que perdurar du-
rante la rebelión cívica.
Llegarían a lavar ese camino ensangrentado; tra-
tando de borrar no solo evidencia, sino también cual-
quier recuerdo de tu existencia. Pero, como muchas
de las atrocidades que ellos alcanzarían a hacer, esa
evidencia – tu cuerpo arrastrado, tu sangre sobre el
piso de la alcaldía… Todo quedó grabado.
124
Los recuerdos de mi niñez están divididos en dos
etapas: un antes y un después. Antes de tu muerte
eras mi papá, aquel hombre que luchaba por su hija
y por su país; un gran hombre… joven, que escribía
y rapeaba; querido por su familia y adorado por una
niña de tan solo cuatro años.
Y después de que te arrebataron la vida – algo aún
sumamente difícil de pensar, eres Franco Renfan Val-
divia -mi Nico, mi Nano- asesinado el mismo día que
Álvaro Conrado y recordado de la misma manera.
Moriste joven y con una vida por delante. No entré
cuando fuimos a la morgue, pero sabía que eras tú, a
pesar de que mi mamá me dijo lo contrario. No co-
nocí los detalles hasta después, pero cuando mi
abuela me contó la verdad, estaba claro que no vol-
verías más. De niña llegaba a tu tumba, donde llo-
raba y te abrazaba. Hoy, llego y te hablo de mi vida
y de las navidades que paso sin ti, para que no te
pierdas de nada, como aquellos fines de semana que
tanta falta me hacen.
Aún pienso en esos días donde te veía cantando o es-
cribiendo las lecciones de la vida en ese cuaderno; ja-
más lo olvidaré. Camino por las calles y bloqueo al
125
mundo con tus palabras que ahora son mías… Por-
que tu música siempre estará en mi vida.
*Dedicado la niña que algún día será la mujer de este
relato. Franco Valdivia – ¡Presente!
♫ Que me espere
que reitere
que tendrá
mis cosas buenas.
Mis canciones redactadas
con la tinta de mis venas. ♫
Renfan
126
Ángel de la Guarda
A la memoria de Franco Valdivia
— ¿Dónde está tu padre? – le preguntaron.
—En el cielo – susurró ella.
—¿Comprendés que está muerto? – volvie-
ron a preguntarle.
—No – dijo la niña-. Todas las noches
baja del cielo a jugar conmigo.
De repente alzaron la vista
y descubrieron una puertecilla abierta
que daba al entretecho
y conectaba con el cielo.
Carlos Alemán Rivas
127
♫ Sin tu voz no hay nada que celebrar.
El niño Dios te espera en un mejor lugar.
No pude decirte adiós… ♫
Nina y Sebastián
128
Cuántos no sabemos
Una conversación entre madre e hijo
Hijo…
¿Te acuerdas cuando salí
de esa UNI?
Era el 30
y como en una película
me sentí.
La radio en llamas
Caruna también.
Mamá…
Yo también lo viví.
Mucho miedo sentí.
En esa marcha
donde todo pasó.
Hijo…
Jamás me detuve;
no te pregunté.
Me limité
a lo que yo viví.
Se me olvidó que estuviste
allí.
Mamá…
Mi papá me cubrió
y salimos a buscar
refugio.
Sentía nervios.
129
Yo vi lo que pasó.
Tus lágrimas
escondidas
antes de partir.
Hijo…
Viví mi duelo
sin imaginar
que tú también
lo viviste.
Dos años pasaron
para saber tu sentir.
¡Puta!
Me paraliza.
¡Cuántos no sabemos
lo que nuestros hijos
sufren!
Palabras de Tamara Morazán
Asociación Madres de Abril
130
♫ Los Masaya son el pecho de la patria;
un enorme corazón.
Monimbó marcha adelante,
disparando dignidad. ♫
Los Minúsculos
131
La estrella y la flor
132
Chéster Navarrete está corriendo en el jardín central
del campo “Elio Cuaresma” en Masaya. El béisbol
era uno de sus pasatiempos. Iba por las tardes, des-
pués de clases, a recibir entrenamiento. Era rápido y
felizmente corría de un lado al otro, atrapando bata-
zos y lanzando dardos desde su posición a otros ju-
gadores de su equipo para atrapar corredores que
trataban de estirar un hit o los que intentaban alcan-
zar el plato y anotar.
Mientras fue alumno del Colegio Bautista el enfoque
hacia el estudio siempre fue primero y salir en el cua-
dro de honor era una exigencia en su casa. No tenía
permiso de hacer actividades extracurriculares si no
obtenía buenas notas. Pero al pasar de los años no ju-
gaba tanto el béisbol, pero seguía siendo deportista.
Ahora jugaba balonmano y baloncesto, y corría de
un extremo de la cancha a otro, siempre incansable,
siempre corriendo, siempre con mucha energía. Qui-
zás no fue el mejor, pero tenía el deseo de hacer las
cosas bien.
En la secundaria quería formar parte de la banda rít-
mica. Participaba en un coro de la iglesia El Calvario,
donde también fue monaguillo. Chéster tocaba
bongo y timbales, y con el tiempo fue creciendo hasta
133
que -en quinto año- su padre le dio permiso de inte-
grarse a la banda del Bautista.
Chéster también quiso unirse al Ejército; era su sueño
desde pequeño. A los pocos días de haber salido del
Bautista ya estaba en la Academia Militar José Dolores
Estrada en Managua. Pero no aguantó mucho tiempo
en ese centro superior; no por problemas disciplina-
rios ni por rebeldía -pese a ser una persona medio re-
belde- simplemente fue porque sufrió casitis aguditis.
Extrañaba su hogar y familia. Tenía apenas dieciséis
años y no estaba preparado para estar lejos de casa.
Pidió la baja después de siete meses.
Con el tiempo llegó a estudiar enfermería. Cuando
pasaba por el cuartel de los bomberos siempre los
veía afuera, pasándola bien. Los miraba de uniforme
y decía que era deacachimba vestirse así. Le gustó
tanto que tomó la decisión de integrarse al Benemé-
rito Cuerpo de Bomberos después de haber tomado
un curso para aspirantes, en coordinación con los
scouts. Desde el 2011 es miembro y fue ascendido al
rango de sargento. Ser bombero fue la mejor etapa de
su vida. Le encantaba la adrenalina, sentir el miedo
que venía con su trabajo, el gusto de poder ayudar y
hacer algo útil por los demás.
134
Pronto llegaría esa oportunidad.
•••
Cuando inició la rebelión de abril, Chéster tenía otra
misión en mente… participar en los tranques. En
conjunto con scouts, bomberos, estudiantes de medi-
cina, enfermería y otras personas que él conocía bien,
empezaron la planificación y movilización de mate-
riales de reposición para lo que serían puestos médi-
cos. Al mismo tiempo, miembros de la J.S. lo estaban
jodiendo. Por un tiempo, en el 2015, fue coordinador
ambiental de la Juventud Sandinista, pero decidió
desligarse de ese organismo debido a que no se sen-
tía a gusto con lo que observaba. Llegaron a visitarlo
a su casa para tratar de convencerlo de seguir parti-
cipando, pero él estaba claro que eso era algo a lo cual
no quería pertenecer más.
Sentía miedo de lo que pasaría cuando el pueblo de-
cidió levantarse en contra del régimen, pero los sen-
timientos de impotencia y frustración por todo lo
que estaba sucediendo eran mayores. Para Chéster el
miedo no fue algo al que le podía poner mente, lo te-
nía que canalizar de otra manera. A pesar de cual-
quier miedo, debía tener mentalidad de “vale verga,
135
seguí corriendo, seguí de frente”. La adrenalina lo te-
nía a mil.
El puesto médico ubicado en la primera entrada del
barrio Fox –cerca de la rotonda San Jerónimo– fue
uno de los lugares donde él se ubicó. Allí tenía un si-
tio bastante grande y completo. Desde ese lugar daba
atención médica y curación. Si alguien necesitaba
una receta, Chéster la conseguía a como fuera con al-
guna farmacia. También llegaban amigos médicos a
brindar consulta. De repente algún negocio donaba
cajas de pollos enteros para repartir o las señoras que
estaban encargadas de cocinar preparaban comida
para todos los que se encontraban allí. El puesto del
Fox estaba siempre activado, ya que Chéster se en-
tregó totalmente a los distintos sitios como ése…
24/7. Solo iba a su casa a descansar un par de horas y
allí nomás volvía.
Además del puesto en el Fox existía otro en el barrio
San Miguel –al otro extremo de la ciudad. Chéster
también mantenía ese sitio, pero la verdad es que él
estaba en constante movimiento. Un día había un en-
frentamiento por lado del campestre El Paraje. Inme-
diatamente se movilizó a pie hasta ese punto para
asistir heridos. En otra ocasión, consiguió un aventón
136
en moto hasta Niquinohomo, para atender a perso-
nas allí. Al llegar, todos los que estaban en el lugar
sabían bien quién era y siguieron con la lucha, te-
niendo en cuenta que tenían su propio médico dis-
ponible por si alguien salía herido.
Chéster se quedó esa noche a dormir en una finca
hasta las tres de la mañana. Durante esa misma no-
che, la Policía había disparado a su papá; el señor te-
nía la espalda llena de charneles. Al darse cuenta, de-
cidió salir hacia Masaya –de nuevo a pie– y caminó
cuatro horas hasta llegar a casa. En otro episodio, en
momentos donde los enfrentamientos estaban en su
apogeo, le tocó viajar desde Managua a Masaya,
pero, como toda esa zona estaba trancada, tuvo que
caminar hasta la zona de Los Altos -alrededor de
veinte kilómetros- donde llegó a la finca de una
amiga que le prestó una moto y así volvió a la Ciudad
de las Flores.
Así es Chéster … siempre “pedaleando”, en cons-
tante movimiento y descansando poco.
Era tan poco su descanso durante esos días que su
misma mamá lo despertaba para decirle:
—Chéster… ya comenzó.
137
Pero lo que él entendía era: —¡Anda volá verga hijo!
Por las noches en tranques como el del Fox, a pesar
de que el ambiente era de tensa vigilancia, todos los
que ahí se mantenían hacían lo mejor para sentirse
relajados. Sacaban camas plegables y se ponían a be-
ber y fumar cigarrillos, pero si alguien llegaba a bus-
car atención, Chéster y sus compañeros resolvían…
quizás algo tomados, pero resolvían. Eran estas per-
sonas -sus amigos, scouts, bomberos y demás- quie-
nes ayudaban detener a alguien que no podía ni que-
ría mantenerse en un solo lugar.
Cuando se involucró en su primera cachimbeadera
en Monimbó, Chéster vio que algunos de la zona es-
taban bebiendo algún licor sin marca – guarón, lija,
cususa… quién sabe, pero al ofrecérselo, no la pensó
dos veces y tomó del líquido para tener un poco de
valentía y entrar en ambiente. Según él, uno a veces
debía tener algo en la cabeza que ayudara a entrar en
calor para situaciones como ésas. Muchos bebían, no
para emborracharse, sino para armarse de algo para
confrontar un futuro incierto.
138
La gente de Monimbó llegó a conocerlo muy bien.
Durante los enfrentamientos más duros, Chéster es-
taba allí, atendiendo a cualquiera que resultaba he-
rido. Corría hacia la barricada y ante el peligro de los
balazos se ponía a ayudar; no esperaba a que se lo
llevaran al puesto médico. Al terminar de atender al
herido le decía entre sonidos de morteros, balas y gri-
tos:
— ¿Te sentís bien?
—Si hombre.
—¡Ah, pues seguí volando verga!
En su mochila, que servía de botiquín y otra bolsa
más pequeña, nunca faltaba lo esencial para atender:
solución salina, de Hartmann (solución lactato) y
dextrosa; tres líquidos esenciales. Además, cargaba
apósitos, vendas, cicatrizantes, yodo, y varios instru-
mentos que fueron necesarios para atender durante
la lucha. Siempre llevaba una ambulancia sobre su
espalda, pero también algunos efectos personales y
de repente una cerveza o dos.
Cuando fue incendiada la alcaldía de Masaya, el 12
de mayo, también hubo saqueo. Dentro del edificio
139
había un museo con diferentes piezas, entre ellos
múltiples balas. Chéster había suturado a un hombre
herido durante esa situación y, como pago, le regaló
un tiro de rifle calibre .53, de los grandes. Desde ese
momento, ese tiro lo mantenía al fondo de su bolsita
con sus instrumentos médicos, pero nunca lo sacaba.
En su mente pensaba:
—Ese hijueputa tiro tiene su nombre… ¡Avellán!
No usaba armas; era contradictorio a su misión du-
rante la lucha. Su compromiso era ayudar a quien
fuera, sin importar color, religión o afiliación política.
Una vez en Catarina, a inicios de los enfrentamien-
tos, Chéster llegó a la rotonda donde se encontró con
una barricada, pero era de antimotines. Tres hom-
bres apuntaron sus armas:
— ¡¿Que venís a hacer vos, hijueputa?!
— Oye, calmate broder, ¡vengo a atenderles a ustedes! ¡Soy
de la Juventud Sandinista!
Esa embarcada pudo haber sido peor si no hubiera
sido que, por suerte, estaba un secretario político en
el tranque y casualmente lo conocía.
140
—Ves… ¡allí está Chavo! – decía, mientras apuntaba al
conocido.
Pero allí también estaba el comisionado Avellán,
quien lo agarró y lo montó a una camioneta para re-
quisarlo. Dentro de su mochila también andaba un
broche del servicio militar, que fue de su padre.
—Aitá, viste… ¡si vengo a atenderles a ustedes!
Ese día, Chéster tuvo que atender veinte antimotines
con diferentes dolores. A cada uno lo revisó como si
fuera un Azul y Blanco, con la excepción de que cada
inyección que administraba era de Lidocaína, la cual
causa una reacción que hace dormir a cada miembro
afectado. Solo bastaban 3cc y “buenas noches”. Ese
día se salvó de algo feo, pero literalmente le tocó dor-
mir con el enemigo.
Alrededor de seis personas murieron en sus brazos.
Cuando el régimen inició su sanguinaria “Operación
Limpieza”, la parte norte del Fox fue de los lugares
más golpeados. Entre diez y quince personas fueron
atendidas y dos fallecieron ahí. En el puesto estaban
claros que venían por ellos. Chéster llegó al Fox a eso
de las tres de la mañana y a las cinco les notificaron
que iban entrando. Al escuchar que habían botado a
141
alguien cerca de El Coyotepe, agarró su mochila y sa-
lió corriendo – como aquel jardinero central en el
campo “Elio Cuaresma”– para atender cualquier he-
rido que estuviera ahí. A pesar de que sabía cómo lle-
gar sin ser visto, oyó tres disparos –¡Plam - plam -
plam! A esa hora regresó corriendo a la barricada,
porque lo estaban blanqueando.
Sin mucha resistencia, entraron los sicarios del régi-
men. Un muchacho llegó con su padre en estado de
shock.
—Chéster, es mi papá… salvámelo.
Luchó con el señor durante media hora e hizo lo que
pudo por él… pero el padre de aquel muchacho mu-
rió. En el puesto médico quedó el cuerpo sin vida,
preparado por Chéster y después entregado.
A los veinte minutos lo llamaron de nuevo; había un
chavalo con impactos de bala en el abdomen y brazo.
Chéster luchó con ese chavalo casi dos horas. Suero
y solución salina caían a chorro, a como pudo le hacia
una bolsa de ventilación, pero ya se veían los signos
agónicos. Chéster alistó adrenalina entre otras cosas,
pero el muchacho también murió.
142
La impotencia que sentía en ese momento, debido a
todo lo que estaba pasando a su alrededor y las dos
muertes, víctimas de los asesinos de la dictadura,
causó de que Chéster no pudiera más; se fue al fondo
de un barrio cualquiera a llorar por más de media
hora. No tenía forma alguna de frenar lo que estaba
pasando.
Esa noche… Chéster durmió en el cuartel de los
bomberos.
Masaya cayó.
•••
Al llegar al penitenciario La Modelo, después de ha-
ber sido capturado y pasado semanas en El Chipote,
Chéster arribó sin nada y los otros presos políticos le
dieron la bienvenida. Todos los tranqueros fueron
puestos en la misma galería, así que no le costó mu-
cho adaptarse a su nuevo entorno y convivir con per-
sonas que no conocía. Y como tenía la experiencia del
ejército, scouts y bomberos, de estar en espacios pe-
queños y con numerosas personas, la sensación
claustrofóbica no lo afectó.
143
Muchos hacen lo que pueden bajo las condiciones en
que están. La ayuda del exterior importa mucho. Ja-
más le faltó un plato de comida gracias a su familia y
la bondad de personas que simplemente querían
aportar, como la vendequesillo, que mandaba una li-
bra semanal o la viejita canastera que daba un pa-
quete de galletas. Y aunque Chéster no fumaba, los
paquetes de cigarrillos siempre eran bienvenidos,
pues servían como forma de dinero para hacer cam-
balache con otros. A Chéster le decían “El Bombero”;
si alguien tenía algún mal lo llamaban para que lo
atendiera. Debido a eso, muchas cosas que pedía a su
mamá eran materiales de reposición.
Numerosos presos pasaban su tiempo tejiendo pul-
seras, mientras Chéster participaba en juegos de
mesa o leía. Leyó las conspiraciones de Dan Brown:
El símbolo perdido y El código Da Vinci. Y cuatro veces
El Principito. Su mamá le llevó la Biblia, además, leía
muchos textos de medicina. Leía tanto que cuando
estaba en El Chipote, donde ni la Biblia te permitían
tener, leía los ingredientes y datos nutricionales de
las botellas de gaseosas, agua y áloe vera.
En la cárcel se jode mucho, y si uno no aguanta la jo-
dedera termina mal. Quizás alguien está leyendo y
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otro se le acerca para darle un galletazo… no puede
molestarse; tampoco puede decir: —¡¿Qué es la
verga?!, porque sabía que algo le iba a pasar.
Con quienes más se mantenía eran Nahiroby Olivas
y Hansel Vásquez. Los tres eran buenos para joder.
Cuando inició la huelga y los presos subieron al te-
cho de su galería, allí estaba Chéster y sus amigos ar-
mando la jodedera. Pasaron ocho días sin luz ni agua
o comida. Escarbaron entre todos para encontrar una
tubería con algo de agua; llegaron hasta los golpes
para poder beber un solo vaso.
•••
Mayorga era conocido por muchos presos como un
comemierda, lleno de odio. Era el que los maltrataba
más a todos. Si ibas a los juzgados con ese guardia,
era seguro que volvías con las esposas para atrás,
bien golpeado, inclinado y hecho mierda por el do-
lor. Su maltrato y el de los demás guardias envenenó
el cerebro de los presos y llegaron a un punto donde,
según ellos, valía verga la vida.
Durante una de tantas protestas, un guardia que es-
taba arriba de un torreón dentro del perímetro em-
pezó a apuntar a Chéster con un rifle AK.
145
—Dale hijueputa, ¡dispárame… dale! – decía Chéster,
entre otras barbaridades.
El guardia solo se puso a reír.
Y como a esas alturas ya estaban cansados del mal-
trato, Chéster y otros presos agarraron colchones y
otras cosas que tenían cerca y le prendieron fuego al
torreón. El guardia tuvo que escapar por el otro lado
con ayuda de una escalera.
En otro caso, muy a las seis de la mañana, otro guar-
dia disparaba desde lo alto, mientras setenta tiraban
piedras desde abajo para bajarlo. Al día siguiente en-
tró Mayorga y los presos empezaron a reunirse para
lo que sería una batalla. Mayorga se dispuso a dispa-
rar balas de goma a los reos y eso fue el detonante.
Rompieron los portones y con varillas crearon lan-
zas; los viejitos hacían las puntas. En ese momento el
ambiente era de matar o morir. Iniciaba una guerra.
Mientras se daba la trifulca, Chéster trataba de me-
diar, pero en eso se escuchó:
—¡Le pegaron, le pegaron…jueputa!
•••
146
Eddy Montes estaba jugando ajedrez. La alerta sonó
en todo el penal porque los que peleaban se salieron
del perímetro. Weeeee… weeeee… sonaban las boci-
nas, salieron más guardias y policías; los presos se-
guían tirando piedras. Eddy Montes se levantó y se
unió a la situación. En eso comenzaron a disparar…
—Le pegaron… le pegaron… Chéster… Chéster…
Cuando se acercó a atender a don Eddy, Chéster no
lograba ubicar de dónde sangraba. Le bajó el short ne-
gro que siempre andaba y vio que la bala había en-
trado por la pelvis; la hemorragia era fuerte. Lo tras-
ladaron adentro del perímetro mientras las ráfagas
seguían. Chéster, concentrado en su paciente y no en
las balas, pidió una toalla. Don Eddy entró en shock
hipovolémico y todo indicaba que moriría.
—¡Necesito un médico! – gritaba entre lágrimas y aga-
rrado del portón.
—¡Por lo menos que me traigan la mierda!
—No, sacalo…sacalo… respondían los guardias.
Entre 400 guardias, Chéster y un grupo cargaron el
cuerpo de don Eddy que yacía sobre un colchón. Ca-
147
minaron hasta un pasillo de la galería; eran 200 me-
tros de angustia. Lo único que se podía hacer por don
Eddy era tratar de contener la hemorragia; él necesi-
taba intervención quirúrgica inmediata y no se la
iban a dar.
Los guardias tardaron casi quince minutos para to-
mar una decisión. Las caras de los empleados del Sis-
tema Penitenciario eran de que estaban claros que la
habían cagado; la situación era grave. Al entregar a
don Eddy, Chéster se regresó, mientras los demás
reos le preguntaban cómo estaba el señor. Fue claro
y les dijo que don Eddy moriría. Los guardias estú-
pidamente le habían dicho a Chéster:
—Pedile a Dios que ojalá viva.
—Decíselo a un idiota… a un pendejo, no a mí… Él está
muerto.
Explotaron las emociones y sin pensar salieron de
nuevo a la batalla. Chéster intentó mediar en la situa-
ción, pero no lo logró y ese jueves sangriento todos
los involucrados salieron bien cachimbeados.
Freddy Navas tomó a Chéster y se lo llevó.
—Metete, porque a vos te van a buscar – le dijo.
148
Dicho y hecho… lo encontraron, se lo llevaron y lo
desnudaron. Alguien de alto rango le dijo:
—¿Querías medir fuerzas con nosotros?
Chéster no recuerda más, porque después de esas
palabras lo bañaron con gas pimienta que lo dejó
enardecido de dolor. Al finalizar la tortura los guar-
dias se fueron y Chéster se tiró al piso, revolcándose
y echándose de todo para reducir los fuertes dolores.
Aún tiene lesiones en sus genitales.
Cuando Radio Corporación anunció la muerte de
Eddy Montes, todos los reos políticos de La Modelo
lloraron. Fue algo muy duro para ellos.
Después de eso, Chéster siguió con su función de
médico. Los guardias le dieron lo que fue necesario
para tratar a cada herido. Ningún reo quiso ir donde
los doctores de la prisión. Chéster atendió a todos sus
compañeros.
•••
A los cinco días de haber sido excarcelado y dado nu-
merosas entrevistas, Chéster se hizo un tatuaje. Era el
primero, ya que sus padres no permitían eso. A pesar
149
de ser una persona que vive a mil por hora, él siem-
pre ha respetado mucho a sus padres. Mientras es-
taba preso, su padre le había dicho que no se podría
hacer un tatuaje hasta que regresara a casa.
Desde que estaba con los bomberos siempre quiso ta-
tuarse la Estrella de la Vida, pero quizás no había reci-
bido un momento impactante para hacerlo… hasta
que llegó abril y todo lo que pasó. La estrella azul con
la imagen de la vara de Esculapio significa la aten-
ción que dio en las trincheras, los barrios, los puestos
médicos y la prisión.
Debajo de la estrella se tatuó una flor de sacuanjoche
con la leyenda “Nic.19A”. Esa flor de todos los nica-
ragüenses representa la lucha, patriotismo y levanta-
miento popular que él y los demás Azul y Blanco hi-
cieron.
Le envió una foto a su mamá mientras se hacía el ta-
tuaje…
—Qué lindo el niño – respondió su mamá, con un tono
entre sarcástico y de orgullo.
150
Dedicado a los bomberos, que dan lo mejor de sí mismos
cada día, y a la memoria de Eddy Montes, quien está ha-
ciendo su trabajo desde el cielo.
151
El Señor de los Montes
Yo jamás te conocí, pero sé de quiénes saben de ti -
aquel hombre de Matagalpa.
Lucho por tu misma causa, uso mi voz para de-
nunciar a como tú hiciste en este mundo.
Por todos aquellos que dieron todo -su libertad y
sus vidas, por una patria mejor.
Ustedes sufrieron barbaridades, mientras noso-
tros gritábamos.
Porque esta rebelión no hubiera sido, sin que us-
tedes estuvieran en la delantera y nosotros siguién-
dolos.
Mi reconocimiento es para la valentía y la entrega
sin dudar de ti y los demás.
Tiempo vendrá para honrar por la libertad que
anhelaban.
Ya existe razón para seguir con puño en alto.
Pasó tu tiempo, pero tu aporte no será en vano.
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♫ Sangre rebelde y guerrera.
Amazona de Diriamba.
Llevas un sueño en el pecho
y el miedo guardado en tu pantalón. ♫
Porfirio Zúniga
153
Carta de una
tranquera exiliada
154
Querida Patria…
Me encuentro lejos de ti, pero sin importar esa dis-
tancia, tenía que decirte lo siguiente:
No siempre fui la que todos llegaron a conocer.
Cuando era más chavala no opinaba mucho pública-
mente en cuanto a la política. Nunca me gustó que
él… el dictador fuera presidente, aunque muchos sa-
bemos que la que hace todo es ella. Yo miraba las po-
cas cosas que hacían, especialmente en mi querida
Diriamba y sabía que con eso engañaban al pueblo.
Todos saben sobre mi condición antes y durante
aquel abril. No escribo estas palabras para resaltarlas.
Más bien, quiero que sepas que a pesar de que mi
diagnóstico de cáncer cambió mi vida por completo
y me lanzó a una depresión de dos meses, nunca fue
un detente a la hora de unirme a lucha.
El 18 fue mi despertar. Vi por las redes cómo trataron
a los ancianos. Cuando observé cómo las mujeres sa-
lían afectadas pensé: —Esas golpeadas podrían ser mi
abuelita. Mi sentimiento de enojo y deseo de hacer
algo, lo que fuera para apoyar a los indefensos, fue
suficiente para llevarme a tomar la decisión que mu-
chos hicieron al igual que yo. El día siguiente fui con
155
mis amigas a Jinotepe a sumarnos a la primera mar-
cha que hicieron.
Y desde ese entonces, yo dejé de ser Nahomy.
Mi mamá no estuvo muy contenta con mi decisión
de participar. No supo de lo que había hecho hasta
mucho después. Llegó a pedirme que nos fuéramos,
ya que, según ella, las cosas no iban a terminar bien.
Yo le fui sincera… le dije que, si me iban a buscar,
pues ya lo hubieran hecho. Muchos sandinistas me
veían salir de mi casa y seguro sabían que me trasla-
daba a Jinotepe. A mi madre no le quedaba de otra
más que apoyarme.
Mamá, te agradezco que siempre has estado con-
migo, sin señalarme.
Cuando me integré a los tranques de Jinotepe, mu-
chos, como yo, pensábamos que la situación acabaría
pronto y que estaríamos celebrando un país libre. Te-
níamos la esperanza y certidumbre de que el go-
bierno dejara el poder, ya que el pueblo se puso en
su contra por estar harto de tantas injusticias. Pero,
desgraciadamente no fue así.
156
El ataque del 8 de julio contra los tranques en Jino-
tepe fue el más fuerte. No tuve miedo al inicio, pero
sí estaba en shock. Con la excepción de verlo en pelí-
culas de acción, nunca había escuchado el disparo
constante y ruidoso de armas de fuego. El “PANG –
PANG – FFFT “de las balas que cruzaban a nuestro
lado fueron respondidos por piedras y sonido de
morteros.
Durante ese día fatídico de julio, anduve con otros
por varias partes de la zona de San José en Jinotepe,
corriendo y tratando de escondernos de aquellos que
buscaban hacernos daño; estábamos tratando de ver
qué podíamos hacer. Llegamos hasta un grupo de
muchachos en un lugar conocido como La Villa. Esos
valientes se dividieron entre balas para poder reco-
ger a un amigo que estaba sin vida. No voy a men-
tir… allí si estaba asustada. Los muchachos gritaban:
— ¿Dónde lo llevamos?
—Lo podemos salvar…
—¡Hagamos algo!
Entre seis cargaron ese pobre cuerpo y se lo lleva-
ron… dónde, no lo sé. También de ellos no supe más,
157
pero es hoy y admiro lo que hicieron… arriesgán-
dose la vida por un amigo.
En varias ocasiones pensé que moriría entre esos
adoquines. Ese sentimiento creció más cuando no
pude regresar a mi casa debido a las amenazas que
crecían a diario. El cansancio era obvio, no solo por
mi condición, pero también por la tensión constante
aun en momentos de alegría. Uno de esos momentos
que siempre recordaré durante mi tiempo allí fue ha-
berme hecho amiga de un grupo de niños como de
14 a 16 años que se auto llamaban Los Cachorritos –
siempre estaban allí a pesar del peligro.
Jamás he llegado a arrepentirme de haber partici-
pado en los tranques. Sentí que estaba haciendo algo
justo y necesario para ti, mi querida Patria. Si me to-
cara hacerlo de nuevo –luchar por mi país- lo haría
sin pensarlo dos veces. Pero, a pesar de sentir que
hice algo correcto, no puedo negar que esa etapa de
mi vida no me dejó algunas secuelas.
Muchas noches son de insomnio. Ese sufrimiento de
no poder dormir trae recuerdos de todo lo que llegué
a vivir desde abril hasta ahora. Veo las caras y escu-
cho aquellos sonidos de nuevo. La gente me dice que
158
debería visitar a un psicólogo, pero por alguna razón
inexplicable no he aceptado ir.
El día que supe que estaba embarazada, entre todo
lo que estaba pasando en mi vida, yo estaba feliz y
muy aferrada a mi bebita. Estaba clara que no sería
nada fácil… ser madre durante esta situación. Pero la
decisión de seguir no me fue difícil. Pronto sería
mamá.
La vida de un exiliado en Costa Rica es muy dura.
He pasado por muchas cosas que no se las deseo a
nadie. Algunas personas que se llamaron “amigos”
luego me hicieron mucho daño. Hay días que siento
mucha tristeza y no logro adaptarme a la vida aquí.
Creo que nunca podré sentirme a gusto, lejos de ti,
Patria mía. Y a pesar de que ha habido momentos
donde no tengo cómo pagar el alquiler o comprar co-
mida, yo sé que existen personas que están pasando
momentos peores que los míos, Como todos los que
estamos exiliados, pienso mucho en regresar a casa
algún día y estar con mi familia.
Espero que cuando exista un futuro mejor en Nica-
ragua, los libros de historia lleguen a contar que no-
159
sotras, las mujeres, hicimos mucho por la lucha cí-
vica. No somos ese sexo débil que algunos creen y
muchas veces nos hacen creer. Somos fuertes y lu-
chamos a la par de cualquier hombre. Y en cuanto a
mí, como persona, quiero que sepan que nunca me
metí a luchar por política; tampoco esperé algo en re-
torno. Al contrario, me metí de corazón, buscando
un cambio positivo.
Quiero que mi hija sepa lo que hice por ti, Patria mía,
a lo que me enfrenté.
Victoria, quiero que conozcas la historia de nuestra
lucha, en la que yo participé. Quiero que recuerdes
cada relato que te he contado y que aún te contaré.
Quiero que aprendas de eso y sepas que puedes ha-
cerlo todo, que nunca pongas frenos en tu vida. Y
que, si fracasas en algo, intenta levantarte. Porque así
fui yo, no la “comandante”, como la gente me llamó,
sino simplemente tu mamá.
Y así eres tú, querida Patria, fuerte como una mujer
que cae y sabe que tiene que levantarse de nuevo. Yo
prometí cuidarte y respetarte… espero que sientas
orgullo de mí y de mi contribución hacia tu libera-
ción.
160
Queriéndote mucho.
Masha
161
♫ Nicaragua, tierra mía
pronto vamos a triunfar.
Junto caminaremos
hacia la libertad. ♫
Elena & Los Fulanos
162
Arte: Kevin Alemán
♫ Sos el vientre de las flores y las luchas.
Sos rebelde poema entre dos mares.
Sos la chavala linda, Nicaragua sos. ♫
Ale y Luis Pastor
163
S.O.S
Sos de un pueblo fuerte
Sos de un país pequeño
Sos nicaragüense
Sos el que dejaste todo
Sos el que dejaste tu patria
Sos el que vio la muerte
Sos el que dejaste tu tierra
Sos el que viste a un hermano ser asesinado
Sos el que perdiste mucho
Sos el que hoy sufre
Sos el que hoy en tierras lejanas empiezas de
cero
Sos el que vive marginado
Sos el valiente
Sos el estudiante
Sos el cantante
Sos el trabajador
Sos el doctor
Sos el pintor
Sos el escritor
Sos el maestro
Sos el abogado
Sos el campesino
164
Sos el indígena
Sos el periodista
Sos el exiliado
Que un día te fuiste
triste,
al verte con la decisión
de poder vivir
en otro país.
Nunca pensaste en abandonar tu patria,
en dejar tus metas
y poner tus sueños en una maleta.
¡Maldita dictadura!
¿Qué hiciste de nuestra Nicaragua?
Que se desangra
Que llora
Que sufre
Tus hijos en otros países
Sufriendo, llorando,
esperando
el retorno hacia vos.
165
Se fueron, pero lucharon por amor
para un futuro mejor.
Arlen Margarita Padilla
166
♫ Soñemos, la lucha es de verdad.
Unidos, lo vamos a lograr. ♫
Lecheburra
167
Sueño de lucha y esperanza
168
—Amor, tengo que contarte sobre el sueño que acaba de
tener…
Las lágrimas bajaban lentamente de los ojos de la jo-
ven hasta mojar la almohada donde descansaba su
cabeza. Su mirada estaba fija en el techo del cuarto
semi oscuro donde vivía con su novio.
—Soñé que nos habíamos conocido mucho antes que en el
exilio en que vivimos. Algunas cosas fueron diferentes para
nosotros, no precisamente mejor, solo… distintas.
Soñé que nos conocimos en una marcha. Nos habíamos to-
pado entre banderas y trompetas. Ambos gritábamos las
consignas que todos conocemos y caminábamos con nues-
tras amistades –hombro con hombro– con el sonido de mor-
teros en el fondo. Llegamos a caminar uno a la par del otro,
pero ni una palabra salía de nuestras bocas. Bajaste tu pa-
ñoleta por un breve momento para darme una sonrisa y yo
contesté con otra, más un saludo. Fue la primera sonrisa
tuya, pero no la última.
La marcha se detuvo cuando empezaron a disparar. Todos
salimos corriendo frenéticamente y sin rumbo. De repente
me separé de mi grupo y me entró tanta ansiedad y miedo
que me congelé en el sitio donde estaba. Fue allí, en medio
de esa locura, que me tomaste de la mano y me dijiste: —
169
“Mírame, tranquila… ven conmigo – sin miedo. Yo te
ayudo”. Volví a ver tu sonrisa –creo que sonreíste para
tranquilizarme. Te di mi mano y salimos corriendo, bus-
cando un lugar seguro, lejos de las balas.
Cuando logramos alejarnos del peligro, me compraste algo
de tomar y me sentaste, para descansar y respirar un poco.
Te inclinaste hasta tener tu cara frente a la mía. Me pre-
guntaste si estaba bien y te respondí que sí. Me dijiste tu
nombre y de dónde eras; yo respondí con la mía. Allí supi-
mos que no éramos de la misma ciudad. Platicamos un rato
antes que sonara mi celular –eran mis amigos. Antes de
irme te di las gracias e intercambiamos números. Prometi-
mos comunicarnos en los próximos días.
La joven no podía contener sus lágrimas al despertar.
Se tapó la boca para que ningún sonido saliera, su
mano temblaba de emoción. Después de unos se-
gundos, siguió.
—Platicábamos todos los días, día y noche. Nos mandába-
mos mensajes cuando las llamadas no eran posibles. Nos
dijimos lo que estábamos haciendo como aporte a la lucha;
cada uno en su ciudad. Nos decíamos que tuviéramos mu-
170
cho cuidado, ya que ambas situaciones eran de mucho peli-
gro. Había abundancia de policías y paramilitares bus-
cando a quién joder.
Compartimos nuestra música favorita de Jandir y Mario;
cantando sus canciones una tras otra. Lograba escuchar tu
voz y tú la mía. Yo empezaba con un “Hola que tal…” y
vos con un “¿Qué vas a hacer?” Imaginé esa sonrisa una
y otra vez y me preguntaba si también pensabas en la mía.
Esos días de lucha fueron duros, pero en mi sueño nuestras
llamadas los hacían valer la plena. De repente aparecieron
las palabras sobre un muro que siempre me fascinaba ver:
“Seguí tu corazón, di no a la dictadura”. Y eso fue exacta-
mente lo que hice al enamorarme de ti.
Pero el sueño cambió y todo se puso oscuro por un tiempo.
Vi cuando estuviste al borde de la muerte y el momento
cuando tus amigos perdieron la vida. Vi el dolor en tus ojos
y el llanto de los que estaban presentes. Quería correr hacia
ti y abrazarte, decirte lo mismo que me dijiste la primera
vez: —“Tranquilo, ven conmigo – sin miedo”. Pero no es-
taba realmente allí. Quería viajar adonde estabas, pero mi
situación tampoco era la mejor y mi vida también corría
peligro.
171
La joven se detuvo otra vez. Se levantó, caminó hacia
el baño y encendió la luz. Cara a cara con el espejo,
vio las lágrimas derramadas y sus ojos rojos. Su tris-
teza era evidente, pero antes de apagar la luz se tomó
un vaso de agua y logró esbozar una pequeña son-
risa. Aún tenía más que contar…
—Tuvimos que irnos –igual que en la vida real–, pero esta
vez lo hicimos juntos. Viajamos de la mano y me asegura-
bas que todo iba a salir bien; esa sonrisa tuya bastaba para
creerte. Pero el exilio está lejos de ser “bien” y eso nos ha
llenado de desconsuelo… en mi sueño y en nuestra reali-
dad, amor.
Hemos tenido que luchar contra otro tipo de batalla. En mi
sueño sigue siendo difícil encontrar un trabajo digno, algo
que nos dé de comer y un lugar donde podamos vivir solos
tú y yo. Soñé que a pesar de eso éramos felices y llenos de
esperanza… porque estábamos juntos. Soñé que el futuro
sería mejor y que nosotros estaríamos tranquilos a pesar de
nuestro dolor… nuestro enojo con todo y todos… y aquello
que ambos mantenemos guardado en el fondo de nuestro
ser.
Entonces, la joven se volteó para abrazarlo, ambos en
la misma cama y en ese cuarto semi oscuro.
172
—Así terminó mi sueño amor. Cuando desperté te vi y sa-
bía que tenía que contártelo antes de que quedara en el ol-
vido. No sé si lo escuchaste todo, pero no importa… igual
lo tenía que contar por mí, por la esperanza que tengo. Todo
saldrá bien, vas a ver.
El joven no se movió mientras su amada contaba su
sueño ni dio señal de que estaba despierto escu-
chando todas sus palabras. Estaba de espaldas a ella,
su cara lejos y no visible, pero tenía sus ojos abiertos
y también llenos de lágrimas. A pesar de sentir su
tristeza, compartía la misma esperanza.
173
Justicia para la Costa
Desde niña escuché a la gente que comentaba
de un lugar no muy lejano
donde el agua es cristalina
y la arena casi blanca.
Es rica en fauna, flora y también en pesca
y sus habitantes hablan otra lengua.
Dicen que al que llega le encanta.
La Costa Caribe se llama.
En ella viven ramas, miskitos y mayangnas.
Llegaron los ingleses
y acostumbraron reyes.
No todos se sometieron;
los Ramas difícil perdieron.
A lo criollo hablan el inglés, y el
rama cay.
Hablan el miskitu y rama también.
Pero, no todos los idiomas se salvan
porque otros ya no se hablan.
174
Sus tierras han sido codiciadas
por muchos de por aquí y por allá.
Hubo un tratado con los ingleses
que les permitía su autonomía.
Llegó José Santos de presidente
y regresó la pesadilla.
Han pasado de Zelaya a RAAN y RAAS.
Hoy llevan nuevas siglas,
pero siempre controlados por alguien más.
La historia de su pueblo en Resistencia.
Siempre luchando,
siempre caminando
por su porvenir;
sin tener más donde ir.
Luchando contra todo
y todos.
Hoy en día hay nuevos colonos.
No son ingleses
ni tampoco españoles;
son los mismos nicas.
175
¡Vos, mestizo de sangre indígena!
no te portes como el ladrón
que te invadió.
Hoy actúas como todo un opresor.
Han vivido toda una vida de opresión.
De ellos en el Pacífico no sabemos mucho.
Los llaman traficantes y delincuentes
cuando los criminales son los del poder.
Les invaden sus tierras.
Los dejan sin hogares.
La resistencia ha sido
toda su existencia.
Se movilizan en movimientos
y protestas.
Los han querido silenciar
hasta en navidad.
Hoy toda Nicaragua
pide libertad.
¿Dónde está tu hermandad?
176
Ellos también han puesto muertos
por denunciar la crueldad.
Reportando los acontecimientos
en su misma ciudad
muere Ángel Gahona
en el complejo judicial.
El gobierno como siempre
apresando gente inocente.
Brandon y Glen fueron encarcelados
por el crimen de los mismos soldados.
Diajaira Lacayo, solo una adolescente
Un disparo recibió por ser miskita,
dejándole una fractura e hiriendo su carita.
¿A qué se debe tanta violencia?
Por las tierras de pertenencias.
Ya lo dijo Mama Grande
¡El hombre en la tierra nos está
exterminando, nos están matando!
Desde Bluefields llegó Jeffrey Jarquín,
un costeño con huevos
y un loco de alegría
que al dictador no le temía.
177
Desde el tercer piso de la UPOLI,
él defendió a la que llama su nación.
¿Dónde está la Justicia?
Todos somos de un mismo país.
Solo quieren autonomía.
Sus tierras no son tuyas
ni mías.
Vos que bailas el Palo de Mayo
orgulloso en cualquier lado.
No te olvides de tu hermano.
De ellos debemos aprender
a luchar por la libertad.
De ellos debemos aprender,
llegar a resistir,
para poder vivir.
Regresémosles sus tierras
porque ellos nos dicen:
Won tasbaika kli taui briaia.
¡Retomaremos nuestras tierras!
Arlen Margarita Padilla
178
♫ El cielo nos trae los vientos de abril.
Las aguas de mayo están por venir.
La lucha florece en cada rincón.
Regala tu agua, valiente aguador. ♫
Pancho Cedeño
179
Epílogo
Las mujeres nicara-
güenses estamos escri-
biendo un nuevo capí-
tulo en nuestra historia
y en la de nuestro país,
retomando la participa-
ción de forma directa
en la toma de decisiones y enfrentándonos con
ideas, sueños y pensamientos libres contra ase-
sinos armados, que no hacen distinción al mo-
mento de intimidar, golpear, secuestrar, tortu-
rar y matar; buscando callar esa voz que no grita
sin sentido, sino que está gritando, deman-
dando un ideal de libertad y justicia, cargando
en sus hombros, desde hace mucho tiempo, una
batalla silenciosa contra la invisibilidad y ahora
contra las injusticias del desgobierno déspota y
cruel, que nos ha convertido en víctimas direc-
tas de su tiranía.
La participación de la mujer a lo largo de los
años se ha transformado a una muy activa en la
180
sociedad, asimismo en la política, donde nos he-
mos enfrentado a problemas profundos, como
el machismo y el adultismo, muy arraigados en
la cultura nicaragüense. Recordando siempre
que no somos una cuota en la participación, sino
que luchamos mano a mano con la fuerza y arre-
chura que nos caracteriza al lado de los hom-
bres, con voz y derecho a voto en la toma de de-
cisiones para la transformación de la nueva Ni-
caragua que soñamos.
Queremos construir un futuro, pero también un
presente, donde seamos valoradas y visibiliza-
das no por apariencias, sino porque, de verdad,
somos agentes activos e indispensables para la
transformación social y política, promoviendo
la igualdad y equidad de derechos. Nuestra lu-
cha ha sido y será desde diferentes trincheras, y
lo demostramos en la insurrección de aquel
abril del 2018, donde estuvimos en la primera
línea de las barricadas asumiendo diferentes ro-
les, como atender a los heridos en los puestos
médicos, alimentar a los que día a día resguar-
daban las barricadas de cada calle, defendiendo
y atrincherándonos en nuestras universidades y
181
creando diferentes maneras de protestas que
rompieron las fronteras, como Marlen Chow,
con su pico rojo, doña Coquito y doña Dorita, la
abuelita vandálica de Matagalpa -quien partió
al cielo- doña Flor, que en cada marcha vestía
orgullosamente de güipil y bailaba al son de las
marimbas. Hemos estado en cada marcha, en
cada tranque, en cada universidad, en las igle-
sias, protestando en la entrada de las mazmo-
rras del régimen y llevando agua a las madres
que hacían huelga de hambre exigiendo la libe-
ración de las presas y presos políticos en nuestra
emblemática Masaya. Por estas y muchas pro-
testas pacíficas, hemos sido acusadas, persegui-
das, encarceladas y enjuiciadas.
Los problemas que enfrentamos son de carácter
cultural y de sistema. Por eso es que las voces de
diversas mujeres se han escuchado y hemos sa-
bido reconocer esas hermosas figuras que nos
llenan de fuerza y valentía. Marchar junto a las
abuelitas vandálicas, que a pesar de sus avanza-
das edades caminaban las mismas distancias
que las más jóvenes; ver y escuchar a esas ma-
182
dres poderosas que hoy siguen exigiendo justi-
cia por el asesinato de sus hijos y que trabajan
fuerte construyendo una memoria para que la
historia no se repita. Reconocemos el dolor y la
fuerza de aquellas mujeres, madres, que han te-
nido que exiliarse dejando atrás su hogar y su
familia. Tal es el caso de mi mamá, quien por
cuarenta y seis días exigió mi libertad en el por-
tón de las celdas de El Chipote y luego tuvo que
exiliarse para resguardar la vida de su hijo me-
nor, dejando así a su hija en Nicaragua, quien
no goza de total libertad, ya que vive una libe-
ración parcial bajo un régimen de convivencia
familiar. Y así es el caso de cientos de madres
nicaragüenses, que han tenido que dejar todo
atrás para seguir luchando por la vida de su fa-
milia y la de sí mismas.
No queremos ser recordadas solo como la
abuela fuerte que mimaba a sus nietos y que
quizás le tocó llorar la pérdida de uno en la in-
surrección de abril; o como la madre que se de-
dicaba día y noche al hogar dejando atrás su
sueño de ser profesional; o la que estuvo llo-
rando en el portón de El Chipote por sus hijos o
183
hijas, detenidos ilegalmente o desaparecidos.
No queremos ser recordadas como la mamá
de… y no recordada por su nombre y por su
aporte a esta lucha. Fuerte, arrecha, dulce, ho-
nesta, fiel, trasparente, luchona, amorosa, cui-
dadosa, soñadora, inteligente, persistente, apa-
sionada, determinada, audaz… ¡Ésa es la mujer
nicaragüense, que lucha y no se rinde!
Porque no descansaremos hasta respirar libertad.
Wendy Juárez
Movimiento Construimos Nicaragua
e integrante de “La Banda de los Aguadores”.
184
♫ No tengo miedo, tengo algo que decir…
¡Viva Nicaragua libre! ♫
Ximena
185
Agradecimientos
Muchas gracias a las siguientes personas por brin-
darme el apoyo y bendición para poder contar los re-
latos que acabas de terminar de leer.
Al padre Edwin Román, por su prólogo y por conce-
derme un espacio para leer el relato basado en él y
ayudar a que lograra describir cómo es su persona:
un hombre de valores y fe.
A Valeska Sandoval, por su aporte como coautora en
el relato Candelas. Sus palabras fueron la inspiración
para el personaje de Vale. Espero que tu deseo de co-
nocer al padre Edwin se cumpla.
A Chéster Navarrete, por platicar conmigo durante
la cuarentena del COVID-19 en Estados Unidos.
Aprendí mucho sobre tu tiempo en los tranques de
Masaya y espero que tus esfuerzos sean reconocidos
algún día.
A Kenia Gutiérrez, Zayda Hernández y Nahomy
Urbina, la comandante Masha, quienes no dudaron en
colaborar conmigo para crear las cartas a nuestra
186
“Querida Patria”. Cada una es digna de reconoci-
miento por ser ejemplos de mujeres fuertes en un
mundo lleno de machismo.
A Stephany Martínez por su aporte para crear una
versión futura de su hija con Franco Valdivia. Espero
que algún día esa niña pueda escribir su propia his-
toria dedicada a su padre.
A Francys Valdivia por sus palabras de introducción
en memoria a su hermano y los niños y niñas que lle-
garon a perder a sus padres.
A Carlos Alemán por su apoyo y por permitirme
usar su poema a la memoria de Franco.
A Sayra Laguna quien, desde la frontera entre Gua-
temala y Honduras, compartió palabras conmigo
para así contar su increíble odisea.
A las personas que leyeron los diferentes escritos de
este libro y me ayudaron a mejorarlos: Mario Urte-
cho, quien editó las palabras que llegaste a leer, Anais
González, Joel Herrera El Oso y Arlen Padilla, quien
también brindó su aporte poético.
187
A Wendy Juárez por su epilogo sobre la importancia
de la mujer nicaragüense -no solo en la lucha, sino
también en la sociedad.
A La Hormiga Nica por permitirme usar su bello arte
para la portada. Vi a nuestra querida Patria, la va-
liente mujer pencona, plasmada en colores y sabía
que tenía que formar parte de la cara de esta obra.
A Skinny.Yosh y Kevin Alemán por permitirme usar
su arte dentro de este libro.
A los diferentes cantautores que crearon música que
llegó a sonar fuertemente a raíz de lo acontecido en
abril. Sus canciones influenciaron mucho mis escri-
tos.
Los dejo con las palabras de alguien que transmite
claramente el pensar de muchos como yo, que apo-
yamos la rebelión contra de la dictadura y que lucha-
mos desde nuestras distintas trincheras, con la espe-
ranza de ver una nueva – y mejor Nicaragua…
♫ Mi patria me duele en abril.
Pero en abril floreció el árbol de la ESPERANZA
que a mi pueblo despertó. ♫
Luis Enrique Mejía Godoy
188
Néstor Cedeño es producto de la educación jesuita
de Universidad Centroamericana – UCA, en Nicara-
gua. Nacido en Estados Unidos, pero nicaragüense
por gracia de Dios, ha publicado Entre rebelión y dic-
tadura en enero del 2020. Además, ha aportado escri-
tos y poemas a Revista Cultura Libre y Revista Abril.
Hoy, Néstor transmite su conocimiento hacia nuevos
pensantes, con el deseo de aportar a un mundo de
mentes críticos.
189
Entre lucha y esperanza, es una de las últimas producciones literarias nacidas des-
pués de la Insurrección de Abril del 2018. No hay duda que constituye la obra más
entrañable del escritor Néstor Cedeño y un hito de ejemplaridad. En sus páginas —
siempre nuevas, como recién brotadas del alma—, vemos cristalizado, y comuni-
cado intensamente un hondo y maduro amor por una patria libre.
Con extraordinaria habilidad, entre retazos de una realidad creíble y de una increí-
ble realidad de pesadilla, Néstor Cedeño, ha plasmado en esta obra la atmósfera
dantesca de un pueblo marginado por una dictadura, y denuncia la sustancia de un
poder maléfico con deseos de eternizarse en el poder con mano de hierro. Encon-
tramos en la pluralidad de voces y estructura de esta obra, la unicidad expresiva de
un mismo sentimiento de libertad siempre latente.
Por lo tanto, Entre lucha y esperanza no es solo teoría; es también —gran singulari-
dad en este tipo de obras literarias— ejercicio vivo, practicado limpiamente ante no-
sotros; este libro resulta, pues, un verdadero organismo conceptual y afectivo. Nés-
tor, aplica sus métodos estilísticos —distintos según los casos pues no hay una téc-
nica única, sino variable según la insustituible intuición del artista—. Por esa razón
esta estructura literaria dio ocasión para que voces como la de Francys Valdivia,
Wendy Juárez y el sacerdote Edwin Román vinieran a corroborar punto por punto,
el anhelo, la pasión y la fuerza evocativa de un país que clama libertad y justicia,
junto a la voz de Néstor Cedeño, que nos dice:
“La injusticia me dio la valentía
de escribir al no poder marchar.
Alzando mi voz con fortaleza
al contar historias de mi pueblo.
El que me hizo y moldeó
y el que me motivó a protestar.
Para aquellos que no pueden
respirar aires de libertad”.
Me parece justo concluir aquí asentando una vez más el valor permanente y la ope-
rante actualidad de Entre lucha y esperanza de Néstor Cedeño. Mucho tiene que
enseñarnos esta obra, y está destinada todavía a enseñar a, “los niños y niñas —
como dice Francys— que quedaron sin padres porque fueron asesinados por las
fuerzas opresoras del gobierno de turno (y) están creciendo entre el miedo y la inse-
guridad y el dolor de haber perdido a sus padres”.
Carlos Alemán Rivas.