airada defensa del espanol
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Ensayo sobre la lengua hispanaTRANSCRIPT
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ÑAirada defensa del españolo Ni son todos los que están,
ni están todos los que son•
por Gabriel Martínez Meave
Hablando con la más fea
El destino –esa secreta programación que parece ideada por un dios
defectuoso– quiso hace unos años que pasara una semana en Los
Ángeles, California, con unos conocidos de mi entonces novia. Eran un
matrimonio de origen mexicano y tenían cuatro niños en edad escolar.
A las pocas horar de convivir con ellos me dí cuenta de algo curioso y
que al principio me pareció hasta divertido. Ante preguntas como “¿qué
tal te fué en la escuela?” o “¿te gustaron los tacos?” las respuestas eran
pretty good ó they are not bad, just a little too hot for me. En los días
que siguieron fuí testigo de todo tipo de conversaciones familiares he-
chas la mitad en español y la mitad en inglés. La semana transcurrió sin
que oyera de los niños ni una palabra en español, a pesar de que sus
padres eran mexicanos, oían español todos los días y lo entendían per-
fectamente. Me dí cuenta que evitaban cuidadosamente hablar español,
sobre todo en presencia de personas ajenas a su familia, aún siendo
éstas mexicanas.
Después, de regreso en México, esto me causó cierta tristeza: ¿qué les
hicieron a estos niños para que les diera miedo o vergüenza hablar su
idioma materno?
Enfrentémoslo: es un hecho que hoy, en ciertas sociedades “primer-
mundistas”, sobre todo en los Estados Unidos, el español no es necesa-
riamente una lengua estimada o valorada. Se le considera un atributo más
de la población de origen “hispano”, tan inevitable como su piel morena,
su falta de papeles y su problemática social. Hablarlo significa codearse
con gente ante la cual muchos estadounidenses y “occidentales” prefie-
ren cerrar los ojos. A lo mucho se le ve con cierta curiosidad de moda, a
la par de la música “latina” y los rostros de Ricky Martin, Enrique Iglesias,
Jennifer López (quien, por cierto, no habla español) y otras figuras VIP, o
alguna que otra palabra que a los anglosajones les debe de parecer curio-
sa, como “¡fiesta!” o “¡arriba!”.
Este ensayo se
publicó original-
mente en el libro
Comunicación,
tipografía y
lenguaje, editado
por Editorial De-
signio y Encuadre,
México, 2003.
Reproducido por
cortesía del editor
(www.editorial
designio.com)
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Airada defensa del español • Gabriel Martínez Meave
El español, en el globalizado mundo actual, carece del poderío político
y comercial del inglés, del lustre chic del francés, del prestigio técnico y
filosófico del alemán, del romántico perfil del italiano, e incluso del tu-
rístico exotismo del ruso, el árabe, el chino o el japonés. A pesar de ésto,
lo hablan cuatrocientos millones de personas en el mundo, siendo sólo
superado, en número de hablantes, por el chino mandarín y el inglés.
Lo increíble, lo lastimoso, es que el español tampoco es demasiado
estimado de este lado del Río Bravo. Testigos de ésto son las últimas ge-
neraciones de niños mexicanos y latinoamericanos que se llaman Jona-
than, Christopher, Sean o Jennifer, pero que llevan por apellidos Pérez,
Gómez, Martínez y, claro, López. Y si damos un paseo por Mazaryk o al-
guna otra “cosmopolita” avenida de la capital mexicana no cesaremos de
ver tiendas, restaurantes y negocios mexicanos, creados y dirigidos por
mexicanos, con nombres como Xcess, Privée o aún Sphinter, que suenan
“bien” sólo porque están en inglés o francés, aunque signifiquen cosas
incoherentes o de plano risibles (exceso, privada, esfínter). Cuando al-
guien se atreve a poner un nombre español, se le añaden letras extras,
cual si fueran palabras de otro origen, como el de un negocio que ví hace
poco llamado Zappata –¡como si el curtido y bigotudo general morelense
hubiera sido en realidad de origen italiano!–, o se le ponen apóstrofes
innecesarios, como el del famoso grupo Los Yonic’s o, peor aún, se en-
cuentran cosas en un inglés imaginario, como cierto conjunto musical
que vi anunciado en una barda de Chalco bajo el colorido nombre de Los
Strwck’s, cuya pronunciación –y significado– prefiero no averiguar.
Esta idolatría del inglés llega a extremos que James Joyce no sospe-
charía, y va aparejada a una feliz ignorancia de otros idiomas, incluyendo
el propio. Uno de los más llamativos ejemplos de ésto son los presenta-
dores de los Óscares y otros eventos similares en la televisión mexicana,
que al aire hacen gala de un super-inglés que no se oye ni en Oxford, y que
de tan “correcto” es casi dialectal, pues en él “Harry Potter”, que en inglés
inglés se suele decir simplemente Harry Potter, en súper-inglés mexicano
se deforma hasta ser algo como Hrri Pawdr, que es casi irreconocible
para hispanohablantes y angloparlantes por igual. O como cierto locutor
del radio al que oí hablar casi por media hora del gran director Mrns Kur-
zeezee hasta que caí en la cuenta de que se trataba de Martin Scorsese.
Parece que el locutor nunca captó que el nombre es italiano e insistía
en su anglosajonísima fonética. Así, oímos también hablar de Yeth, del
Peyot o del Poursh, en lugar de Goethe, Peugeot o Porsche, de tanto que
se asume que si el inglés se pronuncia así, ¿porqué no también el alemán
o el francés?. El colmo fué cuando hace poco un conocido mío, tratando
de hacerse el internacional ante un grupo de gringos, hablaba del Bokar-
thi Rum, cuando en realidad se refería al ron Bacardí, que por cierto es
el nombre español de un ron ¡cubano!. Y otro colmo ocurrió cuando un
alumno mío de la Universidad, a quien le daba clase de Tipografía en la
carrera de Diseño Gráfico, se indignó cuando le indiqué que sus trabajos
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Airada defensa del español • Gabriel Martínez Meave
estaban mal por que en sus textos puso sólo los signos de admiración e
interrogación que cierran las frases, a la manera del inglés. Muy airado
me rebatió diciendo que usar ambos signos ¡ya estaba pasado de moda!
Esto me hace pensar con cariño en los tiempos, supongo que más in-
genuos, de mi abuela, que me platicaba cuando era chico de las películas
de Cargable y Busterquito. Siempre pensé que se refería a unos oscuros
actores cómicos del cine nacional, hasta que hace poco caí en la cuenta
de que se trataba nada menos que de Clark Gable y Buster Keaton, ho-
llywoodescas estrellas de los treinta. ¡En esa época, era el inglés el que se
adaptaba al español, y no al revés!
Pero esta inventiva también ocurre en sentido contrario fuera de nues-
tras fronteras. Así, de repente nos topamos con nombres como Isobel,
Delores y Galapogos, escritas por angloparlantes que no consideraron
importante saber como se escriben en español; o el famoso toreador de
la ópera francesa Carmen, de Bizet, en la que el libretista (o el mismo
Bizet) ni siquiera se molestó en averiguar si así se les decía a los toreros
en España. Otros tristes casos son los del autor de Viaje a Ixtlán y Las en-
señanzas de Don Juan, Carlos Castañeda, y el del talentoso constructor
de guitarras eléctricas Ibáñez, ambos de origen mexicano, que tuvieron
que cambiar su apellido a Castaneda e Ibanez, pues las imprentas ame-
ricanas, hasta hace muy poco, no disponían de eñes en su surtido de
tipos, por no hablar de que muy pocos gringos habrían sabido cómo pro-
nunciarlas. Y aún otro caso son los discos de música clásica, en los que
los textos explicativos aparecen en cuatro y hasta cinco idiomas –inglés,
francés, alemán, italiano y a veces holandés, danés o sueco– pero no en
español, a pesar de la enorme diferencia en cantidad de hablantes con
respecto a esas lenguas. Parecería que el mercado hispanohablante no
merece tomarse en cuenta, sobre todo en asuntos de “alta cultura”.
Y todo esto a pesar de que la lengua española tiene una –o varias– de
las tradiciones literarias más extensas del mundo, en siglos y en kilóme-
tros: de la meseta castellana a la pampa argentina, de la Sierra Morena a
la Sierra Gorda, de Garcilaso a García Márquez, de la Córdoba mozárabe
a la Córdoba jarocha. En pocas palabras: de un lugar de La Mancha a un
lugar de la Mancha urbana.
La lengua larga
Esta riqueza literaria debería bastar para que cualquier hispanoahablante
estuviera orgulloso de su lengua. Pero, independientemente de ésto, vale
la pena preguntarse ¿existen características específicas que hacen que
nuestro idioma sea objetivamente superior a otros? ¿Algo que haga que
el español sea más preciso, más flexible, más dócil, más capaz que otras
lenguas? En resumen: ¿es nuestra lengua un mejor instrumento que otras
para la transmisión y fijación del pensamiento y de las ideas?
Es muy difícil responder esta pregunta categóricamente porque, en
realidad, todos los idiomas del hombre, para serlo, deben cumplir con su
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Airada defensa del español • Gabriel Martínez Meave
obligación de ser vehículos bastantes para la comunicación de un grupo
humano. Pero estableciendo comparaciones con otros idiomas de gran
difusión, podemos apuntar algunas características muy específicas que
hacen del español, si bien no una lengua superior a otras (lo cual, aparte,
sería una pedantería sin sentido), sí un excepcional instrumento para la
comunicación y, sobre todo, la creación artística y literaria.
He aquí algunas de ellas:
1) La diferenciación entre los conceptos de ser y estar
Para empezar, echémosle un ojo a ésta conocido dicho mexicano: “Ni son
todos los que están ni están todos los que son”. Ahora, traduzcámoslo al
inglés. Es imposible. Comunicar la misma idea implica en inglés decir otra
cosa. O por lo menos tener que dar rodeos que necesariamente matan la
efectividad del significado de la oración en español. Esto sucede porque el
nuestro es uno de los pocos idiomas que hacen una diferenciación entre
los conceptos de ser y estar. El inglés to be, el francés être, el alemán sein
y aún el latín essere sirven para comunicar ambos conceptos, sin distin-
ción. En español, en cambio, tenemos ser, que implica una condición de
existir como esencia (por ejemplo, cuando digo “soy mexicano”) y estar,
que implica la condición de existir en un estado definido y limitado en
el tiempo (como cuando digo “estoy acalorado”). Esta diferenciación de
significado nos parece tan normal y útil que es difícil pensar que otros
idiomas, incluso lenguas hermanas del español, no lo posean (en inglés,
en sentido literal, diríamos “¡soy acalorado!”). Esto no nada más afecta
el habla común, sino que permea todo el sentido espacio-temporal de los
hispanohablantes y nuestra forma de percibir el mundo y el transcurrir del
tiempo. No es lo mismo decir “soy feliz” que “estoy feliz”. Para cualquier
hispanohablante la diferencia entre los dos conceptos es clara. Para un
anglohablante, es casi incomprensible. En este respecto, se podría decir
que el español tiene un mayor grado de abstracción. Cabe mencionar que
el portugués y el italiano también hacen esta distinción, si bien con ligeras
variantes de uso, y que otros idiomas lejanos, como el japonés o el náhuatl
–la florida lengua de los aztecas– ni siquiera tienen un verbo equivalente a
ser o estar, en el sentido en que lo manejan las lenguas indoeuropeas (que
es el grupo lingüístico al que pertenecen la mayoría de los idiomas habla-
dos en Europa, que incluye casi todas las lenguas occidentales modernas,
además de ilustres idiomas antiguos como el latín, el griego y el sánscrito
de la India). Esto, por cierto, no implica que estas otras lenguas sean más
rudimentarias, pues tienen modos singularmente efectivos y no necesa-
riamente verbales –en particular el náhuatl, desde mi punto de vista– para
comunicar adecuadamente las sutilezas de la existencia temporal.
2) El uso efectivo de los modos verbales
Los verbos de las lenguas indoeuropeas por lo general tienen, al con-
jugarse, tres características o inflexiones: tiempo, persona y modo. Así,
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Airada defensa del español • Gabriel Martínez Meave
cuando digo la frase “donde comes rico”, la terminación -es en “comes”
denota la acción de comer en tiempo presente, en segunda persona (tú)
y en el modo indicativo, que significa la acción de comer como tal, sin
ningún matiz especial. En cambio, si digo “donde comas rico”, la termi-
nación -as indica la posibilidad o el deseo de la acción de comer, una
acción que quizá suceda, en un tiempo indefinido. Éste el modo sub-
juntivo. Por otro lado, si digo “come rico”, la acción sigue estando en
tiempo presente y en segunda persona, pero esta vez adquiere un tono
de orden y mandato, denotado por la terminación -e en el verbo comer.
Éste el modo imperativo.
Aunque casi todas las lenguas indoeuropeas manejan teóricamente
estos modos, en algunas de ellas, como el inglés, prácticamente no fi-
guran en el manejo común del idioma. Así, en inglés el indicativo y el
subjuntivo se dicen igual: when you eat. Sólo el contexto de la oración
nos da el matiz de la posibilidad o el de simplemente indicar la acción.
Esto redunda en una pobreza de significado en comparación al español,
que posee formas verbales específicas, que no dejan lugar a dudas, sobre
lo que se quiere decir. Y si escribiéramos el imperativo del inglés, sería
simplemente you eat, otra vez sin ninguna distinción especial –más que
el volumen de voz del hablante– para denotar orden o mandato. Estas
características hacen del inglés una lengua más inmediata, más simple
y quizá más fácil de aprender, pero incomparablemente menos precisa
que el español en el uso de los modos verbales. La riqueza de matices
modales de los verbos españoles, en comparación con los ingleses, es
sencillamente superior.
3) La gran variedad de formas y terminaciones verbales
Esto nos lleva a considerar el resto de las formas verbales. Cada verbo es-
pañol –tomando en cuenta modo, tiempo y persona– tiene más de noventa
diferentes terminaciones verbales. Así, el verbo comer, por ejemplo, se
deriva en formas verbales tan diversas como imaginativas: como, come-
ré, comías, comerían, comiéreis, comísteis, comamos, etcétera, sólo para
citar unas cuantas. Estas formas verbales no necesitan del pronombre
para ser comprendidas, al contrario de lenguas como el francés, el inglés
o el japonés, que no pueden prescindir de él. Por ejemplo, en español
basta decir “hablo”, mientras que en inglés tenemos que decir I speak y
en francés je parle. Esto se complica aún más en el modo negativo, pues
la expresión española “no hablo” se complica en inglés en I do not speak y
en francés en je ne parle pas, haciendo ¡cuatro palabras en lugar de dos!.
Inmediatamente comprendemos por qué en inglés existen tantas contrac-
ciones (do not se contrae en don’t).
Esta gran cantidad de formas verbales le dan al español una gran flexi-
bilidad para la creación literaria y poética. Por ejemplo, las terminaciones
de los verbos pueden rimarse con gran cantidad de nombres sustantivos,
como por ejemplo, la forma verbal “hablas” con el sustantivo “tablas”,
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Airada defensa del español • Gabriel Martínez Meave
cosa que no se logra con tanta precisión en idiomas como el francés,
muchas de cuyas terminaciones sólo son diferentes en la versión escrita
de la lengua, y no en la hablada; o el inglés, que posee ¡sólo cinco di-
ferentes formas verbales para cada verbo, por contraste a las noventa
del español! Así, el verbo inglés speak, por citar alguno, sólo tiene éstas
formas: speak (para el infinitivo, el presente y otros tiempos similares),
speaks (para la tercera persona singular del presente), spoke (pasado, en
todas las personas), spoken (participio) y speaking (gerundio). Y esto por
no mencionar los verbos regulares, en los que el pasado y el participio
son iguales, como en el verbo to look: look (infinitivo y presente), looks
(tercera persona del presente) y looked (pasado y participio). Esto nos
muestra que la cantidad de posibilidades verbales, en inglés, es bastante
menor que en nuestra lengua.
Por otro lado, hay idiomas muy diferentes al español cuyos verbos
tienen posibilidades casi inimaginables para nosotros, en comparación.
El náhuatl, por ejemplo, tiene casi mil formas diferentes para cada verbo,
que definen no nada más modo, tiempo y persona, sino instrumento, reci-
procidad, coercitividad y otros matizes de significado de una abstracción
y riqueza sorprendentes; o el chippewa, hablado en el centro oeste de los
Estados Unidos, cuyos verbos tienen cada uno ¡hasta seis mil formas di-
ferentes! ¡Qué fácil debe haberles parecido a estos antiguos americanos
aprender el inglés, con sus cinco escasas variantes y sus pronombres
fijos e invariables!
4) Que en español se puede hablar de “tú”, de “usted” y de “vos” en se-
gunda persona
Otra característica muy propia del español es las diferentes maneras en
que uno se puede dirigir a alguien en segunda persona. Al contrario del
francés, que usa del vous por regla general, o del inglés, que usa you en
todos los casos –incluyendo la segunda persona del plural: you significa
tanto “tú” como “usted”, “vos”, “ustedes” y “vosotros”– , el español esta-
blece jerarquías en el trato, según el uso del pronombre y la conjugación.
Esta distinción la comparte, en diversos grados y tonos, con el alemán, el
portugués y otras lenguas occidentales, si bien otros idiomas, como el ja-
ponés, la han llevado a un extremado nivel de sofisticación. En japonés el
vocabulario, además los verbos, cambia de acuerdo a quién se dirige uno.
Esto no es nada más una característica lingüística, sino que se funde
con la manera en que concebimos los hispanohablantes los vínculos so-
ciales. La relación de confianza, respeto, importancia o incluso miedo que
establecemos al hablarle a alguien de tú o de usted es muy significativa
para nuestra mentalidad, mientras que un anglohablante depende de tí-
tulos y nombramientos para hacer la misma distinción, que nunca es tan
precisa y tan variada como la del español.
Por otro lado, el voceo de Centro y Sudamérica establece aún otro ni-
vel de confianza con el interlocutor, más íntimo y cariñoso, y el “vosotros”
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Airada defensa del español • Gabriel Martínez Meave
de España tiene algo de literario y elegante, al menos para nosotros los
latinoamericanos. Por el contrario, el thou (un pronombre con algo de
“tú” y de “vos”) que alguna vez existió en inglés, ya no es usado desde
hace siglos en el habla común y sólo aparece en textos arcaicos y referen-
cias librescas o bíblicas.
5) Que en español cualquier oración la podemos volver interrogativa
¿Esta es una de las características más interesantes del español? Res-
puesta: esta es una de las características más interesantes del español.
Como vemos en esta frase, basta la entonación para volverla interroga-
tiva. No tenemos que cambiar el orden de los verbos y los sustantivos o
añadir palabras extra, como sucede en inglés, francés, alemán, japonés,
y muchos otros idiomas. Basten algunos ejemplos. La frase inglesa you
want some tacos tiene que modificarse en do you want some tacos? para
volverse interrogativa, utilizando el verbo auxiliar do, mientras que en
español la expresión “quieres tacos” se vuelve interrogativa tan sólo ele-
vando el tono de la voz al final de la frase o, en la forma escrita, simple-
mente añadiendo los signos adecuados: “¿quieres tacos?”. El japonés, por
otro lado, exige añadir la partícula ka al final de la oración para volverla
interrogativa: Anata wa nippon desu ka (“¿Eres japonés?”).
Esto aclara porqué en español tenemos dos signos de interrogación,
a diferencia de todos los demás idiomas que se escriben con el alfabeto
latino, que utilizan sólo uno, pues la interrogación ya está dada en los
elementos de la oración y sería redundante usar ambos.
No hace falta decir que esta virtud le da al español una docilidad in-
trínseca y una estructura particularmente dúctil que resulta ideal para
la composición literaria, especialmente la poética. Ésto complementa la
siguiente característica que veremos.
6) La enorme flexibilidad en el orden de los elementos de la oración
El orden tradicional de la oración es sujeto, verbo y complemento, o, como
me enseñaron en la escuela, sujeto y predicado (que incluye el verbo y
el complemento). Así, tenemos una frase como “María toma café” donde
“María” es el sujeto, “toma” el verbo y “café” el complemento. En inglés
la misma frase sería Mary drinks coffee. Pero en español podemos, sin
mayor problema decir “café toma María”, “toma café María”, “María café
toma”, “toma María café”, sin perder el sentido de la frase. El inglés, muy
por el contrario, comúnmente sólo acepta una posibilidad de orden en los
elementos de la oración: Mary-drinks-coffee. La frase Coffee, drinks Mary
(con una coma de por medio) sería un ordenamiento relativamente admi-
sible en una composición poética en inglés, pero, mientras que cualquier
hispanohablante entiende sin problemas las cuatro posibilidades arriba
escritas, para un angloparlante la frase Coffee, drinks Mary es muy forza-
da y tremendamente artificial. Nadie la usaría en el lenguaje común, aun-
que ciertamente encontramos frases similares en Shakespeare y otros
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Airada defensa del español • Gabriel Martínez Meave
grandes poetas en lengua inglesa (lo cual, por otro lado, los distancia más
del hablante común que sus contrapartes en lengua española).
Un ejemplo magnífico de la maleabilidad estructural de nuestra len-
gua son los primeros versos del famoso Primero Sueño, de Sor Juana
Inés de la Cruz:
Piramidal, funesta, de la tierra
Nacida sombra, al cielo encaminaba
De vanos obeliscos punta altiva,
Escalar pretendiendo las estrellas.
que “traduciéndola” a un español menos intrincado, sería algo así:
Sombra nacida de la tierra, piramidal y funesta, encaminaba al cielo
la punta altiva de vanos obeliscos, pretendiendo escalar las estrellas.
De todas las lenguas occidentales, antiguas y modernas, casi sólo el
español tolera esta flexibilidad de contorsionista en los elementos de la
oración, sin caer en un galimatías sin sentido. Sí, admito que es difícil
leerlo, pero el hecho de que pueda hacerse ha hecho de la poética en len-
gua española una de las tradiciones líricas más ricas e intelectualmente
más atrevidas del mundo. Los clásicos españoles del Siglo de Oro, en par-
ticular, llevaron estas posibilidades acrobáticas de nuestro idioma a un
elevadísimo grado de refinamiento. El español, en este sentido, permite
un juego entre la forma y el significado que es casi contrapuntístico, como
las diversas voces de una fuga de Bach.
8) La enorme variedad de terminaciones y variantes en los sustantivos
Otra maravillosa caja de sorpresas de nuestra lengua son las diferentí-
simas formas en que podermos variar los sustantivos. Podemos tomar
como ejemplo un humilde perro. Si el perro es chico, decimos perrito, Si
es grande, perrote. Si lo miramos con cariño o lástima, perrín, perrillo,
o incluso perrico. Si es desmesurado o excepcional, perrazo. Si es cor-
pulento y mayúsculo, perrón. Si es despreciable y minúsculo, perrete. Si
es insignificante, deplorable y sucio, perrucho o perruco. Y si la cara de
algún amigo nos recuerda a un San Bernardo o un afgano, podemos decir
que es perroide o perruna.
¡Qué limitado el inglés, donde un perro –dog– sólo puede variarse en
doggy (algo así como “perrito” o “perruno”)! Para cualquier otra variación
debemos recurrir a adjetivos como little, big, great, awesome, bizarre,
etc. En cambio, en español no sólo podemos matizar los sustantivos, sino
los adjetivos. Así, podemos hablar de un “perrín blanquillo”, de un “pe-
rrazo estupidín”, de un “perrón simpaticote”, o de un “perrucho humanoi-
de”. Además algunos sustantivos y adjetivos incluso tienen variantes aún
más particulares: mujerzuela, chiquilín, amarillento, pedruzco, verdoso,
grisáceo, blanquecino. La gama de matices de significado es recombinan-
te y virtualmente inacabable. Otras lenguas, como el francés o el alemán,
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Airada defensa del español • Gabriel Martínez Meave
tienen también variaciones similares, pero con un repertorio bastante
más reducido. En verdad, pocos idiomas acceden a tantas posibilidades y
sutilezas. El español, en una palabra, es un idiomón.
Sin pelos en la lengua
No sería justo alabar las virtudes de nuestro idioma sin mencionar tam-
bién algunas de sus debilidades y vicios. Por ejemplo, su incapacidad para
formar voces compuestas, lo que lo hace demasiado redundante y inne-
cesariamente embrollado en ocasiones, al contrario de lenguas muy bien
dotadas para esta función, como el náhuatl, el alemán y sí, el inglés; o su
excesiva diptongación, que deforma las raíces originales de las palabras y
lo vuelve inútilmente irregular, a diferencia del portugués, el italiano e in-
cluso del latín, del que procede (por ejemplo, la palabra fuerza, que a fuerza
se desvía de palabras hermanas como forzar o reforzar y que en italiano,
por ejemplo, mantienen mayor identidad y regularidad con su raíz común:
forza, forzare). Otra característica no siempre agradable del español es
su excesivo relieve sonoro, que a veces le da cierta textura de sonsonete;
o su reducida paleta fonética en comparación con idiomas muy cercanos
como el portugués o el catalán, que todavía conservan interesantes soni-
dos como sh (x), y que en español –sobre todo el de Latinoamérica– ha re-
dundado en un exceso de eses. (Los aztecas, por ejemplo, opinaban que los
conquistadores españoles hablaban “con muchas eses en la lengua”. No se
referían a su aliento, por supuesto, sino al sonido que hacían al hablar.)
Otra desventaja del español es la necesidad de dar rodeos verbales
(lo que es aún más notorio en el francés) en situaciones en las que otros
idiomas son más directos y breves, como en la expresión inglesa acci-
dent-prone man, que en español hay que traducir como hombre que tien-
de a accidentarse. También, su uso rudimentario de los comparativos y
superlativos, que en inglés, alemán, latín o griego son más eficientes: en
español tenemos que decir “alto”, “más alto” y “el más alto”, mientras que
en inglés high, higher y highest son suficientes, y en latín altus, altius, y
altissimus bastan. Y, finalmente, podemos mencionar su limitada capaci-
dad para admitir vocablos provenientes de otras lenguas sin “españoli-
zaciones” que con frecuencia resultan algo ridículas (balompié, béisbol,
pulóver, esmóquin, bisoñé, restorán, caqui, espagueti, bisne, paspartú,
etc.), lo cual, por cierto, es una de las ventajas más prácticas del inglés.
Pero, en resumen, creo que podemos coincidir en que el español es
hoy por hoy uno de los grandes idiomas del mundo en calidad y en can-
tidad, si bien, como todo lo humano, tiene sus imperfecciones. Queda en
nosotros, los hispanohablantes, saber que podemos no sólo masticarlo
sino saborearlo con deleite, que para eso está y para eso es.
©1999-2006 Gabriel Martínez Meave. Derechos reservados. Prohibida su reproducción parcial o
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