aguas primaverales ivan turguenef...el año 1818. estudió, primero en el gimnasio de moscú, y en...

303
AGUAS PRIMAVERALES IVAN TURGUENEF

Upload: others

Post on 31-Oct-2020

2 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

  • A G U A SP R I M A V E R A L E S

    I V A N T U R G U E N E F

    Diego Ruiz

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    3

    IVAN TURGUENEF

    Iván Sergiewitch Turguenef nació en Orel, Rusia,el año 1818. Estudió, primero en el Gimnasio deMoscú, y en seguida en la Universidad de San Pe-tersburgo. A los veinte años enviósele a Alemaniapara que perfeccionara y complementara sus estu-dios. Y si, según dice un escritor, aprendió en supaís a considerar a Rusia «como un mundo aparte,mundo superior, y único dueño del porvenir,» em-papado en la Universidad de Berlín en la filosofíaalemana de Schelling y de Hegel, sacó de ella la de-finitiva afición a las ideas generales y a los vastossistemas, que se nota en toda su obra. Ya desde muyjoven, sabía también que el primer deber de un es-critor es contribuir a la gloria y la felicidad de supatria, y que la literatura no es un simple juego ar-

  • I V A N T U R G U E N E F

    4

    tístico, sino también un medio eficaz de acción po-lítica y moral.

    De regreso a Rusia, obtuvo un empleo en el Mi-nisterio del Interior, y cediendo a su temperamentoy vocación, comenzó a escribir artículos y poesíasque aparecieron en diversos periódicos y revistas, yque más tarde coleccionó en forma de libro: Panacha(1843), y Conversación (1844).

    Pero la obra más sonada de sus primeros tiem-pos fue un estudio sobre el novelista Gogol, trabajoque se hizo notar por las ideas avanzadas en queestaba inspirado, y que, si valió a su autor muchosaplausos, costóle también la pérdida de su empleo,agravada con el destierro. Rusia no mostraba enton-ces miramiento alguno con los escritores que tantafama habían de conquistarle como patria de grandestalentos.

    Turguenef, desterrado, refugióse en Alemania,donde tenía algunas vinculaciones de estudiante,pero no tardó en trasladarse a París, ligándose muypronto con la pléyade de los escritores franceses,con algunos de los cuales tuvo estrecha amistad.Pronto llegó a dominar el idioma, hizo varias tra-ducciones de obras rusas, escribió las suyas en ele-gante francés, y tanto se connaturalizó con la gran

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    5

    ciudad que a pesar de habérsele levantado el destie-rro en 1854, merced a grandes influencias, puededecirse que no volvió a Rusia sino de visita. Sin em-bargo, nunca dejó de amar a su país, ni de trabajarpor su progreso: «En Rusia -dice un crítico,--»forjábase de Francia mil encantadores sueños ; pe-ro »apenas volvía a París, toda su alma de ruso reto-ñaba en él. De aquella época comienzan a datar susobras más notables. Turguenef se muestra en todasellas gran conocedor del corazón humano, observa-dor sagaz, exacto y a veces minucioso, amante de laNaturaleza que describe con singular brillantez,pintor y poeta al mismo tiempo en la creación desus personajes que siempre parecen arrancados delnatural, y que quizá lo sean en mucha parte. Tantaera su fuerza creadora que una verdadera autoridaden la materia, Prosper Merimée no vacilaba en decir:«Turguenef me recuerda a veces al mismo Shakes-peare. »Y este escritor que, al leerlo, parece tan, es-pontáneo como el agua que corre del manantial, erade la estirpe de los artistas concienzudos que traba-jan y perfeccionan pacientemente su obra, sin libraruno solo de sus detalles al acaso. En un principio-dice M. Teodor de Wysewa, -pudo creerse que eléxito de sus libros le importaba poco. Pero sus car-

  • I V A N T U R G U E N E F

    6

    tas, publicadas después de su muerte, nos revelan elcuidado, la paciencia, el encarnizamiento que dedi-caba a cada una de sus obras. Ahora comprendoque se haya ligado con Flaubert »desde que lo cono-ció: ambos comprendían del mismo »modo el tra-bajo literario. En sus cartas a su amigo Aksakofaparecen títulos de novelas, que se repiten duranteaños enteros: ora anuncia Turguenef que ya está porterminarlas, ora se queja de tener que empezar denuevo...

    Así han nacido tantas obras maestras que hacendecir al mismo crítico francés: Era uno de los másgrandes escritores de su raza. Su obra parecía escritapara nosotros. Entre todas las de autores rusos era,a la vez, la más rusa y la más francesa, pues diríaseque Turguenef veía mejor su patria desde que lacontemplaba de lejos, y cuanto mejor la veía, másclaridad, precisión y elegancia daba a sus descrip-ciones. Ninguno de sus compatriotas ha creado ti-pos tan esencialmente rusos; ningUno tampoco, encuanto a composición y estilo, se ha aproximadotanto al viejo ideal clásico del espíritu francés.

    Y no es su obra literaria menos meritoria, la dehaber descubierto en un joven debutante a otro delos más grandes escritores contemporáneos, León

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    7

    Tolstoi, de quien ya en 1855 escribía a su amigoAksakof: ¿Ha leído usted en el Contemporain el artí-culo de Tolstoi sobre Sebastopol? Lo leí en la mesa,grité ¡hurrah! y bebí una copa de champaña a la sa-lud del autor. Y pocos meses después escribía almismo corresponsal: Tolstoi acaba de escribir unanovela corta: La tormenta de nieve. La leerá usted en elnúmero de marzo del Contemporain. Es una verdade-ra obra maestra. Este detalle importa mucho paraconocer el espíritu generoso y entusiasta del escri-tor, de quien decía el mismo Wysewa ya citado, pa-rafraseándolo:

    El alma ajena es una selva profunda, dijo Tur-guenef. El alma de Turguenef era también una selvaprofunda; pero, por extraño fenómeno psicológico,parece que nadie lo hubiera advertido hasta lamuerte del gran escritor... Pero apenas murió, a tra-vés del claro jardín vióse la selva, una de esas negrasy misteriosas selvas del Norte, en que se trata envano de penetrar.

    Además de varios poemas, dramas, comedias yestudios diversos, Turguenef, escribió numerosasnovelas, siendo Aguas primaverales una de las últimas,pues la escribió en 1873. De esas obras. algunas delas cuales están traducidas a todos los idiomas, cita-

  • I V A N T U R G U E N E F

    8

    remos: Recuerdos de un cazador, Escenas de la vida rusa,Dmitri Rudini, Una camada de nobles, Elena, Primeramor, Padres e, hijos, Humo, Abandonada, Historias ex-trañas, Novelas moscovitas, Punine y Baburine, Diario deun hombre demás, y por último Tierras vírgenes.

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    9

    AGUAS PRIMAVERALES

    A eso de la una de la madrugada regresó a su ga-binete de trabajo, despidió al criado que había en-cendido las velas, y sentándose en una butaca juntoal fuego cubrióse, el rostro con las manos.

    Nunca había sentido tal desfallecimiento físico ymoral. Había pasado la velada con amables damas einteligentes caballeros. Muchas de aquellas damaseran bonitas; la mayor parte de los caballeros distin-guíanse por el talento y el ingenio; él mismo se ha-bía mostrado en la conversación interlocutoragradable y hasta brillante... y, a pesar de todo, nun-ca se había visto tan irresistiblemente acometido yopreso por aquel taedium vitae de que hablaban yalos antiguos romanos.

  • I V A N T U R G U E N E F

    10

    Si hubiese sido más joven, hubiera llorado defastidio, de angustia y de enervamiento; un amargorcorrosivo y punzante como el del ajenjo llenaba sualma entera; cierto no sé qué denso, helado, tétrico,le envolvía por todas partes como una obscura no-che, y no podía desembarazarse de esa obscuridad,de ese amargor. Era inútil recurrir al sueño: presen-tía que el sueño no iba a acudir en su auxilio.

    Insensiblemente se sumió en largas y lentas re-flexiones, inconexas y tristes.

    Meditó acerca de lo vano, inútil y vulgarmenteembustero de las cosas humanas. Todas las épocasde la vida -acababa de cumplir cincuenta y dosaños- desfilaron unas en pos de otras ante los ojosde su pensamiento, y ninguna de ellas encontró gra-cia ante él.

    ¡Agitarse siempre en el vacío y la nada, andarsiempre dando tajos y mandobles al aire, siempreembelecarse medio cándida medio conscientementecon el señuelo de vanas quimeras! «Poco importa loque contenta a un niño, con tal que no llore,» diceun proverbio ruso. Luego, de pronto, cual nieve quenos cae en la cabeza, ver llegar la vejez y con ella sucompañero, el temor a la muerte, ese temor que nos

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    11

    zapa y nos roe sin cesar... después, por último, ¡elchapuzón en el abismo!

    ¡Y gracias si transcurre así la vida! Porque más detina, vez, antes del fin, como la herrumbre ataca alhierro, llegan los achaques y el sufrimiento...

    La vida no se le aparecía como ese mar de olastumultuosas que describen los poetas ; se la repre-sentaba llana como un espejo, inmóvil, transparentehasta en sus más obscuras profundidades; sentadoen una barquichuela vacilante, abajo, en el fondo delabismo obscuro y fangoso, entreveía vagamente, asemejanza de peces enormes, formas monstruosas:eran todas las miserias de la vida, enfermedades,pesares, demencia, ceguera, pobreza... Y ante suvista sale de las tinieblas uno de esos monstruos ;sube, sube sin cesar; se hace cada vez más visible,cada vez más horriblemente distinto... Un momentomás, y, levantada por el lomo del monstruo, va azozobrar la barca. Pero de nuevo parece desvane-cerse la forma, desciende el monstruo, se vuelve alfondo y se queda allí tendido, agitando apenas suobscura cola... Sin embargo, tiene que venir el díafatal en que se tumbe la barca.

    Sacudió la cabeza, levantóse de un salto de labutaca, dio un par de vueltas por la estancia, y tomó

  • I V A N T U R G U E N E F

    12

    asiento detrás de la mesa de escritorio ; después,abriendo uno tras otro todos los cajones, se puso arevolver papeles, cartas antiguas, la mayor partecartas de mujeres. El mismo ignoraba por qué hacíaeso, pues no buscaba nada. Su único objeto era li-brarse, por medio de cualquiera ocupación, de lospensamientos que le perseguían como una pesadilla.

    Desdobló al acaso algunas cartas. Una de ellascontenía una flor seca, rodeada por una cinta ajada.Se encogió de hombros, echó un vistazo a la chi-menea y puso aparte las cartas, como si se hubiesedispuesto a entregar a las llamas aquellas inútilesreliquias.

    Siguieron sus manos explorando febrilmente loscajones; de pronto abrió los ojos de par en par yatrajo suavemente hacia sí una cajita octógona, deforma anticuada, y levantó despacio la tapa. Dentrode esa caja, entre dos capas de algodón en rama,amarillento, hallábase una crucecita de granates.

    Durante breve rato examinó esa cruz con as-pecto trascordado; luego, de pronto, dio un débilgrito... Lo que se retrató en su rostro no fue pesar nijúbilo: era cual si hubiese encontrado de improvisoun ser tiernamente amado en otro tiempo, perdido

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    13

    de vista desde mucho atrás, reconocible aún, y, sinembargo, cambiado enteramente por los años.

    Levantóse, volvió a sentarse junto a la chimenea,y de nuevo escondió la cara entre las manos... «¿Porqué hoy, por qué hoy precisamente?»-pensó. Y vi-nieron a la memoria muchas cosas pasadas largotiempo antes.

    He aquí lo que recordaba...Pero primero es necesario que os diga su apellido

    y sus nombres de pila y patronímico. Nuestro pro-tagonista se llamaba Demetrio Pavlovitch Sanín.

    He aquí de que se acordaba:

  • I V A N T U R G U E N E F

    14

    I

    Era en el verano de 1840. Sanín acababa decumplir veintidós años; volvía, de Italia a Rusia, yhallábase de paso en Francfort. Sin familia casi, po-seía una fortuna independiente, si bien no muycuantiosa. Habiéndole dejado un pariente lejanoalgunos miles de pesos en herencia, resolvió gastár-selos en el extranjero antes de ingresar en la admi-nistración, antes de ponerse a lomo la albarda oficialnecesaria para, asegurarse la subsistencia. En efecto,Sanín había puesto en planta su proyecto ; y tal ma-ña se dio, que el día mismo de llegar a Francfort te-nía el dinero justo para volver a San Petersburgo.En 1840 eran escasos los caminos de hierro; los se-ñores viajeros iban en diligencia. Sanín sacó su bi-llete, pero la diligencia no partía hasta las once de la

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    15

    noche. Quedábale mucho tiempo que gastar. Porfortuna el día era, magnífico, y Sanín, después dehaber almorzado en la fonda del Cisne Blanco, céle-bre a la sazón, salió a callejear por la ciudad. Fue aver la Ariadna de Dannecker, y no le pareció ni fu nifa; visitó la casa de Goethe (entre paréntesis, sólohabía, leído de este, poeta, el Werther, y eso en unatraducción francesa); paseó por la orilla del Mena yse aburrió como debe hacerlo un concienzudo viaje-ro de recreo; por último, hacia las seis de la tarde,fatigado, llenos de polvo los zapatos, encontróse enuna, de las calles menos importantes de Francfort,calle que, sin embargo, estaba destinada a no des-pintársele de la memoria en largo tiempo.

    En la fachada de una de las pocas casas de esacalle, vio una muestra que anunciaba a los tran-seuntes la «Confitería Italiana de Giovanni Roselli».Entró a tomar un vaso de limonada. En la primerapieza, detrás de un modesto mostrador, en las tablasde una alacena pintada, se ostentaba simétricamen-te, como en una farmacia, algunas botellas con ró-tulos dorados y botes de cristal de boca ancha llenosde bizcochos, pastillas de chocolate y caramelos. Nohabía nadie en esa pieza; sólo un gato gris roncabaguiñando los ojos y amasando blandamente con las

  • I V A N T U R G U E N E F

    16

    patitas una alta silla de paja puesta junto a la venta-na; una canastilla de madera calada yacía boca abajoen el suelo, y junto a ella un grueso ovillo de estam-bre rojo resplandecía en un rayo oblicuo de sol po-niente. Un ruido confuso, extraño, salía de laestancia inmediata. Sanín esperó a que la campanillade la puerta hubiese dejado de tocar, y dijo en vozalta :

    -¿No hay nadie aquí?En el mismo instante abrióse la puerta de la pie-

    za vecina,... Sanín se estremeció de asombro.

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    17

    II

    Una joven de unos diecinueve años, con los ne-gros cabellos flotando, esparcidos sobre los hom-bros desnudos, se precipitó en la tienda extendiendoante sí los brazos, igualmente, desnudos. Vio a Sa-nín, lanzóse hacia él, le agarró una mano y trató dellevárselo consigo, diciéndole con voz entrecortada :

    -¡Pronto, pronto, por aquí, sálvelo usted!Sanín no siguió a la joven; no porque vacilase, en

    obedecerla, sino porque el exceso de asombro ledejó clavado en el sitio. Jamás había visto semejantebelleza. Volvióse ella hacia él, y su voz, su mirada, elmovimiento de las manos juntas oprimiendo su me-jilla pálida expresaban tal desesperación mientras lerepetía : «¡Pero venga usted, venga usted!» que seprecipitó en pos de ella por la. entornada puerta.

  • I V A N T U R G U E N E F

    18

    En la segunda estancia vio tendido en un divánde crin pasado de moda, a un muchacho de catorceaños, parecidísimo a la joven; evidentemente era suhermano. Aquel niño estaba muy pálido, blancomás bien, con reflejos amarillos como la cera o co-mo un mármol antiguo. Tenía los ojos cerrados; lasombra de sus espesos cabellos negros cubrían lafrente inmóvil y lisa, las cejas finamente dibujadas einertes; veíanse brillar los dientes apretados entrelos amoratados labios. Parecía no respirar ya; unode los brazos estaba debajo de la cabeza, y el otrocolgando pesadamente hasta el suelo. El niño estabavestido de pies a cabeza y abotonado de arriba aba-jo; tenía puesta la corbata, oprimiéndole el cuello.

    La joven se lanzó hacia él, exhalando un grito deangustia.

    -¡Está muerto, está muerto! Ahora mismo estabasentado ahí; charlábamos juntos... De pronto se hacaído y no ha hecho ningún movimiento... ¡Diosmío! ¿Es posible que no se le pueda socorrer? ¡Ymamá que no está aquí!... ¡Pantaleone! ¡Pantaleone!¡Vamos! ¿Y el doctor? -añadió en italiano.-¿ Has idoen busca del doctor ?

    -Signora, no he ido ; he enviado a Luisa- dijo unavoz cascada, detrás de la puerta.

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    19

    Y un vejete, vestido con un frac de color de lila,y botones negros, con alta corbata blanca, pantalónde nankin muy corto y media de lana azul, entró enel cuarto renqueando con las piernas torcidas. Supequeñísíma cara desaparecía casi, por completobajo una inmensa maraña de cabellos grises cornoacero. Erizados en todos sentidos y cayendo en me-chones despeluznados, esos cabellos daban a la fi-sonomía del viejo cierta semejanza con la de unagallina, moñuda, semejanza tanto más chocantecuanto que bajo aquel matorral gris obscuro sólopodían distinguirse una nariz picuda, y unos ojosamarillos y completamente redondos.

    -Luisa tiene buenas piernas, y yo no puedo correr-prosiguió en italiano el viejecillo, levantando unotras otro los pies gotosos y planos calzados con za-patos de cordones pero he traído agua.

    Con los dedos flacos y nudosos apretaba el es-trecho gollete de una botella.

    -¡ Pero Emilio se morirá entretanto! - exclamó lajoven, y extendió las manos hacia Sanín. -¡Oh, caba-llero! ¡O mein Herr! ¿No puede usted socorrerlo?

    -Hay que sangrarle: esto es un ataque de apople-jía -hizo observar el viejo llamado Pantaleone.

  • I V A N T U R G U E N E F

    20

    Sanín no tenía ni la más ligera noción de me-dicina, pero sabía perfectamente que los niños decatorce años no suelen tener ataques de apoplejía.

    -Esto es un síncope y no... lo que usted pretende-dijo a Pantaleone. - ¿Tiene usted cepillos ?

    El viejo volvió hacia él su carita.-¿Cómo?-¡Cepillos, cepillos! -replicó Sanín en alemán y en

    francés; y haciendo el ademán de quien acepilla ro-pa, volvió a repetir :-¡Cepillos!

    El vejete acabó por comprender.-¡Ah, cepillos! ¿Spazzette? Ciertamente, tenemos

    cepillos.-Tráigalos usted aquí; vamos a quitarle la corbata,

    y el paletot, y después le daremos friegas.-¡Bien... benone! ¿Y no hay que echarle agua por la

    cabeza?-No... más tarde. Por ahora, vaya usted pronto a

    buscar los cepillos.Pantaleone dejó en el suelo la botella, salió a es-

    cape y regresó en seguida con dos cepillos, uno parala ropa y otro para la cabeza. Acompañábale un pe-rro de aguas, rizado de lanas, quien meneando deprisa la cola se puso a mirar curioso al viejo, a la

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    21

    joven y hasta a Sanín, como si hubiera querido saberqué significaba todo aquel barullo.

    Sin perder tiempo, Sanín quitó el paletot al mu-chacho siempre inmóvil, le desabrochó el cuello,levantó las mangas de la camisa, y armado con uncepillo, se puso a darle friegas con todas sus fuerzasen el pecho y en los brazos. Pantaleone paseaba nomenos enérgicamente el otro cepillo, el cepillo decabeza, por sus botas, y sus pantalones. La joven sehabía arrodillado junto al diván, y con la cabeza en-tre las manos, contemplaba a su hermano con losojos fijos, sin pestañear siquiera. Sanín seguía fro-tando y la miraba a veces de reojo. ¡Dios, qué her-mosa era!

  • I V A N T U R G U E N E F

    22

    III

    Tenía la nariz un poco grande, pero de bellaforma aguileña; un ligero bozo sombreaba imper-ceptibleniente su labio superior. Su tez de un mateuniforme y una palidez de ámbar, las ondas lustro-sas de sus cabellos, recordaban la Judith de Allori, enel palacio Pitti. ¡Y qué ojos, sobre todo! Ojos de ungris obscuro con un círculo negro en la pupila, ojosmagníficos, ojos triunfantes, aun en ese momentoen que el espanto y el dolor apagaban su brillo. In-voluntariamente le vino a Sanín a la memoria el ma-ravilloso país que acababa de abandonar, pero niaun en Italia misma había encontrado nunca nadaparecido. La respiración de la joven era rara y desi-gual; hubiérase dicho que para respirar aguardabacada vez a que su hermano recobrase el aliento.

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    23

    Sanín frotaba sin descanso. No se limitaba a mi-rar a la joven: llamábale también la atención la ori-ginal figura de Pantaleone. Desfallecido, sinresuello, el viejo se estremecía a cada movimientode cepillos, exhalando un gañido quejumbroso, ysus enormes mechones de pelo, bañados en sudor,balanceábanse con pesadez de un lado a otro, comolas raíces de alguna planta grande descalzadas poruna corriente de agua.

    -Quítele usted las botas, por lo menos -iba a de-cirle Sanín.

    El perro de aguas, probablemente trastornadopor el carácter extraordinario de estos sucesos, aga-chóse, sobre las patas delanteras y se puso a ladrar.

    -¡Tartaglia, Canaglia! -cuchicheó el viejo en tonoamenazador.

    Pero en ese momento, el rostro de la joven setransfiguró: alzáronse sus cejas, agrandáronse aúnmás sus grandes ojos, radiantes de júbilo.

    Miró Sanín... La cara del muchacho iba ad-quiriendo un poco de color, los párpados habíanoscilado, palpitaron las ventanillas de la nariz; aspiróel aire a través de los dientes, apretados aún, yexhaló un suspiro.

    -¡Emilio! - exclamó la joven. - ¡Emilio mío!

  • I V A N T U R G U E N E F

    24

    Abriéronse los negros ojos de Emilio; aún mira-ban con vaguedad, pero sonreían ya débilmente. Lamisma sonrisa cruzó por sus labios pálidos; en se-guida movió el brazo que colgaba, y con un esfuezolo puso junto al pecho.

    -¡Emilio! -repitió la joven, levantándose.Su rostro tenía una expresión tan viva y tan in-

    tensa, que parecía pronta a deshacerse en lágrimas,o a echarse a reir.

    -¡Emilio! ¿Qué hay? ¡Emilio! -dijo una voz en lapieza inmediata.

    Y una señora, pulcramente vestida, morena, depelo entrecano, entró con paso rápido. La seguía unhombre de cierta edad, y por encima de su hombromostrábase la cabeza de una criada.

    La joven corrió a su encuentro.-¡Está salvado, mamá! ¡Vive! -exclamó estrechan-

    do conVulsa entre sus brazos a la señora que acaba-ba de entrar.

    -Pero ¿qué ha sucedido? -repitió ésta. -Venía yo acasa, y me encuentro al señor doctor con Luisa...

    .Mientras la joven contaba lo que había pasado,el doctor se acercó al enfermo, quien iba volviendocada vez más en sí, y continuaba sonriéndose con

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    25

    aire un poco forzado, cual si estuviese confuso porel susto de que había sido causa.

    -Por lo que veo -dijo el doctor a Sanín y a Pan-taleone- le han frotado ustedes con cepillos; hanhecho ustedes muy bien, fue una idea acertadísima.Veamos ahora qué remedio...

    Pulsó al joven y le dijo :-Saque usted la lengua.La señora se inclinó con solicitud hacia su hijo,

    quien se sonrió más francamente, levantó la vistahacia ella y se puso encarnado.

    Sanín se hizo la cuenta de que estaba de más, ypasó a la tienda. Pero antes de poner la mano en elpestillo de la puerta exterior, apareciósele de nuevola joven y le detuvo.

    -¿Se va usted? -dijo, mirándole de frente congentil mirar. -No lo detengo; pero es absolutamentepreciso que venga usted a vernos esta noche. Leestamos tan agradecidos (tal vez ha salvado usted lavida a mi hermano), que queremos darle las gracias.Mamá es quien se lo ruega. Debe usted decirnosquién es, y venir a participar de nuestra alegría.

    -Pero, ¡si hoy mismo salgo para Berlín! tartamu-deó el joven.

  • I V A N T U R G U E N E F

    26

    -Le sobrará a usted tiempo -replicó la joven conpresteza. -Venga usted dentro de una hora, a tomaruna jícara de chocolate con nosotros... ¿Me lo pro-mete usted? Tengo que volverme junto a mi herma-no. ¿Vendrá usted?

    ¿Qué podría hacer Sanín?-Vendré -respondió.La joven le apretó la mano con rapidez y vol-

    vióse corriendo. Sanín se encontró en la calle.

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    27

    IV

    Hora y media después estaba Sanín de vuelta enla confitería de Roselli, donde le recibieron como dela familia. Emilio estaba sentado en el mismo divánen que le dieron las friegas. El doctor había partido,dejando una receta, y recomendando que le preser-vasen con esmero de las emociones vivas, a causade su temperamento, nervioso, y predispuesto a lasenfermedades del corazón.

    Emilio había sufrido otros desmayos de ese gé-nero, pero no, tan profundos ni tan prolongados.Por lo demás, el doctor declaraba que por el mo-mento había desaparecido todo peligro.

    Emilio, cual conviene a un convaleciente, estabaarropado en una amplia bata, y su madre le había

  • I V A N T U R G U E N E F

    28

    puesto al cuello un pañuelo de lana azul ; pero teníauna expresión alegre, casi como en día de fiesta.

    Todo lo que le rodeaba tenía también aspecto defiesta. En una mesita puesta frente al diván ostentá-base una enorme cafetera de porcelana, llena dearomático chocolate, y en derredor se desplegabanpocillos, botellas de jarabe, platos llenos de bizco-chos y molletes de pan, y hasta ramos de flores. Seisvelas finas ardían en dos candelabros de plata deforma antigua. A un lado del diván hallábase unmullido sillón a lo Voltaire, donde Sanín se vio obli-gado a sentarse. Todos los moradores de la confite-ría, con quienes había entablado conocimientoaquella tarde, se encontraban allí reunidos, sin ex-ceptuar el gato y el perro Tartaglia, y todos teníancara de pascuas: el mismo perro estornudaba de go-zo; sólo el gato continuaba haciendo arrumacos yguiños.

    Fue preciso que Sanín dijese su apellido, nom-bres y calidad, así como el sitio donde nació. Al sa-ber que era ruso, las dos damas prorrumpieron enexclamaciones de asombro, y ambas a una voz de-clararon que pronunciaba, perfectamente bien elalemán; pero añadieron que, si prefería hablar enfrancés, podía emplear este idioma que ellas mismas

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    29

    comprendían y hablaban con facilidad. Sanín apro-vechó en el acto el ofrecimiento. «¡Sanín, Sanín!»Jamás habían podido imaginar las dos damas quetan fácil de pronunciar fuese un apellido ruso. Nomenos les agradó su nombre bautismal Dmitri. Laseñora dijo que en su juventud había oído cantaruna ópera magnífica. Demetrio e Polibio, pero declaróque Dmitri era mucho más agradable que Demetrio.

    Sanín habló así cerca de una hora. Por su partelas damas le iniciaron en todos los detalles de suexistenciA. La de cabello gris, la madre, era quienmás hablaba. Hizo saber a Sanín que se llamabaLeonora Roselli, que había perdido a su maridoGiovanni Battista Roselli, quien veinticinco años,antes se estableció en Francfort, de confitero; queGiovanni Battista era natural de Vicenza, y unhombre bonísimo, aun que un poco vivo de genio,pendenciero y encima ¡republicano! Al decir estaspalabras, la señora Roselli señalaba con el dedo unretrato al óleo, colgado encima del diván. Debe su-ponerse que el pintor (también «republicano» aña-dió suspirando la señora Roselli) no había acertadoa reproducir por completo el parecido, pues el re-trato del difunto Giovanni Battista representaba unbandolero sombrío y con gesto de vinagre, por el

  • I V A N T U R G U E N E F

    30

    estilo de un Rinaldo Rinaldini. En cuanto a la seño-ra Roselli, había nacido en la antígua y soberbia ciu-dad de Parma, donde existe aquella magníficacúpula pintada por el inmortal Correggio; pero sularga permanencia en Alemania la había germaniza-do casi por completo. Después, moviendo triste-mente la cabeza, añadió que ya no le quedaban másque aquella hija y aquel hijo (los indicó por turnocon el dedo), que la hija se llamaba Gemma y el hijoEmilio, que los dos eran buenos muchachos, y obe-dientes, Emilio sobre todo...

    -¿ Y yo no soy obediente? -interrumpió la hija.Oh! Tú... tú eres también una republicana

    -respondió la madre.Después dijo que, naturalmente, los negocios

    iban menos bien que en tiempo de su marido,maestro en el arte de la confitería,... (Un gran d'uomo!gruñó Pantaleone con aire sombrío); pero que, sinembargo, gracias al Cielo, aún se encontraban me-dios de vivir.

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    31

    V

    Gemma escuchaba a su madre, y tan pronto reía,tan prontó suspiraba, como le pasaba suavemente lamano sobre el hombro o le dirigía amenazas jovialescon el dedo, y algunas veces miraba a Sanín. Le-vantóse por último, estrechó a su madre entre, losbrazos y la besó en el cuello, debajo de la barba. Lamadre rióse mucho y hasta le dio un leve beso.

    Sanín trabó también más amplio conocimientocon Pantaleone. Supo que éste había sido antañocantante de ópera en los papeles de barítono, peroque hacía mucho tiempo había abandonado la carre-ra teatral, y ocupaba en la familia Roselli el términomedio entre un sirviente y un amigo de la casa. Apesar de su larga residencia en Alemania, no habíaaprendido nada del idioma del país ; sólo conocía

  • I V A N T U R G U E N E F

    32

    los términos injuriosos y los destrozaba sin piedad.Ferroflutto spiecebubbio1 decía de casi todos los alema-nes. Hablaba el italiano con perfección, habiendonacido en Sinigaglia, donde se oye la lingua toscana inbocca romana.

    Emilio dejábase mimar y se abandonaba a lasagradables impresiones de un convaleciente o dealguien que acabara de librarse de un grave peligro;por lo demás, aparte de eso, era fácil ver que todoslos de la casa le mimaban. Dio gracias con timidez aSanín, y se dedicó más que nada al jarabe y a lasgolosinas. Sanín se vio obligado a tomar dos jícarasde chocolate excelente y a comer una considerablecantidad de bizcochos; no hacía más que tragar uno,cuando ya le presentaba otro Gemma. ¿Cómo re-chazárselo? Bien pronto se sintió a sus anchas, co-mo en su casa; las horas corrían con una rapidezinverosímil. Le hicieron tratar de muchos asuntos:acerca de Rusia en general, el clima, la sociedad, loscampesinos rusos (y en particular los cosacos), laguerra de 1812, Pedro el Grande, el Kremlín, lascampanas y las canciones rusas. Las dos damas notenían más que una idea muy vaga de esa región in-

    1 Barbarismo de pronunciación a la italiana de las palabrasalemanas Verfluchter Spitzbube (pícaro, canalla).

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    33

    mensa y remota. La señora Roselli (o, como solíanllamarla por lo común, Frau Lenore) dejó estupe-facto a Sanín al preguntarle si aún existía la célebrecasa de hielo construida en San Petersburgo el siglopasado, y a propósito de la cual había leído un artí-culo tan interesante en uno de los libros de su di-funto esposo : Bellezze delle arti. Y como Sanínexclaniase : «¿De veras se figura usted que no hayverano en Rusia?» Frau Lenore le explicó cómo sehabía representado hasta entonces aquel país: nieveseternas, todo el mundo envuelto en pieles y todoslos hombres militares, pero una extremada hospita-lidad y campesinos muy sumisos. Sanín se esforzóen darle, así como a su hija, informes más precisos.La conversación recayó acerca de la música rusa; yal punto le rogaron que cantase un aire ruso cual-quiera, y le indicaron en un rincón de la pieza, unpianito en que las teclas blancas estaban reemplaza-das por negras y viceversa. Obedeció sin hacerserogar, y acompañándose bien o mal con dos dedosde la mano derecha y tres de la izquierda (el pulgar,el del corazón y el meñique) cantó un poco nasal-mente y con vocecilla de tenor, primero el Sarafán ydespués Po ulitse mostovoy. Las damas le elogiaronpor su voz y su musica, pero admiraron sobre todo

  • I V A N T U R G U E N E F

    34

    la dulzara y la sonoridad de la lengua rusa, y le roga-ron que tradujese el texto. Sanín satisfizo su deseo;pero como las palabras del Sarafán y de Po ulitsemostovoy (que traducía con poca elegancia) : «Por unacalle empedrada,iba una joven por agua» no podíanhacerles formar gran idea de la poesía rusa, de-clamó, tradujo y cantó no sin degollarla un poco enlas coplas en tono menor, la romanza de PuchkinRecuerdo esas horas divinas, puesta en música por Glin-ka. Las damas quedaron entonces enttislasmadas, yFrau Lenore hasta descubrió en la lengua rusa pas-mosas relaciones con la italiana: Mognovenie (o viani)sa mnoi (siam no¡), etc. Los mismos apellidos de Glin-ka y Puchkin, que pronunciaba Puskin, pareciéronletener una armonía familiar para su oído.

    Sanín, a su vez, rogó a las damas que le cantasenalguna cosa. Tampoco lucieron melindres con él.Frau Lenore se puso al piano y cantó con su hija,algunos dúos y stornelli. La madre debía haber tenidoen sus tiempos una buena voz de contralto; la vozde la joven, aunque un poco débil, era, sin embargo,agradable.

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    35

    VI

    Pero lo que admiraba Sanín no era la voz deGemma, sino Gemma misma. Sentado detrás y algoal lado de la joven, decíase que jamás palmera algu-na, ni aun en las estrofas de Beneditof, poeta demoda entonces, hubiera podido competir en elegan-cia con las felices proporciones de su talle. Cuandoen los pasajes expresivos alzaba los ojos al techo,preguntábase qué cielos no hubieran podido abrirseante tal mirada.

    Apoyado contra el quicio de la puerta, con labarba y la boca, sepultadas en su inmensa corbata, oescuchando muy serio con aire de un entendido, elviejo Pantaleone mismo admiraba la belleza de lajoven y se extasiaba, aun cuando hubiera debidoestar habituado a ella.

  • I V A N T U R G U E N E F

    36

    Cuando Frau Lenore terminó de cantar sus dúos,advirtió que Emilio tenía una hermosa voz, de tim-bre argentino, pero que estaba en la edad de mu-darla (en efecto, hablaba con voz de bajo, conentonaciones constantes en falsete), y, por consi-guiente, no debía cantar. Pero invitó a Pantaleone asacudir la nieve de los años en honor de su huésped.

    Pantaleone tomó en seguida un aire arisco, frun-ció las cejas, desgreñó sus melenas y declaró quedesde mucho tiempo atrás había renunciado a todoeso. Por lo demás -añadió, -en su juventud no hu-biera retrocedido ante un reto, porque pertenecía aaquella, gran época, en que había una verdadera es-cuela de canto y verdaderos. cantantes, cantantesclásicos que nada tenían de común con los chillonesde ahora. El mismo en persona, Pantaleone Cippa-tola da Varese, recibió un día en Módena el homena-je de una corona de laurel, y en aquella ocasiónhasta soltaron palomas blancas en el teatro, y unpríncipe ruso, il príncipe Tarbuski, con quien tuvo enotro tiempo relaciones de íntima amistad, le invitabasiempre, después de cenar, a que se fuese a Rusia,prometiéndole montañas de oro... ¡montañas! Peroél no había querido abandonar il paese del Dante.Verdad es que más tarde, circunstancias desgracia-

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    37

    das... sus propias imprudencias... Aquí se interrum-pió el viejo, suspiró profundamente y bajó la cabe-za; después empezó otra vez a hablar de la épocaclásica del canto y del célebre tenor García, porquien sentía una admiración tan honda como des-medida.

    -¡Qué hombre! Il gran García nunca se rebajóhasta cantar de falsete, como lo hacen los pésimostenores, los tenoracci de nuestros días. ¡De pecho,nada más que de pecho! ¡Voce di petto, sí!

    El viejo, con sus dedillos flacos, se golpeó enér-gicamente el buche.

    -¡Y qué actor, un volcán! ¡Signori miei, un volcán,un Vesubio! ¡Tuve el honor y el gusto de cantar conél la ópera dell' illustrtissimo maestro Rossini, en el Ote-llo! Garcia cantaba el papel de Otello, yo el de Yago.Y cuando cantó esta frase...

    Al llegar aquí, Pantaleone tomó una postura trá-gica, y se puso a cantar con voz temblona y ronca,pero aún muy expresiva, sin embargo:

    L'ira d'avverso fattoio piú non temeró!

    El teatro se venía abajo, signori miei. Pero yo mequedé corto, y repliqué después de él:

  • I V A N T U R G U E N E F

    38

    L'ira d'avverso fattoTemer piú non dovro.

    Y él, después, de pronto, como un rayo, comoun tigre:

    Morró! ma vendicato...

    Y fíjense ustedes, cuando cantaba... cuando can-taba la célebre cavatina de Il matrimonio segreto:

    Pria che spunti l'alba...

    entonces il gran García, después de estas palabras:

    I cavalli di galoppo

    hacía sobre esta frase :Senza posa cacciera...

    hacía... oigan ustedes, que prodigioso es esto,com' e stupendo!... hacía...

    El viejo salió con una,fioritura dificilísima; pero alllegar a la décima nota se hizo un lío, se puso a to-ser, y se volvió bruscamente, diciendo :

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    39

    -¡Déjenme en paz! ¿Por qué me atormentan us-tedes?

    Gemma saltó de la silla, aplaudiendo y gritando:«¡Bravo, bravo!» corrió hacia el pobre Yago retiradoy le plantó bonitamente las dos manos en los hom-bros.

    Sólo Emilio se reía hasta, desternillarse. «Esaedad no tiene compasión» -dijo La Fontaine.

    Sanín trató de consolar al pobre cantante, y sepuso a charlar con él en italiano. Había, adquiridouna leve tintura de esta lengua durante su últimoviaje. Habló de il paese del Dante, dove il si suona. Estafrase, con el Lasciate ogni speranza, constituía en len-gua italiana todo el bagaje poético del joven viajero.

    Pero Pantaleone no respondió a la atención.Hundiendo más profundamente que nunca la barbaen la corbata y abriendo mucho los ojos con airemohino, parecía de nuevo un ave, y hasta un aveencolerizada, un cuervo o un milano. EntoncesEmilio, con leve y repentino rubor, como es cos-tumbre, en los niños mimados de quince años, sedirigió a su hermana y le dijo que si quería distraer asu huésped, nada mejor, podía encontrar sino leerleuna de esas comedias de Maltz que tan bien leía ella.Gemma se echó a reir, dando un golpecito en la

  • I V A N T U R G U E N E F

    40

    mano de Emilio, y exclamó : «que sólo él podía te-ner semejantes ocurrencias.» Sin embargo, apresu-róse a ir a su cuarto, regresó con un libro en la ma-no, se sentó delante de la mesa en el diván, alzó eldedo para imponer silencio con un ademán entera-mente italiano, y comenzó la lectura.

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    41

    VII

    Maltz era uno de los literatos francofurtenses delperíodo de 1830. Sus sainetes, cortos y apenas pla-neados, escritos en el dialecto local, describían lostipos de la comarca de una manera burlesca, y atre-vida, aunque el humorismo no fuese muy profundo.

    Gemma leía de una manera notable, lo mismoque un buen actor. Sostenía perfectamente con to-dos sus matices el carácter de cada personaje, y des-plegaba cualidades de mímica que había heredadocon la sangre italiana. Cuando se trataba de repre-sentar alguna vieja en la chochez o algún burgo-maestre imbécil, hacía las muecas más chistosas,encogía los ojos, fruncía la nariz, ceceaba y chillaba,sin piedad ninguna para con su voz delicada y sulindo rostro.

  • I V A N T U R G U E N E F

    42

    Nunca se reía al leer; pero sí los oyentes, exceptoPantaleone, que se apresuraba a marcharse con as-pecto de mal humor así que se hablaba de quel ferro-fluto tedesco; si los oyentes la interrumpían con unacarcajada simpática, entonces dejaba caer el libro enlas rodillas y reíase también ella a mandíbula ba-tiente, echando atrás la cabeza, mientras que los ri-zos de sus negros cabellos saltaban sobre su nuca ysus hombros sacudidos por la hilaridad. Pero encuanto se había acabado de reir, tomaba, otra vez ellibro, daba de nuevo expresión conveniente a lasfacciones y continuaba en serio la lectura. Sanín nopodía saciarse de admirarla. Chocábale una cosasobre todo: ¿por qué misterio, aquella cara tanidealmente hermosa podía tomar de pronto una ex-presión cómica y a veces hasta trivial?

    Gemma era menos hábil en el modo de leer lospapeles de muchachas, de «damas jóvenes.» Las es-cenas de amor, sobre todo, no las hacía bien. Ellamisma lo notaba; por eso les daba un leve matizirónico, como si no creyese en esos pomposos ju-ramentos, en esas frases sublimes, de que el autor,además, absteníase todo lo posible.

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    43

    Pasaban las horas sin advertirlo Sanín, y no seacordó de su viaje hasta que dieron las diez en elreloj. Saltó de la silla como si le hubiesen pinchado.

    -¿Qué tiene usted ?-preguntó Frau Lenore.-Tenía que salir hoy para Berlín, y había reserva-

    do asiento en la diligencia.-¿Cuándo sale la diligencia?-A las diez y media.-Entonces ya es demasiado tarde -dijo Gemma.-Quédese usted y leeré alguna otra cosa.-¿Había usted pagado el billete entero, o nada

    más que dado señal? -preguntó Frau Lenore, con unpoco de curiosidad.

    -¡Todo entero!-gimió Sanín con gesto afligido.Gemma le miró, entornando los ojos y se echó a

    reir.-¡Cómo es eso! -le dijo la madre, con tono de re-

    prensión. -Este joven acaba de perder dinero, ¿y esote hace reir?

    -¡Bah! -respondió Gemma. -No se quedará arrui-nado por eso, y trataremos de consolarle. ¿Quiereusted limonada?

    Sanín tomó un vaso de limonada, Gemma rea-nudó la, lectura de Maltz, y todo fue de nuevo lomejor del mundo.

  • I V A N T U R G U E N E F

    44

    -Dieron las doce de la noche. Sanín empezó adespedirse.

    -Debe, usted permanecer algunos días en Franc-fort -le dijo Gemma. -¿Por qué, tanta prisa? Ningu-na otra ciudad le parecerá a usted más agradable.

    Hizo una pausa, y repitió sonriéndose:-Ninguna otra, verdaderamente.Sanín no respondió nada, y pensó que lo vacío

    de su bolsa le obligaba a permanecer en Francfort,hasta que tuviese contestación de un amigo de Ber-lín, a quien había resuelto pedir dinero prestado.

    -Quédese usted, quédese -dijo, a su vez Frau Le-nore; -le, haremos entablar conocimiento con elprometido de Gemma, el señor Karl Klüber. Hoyno ha podido venir, porque está ocupadísimo en susalmacenes. Probablemente habrá visto usted en laZeile un gran almacén de paños y sedas; pues bien,allí está de dependiente principal. Quedará contentí-simo de presentar a usted sus respetos.

    Sanín, sabe Dios por qué, se sintió un poco con-trariado. «¡Feliz prometido! » -pensó, mirando aGemma. Y creyó advertir en los ojos de la jovenuna expresión burlona.

    Saludó de nuevo a las señoras.

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    45

    -¡Hasta mañana, hasta mañana! ¿No es así?-lepreguntó Frau Lenore.

    -¡Hasta mañana!-dijo Gemma, no a modo depregunta, sino con un tono afirmativo, cual si hu-biera sido imposible la duda.

    -¡Hasta mañana!-respondió Sanín.Emilio, Pantaleone y Tartaglia le acompañaron

    hasta la esquina de la calle. Pantaleone no pudo me-nos de manifestar su disgusto acerca del modo deleer que había tenido Gemma.-¿Cómo no le dabavergüenza? ¡Qué es eso, hacer muecas, chillar! ¡Unacaricatura! -Hubiera podido elegir Merope o Clitemnes-tra, algo grande, trágico; ¡y prefería imitar a una bru-ja alemana cualquiera! «Yo también puedo hacerotro tanto... Mertz, kertz, smertz»-dijo con voz ronca,alargando la cara hacia adelante y esparrancando losdedos. Tartaglia ladró detrás de él y Emilio se echó areir. El viejo les volvió bruscamente la espalda.

    Sanín volvió a la fonda del Cisne Blanco, donde leesperaba su equipaje en un rincón de la gran sala deespera. Hallábase en un estado de espíritu bastanteconfuso. Aún le zumbaban en los oídos todas aque-llas conversaciones italofranco-tudescas.

  • I V A N T U R G U E N E F

    46

    -¡Prometida! -murmuró, metiéndose en la camadel modesto dormitorio que había pedido. -¡Y quéhermosa es! Pero ¿por qué me he quedado?

    Sin embargo, el siguiente día escribió una carta asu amigo de Berlín.

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    47

    VIII

    No había acabado de vestirse, cuando un ca-marero de la fonda le anunció la visita de dos seño-res. Uno de ellos era Emilio; el otro, un joven, buenmozo, con la cara más regular que pudiera verse, eraHerr Karl Klüber, el novio de la hermosa Gemma.

    Todo induce a supoNer que por aquel entoncesno había en ningún comercio de Francfort un pri-mer dependiente tan cortés, tan bien educado, tanimponente, tan amable como Herr Klüber. Lo inta-chable de su vestir sólo tenía igual en lo digno de suapostura y en lo elegante de sus maneras, eleganciaun poco estirada, según la moda inglesa (había pa-sado dos años en Inglaterra), pero exquisita, sinembargo. A primera vista se notaba claramente queese guapo mozo, un poco severo, bien educado y

  • I V A N T U R G U E N E F

    48

    muy relamido, tenía costumbre de obedecer a sussuperiores y tratar a baquetazos a sus inferiores, yque detrás del mostrador debía inspirar respetohasta a los parroquianos. No podía concebirse lamenor duda respecto a su honradez; bastaba ver elalmidonado cuello que le sostenía la barba. Y su vozera tal como pudiera apetecerse, llena y grave comola de un hombre que tiene confianza en sí mismo,no demasiado fuerte, sin embargo, y hasta concierta dulzura de timbre. Era una voz excelente paradar órdenes a los dependientes inferiores. «¡Enseñeusted aquella pieza de terciopelo de Lyon punzó! » Obien: «¡Dé usted una silla a la señora!»

    El señor Klüber comenzó por presentar suscumplimientos, y al hacer las reverencias se inclinótan noblemente, resbaló los pies de un modo tanagradable, y entrechocó ambos tacones con tal ur-banidad, que no podía vacilarse en decir : «Este esun hombre que tiene ropa blanca y virtudes mora-les, todo de primera calidad.» En la mano izquierda,calzada con guante de Suecia, tenía un sombreroreluciente como un espejo y en el fondo de éste es-taba el otro guante; la mano derecha, desnuda, quealargó a Sanín con ademán modesto pero resuelto,estaba tan bien acabada que superaba a toda idea

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    49

    preconcebida, cada una de las uñas era la perfecciónmisma en su especie. Luego declaró, con los térmi-nos más selectos de la lengua alemana, que habíadeseado presentar sus respetos y la seguridad de sugratitud al señor extranjero que había prestado unseñaladísinio servicio a un futuro pariente suyo, elhermano de su prometida esposa. Al decir estas pa-labras, extendió la mano izquierda, la que sostenía elsombrero, en dirección a Emilio, quien, perdiendoel tino, se volvió hacia la ventana y se metió el dedoíndice en la boca. Herr Klüber añadió que se consi-deraría muy feliz, si por su parte, pudiera hacer al-guna cosa que le fuese grata al señor extranjero.

    Sanín respondió, también en alemán, pero no sinalgunas dificultades, que estaba encantado... que elservicio era de poca importancia, y rogó a sus hués-pedes que tomasen asiento. Herr Klüber le dio lasgracias, y levantándose los faldones de la levita, sesentó en una silla, pero tan ligeramente y de unamanera tan poco segura, que era imposible no de-cirse: «He ahí un hombre que se ha sentado por pu-ra fórmula y que va a levantar el vuelo al instante.»En efecto, levantó el vuelo unos minutos después, ydando discretamente dos pasitos adelante, como enla contradanza, explicó con aire modesto que, con

  • I V A N T U R G U E N E F

    50

    gran pesar suyo, no podía permanecer más tiempofuera del almacén- ¡los negocios ante todo! -peroque siendo domingo el día siguiente, con aproba-ción de Frau Lenore y de Fraulein Gemma, habíaorganizado una jira de recreo a Soden, a la cual teníael honor de invitar al señor extranjero, y que abriga-ba la esperanza de que éste se dignaría, «embelle-cerla» con su presencia. Sanín no se negó a«embellecerla.» Herr Klüber le hizo en seguida unascortesías y salió luciendo sus pantalones del matizmás delicado, gris perla; las suelas de las botas, nue-vecitas, chillaban no menos agradablemente.

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    51

    IX

    En cuanto su futuro cuñado hubo salido, Emilio,que aun después de la invitación hecha por Sanín de«tomarse la molestia de sentarse,» no había cesadode mirar por la ventana, dio media vuelta a la iz-quierda, y ruborizándose, con un mohín de afecta-ción infantil, preguntó a Sanín si podía quedarse aúnun poco.

    -Me siento mucho mejor hoy -añadió; pero eldoctor me ha prohibido trabajar.

    -Quédese, no me estorba usted de ningún modo-exclamó en seguida Sanín, encantado, como todoVerdaderO ruso de aceptar la primera proposiciónque pudiese dispensarle de hacer él mismo algunacosa.

  • I V A N T U R G U E N E F

    52

    Emilio dio las gracias, y en un instante tomó po-sesión de Sanín y de su cuarto; examinó los objetosde la pertenencia de su huésped y preguntó acercade todo lo que veía: «¿ Dónde lo ha comprado us-ted? ¿Cuánto le costó esto?» Le ayudó a afeitarse, ledijo que hacía mal en no dejarse crecer el bigote, ypor último, le contó una multitud de particularida-des acerca de su madre, de su hermana, de Panta-leone, hasta de Tartaglia, y toda la manera de vivir deellos. Había desaparecido todo asomo de timidez enEmilio, quien sintió súbitaniente un afecto extraor-dinario por Sanín, no a causa de que éste le hubierasalvado la vida el día antes, sino porque «¡ era tansimpático!» No tardó en confiarle todos sus secre-tos, insistiendo en particular sobre un tema. Mamáquería hacerle a toda costa comerciante, y él sabía,sabía sin género ninguno de duda que había nacidoartista, músico, cantante, ¡que el teatro era su verda-dera, vocación! El mismo Pantaleone le animaba:pero Herr Klüber sostenía el parecer de mamá, so-bre la cual tenía gran influencia. La idea de conver-tirle en un mercachifle era propia de Herr Klüber,en cuyo caletre nada podía compararse con la profe-sión de mercader. Vender paño y terciopelo, estafar

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    53

    al público, hacerle pagar Narren-Oder-Russen-Preise(precios de imbéciles o de rusos); ¡he aquí su ideal!

    -Pero ya es hora de irnos a casa -exclamó encuanto Sanín hubo concluido de arreglarseescrito sucarta a Berlín.

    -Todavía es muy temprano -dijo Sanín.-Eso no importa -replicó Emilio con zalamería.

    -Vamos al correo, y de allí a casa. Gemma se pondrácontenta de verle a usted. Almuerce usted con no-sotros... Hable usted a mamá de mí, de mi carrera ...

    -Vamos -dijo Sanín.Y partieron.

  • I V A N T U R G U E N E F

    54

    X

    Gemma, en efecto, pareció contentísima de ver-le, y Frau Lenore le recibió muy amistosa. Visible-mente, había producido en ella, una impresiónfavorable la víspera. Emilio corrió a ocuparse delalmuerzo, no sin haber cuchicheado al oído de Sa-nín esta recomendación:

    -¡No lo olvide usted!-En ello pienso -contestó Sanín.Frau Lenore no se encontraba del todo bien; te-

    nía jaqueca y medio tumbada en un sillón, trataba demoverse lo menos posible. Gemma llevaba un pei-nador amarillo, sujeto a la cintura con un cinturónde cuero; tenía también aspecto fatigado, y una lige-ra palidez cubría sus mejillas; sus ojos estaban unpoco ojerosos, pero su brillo no se había aminora-

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    55

    do, y aquella palidez daba algo de misterio y dulzuraa sus facciones de una pureza y una severidad clási-cas. Ese día llamóle la atención a Sanín en particularla extraordinaria belleza de su mano... Cuando lalevantaba para arreglarse y sujetar los rizos obscurosy lustrosos de sus cabellos, no podía apartar la vistade esos dedos largos y flexibles, separados unos deotros como los de la Fornarina de Rafael.

    Hacia mucho calor en la calle. Sanín quería irsedespués de almorzar, pero le hicieron ver que consemejante día lo mejor era quedarse donde estaba.Convino en ello, y se quedó. Un agradable frescoreinaba en la estancia de atrás, donde sus huéspedesy él se habían instalado, y cuyas ventanas daban a unjardincito plantado de acacias. Un ávido enjambrede abejas, avispas y zánganos atareados zumbabanentre el frondoso follaje sembrado de flores de oro.Su incesante murmullo que penetraba en la habita-ción por las celosías entreabiertas y las cortinasechadas, hablaba del calor de afuera y hacía parecer,aún más suave el fresco de aquella casa cerrada yhospitalaria.

    Sanín habló mucho, como la víspera, pero ya node Rusia ni de la vida rusa. Con el fin de complacera su amiguito, a quien habían mandado a casa, de

  • I V A N T U R G U E N E F

    56

    Herr Klüber en seguida del almuerzo, para ejercitar-se en la teneduría de libros, llevó la conversación alterreno de las ventajas y los inconvenientes compa-rados del arte, y del comercio. Esperaba ver a FrauLenore tomar la defensa de esta última profesión;pero su mayor extrañeza fue el ver que tambiénGemma participase de tales opiNiones.

    -Si se es artista, sobre todo cantante -insistió conademán enérgico, -es preciso ocupar el primerpuesto. El segundo nada vale. ¿Y quién sabe si hade llegar a ese primer puesto? Pantaleone, que to-maba parte en la conversacíón (porque en su calidadde viejo y servidor antiguo, tenía el privilegio desentarse en companía de los dueños de la casa: lositalianos, en general, no son de etiqueta muy seve-ra), Pantaleone, naturalmente, defendía el arte contodas sus fuerzas. A decir verdad, sus argumentosharto flojos; repetía de continuo la necesidad dehallarse dotado de «cierto ímpetu de inspiración,»d'un certo estro d'inspirazione. Frau Lenore le objetóque probablemente él mismo habría poseído eseestro, y que sin embargo...

    -Tuve enemigos -respondió Pantaleone con airetétrico.

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    57

    -¿Y cómo puedes estar seguro (ya se sabe que lositalianos se tutean a menudo), cómo puedes estarseguro de que Emilio, aun suponiendo que estuvie-se dotado de ese estro, no tendría enemigos?

    -¡Pues bien, hacedle mercachifle! -dijo despecha-do Pantaleone.-¡Pero, Giovanni Battista no se hu-biera conducido así, a pesar de ser de oficioconfitero!

    -Giovanni Battista, mi marido, era un hombrerazonable; y si en su primera juventud pudo dejarsearrastrar...

    Pero el viejo no escuchaba ; alejóse, murmu-rando con aire hosco:

    -¡Ah! ¡Giovanni Battista!Gemma exclamó que si Emilio sentía en sí el

    amor a la patria, y si quería consagrar sus fuerzas ala independencia de Italia, podía ciertamente sacrifi-car la seguridad de su porvenir por un fin tan nobley elevado pero no por el teatro. Al decir esto, FrauLenore, inquieta, suplicó a su hija que, a lo menos,no arrastrase a su hermano fuera del buen camino.¿No bastaba con que ella misma, fuese una republi-cana, furibunda?... Después de haber pronunciadoestas palabras, Frau Lenore exhaló un suspiro que-jumbroso y dijo que sufría mucho, que su cabeza

  • I V A N T U R G U E N E F

    58

    estaba próxima a estallar. (Frau Lenore, por cortesíapara con su huésped, hablaba en francés con su hi-ja).

    Gemma se puso en seguida a hacerla caricias,soplándola con delicadeza en la frente después dehumedecérsela con agua Colonia; la besó con dulzu-ra en las mejillas, arregló la cabeza encima de la al-mohada, la prohibió que hablase y la besó de nuevo.Después, dirigiéndose a Sanín, se puso a contarle,medio risueña, medio sentimental, qué admirablemadre era la suya y cuán hermosa había sido.

    -Pero, ¿qué digo? ¡Aún lo es, y hermosísima,!¡Vea usted, vea usted qué ojos!

    Gemma sacó del bolsillo un pañuelo blanco, lopuso encima de la cara de su madre, y tirando de élhacia abajo poco a poco, descubrió primero lafrente, después las cejas y los ojos de Frau Lenore,hizo una pequeña pausa y la dijo que mirase. Obe-deció ésta, y Gemma, dio un grito de admiración.(Los ojos de Frau Lenore eran en verdad hermo-sos). Hizo resbalar rápidamente el pañuelo por laparte inferior de la cara, menos regular que la supe-rior, y volvió a llenarla de besos. Frau Lenore, son-riéndose, se volvió un poco e hizo como querechazaba a su hija con esfuerzo. Gemma fingió

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    59

    también luchar con su madre y se puso a acariciarla.,no con la felina zalamería de las francesas, sino conla gracia italiana, bajo la cual siempre se adivina lafuerza.

    Por fin, dijo Frau Lenore que estaba fatigada.Gemma la aconsejó que durmiera un poco en elsillón.

    -Y yo -dijo, -con el caballero ruso, nos estaremosquietos, muy tranquilos, como ratoncitos.

    Frau Lenore la dirigió una sonrisa por única res-puesta, cerró los ojos, respiró hondamente dos otres veces y se adormeció. Gemma se sentó a escapejunto a ella, en una banqueta, y sosteniendo la al-mohada donde descansaba la cabeza de su madre,se quedó inmóvil, llevando solamente de vez encuando a sus labios un dedo de la otra mano, pararecomendar silencio, y mirando a Sanín con el rabi-llo del ojo cada vez que se permitía el menor movi-miento. Concluyó éste por inmovilizarse también ypermaneció como hechizado, dejando a su almaadmirar con todas sus fuerzas el cuadro que ante élse ofrecía. Aquella estancia medio a obscuras, Don-de como puntos luminosos brillaban acá y allá fres-cas rosas muy abiertas en antiguos vasos de colorverde; aquella mujer dormida, con las manos mo-

  • I V A N T U R G U E N E F

    60

    destamente cruzadas, con su bondadoso rostro ren-dido y rodeado por la suave blancura de la almoha-da; aquella joven que la miraba con atención,también tan buena, pura y admirablemente hermo-sa, con sus ojos negros, profundos, llenos de som-bra y sin embargo de fulgores... ¿eran un ensueño, oun cuento de hadas?... ¿Y cómo estaba él allí?

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    61

    XI

    Sonó la campanilla de la puerta exterior. Un jo-ven campesino, con chaleco rojo y gorra de piel,entró en la confitería. Era el primer comprador deaquel día.

    -He aquí cómo va el comercio -había, dicho FrauLenore a Sanín, dando un suspiro, durante el al-muerzo.

    Continuaba dormida. No atreviéndose Gemma asacar la mano de debajo de la almohada, dijo muyquedo a Sanín :

    -Vaya, usted a despachar en lugar mío:Sanín, andando de puntillas, pasó en seguida a la

    tienda. El joven labriego pidió un cuarterón de pas-tillas de menta.

  • I V A N T U R G U E N E F

    62

    -¿Qué le cobro?-dijo Sanín a media voz, a travésde la puerta.

    -Seis centavos -murmuró Gemma.Sanín pesó las pastillas, buscó el papel, hizo un

    cucurucho, lo llenó, lo desparramó, lo rehizo, lodesparramó otra vez, concluyó por entregarlo y re-cibió el dinero... El joven aldeano le miraba estupe-facto, dando vueltas a la gorra contra el pecho,mientras que en la otra habitación Gemma, ahogabala risa apretándose la boca con la mano. Aún nohabía salido ese comprador, cuando entró otro, lue-go un tercero...

    -Parece que tengo buena mano -dijo para sí Sa-nín.

    El segundo parroquiano pidió un vaso de hor-chata, el tercero media libra de bombones. Sanín lessirvió, armando un barullo de cucharas y platillos, ymetiendo animoso los dedos en los cajones y en losbotes de cristal de ancha boca. Hecha la cuenta, re-sultó que había vendido la horchata demasiado ba-rata, y cobrado de más en los bombones doscentavos. Gemma no cesaba de reirse quedito; encuanto a Sanín, sentía una animación desusada yuna disposición de ánimo verdaderamente feliz.¡Hubiera vivido así eternidades, vendiendo bombo-

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    63

    nes y horchata detrás de aquel mostrador, mientrasque desde la trastienda le mirara aquella encantadoracriatura con ojos amistosamente burlones; mientrasque el sol estival, a través del espeso follaje de loscastaños que crecían delante de las ventanas, llenabatoda la estancia con el oro verdoso de sus rayos y desus sombras; y mientras que su corazón se mecíacon la dulce languidez de la pereza, del quietismo yde la juventud, de la primera juventud.

    El cuarto parroquiano pidió una. taza de café.Hubo que dirigirse a Pantaleone. Emilio no habíavuelto aún del almacén de Herr Klüber.

    Sanín volvió a sentarse junto a Gemma. FrauLenore continuaba dormida, con gran contento desu hija.

    -Cuando mamá duerme, se le quita la jaquecea-hizo observar.

    Sanín se puso a hablar con ella en voz baja, co-mo antes, por supuesto. Habló de «su comercio.» Seinformó muy formal acerca del precio de los dife-rentes «artículos del ramo de confitería.» Gemma selos indicó con idéntica formalidad, y, sin embargo,ambos se reían para sus adentros, de buena fe, co-mo si se confesasen a sí mismos que representaban

  • I V A N T U R G U E N E F

    64

    una divertidísima comedia. De pronto en la calle sepuso a tocar un organillo el aire del Freischütz :

    A través de los campos y llanos...Los snidos gemebundos y temblones rechinaban

    en el aire inmóvil. Gemma se estremecía:-¡Va a despertar a mamá!Sanín se apresuró a salir e hizo desaparecer al

    músico ambulante, poniéndole en la mano algunoscentavos. A su vuelta, Gemma le dio las gracias conuna ligera seña de cabeza; luego, con una sonrisameditabunda, tarareó con voz apenas perceptible lalinda melodía en que Max expresa todas las vacila-ciones del primer amor. En seguida preguntó a Sa-nin si conocía el Freischütz, si le gustaba Weber; yañadió que, a pesar de su origen italiano, le gustabaesa música más que ninguna. De Weber, la conver-sación fue insensiblemente a parar a la poesía, alromanticismo, a Hoffmann, que todo el mundo leíaentonces...

    Sin embargo, Frau Lenore seguía durmiendo, yhasta roncaba ligeramente, y los rayos del sol, quepasaban como rayas estrechas a través de los resqui-cios de las persianas, iban cambiando de sitio y via-jaban con un movimiento imperceptible, perocontinuo, sobre el piso, sobre los inuebles, sobre la

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    65

    falda de Gemma, sobre las hojas y los pétalos de lasflores.

  • I V A N T U R G U E N E F

    66

    XII

    Gemma no gustaba en manera alguna deHoffmann, y hasta lo encontraba... aburrido. Elelemento nebuloso y fantástico de esos relatos delNorte no era accesible a su naturaleza meridional yenteramente impregnada de sol. «¡Esos no son sinocuentos de chiquillos!» -afirmaba, no sin desdén.Comprendía vagamente que Hoffmann carece depoesía.

    Sin embargo, le gustaba, mucho uno de aquelloscuentos, de cuyo título no podía acordarse. A decirverdad, lo que le gustaba era el principio de dichocuento, pues se le babía olvidado el final o tal vezno lo hubiese leido nunca. Era la historia de un jo-ven que encontraba no sé dónde, acaso en una con-fitería, una joven griega de asombrosa belleza,

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    67

    acompañada por un viejo de aire extraño, misterio-so y cruel. El joven se enamora a primera vista de laseñorita; ésta le mira con aire lastimero, como pi-diéndole que la liberte. Aléjase él un momento, y alvolver en seguida a la confitería, ya no encuentra ala joven ni al viejo. Lánzase en su busca, descubre acada instante indicios de su presencia, prosigue ensu persecución, y por más que hace, nunca lograalcanzarlos en ninguna parte. La hermosa descono-cida ha desaparecido para siempre, y él no tienefuerzas para, olvidar aquella mirada suplicante;atorméntale la idea de que quizá se le ha escurridode entre las manos toda la felicidad de la vida...

    No es seguro que Hoffmann termine el relato deeste modo; pero Gemma, sin tener conciencia deello, lo arregló así y lo retuvo en la memoria.

    -Me parece -dijo- que los encuentros y se-paraciones de esta clase, son más frecuentes de loque creemos.

    Sanín permaneció en silencio algunos instantes,luego habló de Herr Klüber. Era la primera vez quepronunciaba, su nombre; hasta aquel momento, nisiquiera había pensado en dicho personaje.

    A su vez, Gemma calló un instante, mordiéndosecon aire pensativo la uña del dedo índice: apartó la

  • I V A N T U R G U E N E F

    68

    vista, luego hizo un elogio de su futuro, habló de lajira de recreo proyectada para el día inmediato, yechando una rápida ojeada a Sanín, volvió a quedar-se silenciosa.

    Sanín ya no sabía sobre qué conversar.Emilio entró bruscamente y despertó a Frau Le-

    nore...Sanín se puso contento al verle llegar.Frau Lenore se levantó del sillón. Presentóse

    Pantaleone, y dijo que la comida estaba servida. Elamigo de la casa, excantante y sirviente, desempe-ñaba también las funciones de cocinero.

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    69

    XIII

    Sanín permaneció aún después de comer. Se ha-bían negado a dejarle partir, so pretexto de que ha-cía un calor horrible; y cuando hubo caído un pocoel calor, le propusieron salir al jardín a tomar el té, ala sombra de las acacias. Sanin aceptó; sentíasecompletamente feliz. Las horas apacibles y de dulcemonotonía de la vida guardan exquisitos goces, y seentregaba a ellos con delicia, sin pedir más al díapresente, sin acordarse de la víspera, sin pensar enmañana. ¡Qué encanto sólo la presencia de una jo-ven como Gemma! Iba a separarse de ella muypronto, y quizá para siempre; pero mientras la mis-ma barquilla, como en los versos de Uhland, te me-ce sobre las ondas serenas de la vida, ¡sé feliz,

  • I V A N T U R G U E N E F

    70

    viajero; deléitate! ¡Feliz viajero! Todo le parecíaamable y encantador.

    Frau Lenore le propuso medirse con ella y Pan-taleone al juego del tresette; le enseñó este juego ita-liano poco complicado; ganóle ella algunoscentavos, y quedó hechizado él. A petición de Emi-lio, Pantaleone obligó al perro Tartaglia a que hiciesetodas sus habilidades: Tartaglia saltó por encima deun palo, habló (es decir, ladró), estornudó, cerró lapuerta con el hocico, trajo a su amo una zapatillavieja, y por último, con un chacó en la cabeza, re-presentó al mariscal Bernadotte escuchando las san-grientas acusaciones queporquien hacía de Napoleón, ¡y con suma fidelidad a femía! Con los brazos cruzados sobre el pecho y untricornio metido hasta las cejas, hablaba con tonoseco y áspero en francés, ¡y en qué francés, Diosmío! Frente a su amo, sentado Tartaglia sobre laspatas traseras, encogido y apretando la cola sobrelas piernas, hacía guiños con aire humilde y confusobajo la visera del chacó metido de través. De rato enrato, cuando Napoleón alzaba la voz, erguíase sobrelas patas de atrás. «¡Fuori traditore!» exclamó, por úl-timo Napoleón, olvidando en el exceso de su cólera,

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    71

    que debía sostener hasta el fin su papel en francés; yBernadotte huyó a todo correr debajo del diván, dedonde salió casi en seguida, ladrando alegre, comopara hacer saber a todos que la función había con-cluido. Los espectadores se rieron mucho, y Sanínmás que todos.

    Cuando Gemma se reía mezclaba, con las risasunos gemiditos de lo más divertido del mundo...Sanín estaba en sus glorias con aquella risa. Acabópor sentir un deseo loco de comérsela a besos poraquellos gemiditos.

    Por fin, llegó la noche. ¡Hay que tener juicio!Después de haberse despedido de todos y repetidoa cada, uno « hasta mañana » (hasta abrazó a Emi-lio), Sanín regresó a la fonda, llevando en el corazónla imagen de aquella joven, ya risueña, ya pensativa,ya apacible hasta la indiferencia, pero siempre en-cantadora. Sus hermosos ojos, a veces muy abiertos,brillantes y alegres como el día, otras medio veladospor las pestañas, obscuros y profundos como la no-che, estaban tenazmente ante su vista, mezclándosecon todas las demás imágenes, con todos los otrosrecuerdos.

    En lo que no pensó ni una sola vez fue en HerrKlüber, en las razones que le habían retenido en

  • I V A N T U R G U E N E F

    72

    Francfort, en una palabra, en todo cuanto lo agitarala víspera.

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    73

    XIV

    Preciso es que digamos algunas palabras acercadel mismo Sanín. En primer término, no era malparecido: talle proporcionado y elegante, faccionesagradables aunque un poco indecisas, ojos azulesclaros, de cariñosa expresión, cabellos con reflejosde oro, piel blanca y sonrosada, y, sobre todo, eseaire ingenuamente alegre, confiado, abierto, algobobo a primera vista, en el cual reconocíase antañosin trabajo a los hijos de los nobles de la estepa, los«hijos de familia,» los jóvenes de buena casa naci-dos y engordados al aire libre en las feraces comar-cas del Sur; bonito andar, un poco vacilante, levececeo al hablar, una sonrisa infantil en cuanto le mi-raban... en fin, buen humor, salud, molicie, molicie ymás molicie: tal era Sanín de cuerpo entero. Ade-

  • I V A N T U R G U E N E F

    74

    más, no estaba desprovisto de talento ni de instruc-ción. Había conservado su frescura de impresiones,a pesar de su viaje al extranjero; para él eran casidesconocidos los senti- mientos tumultuosos queperturbaban a la mejor parte de la juventud de en-tonces.

    En nuestros días después de una minuciosa re-busca de «hombres nuevos,» nuestra literatura se hapuesto a producir tipos de jóvenes decididos aguardar su frescura, a conservarse frescos e intac-tos... cueste lo que cueste, frescos como las ostrasque de Flensburgo llevan a Rusia. Sanín no teníanada de común con ellos: era naturalmente fresco.De compararle con algo, hubiera sido menester ha-cerlo con un manzano nuevo, de hojas rizadas, re-cién injerto, de nuestros viveros de tierras negras omejor aún, con un potro de tres años, nacido en lasantiguas yeguadas de señores, bien cuidado y relu-ciente, uno de esos potros de piernas mal des-bastadas, que apenas empiezan a aprender el trotelargo. Los que han encontrado a Sanín más tarde,baqueteado por la vida, perdida de mucho tiempoatrás, la «flor» de la juventud, esos han conocidootro hombre.

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    75

    Al día siguiente, aún estaba Sanín en la cama,cuando Emilio, vestido de fiesta, trascendiendo apomada y con un junquillo en la mano, se metió derondón en el dormitorio y anunció que Herr Klüberiba a llegar con el coche, que el día prometía sermagnífico, que todo estaba dispuesto en casa, peroque mamá no iba a ir, porque le había vuelto a dar lajaqueca de la víspera. Se puso a dar prisa a Sanín,asegurándole que no había un minuto que perder.En efecto, Herr Klüber encontró a Sanín arreglán-dose todavía. Llamó a la puerta, entró, inclinó y en-derezó su noble talle, declaró hallarse dispuesto aesperar todo cuanto se quisiera y tomó asiento, conel sombrero elegantemente apoyado en una rodilla.El guapo dependiente se había emperejilado hasta loimposible; cada uno de sus movimientos desprendíafuertes efluvios de los más grandes olores. Habíaido en una gran carretela descubierta, un landó en-ganchado con dos caballos de mala estampa, perode alzada y fuerza. Un cuarto de hora después, Sa-nín, Klüber y Emilio deteníanse triunfalmente a lapuerta de la confitería. La señora Roselli se negabade un modo resuelto a tomar parte en el paseo.Gemma quiso quedarse con su madre, pero éstamisma la empujó al coche.

  • I V A N T U R G U E N E F

    76

    -No necesito de nadie, dormiré -dijo. -De buenagana hubiera enviado con ustedes a Pantaleone, pe-ro se necesita alguno para despachar a los parro-quianos.

    -¿Podemos llevarnos a Tartaglia?-¿Qué duda tiene?Al punto se lanzó Tartaglia alegremente al pes-

    cante, y se instaló allí, relamiéndose. Se veía que es-taba familiarizado con esa gimnástica, Gemma sehabía puesto un gran sombrero de paja con cintaspardas, cuyo borde bajaba por delante, resguardán-dola casi toda la cara contra los rayos del sol. Lalínea de la sombra terminaba precisamente en laboca, brillaban sus labios con un encarnado suave yfino como los pétalos de la rosa de cien hojas, y susdientes despedían cándidos reflejos como en losniños. Gemma tomó asiento en el fondo, junto aSanín; Klüber y Emilio enfrente de ellos. El pálidorostro de Frau Lenore apareció en una ventana;Gemma la hizo una señal de despedida con su pa-ñuelo blanco, y el coche arrancó.

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    77

    XV

    Soden es un pueblecito situado a media hora deFrancfort, en un paraje encantador, en las faldas delTaunus. Entre nosotros los rusos gozan de renom-bre a causa de sus aguas minerales, eficaces en lasenfermedades del pecho, según se asegura. Losfrancofurtenses nunca van allí sino para jiras de re-creo, porque Soden posee un magnífico parque yrestaurants donde puede tomarse café y cerveza a lasombra de los tilos y de los arces. El camino deFrancfort a Soden, orillado de árboles frutales, cos-tea la margen derecha del Main. Mientras el cocherodaba tranquilamente por aquel camino magnífico,Sanín observaba a hurtadillas la actitud de Gemmarespecto a su futuro. Era la primera vez que los veíajuntos. La actitud de la joven era serena, y sencilla,

  • I V A N T U R G U E N E F

    78

    pero con un poco más reserva, y seriedad que decostumbre; Klüber tenía el porte de un superior in-dulgente que se permite a sí mismo, y permite a susubordinado, un placer discreto y de buen tono.Sanín no observó en él ninguna particular atenciónpara con Gemma, nada de lo que los franceses lla-man empressement (obsequiosidad). Evidentemente,Herr Klüber consideraba, el asunto como trato he-cho, y no veía ningún motivo para molestarse y ha-cer el galán; en cambio, su condescendencia no leabandonaba un minuto, y hasta en el gran paseoque, dieron antes de comer, más allá de Soden, através de las monta ñas y de los valles frondosos,mientras saboreaba las bellezas de la Naturaleza,miraba el paisaje con aquel invariable aire de indul-gencia a través del cual se traslucía de vez en cuandola severidad natural en un superior. Así, hizo notarque cierto riachuelo corría harto en línea recta, envez de dar pintorescos rodeos; hasta desaprobó laconducta de un pajarillo que variaba, muy poco sucanto. Gemma no se aburría, y hasta experimentabauna visible satisfacción. Sin embargo, Sanín no en-contraba ya en ella la Gemma de la víspera, y noporque la más leve sombra obscureciese su hermo-sura (nunca había estado más resplandeciente) sino

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    79

    que su alma parecía haberse escondido en lo másrecóndito de su ser. Elegantemente enguantada ycon la. sombrilla abierta en la mano, andaba conaplomo, sin apresurarse, como hacen las señoritasbien educadas, y hablAba poco. Emilio tampocoestaba a sus anchas, y Sanín aún menos. Una de lascosas que contribuían a molestarle, era que la con-versación se sostuvo todo el tiempo en alemán.

    Sólo Tartaglia estaba enteramente alegre. Corríadando furiosos ladridos tras de los tordos que le-vantaba al paso: cruzaba los barrancos, saltaba, porencima de los troncos y de las raíces, se tiraba alagua lamiéndola con avidez, se sacudía, gimoteaba,luego salía disparado otra vez como una flecha, de-jando colgar su lengua roja. Por su parte, HerrKlüber hacía todo lo que juzgaba necesario paradivertir a la sociedad. Invitó a sus compañeros asentarse a la sombra de un copudo roble, y sacandodel bolsillo un librito titulado Knallerbsen, oder dusol1st und wirstlachen! (Petardos, o ¡Debes reirte y tevas a reir!), se creyó en el caso de leer las anécdotasescogidas de que ese libro estaba lleno. Leyó unadocena sin provocar mucha alegría. Sólo Sanín, porurbanidad, enseñaba, los dientes. En cuanto a HerrKlüber, después de cada anécdota, dejaba oir una

  • I V A N T U R G U E N E F

    80

    risita de pedagogo, modificada como siempre porun tinte de condescendencia. Hacia mediodía vol-vieron todos a Soden al mejor restaurant de la co-marca.

    Tratábase de tomar disposiciones para la comida.Herr Klüber propuso realizar este acto en un pa-

    bellón cerrado por todas partes, im Gartensaton; pe-ro Gemma se sublevó de pronto contra esto, y dijoque no comería sino al aire libre, en el jardín, en unade las mesitas puestas delante del restaurant; que leaburría ver siempre las mismas caras, y que deseabatener otras a la vista. Varios grupos de recién veni-dos se habían sentado ya alrededor de esas mesitas.

    Mientras Klüber sometiéndose con condes-cendencia «al capricho de su futura,» iba a en-tenderse con el camarero en jefe, Gemma permane-ció de pie, inmóvil, con los ojos bajos y los labiosapretados; sentía que Sanín no apartaba de ella sumirada, casi interrogadora, y hubiérase dicho queeso le causaba enfado. Por fin regresó Klüber,anunciando que la comida estaría dispuesta dentrode media hora, y propuso jugar una partida de bolospara esperar.

    -Eso es muy bueno para abrir el apetito, ¡je, je,je! -añadió.

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    81

    Jugaba a los bolos magistralmente; al arrojar lasbolas, tomaba posturas magníficas, hacía valer lamusculatura de los brazos y piernas, balanceándosecon gracia en un pie. Era un atleta en su género;estaba sólidamente configurado. Y luego, ¡eran tanblancas, tan bellas sus manos! ¡Y se las enjugaba,con tan rico pañuelo de seda de la India, con floresde color amarillo de oro!

    Llegó la hora de comer, y toda la compañía sepuso a la mesa.

  • I V A N T U R G U E N E F

    82

    XVI

    Sabido es de lo que consta una comida alemana:una sopa de aguachirle con canela y unas bolitas depasta cubiertas de gibosidades; carne cocida, secacomo corcho, rodeada de remolachas fofas, de rá-bano picado y patatas viscosas, envueltas en unagrasa blanquizca; una anguila azulada, con salsa dealcaparras en vinagre; un asado con conservas envinagre,y el imprescindible mehlspeise, especie de pu-dding rociado con una salsa roja agria; en cambio,vino y cerveza muy presentables. Tal era, la comidaque el fondista de Soden presentó a sus huéspedes.

    Por lo demás esa comida pasó muy bien. Enverdad, no se hizo notar por una animación par-ticular, aun cuando Herr Klüber brindó «¡Por lo quenos es querido!» (Was wir lieben) Todo se realizó de

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    83

    la manera más decente y digna. Después de la co-mida sirvióse un café ácido y rojizo, un verdaderocafé alemán. Herr Klüber, como galante caballero,pedía a Gemma permiso para fumar un cigarro,cuando de pronto ocurrió una cosa imprevista, unacosa verdaderamente desagradable y hasta indigna.

    Algunos oficiales de la guarnición de Magunciase habían instalado en una de las mesas próximas.Por sus miradas y cuchicheos, podía adivinarse sinesfuerzo que les había llamado la atención la her-mosura de Gemma. Uno de ellos, que probable-mente había estado en Francfort, miraba a la jovencomo se mira a una persona conocida; era claro quesabía quién era. De pronto se levantó vaso en mano-los señores oficiales habían hecho yalibaciones, y el mantel estaba cubierto de botellasdelante de ellos; -acercóse a la mesa donde estabasentada Gemma. Era un jovenzuelo con cejas ypestañas de un rubio soso, aunque con una fiso-nomía agradable y hasta simpática, pero sensi-blemente alterada por el vino que había bebido.

    Sus mejillas estaban estiradas e inflamados losojos, que vagaban de acá para, allá, con expresióninsolente. Sus camaradas, después de intentar con-

  • I V A N T U R G U E N E F

    84

    tenerle, le dejaron ir. Fuerza era ver en qué parabaaquello.

    El oficial, tambaleándose un poco, se detuvodelante de Gemma, y con voz que quería hacer se-gura, pero en la cual, a pesar suyo, se revelaba unalucha interior, exclamó:

    - ¡Brindo por la salud de la más hermosa botilleraque hay en Francfort y en el mundo entero! (De unsorbo se tragó todo el contenido del vaso). ¡Y enrecompensa, tomo esta flor cogida por sus divinosdedos!

    Y cogió una rosa que había junto al plato deGemma. Asombrada al pronto y asustada, ésta sepuso pálida como una muerta; después, trocándose,en ira su espanto, se ruborizó hasta la raíz de loscabellos. Sus ojos fijos en el insultante, se obscure-cieron y centellearon a la vez, llenándose de tinie-blas y relámpagos de una indignación desbordada...

    El oficial, turbado al parecer por esa mirada,murmuró algunas palabras incoherentes, saludóy sefue adonde estaban sus amigos, quienes lo acogie-ron con risas y ligeros aplausos.

    Herr Klüber se levantó bruscamente, se irguiócon toda su estatura, y calándose el sombrero, dijo,con dignidad, pero no muy alto:

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    85

    -¡Esto es inaudito! ¡Es una insolencia inaudita!(Unerhört! unerhörte Frechheit!)

    En seguida llamó al mozo con voz severa, y nosólo pidió que le trajesen en el acto la cuenta, sinoque además ordenó que enganchasen el coche, yañadió que era imposible que personas distinguidasviniesen a este establecimiento, puesto que en él seinsultaba. Al oir Gemma estas palabras, inmóvil ensu sitio -una respiración jadeante sacudía su pecho-dirigió los ojos a Herr Klüber, y fijó en él la misma,mirada que había lanzado al oficial. Emilio temblabade rabia.

    -Levántese usted, mein Fräulein -profirió HerrKlüber, siempre con ídéntica, severidad; -no con-viene que permanezca usted aquí. Vamos a meter-nos en el interior del restaurant.

    Gemma se levantó sin decir nada, la presentó elsu torneado brazo, puso la mano encima, y HerrKlüber se dirigió entonces, al restaurant con un an-dar majestuoso, cada vez más majestuoso y arro-gante, conforme se alejaba del teatro de los sucesos.El pobre Emilio les siguió todo trémulo.

    Pero inientras, que Herr Klüber ajustaba lacuenta con el mozo, a quien no dio ni un centavode propina, para castigarle por lo sucedido, Sanín se

  • I V A N T U R G U E N E F

    86

    había acercado rápidamente a la mesa de los oficia-les, y dirigiéndose al que había insultado a Gemma,y que en aquel momento daba a oler su rosa a losdemás, uno tras otro; con voz clara, pronunció enfrancés estas palabras :

    -¡Caballero, lo que acaba usted de hacer es indig-no de un hombre de honor, indigno del uniformeque viste; y vengo a decirle a usted que es un fatuomal educado!

    El joven dio un salto; pero otro oficial de másedad le detuvo con un ademán, le hizo sentarse, ydirigiéndose a Sanín le preguntó, en francés tam-bién, si era hermano, pariente o novio de aquellajoven.

    -Nada tengo que ver con ella -exclamó Sanín.-Soy un viajero ruso, pero no he podido ver a san-gre fría, tal insolencia. Por lo demás, aquí están minombre y mis señas; el caballero oficial sabrá dóndeencontrarme.

    Al decir estas palabras, Sanín echó en la mesa sutarjeta, de visita y con rápido ademán cogió la rosade Gemma, que uno de los oficiales había dejadocaer en un plato. El joven oficialete hizo un nuevoesfuerzo para levantarse de la silla, pero su compa-ñero le detuvo por segunda vez diciéndole:

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    87

    -¡Quieto, Dönhof! (Dönhof, sei still!) Luego, se le-vantó él mismo, y llevándose la mano a la visera dela gorra, no sin un matiz de cortesía en la voz y en laactitud, dijo a Sanín que en la mañana siguiente unode los oficiales de su regiMiento tendría el honorde sele. Sanín respondió con un brevesaludo y se apresuró a reunirse con sus amigos.

    Herr Klüber fingió no haber notado la ausenciade Sanín ni sus explicaciones con los oficiales; dabaprisa al cochero que enganchaba, los caballos, eirritábase en extremo contra su lentitud. Gemmatampoco dijo nada a Sanín; no le miró siquiera. Porsus cejas fruncidas, sus labios pálidos y apretados,su misma inmovilidad, adivinábase lo que sucedíaen su alma. Sólo Emilio tenía visibles deseos de ha-blar con Sanín y de interrogarle: le había visto acer-carse a los oficiales, darles una cosa blanca, un pe-dazo de papel, carta o tarjeta. Palpitábale el corazónal pobre muchacho, le abrasaban las mejillas; estabapronto a echarse al cuello de Sanín, pronto a llorar,o lanzarse con él para reducir a polvo a todos aque-llos abominables ofíciales. Sin embargo, se contuvoy se limitó a seguir con atención cada uno de losmovimientos de su noble amigo ruso.

  • I V A N T U R G U E N E F

    88

    Por fin, el cochero acabó de enganchar los caba-llos; subieron los cinco al coche. Emilio, precedidopor Tartaglia, trepó al pescante; allí estaba más librey no le quitaba la vista a Klüber, a quien no podíaver a sangre fría.

    Durante todo el camino discurseó Herr Klüber...y habló él solo: nadie le interrumpió ni le hizo nin-guna, señal de aprobación. Insistió especialmente enlo mal que hicieron en no escucharle cuando propu-so comer en un gabinete reservado. ¡De ese modono hubiera habido ningún disgusto! En seguidaenunció juicios severos y hasta con ribetes de libe-ralismo acerca de la imperdonable indulgencia delGobierno con los oficiales; le acusó de descuidar elsostenimiento de la disciplina y de no respetar bas-tante al elemento civil en la sociedad (das bürgerlicheElement in der Gesellschaft!) Después dijo cómo con eltiempo esto produciría descontento general; que deeso a la revolución no había más que un paso, comolo atestiguaba (aquí exhaló un suspiro compasivo,pero severo), el triste, el tristísimo ejemplo de Fran-cia. Sin embargo, al punto añadió que personal-mente se inclinaba ante el poder, y que no seríarevolucionario jamás de los jamases; pero que nopodía menos de manifestar su desaprobación res-

  • A G U A S P R I M A V E R A L E S

    89

    pecto a tanta licencia. Luego entró en consideracio-nes generales sobre los principios y la falta de prin-cipios, la moralidad, las conveniencias y el sen-timiento de la dignidad.

    Durante el paseo que precedió a la comida, Ge-mma no había parecido enteramente satisfecha, deHerr Klüber, y por eso mismo habíase mantenidoun poco apartada de Sanín, como si la presencia deéste la hubiese turbado; pero a la vuelta, mientrasescuchaba la fraseología de su futuro, era visible quetenía vergüenza de él. Al final del viaje experimen-taba un verdadero sufrimiento, y de pronto dirigióuna mirada suplicante a Sanín, con quien no habíareanudado la conversación. Por su parte, Sanín ex-perimentaba más compasión hacia ella que descon-tento contra Klüber, y hasta, sin confesárselo del to-do, regocijábase en secreto por lo acontecido aqueldía, aun cuando esperaba, un cartel de desafío parala siguiente mañana.

    La penosa «jira de recreo» concluyó. Al ayudar aGemma a apearse del coche a la puerta de la confi-tería, sin decir una palabra, Sanín le puso en la manola rosa que había rescatado. Ruborizóse ella, leapretó la mano e inmediatamente ocultó la flor.Aunque apenas era de noche, ni él tuvo ganas de

  • I V A N T U R G U E N E F

    90

    entrar en la casa, ni aun ella le invitó a que lo hicie-se. Además, apareció en el quicio de la puerta Pan-taleone y anunció que Frau Lenore estabadurmiendo. Emilio dijo un tímido adiós a Sanín:casi le tenía miedo, ¡tanta era la admiración que leprodujo! Klüber acompañó a Sanín en coche hastala fonda y l