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Las aventuras de PINOCHO de Carlo Collodi Adaptación de Marcelo Andiñach MIS LIBROS DE TERCERO SANTILLANA y los autores ceden los derechos de la reproducción parcial de la obra en el marco de la cuarentena por el Coronavirus.

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Las aventuras de PINOCHOde Carlo CollodiAdaptación de Marcelo Andiñach

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MIS LIBROS DE TERCERO

MIS LIBROS DE TERCERO

SANTILLANA y los autoresceden los derechos de la reproducción parcial

de la obra en el marco dela cuarentena por el Coronavirus.

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Carlo Collodi (1826-1890) Es el autor de Las aventuras de

Pinocho. Nació en Italia en 1826. Publicó diversos libros pero llegó a ser reconocido por su gran obra infantil.

En 1883 publicó Le avventure di Pinocchio. Storia di un burattino. ¿Qué significa “burattino” en italiano? ¡Títere! La historia apareció capítulo a capítulo en el diario Il Giornale dei Bambini, es decir, El diario de los niños.

Collodi murió en 1890. Nunca llegó a pensar que las aventuras de su “burattino” seguirían siendo disfrutadas por los chicos de todo el mundo durante más de cien años.

ILUSTRACIONES DE ALEJANDRA KARAGEORGIU

ESTE LIBRO PERTENECE A

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Las aventuras de PINOCHOde Carlo Collodi

Adaptación de Marcelo Andiñach

Con la colaboración de Cinthia Kuperman, Mirta Torres y María Elena Cuter

MIS LIBROS DE TERCERO

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La novela Las aventuras de Pinocho se entrega gratuitamente con El libro de 3.° Lengua. Prácticas del lenguaje y no puede venderse por separado.

El libro de 3.° Lengua. Prácticas del lenguaje es un proyecto realizado por el siguiente equipo:Coordinación pedagógica: Cinthia KupermanLectura crítica: Mirta TorresAsesoría literaria: María Elena Cuter

Edición: Marcelo AndiñachCorrección: Andrea GutiérrezJefa de edición: Gabriela M. PazDiagramación: Silvina Gretel EspilIlustraciones: Alejandra KarageorgiuGerencia de arte: Silvina Gretel EspilGerencia de contenidos: Paticia S. Granieri

Collodi, Carlo   Las aventuras de Pinocho / Carlo Collodi ; adaptado por Marcelo Andiñach. - 2a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Santillana, 2020.   64 p. ; 20 x 14 cm. - (El libro de)    ISBN 978-950-46-5985-3    1. Literatura. 2. Escuela Primaria. I. Andiñach, Marcelo, adap. II. Título.   CDD 372.4

Obra Completa 978-950-46-5986-0

© 2020, Ediciones Santillana s.A.

Av. Leandro N. Alem 720 (C1001AAP),

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.

ISBN: 978-950-46-5667-8

ISBN de obra completa: 978-950-46-5668-5

Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723.

Impreso en Argentina. Printed in Argentina.

Primera edición: agosto de 2018.

Segunda edición: diciembre de 2019.

Todos los derechos reservados.

Este libro no puede ser reproducido total ni parcialmente en ninguna forma, ni

por ningún medio o procedimiento, sea reprográfico, fotocopia, microfilmación,

mimeógrafo o cualquier otro sistema mecánico, fotoquímico, electrónico,

informático, magnético, electroóptico, etcétera. Cualquier reproducción sin

permiso de la editorial viola derechos reservados, es ilegal y constituye un delito.

Este libro se terminó de imprimir en el mes de enero de 2020 en Triñanes Gráfica S.A., Charlone 971, Avellaneda, Buenos Aires, República Argentina.

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Las aventuras de PINOCHOde Carlo Collodi

Adaptación de Marcelo Andiñach

Con la colaboración de Cinthia Kuperman, Mirta Torres y María Elena Cuter

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ÍNDICE

Capítulo 1 ................................................................................... 7

El Maestro Cereza, el carpintero, encontró un trozo de madera que lloraba y reía como un niño y se lo regaló a su amigo Gepeto.

Capítulo 2 .................................................................................. 11

El Maestro Gepeto decide construir un muñeco maravilloso y le pone por nombre Pinocho.

Capítulo 3 .................................................................................. 14

De lo que sucedió a Pinocho con Grillo Parlante, en lo cual se ve que los niños malos no se dejan guiar por quien les da buenos consejos.

Capítulo 4 .................................................................................. 17

Pinocho tiene hambre y encuentra un huevo que pensó preparar para comérselo. Cuando menos lo esperaba, vio que salía volando por la ventana.

Capítulo 5 .................................................................................. 19

Pinocho se duerme junto al brasero y al despertarse se encuentra con los pies carbonizados.

Capítulo 6 .................................................................................. 23

Gepeto vende su chaqueta para comprarle una cartilla a Pinocho, pero él la vende para ver una función en el teatro de títeres.

Capítulo 7 .................................................................................. 27

Los títeres reciben a Pinocho como a un hermano. El dueño de los muñecos aparece y Pinocho y su amigo Arlequín corren peligro de terminar de mala manera.

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Capítulo 8 .................................................................................. 32

Comefuego le regala a Pinocho cinco monedas de oro para que se las lleve a Gepeto. Pinocho se deja engañar por la Zorra y el Gato y se marcha con ellos.

Capítulo 9 .................................................................................. 36

Pinocho siembra sus monedas. Un papagayo le cuenta la verdad acerca de la Zorra y el Gato.

Capítulo 10 ................................................................................ 39

Pinocho llora porque desea encontrar a Gepeto. Llega a una playa donde una bondadosa señora le asegura que él y su padre se reencontrarán.

Capítulo 11 ................................................................................ 44

Pinocho descubre quién es la señora de largos cabellos. Pierde la oportunidad de convertirse en niño y parte con su amigo Palito al País de los Juegos.

Capítulo 12 ................................................................................ 48

Tras unos meses de diversión en el País de los Juegos, a Pinocho y a Palito les crecen orejas y se convierten en burros.

Capítulo 13 ................................................................................ 53

Pinocho, convertido en burro, es vendido a un circo. Allí aprende a hacer piruetas. Finalmente, vuelven a venderlo y termina siendo arrojado al mar.

Capítulo 14 ................................................................................ 58

Una enorme ballena traga a Pinocho. Pero encuentra a alguien y juntos logran salvarse.

Capítulo 15 ................................................................................ 63

Pinocho deja de ser un muñeco y se convierte en un niño de verdad.

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Capítulo 1 El Maestro Cereza, el carpintero, encontró un trozode madera que lloraba y reía como un niño y se lo regaló a su amigo Gepeto.

Escuchen, mis pequeños lectores. Había una vez un pedazo de madera. Un simple trozo

de leña de esos con que en el invierno se encienden las estufas y chimeneas para calentar las habitaciones.

Pues, niños, es el caso que el trozo de leña de mi cuento fue a parar cierto día al taller de un viejo carpintero lla-mado Maestro Antonio, a quien todo el mundo llamaba Maestro Cereza, porque la punta de su nariz, siempre co-lorada y reluciente, parecía una cereza madura.

Cuando el Maestro Cereza vio aquel trozo de madera se puso muy contento. Comenzó a frotarse las manos, mien-tras decía:

–¡Con esta madera voy a hacer la pata de una mesa!Tomó el hacha para comenzar a quitar la corteza. Pero,

cuando iba a dar el primer hachazo, oyó una vocecita muy fina que decía con acento suplicante: “¡No me pegues fuerte!”.

¡Se imaginarán la sorpresa del Maestro Cereza! Sus ojos asustados recorrieron la habitación para ver de dónde po-día salir aquella vocecita. Miró debajo del banco, y nadie;

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miró dentro de un armario, y nadie; en el cesto del ase-rrín, y nadie; abrió la puerta del taller, salió a la calle, y nadie tampoco. ¿Quién podría ser, entonces?

–Ya comprendo –dijo rascándose la peluca–, esta voce-cita ha sido una ilusión mía. ¡Seguiré trabajando!

Tomó de nuevo el hacha y pegó un formidable hachazo al pedazo de madera.

–¡Ay! ¡Me has hecho daño! –se quejó la misma vocecita. Esta vez el Maestro Cereza quedó como si fuera de pie-

dra, con los ojos espantados, la boca abierta y la lengua afuera, colgando casi hasta su barba. Cuando pudo ha-blar, dijo temblando:

–Pero ¿se habrá escondido alguien dentro de la madera? Agarró entonces el leño con las dos manos y empezó a gol-

pearlo contra las paredes del taller. Después se quedó inmóvil tratando de escuchar nuevas quejas. Pero no escuchó nada.

Como tenía miedo, el Maestro Cereza se puso a can-turrear y siguió con el trabajo. Dejó el hacha y tomó el cepillo para cepillar y pulir el leño. Cuando lo estaba cepi-llando por un lado y por otro, oyó la misma vocecita que le decía riendo:

–¡Detente, detente! ¡Me estás haciendo cosquillas! El Maestro Cereza se desmayó del susto. Cuando vol-

vió a abrir los ojos, se encontró sentado en el suelo. La punta de la nariz ya no estaba colorada; del susto se le había puesto azul.

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En aquel momento llamaron a la puerta. –¡Adelante! –contestó el carpintero sin fuerzas para

pararse. Entonces entró al taller un viejecillo muy vivara-cho que se llamaba Maestro Gepeto. Los niños de la ve-cindad, para hacerlo rabiar, lo llamaban Maestro Fideos, porque su peluca amarilla parecía que estaba hecha con fideos finos. Como Gepeto tenía muy mal genio y le daba rabia que lo llamasen así, ¡pobre del que se lo dijera!

–Buenos días, Maestro Antonio –dijo al entrar–, ¿qué hace usted en el suelo?

–¡Ya ve usted! ¡Estoy enseñando a leer a las hormigas!–¡Es una buena idea!–¿Qué lo trae por aquí, compadre Gepeto? –Maestro Antonio, he venido para pedirle un favor. –Pues aquí me tiene –respondió el carpintero. –Esta mañana se me ha ocurrido una idea. He pensado

hacer un magnífico muñeco de madera; una marioneta maravillosa que sepa bailar y dar saltos mortales. Con ese muñeco podría viajar por el mundo y ganarme la vida. ¿Qué le parece?

–¡Bravo, Maestro Fideos! –gritó aquella vocecita que no se sabía de dónde salía.

Al oírse llamar de esa manera, Gepeto se puso rojo como un tomate y volviéndose hacia el carpintero le dijo furioso:

–¿Por qué me insulta usted?

Capítulo 1

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–¿Quién lo insulta? –¡Usted! ¡Me ha llamado Fideos! –¡Yo no he sido! –¡Digo y repito que ha sido usted! –¡No! –¡Sí! Furiosos los dos, pasaron de las palabras a las manos,

se arañaron, se mordieron y se dieron una paliza. Cuando terminó la batalla, el Maestro Antonio se encontró con la peluca amarilla de Gepeto en las manos y Gepeto tenía en la boca la peluca gris del carpintero.

–¡Devuélvame mi peluca! –gritó el Maestro Antonio.–¡Devuélvame usted la mía y hagamos las paces! Los dos viejecillos se entregaron las pelucas y se dieron

las manos prometiendo ser buenos amigos toda la vida. –Veamos qué favor tiene que pedirme, compadre Ge-

peto –dijo el maestro carpintero.–Quisiera un trozo de madera para hacer ese muñeco

del que le he hablado. ¿Puede usted dármela? El Maestro Antonio, contentísimo, se apresuró a to-

mar el leño que le había hecho pasar tan mal rato y se lo entregó a su amigo. Gepeto tomó bajo el brazo el famoso trozo de madera y, dando las gracias al Maestro Antonio, se marchó a su casa.

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. Capítulo 2 El Maestro Gepeto decide construir un muñeco maravilloso y le pone por nombre Pinocho.

Gepeto vivía en una casa muy modesta, en la planta baja, con una única ventana. Los muebles no podían ser más sencillos: una silla medio rota, una cama bastante in-cómoda y una mesa desvencijada. Apenas entró a su casa, Gepeto tomó las herramientas y se puso a tallar.

Mientras trabajaba pensaba: “¿Qué nombre le pondré? Voy a llamarlo Pinocho. Sí, ese nombre le dará suerte”. Y cuando le encontró nombre a su marioneta se puso a trabajar firmemente. Le hizo el pelo, luego la frente y des-pués los ojos. Una vez hechos los ojos, imaginen la sor-presa al ver que se movían y lo miraban fijamente. Irrita-do, Gepeto les dijo:

–Ojos de madera, ¿por qué me miran así?Pero nadie respondió.Después de los ojos, le hizo la nariz. Pero en cuanto

estuvo hecha, empezó a crecer. Y creció y creció tanto que en unos minutos se convirtió en una terrible nariz. Y cuanto más Gepeto la recortaba, más seguía creciendo.

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Después de la nariz le hizo la boca. Y ahí sí, la madera comenzó a reírse y a hacerle burlas.

–¡No te rías! –dijo Gepeto. Pero fue como decírselo a la pared–. Te digo que no te rías –gritó con voz amena-zadora.

Entonces la boca dejó de reír, pero le sacó la lengua. Para no arruinar su trabajo, continuó con la talla hacien-do como si nada pasara: le hizo la barbilla, el cuello, los hombros, el tronco, los brazos y las manos. Allí Gepeto notó que la peluca se le separaba de la cabeza. Miró hacia arriba y ¿qué vio? Vio su propia peluca amarilla en las ma-nos de la marioneta.

–¡Pinocho! ¡Devuélveme ahora mismo la peluca!Gepeto, ante esa conducta insolente y burlona, se puso

un poco triste.–¡Qué hijo más ingrato! ¡Aún no está terminado y ya le

está faltando el respeto a su padre!Cuando terminó de hacerle las piernas, Gepeto puso

a la marioneta en el piso y, en un santiamén, salió co-rriendo por toda la habitación; luego, cruzó la puerta de la casa, salió a la calle y se dio a la fuga.

El pobre Gepeto salió corriendo tras él, pero no podía alcanzarlo.

–¡Atrápenlo! ¡Atrápenlo! –gritaba Gepeto. Pero la gen-te, al ver esa marioneta corriendo como un galgo, no pa-raba de reír.

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Finalmente, un policía logró atraparlo por la nariz y lo puso en manos de Gepeto.

–Vamos a casa. Y puedes estar seguro que de que cuan-do lleguemos ajustaremos las cuentas.

Ante esa amenaza, Pinocho se tiró al suelo y comenzó a hacer tal berrinche que los que pasaban comentaban:

–Pobre marioneta, hace bien en no querer volver a casa.

–¡Gepeto es un buen hombre pero tiene poca paciencia con los niños!

Tanto insistieron los vecinos que el policía puso en li-bertad a Pinocho y se llevó preso a Gepeto. El pobre car-pintero no sabía ni qué decir para defenderse de tanta injusticia y mientras se lo llevaban a la cárcel se puso a llorar y balbuceaba:

–¡Qué desgracia! ¡Con lo que he trabajado para hacer una marione-ta bien educada! ¡Debería haberlo pensado antes!

Lo que sucedió después es una historia increíble que les conta-ré en los siguientes capítulos.

Capítulo 2

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Capítulo 3De lo que sucedió a Pinocho con Grillo Parlante, en lo cual se ve que los niños malos no se dejan guiar por quien les da buenos consejos.

Mientras al pobre Gepeto lo llevaban a la cárcel sin ser culpable de nada, el pícaro Pinocho seguía por allí sal-tando y brincando por el pueblo. Luego retornó a la casa y encontró la puerta de la calle entreabierta; entró y en cuanto puso el cerrojo de la puerta se sentó en el suelo, dejando escapar un suspiro de alivio.

Sin embargo, la tranquilidad duró poco porque de pronto escuchó una voz pequeña que le decía:

–Cri-cri-cri.–¿Quién me llama? –preguntó Pinocho asustado.–Soy yo. Pinocho miró hacia arriba y vio un enorme grillo que

subía lentamente por la pared.–¿Y quién eres?–Soy Grillo Parlante. Vivo en esta casa hace más de

cien años.–Si quieres hacerme un favor de verdad –dijo Pino-

cho– vete rápido de aquí. Ahora esta es mi casa.

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–Me iré, pero antes debo decirte una gran verdad –contestó el grillo.

–Dímela y lárgate.–¡Ay de los niños caprichosos y de los que se rebe-

lan contra sus padres! Nunca encontrarán la paz en este mundo y, más tarde o más temprano, se arrepentirán.

–¡Bah! Deja de decir pavadas, Grillo. Canta lo que se te antoje. Ya tomé la decisión de irme cuando amanezca, antes de que me pase lo que les sucede a todos los niños, es decir, me mandarán a la escuela y no tengo ninguna ganas de estudiar. Es mucho más divertido cazar mari-posas y treparse a los árboles.

–Pobre bobalicón, ¿no sabes que, si no vas a la escuela, de mayor serás un burro y todos se burlarán de ti?

–¡Cállate Grillo! –gritó furioso Pinocho.Pero Grillo, que era sabio y tranquilo, en vez de enojar-

se continuó diciéndole:–Si no te gusta ir a la escuela, puedes aprender un ofi-

cio.–De todos los oficios que existen, solo hay uno que me

gusta –respondió Pinocho.–¿Y cuál es ese oficio?–El de comer, beber, dormir, divertirme y llevar de la

noche a la mañana la vida de vagabundo.–Pues te advierto que todos los que se dedican a ese

oficio terminan mal en la vida. ¡Pobre Pinocho, qué pena

Capítulo 3

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me das! Eres una marioneta y, para peor, tienes la cabeza de madera.

Pinocho se enojó tanto con Grillo Parlante que le arro-jó uno de los martillos que había por allí y que fue justo a darle en medio de la cabeza, de manera que el pobre Grillo apenas pudo decir cri-cri antes de quedar tieso y aplastado contra la pared.

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Capítulo 4 Pinocho tiene hambre y encuentra un huevo que pensó preparar para comérselo. Cuando menos lo esperaba, vio que salía volando por la ventana.

Ya empezaba a anochecer y Pinocho comenzó a sentir apetito. Ese apetito se transformó en hambre, cada vez más y más hambre. Un hambre atroz.

Entonces se puso a dar vueltas por la casa registrando todos los cajones y todos los armarios tratando de encon-trar algo para comer. Aunque fuera un hueso que hubiera dejado algún perro, un mendrugo de pan duro, un carozo de cereza. Pero nada de nada. Gepeto era muy pobre y no tenía nada por ningún lado.

Entretanto, el hambre aumentaba y lo único que lo ali-viaba era bostezar. Daba unos bostezos tan grandes que la boca le llegaba al lugar de las orejas. Y después de bos-tezar notaba como si el estómago se le saliera por la boca.

Llorando de desesperación decía:–¡Grillo Parlante tenía razón! ¡Si me hubiera portado

bien, mi papá ahora estaría aquí y saciaría mi hambre! –repetía sin parar de llorar–. ¡Ay, qué enfermedad más horrible es el hambre!

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Pero de repente le pareció ver entre un montón de desperdicios algo redondo y blanco que bien podía ser un huevo de gallina. ¡Y era un huevo de verdad!

Imagínense la alegría de Pinocho. Había encontrado algo para comer.

–¿Cómo lo voy a preparar? ¿Hago una tortilla? ¿Y si solo lo hiervo y lo como con un poco de sal?… ¿No sería más sabroso si lo hago frito en la sartén? ¡Tengo muchas ganas de comerlo!

Dicho y hecho. Colocó la sartén con un poco de agua sobre el brasero y cuando el agua estuvo bien caliente, cascó el huevo. Pero, para su sorpresa, en vez de salir la clara y la yema, un hermoso pichón de pajarito salió muy feliz de adentro del huevo.

–¡Muchas gracias por haberme ahorrado el trabajo de romper la cáscara, señor Pinocho! –dijo el pichón, que abrió sus alas y salió volando por la ventana.

La pobre marioneta quedó patitiesa y con los ojos desor-bitados, la boca entreabierta, la cáscara de huevo en la mano y el hambre en la panza. Y mientras otra vez lloraba, decía:

–¡El Grillo tenía razón! ¡Si mi papá estuviera ahora aquí yo no tendría hambre! ¡Qué horrible es tener hambre!

Pero como las tripas le gruñían y el hambre aumenta-ba, se le ocurrió salir de la casa e ir hasta el pueblo vecino con la esperanza de que alguien se apiadara de él y le diera un poco de pan.

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Capítulo 5 Pinocho se duerme junto al brasero y al despertarse se encuentra con los pies carbonizados.

Cuando Pinocho quiso salir, se dio cuenta de que era una noche infernal. Tronaba tan fuerte y relampagueaba de tal modo que parecía que el cielo fuera a incendiar-se. Al muñeco le daba mucho miedo la tormenta pero el hambre era más fuerte que el miedo. Así que echó a correr y llegó al pueblo vecino.

Imagínense que, debido a esa tremenda tormenta, en las calles del pueblo no había ni un alma. Todo estaba de-sierto y oscuro. Entonces, Pinocho, presa del hambre y la desesperación, se colgó de la campanilla de una casa con la esperanza de que alguien se asomara. Y, efectivamente, así fue.

Un viejito con gorro de dormir en la cabeza se asomó por la ventana y gritó muy enfadado:

–¿Qué quieres a estas horas?–¿Podría darme un poco de pan?–Espera que vuelvo enseguida –respondió el viejo

creyendo que se trataba de uno de esos chicos que se

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dedican a molestar por las noches en las casas de la gen-te que descansa.

Medio minuto más tarde volvió a asomarse por la ven-tana y gritándole a Pinocho le dijo:

–¡Ven, acércate a la ventana y abre bien tu sombrero!Pinocho hizo lo que el viejo le decía y, mientras acomo-

daba su sombrero para recibir el pan, le cayó una enorme palangana de agua fría que lo empapó de pies a cabeza.

Pinocho se puso a llorar y regresó a la casa mojado y agotado por el cansancio y el hambre. Como ya no tenía fuerzas, apoyó sus pies en el brasero y se quedó dormido.

Así pasó la noche hasta que al amanecer escuchó que golpeaban la puerta.

–¿Quién es? –preguntó la marioneta.–Soy yo –respondió una voz. Esta vez era la voz de Ge-

peto.Al escuchar la voz de su papá, Pinocho se levantó ve-

lozmente para ir a abrir la puerta, pero al querer dar un paso cayó al piso.

–¡Abre la puerta! –le gritaba Gepeto.–¡No puedo!–¿Por qué no puedes?–Porque me han comido los pies.–¿Quién te los ha comido?–El Gato –dijo Pinocho al ver que el Gato se divertía

con unas virutas de madera.

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–¡Basta, Pinocho, y abre la puerta de una vez! No me hagas enojar de nuevo.

–No puedo tenerme en pie. Te lo digo de verdad.Gepeto, que cada vez le creía menos a su hijo, decidió

no esperar más y trepó por la pared hasta que logró entrar a la casa por la ventana. Al principio estaba muy enojado, pero al ver a Pinocho tendido en el piso, lo tomó entre sus brazos y comenzó a hacerle miles de mimos y caricias, mientras unos lagrimones caían por sus mejillas.

–¡Pinocho mío! ¿Cómo te has quemado así los pies?Pinocho comenzó a contarle a Gepeto todo lo que le ha-

bía pasado. Comenzó con la historia de Grillo Parlante, el huevo con el pajarito, el hambre atroz que sentía, el agua que le arrojó el viejo de otro pueblo y finalmente dijo:

–Luego volví a casa y como todavía tenía hambre y frío, apoyé los pies en el brasero y entonces llegaste tú. Ahora me acabo de dar cuenta de que tengo los pies que-mados.

De todo el largo discurso de Pinocho, Gepeto solo en-tendió que la marioneta estaba muerta de hambre, así que sacó las tres peras que tenía para su desayuno.

–Estas tres peras son mi desayuno –dijo– pero con mu-cho gusto te las doy.

–Si quieres que me las coma, haz el favor de pelarlas.–¿Pelarlas? –replicó atónito Gepeto–. Hijo, nunca

pensé que fueras tan delicado. Eso no es bueno. Desde

Capítulo 5

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pequeño hay que acostumbrarse a comer de todo. La vida puede dar muchas vueltas.

–Quizá tengas razón –contestó Pinocho–, pero jamás comeré fruta que no esté pelada.

El bueno de Gepeto, armándose de paciencia, sacó un cuchillo, peló las tres peras y dejó las cáscaras en una es-quina de la mesa.

Cuando Pinocho se hubo comido de dos bocados la pri-mera pera, hizo ademán de tirar el corazón, pero Gepeto lo agarró del brazo y le dijo:

–No lo tires. En este mundo todo puede servir.Después de haberse comido las tres peras, Pinocho le

dijo a Gepeto:–Aún tengo hambre.–No tengo nada más que las cáscaras de estas tres peras.–¡Qué le vamos a hacer! –dijo Pinocho, y se comió las

cáscaras. Continuó luego con los corazones y, cuando ter-minó, se frotó la barriga con las manos y dijo:

–¡Ahora sí que estoy satisfecho! Menos mal que no ti-raste ni las cáscaras ni los corazones.

–¿Ves cómo tenía razón –observó Gepeto– cuando te decía que todo se puede aprovechar en el mundo? ¡La vida da muchas vueltas!

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Capítulo 6 Gepeto vende su chaqueta para comprarle una cartilla a Pinocho, pero él la vende para ver una función en el teatro de títeres.

Tan pronto como a Pinocho se le pasó el hambre, co-menzó a refunfuñar y llorar porque quería unos pies nue-vos. Pero Gepeto, para castigarlo por sus travesuras, lo dejó llorisquear toda la mañana. Luego le dijo:

–¿Por qué debería hacerte pies nuevos? ¿Quizá para ver cómo te escapas nuevamente?

–Te prometo que de ahora en adelante seré bueno.–Todos los niños dicen lo mismo para conseguir lo que

quieren, pero luego vuelven a portarse mal.–Te prometo que seré bueno, iré a la escuela y seré el

mejor alumno…–No sé si debo creerte –le dijo Gepeto–. Al fin de cuen-

ta eres un niño como todos.–¡Pero yo no soy como los demás niños! ¡Soy bueno

y siempre digo la verdad! Te prometo que aprenderé un oficio y seré tu bastón cuando llegues a ser muy viejito.

Gepeto, a pesar de que parecía un señor muy severo, tenía los ojos llenos de lágrimas y lo apenaba mucho ver a su hijo

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en ese estado. Así que tomó las herramientas y se puso a construir dos piececitos muy bien hechos. Cuando la mario-neta vio que ya podía caminar, loco de contento, comenzó a hacer miles de cabriolas y vueltas carnero por toda la habi-tación.

–Ahora verás que me portaré muy bien –le dijo Pino-cho a su padre– y seré un niño bueno y estudioso. Ya mis-mo quiero ir a la escuela.

Gepeto, con un poco de papel floreado, confeccionó un traje para su hijo. Le hizo los zapatos con corteza de árbol y, para hacerle el gorro, usó miga de pan. Pinocho estaba muy feliz con su ropa nueva.

–Parezco todo un señor. Ahora solo me falta una carti-lla nueva. ¿Me das una?

–Pero yo no tengo una cartilla –repuso Gepeto.–Eso no es problema, vamos a la librería y la compramos.–Pero no tengo dinero para eso –contestó Gepeto.Y a pesar de que Pinocho era un niño muy alegre, se

entristeció. Porque cuando la pobreza es pobreza de ver-dad, todos la sufren; incluso lo niños.

–Ya veré qué puedo hacer –dijo Gepeto–. Espérame aquí.

Habría pasado una media hora cuando Gepeto volvió a la casa con una cartilla nueva bajo el brazo. El pobre vie-jo estaba en mangas de camisa aunque en la calle estaba lloviendo.

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–¿Y tu chaqueta, papá?–La he vendido porque me daba calor.Pinocho comprendió en el acto lo que había sucedido,

así que no pudo reprimir el impulso y se lanzó a los bra-zos de Gepeto y comenzó a comerle la cara a besos.

Apenas paró la lluvia, Pinocho con su cartilla nueva partió bien temprano para la escuela. Mientras caminaba hablaba solo:

–Hoy en la escuela aprenderé a leer y mañana aprende-ré a escribir. Y pasado mañana, a contar; y al día siguiente haré las primeras sumas y restas. Y con todo lo que apren-da ganaré mucho dinero que me servirá para comprarle una chaqueta nueva a mi papá, una chaqueta de paño que tenga bordados de oro y plata y botones de brillantes. El pobre se merece que le regale lo mejor.

Mientras caminaba distraído en sus pensamientos, le pareció oír a lo lejos una música de flautas y bombos.

–¿Qué será esa música? ¡Qué lástima que tenga que ir a la escuela y no pueda averiguar de qué se trata!

Se detuvo en la esquina a pensar, y finalmente se decidió: “Hoy iré a escuchar esa música y mañana iré a la escuela. Al fin de cuentas, siempre hay tiempo para aprender”.

Dicho y hecho, se lanzó a correr por la calle a toda velo-cidad y llegó a una plaza repleta de gente que rodeaba una gran carpa de tela pintada de colores.

Capítulo 6

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–¿Qué es esta carpa? –preguntó Pinocho a un niño.–Lee el cartel y te enterarás. Ahí lo dice.–Con gusto lo leería, pero aún no aprendí a leer.–¡Qué burro! Entonces te lo leeré yo. En estas letras

rojas dice: “GRAN TEATRO DE MARIONETAS”.–¡Quiero entrar! ¿Cuánto cuesta la entrada?–Cuatro monedas.–¿Me las prestas?–Con gusto te las daría, pero no las tengo.–¿Te vendo mi chaqueta?–De nada me servirá ni tu chaqueta de papel, ni tu go-

rro de miga y, mucho menos, esos zapatos que solo sirven para hacer fuego.

Entonces, un vendedor ambulante que escuchaba la conversación entre los niños le ofreció a Pinocho com-prarle su cartilla nueva por cuatro monedas. De ese modo, Pinocho consiguió el dinero para la entrada.

¡Y pensar que el pobre Gepeto había vendido su cha-queta para comprarle la cartilla a su hijo!

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Capítulo 7 Los títeres reciben a Pinocho como a un hermano. El dueño de los muñecos aparece y Pinocho y su amigo Arlequín corren peligro de terminar de mala manera.

Cuando Pinocho entró al teatro, la función de títeres ya había comenzado. El público moría de risa viendo cómo las marionetas Arlequín y Polichinela se insultaban y se daban bofetadas uno al otro. Pero de repente, Arlequín dejó de actuar y señalando con su dedo hacia el fondo del teatro, comenzó a gritar:

–¡Miren quién está allí! ¿Estoy soñando o estoy des-pierto? ¡Es nuestro amigo Pinocho!

–¡Es verdad! –exclamó Polichinela–. Es nuestro amigo Pinocho.

Las demás marionetas comenzaron a los gritos, locas de alegría: “¡Es Pinocho! ¡Es nuestro hermano Pinocho!”

–¡Pinocho, ven aquí, sube a abrazar a tus hermanos de madera! –le gritó Arlequín.

Pinocho saltó desde atrás de las butacas a las primeras filas, de allí se lanzó a la cabeza del director de la orquesta y, por último, dio un salto hasta el escenario.

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Imagínense los apretujones, abrazos, pellizcos amis-tosos y coscorrones de auténtica hermandad que recibió Pinocho de parte de los actores y actrices de aquella com-pañía de marionetas. Pero el público comenzó a impa-cientarse porque se daba cuenta de que la obra de títeres no iba a continuar.

–¡Que siga la función! ¡Que sigan los títeres! –excla-maban.

Tanto era el lío, el griterío y el alboroto que por detrás del escenario apareció el titiritero, un hombre tan feo que daba miedo. Tenía una barba negra como una mancha de tinta, tan larga que se la pisaba; su boca era grande como un horno y sus ojos parecían dos faroles de vidrios ro-jos con luces adentro. La presencia del titiritero hizo que todos enmudecieran. Las pobres marionetas temblaban como hojas.

–¿Por qué has venido a armar todo este alboroto en mi teatro? –gruñó con voz de ogro acatarrado–. Tráiganme esa marioneta. A la noche arreglaremos cuentas.

EL titiritero dio un par de gritos más y todo volvió al orden. Finalmente, Comefuego (que así se llamaba el dueño de las marionetas) en cuanto terminó la función se fue para la cocina donde asaba un enorme carnero para la cena. Como el fuego era escaso y la carne no se había cocinado del todo, Comefuego se dirigió a Arlequín y Po-lichinela y les ordenó:

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–Tráiganme a ese muñeco que dejé colgado de un cla-vo. Es de buena madera seca y me servirá para avivar el fuego del asado.

Arlequín y Polichinela no querían hacerlo, pero el mie-do a Comefuego era más grande que todo. Al poco tiem-po, volvieron con Pinocho, que se retorcía como una an-guila fuera del agua y chillaba desesperado:

–¡Papá, sálvame! ¡No quiero morir, no quiero morir!Comefuego parecía un hombre terrible pero en el fon-

do no era malo. La prueba de ello es que cuando vio a Pinocho desesperado comenzó a conmoverse y no pudo evitar un estornudo.

–¡Achís! –estornudó Comefuego.Al oír ese estornudo atronador, Arlequín se acercó a

Pinocho y le susurró:–Tranquilízate. Comefuego estornuda cuando se emo-

ciona por algo. Te has salvado.–¡Deja ya de llorar! –gritó el titiritero haciéndose el

malo–. Tus lamentos me han producido un dolor de es-tómago que… ¡achís!, ¡achís! –Comefuego estornudó dos veces más.

–¡Salud! –dijo Pinocho.–Gracias. ¿Y tu papá y tu mamá están vivos? –le pre-

guntó Comefuego.–Mi papá, sí; a mi mamá no la he conocido.–¡Quién sabe el disgusto que le daría a tu padre si te

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mandara ahora al fuego! ¡Pobre hombre! ¡Achís! ¡Achís! –exclamó el hombrón y siguió estornudando.

–¡Salud! –volvió a decir Pinocho.–Gracias. Ya ves, a mí también hay que compadecerme

porque no me queda leña para cocinar mi cena. Pero ya me he compadecido de ti. Así que tiraré al fuego a una marioneta de mi compañía. ¡Eh, guardias, tráiganme a Arlequín! ¡Átenlo y arrójenlo al fuego!

¡Imagínense cómo se puso Arlequín al escuchar esa or-den! La marioneta se asustó tanto que se tiró al piso y comenzó a pedir piedad por su vida de madera.

Pinocho, también desconsolado de pensar que harían leña de Arlequín, se arrodilló frente a Comefuego pidién-dole por la vida de su amigo.

–¡Piedad, señor Comefuego!–Aquí no hay ningún señor –replicó con dureza el titi-

ritero.–¡Piedad, caballero!–Aquí no hay ningún caballero.–¡Piedad, Excelencia!Al oírse llamar Excelencia, Comefuego puso cara de sa-

tisfacción. Pinocho notó el cambio de gesto del titiritero, y continuó:

–No tiren a mi amigo al fuego. En tal caso, prefiero ser yo la leña. Arrójenme a mí a las llamas. No es justo que mi amigo sufra lo que debo sufrir yo.

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Estas palabras conmovieron tanto a Comefuego que comenzó a estornudar tanto que le perdonó la vida a am-bas marionetas.

–Eres un buen chico, ven aquí y dame un beso. Hoy me resignaré a comer el cordero medio crudo, pero la próxi-ma vez… ¡que se prepare!

Ante la buena noticia, todas las marionetas comenza-ron a saltar y gritar de alegría.

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Capítulo 8Comefuego le regala a Pinocho cinco monedas de oro para que se las lleve a Gepeto. Pinocho se deja engañar por la Zorra y el Gato y se marcha con ellos.

Al día siguiente, Comefuego llamó a Pinocho para que le hablara de su padre. Pinocho le contó que era un carpintero muy pobre pero de gran corazón; que había vendido su único abrigo para comprarle la cartilla y le confesó que él la había vendido para pagar la entrada del teatro.

–¡Pobre hombre! Me da mucha lástima tu padre. Aquí tienes cinco monedas de oro. Ve a llevárselas enseguida y salúdalo de mi parte.

Pinocho le agradeció a Comefuego de mil maneras y salió corriendo por la calle rumbo a su casa. No había recorrido ni medio kilómetro cuando se cruzó con una Zorra renga y un Gato ciego que caminaban ayudándose mutuamente.

–Buenos días, Pinocho –lo saludó la Zorra amable-mente.

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–Buenos días –respondió Pinocho–. ¿Cómo sabes mi nombre?

–Porque conozco a tu papá. Lo vi ayer en la puerta de su casa. Estaba en mangas de camisa muerto de frío.

–Muerto de frío –agregó el Gato.–¡Pobre papá! Por suerte, ya no volverá a tener frío

porque el titiritero me dio unas monedas con las que le compraré un abrigo nuevo. Además, quiero ir al colegio.

–¿Ir al colegio? –dijo la Zorra–. Por ir al colegio perdí una pata.

–Una pata –dijo el Gato–. ¡Y yo quedé ciego de los dos ojos!

Mientras continuaban conversando, los tres seguían camino hacia la casa de Gepeto. Pinocho les contaba acerca de los planes que tenía y cómo pensaba invertir esas monedas que le había regalado Comefuego.

Habían hecho más de la mitad del camino cuando la Zorra se detuvo de repente y le dijo a Pinocho:

–¿Te gustaría duplicar esas monedas de oro? Tal vez más que duplicarlas, ¡centuplicarlas!

–¡Centuplicarlas! –agregó el Gato.–¡Ojalá pudiera! ¿Pero cómo se puede hacer eso?La Zorra le contó que no muy lejos de allí estaba

el País de los Cabeza Hueca, donde existe un terre-no llamado el Campo de los Milagros en el que si se plantan monedas de oro, a la mañana siguiente

Capítulo 8

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brotan árboles que, en pocas horas, se llenan de mi-les de monedas.

Pinocho quedó pensativo frente a esa propuesta ver-daderamente tentadora. En lugar de llegar con cinco monedas podría entregarle a su papá cientos o miles de monedas de oro y así nunca más tendrían ni hambre ni frío. Luego de pensarlo, decidió acompañar a la Zorra y al Gato hasta ese lugar maravilloso.

–Cuando haya centuplicado mis monedas, les daré también a ustedes –prometió Pinocho.

–¿A nosotros? ¡No digas tonterías! –dijo la Zorra ha-ciéndose la ofendida.

–¡No digas tonterías! –repitió el Gato.–A nosotros no nos interesa el dinero, solo la felicidad

de los demás –prosiguió la Zorra.Pero como el camino era un poco largo, la Zorra propu-

so detenerse a comer y descansar un rato en la posada del Cangrejo Rojo y así lo hicieron. A medianoche, cuando Pi-nocho estaba listo para continuar la marcha, el posadero le informó que sus amigos habían partido hacía una hora y que le habían pedido que le dijera que lo esperaban al amanecer en el Campo de los Milagros.

–¿Y mis amigos pagaron su habitación y la cena? –le preguntó Pinocho al posadero.

–¿A usted qué le parece? Son personas demasiado edu-cadas y no querrían ofender a un señor como usted.

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Así fue cómo Pinocho pagó con una de sus monedas y continuó solo el camino que iba desde la posada has-ta ese lugar maravilloso que le permitiría hacer crecer su fortuna sin ningún esfuerzo. Era de noche y la oscuridad le daba miedo. Mientras caminaba, vio en el tronco de un árbol un animalito que brillaba con luz tenue.

–¿Quién eres? –preguntó Pinocho.–Soy la sombra de Grillo Parlante.–¿Y qué quieres de mí? –respondió el muñeco.–Solo vine a darte este consejo: vuelve atrás y llévale

las cuatro monedas que te quedan a tu padre, que llora desesperadamente porque aún no has vuelto.

–Mañana mi papá será un gran señor porque converti-ré estas cuatro monedas en miles.

–Pinocho, no te confíes de los que prometen hacerte rico de la noche a la mañana.

–Aun así, yo quiero seguir adelante –respondió Pino-cho.

–Los niños que siempre se quieren salir con la suya, acaban arrepintiéndose.

–¡Tú siempre con la misma canción! Nada más pronunciar estas palabras, Grillo Parlante se

apagó, como se apagan las velas de un soplo y el camino quedó nuevamente a oscuras.

Capítulo 8

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Capítulo 9Pinocho siembra sus monedas. Un papagayo le cuenta la verdad acerca de la Zorra y el Gato.

“Hay que ver lo desgraciados que somos los niños –pensaba Pinocho mientras proseguía camino hacia el Campo de los Milagros–. Todos los adultos nos retan, nos dicen lo que tenemos que hacer y nos dan consejos. Si los dejáramos, se creerían con la autoridad de ser nues-tros papás y nuestras mamás. ¡Hasta los Grillos Parlan-tes! Y nos dicen cosas horribles, como que tenemos que desconfiar de todos, ser más prevenidos, tener cuidado. Nos dicen cosas horribles acerca de lo que nos va a pasar y de lo que debemos hacer. Todos se creen con derecho a decirnos y darnos órdenes.”

Caminando con esas ideas en la cabeza, Pinocho llegó al País de los Cabeza Hueca donde se reencontró con la Zorra y el Gato.

–Tenemos que ir ya mismo a sembrar tus monedas, antes de que el nuevo dueño no permita a nadie sembrar más dinero –propuso la Zorra.

–¡Sembrar dinero! –repitió el Gato.

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Después de atravesar la ciudad, llegaron al Campo de los Milagros. Pinocho hizo un hoyo en el suelo, colocó las cuatro monedas que le quedaban y las cubrió nuevamen-te con tierra. Luego, tomó un balde con agua y regó la tierra que cubría las monedas.

–Ahora –dijo la Zorra– hay que esperar a que broten y den sus frutos.

–¿Y cuánto tardarán en brotar? –preguntó Pinocho.–Vuelve aquí en veinte minutos y te encontrarás con

un pequeño arbolito cargado de monedas –respondió la Zorra.

–Vuelvan conmigo –les propuso Pinocho–, así les daré la parte que les he prometido.

–¡De ninguna manera! –exclamó la Zorra–. Nosotros no hacemos esto por interés.

–Por interés –agregó el Gato.Dicho esto, se despidieron y la marioneta regresó a la

ciudad.Pinocho contaba los minutos y cuando le pareció que ya

había pasado tiempo suficiente regresó adonde había sem-brado su dinero, pero no encontró el arbolito cargado de monedas. Buscó por todas partes, por cada rincón del cam-po y no encontró ningún indicio de su tan ansiado arbolito.

De pronto, una risotada le traspasó los oídos. Pinocho miró hacia arriba y se encontró con un colorido papagayo que lo miraba.

Capítulo 9

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–¿De qué te ríes?–Me río de los cabeza hueca que creen todas las tonte-

rías que les dicen.–¿Te refieres a mí? ¡Yo no soy ningún cabeza hueca!

–protestó Pinocho.–Sí, me refiero a ti. Eres tan ingenuo como para creer

que las monedas crecen de los árboles.–No te entiendo.–Debes saber que mientras estabas en la ciudad, la Zo-

rra y el Gato regresaron, tomaron las monedas que habías plantado y se marcharon.

Pinocho se quedó con la boca abierta y, como no podía creer lo que el papagayo le contaba, comenzó a excavar el terreno por todas partes, hasta que se dio por vencido y aceptó que lo habían engañado.

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Capítulo 10 Pinocho llora porque desea encontrar a Gepeto. Llega a una playa donde una bondadosa señora le asegura que él y su padre se reencontrarán.

Pinocho lloraba desconsoladamente sentado en el sue-lo. No podía creer que una vez más las cosas le salieran tan mal. Entonces pasó por el aire una gran paloma que se detuvo cerca de él:

–Dime niño, ¿por qué lloras?–Lloro porque me han engañado y me robaron las mo-

nedas que tenía para mi padre –contestó Pinocho alzando la cabeza y secándose los ojos con la manga de su camisa.

–¿Y por casualidad no conocerás a una marioneta lla-mada Pinocho?

–¿Pinocho has dicho? ¡Pinocho soy yo!–Entonces conocerás a Gepeto, ¿no?–Claro que lo conozco. Es mi papá. ¿Qué sabes de él?–Lo dejé hace tres días en la playa. Desesperado por-

que no tenía noticias tuyas se lanzó al mar a buscarte en la otra orilla.

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–Pobre mi papá, con un hijo tan desobediente –se la-mentó Pinocho–. ¿Podrías llevarme hasta él?

–¡Por supuesto! Sube a mi lomo y volaremos hasta la playa. Ojalá lleguemos a tiempo.

Pinocho y la paloma volaron todo el día hasta que llega-ron a la orilla del mar. Allí se encontraron con una gran can-tidad de gente que se lamentaba y gritaba mirando el mar.

–¿Qué pasó? –preguntó Pinocho.–Un pobre padre ha perdido a su hijo y se ha embarca-

do para ir a buscarlo. Pero el mar está muy agitado por la tormenta y la barca está a punto de zozobrar.

–¡Es mi papá! ¡Es mi papá! –comenzó a gritar Pinocho desesperado mientras veía cómo la barquita aparecía y desaparecía entre el oleaje furioso, los truenos y los re-lámpagos. Desde la orilla, Pinocho le hacía señas y agita-ba su sombrero con la esperanza de que Gepeto lo viera y regresara a la playa. El viejo lo reconoció y también le hizo señas a su hijo, pero el mar estaba embravecido y por más que intentaba, Gepeto no lograba regresar a la playa. Desde la costa, la gente preocupada veía cómo la barca se alejaba cada vez más, hasta que luego de una gran ola y un trueno ensordecedor la barca desapareció de la vista de todos.

Pinocho, desesperado por la suerte de su padre, se arrojó al mar. Como era de madera flotaba liviano sobre el agua. Con la esperanza de ayudar a su padre, Pinocho

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nadó toda la noche, pero no logró encontrar a Gepeto por ninguna parte.

El muñeco empezaba a sentirse agotado por el esfuer-zo. Desde la ventana de una casa cerca de la costa, una señora de largos cabellos lo observaba. Cuando soplaba el viento que venía del mar, sus cabellos se agitaban y mos-traban reflejos azules.

Al salir el sol, Pinocho vio la playa a lo lejos. La tormen-ta había pasado y logró llegar a la orilla.

En esos momentos, la señora que lo había visto llegar hasta la playa se acercó a él; llevaba un cántaro de agua en cada mano.

–¿Eres tú el muñeco llamado Pinocho? –lo interrogó con voz suave.

–¡Sí! –respondió la marioneta temerosa.–¿Es verdad que eres desobediente y mentiroso y que

no escuchas los consejos de tu padre? –preguntó la señora.–¡Eso es mentira! –exclamó Pinocho–. Soy un chico es-

tudioso y cariñoso con Gepeto.Mientras respondía, el muñeco se tocó la nariz y notó

que le había crecido tanto como la palma de su mano. –¿No eres tú quien sale a hacer travesuras con tus ami-

gotes en vez de ir a la escuela? –volvió a interrogarlo la señora en cuya cara se asomaba una leve sonrisa.

–¡Nunca haría semejante cosa! –volvió a mentir Pino-cho y la nariz le creció aún más.

Capítulo 10

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La señora lo miraba y se reía; su cabello se veía del color del mar.

–¿De qué te ríes? –preguntó el muñeco preocupado porque su nariz no paraba de crecer.

–Me río de las mentiras que me has contado.Pinocho no sabía dónde meterse de la vergüenza.–Vamos, muchacho –dijo la buena señora–. Si me

ayudas a llevar estos cántaros a mi casa, te daré un peda-zo de pan, coliflor y un pastel relleno de crema.

Pinocho levantó los pesados cántaros. Ya en la casa, comió todo lo que la señora le había ofrecido. Cuando no tuvo más hambre, la miró, vió sus largos cabellos y le pareció una persona muy especial. Entonces le contó de sus deseos de ser un niño bueno y obediente.

–Pero tú eres una marioneta, no puedes ser un niño –repuso la señora.

–¿Por qué no puedo? –preguntó Pinocho.–Porque las marionetas no crecen. Nacen marione-

tas, viven marionetas y mueren marionetas.–Es muy aburrido ser una marioneta –exclamó Pino-

cho–. Ya es hora de que me convierta en un niño.–Y te convertirás si haces lo necesario para merecerlo.–¿De verdad? ¿Y cómo hago para merecerlo? –pre-

guntó Pinocho.–Muy fácil. Debes acostumbrarte a ser bueno.–¿No soy bueno, acaso?

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–¿Tú qué crees, Pinocho? –preguntó la señora–. Los niños buenos no mienten, no desobedecen, ni se escapan de la escuela.

–Tienes razón –respondió la marioneta avergonzada–. Yo siempre hago lo que quiero, digo mentiras y la escuela me da dolor de cabeza.

Al decir estas palabras, la nariz de Pinocho se encogió y volvió a su tamaño normal. Al darse cuenta, dijo:

–De ahora en adelante cambiaré de vida. –¿Me lo prometes?–Te lo prometo. Voy a convertirme en un niño bueno.–Pues entonces, a partir de mañana irás a la escuela y

en poco tiempo podrás reencontrarte con tu papá. Es mi promesa.

Capítulo 10

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Capítulo 11 Pinocho descubre quién es la señora de largos cabellos. Pierde la oportunidad de convertirse en niño y parte con su amigo Palito al País de los Juegos.

Al día siguiente, Pinocho fue a la escuela. Imagínense a los demás chicos cuando vieron entrar a una marione-ta al aula. Las carcajadas eran interminables. Le hacían bromas, se reían de él, le sacaban el sombrero, le tiraban del saco y hasta intentaron pintarle un bigote debajo de la nariz.

Durante un rato hizo como si no le importara toda esa burla, pero llegó un momento en que comenzó a perder la paciencia y les dijo a sus compañeros:

–¡Cuidado, chicos! Yo no he venido aquí para ser el centro de las burlas de nadie. Yo respeto a los demás y pretendo que me respeten a mí.

–¡Bravo! Has hablado como un libro abierto –gritaron los niños burlándose de él.

Pinocho prosiguió como si no escuchara a nadie y se esforzaba día a día. Sin embargo la escuela y aprender no era algo que le gustara demasiado.

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Como la señora de largos cabellos veía que Pinocho progresaba día a día, una tarde lo llamó y le dijo:

–Pinocho, veo que estás progresando en la escuela. Pronto podrás convertirte en un niño.

–Sí –dijo Pinocho–, estoy aprendiendo mucho y tam-bién estoy siendo bueno. ¿Pero cómo haré para convertir-me en niño? ¿Quién puede hacer que eso suceda?

–Yo puedo –respondió la bella señora.–¿Cómo? ¿Acaso eres un hada buena? –se asombró la

marioneta.–Puede ser… –dijo la señora y agregó–: invita a algunos

de tus amigos a merendar mañana y te convertiré en un niño como todos los demás.

Resulta difícil imaginar la alegría de Pinocho ante esa noticia. Todos sus amigos serían invitados a una gran me-rienda en casa del hada y ella lo convertiría en un niño de carne y hueso.

En ese mismo momento, Pinocho le pidió permiso al hada para salir por la ciudad a invitar a sus amigos para la merienda del día siguiente. De todos los chicos de la escuela, Palito era su mejor amigo. Su nombre era Romeo, pero le decían así porque era delgado y larguirucho. Pino-cho lo buscó por todos lados y, finalmente, lo encontró en la puerta de la casa de unos campesinos.

–Por fin te encuentro –le dijo Pinocho–. ¿Qué haces aquí?

Capítulo 11

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–Me voy lejos, a otro país –respondió Palito.–No puedes irte justo ahora. Mañana dejaré de ser una

marioneta porque el hada buena me convertirá en un niño de verdad.

–Pues que te aproveche, pero yo me largo de aquí. Me voy al País de los Juegos. ¿Por qué no vienes tú también?

–No puedo. Le prometí al hada que nunca más desobe-decería y en recompensa ella me transformará en un niño de carne y hueso.

–Como quieras –respondió Palito–, pero yo me quedo aquí a esperar la carreta que me llevará al País de los Jue-gos. Allí todo es diversión, no hay que aprender nada. Es el mejor lugar del mundo.

Una vez más, a Pinocho comenzó a picarle el bichito de la desobediencia. Le prometió a Palito que se quedaría con él hasta que pasara la carreta, solo para hacerle com-pañía. Luego de varias horas, cerca de la medianoche, una luz tenue apareció en el camino. Cuando llegó hasta don-de estaban Palito y Pinocho pudieron ver que se trataba de un carruaje tirado por seis pares de burros lleno de ni-ños que hacían gran barullo. El conductor del carruaje, un enano barrigón y risueño, invitó a los niños a subir. Palito rápidamente se hizo un lugar entre los demás niños.

–¿Y tú, marioneta, vienes con nosotros? –preguntó el conductor a Pinocho.

–Yo me quedo –respondió Pinocho–. Me espera mi

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nueva mamá en mi casa. Quiero estudiar y lucirme en la escuela, como hacen los niños buenos.

–Te lo pierdes. Si vinieras la pasarías de maravillas y luego podrías retornar con tu mamá –le propuso el con-ductor.

–¡Ven con nosotros! Ya verás cuánto nos divertiremos –gritaron los chicos desde el carruaje.

Pinocho dudó, pensó y finalmente dijo:–Háganme un lugar, yo también quiero ir.Como el carruaje estaba lleno de niños y ya no entraba

ninguno más, Pinocho viajó montado sobre el lomo de uno de los burros. Todo era diversión, risas y cantos.

Sin embargo, en medio de todo ese barullo a Pinocho le pareció escuchar una voz que decía:

–¡Pobre marioneta! Te arrepentirás.Pinocho asustado miró a todos lados y no vio a nadie.

Pero verdaderamente sintió terror cuando notó que uno de los burros lloraba.

–¡Eh, señor enano! Este burro está llorando –le dijo al conductor del carruaje.

–Déjalo llorar que ya le llegará la hora de reír –le res-pondió él desde su lugar.

Capítulo 11

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Capítulo 12 Tras unos meses de diversión en el País de los Juegos, a Pinocho y a Palito les crecen orejas y se convierten en burros.

Luego de andar toda la noche, al despuntar el día lle-garon al País de los Juegos. Este país no se parecía a nin-gún otro del mundo. Todos sus habitantes eran niños, los mayores tenían catorce años y los más pequeños, apenas ocho. Había grupos de chicos por todas partes, unos ju-gaban a las bolitas, otros a la rayuela, otros a la pelota. Los niños hacían lo que querían sin preocuparse de que ningún adulto les dijera nada.

Pinocho, Palito y los demás niños que habían viajado juntos, apenas pusieron un pie en el piso se incorporaron a los juegos y rápidamente se hicieron amigos de todos.

–¡Qué vida tan maravillosa! –decía Pinocho cada vez que se encontraba con Palito.

–¿Ves cómo yo tenía razón? –replicaba el amigo.Así pasaron los días y pasaron los meses. Pinocho pa-

saba el día entero jugando, comiendo, bebiendo y dur-miendo a su antojo. Ya se había olvidado del hada buena,

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de Gepeto, de la escuela y de su sueño de ser un niño de verdad.

Pero una mañana, al despertar, Pinocho recibió una desagradable sorpresa. Al sentarse en la cama y rascarse la cabeza notó que le habían crecido las orejas. La marione-ta siempre había tenido orejas tan pequeñitas que apenas se le veían. Enseguida fue a buscar un espejo, pero como no encontró ninguno, llenó una palangana con agua y al reflejarse en ella vio lo que nunca hubiera querido ver: un par de orejas de burro bien grandes le salían a los lados de su cabeza. Pinocho comenzó a llorar. Lloró tan fuerte que una marmota que vivía en el piso de arriba acudió a su habitación.

–¿Qué pasa que lloras tan fuerte? –preguntó la mar-mota.

–Estoy enfermo, muy enfermo. Mira las orejas que me crecieron –dijo Pinocho y no paraba de llorar–. Fíjate si tengo fiebre.

La marmota puso su pata delantera en la frente de Pi-nocho y dijo:

–Efectivamente, estás enfermo de fiebre.–¿De qué fiebre se trata? –preguntó Pinocho preocu-

pado.–De la fiebre del asno. Es muy grave. En dos o tres ho-

ras te convertirás en un burrito como esos que tiran de los carruajes.

Capítulo 12

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–¡Ay pobre de mí! –lloraba Pinocho–. ¿Y de verdad me pasará eso?

–Es irremediable –respondió la marmota–. Está escri-to en el libro de la sabiduría que los niños desobedientes y haraganes, más tarde o más temprano, terminan con-vertidos en burro.

–¡Esto me pasa por haberle hecho caso a Palito! –decía Pinocho mientras seguía llorando–. Si me hubiera que-dado con el hada buena que me quiere y me cuida como una mamá esto no me habría pasado –se lamentaba Pino-cho–. Ya mismo voy a buscar a Palito ¡y pobre de él cuan-do lo encuentre!

Cuando hizo ademán de salir de la habitación, Pino-cho recordó que tenía orejas de burro, así que tomó un gran bonete y se lo puso para que nadie viera esas orejas. Cuando encontró a Palito vio que su amigo también tenía puesto un bonete.

–¿Por qué tienes ese bonete? –preguntó Pinocho.–Me lo recetó el médico porque me lastimé la rodilla.

¿Y tú? –respondió Palito.–A mí también me lo recetó el médico porque me pica

la nariz.Tras estas palabras se hizo un largo silencio. Se mira-

ron fijamente hasta que ambos comenzaron a reírse.–Aclárame una duda, querido Palito, ¿has sufrido alguna

enfermedad en las orejas? –dijo Pinocho en voz muy baja.

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–Nunca, ¿y tú? –contestó Palito.–¡Jamás! Aunque desde esta mañana me pican de una

manera tremenda.–A mí me pasa lo mismo –repuso Palito–. ¿Me mues-

tras tus orejas?–Solo si tú me muestras las tuyas –retrucó Pinocho.–A la cuenta de “tres” los dos nos sacamos los gorros,

¿te parece? –propuso Palito.Pinocho empezó a contar en voz alta:–¡Uno…, dos… y… tres!Entonces, sucedió una escena desopilante. Ambos ni-

ños, al ver que sufrían de la misma enfermedad, empeza-ron a mover las orejas y a burlarse uno del otro. Se reían a carcajadas con todas sus ganas. De repente, Palito se puso serio y le dijo a su amigo:

–¡Socorro, Pinocho, ayúdame! ¡No logro sostenerme derecho sobre las piernas!

–¡Yo tampoco! –respondió el muñeco.Mientras decían esto, sus piernas se transformaron en

patas de burro, les brotó una cola, se les dobló la espalda. Y mientras corrían hacia la casa sus brazos se transforma-ron en patas, sus caras se alargaron y les creció un hocico y sus espaldas se cubrieron de un pelaje gris y negro. Pero lo peor llegó cuando quisieron hablar y de sus bocas, en vez de palabras salieron unos horribles rebuznos:

–Hi-hoooo, hi-hoooo, hi-hooo.

Capítulo 12

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En ese momento tocaron a la puerta.–¡Abran! Soy el enano que conduce el carruaje. Sé que

ya están preparados.

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Capítulo 13Pinocho, convertido en burro, es vendido a un circo. Allí aprende a hacer piruetas. Finalmente, vuelven a venderlo y

termina siendo arrojado al mar.

El enano empujó la puerta y entró en la habitación, acarició el lomo de los burritos y mientras les cepillaba el pelaje les habló:

–¡Buenos chicos! Rebuznan muy bien. Reconocí sus voces desde afuera.

Luego les colocó un cabestro a cada uno y los llevó al mercado para venderlos. Eran tan hermosos ambos bu-rros que rápidamente fueron vendidos. Un campesino compró a Palito y el dueño de un circo se llevó a Pinocho.

Cuando llegaron al establo, el dueño del circo le prepa-ró a Pinocho agua y heno para que comiera y lo dejó solo. Él no quiso ni probar el heno, pero al cabo de un rato le dio hambre y se comió todo lo que había en el establo. Al día siguiente empezó una vida muy dura para Pinocho.

–¡Buenos días, burro! –gritó el amo–. Te he comprado para que trabajes y me hagas ganar dinero, así que va-mos a ponernos en acción. Ven conmigo al circo que allí

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te enseñarán a saltar por el aro, romper parches con la cabeza y a bailar el vals y la polca en dos patas.

El pobre Pinocho tuvo que aprender todas esas mone-rías, pero para hacerlo necesitó tres meses de entrena-miento, azotes, latigazos y montones de maltratos.

Finalmente, el dueño del circo pudo anunciar en un cartel:

Las gradas del circo estaban llenas de niños y niñas acompañados por sus padres. Acabada la primera parte del espectáculo, el director del circo anunció:

–¡Señoras y señores! ¡Niñas y niños! ¡Damas y caballe-ros! Démosle la bienvenida con un fuerte aplauso a…

En ese momento se abrió un cortinado y entró el bu-rrito al centro de la arena. Los niños gritaban y aplaudían tanto que al muñeco le dio cierto orgullo que lo aclama-ran así. El director hizo una reverencia y dirigiéndose al burrito le dijo:

–¡Ánimo Pinocho! Antes de comenzar los ejercicios, saluda a este respetable público.

GRAN NOCHE DE ESPECTÁCULO.PRIMERA APARICIÓN EN PÚBLICO

DEL BURRO PINOCHO.SALTOS, DANZAS Y PIRUETAS.

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Él se inclinó obediente con sus patas delanteras hasta to-car el suelo con las rodillas. Enseguida, el director hizo res-tallar el látigo y el burrito, erguido en sus dos patas traseras, comenzó a bailar dando vueltas al compás de la música.

Pinocho hizo cientos de piruetas: bailó vals y polca, an-duvo al trote y a la carrera. En un momento, el director levantó el brazo y disparó una pistola. Al oír el disparo, Pinocho cayó al suelo fingiéndose herido.

Cuando se levantó, en medio de una explosión de aplausos y de gritos, alzó la cabeza y mirando hacia uno de los palcos vio a una bella señora de largo cabellos. “Es el hada buena” pensó reconociéndola al instante. Con una incontenible alegría, intentó llamarla. Pero en vez de pa-labras, de su boca salieron unos rebuznos horribles que hicieron reír a todo el público. Cuando volvió a mirar, el hada buena ya no estaba. Pinocho se sintió morir, los ojos se le llenaron de lágrimas y comenzó a llorar desconso-ladamente, pero nadie se dio cuenta. El director nueva-mente hizo restallar su látigo y gritó:

–Ahora, mi burro le mostrará a este público cómo salta a través de los aros. ¡Vamos!

Pinocho hizo dos o tres intentos, pero cada vez que corría y llegaba al aro, en lugar de saltar pasaba por de-bajo. Al final logró atravesarlo, pero cuando cayó al piso una de sus patas se lastimó y ya no pudo seguir con la función.

Capítulo 13

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A la mañana siguiente, el veterinario examinó al burri-to y declaró:

–Quedará rengo para toda la vida.Entonces el dueño del circo ordenó que llevaran a Pi-

nocho al mercado para venderlo.–¿Para qué quiero un burro que no camina bien? Solo

me traería gastos –dijo el dueño.Ya en el mercado, un campesino preguntó:–¿Cuánto quieres por ese burro? Te ofrezco veinte mo-

nedas, ni una más. Solo lo quiero para sacarle el cuero.Apenas el comprador pagó sus monedas, llevó al burro

a lo alto de un acantilado, ató una soga con una pesada piedra al cuello de Pinocho y lo arrojó al mar. Con seme-jante piedra, el burro se hundió en el agua y el comprador se sentó a esperar que se ahogara.

Cuando pasaron unos cincuenta minutos, el compra-dor comenzó a tirar de la soga para sacar del agua el cuer-po del burro, pero en vez de un burro apareció atada a la soga una marioneta vivita y coleando. Al verla, el hombre creyó que soñaba.

–¿Y el burro que tiré al mar? –preguntó asombrado.–¡Ese burro soy yo! –respondió Pinocho.–¿Pero cómo es posible?–¡Fue fácil! –dijo Pinocho–. Ha sido el hada buena.–¿Qué hada? –gritó el hombre, furioso.–Mi mamá. Cuando usted me arrojó al mar, ella vio

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que yo corría peligro de ahogarme y mandó a los peces para que se comieran todo lo que me cubría, de la cabeza a los pies, hasta llegar a los huesos, o mejor dicho, hasta llegar a la madera. ¡Y aquí estoy!

–Pero a mí no me hace ninguna gracia tu historia –se-ñaló el comprador–. ¿Quién me repondrá las veinte mo-nedas que pagué por ti?

–No lo sé, ese no es mi problema –respondió Pinocho.Y, al mismo tiempo que decía esto, dio un gran salto y

volvió a arrojarse al mar. Mientras se alejaba de la playa, gritaba:

–Adiós, tengo que ir a buscar a mi papá.En un abrir y cerrar de ojos, Pinocho ya se había perdi-

do en el horizonte.

Capítulo 13

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Capítulo 14 Una enorme ballena traga a Pinocho. Pero encuentra a

alguien y juntos logran salvarse.

Mientras Pinocho nadaba, vio en medio del mar un peñón muy pequeño y sobre él, un cabra que balaba indicándole que se acercara a ella. La cabrita tenía cabellos largos y brillantes que recordaban a los del hada buena. El corazón de Pinocho comenzó a latir cada vez con más fuerza y eso le dio energía para nadar hasta el peñón. Pero de pronto, emergió del agua una enorme ballena que comenzó a perseguirlo. La pobre marioneta, por más que se esforzaba, no lograba alejarse de esa tremenda boca.

–¡Date prisa, Pinocho! ¡Apúrate! –balaba la cabra–. ¡El monstruo va a comerte!

Pinocho nadaba desesperadamente, ya estaba a punto de llegar al peñón y escapar del monstruo marino; la cabra ex-tendió una de sus patas para ayudarlo, pero fue tarde, la balle-na lo había alcanzado. El monstruo abrió aún más su enorme boca y absorbió a Pinocho como si fuera un huevo de gallina.

En los primeros momentos, el muñeco no se daba cuen-ta de dónde estaba. A su alrededor había una oscuridad

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profunda. Luego de unos minutos, descubrió que se encon-traba en el estómago de la ballena. Se las ingenió para darse ánimos y pensó algunas maneras de salir de allí. Pero cuando vio que cualquier intento era en vano, se puso a llorar.

–Llorar no tiene sentido. Nadie vendrá a salvarte –dijo una voz en medio de la oscuridad.

–¿Quién habla? –preguntó Pinocho.–Soy yo, un pobre atún que se tragó la ballena al mismo

tiempo que a ti. Solo nos queda esperar a que la ballena nos digiera.

–¡Pero yo no quiero ser digerido, quiero salir de acá! –gritó Pinocho y volvió a llorar.

–Yo tampoco quiero ser alimento de esta ballena, pero como nací atún me consuelo pensando que es más digno mo-rir bajo el agua que frito en una sartén –dijo el atún.

Mientras conversaban a oscuras, a Pinocho le pareció ver a lo lejos una tenue claridad.

–Mira –dijo Pinocho–, allí hay una luz. Debe de ser algún compañero de desventura. Iré a buscarlo. A lo mejor conoce alguna forma de salir.

–Ojalá pueda ayudarte, marioneta.–Voy a investigar. Adiós, atún. Espero volver a verte –sa-

ludó Pinocho.Mientras avanzaba por el vientre de la ballena hacia la luz

sentía un olor cada vez más penetrante a pescado frito. A la vez, la luz se hacía más resplandeciente. Cuando por fin llegó,

Capítulo 14

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Pinocho no podía creer lo que veían sus ojos. Sentado a una mesa estaba Gepeto comiendo a la luz de una vela.

–¡Papá! –gritó lleno de alegría y emoción–. ¡Soy yo, Pino-cho!

Gepeto reconoció a su hijo inmediatamente, saltó de la silla y se abalanzó para abrazarlo.

–¡Hijo querido! ¡No sabes todo lo que te busqué! ¡Qué ale-gría volver a verte! –decía lleno de emoción Gepeto mientras no paraba de darle besos.

Cuando los dos se calmaron un poco, cada uno comenzó a contar todas las peripecias que habían vivido desde la últi-ma vez que se habían visto. Pinocho le contó de la Zorra y el Gato, de la paloma que lo llevó hasta la playa, del hada buena y también todo lo desobediente que había sido.

–No importa Pinocho. Todo eso ya pasó –dijo tiernamen-te Gepeto–. Mi alegría es saber que estás bien y que ya esta-mos juntos otra vez.

–¿Y ahora qué haremos? –preguntó Pinocho.–Ahora nos quedaremos a oscuras –respondió Gepeto.–¡No papá! –replicó Pinocho–. Debemos encontrar la ma-

nera de salir de aquí.–¡Deja de soñar, hijo!–Hagamos esto –prosiguió Pinocho–, caminemos juntos

hasta la boca de la ballena y en algún momento encontrare-mos la manera de escapar. Sígueme y no tengas miedo.

Caminaron tomados de las manos un buen trecho hasta

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Capítulo 14

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que llegaron a la garganta de la ballena. Allí se detuvieron para esperar el momento oportuno para la fuga.

La ballena era muy vieja y sufría de asma y palpitaciones, por eso debía dormir con la boca entreabierta. Así que Pino-cho se asomó y pudo ver fuera un claro cielo nocturno lleno de estrellas.

–Este es el momento –dijo Pinocho–. La ballena duerme y tiene la boca abierta.

Y sin soltar a Gepeto de la mano comenzaron a caminar en puntas de pie por la lengua. La ballena era tan grande que la lengua parecía una ancha avenida. Cuando ya estaban a punto de dar el salto, la ballena estornudó y arrojó a Pinocho y a Gepeto al mar.

Por suerte era una noche de luna llena y mar calmo.–¡Ven papá! ¡Súbete a mis hombros! –propuso Pinocho–

de lo demás me encargo yo.Pinocho nadó hasta que llegaron a la playa y una vez allí

comenzaron a caminar hacia el pueblo. No habían dado ni cien pasos cuando vieron al costado del camino a dos indivi-duos pidiendo limosna.

–¡Oh, Pinocho! Dale una limosna a estos dos enfermos.–¡ Enfermos! –repitió el muñeco.Se volvió hacia la Zorra y el Gato que tendían su mano y

les dijo:–¡Adiós, farsantes! Ya me engañaron una vez, pero no

volverán a hacerlo –exclamó Pinocho.

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Capítulo 15Pinocho deja de ser un muñeco y se convierte en un niño de verdad.

El carpintero y su hijo caminaron hasta que llegaron al pueblo. Hacía tanto tiempo que se habían ido de allí que todo estaba cambiado. Sin embargo, los vecinos que los reconocían salían a saludarlos con gran alegría y les ofre-cían comida y ayuda.

Los dos avanzaron entre los abrazos de la gente hasta que llegaron a su casa. Al día siguiente, Pinocho se levan-tó temprano para ir a la escuela y al volver ayudó a Gepeto en su trabajo.

Pasaron los días, las semanas y los meses. Pinocho ya no era el mismo niño desobediente de antes: se levantaba temprano, preparaba el desayuno para Gepeto, iba a la escuela y hasta había aprendido a hacer canastas de jun-co que vendía en el mercado y con la venta de su trabajo compraba todo lo necesario para vivir diariamente. Ade-más, por las noches practicaba lectura y escritura.

Una noche mientras la marioneta dormía se le apare-ció en sueños el hada buena. Y en el sueño le decía:

–¡Muy bien, Pinocho! Por tu buen corazón te perdono todas las travesuras que has hecho hasta hoy. Los niños

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que ayudan cariñosamente a sus padres merecen ser re-compensados.

Él se despertó repentinamente. Se levantó y fue co-rriendo a mirarse al espejo. ¡Imaginen su sorpresa cuan-do se vio transformado en un niño de carne y hueso! Ya no estaba la imagen de la marioneta de madera, sino la de un muchacho con el cabello castaño, los ojos azules y una expresión alegre en el rostro.

Miró a su alrededor y vio su dormitorio sencillo pero cómodo; junto a la cama encontró un traje, un gorro nue-vo y un par de botas que le calzaban perfectamente.

Pinocho se sentía confundido frente a todas esas ma-ravillas. Corrió a buscar a su papá para mostrarle lo que había sucedido.

–Esto es mérito tuyo, Pinocho –le dijo Gepeto.–¿Por qué?–Porque cuando los niños desobedientes se vuelven

buenos suceden milagros –respondió el carpintero, que se veía sano y de buen humor.

–¿Y qué se ha hecho del viejo Pinocho de madera?–Míralo ahí –respondió Gepeto señalando a una mario-

neta apoyada contra una silla con la cabeza caída, los brazos colgando y las piernas dobladas a la altura de las rodillas.

Pinocho miró la marioneta y pensó: “¡Qué cómico me veía cuando era un muñeco! ¡Y qué feliz estoy de haberme convertido en un niño de verdad!”

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Carlo Collodi (1826-1890) Es el autor de Las aventuras de

Pinocho. Nació en Italia en 1826. Publicó diversos libros pero llegó a ser reconocido por su gran obra infantil.

En 1883 publicó Le avventure di Pinocchio. Storia di un burattino. ¿Qué significa “burattino” en italiano? ¡Títere! La historia apareció capítulo a capítulo en el diario Il Giornale dei Bambini, es decir, El diario de los niños.

Collodi murió en 1890. Nunca llegó a pensar que las aventuras de su “burattino” seguirían siendo disfrutadas por los chicos de todo el mundo durante más de cien años.

ILUSTRACIONES DE ALEJANDRA KARAGEORGIU

ESTE LIBRO PERTENECE A

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Las aventuras de PINOCHOde Carlo CollodiAdaptación de Marcelo Andiñach

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978-950-46-5986-0

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