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La teoría de los actos de habla y el análisis del discurso Elizabeth Brody Angers* Resumen Este artículo propone examinar los principios fundamentales de la teoría de los actos de habla de John Austin, y las aportaciones subsecuentes más significativas, con la finalidad de señalar el papel que las mismas han tenido para la interpretación del significado en el uso del lenguaje verbal. También, se analizarán algunos de los problemas no resueltos por la teoría y, final- mente, se tratarán brevemente las contribuciones de la teoría en el campo del análisis del discurso. Palabras clave: acto de habla, performativo, ilocucionario, perlocucionario. Introducción De todas las propuestas para el análisis del significado, la teoría de los actos de habla del filósofo británico John Austin, es quizá la que más ha llamado la atención de disciplinas fuera del ámbito de la filosofía del lenguaje, de la cual nació. A pesar de los proble- mas que atañen a la teoría, el interés por la misma ha perdurado durante casi cincuenta años, ya que sigue ofreciendo una de las herramientas de análisis más útiles para la interpretación del lenguaje verbal, en cualquiera de sus manifestaciones. Aunque son muchas las disciplinas que se han interesado por esta teoría, nos enfocaremos sólo a su uso en la del análisis del discurso. Tal campo abarca una gama tan amplia de enfoques, propósitos e incluso objetos de estudio, que las antologías que han intentado ser representativas al respecto suelen ser publi- Anuario de investigación • dec • uam-x • méxico • 2008 • pp. 606-633 * Profesora investigadora del Departamento de Educación y Comunicación, uam-Xochimilco. 605

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Actos de Habla

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La teoría de los actos de habla y el análisis del discurso

Elizabeth Brody Angers*

ResumenEste artículo propone examinar los principios fundamentales de la teoría de los actos de habla de John Austin, y las aportaciones subsecuentes más significativas, con la finalidad de señalar el papel que las mismas han tenido para la interpretación del significado en el uso del lenguaje verbal. También, se analizarán algunos de los problemas no resueltos por la teoría y, final-mente, se tratarán brevemente las contribuciones de la teoría en el campo del análisis del discurso.

Palabras clave: acto de habla, performativo, ilocucionario, perlocucionario.

Introducción

De todas las propuestas para el análisis del significado, la teoría de los actos de habla del filósofo británico John Austin, es quizá la que más ha llamado la atención de disciplinas fuera del ámbito de la filosofía del lenguaje, de la cual nació. A pesar de los proble-mas que atañen a la teoría, el interés por la misma ha perdurado durante casi cincuenta años, ya que sigue ofreciendo una de las herramientas de análisis más útiles para la interpretación del lenguaje verbal, en cualquiera de sus manifestaciones.

Aunque son muchas las disciplinas que se han interesado por esta teoría, nos enfocaremos sólo a su uso en la del análisis del discurso. Tal campo abarca una gama tan amplia de enfoques, propósitos e incluso objetos de estudio, que las antologías que han intentado ser representativas al respecto suelen ser publi-

Anuario de investigación • dec • uam-x • méxico • 2008 • pp. 606-633

* Profesora investigadora del Departamento de Educación y Comunicación, uam-Xochimilco.

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cadas en dos o más tomos o tener extensiones de cientos de páginas.1 Por tanto, aquí nos limitaremos a señalar las premisas fundamentales, compartidas actualmente por las principales corrientes del análisis del discurso. Primero, el significado no es algo fijo y expresado por medio de las palabras y las oraciones fuera de un contexto real de uso, es decir, independientemente de si se trata del lenguaje oral (por ejemplo, una conversación) o de un texto escrito, es necesario para la interpretación, tomar en cuenta los elementos pertinentes de la situación comunicativa, que incluye desde la coyuntura sociohistórica hasta las caracte-rísticas más inmediatas del espacio físico, el ruido, etc. También, quienes practican el análisis del discurso reconocen que el uso del lenguaje es por esencia un proceso interactivo entre sujetos que entran en una negociación constante del significado de sus mensajes. La naturaleza interactiva de la comunicación es, sin duda, menos evidente cuando se trata de textos escritos o mediáticos, sin embargo, el enunciador siempre tiene una repre-sentación mental (consciente o no) de un destinatario principal y adapta su discurso a este interlocutor. De hecho, tomar en cuenta el papel del conocimiento mutuo entre interlocutores es central para el análisis de la comunicación. Así, el análisis del discurso siempre implica analizar tanto el contexto como las características de los sujetos de la enunciación, algo que la teoría de los actos de habla no sólo contempla, sino obliga.

En este artículo examinaremos los fundamentos de la teoría y los desarrollos subsecuentes más significativos; señalaremos algunos de los problemas no resueltos y, finalmente, reflexio-naremos brevemente acerca de las contribuciones de la teoría para el campo del análisis del discurso.

1. Véanse, por ejemplo, los cuatro tomos de Van Dijk (1985), dos más de Van Dijk (2000), o las 850 páginas de Schiffrin, Tannen y Hamilton (2001).

Algunas aclaraciones preliminares: sentido, referencia y denotación

Antes de empezar el análisis de la teoría de Austin, es oportuno revisar algunas nociones básicas que el filósofo daba por conoci-das. Específicamente, Austin retomó los conceptos de sentido y referencia, como los había definido Gottlob Frege (1848-1925), aunque reconoció que todavía existía mucha controversia en torno a ellos.

En 1892, Frege2 publicó el artículo “Uber Sinn und Bedeutung” (usualmente traducido como “Sobre sentido y referencia” o “Sobre sentido y nominatum”), en el cual señaló un problema para el análisis de lo que comúnmente se llama el significado descriptivo3 del uso del lenguaje. Frege, igual que Platón y Bertrand Russell (1872-1970), presuponía la existencia de un mundo objetivo e independiente del hablante. Según el “princi-pio de la identidad” si dos objetos son idénticos, todo lo que es verdadero para uno es verdadero para el otro. Por tanto, si el enunciado “Juan Rulfo escribió El llano en llamas” es verdadero, también debe ser cierto el enunciado “el autor de El llano en llamas escribió Pedro Páramo”. Sin embargo, hay ciertos contex-tos (llamados “opacos” u “oblicuos”) en los cuales no se puede sustituir “el autor de El llano en llamas” por “el autor de Pedro Páramo”, aunque las dos frases tienen el mismo individuo como referente. Por ejemplo, en un contexto específico, el enunciado “Antonio sabe que Juan Rulfo es el autor de Pedro Páramo” puede ser verdadero, mientras que el enunciado “Antonio sabe que Juan Rulfo es el autor de El llano en llamas” puede ser falso.

2. Matemático alemán y filósofo fundador de la lógica moderna. 3. Por el “significado descriptivo” del lenguaje se entiende la transmisión de información de naturaleza factual o proposicional de un destinador a un destinatario, es decir, el uso de enunciados que pretenden describir hechos o algún estado de cosas en el mundo. Tales enunciados pueden ser explí-citamente aseverados o negados y en el mejor de los casos objetivamente verificados. El uso descriptivo del lenguaje se distingue de los usos sociales y expresivos.

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Además, cualquier hablante de la lengua sabe que decir “El autor de Pedro Páramo es el autor de El llano en llamas” no es necesariamente tautológico si el oyente no sabe que las dos frases tienen el mismo referente.

Para resolver esta paradoja, Frege propuso distinguir el referente de una expresión de su “sentido” (Sinn), es decir, la manera en la cual la expresión designa el objeto, la información que la expresión proporciona sobre el objeto para permitir su identificación. Para Frege, el sentido de una expresión tiene que ver con el conocimiento de la lengua, mientras que el conocimiento del referente tiene que ver con el conocimiento del mundo.

Así, cuando usamos el lenguaje para hablar de “objetos” (concretos o abstractos, en singular o en plural, real o imagina-rios) que existen en el mundo extralingüístico, la posibilidad de “designar” o “nombrar” tales objetos se conoce como la función referencial del lenguaje y el objeto al cual se refiere: el “referente”.4 Siguiendo a Lyons (1977), entre otros, la referencia tiene que ver con la relación que existe entre una expresión y lo que la expresión “representa” en una situación comunicativa específica. Por ejemplo, la palabra gato no tiene referente a menos que sea empleada en un enunciado, como Llevé mi gato al veterinario el martes, pronunciado durante una conversación real. En este caso estamos hablando de un gato específico en un lugar y un momento, específicos. En términos estrictos, son los hablantes los que refieren y no “las expresiones” o los enunciados, aunque los filósofos y semánticos hablan de “expresiones que refieren” (referring expressions). Entre los medios más comunes que

4. También una relación de “referencia” puede existir entre frases o expre-siones dentro de un mismo enunciado o discurso, por ejemplo, la frase “tales objetos” en la oración anterior correspondiente a esta nota tiene como referente la frase “‘objetos’ (concretos o abstractos, en singular o plural, real o imaginarios)” en la misma oración. Sin embargo, esta propiedad del lenguaje de poder referirse a sí mismo generalmente se denomina, siguiendo a Jakobson, la función “metalingüística”.

tienen las lenguas para referirse a objetos, se encuentran los nombres propios (Napoleón, París), los adjetivos y pronombres demostrativos (este libro, aquella silla, éste, aquélla), las descrip-ciones definidas (el vecino de mi abuelo, los libros que compré) y deícticos como hoy, pasado mañana, aquí, allá. Hay dificultades sin resolver, sin embargo, en todos estos casos. Por ejemplo, si alguien dice Me encantan los gatos, ¿la expresión los gatos tiene referente? Algunos dirían que es el conjunto total de gatos en el mundo o de “imágenes” o representaciones de gatos que el hablante tiene en la mente.

Para algunos analistas, denotación y referencia son equiva-lentes y, para otros, denotación y sentido son muy similares.5 Sin embargo, nos parece importante establecer las diferencias entre los tres conceptos por razones tanto teóricas como metodoló-gicas. Generalmente se usa el término denotación para referir a la relación entre una palabra (lexema)6 y un objeto u objetos en el mundo exterior al lenguaje, independientemente del contexto de uso. Por ejemplo, el lexema toro denota una clase de objetos que es una subclase de la clase animal, difiere de la clase que denota la palabra vaca y cruza con la clase que denota becerro. Por otro lado, los lexemas toro, vaca, becerro, res, ternero, etcétera, forman un conjunto de lexemas entre los cuales existen diferentes relaciones de “sentido”, igual que conjuntos como rojo, verde, azul u oro, plata, cobre, etcétera. Las nociones de denotación y sentido son obviamente interdependientes y cuál de los dos se toma como básica dependerá de si uno prefiere la visión empírica tradicional de que existen clases y sustancias naturales y por tanto aprender el significado de una palabra es

5. Ver Lyons (1981) para algunas referencias y comentarios al respecto.6. Se usa el término lexema para distinguir las palabras con contenido semántico en contraste con aquéllas que sólo tienen funciones gramaticales, tales como los artículos definidos e indefinidos (el, los, un, unos), verbos auxiliares como haber, conectivos como pero, etcétera. Si estos elementos tienen “significado”, es de otro orden que el de palabras como casa, vaca, manzana o filosofía.

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aprender el “nombre” que corresponde a cada clase o sustancia. O se puede tomar una posición más racionalista si se toma el sentido como el concepto básico (es decir que la denotación de un lexema es determinado por su sentido).

El significado y lo falso o lo verdadero

La relación entre el lenguaje y el mundo era tema de interés para la filosofía desde Platón y formaba parte de una larga tradición aristotélica en Oxford. Esta preocupación llegó a su máxima expresión con positivistas lógicos, como Frege, quien nos dejó las leyes de la lógica proposicional y las “tablas de verdad”, que explicitan bajo qué condiciones ciertas proposiciones7 serán falsas o verdaderas. Se preocupaban por las oraciones8 con expresiones que se referían a objetos cuya existencia no era verificable (Dios es bueno) y algunos llegaron a la conclusión que tales oraciones no tenían “significado” o eran “sin senti-dos”. En los casos de oraciones con expresiones que referían a objetos cuya existencia sí era verificable, pero que simplemente no existían (El actual rey de Francia es calvo, por ejemplo, en comparación con El actual rey de España es calvo), Russell propuso que las dos oraciones sí tenían significado (la posibi-lidad de ser verificables como falsas o verdaderas, o sea, con “valor de verdad”) y además expresiones que tenían el tipo de significado que Russell (1905) llamó denotación, pero sólo la segunda tenía una relación de referencia. Así se podría hablar de oraciones que “significaban” porque contenían frases que denotaban y otras que significaban porque referían. Austin

7. Oraciones que postulan o predican “algo” sobre un objeto en el mundo. Las oraciones que fueron los objetos de estudio de Frege eran aquéllas que contenían conectores como y, o, no, si. 8. La distinción entre “oración” y “enunciado” sólo empezó a ser amplia-mente reconocida y sistemáticamente empleada a partir de los años 60. Así, respetamos el término oración que usaron autores como Frege y Russell. Con Austin, Wittgenstein y los autores posteriores, usaremos el término enunciado u oración indistintamente.

reconoció estas distinciones de tipos de significado ya que usó los términos “sentido” y “referencia” (ver infra), pero como su interés iba por otro lado, no aclaró su posición con respecto a las posibles ambigüedades en torno a ellos.

Austin9 y los actos de habla

La primera observación que hizo Austin fue que, contrario a los supuestos de los positivistas lógicos, las oraciones declara-tivas no sólo se usan para hacer descripciones que pueden ser falsas o verdaderas, sino también para realizar “actos verbales”. Oraciones como,

1) Te prometo que vamos al cine el domingo

2) Lo nombro Secretario de Relaciones Exteriores

3) Bautizo este barco con el nombre de Titanic

4) Lo condeno a diez años de cárcel

5) Lo nombro Sir Paul

6) Le ofrezco disculpas

9. John Langshaw Austin nació en Lancaster, Inglaterra en 1911 y falleció en Oxford en 1960. Gracias a una breve nota que él mismo dejó, sabemos que empezó a desarrollar los fundamentos de su teoría en 1939 cuando apenas tenía 28 años. Estudió en la Universidad de Oxford de 1929 a 1933 y luego fue becario (Fellow) y tutor allí hasta 1939 cuando estalló la Segunda guerra mundial. Fue coronel en el ejército británico hasta 1945 y recibió varias condecoraciones. De 1949 hasta su muerte, fue profesor de filosofía en Oxford, donde formó parte de la escuela de “filosofía del lenguaje ordinario”. Su teoría de los actos de habla se dio a conocer principalmente a través de un solo libro compilado por un amigo suyo, J. O. Urmson, con base en las notas de Austin para una serie de cátedras (William James Lectures), impartida en la Universidad de Harvard en 1955, y complementadas con apuntes de los alumnos, notas para cursos previos y la grabación de una conferencia dada en 1959. El libro, al cual se dio el título de How to do things with words (Cómo hacer cosas con palabras, Paidós, Studio 22), fue publicado en 1962.

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7) Heredo mi casa a mi sobrino Rodolfo (dictada o escrita al redactar un testamento)

8) Te apuesto 20 pesos a que no se presentará

9) Le advierto que hace mucho frío en Nueva York durante enero

10) Lo exonero de toda culpa;son utilizadas para llevar a cabo acciones (de prometer, nombrar, bautizar, etc.) en el momento de pronunciar (o escribir) las palabras, no para describir las acciones de, por ejemplo, nombrar un barco o sentenciar a un prisionero, y sería difícil afirmar que tales enunciados fueran falsos o verdaderos. En un momento posterior, se puede preguntar si el enunciador realmente hizo tal o cual acción: ¿Realmente lo prometió?, y en varios de los ejemplos 1-10, los actos sólo serían “válidos” (o “afortunados” en términos de Austin) si las palabras fueron pronunciadas por una persona autorizada, en circunstancias y bajo condiciones adecuadas. Por ejemplo, sólo un juez puede dictar sentencias o absolver de culpa en casos criminales. El título de “Sir” en la Gran Bretaña sólo es designado por la Reina (o el Rey en su caso), pero quien sea puede hacer una promesa u ofrecer disculpas.

Austin (1961, 1962) llamó este tipo de enunciado “perfor-mativo” o “realizativo”10 y los contrastó con los declarativos que sí tenían “valor de verdad”, los cuales llamó “constativos”. Sin embargo, más tarde abandonó esta distinción ya que llegó a la conclusión de que aun los enunciados declarativos con valor de verdad eran usados para realizar actos, como afirmar, aseverar o informar. Es decir, para Austin un acto de habla subyace a todos los enunciados, incluso cuando usamos interjecciones como ¡ay! ¡híjole! o ¡me lleva…! para expresar dolor, frustración o enojo (1961:112).

10. La traducción al español de performative ha variado según el país y la casa editorial. También se ha traducido como “ejecutivo”.

Austin luego intentó precisar las “condiciones de felicidad” que se habrían de cumplir para que los actos de habla resultaran “afortunados” o exitosos, en especial aquéllos insertos en ritos o ceremonias en culturas específicas. Propuso tres categorías de condiciones de cumplimiento, aunque sólo las primeras dos determinarían el “éxito” del acto:

A 1) Debe haber un procedimiento convencional aceptado, con un cierto efecto convencional, y tal procedimiento debe incluir el enunciar ciertas palabras por ciertas personas en ciertas circunstan-cias y, además,

2) las personas y las circunstancias deben ser las apropia-das según las especificaciones del procedimiento.

B El procedimiento debe ser ejecutado por todos los participantes 1) correctamente y 2) completamente.

Γ11. Frecuentemente,

1) las personas deben tener los pensamientos, las emociones y las intenciones requeridas, tal como están especificadas en el procedimiento, y

2) si la conducta consecuente está especificada, los participantes deben seguirla (Austin, 1962:14-15, traducción nuestra).

Austin señala que en caso de violación de cualquiera de las condiciones de A o B, el acto en cuestión no se cumple. Por ejemplo, si en una boda uno de los novios ya tuviera el estado civil de “casado” o si la persona que condujera la ceremonia no estuviera reconocida legalmente para hacerlo, el casamiento no sería lícito. Mientras que si uno de los novios no cumple con las condiciones Γ, sí se quedan casados, aunque ha habido “un abuso” del procedimiento (1962:15-16).

11. Austin usó la letra griega gamma en mayúscula para designar la tercera categoría de condiciones.

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Levinson (1983) nos proporciona un ejemplo interesante para ilustrar el funcionamiento de las condiciones tipo A o B y cómo pueden variar según la cultura. Nos dice que mientras en las sociedades occidentales, si un hombre le dijera a su esposa te divorcio tres veces, seguiría casado puesto que sólo un juez puede realizar el acto de divorciar, mientras que en las culturas islámicas sí existe aquel procedimiento y entonces por el simple hecho de pronunciar tres veces el rechazo, un esposo puede obtener el divorcio (Ibíd.:229). La historia nos proporciona casos de maridos que alegaban fallas en el procedimiento para tratar de obtener la anulación de su matrimonio (por ejemplo, Enrique viii de Inglaterra) y con frecuencia la ley no permite que las confesiones obtenidas bajo presión o tortura sean admitidas como evidencia en juicios criminales.

Las contribuciones de Searle

Desde la muerte de Austin en 1960, John Searle (1969, 1971, 1975, 1980) es quien ha hecho las contribuciones más signifi-cativas a la teoría de los actos de habla. Primero, Searle intentó especificar las condiciones de éxito para un grupo de actos que no forman parte de actos ritualizados como casarse o bautizar un barco.12 Al pensar las condiciones de éxito para actos como pedir, ordenar, aseverar, agradecer, aconsejar, advertir, saludar o congratular, llegó a una nueva clasificación de las condiciones de cumplimiento en preparatorias, de sinceridad y esenciales. Las condiciones preparatorias corresponden grosso modo a las de A y B (supra) de Austin y las de sinceridad con las de Austin Γ que se relacionan con los deseos, creencias o sentimientos del hablante y la naturaleza convencional del lenguaje. Las condi-ciones esenciales, conciernen a las intenciones con las cuales se compromete el hablante al realizar la enunciación, por ejemplo, el hablante quiere que el oyente entienda su enunciación como

12. Lo que el antropólogo Del Hymes (1972) ha referido como “eventos de habla”.

una promesa o una orden. En el acto de pedir, las condiciones de éxito son:

1) preparatorias – a) El oyente puede hacer A. El hablan-te cree que el oyente puede hacer A;

b) No es obvio ni para el hablante ni para el oyente que este último hará A en el transcurso normal de los acontecimientos por su propia voluntad;

2) sinceridad – El hablante quiere que el oyente haga A;

3) esencial – El acto cuenta como un intento por parte del hablante de hacer que el oyente haga A (Searle, 1969: 65-66, traducción nuestra).

El acto de ordenar tiene la condición preparatoria adicional de requerir que el enunciador esté en una relación de autoridad o poder frente al oyente y esta condición a su vez afecta la condi-ción esencial ya que el hablante quiere que el oyente haga A en virtud de su autoridad sobre él.

Austin se dio cuenta que se puede realizar los actos explícita o implícitamente (“actos primarios” para Austin); por ejemplo, Te prometo estar allí, o simplemente: Estaré allí, y que los actos implícitos son mucho más comunes en el lenguaje ordinario, mientras que los explícitos muchas veces forman parte de acciones ritualizadas en la sociedad, como bautizar, sentenciar, nombrar, etcétera. Los implícitos tienen la ventaja o desventaja de la ambigüedad vis-a-vis el destinatario.

Para saber qué acto de habla se está realizando, Austin consi-deró varios tipos de criterios lingüísticos: 1) léxicos (verbos que nombran acciones como prometer, insertar en la frase fórmu-las como “por medio de la presente” o “por este conducto”), 2) tiempo (presente), voz (activa), persona (primera) del verbo performativo, como en los ejemplos 1-10, 3) modo (imperativo para dar órdenes, interrogativo para preguntas y peticiones), 4) entonación y 5) énfasis, ninguno de los cuales eran infalibles. Por ejemplo, se puede realizar una advertencia al decir: Te advierto…

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o ¡Cuidado! o Se advierte a los usuarios no usar el elevador en caso de temblor o No usar el elevador en caso de temblor. Por otra parte, oraciones que sí tienen un verbo performativo explícito en primera persona del presente, no necesariamente realizan el acto mencionado. Por ejemplo, alguien puede decir: Cada mañana le apuesto 20 pesos a que lloverá o En la página dos lo acuso de fraude.

Otro test sugerido por Austin es preguntarse “¿realmente lo está haciendo?” ¿realmente está prometiendo ir? ¿realmente está ofreciendo disculpas? Es evidente que cuando se trata de actos de habla con verbos performativos explícitos es más difícil negar que uno ha realizado el acto (por ejemplo, Prometo reducir los impuestos es un enunciado que, por lo general, cuenta como una promesa aun cuando el enunciador no tiene la intención de cumplirla) y también más difícil que alguien le reclame el no haberlo hecho (Discúlpame cuenta como el acto de disculparse aun cuando el ofendido quisiera más signos de arrepentimien-to). Por otro lado los actos implícitos dejan al juicio del desti-natario decidir qué acto se está realizando: cuando el jefe le dice a sus empleados, Quisiera empezar la junta puntualmente a las diez, generalmente no está simplemente expresando un deseo, sino dando una orden a la cual deben acatarse sus empleados.

Searle (1969) indagó más en un fenómeno que Austin también había observado, es decir, el problema de la identifica-ción de actos de habla cuya forma superficial es la de otro acto. Si un profesor dice a un alumno, “Si no entregas tu trabajo a tiempo, te prometo que te voy a reprobar”, es difícil, como señala Searle, describir el acto como una promesa. Más bien el alumno debe entenderlo como una advertencia o aun una amenaza (p. 58). Igualmente, el enunciado “Si no te apuras, te prometo que te voy a ayudar”, en una situación de desigualdad de papeles, como entre madre e hijo, puede querer decir “Te advierto que te voy a castigar si no te apuras”.

Searle (1975) también profundizó en los casos de los actos de habla “indirectos”, es decir, casos cuando el enunciador realiza

un acto indirectamente por vía de realizar otro, como el ejemplo del jefe quien realiza el acto de ordenar afirmando un deseo. Nos presenta el siguiente ejemplo:

Estudiante X: Vamos al cine hoy en la noche.

Estudiante Y: Tengo que estudiar para un examen.Las oraciones de tipo “Vamos a…” con frecuencia cuentan como propuestas para hacer algo. En el ejemplo de Searle, es claro o por lo menos muy probable que la respuesta de estudiante Y cuenta como un rechazo a tal propuesta, mientras que de haber respondido Tengo que comer palomitas hoy, es probable que no sólo no hubiera contado como un rechazo sino quizá como una aceptación (pp. 162-163).

La solución de Searle para explicar cómo un oyente puede entender el acto de habla principal (por ejemplo, un rechazo) basado en un acto secundario (una afirmación) es proponer, como parte de la capacidad o competencia lingüística de un hablante/oyente, un aparato inferencial que incluye conoci-miento compartido del mundo y del contexto, una “teoría” de actos de habla y ciertos principios generales de la conversación.

Otra observación interesante de Searle (1969) se relaciona con la posibilidad de que un hablante puede realizar dos actos simultáneamente en presencia de dos personas, un destinatario principal y uno secundario. Su ejemplo es el siguiente: supon-gamos que en una fiesta, una esposa, en presencia de su esposo, responde a un interlocutor quien acaba de comentar que era muy temprano: Realmente es muy tarde. Tal enunciado puede tener la intención de contar como una protesta y ser entendido así por el interlocutor. Al mismo tiempo, sin embargo, la esposa puede tener la intención, y su esposo entenderla así, de sugerir o aun pedir que ya es hora de ir a casa. Incluso puede querer advertirle de que se va a sentir mal en la mañana si no se van.

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Los actos dentro del acto: locuciones, ilocuciones y perlocuciones

Hasta ahora hemos hablado del acto de habla como si fuera una sola entidad que consiste en acciones como las arriba mencionadas (de prometer, bautizar, nombrar, etcétera), sin embargo, Austin postuló que un acto de habla está formulado por tres subactos, a saber: 1) un acto locucionario que consiste en producir una serie de sonidos (o marcas gráficas) con un cierto sentido y una cierta referencia; 2) un acto ilocucionario con una “fuerza ilocucionaria”, ésta entendida como su condi-ción de promesa, amenaza, petición, recomendación, etcétera; y 3) un acto perlocucionario que se refiere al efecto que tiene el acto ilocucionario sobre el destinatario.13 La distinción entre el acto ilocucionario y el perlocucionario es crucial ya que el efecto pretendido no siempre resulta el efecto real o aun cuando se logra el efecto pretendido, a veces hay efectos secundarios no buscados ni deseados. Por ejemplo, si al intentar adver-tir a una amiga, decimos Hace mucho frío en Nueva York en enero, nuestra amiga pueda alarmarse y cancelar su viaje. O el estudiante que interpreta una advertencia del profesor sobre la necesidad de entregar sus trabajos sin faltas de ortografía como si fuera una amenaza y se siente con derecho de alegar que se tiene un prejuicio en su contra. Austin distinguió entre el efecto perlocucionario buscado (el “objeto perlocucionario”) y un efecto secundario no deseado (la “secuela perlocuciona-ria”). De hecho hay actos que sólo son perlocucionarios, como persuadir, convencer, molestar, asustar, sorprender, humillar, conmover. Un enunciador no puede decir: Te persuado…, te asusto…, sino que al realizar otros tipos de actos ilocucionarios puede lograr persuadir o asustar a alguien. Los ciudadanos pueden quedar convencidos de lo acertado de lo que propone un político después de oír aseveraciones, acusaciones, descrip-ciones, etcétera, pero el político sólo puede afirmar que él o ella

13. También traducidas como locutivos, ilocutivos y perlocutivos.

está convencido(a) de su conclusión y esperar que también serán convencidas sus escuchas.

Austin postuló la necesidad de identificar los verbos (o expre-siones verbales) performativos explícitos para cada lengua y calculó que había unos 10,000 en el inglés. Luego los agrupó en cinco clases: 1) verbos de judicación, o judicativos (verdictives), 2) verbos de ejercicio, o ejercitativos (exercitives), 3) verbos de compromiso, o compromisorios (commissives), 4) verbos de comportamiento, o comportativos (behabitives) y 5) verbos de exposición, o expositivos (expositives).

Los verbos judicativos consisten en emitir un veredicto o un juicio que puede ser oficial o informal, final o tentativo. Ejemplos son: absolver, condenar, considerar, estimar, valuar, calificar, diagnosticar, calcular. También se incluyen expresiones como “yo lo interpreto como…”, “creo que…”.

Los verbos ejercitativos consisten en “dar una decisión a favor o en contra de cierta línea de conducta, o abogar por ella. Es una decisión sobre algo que tiene que ser u ocurrir, en lugar de que algo es así (los judicativos)” (1962:155). Es ejercer influencia o poder. Ejemplos son: ordenar, nombrar, legar, perdonar, adver-tir, recomendar, exhortar, aconsejar, multar, votar por, despedir, excomulgar, clausurar, inaugurar, acusar, denunciar.

Los verbos compromisorios, como indica su nombre, comprometen al enunciador a una acción en el futuro. Es asumir una obligación o declarar una intención. Por ejemplo, prometer, dar la palabra, comprometerse, proponerse, oponer, apoyar, tener la intención de…, garantizar, apostar.

Los verbos comportativos incluyen la noción de una reacción frente a la conducta y fortuna de otras personas y las actitudes y expresiones de actitudes frente a la conducta pasada o inminen-te de alguien más. Como ejemplos tenemos: ofrecer disculpas, agradecer, deplorar, congratular, felicitar, dar el pésame, resentir, criticar, quejar, aplaudir, dar la bienvenida, bendecir, maldecir, saludar.

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Finalmente, los verbos expositivos se usan en actos de exponer puntos de vista o argumentos y para clarificar razones, referencias, términos, teorías, etcétera. Algunos ejemplos son: afirmar, negar, aseverar, describir, identificar, preguntar, mencio-nar, informar, contestar, testificar, reportar.

Algunos problemas no resueltos

Reglas discursivas, ¿juegos lingüísticos o marcos?

Mientras que algunos de los problemas relacionados con la teoría de los actos de habla fueron reconocidos por Austin mismo, otros han sido identificados durante investigacio-nes posteriores. El problema más general tiene que ver con la necesidad de incorporar las nociones básicas de la teoría, junto con otros fenómenos del uso del lenguaje, a un modelo integral cognitivo que explique la capacidad comunicativa del ser humano.

Labov y Fanshel (1977), en un estudio sobre el discurso terapéutico, elaboraron las reglas de éxito de Searle y además propusieron que las diferentes maneras de realizar actos indirec-tos pueden ser caracterizadas o descritas con respecto a: 1) el estatus existencial, 2) las consecuencias, 3) el tiempo y 4) las condiciones previas de la acción. En cuanto a las últimas, sin embargo, advierten que:

Está claro que hay un número ilimitado de formas de referir a las condiciones previas, y este hecho resulta ser un problema serio si queremos establecer relaciones firmes entre estas reglas discursivas y la producción real de enunciados. No es para nada obvio que se puede escribir una gramática generativa que nos llevaría del acto de habla subyacente a las formas reales de enunciados. Podemos identificar un enunciado como un acto X a posteriori, pero no

podemos dar al hablante una lista finita de maneras posibles para referir a esta acción (Ibíd.:84, traducción nuestra).14

Aunque, para muchos, postular un conjunto finito de reglas para realizar un acto de habla es el problema principal con una teoría del discurso basada en actos de habla, para otros no existe tal dificultad. Sinclair y Coulthard (1975), por ejemplo, proponen que hay un número infinito de maneras de hacer peticiones indirectas sólo si uno considera el acto en aislamiento, pero que en una interacción verbal real, las restricciones del discurso previo, del tema, de la situación y de las intenciones reales del hablante para el desarrollo de la conversación, limitarán seriamente las opciones posibles.

Hay muchas semejanzas entre la propuesta de Austin de que “El acto de habla total, en la situación de habla total, constituye el único fenómeno real que, en última instancia, estamos tratando de elucidar” (1962:148) y la importancia que el filósofo Ludwig Wittgenstein da en su obra Investigaciones filosóficas (1958) al uso del lenguaje y a los “juegos lingüísticos”. Para Wittgenstein “el significado de una palabra es su uso en la lengua” (p. 20) y usar la lengua es participar en un juego en el cual el significado de los elementos vuelve evidente como va avanzando el juego. Aprendemos a manejar una lengua no porque conocemos un conjunto de reglas prescriptivas que nos dice cómo usarla en cualquier situación, sino porque participamos en un gran número de “juegos lingüísticos”, cada uno de los cuales está determinado por un contexto y unas convenciones sociales.

14. It is clear that there are an unlimited number of ways in which we can It is clear that there are an unlimited number of ways in which we can refer to the preconditions, and this poses a serious problem if we want to make firm connections between these discourse rules and actual sentence production. It is not at all obvious that a generative grammar could be written that would carry us from the underlying speech action to the actual sentence forms. After the fact, we can identify a given remark or question as a refer-ence to an underlying action X, but we cannot give the speaker a finite list of possible ways in which to refer to this action (p. 84).

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De hecho, Wittgenstein negó que exista un conjunto cerrado de funciones (“actos” para Austin) que se puede realizar en una lengua; más bien, hay tantos actos como hay papeles en un número indeterminado de juegos lingüísticos (1958:10-11).

La noción de “juego lingüístico” encontró un corolario en el análisis del discurso (igual que en estudios de inteligencia artificial y la psicología cognoscitiva) en el concepto de esque-ma inferencial o “marco” (frame). Un marco, en este sentido, es un conjunto de conocimientos que sirve de base para hacer las inferencias necesarias para entender un enunciado. El marco corresponde a actividades sociales típicas, tales como “dar clases”, “ir de compras”, “participar en juntas”, “interactuar en la familia”, etcétera (véanse Gumperz, 1977; Tannen, 1979; Levin-son, 1983; Lakoff, 2007; entre otros).

Hasta la fecha la polémica sobre la naturaleza de un modelo explicativo del uso del lenguaje sigue en el centro de los debates en el campo de la pragmática lingüística. En parte el origen de tales controversias tiene que ver con la profundidad de lo que podemos llamar la “indirección” o falta de transparencia en el uso del lenguaje. En efecto, las personas no dicen (explícita y literalmente) lo que quieren decir; puede haber mucha distan-cia entre lo dicho y la intención comunicativa, y hay múltiples niveles de significado entre el significado literal de un enunciado y el acto que pretende cumplir. Ejemplificaremos algunos de los problemas.

En primer lugar, Austin propuso, como la primera de las condiciones de éxito o cumplimiento, que debe existir un proce-dimiento convencional aceptado para llevar a cabo un acto y, sin duda, hay aspectos culturalmente establecidos para muchos actos. Por ejemplo se acepta que se puede utilizar la forma imperativa de un verbo para hacer una petición: Pásame la sal, o decir Hola (como parte de una lista muy finita de opciones) para saludar a alguien, pero hay casos en los cuales sería difícil reconocer el aspecto convencional de ciertos enunciados. Por

ejemplo, agradecer a alguien diciendo ¡Me encantan los chocola-tes! o ¡Qué bonitas flores! no es inusual pero no existe una regla en el español como: “decir: ¡Me encantan los chocolates! cuenta como un acto de agradecer”. Quizá pudiéramos postular una convención muy general que dice que cualquier valoración positiva del objeto, si se trata de un regalo, cuenta como un agradecimiento, pero luego existen los casos donde comentar algún aspecto del objeto puede comunicar más bien la intención de criticar o menospreciar el regalo proferido: ¡Me encantan las rosas! funciona si el regalo está compuesto solamente de rosas, pero no si hay una sola rosa en el arreglo.

Claramente el reconocimiento de la intención del hablante, por parte del oyente, juega un papel primordial y Austin llegó a la conclusión de que si no existiera tal reconocimiento (lo que llamó “aprehensión ilocucionaria”, illocutionary uptake), el acto no se realizaría. Pero aun cuando tal reconocimiento sí existiera, ello no garantizaría el éxito del acto. La novia que escribe una nota al invitado a la boda, agradeciendo “el precioso florero” cuando el regalo fue un tazón, probablemente causará indignación, aun cuando el receptor entienda perfectamente la intención detrás de la nota. Por otro lado, a veces se puede lograr un acto bajo las condiciones más adversas. Por ejemplo, podemos lograr saludar a un extranjero que no entiende el idioma acompañando las palabras con gestos, expresiones de la cara y un tono de voz que parecen amables.

La Teoría de H. P. Grice

El trabajo del filósofo del lenguaje H. P. Grice, aunque no trata directamente los problemas que planteó Austin, ha tenido una influencia muy importante en la teoría de los actos de habla. Grice postuló la idea de que la comunicación ordinaria no sucede directamente por medio de la puesta en práctica de las reglas lingüísticas, sino que el enunciado sólo nos provee pistas que nos permiten inferir la intención comunicativa del

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enunciador. Grice distinguió entre dos tipos de inferencias que permiten interpretar el significado de un enunciado: 1) las que son de la implicación lógica o “entrañamiento” (entailment) y las que él llamó implicaturas (implicatures). Las primeras se refieren a las implicaciones o presuposiciones que conllevan las palabras y oraciones como tales (por ejemplo, el enunciado Pedro dejó de fumar implica lógicamente que antes Pedro fumaba, debido a la definición de la frase “dejar de” (hacer algo), o la oración Patricia tiene dos hijos implica, en la lógica formal que tiene un hijo, ya que la definición de la palabra dos es uno y uno). Las implicaturas conversacionales, por otro lado, se refieren a todo lo que se comunica que no está expresado por lo dicho explícita y literalmente.

Para que el oyente pueda determinar cuáles de las implicatu-ras posibles son pertinentes para la interpretación, Grice (1957; 1975; 1978) propone un principio general y nueve máximas que sirven como normas generales que “orientan” a los inter-locutores y que ellos presuponen compartidas. Según Grice, debemos considerar un intercambio verbal como una forma de comportamiento cooperativo, en el cual cada participante reconoce un propósito o conjunto de propósitos comunes. Existe, en cada momento, la posibilidad de emitir un enunciado “no apropiado” o “no pertinente” a tales propósitos. Entonces propone que (ceteris paribus) los participantes actúan según un principio general de cooperación, que formuló así: “Haga su intervención apropiada (such as is required) según el momento en que ocurra y el propósito reconocido, del intercambio verbal en el cual participa” (1975:45, traducción nuestra). Las cuatro categorías en que agrupó las máximas son las de “cantidad”, “calidad”, “manera” y “relación”. Reconoció que las máximas, con frecuencia, no se cumplen e incluso que pueden ser violadas para lograr ciertos efectos comunicativos deseados.15 Daremos

15. Es importante aclarar que las máximas se aplican sólo a lo que se llama la “comunicación ostensiva” – lo que tenemos la intención de comunicar – y

unos ejemplos de cómo pueden funcionar las cuatro categorías de máximas.

La máxima de cantidad requiere que un hablante proporcione la información suficiente, pero no más que la suficiente, para lograr el propósito del acto comunicativo. Así, por ejemplo, si alguien dice:1) Patricia tiene dos hijosimplica (en términos de Grice “conlleva la implicatura”) que tiene sólo dos hijos, aunque pudiera tener, en sentido lógico estricto, dos o cualquier número mayor que dos. No hay contra-dicción lógica ya que si tiene, por ejemplo, siete hijos, es verdad que tiene dos (tampoco se le puede acusar de mentir en sentido estricto). Sin embargo, si asumimos, como propone Grice, que el hablante está siguiendo la máxima de cantidad, Patricia debe tener dos y no más de dos hijos. Por otro lado, podemos imagi-nar un contexto en el cual el propósito del intercambio es el de determinar si Patricia cumple con los requisitos de recibir ayuda económica del Estado, y uno de los requisitos es el de tener por lo menos dos hijos. En este caso, el enunciado proporciona la cantidad de información necesaria.

La máxima de la “calidad” requiere que no digamos lo que creemos que es falso ni tampoco aquello de que no tenemos las pruebas suficientes. Usando el mismo ejemplo, si el hablante afirma Patricia tiene dos hijos, el oyente tiene el derecho de pensar que el hablante lo cree y que tiene la información adecua-da para creerlo. Por supuesto, Grice reconoció que los hablantes pueden equivocarse y también decir cosas que saben que son falsas o que no saben con seguridad si sean verdaderas. Existen las mentiras (directas, indirectas o por omisión), las equivo-caciones, e incluso las normas culturales que “obligan” a ser cortés o parecer cooperativo, (muy comunes en la comunicación humana), pero si las personas siempre dijeran lo que creen falso

no a lo que comunicamos “sin querer”.

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o si siempre se equivocaran, la comunicación no sería posible y no tendría ninguna función ventajosa para la vida social.

La máxima de “manera” (manner) señala que los interlocu-tores deben intentar ser “claros”, “breves”, “ordenados” y deben “evitar la ambigüedad”. Ser “ordenado” tiene que ver con la expectativa de que nos van a relatar los sucesos en el orden en que ocurrieron. Por ejemplo, en el lenguaje ordinario, las interpretaciones de los ejemplos 2) y 3) van a ser muy distintas:2) Pancho Villa montó en su caballo y salió del pueblo.3) Pancho Villa salió del pueblo y montó en su caballo.En 2) se infiere que Villa salió del pueblo montado en un caballo, mientras que en 3) no se puede hacer esta inferencia.

Consideremos los ejemplos 4) y 5),4) Juan Charrasqueado se bebió una botella de tequila y mató a su amigo.5) Juan Charrasqueado mató a su amigo y se bebió una botella de tequila.En estos ejemplos, además de las inferencias en torno a la secuencia de las acciones, se les agregan unas causales. Es decir, parece que si el contexto lo permite, inferimos que una acción que precede a otra es también la causa de la segunda.

En lo que se refiere a la claridad, la brevedad y la ambigüedad, el cumplimiento de la máxima siempre dependerá del propósito y la capacidad del hablante, igual que la interpretación depen-derá de las capacidades y percepciones del oyente.16

Por último, Grice propuso una máxima de “relación”: la inter-vención debe ser pertinente, o sea, estar relacionada, de alguna forma, con el propósito de la conversación. Ésta es la máxima más interesante por varias razones: primero, como observa Grice, es difícil encontrar enunciados que obligatoriamente

16. Investigaciones sobre una amplia gama de lenguas y culturas han mostrado que el grado y la frecuencia con las cuales se siguen las máximas de Grice pueden variar considerablemente (véase, por ejemplo, Goddard y Wierzbicka, 1997, entre otros).

tienen que ser interpretados como “no pertinentes” (quizá son más evidentes en ciertos casos patológicos del uso del lenguaje); segundo, sólo si asumimos que opera esta máxima, podemos interpretar muchos enunciados adyacentes que aparentemente no tienen nada que ver con lo que se ha dicho antes, como en el siguiente ejemplo:6) A: ¿Qué opinas del discurso del Presidente?

B: Estoy haciendo la cena.Sólo si asumimos que el enunciado de B es pertinente en algún sentido, podemos interpretarlo como una repuesta parcial a la pregunta de A; por ejemplo, No puedo contestarte ahora porque estoy ocupado haciendo la cena. La inferencia que los participantes en un intercambio verbal siempre intentan ser pertinentes –en algún nivel– es fundamental para poder explicar la coherencia de muchos enunciados adyacentes (o no) en un acto comunicativo.

Como señalan Sperber y Wilson (1986, 1995), el enfoque inferencial de Grice contribuyó de una manera fundamental al desarrollo de la pragmática lingüística, ya que hizo posible explicar cómo un enunciado, que es sólo una representación incompleta y ambigua de un pensamiento, puede sin embargo comunicar un pensamiento completo y no ambiguo. De todas las interpretaciones posibles de un enunciado, el oyente puede asumir que el hablante espera que el oyente deseche todas aquellas que no se conforman al principio de la cooperación y a las máximas.

Actos de habla, implicaturas, la comprensión y el análisis de textos

Hasta ahora los problemas señalados han tenido que ver con el uso no figurado del lenguaje y muchos de los ejemplos son más típicos del lenguaje oral que del escrito. Sin embargo, las mismas dificultades se presentan en discursos escritos (y orales en contextos formales). Por ejemplo, los problemas de comprensión de lectura más apremiantes para muchos alumnos

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universitarios (y consecuentemente también para sus profeso-res) surgen cuando los autores de los textos asignados recurren a mecanismos retóricos como la ironía, o asumen la voz de otros autores (con los cuales no están necesariamente de acuer-do), a la hora de exponer las posiciones de estos últimos. Las analistas del discurso Calsamiglia y Tusón (1999) nos ofrecen un ejemplo de cómo un grupo de universitarios españoles malinterpretaron un texto célebre de Marx y Engels. Como no reconocieron la ironía del autor, entendieron que el autor se asumía a la posición de sus adversarios y no percibieron lo que en realidad era una crítica. Ejemplos como éste no son privativos de España, sino que ocurren con demasiada frecuencia en todas las aulas universitarias. Recientemente, algunos estudiantes de la uam–Xochimilco interpretaron un artículo periodístico como un elogio de los programas sociales del actual gobierno de México, porque el escritor decidió asumir la voz del gobier-no y transmitir su crítica a través de la ironía. En los dos casos, según Austin (ver supra), para los estudiantes fallaron tanto el acto de habla de criticar, como la estrategia retórica discursiva de la ironía. Es decir, como sucede con mucha frecuencia, no se logró la comunicación buscada

En el caso de estos lectores, podemos conjeturar si lo que les faltaba era conocimiento suficiente del mundo, del contexto o del tema mismo. El problema de cómo incorporar el concepto de contexto en una teoría de la comunicación sigue siendo uno de los más problemáticos. Al contrario de muchos analistas del discurso, Sperber y Wilson (1986, 1995) postulan que el contex-to nunca es dado y no puede ser explicado como “conocimiento compartido”, sino que es mental y consiste en las suposiciones seleccionadas por el receptor de su memoria a largo plazo y las que se crean en la mente en el momento de la comunicación (es decir, el contexto se modifica como avanza el discurso). Estas últimas incluyen información del entorno físico inmediato que el estímulo comunicativo sugiere pueda ser pertinente (por ejemplo la situación muy sui generis del salón de clase) y, en el

caso de la comunicación verbal, las inferencias extraídas de los enunciados previos (inmediatos o no). Lo que determina cuáles de estos factores de la memoria a largo y a corto plazo van a ser seleccionados es la búsqueda de la pertinencia, la última máxima de Grice (Sperber y Wilson, 1986:41). Dado que un emisor no puede estar seguro con respecto a qué suposiciones (“conocimiento”) existen en la memoria del receptor, ni cuáles seleccionará, en lugar de decir que intenta “transmitir o inducir un pensamiento” en el receptor, se debe postular que el emisor intenta “modificar el entorno cognitivo” del receptor.

Para docentes e investigadores en el campo de análisis del discurso, el problema persiste en decidir qué teorías deben usar para realizar análisis de los textos o discursos que forman su objeto de estudio. A pesar de los problemas que todavía aquejan a la teoría de los actos de habla y los desarrollos subsecuentes, parece razonable sugerir que la luz que arrojan sobre la natura-leza de la comunicación humana es suficiente para que sigan formando parte del acervo de los postulados fundamentales que todavía no merecen ser abandonados.

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